Idioma original: inglés
Título original: A Study in Terror
Año de publicación: 1966
Valoracción: Se deja leer
Reconozco que este es el equivalente literario de un BidMac: comida rápida que no llena pero engaña al estómago. En este caso, no conmueve ni enseña ni cambia el mundo, pero entretiene, que es lo que se le pide.
Además, este es un libro con una historia curiosa: es, en realidad, la novelización de una película del año anterior, A Study in Terror, en la que Sherlock Holmes se enfrenta a Jack el Destripador (una historia que Conan Doyle nunca llegó a escribir, obviamente). Después de la película, Paul W. Fairman se encargó de la novelización de la trama (con algunas modificaciones), y Ellery Queen -que no es una persona, sino dos, los primos Frederick Dannay y Manfred Bennington Lee- de escribir una historia-marco, en la que el detective Ellery Queen recibe el manuscrito del doctor Watson (ojo, no de Conan Doyle sino de Watson: la novela se sitúa en el mismo mundo de ficción que los relatos originales de Sherlock Holmes).
Como digo, no hay que buscar grandes profundidades a la novela: mantiene el suspense con bastante pericia, muestra el típico sentido del humor de Ellery Queen en las partes escritas por Ellery Queen, y en las novelizadas por Paul W. Fairman se imita relativamente bien el estilo y las técnicas de Conan Doyle, incluidas las casi milagrosas deducciones de Sherlock Holmes "marca de la casa", a partir de una mancha casi invisible o de un gesto imperceptible de su interlocutor. Tal vez el detective tenga en esta novela algo más de héroe acción que en los relatos originales, lo que hace pensar que es un término medio en el camino hacia las recientes películas de Sherlock Holmes made in Hollywood.
En fin, que le agradezco al señor (a los señores) Ellery Queen que me entretuvieran durante un viaje de tren de dos horas, y que muy probablemente volveré a comprar otra novela suya en el futuro. Cuando tenga otro viaje de dos horas por delante.
Ahora, vuelvo a Verdes valles, colinas rojas de Ramiro Pinilla, que es la antítesis de esta novela.
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viernes, 31 de agosto de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
Fiódor Dostoievski: El eterno marido
Título original: Vechnyj muzh
Fecha de publicación: 1870
Valoración: Muy recomendable
Agosto expira, y con la llegada de septiembre, el otoño ya es casi un hecho. Y aunque cada vez se luzcan menos, las incombustibles campañas publicitarias de la “Vuelta al cole” lo inundan todo, como si desde la cúpula del consumismo pretendieran prepararnos psicológicamente para las hojas secas, el viento frío y las lluvias finas y persistentes. Y qué se le va a hacer, pero todo esto me gusta. Prefiero las estaciones frescas a las cálidas. Que soy más de bruma que de duna, vamos, y el libro que hoy reseño es perfecto para comenzar una transición benévola entre este verano que ya se nos va y mi querido y reconfortante otoño. Perfecto por su aura borrascosa y extraña.
Digamos que en esta ocasión el monstruo de Dostoievski no es que no se luzca como acostumbra, pero El eterno marido es, en mi humilde opinión, una de sus novelas más peculiares. En ella, para variar, presenta una única trama lineal, su longitud no es demasiado extensa, y sus criaturas son más complejas y ausentes de precedentes literarios claramente identificables que nunca.
Ahora, hagamos las presentaciones...
El primer antihéroe de la función es Veltchaninov, un tipo de vida poco ordenada que espera ansiosamente que le sea concedida una generosa herencia. El segundo responde al nombre de Pavel Pavlovich y es un viudo de espíritu apesadumbrado que va a todas partes con su pequeña, una lánguida niña llamada Lisa que no logra poner, haciendo uso de la frecuentemente esperanzadora magia infantil, una pizca de luminosidad e ingenuidad en la trama. Pero qué le vamos a pedir al Padre de todos los atormentados, que fue el que la inventó...
