Evgeny Morozov: El desengaño de internet. Los mitos de la libertad en la red
Idioma original: inglés
Título original: The net delusion
Traductor: Eduardo G. Murillo
Año de publicación: 2011
Valoración: recomendable
Quien no conozca a Evgeny Morozov por sus artículos en innumerables medios (
entre ellos El País), puede empezar a hacerse una idea siguiéndole a través de
su cuenta de twitter; no son necesarios muchos twits para darse cuenta de cuál es su tema favorito, por no decir su único tema: la tecnología, y más concretamente la interpretación ideológica del uso de la tecnología. Sus blancos favoritos son los "gurús" de Silicon Valley, que prometen que si les damos todos nuestros datos, nuestras contraseñas, nuestra localización exacta y nuestras fotografías y vídeos, crearán con ellas un mundo maravilloso, democrático y vegano (en vez de, por ejemplo, vender todos esos datos a otras empresas, usarlos para fines de marketing o, dios no lo quiera, entregarlos al gobierno de turno cuando este lo pida).
Estas obsesiones están muy presentes en su primer libro,
The net delusion, cuyo título traducido al español,
El desengaño de internet, es algo equívoco; quizás debería haberse traducido como
The God delusion, de Richard Dawkins, como
El espejismo de internet. Porque la palabra
delusion, y esta es una de las claves del libro, hace referencia a un autoengaño, a una ilusión o fantasía que hace ver cosas maravillosas donde no existen. En este caso, el engaño del que habla Morozov es el "ciberutopismo": la idea de que más internet equivale a más democracia; de que implantar banda ancha equivale a implantar libertad (como en el siglo XIX construir ferrocarriles significaba difundir civilización), o que cualquier problema político, social o económico puede tener una solución meramente tecnológica, independientemente del contexto (lo que Morozov llama "internetcentrismo").
Pero ojo, Morozov no es el típico "ludita" que piensa que internet es malo, que los móviles nos esclavizan o que estábamos mejor sin televisión. Su crítica se enfoca muy concretamente en el ciberutopismo, que lleva por una parte a exagerar la importancia relativa de las tecnologías en revoluciones como la Primavera Árabe o las revueltas en Irán; y por otra parte produce políticas simplistas o mal direccionadas, que obvian el hecho de que "los malos" (por decirlo así) también pueden usar una mayor implantación de internet y de las redes sociales para controlar más y mejor a sus ciudadanos.
El libro de Morozov ofrece multitud de ejemplos concretos, tanto de citas que muestran que el ciberutopismo alcanza a las más altas esferas (por ejemplo, Hillary Clinton aparece en multitud de ocasiones defendiendo que más internet equivale a más libertad), como de eventos políticos reales o posibles que cuestionan esta opinión, desde Irán a China o a los propios Estados Unidos. El mayor problema que tiene el libro es que es excesivamente prolijo, y a veces hasta repetitivo; la idea central es necesaria y está magníficamente apoyada en datos; pero el lector se cansa de leer una y otra vez la misma idea (en voz de Morozov o en voces ajenas) y de encontrar decenas de ejemplos para demostrar lo mismo, o incluso el mismo ejemplo varias veces a lo largo del libro.
En todo caso, como antídoto contra los discursos eLibertarios (que a veces esconden, consciente o inconscientemente, un capitalismo neoliberal) y frente a la idea de internet como panacea, este sigue siendo un libro necesario.
Juan Soto Ivars: Arden las redes. La postcensura y el nuevo mundo virtual
Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: recomendable como diagnóstico, decepcionante como análisis
Si Morozov puede ser un autor menos conocido para quien no se mueva en ámbitos tecnológicos, Juan Soto Ivars en cambio es probable que no necesite presentación para casi nadie que tenga Twitter en España: novelista, articulista, ensayista y twitero amado y odiado por igual, Soto Ivars se ha hecho un hueco (también en la Fundeu) como opinador ácido e irreverente, que levanta tantas pasiones como ampollas. Y también Soto Ivars, como Morozov, tiene un tema obsesivo en el último año (además de Cataluña); en este caso, se trata de los linchamientos digitales.
