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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Adelaida García Morales: El Sur, seguido de Bene


Idioma original: español
Año de publicación: 1985
Valoración: recomendable

Puede que se trate de impartir justicia. Tarde, por eso. La foto de Adelaida García Morales en claroscuro blanco y negro que nos presenta la solapa es la misma que ilustra la portada del libro de Elvira Navarro. Sí, ese que ha suscitado tan agria polémica con los límites de la ficción, la libertad creativa y el apoderamiento artístico de las piezas que nos apetece poner para que la cosa, resulte más...dramática (más vendible). Aunque si me permitís, más espeluznantes resultan las notas que acompañan la sinopsis. "Futuro narrativo". "Escritora de fuste". Para tratarse, por aquel entonces, de una escritora que, después, ha muerto relativamente joven, en una situación muy poco holgada, y entre cierta indiferencia, que a lo mejor hay que agradecer a Elvira Navarro que haya contribuido a mitigar.
Puede, también, que sirva para establecer ciertas de esas odiosas comparaciones. Porque tanto El Sur como Bene, de ser publicadas hoy en día por una autora joven provocarían más de un aullido y más de un ascenso al podio de las nuevas voces de la narrativa rural. O es que alguien que haya leído este libro y haya leído Intemperie va a negar que, con un mínimo de voluntad y ganas, puede establecerse una corriente que recorre esas dos décadas largas y que acaba involucrando otros detalles que no son atrezzo: puertas cerradas, habladurías, hogares con sensibles ausencias, misterios, sordidez. El sur como narración debe su fama (merecida) a la película de Víctor Erice, entonces marido de la autora. Pero la novela tiene fuerza por sí sola: un aura de incomodidad recorre cada página y la historia de la niña que, conforme crece, convive con el padre al que todo el resto de la familia parece detestar, es suficiente en su parquedad, en sus enormes espacios oscuros y su uso sencillo pero depurado del lenguaje, y toda su capacidad de sugestión se sostiene en esos intersticios: un padre, cuya muerte se nos ha anunciado en la primera frase, que ha mantenido una extraña relación con entorno lejano y cercano. Sin acabar de ser repudiado, si que está apartado, en una especie de entente cordiale, de todo aquello que pueda suponer un riesgo para sí mismo o para los demás. Los motivos no quedarán esclarecidos del todo, pero mucho parece aflorar, en su actitud hacia la familia, hacia el entorno, hacia la comunidad, iglesia, poder imperante. Una narración breve, pero estimulante.
Bene, más alineada con lo fantástico, como esos cuentos de acampada que involucran tumbas y ectoplasmas, viene a ser un buen complemento para conocer los registros de la autora fallecida en 2014 entre el anonimato y el desconocimiento masivo. Aquí nos adentramos en un enigma más clásico. Bene es la niña con la que no se deja que la protagonista juegue, Bene encarna el misterio en una pequeña comunidad, donde se presenta, ella y sus allegados, como una presencia flotante en el ambiente.
Evidentemente el libro de Elvira Navarro va a generar una corriente (una muestra es esta reseña) de curiosidad hacia la obra de García Morales. No exenta de morbo y de ganas de posicionarse sobre esas polémicas periódicas que al menos deberían revitalizar un poco el panorama literario. No sé, por eso, si hay que exagerar. A otros les corresponde juzgar si se trata de una reivindicación de la obra  de una persona o una coartada para mostrar el incierto futuro que, parece ser, espera a quien se decide a escribir. 

martes, 29 de noviembre de 2016

Lara Moreno: Piel de lobo

Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable

Cuando hice la reseña de la primera novela de Lara Moreno, Por si se va la luz, dije que me había gustado como propuesta arriesgada y original, tanto en el estilo como en algunos de los temas que trataba. Hablaba de una novela cruda, y de un estilo cuidado y poético. Pero también decía que era una novela sin demasiada acción, y sin demasiada estructura.

Ahora que reseño Piel de lobo voy a tener que repetir algunas de esas ideas, lo que por una parte es inevitable (forma parte del estilo de la autora), pero también hace que la lectura de esta segunda novela me haya sorprendido y enganchado menos.

Como Por si se va la luz, Piel de lobo comienza con una huida: la de Sofía, que escapa de un matrimonio destruido para encerrarse con su hijo en la casa del padre, recientemente fallecido, en un pueblo costero sin nombre. Allí se le une su hermana Rita, y en las tensiones entre las dos (tensiones que se remontan a la infancia) está el verdadero centro de la trama de la novela. La ruptura sentimental de Sofía no es, en ese sentido, más que el desencadenante de un reencuentro que lleva a desempolvar recuerdos, traumas y rencores, y a poner de manifiesto tanto el cariño como la desconfianza que unen a las dos hermanas.

Y sí, el estilo: Lara Moreno es capaz de mezclar un estilo poético, metafórico y cuidadamente adjetivado (aunque unos pocos epítetos me chirríen, pero esa es una cuestión de gusto), con escenas de un realismo crudo y nada idealista, sobre todo cuando se enfrenta a los asuntos del cuerpo (el sexo, la masturbación, la menstruación...). Se agradece que se presente atención a las palabras y no se las reduzca a simples vehículos de la acción, como demasiadas veces pasa, incluso en la considerada "alta literatura".

El mayor problema que le veo a la novela (ya lo avanzaba al principio) es una cierta falta de estructura y de tensión argumental: una vez establecidos los personajes y sus relaciones, en un arranque que consigue atrapar al lector, la segunda mitad de la novela se pierde un tanto en episodios que o bien repiten situaciones anteriores, o bien se pierden sin hacer evolucionar la acción ni a los protagonistas. El episodio de la desaparición del hijo de Sofía en un centro comercial portugués, resuelto con una elipsis, es un ejemplo de este problema, en mi opinión.

Como se ve, en cierto modo Piel de lobo es una variación de Por si se va la luz: personajes escapados, aislados, en un entorno rural / costero en el que las tensiones previas se agudizan; estilo cuidado y realismo crudo; tensión poética por encima de estructura narrativa. Y aunque la novela tiene aciertos innegables (y sus últimas páginas son uno de ellos), queda el deseo de que en futuras obras Lara Moreno consiga encontrar un equilibrio mayor entre estilo y trama. Sea como sea, merece la pena seguir leyéndola, y seguir esperando de ella una obra mayor y definitiva.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Alexander Bogdánov: Estrella roja

Idioma original: Ruso
Título original: Krásnaia Zvezdá
Traducción: James y Marian Womack
Año de publicación: 1908
Valoración: Recomendable

Uno se imagina a Alexander Bogdánov como a uno de aquellos hombres del Renacimiento que eran, al mismo tiempo, pintor, escritor, arquitecto, escultor, músico, filósofo y no sé cuántas cosas más. Porque resulta que Bogdánov fue, entre otras cosas, filósofo marxista (llegó a ser colaborador de Lenin, al que después llegó a enfrentarse), médico y escritor. Un tipo cuya biografía es digna de película.

Fruto de estas tres vertientes de Bogdánov es este "Estrella roja". Escrita en 1908, en lo que los bolcheviques llamarían "período de reacción", tras el aplastamiento de la revolución de 1905 (sí, la del famoso acorazado Potemkin que inmortalizara Eisenstein), se trata de una especie de resumen de la teoría política de Bogdánov, bajo la forma de novela de ciencia-ficción.

Dividida en tres partes, la obra son las notas de Leonid, un revolucionario ruso al que los habitantes de Marte seleccionan para ser su "embajador en la Tierra". Y es que Marte es una utopía socialista sin Estado, un planeta en el que la sociedad se organiza de forma armónica a partir de la ciencia y la tecnología y del cual Leonid deberá aprender lo máximo posible con el fin de llevar dicha organización a la Tierra.

La primera parte del libro es la más ciencia-ficción. Comprende el viaje de la Tierra a Marte en un eteronef (¡una nave espacial impulsada con energía nuclear!) y el descubrimiento y el asombro de Leonid ante las explicaciones, experimentos y experiencias de sus compañeros de viaje. En esta primera parte se dejan ya ver algunos de los valores de la sociedad socialista, como la igualdad entre todos los miembros de la expedición, con independencia de su sexo o grado de responsabilidad

La segunda parte es una descripción más completa de la sociedad "marciana". Junto a avances tecnológicos hoy muy reales, pero impensables en su momento, como el fonógrafo (una especie de tocadiscos unido a una máquina de escribir), una especie de cine en 3D o las videollamadas, Leonid descubre la organización socio-económica de Marte, su "industria" cultural, sus sistemas educativo y sanitario, etc. Un compendio de lo que quizá fuera para Bogdánov la sociedad ideal. Pero también comienzan a aparecer los problemas que se desarrollarán en la última parte del libro. Por un lado, la superpoblación y la escasez de recursos naturales en Marte, y por otro la sensación de extrañeza y duda que comienza a invadir a Leonid, que le llevan a este a buscar, y encontrar, el amor.

