Título original: Couleurs de l'incendie
Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable (como mínimo)
Trasladémonos a la Francia del siglo XX,
época de entreguerras, con sus costumbres, panorama político-financiero,
personalidades relevantes, relaciones internacionales, fuerte influjo de la
prensa (poseedora del monopolio informativo, o casi), una propaganda aún incipiente, preludio
de la sofisticada publicidad de hoy, y aunque pasase desapercibido en su
momento, un fuerte clima pre-bélico. Mundo en ebullición, tanto como el de ahora
al menos, y con bastantes puntos en común entre ambos. Será un viaje agradable,
incluso apasionante, que no nos supondrá mucho esfuerzo pues quién lo propone
lo hace desde el presente. Ese es el motivo de que el escenario que
contemplamos nos resulte algo más familiar de lo previsto y sintamos tan
cercana la mentalidad que guía el argumento. Y es que ha sido concebido por
Pierre Lemaître –nacido dos décadas después del desenlace de los hechos– un autor
con un bagaje muy distinto del de los novelistas de entonces, cuyas obras más
conocidas son Vestido de novia y Nos vemos allá arriba, con las que no puedo
dejar de emparentarla.
En esta última encontramos los
antecedentes de los hechos. Los colores
del incendio comienza en 1927. Marcel Pericourt, padre de Edouard, al que habíamos
conocido como superviviente de la Primera Guerra y cuya trayectoria se detalló
en su momento, acaba de fallecer dejando como única heredera de su fortuna y la
dirección del banco que lleva su nombre a su hija Madeleine, separada de su
primer marido y reacia a contraer un segundo matrimonio. Las convulsiones que
provoca este fallecimiento serán objeto de su primera parte. En ella, a través
de las vicisitudes familiares, contemplamos el tejido social de una época
descrito con la contención adecuada que nos recuerda a títulos más que
conocidos, en particular El caso Maurizius, cuyo precoz protagonista parece el precursor de Paul –hijo de
Madeleine y tan singular como aquel Etzel– cuyas andanzas nos mantendrán en
vilo hasta el final. El propio autor reconoce en nota posterior el influjo,
entre otros, de Wassermann.
En la segunda parte la intriga predomina
(en los dos sentidos): las estratagemas se suceden, de ahí que todo tenga que
estar muy bien atado. Un trabajo de filigrana –en cuya elaboración Lemaitre es
maestro, como demostró en la primera obra citada– algo artificioso, que roza lo
inverosímil sin llegar a tocarlo y de cuyo desenlace –para mi gusto, excesivamente
justiciero– no cabe ninguna duda. Por
eso este apartado tiene un aire un tanto folletinesco, aunque sin perder de
vista el entramado histórico-social –fruto de una excelente labor de
documentación– que continúa siendo su telón de fondo ni abandonar la carga
crítica que atañe a todos los estamentos. Aún así, pienso que aquí abusa de los
elementos del género negro y, tratándose de otro tipo de argumento, le hace
perder categoría.
Porque en esta historia de traiciones y
venganzas –narrada con el ritmo exacto– están muy presentes tanto el crack de
1929 como la, cada vez menos difusa, amenaza del nazismo. Además, las actuales
estructuras económicas empiezan a fraguarse en esos años. Escribiendo Los colores del incendio, su autor
empezó a verla como el segundo volumen de lo que, finalmente, será una trilogía
que abarcará una década más y que piensa titular Los hijos del desastre.
Cada vez que leo a Lemaître tengo muy
presente sus estudios de psicología que, creo, han sido determinantes en su
habilidad para manejar los sentimientos del lector. A veces demasiado, incluso.