Sigamos.
La historia que Dostoievski nos regala en esta ocasión comienza a tejerse cuando estas criaturas mencionadas coinciden en el espacio y en el tiempo, y los dos hombres descubren los roles que ambos desempeñaron en un triángulo amoroso cuyo vértice principal está ya en el otro mundo: Veltchaninov no es otro que el ex-amante de la difunta esposa de Pavlovich. Y como hablamos del escritor del que hablamos, lo vuelvo a recordar, creedme que Veltchaninov arrastra una buena dosis de sentido de culpabilidad, y Pavlovich, no menos cantidad de tormento y resentimiento.
El encuentro que tendrán los dos hombres y la extraña relación que comenzarán, siempre velados por el fantasma de la amante/esposa traidora, alicatará para siempre las imágenes que ambos poseen de sí mismos, siendo la de Pavlovich la de “el eterno marido”, fiel, paciente y traicionado, y celoso de un amante luminoso al que nunca podrá igualarse. Pero pronto quedará claro que el papel de Veltchaninov, el del amante que da a la esposa insatisfecha la emoción y la pasión que la misma no encuentra en su rutinario matrimonio, tampoco es satisfactorio para su portador, anhelando éste la estabilidad y el prestigio que da el saberse el hombre oficial, legítimo y socialmente reconocido de la amada.
En síntesis: una novela breve, intensa, extraña, inolvidable, dura, realista y un perfecto ejercicio de psicoanálisis dostoievskiano que no me canso de recomendar sólo a un determinado tipo de persona que no me atrevo a describir. Pero en esta ocasión, he sido infiel a mi costumbre y la recomiendo de forma abierta.
Feliz transición rumbo al equinoccio otoñal.
Otras obras de Fiódor Dostoievski en ULAD: El idiota, Crimen y castigo, El jugador, Noches blancas, Los hermanos Karamazov, Memorias del subsuelo, Stepanchikovo y sus moradores, La sumisa, El doble
miércoles, 29 de agosto de 2012
Virginia Woolf: La mujer ante el espejo
Idioma original: inglés
Título original: The Lady in the Looking-Glass
Año de publicación:1944 / 2011
Valoración: Muy recomendable
Aclaremos, para empezar, que este no es un libro de Virginia Woolf, en el sentido de que nunca, hasta 2011, se había publicado con este formato y este conjunto de textos. The Lady in the Looking-Glass es el título de uno de esos Penguin Mini-Classics que, por un precio muy simpático, ofrecen pequeñas obras de algunos de los autores más reconocibles de la colección Penguin. En este caso, se agrupan en este volumen cinco relatos originalmente publicados entre 1921 y 1941, o sea, en plena madurez creativa de la escritora.
Y en conjunto, los relatos dan una buena idea de la obra de la maestra de Bloomsbury: humor, poesía, estilo, técnica. "La mujer ante el espejo", el relato que da título a este librito (y que podéis leer entero aquí), es casi un juego de perspectiva e imaginación: la recreación por parte del narrador de la interioridad de la mujer del título a partir de la pura exterioridad captada por el ojo, la imagen reflejada en el espejo. Algo parecido sucede en "La marca en la pared", con resultados semejantes. "Lapin y Lapinova" y "Objetos sólidos" son relatos más poéticos, centrados en las excentricidades -nunca criticadas, aunque tampoco ensalzadas por la autora- de sus protagonistas.
"Una sociedad" es el texto más decididamente humorístico, crítico e interventivo del conjunto. La premisa lo dice todo: un grupo de mujeres que descubre de pronto que los hombres no siempre son seres geniales o generosos, decide no traer más niños al mundo hasta no averiguar si el mundo merece realmente la pena. Y ahí se lanzan las mujeres, a investigar lo más alto y lo más bajo de la sociedad, la cultura y las ciencias, la historia y la literatura, lo que da la oportunidad a Virginia Woolf de satirizar buena parte de las instituciones y convenciones sociales británicas. El relato termina, al menos, con una esperanza: las futuras generaciones de mujeres, más cultas, más libres, más independientes.
