Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable
Salvando las distancias, y supongo que por el motivo de haber sido publicados en la misma colección de Anagrama, este libro me recuerda dos soberbias obras de Kapuscinski: El emperador y El sha o la desmesura del poder.
Por la mera cuestión del ego que se sale de sus cauces, por la pérdida de contacto con el suelo que supone la elevación del individuo por encima del resto de sus congéneres. A pesar de las virtudes que uno pueda atesorar. Y si Kapuscinski hablaba de iconos del poder como Haile Selassie o Reza Pahlevi, aquí Moix acude a un personaje que nos es más cercano, menos influyente, aún vivo, aún activo profesionalmente, lo suficiente para, si este libro tuviera mucha repercusión, desautorizarlo con contundencia.
Queríamos un Calatrava es un minucioso recorrido por la vida y milagros de Santiago Calatrava, arquitecto mediático donde los haya (junto a Foster o Nouvel), estrella de un firmamento limitadísimo y asociado a una época que ahora nos parece el pleistoceno pero que está ahí al lado. Tan al lado como que muchos erarios públicos aún pagan sus excesos, sus errores y sus aciertos, con los correspondientes intereses. No solo en el estado español, por eso: su proyección alcanzó una globalidad que ahora nos parece fascinante y casi inexplicable, pero ¿qué opinábamos en 1992 o en 2000 de él? Una suspicacia parecida me asalta al comprobar que el autor está muy vinculado al periódico barcelonés La Vanguardia. Medio experto en su acercamiento al poder más conveniente en cada momento, con la fantástica excusa de la pluralidad. No voy a empezar a buscar ahora cuántos "semáforos verdes" se le otorgarían al arquitecto valenciano en su momento, o a quienes decidieron embarcar los entes que gobernaban en su contratación. El tiempo es un canalla, y las hemerotecas, unas hijas de su madre.
Pero esta duda no ha de impedir disfrutar de este excelente libro. Una crónica que va pasando por cada uno de los lugares donde Calatrava ha acometido proyectos de importancia, esos que le permitieron alcanzar ese prestigio que, a tenor de lo aquí leído, parece estar perdiendo a toda velocidad. Moix habla del Calatrava persona, un arquitecto ambicioso y trabajador, hombre de familia que confía las finanzas a su esposa, que se cree "artista" y "creador" poniéndose por encima de lo "mundano" de ingenieros y materiales y, sobre todo, presupuestos y medios económicos. Aquí la profesión periodística de Moix se alza con la victoria en la obtención del equilibrio: datos y más datos, no de forma abrumadora y, creo, tampoco de forma sesgada. Las cuestiones son bastante objetivas, aunque el gusto por los edificios concebidos (creados, casi revelados) pueda depender de cada uno, mucho de lo aquí descrito es del dominio público. Los excesos visuales, los retrasos en la ejecución, los desvíos presupuestarios, las demandas judiciales, el deterioro prematuro. Unas cuantas fotografías a las que uno se va dirigiendo conforme se avanza en la lectura ejemplifican de forma inmejorable.
Las capas bajo estos párrafos, de estilo directo con puntuales escapadas hacia los aspectos técnicos (Moix es, también, crítico arquitectónico) muestran más detalles que los meramente visibles. En lo individual, aquello de la excentricidad y el mal trato con aquellos que vamos llamando "genios". Sus cambios de opinión, sus ínfulas, sus manías inexplicables, aquí sesgadas por la posibilidad, poco frecuente, de enriquecerse en vida gracias a sus obras. En lo colectivo, enorme mérito, esa estampa del mundo anterior a 2007, el despilfarro, la despreocupación, el "ya lo financiaremos y ya lo pagarán", lo que ha dado paso a esos políticos incautos que aún piensan en "superar" la crisis cuando deberían intentar "gestionarla", que queda retratada en el exceso, en la superficialidad por encima del sentido común, y en la absoluta despreocupación por los costes de la megalomanía, esa enfermedad congénita de los mandatarios: la obsesión por ver su nombre en una placa colgada en la pared de algún sitio donde los turistas acudan a hacerse selfies, con edificios blancos, llenos de costillares o pinchos, al fondo,
Queríamos un Calatrava es un minucioso recorrido por la vida y milagros de Santiago Calatrava, arquitecto mediático donde los haya (junto a Foster o Nouvel), estrella de un firmamento limitadísimo y asociado a una época que ahora nos parece el pleistoceno pero que está ahí al lado. Tan al lado como que muchos erarios públicos aún pagan sus excesos, sus errores y sus aciertos, con los correspondientes intereses. No solo en el estado español, por eso: su proyección alcanzó una globalidad que ahora nos parece fascinante y casi inexplicable, pero ¿qué opinábamos en 1992 o en 2000 de él? Una suspicacia parecida me asalta al comprobar que el autor está muy vinculado al periódico barcelonés La Vanguardia. Medio experto en su acercamiento al poder más conveniente en cada momento, con la fantástica excusa de la pluralidad. No voy a empezar a buscar ahora cuántos "semáforos verdes" se le otorgarían al arquitecto valenciano en su momento, o a quienes decidieron embarcar los entes que gobernaban en su contratación. El tiempo es un canalla, y las hemerotecas, unas hijas de su madre.
