Año de publicación: 2017
Valoración: Está (más o menos) bien
Embarcarse en una novela de estas
características, quiero decir en una novela que habla de niños errantes, da un
poco de reparo, en particular si has leído –aunque haga muchísimo tiempo– El señor de las moscas, de Golding y Casa de campo de Donoso. Pero mi lema es
ignorar los prejuicios que se presenten, ni siquiera cuando empezaron a
intuirse ciertos paralelismos –más que paralelismos, analogías bastante evidentes–
me dejé llevar por el pánico. Desde un principio, el autor deja caer ciertas
ideas (ubicuidad, un clima perverso nunca concretado, omnisciencia, comunicación
extrasensorial y otros poderes paranormales, tendencia a delinquir), pero solo
de refilón, sin mojarse, porque el personaje que habla se sitúa al margen de la
cuestión central, y por tanto –salvo un único episodio de violencia explícita– se
basa nada más que en presunciones. No hay nada cierto, ni hechos, ni motivos,
ni siquiera individuos concretos. Todo transcurre en una nebulosa lejana y lo
que percibimos son las consecuencias, más o menos indirectas, de lo que no-se-sabe-y-puede-que-no-llegue-a-conocerse-nunca-por-completo.
El tono es evasivo, un poco grandilocuente, con un punto resbaladizo que no se
resuelve más que en la imaginación del lector. Se trata de uno de esos textos
que pueden malograrse si se revela más de la cuenta. Algo que Andrés Barba
parece haber tenido muy presente (esto es irónico), ya que su gran baza
consiste en guardarse la información, no en suministrarla con cuentagotas, sino
en ocultarlo casi todo para desvelarlo en el último momento. Ni siquiera eso, pues
al personaje narrador se le presupone una ignorancia casi absoluta, de modo que
tampoco desvela gran cosa al final. Esto, cuando el punto fuerte de la novela
es, precisamente, la intriga no parece que vaya a resultar muy gratificante.
Para mí no lo ha sido, que conste.
Advierto que desde el principio conocemos
el desenlace, y que, por si esto fuera poco, se nos recuerda a cada momento. Lo
que nos falta es el por qué.
Eso del lado de allá, pero es que del lado
de acá tampoco se aclara mucho. Los personajes centrales no están bien
descritos, tampoco la forma de vida del pueblo, ni las relaciones entre sus
habitantes; ni siquiera la familia del narrador está perfilada con detalle.
Solo se habla de los niños, o más bien de las conjeturas que estos suscitan y,
ocasionalmente, aparece alguna figura relevante (el alcalde, el director de un
periódico local, una reportera), pero se limitan a cumplir las funciones
propias de su cargo.
No obstante la trama comienza con buen
pie: se adivina cierto aroma a Juan Rulfo, descripciones que recuerdan a novela
latinoamericana (así, en general), una promesa de geografía exuberante, de ambiente
tropical, de reivindicaciones sociales, de observaciones certeras, de aguda
filosofía cotidiana. Nada de eso se cumple. Hay otros alicientes –más simples,
más comerciales, más vulgares, incluso– pero no esos precisamente.
El protagonista consigue un ascenso en
su trabajo y es enviado al pueblo de San Cristóbal para dirigir el departamento
de Asuntos Sociales. Le acompañan su mujer (una profesora de música) y la hija
de esta. Poco después, se presenta en el pueblo un grupo de chavales de
procedencia desconocida que protagoniza algún hecho delictivo, entre ellos uno
muy grave, y luego desaparece. Debido a su carácter de empleado público, pero
también a motivos familiares, nuestro narrador se ve obligado a buscar a los
niños. El clima de tensión progresiva, los momentos inquietantes aparecen
filtrados por ese narrador, que solo muestra sus reacciones personales. Lo que
piensan y sienten los demás así como los hechos objetivos quedan siempre en la
sombra.
Asistimos, pues, a una interpretación
muy parcial de los hechos que nos mantiene en tensión, aunque relativa pues
poco a poco se va desinflando. La dramática escena del final, conveniente
aprovechada, se hubiese convertido en un filón narrativo. Pero no en ese
contexto: porque describir únicamente ese momento, además de resultar raro, hubiese
descubierto más de una inconsistencia.
Otras obras de Andrés Barba: La ceremonia del porno (en colaboración), La hermana de Katia, Las manos pequeñas
Pues a mí me ha gustado bastante, de hecho la he devorado en dos o tres viajes de autobús. Coincido en que tiene algunas pegas: el narrador a veces es demasiado ambiguo y misterioso, sembrando el texto de presagios y "prolepsis" para crear tensión; el ambiente es vagamente latinoamericano, como si quisiera copiar a Rulfo o a García Márquez; y para mi gusto a veces se pone demasiado "estupendo" soltando aforismos y grandes verdades sobre la vida, la muerte, el amor, etc.
ResponderEliminarPero lo importante es que cuenta una historia, y la cuenta muy bien. Engancha, intriga, plantea muchas preguntas (varias de las cuales no resuelve, lo que para mí no es particularmente un problema), y consigue mantener la tensión hasta el final. Es verdad que el desenlace es algo precipitado, parece que tenía prisa por acabar la novela, pero aun así consigue atar bastantes de los cabos sueltos y resulta (por lo menos para mí) moderadamente satisfactorio.
Yo le daría entre un recomendable y un muy recomendable por su capacidad para atrapar al lector. A este lector, vamos.
Creo que tenemos una visión de la novela bastante parecida, pero valoramos de forma diferente las decisiones que ha tomado el autor.
ResponderEliminarComo siempre, es cuestión de gustos.
Me está gustando, pero para una novela tan corta observo ciertos fallos en la escritura.
ResponderEliminarPuede ser. Ya no recuerdo ese aspecto de la novela, pero le encontré tantos fallos (como has podido leer) que ese sería uno más de tantos. A ver qué opinas cuando la termines, espero que no te decepcione tanto como a mi.
ResponderEliminarLos fallos bien pueden ser la demostración de la perfección en un libro que nos muestra lo que realmente es importante, pero no saber ver esos detalles solo demuestra una falta de compromiso a la hora de la lectura.
ResponderEliminarMi compromiso consiste en leer atentamente los libros, ofrecer mia conocimientos así como una opinión sincera y razonada, firmar lo que escribo y respetar las opiniones discrepantes. Y si eso no te basta, también lo respeto. Saludos.
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