No son estos relatos muy probablemente la obra maestra de Virginia Woolf; Orlando, La señora Dalloway, Las olas... son por derecho propio clásicos de la literatura contemporánea universal; pero quien se acerque a este volumen sin haber leído nada más de su autora, probablemente quedará satisfecho, y muy probablemente querrá leer más. Así que, señores de Penguin: misión cumplida.
También de Virginia Woolf en ULAD: Flush, Una habitación propia, La señora Dalloway, Orlando
Título original: The Lady in the Looking-Glass
Año de publicación:1944 / 2011
Valoración: Muy recomendable
Aclaremos, para empezar, que este no es un libro de Virginia Woolf, en el sentido de que nunca, hasta 2011, se había publicado con este formato y este conjunto de textos. The Lady in the Looking-Glass es el título de uno de esos Penguin Mini-Classics que, por un precio muy simpático, ofrecen pequeñas obras de algunos de los autores más reconocibles de la colección Penguin. En este caso, se agrupan en este volumen cinco relatos originalmente publicados entre 1921 y 1941, o sea, en plena madurez creativa de la escritora.
Y en conjunto, los relatos dan una buena idea de la obra de la maestra de Bloomsbury: humor, poesía, estilo, técnica. "La mujer ante el espejo", el relato que da título a este librito (y que podéis leer entero aquí), es casi un juego de perspectiva e imaginación: la recreación por parte del narrador de la interioridad de la mujer del título a partir de la pura exterioridad captada por el ojo, la imagen reflejada en el espejo. Algo parecido sucede en "La marca en la pared", con resultados semejantes. "Lapin y Lapinova" y "Objetos sólidos" son relatos más poéticos, centrados en las excentricidades -nunca criticadas, aunque tampoco ensalzadas por la autora- de sus protagonistas.
"Una sociedad" es el texto más decididamente humorístico, crítico e interventivo del conjunto. La premisa lo dice todo: un grupo de mujeres que descubre de pronto que los hombres no siempre son seres geniales o generosos, decide no traer más niños al mundo hasta no averiguar si el mundo merece realmente la pena. Y ahí se lanzan las mujeres, a investigar lo más alto y lo más bajo de la sociedad, la cultura y las ciencias, la historia y la literatura, lo que da la oportunidad a Virginia Woolf de satirizar buena parte de las instituciones y convenciones sociales británicas. El relato termina, al menos, con una esperanza: las futuras generaciones de mujeres, más cultas, más libres, más independientes.
No son estos relatos muy probablemente la obra maestra de Virginia Woolf; Orlando, La señora Dalloway, Las olas... son por derecho propio clásicos de la literatura contemporánea universal; pero quien se acerque a este volumen sin haber leído nada más de su autora, probablemente quedará satisfecho, y muy probablemente querrá leer más. Así que, señores de Penguin: misión cumplida.
También de Virginia Woolf en ULAD: Flush, Una habitación propia, La señora Dalloway, Orlando
martes, 28 de agosto de 2012
Goran Petrović: La mano de la buena fortuna
Título original: Kod Srecne
Idioma original: Serbio
Fecha de publicación: 2000
Valoración: muy recomendable
También de Goran Petrović en ULAD: Atlas descrito por el cielo, Bajo el techo que se desmorona
Idioma original: Serbio
Fecha de publicación: 2000
Valoración: muy recomendable
Es muy común afirmar que leer es adentrarse en otro mundo. Que aquellos que leen con pasión se pierden entre las páginas de los libros y viven cientos de vidas; tantas como obras devoran a lo largo de su existencia. Pero, ¿qué pasaría, si esto fuera cierto? Quiero decir: literalmente cierto. ¿Qué ocurriría, si pudiésemos entrar en un libro? ¿Y si pudiésemos encontrar allí a otra persona que estuviese leyendo el mismo libro?