Estos problemas copan la última parte del libro, la más política, la más visionaria y también la más novelesca. Porque los recursos son escasos y la población crece exponencialmente surge la eterna pregunta: "¿Qué hacer?". Y aquí hay dos visiones que prefiguran, en cierta forma, parte de las luchas internas que desangrarían a la Unión Soviética en los años 20 y 30. A partir de esta pugna los acontecimientos se precipitarán poniendo fin a la novela.

Es, por tanto, "Estrella roja" una novela política de ciencia-ficción que, pese a haber transcurrido más de cien años desde su publicación, no ha envejecido nada mal. Esto se debe a lo asombrosamente visionario que se muestra Bogdánov en ambos aspectos. Las predicciones que realiza en materia de ciencia y tecnología se asemejan enormemente a lo que sucedió posteriormente (naves espaciales, teléfonos móviles, uso de la energía nuclear, etc) y en materia política, su principal virtud reside en su capacidad, pese al candor con el que muestra sus virtudes, de alertar de los peligros a los que podía estar expuesto el socialismo. Lástima que la parte novelesca sea algo más floja. Pero esto no es impedimento para que se trate de un libro curioso y disfrutable de un autor con una biografía aún más atractiva que su obra.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Julio Cortázar: Todos los fuegos el fuego

Idioma original: español
Año de publicación: 1966
Valoración: imprescindible

Cuando busco en internet para completar la reseña veo que este libro tiene ya 50 años. Y aunque no debería extrañarme, me quedo pasmado con, salvaguardando los debidos avances de la ciencia, lo actual que resulta y los pocos escritores que han alcanzado tal nivel en lengua española.
Todos los fuegos el fuego está compuesto por de ocho relatos entre la decena y la cuarentena de páginas y sus temáticas no pueden ser más variadas. Hasta gladiadores vamos a encontrarnos.
"Nada podía andar peor, pero al menos ya no estábamos en la maldita lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre ametralladoras y babas, hechos un asco, consolándonos cuando podíamos con el poco tabaco que se conservaba seco porque Luis (que no se llamaba Luis, pero habíamos jurado no acordarnos de nuestros nombres hasta que llegara el día) había tenido la buena idea de meterlo en una caja de lata que abríamos con más cuidado que si estuviera llena de escorpiones. Pero qué tabaco ni tragos de ron en esa condenada lancha, bamboleándose cinco días como una tortuga borracha, haciéndole frente a un norte que la cacheteaba sin lástima, y ola va y ola viene, los baldes despellejándonos las manos, yo con un asma del demonio y medio mundo enfermo, doblándose para vomitar como si fueran a partirse por la mitad."
 Y los escenarios pueden estar separados por siglos, pero hay cierta condición difícil de describir que emparenta estos ocho relatos. Y es que, aunque puedan parecernos fantásticos, solo están a un paso de ser reales, de ser posibles. A veces un paso absurdo, una mera vuelta de tuerca virtual.
Cortázar empezó con el que, a priori, puede parecer más imposible: La autopista del Sur reúne a cientos de automovilistas parados en el clásico atasco monumental al regreso a una gran ciudad tras el fin de semana. No sabemos acerca de sus protagonistas: los nombran las marcas y modelos de sus coches, en un primer guiño brutal que habla bien claro acerca de la agudeza del autor: la persona definida a través del vehículo que conduce. Después se añadirán más. El agrupamiento en función de la cercanía geográfica, la distribución de tareas y funciones, la difícil integración con el nuevo entorno forzado. Simbolismos a destajo en un relato modélico en su desarrollo.
Le siguen otros siete, y permitidme que no me comporte conforme a los cánones glosando sus sinopsis y sus cualidades, que todos las tienen. Reunión, el que se inicia con el párrafo que he incluido, nos sitúa en una eventual isla en medio de un desembarco armado. La señorita Cora, extraordinario en su sutileza, desarrollo y corrientes subterráneas, nos muestra la relación entre una enfermera y un adolescente hospitalizado. La salud de los enfermos se pliega sobre sí mismo en ese nudo (también presente en sentido inverso) de sobre-protección que justifica engaños viles y mentiras piadosas. Instrucciones para John Howell le daría a Paul Auster para media docena de novelas y La isla al mediodía retrata al hombre moderno, al asalariado que consume su jornada de trabajo ensimismado, mejor que muchas novelas modernas. Pues vaya: si apenas me he dejado dos, quizás más difíciles por su desdoblamiento de personajes, pero en cualquier caso extremadamente bien escritos.
Por todo lo cual, y considerando que, cincuenta años tras su publicación, ya ha habido tiempo para que otros muchos hablen más y mejor de este libro, ya os dejo en paz: lo sencillo que es hacerse con este libro y las maravillas que encontraréis en él no vais a verlos en muchos sitios.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Elizabeth Strout: Me llamo Lucy Barton

Idioma original: inglés
Título original: My Name is Lucy Barton
Año de publicación: 2016
Traducción: Flora Casas
Valoración: poco honesta y prescindible


Ya tenía yo ganas, la verdad... ¿De qué? ¡Pues de reseñar un libro malo de narices, claro! Sí, no me he vuelto loco (aún); me explico: un compañero que ya había reseñado algún que otro libro auténticamente "mierder" (como se dice ahora) aseguraba que la experiencia, lejos de frustrante, era divertida y liberadora, así que yo llevaba un tiempo esperando el título adecuado para hacer lo mismo (y que no fuera de Belén Esteban, ojo, que tampoco me va el BDSM). Al final, sin buscarlo, he leído esta exitosa novela que cumple los requisitos, Me llamo Lucy Barton, sobre todo por la curiosidad que me provocaba: por un lado, varias luminarias de las letras hispanas y la mayoría de los medios la han puesto por las nubes; por otro, leí un par de reseñas que la ponían más o menos a parir (según expresión castiza y cipotuda, como también se dice ahora).
¿Acaso ésta es una mala novela por su argumento? Veamos: la historia, en principio bastante sencilla, se desarrolla mientras la protagonista convalece en un hospital neoyorquino a comienzos de los 80, en plena eclosión del SIDA (circunstancia que parece va a tener cierta relevancia pero luego, no tanto), al que su madre, a la que no ve desde varios años atrás, acude para cuidarla. Nos vamos enterando de varias cosas: que hay mal rollo entre hija y padres y entre yerno y suegros. Que la protagonista se crió en una pobreza casi extrema, en una granja de Illinois, de donde salió para nunca más volver. La madre además, pasa el rato contando anécdotas, bastante insulsas, sobre conocidas a las que les ha ido mal en su matrimonio y la prota, Lucy, va rememorando episodios de su infancia. Poco a poco, de una manera aparentemente indirecta -pero ya se encarga la autora de remarcarlo todo-, nos vamos enterando de que en su historia, además de esa pobreza traumatizante, también se oculta un pasado de malos tratos y quizás incluso algo más turbio...
Bien, es evidente que la trama no es trepidante, que digamos, pero eso tampoco es necesario en una buena novela. ¿El problema está entonces en que estamos ante una historia que habla de sentimientos, de pérdidas, de carencias afectivas? Por supuesto que no, que uno será un machirulo heterosexual y todo eso, pero también tiene su corazoncito... ¡Ah ya, entonces lo que ocurre es que las protagonistas son mujeres y ves la novela como inequívocamente femenina! Hombre, ¿a estas alturas con eso? Por favor... No, la razón fundamental por la que ésta es una mala novela es por estar escrita con el cu... perdón, no quiero ser grosero: está escrita con el pompis. Y da lo mismo si el susodicho pompis pertenece a una escritora norteamericana ganadora del Pulitzer que al más pringado juntaletras español o chino: un libro escrito con dicha parte del cuerpo nunca puede ser bueno.
Para empezar, la estructura de la novela, aparte de irregular, resulta desganada, indolente... de forma más acentuada -y significativa- según avanza la narración: junto a capítulos con un desarrollo bien organizado, encontramos otros de apenas unas cuantas líneas en los que no se cuenta nada. NADA. Ni siquiera el consabido recurso de "historias dentro de la historia", en principio prometedor, tiene demasiado interés; los cotilleos que cuenta la madre sólo sirven para ahondar en su semblanza de una mujer amargada y afectivamente pétrea.
El estilo es aún peor: exceptuando algún aislado momento de mayor brillantez (o quizás brillen en comparación con la ganga que les rodea),el tono general es pedestre, ramplón, ahíto de conjunciones y repeticiones (este truquito, el de repetir varias veces una frase o parte de la misma, es muy útil, como con total acierto señala Olmos en su reseña, para sugerir una profundidad que no existe), buscando una naturalidad impostada, una falsa sencillez.
-Bueno, pero es lógico, si la protagonista-narradora salió de una granja misérrima del Medio Oeste...
-Sí, pero luego fue a la universidad con una beca y sobre todo, ¡se supone que se convierte en escritora! ¿No debería cuidar un poco más su prosa? (esto me pasa, por cierto, por incumplir la norma de no leer novelas protagonizadas por escritores).
-Pero es que en esta novela lo relevante no es lo que aparece escrito, sino justo lo que NO aparece...
-No, si eso ya se nota... Una excusa más para la VACUIDAD. Además, todos conocemos a personas que parecen muy inteligentes por ser silenciosas... hasta que un día abren la boca. Pues aquí ocurre algo parecido...
Con todo, lo peor no es que esta novela sea pésima; incluso tienen algunos momentos salvables -básicamente, los recuerdos de infancia de Lucy- que nos dejan ver lo que podría haber llegado a ser. Lo peor es que es una novela poco honesta. Primero, porque se utiliza con ánimo sensiblero el tema, ya algo recurrente, del maltrato infantil... ¿me tiene que gustar una novela por eso? ¿Me tengo que sentir culpable si no me gusta? Eso se llama CHANTAJE. Después, porque me parece evidente que doña Strout, tal vez acuciada por los plazos de entrega al editor, se ha limitado a pasar a limpio alguna libreta de notas o archivo de Word, lo que sea, con apuntes para una novela, hilvanar los fragmentos con ese "estilo  falsamente natural americano" y chin-pún; a pasar por caja. Que los principales medios de comunicación españoles y algunos renombrados miembros del gremio literario hayan picado el anzuelo, no deja de asombrarme. O bueno, quizá no...
En fin, ya he reseñado una novela que me parece más mala que el sebo. Y la verdad, no me he quedado para nada satisfecho; más bien todo lo contrario: me sigue dando rabia haberla leído.


