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domingo, 30 de septiembre de 2018

Leonardo Sciascia; El mar color de vino


Idioma original: Italiano
Título original: Il mare colore del vino
Año de publicación: 1973
Traducción: Juan Manuel Salmerón Arcona
Valoración: Muy recomendable

¿Por qué nos gusta tanto Sciascia? Repaso las entradas que este blog  dedica al escritor siciliano y encuentro hasta una decena, cargadas de elogios, reconocimiento de bondades y entusiasta recomendación. Y desde luego no seré yo quien vaya a desmarcarse de esta respetabilísima tradición. Pero, ¿por qué nos gusta tanto Sciascia? Podría irme por los cerros de Úbeda y soltar alguna ocurrencia del tipo por que todos los mediterráneos somos sicilianos. Proclives a buscar refugio en una sombra y verlas pasar, bla bla bla…

Pero no. Hay algo más hondo. Más sustancial. Los libros de Leonardo Sciascia (1921 / 1989) cuentan, casi exclusivamente, historias sicilianas y para nuestro autor Sicilia era una excelente unidad de medida de lo universal. Sin ápice de ombliguismo ni asomo de aldeanismo. Pero lo que ciertamente fascina de Sciascia es el rigor, la pulcritud de los argumentos, la exigencia a motivos y razones, la capacidad para pensar, para desnudar y (re)vestir ideas, comportamientos, actos y roles. O sea, para desmenuzar la condición humana con lucidez y agudeza. Por eso (creo) nos gusta tanto, y nos da lo mismo acabar de leer sus libros sin saber quién ha dado la orden, quién puso su pulgar hacia abajo, por que eso –como buenos sicilianos- no hace falta que nos lo cuenten, ya lo sabemos, estamos debajo de la sombra viéndolas pasar…. Lo que interesa es cómo sobrevivimos o cómo –casi siempre- somos manejados, dominados, toreados. Sometidos. Casi siempre.

El libro recoge trece relatos publicados en revistas y publicaciones varias entre 1959 y 1972. Destaca, por supuesto, la proverbial contención del autor; si el asunto puede ser bien contado en diez páginas, no son necesarias ni doce ni once. De los relatos aquí reunidos me parecen magníficos el que da título al libro, en el que un ingeniero peninsular emprende viaje en tren de Roma a Sicilia donde coincide en el compartimento con una familia siciliana –amor a dentelladas- que le dan un trayecto del que no conseguimos saber si le resulta sublime o terrorífico, o ambas cosas a la vez; la ironía resplandece con el mismo brillo que el sol del amanecer sobre el Jónico cuando el tren reinicia su andadura por el lado insular del estrecho de Messina.

En La retirada se pone a prueba el dogmatismo y la fe de aquellos militantes comunistas que recriminaban a sus esposas la devoción en santos milagreros y vírgenes protectoras mientras caían en la misma fantasía aunque su ídolo fuese un orondo y bigotudo soviético. En Un caso de conciencia vuelve a aflorar ese empacho de narcisismo y temerosa vergüenza al que dirán revestido de honor que tanto impregna y motiva al macho siciliano y a ese escozor que se percibe en la frente cuando surgen los cuernos, y que es uno de los grandes asuntos de la literatura del país. Y aquí es imposible no acordarse de los textos que componen el Tríptico siciliano de Vitalino Brancatti, uno de los referentes fundamentales en la formación como escritor de Leonardo Sciascia.

Otros relatos, como Juicio por violación o Eufrosina o El largo viaje, desprenden un aire como de crónica social, de retrato de un tiempo desde una cercanía sentimental que, aún así, prescinde por completo de la autoindulgencia que les haría caer de cabeza en el costumbrismo. Algunos, en fin, son un ejercicio divertido y sagaz de sacar punta a la relación entre los poderosos y las gentes de a pie, como en Reciprocidad, Western de “Cosa Nostra” o Giufà, donde la asimetría del trato entre los encaramados a la cúspide social y los que deambulamos por su base no deja de ser una arbitraria distinción frente a la simetría en la capacidad de pensar y desenvolvernos que a todos nos es propia y que convierte a quienes pululan por estos relatos en personajes de la negra comedia de la vida bajo el inclemente sol mediterráneo. Por eso siempre hay que volver a Sicilia. Y releer a Sciascia.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Stephen Vizinczey: En brazos de la mujer madura


Idioma original: inglés
Título original: In Praise of Older Women
Año de publicación: 1965
Traducción: Ana Mª De La Fuente
Valoración: muy recomendable

Antes de que la colonización de la terminología anglosajona generara el término "cougar" o de que Pornhub popularizara eso de las "MILF", varias décadas antes, Stephen Vizinczey publicó este panegírico de las relaciones descompensadas en edad, una especie de reverso de Lolita aún manteniendo el punto de vista masculino, un libro que hoy escandalizaría (apreciación que me limito a apuntar sin atisbo de opinión por mi parte) no por su procacidad en lenguaje y en situaciones descritas, sino por su inequívoca incorrección al otorgar, en todo momento, o esa es mi percepción, un papel nulo a la mujer en la elección de sus parejas sexuales. 
Pero eran los tiempos que corrían. Y eso se toleraba o se aplaudía en las películas de James Bond, perdonad la frivolidad del ejemplo, pero eran tiempos peores, seguro, porque la clave en que las cosas se analizaban, cuando se hacía, era la de una desigualdad arraigada por siglos.
Hoy, En brazos de la mujer madura limita a esa cuestión la posibilidad de escándalo. Porque una reproducción de una señora tendida de espaldas, añeja portada, a estas alturas lo único que puede procurarte son miradas furtivas en el autobús, o las que te puede provocar su título, adecuado y descriptivo como ninguno. Pero los pelos y señales en los encuentros sexuales, la literalidad de la mecánica física, para bien o para mal, y a edades tempranas, ya la conocemos bastante. 
Vizinczey nos regala unas cuantas páginas excelsas. Las de la formación de András Vajda, alter-ego en este juego de equívocos que coincide detalle por detalle con muchos de los hitos de la trayectoria vital del propio escritor. Nacido en Hungría "el mismo año que Hitler accedió al poder", buscándose la vida en el país tomado por las tropas americanas, tras la ocupación y caída de los nazis, luego haciendo lo propio con los rusos ya incorporando el país a su área de influencia (y dedicándoles no pocas frases trufadas por el rencor), siendo objeto de dudas en lo que concierne a su pureza política, finalmente participando en la sofocada y reprimida revolución de 1956, luego ya obligado a exiliarse y a vagar como refugiado hasta, y aquí termina el libro, acabar en la Universidad de Ann Arbor, Michigan. 
Es inevitable que la novela acuse algo de reiteración en sus trazos principales, que son las aventuras que, desde bien temprana edad (el mocoso de doce años que está concertando encuentros entre los soldados americanos y las mujeres de mediana edad que han de tirar adelante en una post-guerra particularmente dura), queda fascinado ante lo que considera que es una verdad inapelable: que no quiere saber nada con las chicas de su edad, que prefiere a las mujeres mayores por su experiencia física y por su actitud vital, una preferencia que Vizinczey explica en textos que no eluden cierto sarcasmo y cierta prepotencia que hoy sería difícil justificar.
A pesar de ello, su enorme facilidad de lectura y la convicción de la prosa lo alejan de cierto perfil de panfletos heteroeróticos tan á la page hoy en día, incluso lo apartan de ciertos clásicos de literatura a la búsqueda del escándalo y la obscenidad gratuita. No se me malinterprete. Vizinczey quería explicar esa historia con ciertos tonos de picaresca y a veces ciertas dosis de crueldad. Diría que Vian anda correteando por ahí y que, en un momento dado, alguna de esas expresiones ligeramente sobradas acabarían aflorando en alguna novela de Roth.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Nico Rost: Goethe en Dachau

Idioma original: neerlandés
Título original: Goethe in Dachau
Traductora: Núria Molines Galarza
Año de publicación: 1946
Valoración: Muy recomendable

Si tenéis Twitter, y si seguís a libreras como @DeborahLibros o @SilviaBroome, o a librerías como Primera Página u 80 Mundos, es probable que ya hayáis oído hablar de este libro. Su editorial, ContraEscritura, cuida mucho la relación con las librerías, y esta atención se refleja en el cariño con el que las libreras y librerías tratan sus libros. Esto, naturalmente, no desmerece a la obra recomendada, Goethe en Dachau, de Nico Rost, una obra que por su propia calidad justifica gran parte de los elogios que se le dedican.

