martes, 8 de julio de 2025

Catherine Lacey. Altar

 Idioma original: inglés

Título original: Pew

Año de publicación: 2020

Traducción: Núria Molines

Valoración: bastante recomendable

Decidí, a raíz de mi anterior reseña de Catherine Lacey, indagar en la obra de la autora estadounidense. Cosa aparentemente sencilla, es una autora joven y ha publicado sólo cuatro novelas, que reseñaré en un orden cronológicamente inverso a su publicación, veré si se aprecia una progresión, ya que la escena literaria norteamericana suele responder a estallidos iniciales que, en demasiadas ocasiones, la lista es extensa ya, no suelen cuajar en carreras continuas, regulares, coherentes; cualidades éstas que quizás  en estos tiempos no son necesariamente la panacea, pero ciñéndonos a los patrones clásicos, suele funcionar así: algunas novelas de tanteo hasta que se define estilo, consolidación, obras de madurez.

Biografía de X encajaría en este grupo. Novela de temática y estructura ambiciosa, muy bien acogida. Altar, en este sentido, es una obra que tiene poco en común pues es una novela mucho más introspectiva. Altar es el nombre que recibe una persona, no llegaremos a conocer ni su género en toda la novela, y su nombre es el que se le da cuando se la encuentra durmiendo cerca del altar de una iglesia a la que ha ido a refugiarse. La de un pueblo del sur de Estados Unidos, en un momento que no acabamos de identificar. La pequeña comunidad actúa de una manera hospitalaria, y Altar va siendo acogida en diversos hogares, entiende lo que se le dice pero no habla, no da indicio alguno sobre su pasado, sobre cómo ha llegado allí, a pesar de la insistencia de quienes le prestan cobijo, muestra una actitud pasiva y tenaz, incluso rehusando una pretendida revisión médica con la intención de comprobar su estado de salud. Altar es persistente en esa actitud, pero la comunidad empieza a no aceptar su actitud esquiva, su ensimismaniento, empiezan a urdir teorías sobre su pasado y la actitud hospitalaria pasa a tener matices, a acusar fisuras.

Altar funciona, obviamente, como  una parábola, y tiene no pocos equivalentes audiovisuales, aunque a mí me ha recordado bastante, en su desarrollo, en su intriga reptílica, a Dogville, el clásico de Lars Von Trier, una de esas que yo llamo películas cabronas en el sentido de que revelan, a un nivel casi faulkneriano, la larva de maldad que anida a veces escondida tras la aparente bondad, el inevitable rechazo a lo que no se amolda a lo establecido. Creo que la pura elección del perfil del personaje, de edad y género inciertos, está hecha con una pura intención de universalizar la narración y hacerla adaptable a muchas situaciones, cuestión que entraña asumir cierto riesgo, por cuanto la historia que se nos relata, aunque su ubicación temporal no se identifica, posee arraigos contemporáneos, diría que lamentablemente, por el señalamiento del diferente a nosotros por su mera diferencia, aunque esta sea inocua y pasiva. Altar pasa de familia en familia y apenas intercambia unas palabras con otro personaje que ha sufrido circunstancias parecidas a las suyas, no causa más problemas má allá de su actitud hosca y esquiva, no es violenta, no es molesta, parece solo pendiente de que su presencia sea anónima y no tenga impacto. 

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