Otros títulos de Elizabeth Strout reseñados en Un Libro Al Día: Olive Kitteridge

viernes, 25 de noviembre de 2016

Reseña Interruptus. Emmanuel Carrère: Bravura

Idioma original: Francés
Título original: Bravoure
Traducción: Jaime Zulaika
Año de publicación: 1984
Valoración: Decepcionante

Antes de leer esta reseña, consulte a su médico o farmaceútico. No, perdón. Antes de leer esta reseña, recordad que se admiten contrarreseñas. Es más, estaríamos encantados de recibirlas.

Al lio. He dejado este libro en la página 120. Vale que tiene 350 páginas, que a lo mejor he pecado de precipitación o que en las 230 restantes quizá todo cobraba sentido para hacer de este libro una obra maestra, pero la verdad es que no me apetecía continuar. Hay mucho por ahí que leer.

Sé que las comparaciones son odiosas, pero cuando uno ha leído otras obras de Carrére tan buenas como "Limonov", "El adversario" o "Una novela rusa", tiende a comparar y, desgraciadamente, "Bravura" no está a la altura, ni de lejos, de ninguna de ellas. Ni tan siquiera se acerca, en mi opinión, a "El bigote", que es sensiblemente inferior a las anteriores y que fue publicada dos años después de "Bravura".

Y eso que, a priori, el punto de partida parece interesante. Porque el libro comienza hablando de John William Polidori, aspirante a escritor, licenciado en medicina a los 19 años y acompañante (y secretario) durante un breve espacio de tiempo de Lord Byron o Mary Shelley. Y parece que va a continuar con la historia de su caída en desgracia y de su derrumbamiento, hasta el punto de acabar Polidori viviendo en la miseria y convertido en un adicto a los opiaceos, debido a lo que el considera una doble usurpación (la de la idea del Frankenstein de Shelley y la de la publicación de su único relato bajo el nombre de Byron).

Pero no. Lo que parecía que iba a ser un libro semejante a obras posteriores del autor, la novelización de la vida de un sujeto real de lo más interesante, pasa a ser una novela gótica o romántica con elementos de ciencia-ficción. Esto, por sí solo, no tiene que ser algo negativo. El problema es cómo se lleva a cabo. Para esa transción comienza un juego de espejos reiterativo y absurdo, el argumento se retuerce de forma inverosímil por momentos, la narración se estanca y da la impresión de que no se va a llegar a ninguna parte, de que algo se te ha escapado por el camino. 

Llevas 80 páginas con una sensación extraña. No entiendes dónde quiere llegar el autor ni el camino que ha elegido. Se te está haciendo cuesta arriba. Pero es Carrère y decides seguir. 20-30-40 páginas más. La misma sensación continúa. No ves una salida porque el libro sigue dando vueltas en círculo. No le encuentras sentido. Te preguntas: ¿por qué no habrá seguido este hombre con la historia de Polidori, que tan curiosa parecía? Compruebas horrorizado que aún queda más de la mitad del libro y, con gran dolor de corazón y de bolsillo, decides dejarlo para otra ocasión. O no, ¡quién sabe!

Para terminar, una pregunta que cada cierto tiempo me asalta: ¿Por qué las editoriales (en general) se empeñan en exprimir el jugo de autores de reciente éxito con la publicación de sus obras de juventud, las cuales en muchos casos no están a la altura?

Otros libros de Emmanuel Carrère en ULAD: Una semana en la nieveYo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Philp K. Dick 1928-1982. El bigoteEl adversarioEl reinoDe vidas ajenasLimonov

jueves, 24 de noviembre de 2016

Camilo José Cela: La colmena

Idioma: castellano
Año de publicación: 1951
Valoración: imprescindible (en principio)


Con motivo del centenario del nacimiento de Camilo José Cela la Real Academia Española de la lengua -de la que él fue miembro- y la editorial Alfaguara -que fue fundada por él- han decidido sacar una edición crítica de la novela La colmena, considerada de forma mayoritaria como su mejor obra. Edición que cuenta con los consabidos prólogos y estudios sesudos y, sobre todo, con la gran novedad de un añadido titulado La colmena inédita en el que constan aquellos párrafos expurgados en su momento por la censura franquista y que, por tanto, aún no habían visto la luz. Hay que explicar que, al parecer, Cela, que había sido cocinero antes que fraile, utilizó en este caso el truco, también repetido por otros escritores y guionistas de tan infausta época, de colocar de cuando en cuando en su novela pasajes deliberadamente "escandalosos" -por lo general, de contenido sexual bien explícito-, para que se cebaran con ellos los censores y dejaran pasar otros de un transgresión (teniendo en cuenta la pacatería nacional-catolicista) más sutil. Aún así, la novela fue primero publicada en Buenos Aires en 1951 y no sería hasta 1963 (siendo Ministro de Información Manuel Fraga, con quien parece que el escritor hacía buenas migas) cuando pudo publicarse de forma completa en España (pero sin los escabrosos párrafos suprimidos y publicados ahora en el apéndice, claro está). 

La razón por la que al régimen franquista no le parecía conveniente la publicación de aquella obra parece obvia: La colmena se nos presenta un fresco (perdón por el tópico) de la sociedad española o al menos madrileña durante los años más duros de la posguerra civil.  Y el panorama no es demasiado halagüeño, como es de suponer... Por la prosa entre sobria y costumbrista, siempre algo distante, de Cela, vemos pasar un plantel innumerable de personajes (bueno, en realidad unos trescientos, por lo visto), con mayor o menor protagonismo, pero todos con su momento de "gloria": alrededor del café de doña Rosa, del burdel de doña Jesusa, de la tahona del señor Ramón, por las calles de un Madrid de aire desolado, se entrecruzan poetas desharrapados, prostitutas y mantenidas, jóvenes vividores, estraperlistas, camareros y limpiabotas, guardias y criaditas, señoritas decentes, señoritas no tan decentes, opositores jetas, alcahuetas, mariquitas, serenos gallegos, honrados comerciantes, usureros, músicos, militares...  todo un despliegue entomológico que Cela parece estudiar con una pinzas y un alfiler en la mano para clavar a sus ejemplares a un corcho. Aunque a decir verdad, el título no me resulta muy bien puesto: más que una colmena, que da idea de un orden y una organización sincronizada a la perfección -"novela reloj", le llamaba él a ésta-, lo que recuerda la novela es a una gusanera triste y pútrida en la que los bichos se retuercen sobre la herida abierta que era la España de aquel momento.

Y tampoco está perfectamente representada la sociedad de la época: como se ha señalado alguna vez, no aparecen ni miembros de la élite vencedora en la guerra (se entiende que eso tampoco habría pasado la criba censora), ni tampoco de la clase obrera industrial -y mucho menos organizada políticamente, por el mismo motivo que el caso anterior-, en todo caso, hay trabajadores subalternos: camareros, planchadoras... o directamente representantes del lumpenproletariat. La sociedad que retrata Cela es sobre todo la de la pequeña burguesía o clase media en una situación de equilibrio inestable. Algo parecido ocurre con los muchos personajes femeninos que aparecen en la novela; la mayoría, o son "mujeres de la vida", o jóvenes en plena ebullición hormonal engañadas por charranes o, si son mujeres de cierta edad, componen un repertorio de viejas arpías, beatas, tontas del bote o dementes... En fin, es comprensible que la visión sobre la mujer que podía tener un escritor español y franquista en los años cuarenta no fuese igualitaria y mucho menos feminista; obviamente, tampoco se trata de que una obra literaria lo sea por decreto. Pero puesto que hablamos de una novela coral por antonomasia (inspirada, por cierto, en Manhattan Transfer, según parece), hubiera sido de agradecer un poco más de apertura de miras, de forma que no nos dejase, al leerla, la impresión de hallarnos ante un catálogo de descripciones misóginas. Aunque tal vez esta tendencia sea tan sólo resultado de la tensión que la miseria sexual del momento producía en el escritor y es de suponer que en sus coetáneos... Miseria sexual que se une a la miseria económica e incluso moral que exudan las páginas de esta novela y que la recubren como una capa aceitosa, como un pringue... Sí, quizás sea esa miseria general -y ya digo que no en último término, precisamente, la referente al sexo- el verdadero tema y motor del libro.