Como su título (y su portada) apuntan, nos encontramos ante un relato concentracionario: el diario del escritor Nico Rost durante su estancia en el campo de Dachau. ¿Un libro más sobre campos de concentración? Pues sí... pero no. Porque este libro es en cierto modo diferente a las obras de Primo Levi, Imre Kertesz o Jorge Semprún, por citar algunos de los ya reseñados por aquí. En la mayoría de estas obras encontramos una descripción más o menos descarnada de la vida en el campo, con todas sus penurias y horrores, junto con una reflexión sobre su significado humano, filosófico y político, o sobre la capacidad de narrar una experiencia extrema y traumática como esta. En Goethe en Dachau estos elementos están también presentes, claro, pero equilibrados por otro fundamental: el recuerdo, la lectura y el comentario de autores como Goethe, Hölderlin, Lessing o Novalis, entre otros muchos.


Naturalmente, este contraste entre la brutalidad del contexto y la elevación de las discusiones sobre literatura que Rost mantiene consigo mismo o con otros reclusos resulta chocante, e incluso problemático. El propio Nico Rost se plantea en varios momentos esta cuestión, preguntándose si su forma de resistencia y oposición a los movimientos fascistas no había sido "demasiado literaria". Como lector, sin duda, resulta llamativo leer a Nico Rost hablando de que quiere leer toda la obra de Hölderlin en una entrada del diario, y en la siguiente leer que han muerto cientos de personas por causa del tifus; parece existir una disonancia entre ambas realidades, difícilmente compaginables.
Así cuenta, por ejemplo, en un determinado pasaje que él y otro recluso estaban "tan enfrascados en nuestro tema [una edición de la biografía del escritor Antoine Frédéric Ozanam] que apenas oíamos los lamentos y gemidos -era día de vendajes- de los enfermos que nos rodeaban".

Como se hace evidente a lo largo del diario, la reflexión sobre literatura -y no sobre una literatura cualquiera, sino sobre la literatura alemana en particular-, se convierte así, por una parte, en una forma de supervivencia (para conservar la cordura, la dignidad, la libertad, aunque sea interior), y por otra, en una forma de resistencia, oponiéndose a la satanización de todo lo alemán provocado por el ascenso del nazismo, y en general a cualquier tipo de chauvinismo. Tan importante es para la lectura y la escritura Nico Rost, "el loco que roba papel y escribe todo el tiempo" como le conocían en el lager, que llega incluso a alegrarse de que haya alertas antiaéreas en el campo, porque eso le da más tiempo para escribir, a pesar del peligro evidente que estos bombardeos podían suponer para él y para sus compañeros de campo. En cualquier caso, no se trata solo de una "deformación profesional", sino de una estrategia consciente y tenaz; en un momento determinado afirma:
...evidentemente que pienso muchísimo en casa, en los problemas políticos presentes y futuros, en muchos amigos, en comer mejor, en si tengo o no piojos, si el animalillo que me modrió ayer era un piojo o una pulga; pero, en primer lugar, no puedo escribirlo todo y, en segundo lugar, tampoco quiero, de ninguna manera. Tendría entonces que hablar una y otra vez sobre mis esperanzas y mis deseos, mis preocupaciones y mi miseria, pero lo que quiero es imponerme disciplina, que mis pensamientos lo controlen, que sean deños por encima de toda la materia que hay en este lugar, es decir, la materia de las SS, una corteza de pan, la sopa aguada, los piojos y las pulgas...

(Conviene aclarar, por otra parte, que quizás Nico Rost estaba siendo demasiado crítico consigo mismo en estas autoacusaciones, ya que si bien es cierto que su principal labor era la literaria, también se implicó en la Resistencia belga tras la invasión nazi. En el propio campo de Dachau, además de intentar ayudar a diversos reclusos desde su posición de ayudante de la Enfermería, también se le ve donando sangre para intentar salvar la vida de otros reclusos. ¿Hay alguna forma más concreta y material de solidaridad que donar la propia sangre, sobre todo en un contexto en que era un bien tan preciado?)

Goethe en Dachau muestra así a un Nico Rost profundamente humano, decidido desde el inicio (desde antes del inicio, de hecho) a resistir la tentación de odiar colectivos nacionales o religiosos, incluso los de sus verdugos (los alemanes, pero también los polacos, tan odiados dentro del lager). La lección fundamental del libro, sin duda, es la de la resistencia de la dignidad, que en este caso adopta la forma de una reflexión cultural y literaria profunda, incluso en medio de los peores horrores. Pero otra lección más sutil, que creo que es necesario resaltar, es que esta resistencia intelectual se combina con una resistencia material, política en un sentido práctico (porque también la labor literaria de Nico Rost es política). En caso contrario, se corre el riesgo de caer en un intelectualismo elitista, y olvidar el sufrimiento ajeno, incluso cuando está tan próximo y es tan evidente.

Una nota final sobre la traducción de Nuria Molines Galarza: tal como se nos indica en el prólogo de la traductora, la obra original es un palimpsesto y una torre de Babel: la voz de Rost (en neerlandés) se mezcla con fragmentos en alemán, tomados de sus conversaciones con otros reclusos y del vocabulario familiar en el campo; y con citas escritas en muchas otras lenguas, como francés, latín o yiddish. Además, la primera edición en neerlandés fue corregida y revisada en la traducción alemana, realizada por la propia mujer del escritor. Ante esta complejidad lingüística, la decisión de Nuria Molines ha sido presentar prácticamente todo el texto en en castellano, incluidas las citas (con el texto original en nota), pero mantener el vocabulario concentracionario en alemán, con la traducción entre corchetes, al menos en la primera aparición de cada término. Es, naturalmente, una estrategia válida para mantener el plurilingüismo del original, y al mismo tiempo hacer fácilmente legible la traducción para el lector español. Personalmente, habría conservado los textos que en el original no están en neerlandés (incluso los fragmentos en alemán), colocando la traducción en nota, para mantener así el plurilingüismo del libro y del lager, y el efecto de extrañeza que estas otras lenguas producen en la lectura. Se agradece, en todo caso, el prólogo de la traductora en la que explica esta y otras decisiones, haciéndose visible en el proceso de transmisión de la obra.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Rodrigo Blanco Calderón: Los terneros

Idioma original: Español
Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable

Siete relatos con una extensión que varía entre las 10 y 20 páginas forman este "Los terneros" del caraqueño Rodrigo Blanco Calderón. Si no me equivoco, se trata de la primera recopilación de narrativa breve del autor venezolano que se publica en España. Espero que no sea la última porque el nivel medio de los relatos que la componen es más que aceptable, destacando por encima de todos el que cierra y da título al volumen.

Pero vayamos antes con aspectos más generales. Hay varios puntos en común en los siete relatos: los protagonistas de los mismos suelen ser seres extraños, perdedores (o antihéroes, si lo preferís), extranjeros en su propio país o en terceros países, personas desubicadas en busca de algún tipo de salida o respuesta. También caracteriza a los diferentes relatos una atmósfera oscura, opresiva por momentos. Y es que la "acción" de buena parte de ellos trascurre en noches lluviosas, en estaciones o vagones de metro, etc., lo que se traduce en una cierta sensación de desasosiego.

A efectos prácticos, separaremos los relatos que se sitúan en fuera de la Venezuela natal del autor de los que transcurren en la oficialmente llamada República Bolivariana de Venezuela, siendo estos últimos los que más me han llamado la atención.

El primer grupo está formado por "Petrarca", en el que personajes extraños buscan a tientas un asidero en la mastodóntica y subterránea México, D.F., "Biarritz", en el que un escritor novel habrá de enfrentarse a sus propios demonios y el apocalíptico y turbador "Los locos de París", un relato que trae a la mente en "Informe sobre ciegos" de Sábato en un París conmocionado aún por la masacre de la sala Bataclán. 

El segundo grupo lo componen "Agujeros negros", en el que dos perdedores de manual tratan de sobrevivir en una Caracas alucinada y desquiciada, "Nuevo coloquio de los perros", relato de quijotesco título en el que el destino y los hechos "generales" juegan un papel determinante en las vidas particulares, al igual que sucede en "Los hijos de la niebla", en el que se retrata la Venezuela de los años 40-50. Decía al comienzo de la reseña que el relato más destacado de la colección es el titulado "Los terneros". Se trata de un relato ambientado en en la Venezuela de los últimos tiempos, marcados por la llegada al poder de Hugo Chávez, y está construido a partir de una serie de dualidades (que no tienen por qué contraponerse) que sirven para componer un perfil demoledor de la deriva del país en los últimos tiempos. Creo que este relato se eleva por encima del resto tanto por la potencia de las imágenes que transmite como por la habilidad del autor a la hora de aunar abstracción y realidad. 

