Idioma original: Castellano
Año de
publicación: 1999
Valoración: Muy
recomendable
Quien más quien
menos, si asoma su nariz por este ciber engendro también lo hace por alguna
biblioteca. Ummm! Esos espacios acogedores y sublimes, catedrales del saber, reservas
de curiosidad y silenc
-Pero
bueno, oiga Usted reseñador de medio pelo, deje las digresiones a Javier Marías,
bájese los humos y hable de algún libro. Y lo del silencio… lo del silencio, en
fin, será cuando cierran por inventario.
-Cierto,
mis disculpas, el cliente siempre tiene la razón.
Este
latente mundo discurre en gran parte en bibliotecas, entre montones de papiros
o entre centenares de miles de libros sistemáticamente catalogados y ordenados
y lo hace además de manera simultánea en dos momentos diferentes y a la vez
paralelos, entre el ajetreo polvoriento del Bajo Imperio de Roma por un lado y
la segunda mitad del siglo XX por el otro, en la enmoquetada Universidad de
Harvard, en Boston, Estados Unidos. Y la manera en que el autor ha sabido
engarzar una situación y una trama en la otra es, desde luego, uno de sus evidentes
aciertos. Y tiene más.
Lo
que hace latir estos mundos es, desde luego, el deseo. La fuerza irrefrenable por conseguir al otro, la seducción y la
excitación compartida, la maravillosa locura del goce. El ponerse en riesgo –en
según qué circunstancias y ante según qué ojos- por amar a alguien del mismo género.
Es este pulso, profundo y hedonista, el que atrapa la curiosidad del lector y envuelve
en fascinación la lectura. Las situaciones y los personajes existen y se
desenvuelven en una bien lograda atmósfera de transgresión –rayana incluso con
el thriller- por las sombras y los límites de lo convencional y admisible, de
lo decente y público. Es, por tanto, una realidad discreta, oculta, lista para ser
desvelada para quien se asome a sus páginas.
Amanuenses,
sátirocopistas, ventrílocuos…Los que se dedican a leer y recrear, a alterar, mejorar
o desvirtuar lo que otros previamente dejaron por escrito. Personajes como el
copista de origen sirio Mazuf que se desenvuelve en la Biblioteca de Trajano,
en la Tiberiana, en la del Palatino. O como el estudiante de Derecho Laurence,
llegado del medio Oeste, que actúa a su vez en las de Harvard: Gutman,
Langdell, Widener... También ellos tienen en común el merodeo: “Ahora como
entonces, a Widener y a cualquier otra biblioteca no se va a leer sino a
merodear. Claro que leer es también merodeo, búsqueda de trémulo placer en el
humo que despiden las palabras”.
Pero
también es destacable el estilo, el lenguaje con el que José Luís de Juan
(Palma, 1956) elaboró Este latente mundo. Con un tono mesurado, templado, sin
cargar tintas ni recrearse en lo frivolo o en lo escabroso, hasta las escenas más explícitas –y
abundan con minucioso detalle- aparecen como
impregnadas de una sobria objetividad, como cuando asistimos a “efusiones
carnales, por lo general en grupo”. Por lo visto, Este latente mundo adquirió
cierta condición de icono entre lectores lgtb –nuevas disculpas por si me dejo
alguna inicial- habiendo tenido ediciones para el mercado inglés –“This breathing world”- y francés –“Les souffles du monde”-. Y hasta aquí, me parece,
se puede contar. Por estas razones me parece muy recomendable; calificación que
aplico igualmente a los frecuentadores, y merodeadores, de cualquier tipo,
tamaño o condición de biblioteca.
Me vino a la mente "Autodidacto", aquel personaje secundario de La Náusea de Sartre (que sin duda podría ser un merodeador de biblioteca de corte hedonista). Aunque las novelas no tengan nada que ver, le recordé. Sirva ese recuerdo para dejarte un comentario.
ResponderEliminarTu reseña, como he dicho otras veces: un agradable texto que gana más con tu manera de escribir que por el libro particular que traigas. (Así me pasa a mí con algunos de vosotros). Felicitaciones.
Sobre el libro, siento que la estructura promete y creo en tu buen gusto, pero me doy cuenta que en principio lo estoy dejando de lado porque juzgo que no me va a interesar el pulso del que hablas. Cosa que me hace sentir un poco intolerante cuando presumo de no serlo. Quizá leerlo sería una buena prueba o lección para mí... Juas! Sirva este último cuestionamiento para mejorar el comentario.
Si lo leo te cuento.
Hola Diego, seguro que uno de los grandes placeres es hacer lo que apetece en el momento que estimemos oportuno.
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