Ahora bien, no quiero ser injusto y dejar una impresión equivocada sobre la novela a quien no la haya leído: también se pueden encontrar aquí un humor irónico, cuando no socarrón, ciertos momentos de ternura y, a pesar de la mirada displicente del autor, no poca admiración hacia la resistencia, algo cazurra si se quiere, incluso pasiva, pero incombustible y tenaz, de la que es capaz el ser humano contra la adversidad. Y sobre todo, una de las mejores prosas que se cristalizaron en el siglo XX en España (otra cosa discutible es si cela la consiguió repetir, antes o después de esta novela). En definitiva: ¿nos encontramos ante un libro imprescindible? Pues depende: dentro de la narrativa española, sin duda; si hablamos de la narrativa en español, seguramente también. Pero si nos referimos a la Historia de la literatura mundial, no lo tengo tan claro... es posible y hasta probable que no lo sea. Lo que no significa, claro está, que no merezca la pena leer este libro; todo lo contrario.

Otras obras de Camilo José Cela reseñadas en Un Libro Al Día:  La familia de Pascual DuartePabellón de reposo

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Colaboración. Lauren Groff: En manos de las furias

Idioma original: Inglés
Título original: Fates and furies
Traducción: Ana Mata Buil
Año de publicación: 2016
Valoración: Decepcionante

Debo reconocer que tengo tendencia a desconfiar de los super-ventas, de los libros altamente recomendados en medios de comunicación habituales, o los muy promocionados, puesto que: en primer lugar, como es obvio, no tienen por qué encajar con mi gusto particular, y, en segundo lugar, me despiertan cierto recelo. Así que cuando compré este libro era consciente del riesgo que estaba asumiendo. Había oído hablar poco de él, pero sí había leído que se trataba de un libro finalista al National Book Award, mejor novela del año en Amazon y mejor novela del año según Barack Obama (ni más ni menos!). ¿Qué podía salir mal?

Pues la verdad es que no pocas cosas, incluso me atrevería a decir que demasiadas.

Empezaré por la forma en que Lauren Groff narra el libro, de un cariz forzadamente “marquetiniano” hasta el punto de mezclar el papel de narrador con el de creador de la historia:
"La llovizna se convirtió en una tormenta de gotas gordas. Se apresuraron a cubrir la última porción de playa.
[Dejémoslos aquí suspendidos en el aire, en una imagen mental: delgados, jóvenes, atravesando la noche hacia el calor del hogar, volando por la arena y las piedras frías. Ya regresaremos a ellos. De momento, él es el único de quien no podemos apartar la mirada. Él es quien brilla.]"
Particularmente, como lector, me gusta reconstruir las situaciones, manejar los tiempos y no sentirme tratado como una marioneta. La cuestión es, ¿qué pretendía la autora moviendo los hilos de sus personajes de forma tan evidente? ¿Estaría ya buscando la adaptación al cine?

En cuanto al estilo, la autora intenta transmitir una proximidad narrativa acercándose al lector dándole una apariencia de lectura “fácil” (o facilona en este caso) pero lo hace de forma tan evidente, tan forzada, que consigue justamente lo contrario. La forma de escribir de Lauren Groff y las palabras elegidas, especialmente en los párrafos iniciales del libro, ya dan una muestra clara de su estilo, utilizando un lenguaje tan ridículo que provocan vergüenza ajena. La manera en que la autora narra las escenas románticas o sexuales es tan acaramelada y dulzona que llega a ser incluso empalagosa. Leed la contraportada del libro y veréis de qué hablo. Ni Federico Moccia en uno de sus días menos inspirados llegaría a ese extremo.

Todo esto podría tener un pase si la historia que nos explica fuera buena. Pero ni eso. El libro es un despropósito en su conjunto, sin pies ni cabeza y totalmente inverosímil. La autora realiza saltos temporales sin marcarlos, la personalidad que se le quiere dar a los protagonistas no me la creo ni de lejos, algunos de los personajes no transmiten nada, no tienen alma; y no hablemos ya de la estructura narrativa: no se puede pretender ir de menos a más introduciendo elementos al final del libro de forma precipitada y sin ton ni son. Y como no quiero explicar lo que ocurre en el libro, no me extenderé en qué cuenta la segunda mitad.

Para comentar algun aspecto positivo del libro (creo que en todo libro hay alguno), sí que le reconozco a la autora que entre las páginas 150 y 200 tiene momentos en que parece que sí, que coge el tono y en cierto punto hasta despierta interés. Lamentablemente acaba rápido.
  
Le hubiera puesto hasta peor valoración aún, pero hay una única cosa que sí tiene de buena el libro: te fuerza a que lo quieras acabar, ni que sea únicamente para ver como acaba tal despropósito. Ya dicen que “la curiosidad mató al gato”; en este caso “mató” a un lector.

Resumiendo, lamento haber hecho caso a la maquinaria propagandística y haber leído este libro. Gana el marketing, pierde la literatura.



Autor: Marc Peig

martes, 22 de noviembre de 2016

J. D. Salinger: Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción

Idioma original: inglés
Título original: Raise High the Roof Beam, carpenters and Seymour: An Introduction
Año de publicación: 1955-1959-1963
Traducción: Aurora Bernárdez
Valoración: imprescindible

Antes de que se líe la polémica a costa de la valoración aquí expresada sobre esta novela compuesta de dos: la cuestión es que se hace difícil valorar una novela como ésta hasta no ver como se integra en la obra total de su autor, y la cuestión es cómo resulta imposible o demasiado incoherente revisar valoraciones de lecturas previas por los motivos que sea, y que, encima, con el largo recorrido de clásicos como éste, pues la mera indagación en la red da, curioso, para leer todo tipo de opiniones, incluída, cómo no, la de que ésta fuera la peor novela de Salinger, incluso, la que, con su fracaso comercial, actuara como espoleta de su decisión de retirarse de la luz pública, dedicándose por tanto a partir de ese momento, a escribir, dicen, obras de las que nada se sabe, y a inflar, quizás de forma inconsciente, el enorme zeppelin de su mito.
Levantad... se compone de dos relatos, o quizás novelas cortas, que fueron publicados previamente. Ambos cuentan con el mismo narrador: Buddy Glass, uno de los varones entre los siete hermanos de la curiosa familia Glass, ya presente en la obra de Salinger y, a la postre, vertebradora de su narrativa. El primero de ellos, Levantad, carpinteros, la viga del tejado, cuyo título surge de las notas que, escritas con jabón en el espejo del único baño del hogar familiar, se dejaban los hermanos los unos a los otros. Un relato situacional que se va desarrollando de forma relativamente lineal (aunque en momentos hurga en pasado y anticipa el futuro, con lo que sabemos que el narrador lo está haciendo desde un inconcreto momento posterior), y que coincide con El guardián entre el centeno en esa descripción del lapso corto de tiempo que, se entiende, define y sintetiza un momento crucial en una existencia, y en ese retrato minucioso que se hace de él para proyectarlo sobre, o hacia el lector. Buddy asiste a la boda de Seymour, hermano mayor. Pero la boda no se celebra, Seymour no se presenta y, ya sabéis eso de los traslados en las bodas cuando has acudido a tu rollo, Buddy acaba metido en un automóvil, junto a familiares de Muriel, la novia, que despotrican sobre su hermano y especulan con los motivos de esa espantada. Seymour, poeta, profesor, enrolado en el ejército, compleja personalidad: desde los primeros párrafos sabemos que, en el futuro y con 31 años, ya casado, se suicidará en un viaje. Los ires y venires de la familia Glass, niños concursantes bajo seudónimos en programas televisivos, futuros dispares con pinceladas trágicas. Las contiendas de Japón y Europa al fondo, formando parte también del duro pasado de Salinger. Una semblanza de la sociedad neoyorquina de clase media, de raza blanca, de origen europeo. El día acabará con Buddy y los invitados en su apartamento, y con éste descubriendo la maleta de su hermano y leyendo el diario que se encuentra en ella.
Seymour: una introducción reprende en un momento en el futuro. Seymour se ha suicidado y Buddy custodia sus 184 poemas ante la posibilidad de seleccionarlos para ser publicados. Buddy empieza la narración con dos citas aclaradas a posteriori. Kafka y Kierkegaard. La narración es compleja, densa, a veces caótica pues empiezan a asomar de forma esporádica varias líneas de influencia. La relación entre autor y lector, en los dos sentidos. La personalidad de Salinger autor, aflorando, quizás ya consciente o meditando acerca de su decisión de aislarse. Vemos a Salinger proyectándose de forma alterna en los dos escritores presentes: en Buddy, novelista, en Seymour, poeta. Lo vemos afectado por la reacción ante sus escritos. También notamos la influencia de la fascinación tardía de Salinger por las culturas orientales, que ya se ha manifestado apenas en las primeras dos páginas del primer relato. Esa composición de detalles, junto al constante avance de la descripción que Buddy hace de su hermano, desconcertante, cercana, a veces chocante, como una bitácora de algo que está representando un esfuerzo, a la vez entrañable y desapasionada, con expresiones coloquiales, con intercambio de sensaciones livianas. A poco que uno haya seguido la narrativa norteamericana posterior, esa profundidad la encontraremos en futuras obras y su influencia, tintando novelas, que décadas más tarde, llamaremos maestras, seminales, colosales, pivotales. 
Salinger dejó de publicar tras este libro. Su párrafo final, "Ahora véte a la cama. Rápido Rápido y lentamente" parece un epitafio irónico, una despedida postergada o a la espera, de no sabemos qué, pero a tenor de lo leído, pues sí, nos gustaría, por qué no.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Tahar Ben Jelloun: El niño de arena