En definitiva, interesante descubrimiento este "Los terneros", una colección de relatos oscuros, densos, con una gran carga visual y un cierto grado de exigencia para el lector, ya que Blanco Calderón deja "huecos" que cada uno ha de completar como Dios le de a entender. Mejor así.

También en ULAD: The Night (Reseña + Entrevista)

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Rebecca Solnit: Esperanza en la oscuridad

Idioma original: inglés
Título original: Hope in the Dark: Untold Histories, Wild Possibilities (Updated Edition)
Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable

La esperanza. No como lugar mental donde uno espera, de manera pasiva y sentado, a que ocurran cosas, sino como una herramienta para el cambio, el impulso que te empuja a salir por la puerta para conseguir aquello que quieres. La esperanza como motor de la acción, como combustible. Esta es la idea global que contiene el libro, y la autora reflexiona sobre ello en los diferentes capítulos donde se analiza la esperanza como elemento común y necesario para el cambio en la sociedad.

De esta manera, partiendo de un artículo que la autora publicó en internet a raíz de la guerra de Irak, Solnit estructura su relato en una serie de capítulos en los que aborda la esperanza desde diferentes puntos de vista, diferentes luchas, pero siempre con la mentalidad positiva y optimista que ya demostró en «Los hombres me explican cosas». De esta manera, fiel a su estilo, la autora denuncia y acusa, pero su propio relato mantiene abierta una ventana a la esperanza, al deseo de que las cosas cambien gracias a la voluntad y la acción del pueblo, claro poseedor de su futuro a pesar de que a veces se pretende menoscabar su poder. Hay que persistir y mantener la esperanza, pues tal y como afirma la autora «la esperanza no es una puerta, sino la sensación que en algún momento podría haber una puerta».

Así, el libro trata varios temas, en sus diferentes apartados, relacionados con el activismo, pues habla sobre la decepción tras la elección de Bush como presidente de EE.UU. y el desánimo que surgió tras la decisión de la participación en la guerra de Irak, la capacidad asociativa de la sociedad para organizarse y manifestarse para protestar, la manera en que el poder ejerce el miedo sobre la sociedad para abandone la lucha por sus ideales (algo que hemos visto demasiado, especialmente de un tiempo a esta parte), la manera en que se pretende hacer creer que  los únicos que tienen voz en el mundo son los grandes actores (siempre cercanos al poder) cuando en realidad la lucha de manera global, desde la base de la sociedad, puede originar los grandes cambios como ocurrió con la caída del muro de Berlín o la revolución china en la plaza de Tiananmén. La autora también critica la globalización, pues causa pérdida de la masa salarial, crisis en el comercio local y pobreza en zonas rurales y agrícolas; también analiza los atentados del 11 de septiembre de 2001 contraponiendo el humanismo de la sociedad americana que se volcó en la ayuda y la solidaridad, con actos de heroísmo en forma de pequeñas acciones y la empatía y cooperación mostradas, en claro contraste con el uso del miedo y el desconcierto por parte de las autoridades canalizándolo para justificar una guerra con intereses económicos y políticos.

Con todo ese trasfondo de denuncia, la autora canaliza el mensaje hacia la esperanza, explicando la necesidad del activismo para conseguir revertir las situaciones no deseadas, a sabiendas que el resultado de las luchas activistas no es inmediato ni a menudo tampoco visible, ni con resultados rotundos o definitivos, pero sí es a través de pequeñas victorias, tras mucho trabajo realizado, donde se consigue avanzar, de manera lenta pero inexorable, tratando de proteger cualquier pequeño terreno ganado a la injusticia, hasta que el cambio esté consolidado. Y recalca también «la importancia de conseguir un mundo mejor, no un mundo perfecto», pues a menudo el deseo de conseguir la perfección o la victoria total impide el avance, cuando lo realmente importante es participar de manera constante y continua en el desarrollo de un mundo que no está acabado, que está siempre abierto a la mejora. Y esta lucha se debe realizar de manera global (algo que también sugiere Angela Davis), pues el mensaje ha cambiado de «piensa en global, actúa en local» a «piensa en local, actúa en global», pues muchas de las batallas libradas tienen ramificaciones en diferentes países o regiones, y hay que aprovechar el alcance de las redes sociales para difundir el mensaje y conseguir apoyos de quién lucha por causas similares en otras partes del mundo.

Por todo lo expuesto, se trata de un libro muy recomendable, no únicamente por las ideas que transmite, sino también por la convicción mostrada en ellas, pues siendo consciente de la dificultad en cambiar las cosas y sin abandonar el realismo ni caer en falsas utopías, la autora ha escrito un libro lleno de optimismo, y además lo ha hecho de manera perfectamente estructurada y equilibrada. Este es otro punto fuerte del libro, su estructura, pues a pesar de que el libro se compone de varios capítulos donde la autora aborda diferentes temas, quiero destacar de manera expresa la perfecta continuidad entre ellos, pues la autora sabe mantener el tono y la línea argumental a lo largo de todo el libro y escribe un relato continuo sin repetir conceptos, sin dar vueltas a una misma idea, sin reiterar en los mismos ejemplos. Este aspecto lo hace diferente de otros ensayos que consisten en un conjunto de artículos o conferencias agrupadas en un libro (me viene a la cabeza «Los hombres me explican cosas», de la misma autora o también «La batalla es una lucha constante» de la antes mencionada Angela Davis). En esta obra, la narración continua es un valor añadido al propio contenido y hace que la lectura del libro sea más ágil a ojos de un lector no acostumbrado a los ensayos y dan clara muestra de la habilidad de la autora, más allá del interés que despierten sus ideas, para definir un marco donde, más allá de los retos y las dificultades que entraña un mundo complejo y de poderosos intereses, se percibe, de forma nítida y clara, un camino hacia la esperanza, una luz hacia la oscuridad.

Vivimos en una época convulsa por la pérdida de libertades; es probable que simpaticemos y/o estemos inmersos en luchas en varios frentes, ya sea contra el machismo, el racismo, la desigualdad, la mala gestión de la crisis humanitaria o la pérdida de derechos civiles, o también en favor del feminismo, la libertad, la solidaridad entre pueblos, por poner ejemplos de luchas actuales. Y es en estos tiempos, cuando leer a Solnit nos da el empuje, el aliento necesario que nos permita agarrarnos a una esperanza cuando solo vemos oscuridad y dificultades. Hay veces en que solo una pequeña chispa, un destello de luz, es suficiente para iluminar un camino que parecía inexistente, para encontrar la grieta por donde abrirnos paso, para reclamar nuestros derechos y ofrecer la ayuda necesaria y actuar. Porque debemos luchar, de manera pacífica, por aquello en lo que creemos, alcanzar aquello a lo que aspiramos, pues todos deberíamos contribuir a generar la ilusión, la esperanza, y el empuje, para que, a través de cada una de nuestras pequeñas acciones, podamos conseguir  una sociedad mejor y ver que un futuro mejor no solo es deseable, sino también posible. No queda otro remedio que mantener y alimentar la esperanza y  creer que la lucha no solo es posible, sino que es necesaria, algo que la autora resume perfectamente en el libro con la siguiente frase:

«No hay una alternativa a luchar por los ideales porque la alternativa es rendirse y rendirse no es únicamente abandonar el futuro, sino también el alma.»

También de Rebecca Solnit en ULAD: Los hombres me explican cosas, Una guía sobre el arte de perderseRecuerdos de mi inexistencia

martes, 25 de septiembre de 2018

Manuel de Pedrolo: La tierra prohibida (II)

Os pongo en situación: hará cosa de mes y medio reseñé las dos novelas que inauguran La tierra prohibida, tetralogía de Manuel de Pedrolo considerada por muchos como una de sus mejores obras. Esas piezas me dejaron un sabor agridulce; mientras que con la lectura de la primera quedé bastante indiferente, la segunda me encantó. Y dejadme adelantar que, por desgracia, las dos últimas novelas de la tetralogía reinciden en los defectos que ya se adivinaban en Las puertas del pasado y son incapaces de alcanzar los logros que en su momento cosechara La palabra de los verdugos.

Pero, antes que nada, aclaremos un par de cosas. Estamos, de nuevo, ante dos textos autónomos que, al mismo tiempo, se complementan. No estamos, sin embargo (o así me lo ha parecido a mí, oye) ante un mosaico compuesto por crónicas amargas vinculadas con lo dura que es la vida para el catalanismo en la Barcelona de posguerra. Sí, ya sé que eso es lo que se nos prometía en un principio, pero es que, en las historias compiladas en este segundo volumen, no me ha parecido ver en casi ningún momento la amenaza represiva del franquisimo. Al menos, plasmada con un mínimo de contundencia. Pedrolo se empeña en meter otro tipo de conflictos, como tensiones sexuales, en la trama. Los cuales, por si os lo preguntabais, distraen.

