Título original: La fabbrica dell'infelicita'. New economy
e movimento del cognitariato
Año de publicación: 2001
Valoración: Recomendable por su contenido
Fue más o
menos en el cambio de siglo cuando comenzamos a sentir toda la dimensión del
vértigo. La técnica nos sobrepasaba, adoptaba formas insólitas, y eso
repercutía en todos los ámbitos, individual, social, económico, laboral,
pedagógico, político… Un fenómeno global que hemos tenido que asimilar poco a
poco, unas veces encantados de la vida, otras fastidiados –y a veces hasta
alarmados– por sus consecuencias, tanto por las que contemplamos a diario como
por esas que aún no podemos prever.
Precisamente
de globalidad y consecuencias puede hablar largo y tendido el profesor Franco
Berardi, filósofo nacido en Bolonia, que ha conseguido trazar en sus obras un
amplio panorama de las circunstancias actuales diferenciándolas de las que,
originadas en la civilización industrial, se han mantenido vigentes hasta hace unas
pocas décadas.
Este ensayo,
teniendo en cuenta todo lo que ha llovido desde entonces, debería haberse
quedado obsoleto. Lo parecería, incluso, si nos quedásemos en la anécdota de que
refleja una actualidad próspera donde la crisis ni siquiera asoma por ningún
horizonte visible. Si supera ese enorme escollo es gracias a dos (meritorios) rasgos.
Primero, el examen riguroso –y por completo vigente en nuestros días– de todos
los aspectos destacables del nuevo orden social, donde se establecen los
fenómenos transformadores, analizando relaciones de causa-efecto. Y en segundo
lugar, pero no menos importante, el adelanto de lo que ocurriría años más tarde,
reiterado en varias ocasiones y reflejado con una lucidez claramente
premonitoria.
Constata
Berardi que la implantación de la tecnología digital en la producción de bienes
de todo tipo ha transformado los esquemas que definían al capitalismo tal como
lo conocíamos, el que surgió de la civilización industrial. Queda claro que el valor fundamental de las
transacciones actuales es el conocimiento, en sus dos vertientes: la innovadora
y la meramente productiva. El trabajo intelectual digitalizado se encuentra a cargo de una nueva clase que el autor denomina cognitariado. Ello implica que sus
productos se hallen reducidos a bits –unidades puramente inmateriales–, que las
unidades de producción se encuentren en gran parte desterritorializadas (lo que
convierte en irrelevante el papel de los estados y traslada el trabajo físico a
las zonas deprimidas mientras el intelectual se disemina y crea en los sujetos la
ilusión de la autonomía productiva), que no estén vinculadas a ningún horario
concreto ampliando su duración hasta el infinito, que la velocidad de la
información sea ilimitada mientras la capacidad de emisores y receptores
humanos continua siendo la misma –lo que produce una sobrecarga mental con
consecuencias diversas– y que determinados intercambios sean totalmente ajenos al
concepto de propiedad privada, de ahí que el valor de la fuerza productiva sea
mucho menos cuantificable.
“… cuando el bien es un programa informático, una composición musical, una película o un proceso técnico, y es reproducible en formato digital, no identificable, no único, y puede ser disfrutado al mismo tiempo en varios lugares por diferentes personas sin quitarle nada a nadie, la noción misma de propiedad empieza a parecer evanescente y arbitraria.”
Tal
cataclismo en los hábitos productivos y comunicativos produce además la
destrucción de algunos mitos. El de la célebre mano invisible, tan aclamado por el neoliberalismo, que no desemboca en el libre mercado como se
aseguraba, sino en la proliferación de monopolios; el de la felicidad producida
automáticamente por la economía en red; el de la inmunidad absoluta de los
trabajadores virtuales –mito que se evaporó a partir del 11S–, el de la
imposibilidad de que el cognitariado,
a diferencia de otras clases, pueda ser despedido o marginado, de ahí la
necesidad de acuñar un término cuyos vínculos semánticos son más que evidentes.
Se establece
un difícil equilibrio entre el máximo de infelicidad soportable –por causa de
la competencia, la culpabilización y el fracaso– para mantener la estabilidad
del sistema y una felicidad no excesiva que asegure la adhesión. De ahí que
denomine semiocapitalismo a la actual
forma de vida y le añada fábrica de la
infelicidad como sobrenombre.
“[Los] seres humanos están atravesando una fase de reprogramación neurológica, psíquica, relacional. El hardware de los organismos bioconscientes está en fase de mutación, de rediseño acelerado.”
En un mundo mercantilizado
y consumista, donde el discurso político establece la felicidad como un estado
casi obligatorio se produce, sin embargo, una anulación de la empatía, una
progresiva indiferencia por lo que le suceda a los demás. (Desolidarización generalizada según la expresión de Berardi).
Un texto perspicaz,
y por tanto necesario, para entender muchas de las claves del siglo que, por desgracia,
peca de reiterativo, desorganizado y abstruso. Haría falta mayor sistematización
y mayor claridad expresiva para disfrutar de toda la claridad de estas ideas.
Gracias por la información. Muy útil. Un saludo.
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