Idioma original: francés
Título original: L´enfant de sable
Traducción: Alberto Villalba
Año de publicación: 1.985
Valoración: Está bien


Hace unos días pude leer en la prensa un artículo sobre las ‘bacha posh’, niñas a las que en algunos lugares de Afganistán sus padres hacen pasar por varones durante su infancia para permitirles temporalmente el acceso a ciertos privilegios de los que carecen las mujeres. Por llamativo que sea, la práctica no parece ser tan excepcional cuando el marroquí Tahar Ben Jelloun fundó en ella, allá por los años 80 del siglo pasado y en un entorno geográficamente muy diferente, la que quizá es su novela más conocida.

Porque –lo han adivinado ustedes- el niño de arena es en realidad una niña. La notoria desigualdad entre hombre y mujer en el mundo musulmán da lugar a que la idea de no tener hijos varones constituya una especie de estigma, más allá incluso del efecto económico que pueden suponer los vástagos según sea su sexo. Ahmed es el nombre masculino que recibe esta niña, y será su único nombre. Su madre había dado a luz siete hijas, y el padre, sintiéndose humillado por ello, toma la decisión de que su octavo descendiente sea un hombre, por lo civil o por lo criminal. Habiendo nacido niña, Ahmed es vestida y educada como un muchacho, y el secreto se mantiene a ultranza en un círculo mínimo.

Pero, al contrario de lo que parece ser la práctica actual de este travestismo, en nuestra historia sus consecuencias no serán pasajeras –es decir, hasta la pubertad- sino duraderas e imprevistas. Con la edad, Ahmed empieza a ser consciente y asumir su paradójica situación, y decide continuar avanzando en ella, por curiosidad, tal vez por venganza. Como único varón a la muerte del padre, adquiere una posición relevante dentro de la familia, suscita la envidia y el resquemor de sus parientes, a la vez que comienza a plantearse preguntas fundamentales. Es el previsible conflicto interno entre su realidad física y su figura social, el cáncer de la mentira llevada hasta sus últimas consecuencias. Sobre este argumento, Jelloun tampoco deja pasar la ocasión para poner en tela de juicio normas y costumbres ligadas al credo musulmán, obviamente con mayor énfasis en aquellos aspectos relacionados con la marginación de la mujer.

Sin embargo, la auténtica seña de identidad del relato se encuentra más bien en su forma. La historia adopta desde el primer momento un tono poético y simbólico, conducida por un narrador callejero que la expone en la plaza pública. Esta perspectiva entronca desde luego con ciertas tradiciones orales árabes, y resulta sugestivo, envolviendo la narración en un halo de leyenda. Disponemos enseguida de una segunda fuente, que es un supuesto diario de Ahmed, que aporta sensaciones subjetivas que ilustran la evolución de la protagonista. Pero pronto surgen nuevos intervinientes que interrumpen al narrador con versiones a veces cuestionables; y el repertorio se amplía a antiguos oyentes del relato, que improvisan diferentes desenlaces a la historia inconclusa, hasta que un viejo trovador asume la tarea en el tramo final.

De forma que tenemos voces diversas, y fuentes auténticas y apócrifas mezcladas, lo que constituye un planteamiento coral, con diferentes puntos de vista, en principio sumamente atractivo. Pero desgraciadamente creo que el autor no consigue manejar bien todos estos materiales. La dispersión consigue en parte generar ese eco de cuento legendario, pero a cambio la potente historia de Ahmed va quedando disuelta, desactivada, tragada por el protagonismo de sus propios narradores.

La fragmentación y la multiplicidad de perspectivas genera así confusión, de manera que lo que podían ser los dos grandes objetivos del relato quedan, al menos parcialmente, frustrados: la dura historia de la niña pierde contundencia (como denuncia, como prospección psicológica, como se quiera ver), y el interesante juego de voces complementarias/contradictorias no termina de sonar integrado al servicio de una idea clara.

Así que tenemos un libro construido sobre un buen argumento y con una atractiva propuesta formal que no carece de elementos interesantes, pero que, si subimos un tanto el listón de la exigencia, se queda quizá en tierra de nadie. Denuncia, prospección psicológica, aire de relato ancestral, tal vez demasiados ingredientes para una mano que no demuestra suficiente solvencia para hacerlos funcionar. Pudo ser un libro deslumbrante y se quedó en una amalgama en la que se atisban cosas, pero que no fragua en algo realmente importante.

También de Tahar Ben Jelloun en ULAD: El retorno

domingo, 20 de noviembre de 2016

Alejandro Amelivia: Como meteoritos

Idioma original: Español
Año de publicación: 2015
Valoración: Recomendable

Nueve relatos escritos en diferentes momentos componen el debut en solitario de Alejandro Amelivia, en el que desde las primeras páginas se observa, de forma clara, la influencia de Raymond Carver (¿el mejor escritor de relatos del siglo XX?) o de Richard Ford. Y es que "Como meteoritos" es un libro "muy norteamericano", tanto por la ubicación geográfica de la mayoría de los relatos que lo componen como por estilo y por temática.

Los relatos se sitúan, principalmente, en lo que conocemos como "América profunda". Aunque no se mencionan lugares específicos, las referencias son claras: carreteras interestatales, gente viviendo en caravanas, moteles, whisky...
El estilo es casi minimalista, marcado por frases escuetas, escasas descripciones y abundancia de diálogos. Y en cuanto a la temática, los relatos nos presentan mayoritariamente a perdedores (¿suena mejor antihéroes?) en situaciones que parecen cotidianas, pero que contienen una violencia, a veces en estado embrionario, a veces más patente, que poco a poco va emponzoñando la situación. Son relatos en los que la crueldad y la maldad, de forma explícita o no, sea por desesperación o miedo, están también muy presentes.

En “La chica de mis sueños” nos encontramos con un "perdedor de manual" que, a través de los sueños y de la intercesión de un tercero, trata de acabar con su frustración mediante la venganza de su ex.mujer y su nueva pareja.

En “Kentucky Gentleman”, uno de los mejores y más crudos relatos del libro, volvemos a estar ante personajes pasados de rosca en un entorno marcado por la pobreza, la falta de expectativas y la violencia.

“La fatiga de los materiales” y “Estrella blanca”, algo más flojos que los anteriores, varían en cuanto a las voces. Aquí son tres personajes que van contando sucesivamente la historia. En el primero, destaca el paralelismo que se establece entre una casa que se cae a pedazos y un matrimonio que se derrumba, mientras que en el segundo destacan los sentimientos de soledad y de culpa que transmiten los personajes. Quizá en ambos se eche en falta una mayor diferenciación entre los distintos narradores.

“Vecinos de Hawthorne” es otro de los relatos destacados. En el, un desconocido llega a un pueblo en el que los forasteros no son bien recibidos y se pone a trabajar para otro hombre que llegó allí diez años atrás. A su llegada, comienzan a ocurrir desgracias y el pueblo comienza a sospechar. Un relato potente sobre el miedo a lo desconocido, con estructura circular y un buen final.

“Todos los detalles” es un relato que repite la estructura circular del anterior en el que el protagonista vuelve a ser otro “perdedor” que debe enfrentarse a sus miedos. El punto de partida es interesante, aunque se vea lastrado por una cierta previsibilidad.

“En el borde del claro” vuelve a hablar sobre el miedo a lo desconocido y a cómo actúan las personas en situaciones de tensión, pero quizá sea el más flojo de la colección. Casualidad o no (no lo sé), pero es el único relato que se sitúa fuera de los Estados Unidos.

“Madera de tulípero” vuelve al tema de la violencia (larvada, en este caso) y da paso a uno de los mejores relatos del libro,”Ya nadie recuerda nada”, con el pasado que vuelve, el miedo, la muerte y la violencia como ejes del mismo.