Y ya que hablo de tensiones sexuales, dejadme destacar algo. ¿Tengo que creerme a todos estos personajes, tanto masculinos como femeninos, sumergidos en una lujuria desacomplejada y abierta? ¿En esa época? Y, repito, ¿en esas circunstancias? Uf, no sé. Si Pedrolo se hubiera limitado a abordar este tema únicamente en Las puertas del pasado, probablemente no se me hubiera atragantado tanto. Pero verlo reflejado de forma tan descarada en dos de las cuatro novelas que componen La tierra prohibida es algo excesivo. Digo yo, vamos. 


Las fronteras interiores


Idioma original: Catalán
Título original: Les fronteres interiors
Año de publicación: 1977
Valoración: Se deja leer  

Las fronteras interiores es una especie de Lolita pero sin protagonista fascinante ni prosa cuidada. Un profesor, casado y con hijos, despierta el interés de una de sus alumnas. Y poco más tengo que añadir, salvo que hay en esta historia alguna que otra situación que ya es inverosímil de por sí, y que se hace todavía menos creíble según la lógica interna del relato y la visión panorámica de la tetralogía entera. Quizás el mayor lastre de Las fronteras interiores sean sus diálogos, igual de parsimoniosos que en el resto de las novelas que componen la tetralogía, pero aquí empapados de una banalidad cargante. 


La noche horizontal 

Idioma original: Catalán
Título original: La nit horitzontal 
Año de publicación: 1977
Valoración: Se deja leer 

A mi juicio, La noche horizontal sería mejor si se le hubieran añadido elementos de novela negra (género que tan bien se le daba a Pedrolo), ya que eso le habría granjeado un argumento más dinámico. Aunque, bien pensado, la premisa de La noche horizontal es, ya de por sí, interesante hasta cierto punto. Una célula resiste en secreto al invasor. Suena bien, ¿no? Pues sí, pero es en el apartado de la ejecución de esta premisa donde la novela flaquea. No es para menos: dicha ejecución transcurre con lentitud y es salpicada por pocos eventos. Si al menos hubiera algún personaje carismático capaz de mover el argumento... Y no, no me sirve Jordi Orsil para este propósito. Casi, pero termina siendo un quiero y no puedo.  


En definitiva, La tierra prohibida ha sido una lectura decepcionante. Tiene un innegable valor histórico, así como un relativo valor literario, pero lejos está de ser esa obra maestra de la que todo el mundo me hablaba. Ni dentro de la producción del autor, ni en el esquema global de la novela catalana de posguerra, logra despuntar demasiado. O al menos, eso me parece a mí. Porque si uno lee reseñas como las que le dedica Xavier Serrahima, no queda ninguna duda respecto a que para otros, esta tetralogía cumple de sobras con los objetivos con que Pedrolo la concibió.

De todos modos, que nadie piense que yo le resto méritos. La tierra prohibida es valiente, pero casi me parece más comprometida con temas sociales (como la aceptación de la homosexualidad, por poner un ejemplo), que políticos. Sobre todo en esta segunda parte de la tetralogía, donde los temas políticos se van diluyendo (en el peor de los casos) o repitiendo estérilmente (como sucede al abordar, por enésima vez, el tema del exilio).

Y, para colmo, en la prosa de que hace gala La tierra prohibida se nota la prisa con la que Pedrolo la redactó. Francamente, una lástima esta premura, y más teniendo en cuenta la cuidada edición, actualización de la prosa a un catalán más contemporáneo y difusión con que se ha engalanado esta tetralogía ahora que se la ha reeditado después de tanto tiempo. 


También de Manuel de Pedrolo en ULAD: Mecanoscrito del segundo origen, Juego sucio, CrucifeminacióLa tierra prohibida (I)

lunes, 24 de septiembre de 2018

Juan Villoro: La utilidad del deseo

Idioma original: español
Año de publicación: 2018
Valoración: muy recomendable

Si fuera por mí me quedaba encerrado en casa con libros como estos. Luego saldría a la biblioteca (ciento cincuenta asequibles metros con pocos tramos irradiados por el implacable Sol del agosto barcelonés) y me aprovisionaría de algunas de sus recomendaciones. Le diría a mi familia que comprobaron de vez en cuando que estoy vivo y no necesito nada y, acabado el tour de force, de ahí saldría una bestia literaria capaz de desafíos del más alto nivel, al menos en lo concerniente a lo tratado en este libro.

Lo dije, creo, cuando reseñé Arrecife y, de hecho, creo haber leído algún párrafo en este La utilidad del deseo en que el escritor mexicano reconoce esa circunstancia, repito, dije que el mejor Villoro está en sus ensayos y en sus crónicas. Le pasa a Jorge Carrión, también, y sucede que no pasa nada porque eso sea así, y que eso no desmerece ni al uno ni al otro, y no voy a apelar a la funcionalidad sino al mero hecho de que los buenos escritores no abundan como para renunciar a ellos por el hecho de que no sean tan brillantes como creadores de tramas que como instrumentistas de lo que pasa por la cabeza.
Juan Villoro tira y mucho de oficio en este volumen, con tres partes diferenciadas: la primera, entregada a la literatura europea clásica, brillantísimos párrafos los que dedica a Defoe antes de quedar prácticamente acaparado por los rusos, Gógol y Dostoievski son objeto de veneración y profundo estudio. La segunda, algo más inasequible al lector promedio, Villoro la dedica al ensalzamiento de algunos escritores (no todos excesivamente célebres fuera del ámbito especializado) de su país, México, como López Velarde, Monsiváis o Ibargüengoitia, y en la tercera toma objetivos más dispares que incluyen comentarios acerca de los  géneros infantil y juvenil, que el propio Villoro ha cultivado. 
Siempre defenderé esta clase de libros. Incluso cuando Villoro transita por sendas más eruditas y se dedica a la especulación crítica a la que la inmensa mayoría de los lectores son lógicamente incapaces, tal es su capacidad de análisis y su bagaje, el lector interesado sacará ideas y verá su curiosidad excitada y, perdonad que me repita, visitas a la biblioteca pública o particular o a los estantes de las  librerías y atención a autores en que nunca se había reparado partirán de la estimulación que estas páginas emanan. Puede que si eres quien usa un libro para atenuar la espera del autobús o acelerar la entrada en el sueño esto no te diga nada, pero para todo lo que empiece a poder definirse como pasión lectora, este es otro libro indicado.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Neil Gaiman: American Gods

Idioma original: inglés
Título original: American Gods
Año de publicación: 2001; edición (ampliada) del X aniversario: 2011
Traducción: Mónica Faerna 
Valoración: muy recomendable 


Los dioses perecen si los mortales no les adoramos: ésta es la premisa que atraviesa toda esta novela de Neil Gaiman. Es más, los dioses no existirían si los humanos no los hubiésemos creado y sólo existen en la medida que creemos en ellos, como cualquier otra criatura de ficción (incluso, añado, los dioses del monoteísmo, si es que no son el mismo, que han tenido tanto éxito en los últimos siglos. Que vayan tomando nota...).

Los dioses, pues, viven y mueren entre nosotros. pero, al parecer, lo tienen un poco más difícil en los Estados Unidos de América, un país singularmente refractario a los dioses antiguos, que deben sobrevivir allí como timadores, taxistas, funerarios o prostitutas... Este es el mundo extraño y clandestino en el que se ve introducido Sombra (¿a qué se debe la traducción de Shadow, pregunto yo? ¿Y ya puestos, a qué se debe la no traducción del título de la novela?), un tipo que acaba de salir de la cárcel, cuando empieza a trabajar para el señor Wednesday -en este caso, la no traducción por "Miércoles" sí que tiene explicación-, un enigmático individuo que conoce en el vuelo de vuelta a casa. Y se ve metido de lleno también en los prolegómenos de una guerra secreta, casi al estilo mafioso, entre los viejos dioses y los nuevos.

Una guerra que transcurre entre moteles cutres, gasolineras y restaurantes de carretera, en esos lugares sagrados -o antisagrados- que son los insólitas atracciones de todo tipo que abundan por toda la "América profunda", puesto que, de hecho, casi toda la novela transcurre en el Medio Oeste o el Sur rural de EEUU, lejos de las grandes ciudades. Porque American Gods es en gran medida -aunque no sólo-, una road-novel, con Wednesday y Sombra a modo de Quijote y Sancho contemporáneos -es más, al igual que en la novela de Cervantes, encontramos varios desvíos de la ruta principal, historias dentro de la historia, en ésta de Gaiman-; es también, según confiesa él en el prólogo, la novela que escribió el autor de Coraline, para ser capaz de adaptarse, comprender y asumir Estados Unidos, país al que acababa de mudarse y que necesitaba hacer suyo, de alguna manera. Y es cierto que esto, en gran medida (o en toda la medida) es American Gods: la trasposición o trasplante del "universo Gaiman" a los Estados Unidos de América. Más aún cuanto que en esta novela tiene también un protagonismo fundamental tanto lo ultraterreno  como el reverso onírico de la realidad; hasta donde yo lo conozco, la huella de The Sandman se deja ver aquí de forma evidente.

