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sábado, 19 de noviembre de 2016

Franco Berardi (Bifo): La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global

Resultado de imagen de la fabrica de la infelicidad amazonIdioma original: italiano
Título original: La fabbrica dell'infelicita'. New economy e movimento del cognitariato
Año de publicación: 2001
Valoración: Recomendable por su contenido


Fue más o menos en el cambio de siglo cuando comenzamos a sentir toda la dimensión del vértigo. La técnica nos sobrepasaba, adoptaba formas insólitas, y eso repercutía en todos los ámbitos, individual, social, económico, laboral, pedagógico, político… Un fenómeno global que hemos tenido que asimilar poco a poco, unas veces encantados de la vida, otras fastidiados –y a veces hasta alarmados– por sus consecuencias, tanto por las que contemplamos a diario como por esas que aún no podemos prever.
Precisamente de globalidad y consecuencias puede hablar largo y tendido el profesor Franco Berardi, filósofo nacido en Bolonia, que ha conseguido trazar en sus obras un amplio panorama de las circunstancias actuales diferenciándolas de las que, originadas en la civilización industrial, se han mantenido vigentes hasta hace unas pocas décadas.
Este ensayo, teniendo en cuenta todo lo que ha llovido desde entonces, debería haberse quedado obsoleto. Lo parecería, incluso, si nos quedásemos en la anécdota de que refleja una actualidad próspera donde la crisis ni siquiera asoma por ningún horizonte visible. Si supera ese enorme escollo es gracias a dos (meritorios) rasgos. Primero, el examen riguroso –y por completo vigente en nuestros días– de todos los aspectos destacables del nuevo orden social, donde se establecen los fenómenos transformadores, analizando relaciones de causa-efecto. Y en segundo lugar, pero no menos importante, el adelanto de lo que ocurriría años más tarde, reiterado en varias ocasiones y reflejado con una lucidez claramente premonitoria.
Constata Berardi que la implantación de la tecnología digital en la producción de bienes de todo tipo ha transformado los esquemas que definían al capitalismo tal como lo conocíamos, el que surgió de la civilización industrial. Queda claro que el valor fundamental de las transacciones actuales es el conocimiento, en sus dos vertientes: la innovadora y la meramente productiva. El trabajo intelectual digitalizado se encuentra a cargo  de una nueva clase que el autor denomina cognitariado. Ello implica que sus productos se hallen reducidos a bits –unidades puramente inmateriales–, que las unidades de producción se encuentren en gran parte desterritorializadas (lo que convierte en irrelevante el papel de los estados y traslada el trabajo físico a las zonas deprimidas mientras el intelectual se disemina y crea en los sujetos la ilusión de la autonomía productiva), que no estén vinculadas a ningún horario concreto ampliando su duración hasta el infinito, que la velocidad de la información sea ilimitada mientras la capacidad de emisores y receptores humanos continua siendo la misma –lo que produce una sobrecarga mental con consecuencias diversas– y que determinados intercambios sean totalmente ajenos al concepto de propiedad privada, de ahí que el valor de la fuerza productiva sea mucho menos cuantificable.

“… cuando el bien es un programa informático, una composición musical, una película o un proceso técnico, y es reproducible en formato digital, no identificable, no único, y puede ser disfrutado al mismo tiempo en varios lugares por diferentes personas sin quitarle nada a nadie, la noción misma de propiedad empieza a parecer evanescente y arbitraria.”

Tal cataclismo en los hábitos productivos y comunicativos produce además la destrucción de algunos mitos. El de la célebre mano invisible, tan aclamado por el neoliberalismo, que  no desemboca en el libre mercado como se aseguraba, sino en la proliferación de monopolios; el de la felicidad producida automáticamente por la economía en red; el de la inmunidad absoluta de los trabajadores virtuales –mito que se evaporó a partir del 11S–, el de la imposibilidad de que el cognitariado, a diferencia de otras clases, pueda ser despedido o marginado, de ahí la necesidad de acuñar un término cuyos vínculos semánticos son más que evidentes.
Se establece un difícil equilibrio entre el máximo de infelicidad soportable –por causa de la competencia, la culpabilización y el fracaso– para mantener la estabilidad del sistema y una felicidad no excesiva que asegure la adhesión. De ahí que denomine semiocapitalismo a la actual forma de vida y le añada fábrica de la infelicidad como sobrenombre.

“[Los] seres humanos están atravesando una fase de reprogramación neurológica, psíquica, relacional. El hardware de los organismos bioconscientes está en fase de mutación, de rediseño acelerado.”

En un mundo mercantilizado y consumista, donde el discurso político establece la felicidad como un estado casi obligatorio se produce, sin embargo, una anulación de la empatía, una progresiva indiferencia por lo que le suceda a los demás. (Desolidarización generalizada según la expresión de Berardi).
Un texto perspicaz, y por tanto necesario, para entender muchas de las claves del siglo que, por desgracia, peca de reiterativo, desorganizado y abstruso. Haría falta mayor sistematización y mayor claridad expresiva para disfrutar de toda la claridad de estas ideas.

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