En resumen, "Como meteoritos" es un libro de debut interesante de un autor que parece encontrar su mejor versión en los relatos más ásperos, más crudos, relatos que seguro son de vuestro agrado si os gustan Carver (salvando las distancias, eso sí, porque Carver son palabras mayores) y el "realismo sucio".

sábado, 19 de noviembre de 2016

Franco Berardi (Bifo): La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global

Resultado de imagen de la fabrica de la infelicidad amazonIdioma original: italiano
Título original: La fabbrica dell'infelicita'. New economy e movimento del cognitariato
Año de publicación: 2001
Valoración: Recomendable por su contenido


Fue más o menos en el cambio de siglo cuando comenzamos a sentir toda la dimensión del vértigo. La técnica nos sobrepasaba, adoptaba formas insólitas, y eso repercutía en todos los ámbitos, individual, social, económico, laboral, pedagógico, político… Un fenómeno global que hemos tenido que asimilar poco a poco, unas veces encantados de la vida, otras fastidiados –y a veces hasta alarmados– por sus consecuencias, tanto por las que contemplamos a diario como por esas que aún no podemos prever.
Precisamente de globalidad y consecuencias puede hablar largo y tendido el profesor Franco Berardi, filósofo nacido en Bolonia, que ha conseguido trazar en sus obras un amplio panorama de las circunstancias actuales diferenciándolas de las que, originadas en la civilización industrial, se han mantenido vigentes hasta hace unas pocas décadas.
Este ensayo, teniendo en cuenta todo lo que ha llovido desde entonces, debería haberse quedado obsoleto. Lo parecería, incluso, si nos quedásemos en la anécdota de que refleja una actualidad próspera donde la crisis ni siquiera asoma por ningún horizonte visible. Si supera ese enorme escollo es gracias a dos (meritorios) rasgos. Primero, el examen riguroso –y por completo vigente en nuestros días– de todos los aspectos destacables del nuevo orden social, donde se establecen los fenómenos transformadores, analizando relaciones de causa-efecto. Y en segundo lugar, pero no menos importante, el adelanto de lo que ocurriría años más tarde, reiterado en varias ocasiones y reflejado con una lucidez claramente premonitoria.
Constata Berardi que la implantación de la tecnología digital en la producción de bienes de todo tipo ha transformado los esquemas que definían al capitalismo tal como lo conocíamos, el que surgió de la civilización industrial. Queda claro que el valor fundamental de las transacciones actuales es el conocimiento, en sus dos vertientes: la innovadora y la meramente productiva. El trabajo intelectual digitalizado se encuentra a cargo  de una nueva clase que el autor denomina cognitariado. Ello implica que sus productos se hallen reducidos a bits –unidades puramente inmateriales–, que las unidades de producción se encuentren en gran parte desterritorializadas (lo que convierte en irrelevante el papel de los estados y traslada el trabajo físico a las zonas deprimidas mientras el intelectual se disemina y crea en los sujetos la ilusión de la autonomía productiva), que no estén vinculadas a ningún horario concreto ampliando su duración hasta el infinito, que la velocidad de la información sea ilimitada mientras la capacidad de emisores y receptores humanos continua siendo la misma –lo que produce una sobrecarga mental con consecuencias diversas– y que determinados intercambios sean totalmente ajenos al concepto de propiedad privada, de ahí que el valor de la fuerza productiva sea mucho menos cuantificable.

“… cuando el bien es un programa informático, una composición musical, una película o un proceso técnico, y es reproducible en formato digital, no identificable, no único, y puede ser disfrutado al mismo tiempo en varios lugares por diferentes personas sin quitarle nada a nadie, la noción misma de propiedad empieza a parecer evanescente y arbitraria.”

Tal cataclismo en los hábitos productivos y comunicativos produce además la destrucción de algunos mitos. El de la célebre mano invisible, tan aclamado por el neoliberalismo, que  no desemboca en el libre mercado como se aseguraba, sino en la proliferación de monopolios; el de la felicidad producida automáticamente por la economía en red; el de la inmunidad absoluta de los trabajadores virtuales –mito que se evaporó a partir del 11S–, el de la imposibilidad de que el cognitariado, a diferencia de otras clases, pueda ser despedido o marginado, de ahí la necesidad de acuñar un término cuyos vínculos semánticos son más que evidentes.
Se establece un difícil equilibrio entre el máximo de infelicidad soportable –por causa de la competencia, la culpabilización y el fracaso– para mantener la estabilidad del sistema y una felicidad no excesiva que asegure la adhesión. De ahí que denomine semiocapitalismo a la actual forma de vida y le añada fábrica de la infelicidad como sobrenombre.

“[Los] seres humanos están atravesando una fase de reprogramación neurológica, psíquica, relacional. El hardware de los organismos bioconscientes está en fase de mutación, de rediseño acelerado.”

En un mundo mercantilizado y consumista, donde el discurso político establece la felicidad como un estado casi obligatorio se produce, sin embargo, una anulación de la empatía, una progresiva indiferencia por lo que le suceda a los demás. (Desolidarización generalizada según la expresión de Berardi).
Un texto perspicaz, y por tanto necesario, para entender muchas de las claves del siglo que, por desgracia, peca de reiterativo, desorganizado y abstruso. Haría falta mayor sistematización y mayor claridad expresiva para disfrutar de toda la claridad de estas ideas.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Mathias Enard: Brújula

Idioma original: francés
Título original: Boussule
Año de publicación: 2015
Traducción: Robert Juan-Cantavella
Valoración: bastante recomendable

Siria, Turquía, Irán, Egipto... ¿qué nos traen a la cabeza los nombres de estos países? Vale, no hace falta que nadie conteste; cualquiera que vea los informativos de la tele sabe que las noticias que llegan de por allí no son precisamente halagüeñas: guerra, atentados, integrismo religioso, yihadismo, inestabilidad, éxodo de refugiados... Esa es la percepción que tenemos ahora mismo de ese Oriente Próximo. Pues bien, el francés Mathias Enard se ha propuesto con esta novela dar la vuelta a esa imagen de lo "oriental" (amigos uruguayos, no va por ustedes: es por emplear el mismo término que el escritor; en apariencia más vago, pero en realidad más inclusivo y hasta preciso que "árabe" o "musulmán"). Lo que pretende Enard es demostrarnos que entre Oriente y Occidente ha habido, al menos durante los últimos doscientos años, un diálogo constante, un juego de espejos en el que se han reflejado mutuamente las imágenes concebidas sobre el otro... aunque en verdad la novela se limita a dilucidar sobre esa idea de lo "oriental", generalizada hasta el punto de que incluso las propias sociedades actuales de esa zona del mundo, parecen haber asumido, en buena medida, la concepción occidental de la misma.

Desde luego, Mathias Enard está más que bien pertrechado para la tarea: orientalista también él, ha vivido en los países de los que habla en la novela y domina las lenguas árabe y persa (además de hablar el castellano mejor que yo y creo que también el catalán). En consecuencia, el despliegue erudito -pero sin llegar a la pedantería- de referencias culturales variadas resulta impresionante: por la novela desfilan orientalistas ilustres como los austríacos von Hammer-Purgstall, o Alois Musil (primo de Robert),alemanes como Friedrich Rückert y Max von Oppenheim, franceses como Charles Mandrus, traductor de Las mil y una noches, el padre Antonin Jaussen o el teórico racista conde de Gobineau; incluso el palestino Edward Said... pero también escritores y, sobre todo, poetas en diversas diversas lenguas: Annemarie Schwarzenbach (a medio camino con el apartado anterior), Georg Trokl, Osama Ibn Munqidh, Ernst Bloch, Ibn Arabi, Badr Shakir Al Sayyab, Kafka, Chateubriand, Dick al-Djinn, Marcel Proust, German Nouveau, Parviz Baharlou, Suhawardi, Thomas Mann, Nietzsche, Washington Irving, Sadeq Hedayat, Hafez al Shiraz, Heine, Flaubert, Henry Levet, Fernando Pessoa -Álvaro de Campos mediante-, Balzac, Goethe, Faris Shidyaq, Omar Jayam... Por último, y por razones inherentes a la novela, también un buen número de músicos, clásicos y contemporáneos: Félicien David, Karol Szymanowski, Julien Jalaleddin Weiss, Henry Rabaud, Hasbeyov, Bizet, Doménico Scarlatti, Franz Liszt, Mendelsohn, Wagner... y por encima de todos, Beethoven. ¿Son muchos nombres? Pues me he dejado unos cuantos...