Arden las redes trata precisamente de estos momentos, que suelen terminar por aparecer en los periódicos con esa expresión tan manida, en que una persona privada o pública hace un comentario desafortunado en las redes sociales, y el resto de internet, como jauría justiciera, se le lanza encima exigiendo justicia, o más que justicia, venganza. Soto Ivars recolecta una buena colección de casos nacionales e internacionales, algunos de ellos bastante conocidos (el caso Zapata, Vigalondo, la escritora de libros infantiles María Frisa...), algunos de los cuales tuvieron consecuencias perdurables para sus protagonistas: pérdida de empleo, ostracismo digital, multas, juicios...
Como diagnóstico,
Arden las redes me parece un libro recomendable: cada vez que veamos que un "tuitstar" republica un twit con una opinión estúpida o con un insulto despreciable, deberíamos esperar primero a conocer toda la información relevante, y no solo el titular, y después recordar que detrás de esos twits hay una persona que ha cometido un error, claro, pero que seguramente no merece (ni posiblemente está preparado para asumir) el odio, el desprecio y la humillación de miles de personas gritándole con una @ junto a su nombre. Si la opinión traspasa el ámbito de lo despreciable para entrar en lo delictivo, debe ser sin duda castigado, pero no condenado a arrastrar el oprobio de por vida (e internet tiene una memoria muy cruel). También conviene recordar que la libertad de expresión es una vía de dos sentidos: si no nos gusta que censuren a los que piensan como nosotros, no debemos querer censurar a quien piensa diferente (siempre que esa opinión no se transforme en injuria, agresión o exaltación del odio).
En cambio, el libro me parece mucho más flojo si lo tomamos no como advertencia, sino como análisis. Soto Ivars basa todo su argumento en dos conceptos: "poscensura" y "guerra cultural". La "poscensura" es la coerción para no expresar opiniones, no por miedo a una censura organizada y oficial, sino a la reprobación social de tus contactos digitales; la "guerra cultural" (y el término no es de Soto Ivars sino de James Davison Hunter) se refiere a una lucha por el control del discurso cultural/político, entre, básicamente, conservadores y progresistas (o "liberales", en el sentido anglosajón, que es distinto del español).
Aunque el término "poscensura" es el que más discusión ha provocado y el que ha sido peor recibido (probablemente porque estamos ya hartos de tanto "post"), mi mayor problema se sitúa en el segundo término, que me parece tan problemático como el "choque de civilizaciones" de Huntington. En primer lugar, porque crea dos polos monolíticos donde no los hay (sobre todo en el espectro político de la izquierda, tan aficionado a luchas fratricidas); y sobre todo porque parece situar en un estatuto de igualdad al poder y al contrapoder, a la cultura y la contracultura, a la lucha por determinados derechos, y al rechazo a estos derechos; al feminismo y al antifeminismo (por ejemplo), o a quien defiende los derechos de los homosexuales y a quien los ataca.
También, y este es otro problema importande del libro de Soto Ivars, porque no diferencia de forma suficientemente clara las explosiones espontáneas de indignación (que no por espontáneas son más justificables), de aquellas que responden claramente a intereses partidistas, como en el caso de Guillermo Zapata y de los titiriteros. Tampoco distingue claramente entre quienes hablan desde una posición de hegemonía cultural (Javier Marías o Pérez Reverte, por ejemplo) y quienes lo hacen desde una posición más periférica y por lo tanto más vulnerable; dicho con otras palabras, el libro parece decir que son igual de graves y peligrosos los insultos que pueda recibir Pérez Reverte por escribir una columna machista, que los insultos machistas o racistas que pueda recibir una activista de los derechos de las mujeres negras por parte del ejército de trolls de forocoches. Ambos insultos existen, y en grandes cantidades, pero ni todos reciben el mismo trato ni todos tienen la misma visibilidad (como tampoco se paga igual, por ejemplo, insultar a una víctima de ETA que a una víctima del Franquismo o del 11-M).
Lo mejor que podría pasar es que
Arden las redes nos hiciera más conscientes de que a veces en internet nos comportamos como una masa enfurecida con antorchas y tridentes, un comportamiento gregario y cobarde que fuera de internet (no digo "en la vida real", porque internet también es real) nos resultaría repugnante. Lo peor que podría pasar es que se creyese que, efectivamente, la guerra cultural lo explica todo, que todo es "poscensura" (¡caca!), y que por lo tanto no hace falta ni analizar nada más; porque en esa línea,
Arden las redes se queda claramente corto.