No es ésta, naturalmente, ni la única ni la primera obra de ficción en la que, bajo la capa de unauna aparente realidad (casi cabría hablar de "realismo sucio") se esconde un mundo fantástico, sobrenatural; a día de hoy, estamos hartos de novelas, cómics o películas que nos revelan la existencia secreta, entre nosotros, de redes o sociedades extraterrestres, de vampiros, licántropos o lo que sea... pero cuando se publicó American Gods, este recurso no era tan frecuente: estaban, sí, las novelas de Anne Rice, los cómics de la editorial Vertigo (justamente), los Men in Black... pero aún así, la idea de transferir los mitos de las religiones paganas, ya fueran nórdicas, celtas o eslavas- a la Norteamérica contemporánea no podía sino generar una gran repercusión.

Por supuesto, no es una novela perfecta -sí, creo yo, en lo estilístico-: funciona mejor, en mi opinión, cuando se mueve en una atmósfera más oscura, incluso críptica, y peor en los momento más coloristas, casi carnavalescos, que los hay... Lo mismo se puede decir de algún que otro toque algo edulcorado. Y en cuanto al protagonista, Sombra, cierto es que resulta imposible no simpatizar con él desde un principio hasta el final, pero también que es un personaje que, desde ese primer momento hasta el término de la historia (si es que termina), no parece cambiar ni evolucionar apenas, pese a las extraordinarias experiencias -imposible que sean más extraordinarias, además- que le suceden.

Ahora bien, que esta aventura narrativa no haya alcanzado una supuesta "perfección" no es óbice, ni mucho menos, para recomendarla; es más, casi siempre rs en la imperfección donde reside el mayor interés de las cosas e incluso el máximo deleite. Que se lo digan, si no, a los viejos dioses, que de perfectos, precisamente tenían bien poco... Y ahí está la gracia.


Nota para interesados (si es que los hay): perdón por soltar el rollo de cómo es que me decidí a leer este libro, etc..., pero quiero aclarar que no tiene nada que ver con la serie de televisión, a la que corresponde esta sugerente imagen (y que no he visto) y sí con mi interés en leerlo antes de Mitos nórdicos, del mismo autor... Coming soon in Un Libro Al Día ; )


sábado, 22 de septiembre de 2018

Jakob Wassermann: Caspar Hauser

Idioma original: alemán
Título original: Caspar Hauser oder die Trägheit des Herzens
Traducción: Jorge Miracle Arola
Año de publicación: 1908
Valoración: Recomendable


La historia de Caspar Hauser no es exactamente una leyenda, sino una serie de hechos sorprendentes ocurridos en Alemania en el siglo XIX. Como seguramente muchos conocen, Hauser fue un muchacho que apareció un buen día en Nuremberg como salido de la nada. Sin apenas ser capaz de andar ni comunicarse, llevaba dos papeles en los que figuraba su nombre y supuestos datos sobre su nacimiento y origen. Más tarde se averiguó que desde muy pequeño había vivido recluido en una especie de zulo, en la oscuridad y sin más contacto con el mundo exterior que la visita periódica de un hombre misterioso que le alimentaba a pan y agua. 

El misterio de Caspar se extiende a otros episodios de su vida, incluyendo su asesinato, hoy en día todavía no esclarecido. Todo lo cual no ha dejado de excitar el interés de sucesivas generaciones, alimentando desde investigaciones científicas hasta chismorreos populares, pasando naturalmente por recreaciones artísticas, entre las que se encuentra la obra que intentaré comentar, pero también alguna que otra película (la de Werner Herzog es la más conocida), esculturas y nombres de parques o hasta de asociaciones de distinto tipo.

El libro de Wassermann es una biografía novelada que da la impresión de ajustarse con bastante precisión a los datos de que se dispone. Seguramente por ello no le dedica mucho espacio a la etapa de cautiverio del joven, aunque es en principio el elemento más impactante de la historia: recluido desde edad muy temprana, Caspar no conoce nada más que a sí mismo y las puntuales apariciones de su carcelero, no ha visto el sol, ni árboles ni edificios, ni a otros seres humanos. A pesar de tratarse de una situación muy potente, quizá hay que agradecer aquí la mesura del autor, que evita dejar volar demasiado la imaginación.

Como es de suponer, la aparición del adolescente causó estupor en la pequeña ciudad provinciana, y pronto se suscitaron rumores, fantasías y recelos. Más o menos protegido por las autoridades locales, Caspar fue quedando bajo la tutela de sucesivos ciudadanos honorables: una especie de científico, un jurista, una dama de la buena sociedad, un profesor, incluso se mantuvo bajo protección (y financiación) de un extraño noble inglés, cuyos sentimientos hacia el muchacho resultan un tanto equívocos, y a quien Wassermann asigna un papel protagonista en un confuso complot contra su protegido. A este respecto, algunas hipótesis, por lo visto no demasiado descabelladas, apuntan a que el joven era descendiente de alguna insigne familia de los principados alemanes, e incluso del mismo Napoleón, viéndose la criatura retirada de la circulación para no perturbar intereses políticos o dinásticos. No hace aún muchos años que se han realizado pruebas de ADN para esclarecer estos extremos, y este confuso origen explicaría posibles intenciones de quitarle de en medio definitivamente.

Las dificultades de este desdichado no se limitan a su terrible infancia, sino que se extenderán a su etapa en libertad, porque junto a cierto sentimiento protector brotan suspicacias, acusaciones de fraude, e incluso varios intentos de acabar con su vida. Se diría que Caspar despierta de alguna manera las más bajas inclinaciones allá donde vaya. Sus sucesivos tutores terminan, bien exhibiéndole como un fenómeno para ganar relevancia social, o intentando seducirle sexualmente, pero, siempre y sin excepción, desconfiando de él o exasperándose porque por algún motivo su comportamiento no es lo que se esperaba. Se diría que Hauser descoloca a la sociedad y sobre todo a quienes le tienen más próximo, no saben qué hacer con él, no comprenden sus reacciones y terminan por odiarle y repudiarlo. En una lectura más actual, diríamos que es un individuo ‘diferente’ (en este caso, por su origen desconocido, pero sustituyámoslo por raza, religión, lengua, costumbres), ante el cual los individuos se movilizan inicialmente para acogerle, pero que con el paso del tiempo se vuelve algo incómodo, que no encaja en lo establecido y a quien terminan por atribuirse mentiras e intenciones oscuras sin que siquiera se sepa en qué consisten. La sensación de profunda injusticia se transmite con eficacia al lector, porque el joven aparece zarandeado por motivos fútiles, y cuestiones insignificantes son suficientes para provocar una marea de acusaciones y reproches. Todo ello hace más verosímil la existencia de intereses y manos negras que agitan la situación; como el autor tampoco profundiza sobre el particular, esa misma opacidad termina por convencernos de que en el fondo sí hay una fuerza oculta que pretende acabar con Caspar.

El problema de Wassermann (a lo mejor no muy distinto al de este reseñista) es que necesita demasiadas páginas para contar las cosas, que además tampoco son tantas, y son bastante similares. Los personajes -en general más bien ‘sobreactuados’, probablemente no lejos del expresionismo- son definidos y matizados una y otra vez sin escatimar extensión. Curiosamente, a fuerza de observarlos con ese grado de detalle terminan por resultar sumamente humanos, dubitativos, cambiantes, poliédricos. A cambio, el ritmo del relato se hace algo premioso, y parece que el autor no da con la fórmula para construir una narración más ágil o menos lineal. O es quizá que quiere por encima de todo ser fiel a la historia original y se abstiene por ello de introducir otro tipo de elementos, situación que resulta bastante habitual en biografías noveladas, que suelen terminar resultando algo plomizas.