El hilo que utiliza el autor para hilvanar todas estas referencias culturales, así como las recurrentes alusiones al reconocimiento de la "alteralidad" y la "construcción común" de un imaginario (glups... ahora que lo pienso, espero que este libro no lo lean los muchos inquisidores del anti-buenismo, o está apañado, el pobre Enard... Bueno, no; no creo que lleguen a leerlo), es la figura de un musicólogo orientalista vienés, Franz Ritter, que a lo largo de una noche de insomnio va desgranando toda una serie de disgresiones sobre esta fascinación occidental por Oriente, así como los recuerdos de sus vivencias en estos países... motivadas, en buena parte, por su prolongado enamoramiento por Sarah, que no es una moderna Scherezade, sino una especie de Lisa Simpson pelirroja y parisina, también orientalista, ella. Es la historia de estos personajes, más algún que otro secundario (Bilger el arqueólogo loco, Faugier el opiómano), lo que convierte al libro en una novela, y no en un ensayo o incluso un libro de viajes. Un viaje siempre hacia el este, siguiendo la brújula del protagonista, que marca ese punto cardinal, hacia el Oriente como metáfora del ansia vital, de la huida de la inmovilidad que prefigura la derrota y la muerte. Individual pero también cultural, colectiva. Ahora bien: si el bueno de Franz está bien definido y trazado (qué menos, si toda la novela se desarrolla a través de un monólogo en primera persona), representado como un entrañable y melancólico pagafantas con lecturas, la trama que le une con Sarah y a ambos con los demás personajes no resulta demasiado convincente. 

En mi opinión, quizás sea éste el punto débil de la novela, aunque no debió de parecérselo así al jurado que le concedió el premio Goncourt en el pasado 2015. Como, acostumbrado a los entrañablemente amañados premiso españoles, esto de los que se conceden en otros países me pilla un poco fuera de juego, no opinaré si esta concesión fue la más adecuada o no. En todo caso, sí que me parece justa. Brújula es un libro magníficamente escrito, muy interesante y, al menos para mí, ha sido grato de leer (aunque ya aviso que no me parece que la "gran historia de amor", como ha sido definida en algún medio, sea aquí lo más importante). Hasta qué punto se puede considerar una novela o no, es otra cuestión, pero, tratando como trata de la mixtura creativa, de la rotura de los compartimentos estancos en los que nos empeñamos en encerrar la diversidad de los elementos culturales, de la mezcla entre distintas concepciones del mundo... tampoco creo que eso tenga demasiada importancia.


Otros títulos de Mathias Enard reseñados en Un Libro Al DíaZona

jueves, 17 de noviembre de 2016

Llàtzer Moix: Queríamos un Calatrava

Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable

Salvando las distancias, y supongo que por el motivo de haber sido publicados en la misma colección de Anagrama, este libro me recuerda dos soberbias obras de Kapuscinski: El emperador y El sha o la desmesura del poder.
Por la mera cuestión del ego que se sale de sus cauces, por la pérdida de contacto con el suelo que supone la elevación del individuo por encima del resto de sus congéneres. A pesar de las virtudes que uno pueda atesorar. Y si Kapuscinski hablaba de iconos del poder como Haile Selassie o Reza Pahlevi, aquí Moix acude a un personaje que nos es más cercano, menos influyente, aún vivo, aún activo profesionalmente, lo suficiente para, si este libro tuviera mucha repercusión, desautorizarlo con contundencia.
Queríamos un Calatrava es un minucioso recorrido por la vida y milagros de Santiago Calatrava, arquitecto mediático donde los haya (junto a Foster o Nouvel), estrella de un firmamento limitadísimo y asociado a una época que ahora nos parece el pleistoceno pero que está ahí al lado. Tan al lado como que muchos erarios públicos aún pagan sus excesos, sus errores y sus aciertos, con los correspondientes intereses. No solo en el estado español, por eso: su proyección alcanzó una globalidad que ahora nos parece fascinante y casi inexplicable, pero ¿qué opinábamos en 1992 o en 2000 de él? Una suspicacia parecida me asalta al comprobar que el autor está muy vinculado al periódico barcelonés La Vanguardia. Medio experto en su acercamiento al poder más conveniente en cada momento, con la fantástica excusa de la pluralidad. No voy a empezar a buscar ahora cuántos "semáforos verdes" se le otorgarían al arquitecto valenciano en su momento, o a quienes decidieron embarcar los entes que gobernaban en su contratación. El tiempo es un canalla, y las hemerotecas, unas hijas de su madre.
Pero esta duda no ha de impedir disfrutar de este excelente libro. Una crónica que va pasando por cada uno de los lugares donde Calatrava ha acometido proyectos de importancia, esos que le permitieron alcanzar ese prestigio que, a tenor de lo aquí leído, parece estar perdiendo a toda velocidad. Moix habla del Calatrava persona, un arquitecto ambicioso y trabajador, hombre de familia que confía las finanzas a su esposa, que se cree "artista" y "creador" poniéndose por encima de lo "mundano" de ingenieros y materiales y, sobre todo, presupuestos y medios económicos. Aquí la profesión periodística de Moix se alza con la victoria en la obtención del equilibrio: datos y más datos, no de forma abrumadora y, creo, tampoco de forma sesgada. Las cuestiones son bastante objetivas, aunque el gusto por los edificios concebidos (creados, casi revelados) pueda depender de cada uno, mucho de lo aquí descrito es del dominio público. Los excesos visuales, los retrasos en la ejecución, los desvíos presupuestarios, las demandas judiciales, el deterioro prematuro. Unas cuantas fotografías a las que uno se va dirigiendo conforme se avanza en la lectura ejemplifican de forma inmejorable.
Las capas bajo estos párrafos, de estilo directo con puntuales escapadas hacia los aspectos técnicos (Moix es, también, crítico arquitectónico) muestran más detalles que los meramente visibles. En lo individual, aquello de la excentricidad y el mal trato con aquellos que vamos llamando "genios". Sus cambios de opinión, sus ínfulas, sus manías inexplicables, aquí sesgadas por la posibilidad, poco frecuente, de enriquecerse en vida gracias a sus obras. En lo colectivo, enorme mérito, esa estampa del mundo anterior a 2007, el despilfarro, la despreocupación, el "ya lo financiaremos y ya lo pagarán", lo que ha dado paso a esos políticos incautos que aún piensan en "superar" la crisis cuando deberían intentar "gestionarla", que queda retratada en el exceso, en la superficialidad por encima del sentido común, y en la absoluta despreocupación por los costes de la megalomanía, esa enfermedad congénita de los mandatarios: la obsesión por ver su nombre en una placa colgada en la pared de algún sitio donde los turistas acudan a hacerse selfies, con edificios blancos, llenos de costillares o pinchos, al fondo,

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Jorge Galán: Noviembre

Idioma original: Español
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable

Que en pleno siglo XXI un escritor deba huir de su país debido al contenido de una de sus obras puede significar, entre otras, varias cosas. A saber: que la libertad de expresión sigue firmemente amenazada, que la literatura puede ser una arma peligrosa para los poderosos, que su capacidad para remover conciencias permanece intacta y que, por desgracia, esa literatura de denuncia continúa siendo necesaria.

Todo esto viene a cuento a raíz del exilio en España del salvadoreño Jorge Galán, autor de "Noviembre". La obra tiene como eje el asesinato, hoy hace 27 años, el 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana (UCA), de los Padres jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, así como de Elba Julia Ramos y su hija Celina, que trabajaban para ellos. Este asesinato fue uno de los miles que se produjo durante la Guerra Civil que vivió El Salvador entre 1979 y 1992, aunque junto al de Monseñor Romero fue uno de los de mayor impacto mediático, en especial en España debido a la nacionalidad española de buena parte de las víctimas. Lo más sangrante de estos dos casos (y de otros muchos) es que ambos fueron perpetrados por miembros de las Fuerzas Armadas salvadoreñas o grupos tremendamente próximos a las mismas y que sus responsables intelectuales quedaron impunes.

Y esa impunidad es lo que trata de romper el autor. Y lo hace a través de entrevistas con personajes fundamentales en aquellos días y en aquellos acontecimientos, como el provincial de la Compañía de Jesús para Centroamérica, José María Tojeira, el teólogo Jon Sobrino o el ex-presidente salvadoreño Alfredo Cristiani, con quienes mantiene conversaciones de lo más interesantes por lo reveladoras que resultan. Mediante los testimonios ofrecidos por los entrevistados se reconstruyen los días y semanas previos y posteriores a la matanza y se recrea la sensación de impunidad que disfrutaban los asesinos, la impotencia, rabia y miedo de los compañeros de los asesinados, el clima de tensión que recorría San Salvador, etc.

Pero este no es un libro de entrevistas, como tampoco es una narración lineal. Comienza con los asesinatos y continúa con los funerales, los intentos de proteger a testigos, el papel vergonzoso de la embajada americana, etc, pero la linealidad se rompe y la narración se intercala con otros sucesos violentos de naturaleza similar ocurridos años atrás, así como con las historias de personajes vinculados, de una forma u otra, con la tragedia. 

Es este manejo de los tiempos, de los ritmos y de los diferentes escenarios una de las principales virtudes de la novela, hasta el punto de lograr mantener una tensión y un halo de misterio que hace sumamente entretenida su lectura. Otra de los puntos favorables del libro es que el autor cede la voz y la palabra a las personas a las que entrevista. El narrador sobrevuela la obra pero no acapara un protagonismo que pertenece a otros.