Pero esta duda no ha de impedir disfrutar de este excelente libro. Una crónica que va pasando por cada uno de los lugares donde Calatrava ha acometido proyectos de importancia, esos que le permitieron alcanzar ese prestigio que, a tenor de lo aquí leído, parece estar perdiendo a toda velocidad. Moix habla del Calatrava persona, un arquitecto ambicioso y trabajador, hombre de familia que confía las finanzas a su esposa, que se cree "artista" y "creador" poniéndose por encima de lo "mundano" de ingenieros y materiales y, sobre todo, presupuestos y medios económicos. Aquí la profesión periodística de Moix se alza con la victoria en la obtención del equilibrio: datos y más datos, no de forma abrumadora y, creo, tampoco de forma sesgada. Las cuestiones son bastante objetivas, aunque el gusto por los edificios concebidos (creados, casi revelados) pueda depender de cada uno, mucho de lo aquí descrito es del dominio público. Los excesos visuales, los retrasos en la ejecución, los desvíos presupuestarios, las demandas judiciales, el deterioro prematuro. Unas cuantas fotografías a las que uno se va dirigiendo conforme se avanza en la lectura ejemplifican de forma inmejorable.
Las capas bajo estos párrafos, de estilo directo con puntuales escapadas hacia los aspectos técnicos (Moix es, también, crítico arquitectónico) muestran más detalles que los meramente visibles. En lo individual, aquello de la excentricidad y el mal trato con aquellos que vamos llamando "genios". Sus cambios de opinión, sus ínfulas, sus manías inexplicables, aquí sesgadas por la posibilidad, poco frecuente, de enriquecerse en vida gracias a sus obras. En lo colectivo, enorme mérito, esa estampa del mundo anterior a 2007, el despilfarro, la despreocupación, el "ya lo financiaremos y ya lo pagarán", lo que ha dado paso a esos políticos incautos que aún piensan en "superar" la crisis cuando deberían intentar "gestionarla", que queda retratada en el exceso, en la superficialidad por encima del sentido común, y en la absoluta despreocupación por los costes de la megalomanía, esa enfermedad congénita de los mandatarios: la obsesión por ver su nombre en una placa colgada en la pared de algún sitio donde los turistas acudan a hacerse selfies, con edificios blancos, llenos de costillares o pinchos, al fondo,
Buena reseña, pero por ampliar:
ResponderEliminarhttp://www.calatravanonoscalla.com/
(es la antigua www.calatravatelaclava.com)
Mencionada en el libro, y para nota!
EliminarLo de Calatrava fue (o es) todo un fenómeno sociopolítico que desde luego merecía un análisis como el que entiendo que expone el libro. Todos queríamos un Calatrava, pero sobre todo los políticos, porque lucía un montón. Claro, luego todavía seguimos pagando (literalmente) las consecuencias: sobrecostos, reparaciones interminables, parches, suplementos... Bonitas sí que son las construcciones, pero todas llevan regalito.
ResponderEliminarSaludos!
Yo nací y vivo en su barrio, Benimámet. Aquí tiene un colegio que lleva su nombre y se dice de él que de pequeño era un niño muy ambicioso. Ahora se comenta que es una especie de incomprendido o adelantado a su tiempo (no sé si por justificarlo o porque lo es). Desde luego por aquí no viene pero su familia sí vive aquí. Un barrio como el nuestro debería sentirse orgulloso de tener un arquitecto de tanto renombre, y sin embargo en ninguna conversación sale a relucir, ni se le invita a actos vecinales ni nada del estilo.
ResponderEliminarComento en anónimo por motivos obvios...