No obstante estas carencias, hay también que destacar el fino sarcasmo que recorre las páginas del libro, o algún detalle formalmente más innovador, como la existencia de un capítulo entero conteniendo cartas cruzadas que los personajes se envían unos a otros. Y bueno, aunque sea algo anecdótico, tampoco puedo dejar de mencionar la grandeza de Wassermann para ponerle títulos fascinantes a los capítulos. Y de muy distinta coloración, vean si no:
  • Poéticos: El corazón del mirlo, o Se hará la noche
  • Cervantinos: Conversación entre un enmascarado y otro que se desenmascara, o Se averigua algo del profesor Quandt, así como de una dama sin nombre
  • Modernos en plan generación X: Religión, homeopatía, gente de todas partes 
  • Grandioso y sintético para terminar: Aenigma sui temporis


viernes, 21 de septiembre de 2018

Nuria Amat: El sanatorio

Resultado de imagen de el sanatorio nuria amat amazonIdioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: Inane

Tras catorce días viendo el libro abandonado en cualquier rincón de mi casa, abriéndolo de vez en cuando a regañadientes por puro sentido del deber, tengo muy claro que mi obligación es decir la verdad. Y la verdad es que, por una serie de razones que especificaré más adelante, me ha agotado esta lectura, de ella apenas he disfrutado algunos párrafos a los que jamás habría llegado motu proprio. Eso no quita para que me cueste horrores emitir una opinión tan extrema sobre una obra cuya autora es sobradamente conocida, y reconocida, en nuestro panorama literario. Recuerdo, una vez más, lo subjetivo de mi visión y que no pretendo sentar cátedra. Por eso, a todo el que sienta curiosidad, le animo a comprobar por sí mismo qué es lo que hay detrás de un título tan sugerente.
Hasta ahora, Nuria Amat no era más que un nombre para mí, esta es mi primera incursión en una obra suya y puede que sea una limitación a la hora de juzgarla. Porque quizá deba situarse a El sanatorio entre sus obras menores. Porque ubicar un texto en un contexto puede prestarle una categoría que no se aprecia en el producto aislado. Porque quizá mi valoración esté lastrada por el desencanto al no encontrar lo que esperaba (una novela distópica). Porque, al fin y al cabo, se trata de una obra valiente y sincera, virtudes que, si bien no son garantía de calidad, considero indiscutibles y es de justicia resaltarlas.
De todas formas, me sorprende que una escritora cuya profesionalidad es de sobra conocida presente –aunque no constantemente, por fortuna– unas… digamos peculiaridades sintácticas que no cuadran, ni con lo que esperábamos a priori ni con otros fragmentos del texto. Hasta tal punto que algunas frases resultan farragosas y otras francamente ininteligibles.
En primer lugar, aclaro que, aunque a primera vista lo parezca, no estamos hablando de ficción, ya que la autora no se está inventando nada, ni siquiera recreando hechos reales. Nada que se parezca al asfixiante y opresivo escenario de hechos distópicos, al estilo de El cuento de la criada, aunque la imagen de portada y el texto de contraportada induzcan a pensar que es así. Tampoco es propiamente un ensayo, pues no reflexiona sobre ningún asunto concreto. Podría decirse que se encuentra a mitad de camino de cualquier género y de ninguno, al moverse entre la libre expresión de sentimientos, la reflexión metaliteraria y la introducción de datos conocidos. Estos le sirven para recrear, aunque muy rara vez, situaciones hipotéticas (y esto es lo más cercano a la narración que encontraremos) y, más a menudo, para dialogar con Siegfried Unseld, editor que fue en su época de autores de primera línea (Walser y Bernhard, por ejemplo) y que tiene en su haber una obra extensa, gran parte de la cual está dedicada a relatar la relación que mantuvo con sus editados. Entre ellas destaca El autor y su editor, publicada en alemán en 1985 y que quizá haya servido a Amat de fuente para gran cantidad de episodios.
Procedimientos similares fueron utilizados por autores como Claudio Magris, Orham Pamuk y Cees Noteboom, entre otros, aunque con resultados infinitamente mejores. Al igual que ellos, se propone romper las fronteras entre géneros, tal como insinúa en algún punto y como ha venido haciendo en obras anteriores. Quien nos habla aquí es la propia Amat, en primera persona, exponiendo un punto de vista muy concreto sobre los hechos que se están desarrollando en la Cataluña actual (el sanatorio del título). Para ser exactos, más que un punto de vista, se trata de una explosión de sentimientos, de una larguísima lamentación (para mí absolutamente tediosa) con la que introduce el texto –y que abarca algo menos de un tercio del total– y vuelve a aparecer más adelante entremezclada con el resto de contenidos. Estos consisten en una recopilación de informaciones sobre la trayectoria literaria de autores como Duras, Kafka y Flaubert, además de los mencionados, a lo que añade sus personales reflexiones sobre el oficio de escribir, pequeñas cuñas que podrían calificarse de ensayo literario y que, en mi opinión, constituyen lo más gratificante, incluso lo único aprovechable, de El sanatorio. Este sesgo metaliterario sirve secundariamente para quitarnos de encima tanta angustia.

jueves, 20 de septiembre de 2018

José Luís de Juan: Este latente mundo


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 1999
Valoración: Muy recomendable

Quien más quien menos, si asoma su nariz por este ciber engendro también lo hace por alguna biblioteca. Ummm! Esos espacios acogedores y sublimes, catedrales del saber, reservas de curiosidad y silenc

-Pero bueno, oiga Usted reseñador de medio pelo, deje las digresiones a Javier Marías, bájese los humos y hable de algún libro. Y lo del silencio… lo del silencio, en fin, será cuando cierran por inventario.
-Cierto, mis disculpas, el cliente siempre tiene la razón. 

Este latente mundo discurre en gran parte en bibliotecas, entre montones de papiros o entre centenares de miles de libros sistemáticamente catalogados y ordenados y lo hace además de manera simultánea en dos momentos diferentes y a la vez paralelos, entre el ajetreo polvoriento del Bajo Imperio de Roma por un lado y la segunda mitad del siglo XX por el otro, en la enmoquetada Universidad de Harvard, en Boston, Estados Unidos. Y la manera en que el autor ha sabido engarzar una situación y una trama en la otra es, desde luego, uno de sus evidentes aciertos. Y tiene más.

Lo que hace latir estos mundos es, desde luego, el deseo. La fuerza irrefrenable  por conseguir al otro, la seducción y la excitación compartida, la maravillosa locura del goce. El ponerse en riesgo –en según qué circunstancias y ante según qué ojos- por amar a alguien del mismo género. Es este pulso, profundo y hedonista, el que atrapa la curiosidad del lector y envuelve en fascinación la lectura. Las situaciones y los personajes existen y se desenvuelven en una bien lograda atmósfera de transgresión –rayana incluso con el thriller- por las sombras y los límites de lo convencional y admisible, de lo decente y público. Es, por tanto, una realidad discreta, oculta, lista para ser desvelada para quien se asome a sus páginas. 

Amanuenses, sátirocopistas, ventrílocuos…Los que se dedican a leer y recrear, a alterar, mejorar o desvirtuar lo que otros previamente dejaron por escrito. Personajes como el copista de origen sirio Mazuf que se desenvuelve en la Biblioteca de Trajano, en la Tiberiana, en la del Palatino. O como el estudiante de Derecho Laurence, llegado del medio Oeste, que actúa a su vez en las de Harvard: Gutman, Langdell, Widener... También ellos tienen en común el merodeo: “Ahora como entonces, a Widener y a cualquier otra biblioteca no se va a leer sino a merodear. Claro que leer es también merodeo, búsqueda de trémulo placer en el humo que despiden las palabras”.

Pero también es destacable el estilo, el lenguaje con el que José Luís de Juan (Palma, 1956) elaboró Este latente mundo. Con un tono mesurado, templado, sin cargar tintas ni recrearse en lo frivolo o en lo escabroso, hasta las escenas más explícitas –y abundan con minucioso detalle- aparecen  como impregnadas de una sobria objetividad, como cuando asistimos a “efusiones carnales, por lo general en grupo”. Por lo visto, Este latente mundo adquirió cierta condición de icono entre lectores lgtb –nuevas disculpas por si me dejo alguna inicial- habiendo tenido ediciones para el mercado inglés –“This breathing world”- y francés –“Les souffles du monde”-. Y hasta aquí, me parece, se puede contar. Por estas razones me parece muy recomendable; calificación que aplico igualmente a los frecuentadores, y merodeadores, de cualquier tipo, tamaño o condición de biblioteca.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Javier Ramos: El señor Gro y la hija de la viuda Stern

Idioma original: castellano
Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable

Cada vez corremos menos riesgos a la hora de elegir nuestras lecturas, solo nos lanzamos con autores o editoriales que —a nuestro entender— son un valor seguro, y qué estrepitosas decepciones nos llevamos con algunos de esos valores seguros. Y a pesar de ello nos continuamos resistiendo a salir de nuestra zona de confort. Pero no soy quién para dar lecciones; en algo más de un año que llevo colaborando en ULAD esta solo es la segunda obra de autor desconocido que reseño y porque tiene el aval de un premio literario (cosa que ya tampoco es garantía de nada).