Sus personajes están realmente vivos, en concreto, el de Madeleine es un
auténtico coloso (“…había recibido una
educación de mujer. Aunque la quería mucho, su padre la había criado con la
convicción de que en las grandes cosas nunca estaría a la altura. Perder la
fortuna que le había legado confirmaba esa opinión.”) pero eso no hace
sombra en absoluto a la magnífica galería que la rodea. Atentos todos a
individuos como Gustave Joubert, Charles Pericourt, sus hijas Rose y Jacinthe, Leonce,
Paul, André Delcourt, Jules Guilloteaux, Dupré, Vladi, Solange Gallinato, Robert
Ferrand, el señor Renaud, todos ellos a cual más fascinante.
Tampoco hay que olvidar el elemento
sorpresa que, en gran parte, se debe a la habilidad con que el autor nos suministra
la información: el punto de vista cambia según convenga, en unos episodios se
utiliza el narrador omnisciente, en otros pensamos igual que el personaje y si
está equivocado ya lo sabremos en su momento. Tampoco ellos son lo que parecen:
los vamos descubriendo poco a poco. Más despacio de lo habitual, quiero decir. Sí,
Lemaître nos engaña, y no solo no nos importa: lo aceptamos encantados en
cuanto nos percatamos de ello.
Sin embargo, y a pesar de tanto virtuosismo,
resulta que hace falta un epílogo para cerrar la trayectoria de los personajes
y no dejar al lector hecho un mar de preguntas.
Traducción: José Antonio Soriano Marco
Más de Lemaître: Irène, Tres días y una vida, Vestido de novia, Nos vemos allá arriba
6 comentarios:
Hola, Montuenga:
“Nos vemos allá arriba” me pareció una genialidad. Para mí, es uno de los mejores escritores vivos, Tiene virtuosismo, nos hace vibrar con sus personajes y las historias están muy bien trazadas. La descripción de cómo vuelve un combatiente de la guerra sin parte de su cara, del impacto que supone reincorporarse a la vida cotidiana después de lo que ha vivido es desgarradora. Este libro, junto con la novela gráfica “Puta guerra” (tremenda, por cierto)’constituye una exposición muy cercana, y sentimental, no hay duda, del sinsentido de la guerra.
Así que, lo leeré en cuanto pueda. Gracias por tu reseña, tan buena y trabajada como siempre.
Lupita, la protagonista de esta novela es la hija del que volvió con la cara destrozada. No sé si ha quedado claro en la reseña. Todo un carácter, hasta tal punto que quizá el autor se haya excedido. Pero te garantizo que te lo vas a pasar chachi y vas a estar intrigada hasta el final.
Muchas gracias a ti.
Sí, lo había entendido. Creo que tendré que volver a leer “Nos vemos allá arriba” para tenerlo reciente.
Que pena, jaja
Saludos
La hija no, es la hermana de Eduard. Y ambos son hijos de Marcel Péricourt.
Excelente reseña. Coincidimos en el abuso de la intriga que no desmerece la gran obra que es.
Habrá tercera parte? Que buena noticia!
Gracias!
Para nada, Lupita. Esta novela es independiente de la anterior, y si hay algún antecedente (pocos) que conviene recordar, el autor lo deja claro con las palabras justas y su desenvoltura habitual. No me cabe duda de que, así en general, te gustaría tanto o más que "Nos vemos...", pero hay un "pequeño detallito" que quizá te moleste. Y lo de detallito es un decir, porque se trata de uno de los asuntos centrales del argumento. Tú indaga y ya decidirás. Yo la empecé sin saberlo y, a pesar de mis reticencias, me ha gustado.
Hola Pau. Tienes razón, me hice un pequeño lío con nombres y parentescos. Como sabes, el texto constata el fallecimiento del hermano aunque sin dar detalles.
Lemaître tiene previsto cerrar la serie, y hasta ha pensado el título de la trilogía. En esas declaraciones llegó a manifestar su ilusión por empezar otra que partiría de los años 50, con idea de completar el siglo XX. Pero esto más como utopía que otra cosa. Aunque nunca se sabe, tenemos los ejemplos de Ramiro Pinilla, Matute... Así que el tiempo dirá.
Me alegra que estés de acuerdo y gracias por los elogios.
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