Aunque no podemos olvidar que su principal virtud está en la denuncia, en el testimonio y en la capacidad (¿o es obligación?) que tiene la literatura de poner sobre la mesa cuestiones olvidadas, de recuperar esa MEMORIA HISTÓRICA con la que tanto se llenan la boca políticos y prohombres y que, casi siempre, queda únicamente como título de una ley que no es otra cosa que un brindis al sol.

martes, 15 de noviembre de 2016

Antón Chéjov: La gaviota / El jardín de los cerezos

Idioma original: ruso
Título original: Чайка (Chayka) / Вишнëвый сад (Vishniovy sad)
Traducción: Augusto Vidal
Año de publicación: 1.896/1.904
Valoración: Recomendable


Empieza uno leyendo ‘La gaviota’ y de golpe aparecen unos diez personajes con nombres como Iliá Afanásievich Shamráiev, Nina Mijáilovna Zariéchnaia, o Yevgueni Serguiéievich Dorn, a los que Antón Pávlovich Chéjov llama casi siempre (tampoco siempre) por el apellido, pero que a veces (la mayoría) se llaman entre ellos por el nombre de pila, cuando no mediante diminutivos. O sea, todo un currelo para el lector abrirse paso en ese galimatías eslavo. Pero no importa. Dejamos la marca en el dramatis personae y con paciencia vamos consultando quién es quién. De momento, las sensaciones no son demasiado buenas: la primera impresión es la de unos individuos de clase acomodada, dedicados a las artes o a profesiones liberales, y de rasgos predominantemente anodinos. Vamos, que prometen pocas emociones.  

Pero los libros tienen a veces sus misterios. Porque a lo largo del segundo acto, o sea, más o menos a mitad del libro, sin darnos cuenta esos personajes parecen volverse nítidos, y ya casi los distinguiríamos en caracteres cirílicos. El grupo se ha reunido para presenciar el estreno informal de la obra teatral del joven Trépliov. Tras el rotundo fracaso, los asistentes mantienen charlas cruzadas, en las que distinguimos dos líneas principales: la de los amoríos más o menos soterrados y nunca correspondidos, y las conversaciones sobre literatura, que enfrentan a Trépliov con el reconocido escritor Trigorin.

Es llamativa la naturalidad con que se expresan los personajes, mostrando en conjunto un ambiente ligeramente decadente bajo el que discurren pasiones que casi siempre parecen pequeñas, propias de seres aburridos y velados por el cinismo. Pero lo más llamativo es la habilidad con la que Chéjov presenta la corriente argumental, incluso los sucesos más relevantes de la historia, no en escena, sino en un segundo plano. De hecho, el citado Trépliov, sobre el que pivota el resto del elenco, es seguramente el personaje que menos interviene, e incluso creo que ni siquiera llega a aparecer en el segundo acto.

Por lo demás, esos personajes que empezaron por parecer insípidos, acaban por constituir un cuadro interesante de su segmento social (que veremos mejor dibujado en el siguiente drama), y apuntan algunos elementos del ideario creativo de Chéjov.

Más interesante me resulta ‘El jardín de los cerezos’, donde se muestra a una familia aristocrática arruinada. Al hermano mayor, Gáiev, se le empieza a ir un poco la olla, y su hermana Liubov Andriéievna Raniévskaia acaba de regresar de París sin un céntimo. Así que, ante la inminencia del embargo, el comerciante Lopajin les propone algo tan moderno como una operación inmobiliaria: construir casas de veraneo para alquilar, en el jardín donde languidecen los viejos cerezos a los que nadie hace caso desde hace décadas. Sí amigos, no se trata de la España de principios del siglo XXI; esto es Rusia, y estamos en 1.904. 

La grieta económica define la crisis del viejo sistema y el choque con la llegada de los nuevos tiempos: mientras nuestros aristócratas hacen equilibrios para no perderlo todo, la burguesía –muchos de ellos descendientes de los mujiks- muestra su pujanza, y algunos de sus miembros se convierten en banqueros y prestamistas de sus antiguos amos. Entretanto, el estudiante Trofímov (un personaje ligeramente bohemio, que tiene que ver con el Trépliov antes comentado) elucubra sobre Rusia, critica sin piedad a sus intelectuales y clama por romper con su pasado, su brutalidad, su ignorancia.

De esta forma, el planteamiento queda mucho más patente que en ‘La gaviota’ –tal vez es también más simple-: el tal Trofímov es una especie de faro que, en una época donde se ponen en tela de juicio los fundamentos del sistema, intenta guiar hacia el camino correcto. A diferencia de sus amigos, parece haber entendido la situación, e intenta afrontarla sin verse superado. 

Como digo, las dos obritas constituyen dos retratos de esa sociedad rusa de principios del siglo XX en que las cosas parecen llamadas a cambiar, aunque las resistencias son poderosas y muy arraigadas. En ese contexto, personajes sumamente humanos intentan conservar sus sueños, alcanzar sus amores o hacer valer sus opiniones literarias o artísticas. El mundo se mueve, pero sus protagonistas están todavía perplejos y descolocados, deseando creer que pueden conservar algo de su antiguo estatus.

Otras obras de Anton Chejov en ULAD: Tres años

lunes, 14 de noviembre de 2016

Florian Illies: 1913. Un año hace cien años

Idioma original: Alemán
Título original: 1913. Der Sommer des Jahrhunderts
Traducción: María José Díez y Paula Aguiriano
Año de publicación: 2012
Valoración: Muy recomendable
 Enero 1913. Este es el mes en que Hitler y Stalin se cruzan durante un paseo por los jardines del palacio de Schönbrunn; Thomas Mann está a punto de salir del armario y Franz Kafka casi enloquece de amor.
Suena bien, ¿verdad? Pues esta es la primera frase del libro, con la que os podéis hacer una buena idea de lo que vais a encontrar en el. Y es que "1913. Un año hace cien años" es un recorrido por las cuatro ciudades adalides de la modernidad en 1913 - Viena, Berlín, Munich y París - con alguna pequeña incursión en los Estados Unidos. En este recorrido nos encontraremos con los principales integrantes de las vanguardias (artísticas, políticas y filosóficas) de la época, esa "era nerviosa" que definió Kafka, con especial  atención a literatura, pintura y teorías psicoanalíticas.

1913 fue, por ejemplo, de año de publicación de "Por el camino de Swann", el año del cubismo, del expresionismo alemán, de la ruptura entre Freud y C.G. Jung. Fue el año (o la década) de ese arte que pretendía arrancar al ser humano de su comodidad, de la obra de arte como algo revolucionario.

Así que la lista de personajes que pasan por las páginas de este libro es casi interminable. Robert Musil, Franz Kafka, Marcel Proust, Rainer María Rilke, George Trakl, Artur Schnitzler, Thomas Mann, Hermann Hesse... en literatura, Franz Marc, Ernst Ludwig Kirchner, Marcel Duchamp, Pablo Picasso, Georges Barque, Erich Heckel, Karl Schmidt-Rottluff, Egon Schiele, Oskar Kokoschka...en pintura, Sigmund Freud, C.G. Jung, Claude Debussy, Nijinski, o gente que en 1913 apenas eran nadie y que a lo largo del siglo jugarían un papel fundamental, como Bertold Brecht, Lenin, Hitler, Stalin o Trotski.

Una de las cosas que más llama la atención de libro (o de los personajes, más bien) es que la inmensa mayoría de los personajes están marcados por neurosis, dudas e indecisiones (¿Será esto un reflejo de ese mundo pre-Primera Guerra Mundial?). Pero el libro no se centra solo en estos aspectos más "truculentos". Junto a los miedos, traumas y dudas, asistiremos a sus exposiciones, leeremos sus manifiestos, veremos sus avances y estancamientos artísticos y amorosos, rupturas, filias y fobias, etc. Una novelada sucesión de acontecimientos reales que hará las delicias de los más mitómanos e interesados en la modernidad de principios del siglo pasado. Por cierto, si os creéis modernos leed este libro y luego me contáis.

Dos pequeños "peros" pueden ensombrecer ligeramente la valoración del libro. El primero, que tiene que ver con la nacionalidad del autor, es que se centra en exceso en las vanguardias alemana y austriaca, por lo que algunos de sus miembros nos puede resultar completos desconocidos. El segundo es el exceso de datos, que para un lector sin una cierta "formación en la materia" puede ser abrumador.

A pesar de esto, se trata de un libro muy interesante para tratar de comprender una época convulsa, en la que el arte se liberó de ataduras seculares y todo cobró una velocidad vertiginosa. Una época a la que la Primera Guerra Mundial puso fin, dando paso a otra más convulsa aún.

Nota: Los tres cuadros que se incluyen en la reseña fueron pintados en 1913 por algunos de los protagonistas del libro. A saber: "Bahía en la costa Fehmarn" de Ernst Ludwig Kirchner, "Violín y guitarra" de Pablo Picasso y "La torre de los caballos azules" de Franz Marc.