El Señor Gro y la hija de la viuda Stern ganó la edición del 2017 del Premio Internacional de Narrativa «Novelas Ejemplares». Se trata de una novela corta con setenta páginas rebosantes de una prosa poética, original y envolvente. 

Resumen resumido: el anciano Gro lee un libro en un banco de la plaza, todos los días el mismo libro durante años. La gente del pueblo siente curiosidad y recela, y mandan a la pequeña hija de la viuda Stern para que le sonsaque qué lectura es esa que lo mantiene tan absorto.

Esta es una de esas novelas en las que prima la atmósfera sensitiva por delante de la trama, la experiencia lectora tiene más que ver con llegar a un estado mental concreto que con la historia en sí, y por ello es difícil captar su esencia con un resumen. Porque El señor Gro y la hija de la viuda Stern conduce al lector a la esfera de las fábulas y los sueños —un poco en la línea de El Principito— para tratar cuestiones que no se pueden abarcar desde la razón o el realismo. 

¿Y qué cuestiones son esas? Pues aunque cada lector lo percibirá en función de su bagaje emocional y sus experiencias vitales, hay dos temas que toman especial relevancia: por una parte, el duelo como proceso que cada cual gestiona como buenamente puede y que tiende a aislar al individuo de su entorno y su realidad, que suele ir acompañado de culpa o tristeza o ambas, y que necesita un tiempo más o menos largo hasta que finalmente se resuelve. Por otra parte, la penalización por ser diferente, el hecho de no encajar y sufrir el aislamiento, incluso el exilio, en manos de un entorno social viciado, pequeño y endogámico. El retrato que se hace en la novela de ese pueblo o masa social, sumido en la incultura y la desidia, está muy conseguido:
«El día de la boda, se cogían de la mano como para vadear un riachuelo. La viuda Stern se dejaba felicitar por sus vecinas, que tenían en la boca un bombón pegajoso e inagotable que venía a decir, que venía a callar: ¿qué va a darle tu hija al tonto del pequeño del pescador? ¿qué va a darle tu hija, blanca como la vemos, al tonto del pequeño del pescador, si estamos hartas de verla con la falda arremangada y el culo de ese tonto entre sus piernas detrás de la tapia de la conservera? (…)»
Los hechos, palabras y pensamientos de los personajes se entrecruzan con la voz del narrador en tercera persona, sin por ello entorpecer la lectura y logrando una gran cercanía. Porque el estilo es el verdadero eje vertebrador de la obra. Las imágenes y metáforas resultan tan personales y originales que crean un mundo propio entre el narrador y el lector. No resulta sencillo elegir una sola cita puesto que las setenta páginas de la obra son una continua cita que invoca a la lectura: 
«Es muy sensato lo que dices, Gro, dijo la hija de la viuda Stern. Cincuenta años, mis pechos se me han hundido en la blusa y mi pelo es corto y es feo, y el señor Gro me llama muchacha con su voz trabajosa. Es bonito ver cómo un viejo busca una palabra y la encuentra y la dice. Se ve la palabra muy nítidamente rehuyéndole y se ve cómo suavemente la coge entre sus labios (como con las manos se saca un pájaro del nido y se le impulsa), y después la dice.»
Así que recomendable por lo personal y expresivo de la apuesta (diría que no es un tipo de obra que abunde en el mercado por lo que aún debería ser más celebrado su reconocimiento mediante premio y publicación), y porque ofrece una lectura pausada que invita a degustar cada palabra y percibir las sensaciones que produce. Una buena oportunidad para leer porque sí y no para ver qué pasa.

martes, 18 de septiembre de 2018

Jesmyn Ward: La canción de los vivos y los muertos

Idioma original: inglés
Título original: Sing, unburied, sing
Traducción: Francisco González López (edición en castellano), Josefina Caball (edición en catalán)
Año de publicación: 2017
Valoración: muy recomendable

«No hay felicidad aquí», dice Jojo, el pequeño protagonista de trece años en medio del libro. Y tiene toda la razón. Ni hay felicidad en el mundo de Jojo, ni la hay en esta gran obra literaria, ganadora del National Book Award en 2017. Pero de eso se trata cuando se trata de hacer un retrato de una parte de la sociedad americana que vive en los márgenes, con la tragedia que acecha para irrumpir a la mínima oportunidad.

Así, son necesarias unas pocas páginas para ser consciente del dominio de la narración por parte de la autora, pues, más allá de utilizar un estilo cuidadoso en la elección de las palabras, es hábil y eficaz al elegir la estructura, repartiendo la narración entre diferentes personajes: Jojo, Leonie y Richie. La narración corre a cargo de ellos, siempre realizada en primera persona, y la autora es hábil al dotarlos de una riqueza en matices que les otorga una personalidad propia y marcada que los hace inconfundibles.

Directa al grano, Ward nos sitúa rápidamente en contexto y nos encontramos, de golpe, con una realidad asfixiante: una familia desestructurada y muy pobre, con problemas de diversa índole que arrastra de su pasado y que persisten en su presente, viviendo como buenamente puede en una casa de campo donde crían animales que servirán de alimento a sus hambrientas bocas. Y ya de entrada conocemos a Jojo, y la manera en la que la autora lo introduce en la historia es brillante: nos pone en la piel de ese niño de trece años, y empatizamos perfectamente con él, percibiendo su profundo respeto hacia su abuelo, la desconfianza hacia su madre, ausente en muchas ocasiones y totalmente despreocupada de ejercer como tal, con una figura paterna que está en la cárcel y una hermana pequeña de quien debe hacerse cargo, un tío fallecido de manera trágica; y los abuelos, esas figuras que actúan siempre como referente cuando todo lo demás se tambalea, pilares de un hogar que se sostiene a duras penas.

Una vez definido claramente el contexto, a Jesmyn Ward le bastan pocas páginas para establecer cuáles son las raíces de la familia y de la propia historia. Sabemos lo que hay y de donde partimos, pues con unas breves pinceladas sobre el pasado de los personajes empezamos a ver que, aunque lo que nos cuenta no es poco, hay mucho más, y la autora prefiere suministrárnoslo a pequeñas dosis para que podamos soportar la carga. Porque hay muchas carencias en la familia, y no únicamente de índole económica, sino también afectiva. Porque la madre está, pero no se puede contar con ella, evadida en ocasiones en sustancias psicotrópicas, el padre en la cárcel de la que saldrá en breve, la abuela terriblemente enferma, y un abuelo que infunde respeto pero que parece ser el único que proporciona cierta estabilidad a la familia. Y los niños, solos, hambrientos, desamparados y emocionalmente abandonados. Y un pasado que les marca, les persigue, les atenaza y les asusta.

Y, por si la situación no fuera ya suficientemente tensa, la autora orienta la historia hacia un viaje emprendido en coche en la búsqueda del padre que sale de la cárcel, para traerlo de nuevo a casa; un viaje que, recorriendo Misisipi desde el sur hasta el norte, los encierra dentro del vehículo en una claustrofóbica travesía, metiéndolos en un pequeño espacio que los pone al límite hasta prácticamente ahogarlos en sus propias y trágicas vidas. La sensación de agobio, de cansancio, de encerramiento es terriblemente palpable en cada una de sus páginas, y el desespero es absoluto como lo es su futuro desalentador. No hay ni un solo matiz de alegría, ni una luz que brille más allá de lo que lo hacen las miradas suspicaces de aquellos con los que topan de manera accidental, porque todo son accidentes, vitales, fortuitos, trágicos. Así, la autora aprovecha el viaje para hábilmente introducirnos la carga emocional del libro, alejándose de la supuesta road movie que uno espera para darnos pinceladas de experiencias pasadas, pero no olvidadas, historias sobre campos de trabajo donde hombres y niños negros eran esclavizados para recoger algodón hasta la extenuación, con los abusos de quien no tiene escrúpulos, sometiendo a los hombres y niños al duro trabajo en condiciones impropias para un ser humano. Y sí, hasta aquí la historia atrapa y conmueve, pues la intensidad narrativa es alta, pero arranca de manera definitiva con la aparición de un nuevo personaje...

Porque aparece Richie, y con él la historia despega y crece, pues su personaje conmueve, te atrapa, te asusta y te entristece. Porque intuimos la vida que tuvo, porque vemos a través de su experiencia esos abusos que marcan la vida por los recuerdos que dejan, de la misma manera que ocurre con el cuerpo a través de los latigazos de sus vigilantes. Así, el libro abandona parcialmente la carga de la trama en relación a los adultos, para dirigirla hacia los niños, y es en este punto, aproximadamente hacia la mitad del libro donde la historia vuela, se encierra sobre los niños a la vez que se abre en profundidad. Es ahí donde se recogen las pinceladas que la autora ha ido esbozando para tomar forma en un dibujo desolador, con los niños como símbolo de fragilidad, pero también de una fortaleza que asoma entre la miseria y el abuso, entre el maltrato y la desolación, forzándolos a una responsabilidad que supera la edad en la que la infancia debería ocupar la vida; los niños como símbolo de esperanza, como un futuro que está lleno de posibles, siempre que el éxito en la lucha permita llegar a ellos. Y es en esa segunda mitad de libro inmensa, que la historia va penetrando en las distintas capas del lector hasta suponer un peso que le arrastra hasta la profundidad de sí mismo, pues a pesar de la dureza y la aflicción que envuelve la novela su calidad impide que aparte un segundo la mirada de las páginas que vuelan como el pájaro de la portada. Porque el libro te obliga a seguir, te fuerza a sumergirte, y te somete a una desgarradora y triste historia de seres abatidos por su propia vida, por su propia desgracia, por su pasado, pero especialmente por un presente que no ha podido volar, pues la cadena que ata el paso del tiempo al pasado impide avanzar hacia un camino abierto a la esperanza.

La calidad que emana del libro viene de la potencia de su lectura a varias capas, pues nos retrata una sociedad fracturada, que aún no ha superado épocas del pasado en la que el racismo era evidente y se exhibía sin tapujos, en la que las relaciones interraciales parecían crímenes a ojos de la sociedad, especialmente a ojos de los blancos, quienes desde su lugar privilegiado abusaban y sometían a los negros. Y en cierto modo se sigue arrastrando esos tics racistas, y la autora lo expone, en los abusos policiales, en la violencia social que empaña y ensucia el clima cotidiano, siempre con una mirada hacia el pasado, pues vemos esos campos de trabajo para negros, de sol a sol, bajo la mirada del agujero del cañón de una escopeta en manos de los blancos. Y lo vemos a través del abuelo, y de Richie, y de tantos otros que sufrieron un pasado de condenable injusticia, pero también lo vemos en el presente, en los problemas en la aceptación de una familia interracial. Pero la historia no solo trata de raza, pues vemos también, en otra dimensión, una historia de amor, de amor desenfrenado y posesivo, de amor loco e irreflexivo, de amor nocivo y obsesivo, pero también vemos una historia de amor fraternal y bondadoso, de amor afectuoso y responsable, de amor protector y amable.

El libro nos ofrece una mirada cruda y real sobre el sur de EE.UU., sobre el pasado y el presente de parte de la sociedad negra que sufrió y sigue sufriendo, y lo hace con historias estremecedoras sobre personajes que, de tan magistralmente retratados, acaba conformando una realidad de la que no deberíamos separarnos, apartarnos, sino combatirla, y enterrar esas injusticias que hace demasiado tiempo que duran. Pero no únicamente ofrece este análisis, pues también es un retrato de lo que es una familia desestructurada, perfectamente narrado, con suficientes matices para huir de la típica historia que hemos visto mil veces, porque aquí la realidad y la honestidad se palpa en cada frase, no hay nada forzado, todo está perfectamente calibrado y suena tan real que es imposible salir de la historia indemne. Porque estamos delante de un inmenso libro, del que no puedes despegarte porque, a pesar que el peso de su historia te pide a gritos salir, airearte y alzar los ojos, su carga emocional y la capacidad narrativa de la autora provoca que se abra un vacío inmenso del que no es fácil salir, pues te arrastra hasta el mundo de Jojo y Richie, un mundo de que los niños no deberían formar parte, un lugar en el que los que viven en él están condenados a sufrir, pues están solos, desprotegidos y emocionalmente abandonados.

Y el canto del título, un canto a la lucha de los desamparados, de los humildes. Un canto a favor de una vida no experimentada de la manera en que debería serlo; una vida llena de cicatrices que la violencia de las vivencias soportadas ha debilitado hasta la casi extenuación. No hay optimismo para esas vidas, únicamente la necesidad de salir adelante e imaginar que otras vidas son posibles, a pesar del mundo que les agrede, de la sociedad que los maltrata, del azar que juega con ellas en una partida con las cartas marcadas como muescas causadas en su propia piel durante su cruel pasado. Ni la presencia de los espíritus, de los fantasmas del pasado, logran apartar ni un solo momento la historia de su trágico realismo, pues todos tenemos nuestros fantasmas que nos persiguen y nos echan en cara las decisiones erróneamente tomadas. Y los fantasmas nos persiguen, nos acechan, y no tendremos descanso hasta que afrontemos nuestro pasado y podamos luchar, cara a cara, con nuestros propios miedos y temores.

PD: he puesto la edición en catalán, pues encuentro más acertada la traducción del título (más fiel al inglés original: «Sing, unburied, sing»)

lunes, 17 de septiembre de 2018

Mircea Cărtărescu: El ala izquierda. Cegador, I

Idioma original: Rumano
Título original: Orbitor. Aripa stângă
Año de publicación: 1996 (Rumanía) - 2018 (edición de esta reseña)
Traducción: Marian Ochoa de Eribe
Valoración: Imprescindible


La imagen de un adolescente enfermizo y ojeroso contemplando, "como un sarcopto que excava canales en su piel de luz antigua", su propio reflejo y la ciudad de Bucarest desde la ventana de su habitación abre este primer volumen de la monumental trilogía “Cegador” y da una idea general de lo que en el encontraremos.

Porque “El ala izquierda” es un libro que parte del extrañamiento de uno mismo, una especie de autobiografía mítica, una profunda indagación en la propia identidad en la que memoria, recuerdo y nostalgia juegan un papel fundamental. Es, además, un paseo por un laberinto de espejos en un continuo realidad-alucinación-sueño separadas por membranas permeables, un libro tremendamente metafórico, plagado de imágenes y símbolos, de miedos atávicos y ritos ancestrales.

También podríamos definir “El ala izquierda” como el intento desesperado de responder a una pregunta tan sencilla y tantas veces planteada como “¿qué demonios sucede?”. Para averiguar qué sucede, quiénes somos o cómo hemos llegado hasta aquí, se hace necesario excavar en el pasado porque “el pasado lo es todo, el futuro no es nada. No existe otro sentido del tiempo”.

En esta excavación (utilizo excavación porque me recuerda a esos insectos tan recurrentes en la narrativa de Cărtărescu), el autor se remonta a los orígenes familiares casi míticos, con la huida (con tintes bíblicos) de sus antepasados desde Bulgaria a Rumanía.

Esta crónica familiar se detiene, en la segunda parte del volumen, en la figura materna. Esta parte de la narración es, digamos, la más convencional. Estamos en la sombría Bucarest de la Segunda Guerra Mundial y de posguerra y podría leerse como una novela de formación en la que asistimos a episodios clave de la juventud de la madre; episodios marcados por la guerra (bombardeos), la muerte, la devastación y el sexo. No obstante, también esta parte tiene sus momentos oníricos, como la historia del negro Cedric en Nueva Orleans o el turbador encuentro con una mujer encerrada durante años en una cabina de ascensor (y hasta aquí puedo leer).

La tercera y última parte de “El ala izquierda” parte de un recorrido por la Bucarest de los años 80, un Bucarest que se asemeja por momentos a míticos territorios literarios, y se centra en la figura del solitario y melancólico Cărtărescu, quien vuelve a sus recuerdos de infancia y adolescencia, recuerdos marcados por el descubrimiento del sexo y de mundos ocultos y desconocidos, como el de la azotea de la casa de Stefan cel Mare, en permanente metamorfosis. 

Estamos, en resumen, ante un libro crepuscular, grotesco y fascinante como el universo y como la mente humana, a medio camino entre la lucidez y la perversidad, con terribles analogías entre lo individual y lo total. Como decía al comienzo de la reseña, se trata de un libro muy metafórico (mucho),  que deja abiertas multitud de preguntas, multitud de dudas, y que, pese a todo, se lee con "relativa" facilidad. Porque si algo caracteriza la prosa de Cartarescu, además de su capacidad para reflejar los miedos y deseos más profundos e inconfesables del ser humano de cualquier época y lugar (y aquí vienen a la mente nombres como el de Kafka, Borges o Proust), es el ritmo. Creo que Cartarescu es un autor muy marcado por el fondo de sus textos y se nos olvida valorar que, pese a la complejidad de los mismos, su escritura resulta terriblemente absorbente y ágil.

Un único pero: ¡tenemos que esperar un año y medio para la segunda parte de "Cegador"!

P.S.: Lo dije en la reseña de "Solenoide" y lo vuelvo a decir: es algo totalmente subjetivo, pero el trabajo de Marian Ochoa de Eribe me parece complicadísimo e impecable.