Eso es lo que plantea Goran Petrović en La mano de la buena fortuna. En esta obra, el joven corrector Adam Lozanić recibe el encargo de corregir Mi legado, una extraña novela escrita por un tal Anastas Branica que carece de trama y personajes. De hecho, lo único que se puede leer en sus páginas son las descripciones de una mansión y sus jardines. Entonces, ¿por qué es tan importante?
A partir del interés que el libro despierta en el corrector, Petrović nos cuenta las historias de Jelena, de Natalia y Nathalie, de Sreten y Zlatana, todos lectores y a la vez protagonistas de esta obra, así como del propio Branica, un hombre que escribió un libro para leerlo al mismo tiempo que su amada y poder encontrarse con ella entre sus páginas, a pesar de todo lo que los separaba.
A través de lo que el autor llama la "lectura simultánea", La mano de la buena fortuna se desarrolla como una historia que cuenta multitud de historias que, como círculos concéntricos, confluyen en la misma obra. Pero también es un libro para amantes de los libros, para aquellas personas que buscan en la lectura algo más que un simple entretenimiento.
También de Goran Petrović en ULAD: Atlas descrito por el cielo, Bajo el techo que se desmorona
lunes, 27 de agosto de 2012
Martin Amis : Dinero
Título original: Money. A suicide note.
Idioma original: Inglés
Fecha de publicación: 1984
Valoración: está bien
¿Podría ser que ciertos detalles de un libro formen parte de una especie de mensaje subliminal, para ayudar a la trama?.
Dinero (ignoro el motivo por el que Anagrama suprimió la frase adicional del título, supongo que difícil de traducir en su doble sentido) es un libro, hasta su página 250, por lo menos, muy confuso. Tan confuso como la nube etílica en que vive constantemente el protagonista. Puede que ese sea un recurso literario. Extensión temporal, disipación mental y desorientación absoluta. Largas páginas de viajes en avión y estancias en hoteles. De periplos por burdeles, clubes de strippers y bares de todos los pelajes, casi siempre el protagonista solo. De desorganizadas cenas con actores y actrices de segunda fila, de reuniones de continuo descontrol: bebiendo, retozando, fumando. Curioso, no mucho sexo, y apenas algunas drogas.Gastando, porque ahí está la cuestión. Todo funciona, mientras el camarero no vuelva con la tarjeta hecha pedazos, porque no tiene fondos. Todo ese panorama alcanza al lector, contagia de una manera engañosa: con una sorprendentemente efectiva y variada prosa, con lo cual uno disfruta frase tras frase y párrafo tras párrafo, pero con una no tan agradable sensación de que aquello no acaba de avanzar. Sí, el tipo despilfarra a espuertas. Sí, el tipo bebe hasta el agua de las macetas. Sí: sobre la página 150, o así (cuando otros muchos buenos libros ya lo han dicho todo), entonces vienes a enterarte que ese John Self que protagoniza la historia es productor, o director, o guionista, y que tanta vicisitud se enmarca en el proceso de planificación de una película). Bukowski, Easton Ellis, Welsh, o Joseph Roth: todos han estado o ahí, en esa especie de bitácora del vicio y el descontrol donde dudas, muy a menudo, si algo pasó ayer o anteayer o si no pasó en realidad. Ni siquiera todos lo han hecho escribiendo tan bien como Amis. Tampoco acabo de entender su intención, pues, cerca del final (otras 50 páginas que parecen entrar en bucle), empiezo a atisbar algún conato de moraleja, que encontraría algo absurdo.Veinte páginas cualquiera de este libro constituyen un relato corto perfecto y ejemplar. Pero casi cuatrocientas.
Ah, el recurso literario. Tienes una botella de whisky aceptable. Si lo tomas de un trompazo acabarás por los suelos. A cortos vasos la cosa funciona mejor: entra bien. Pero la botella dura demasiado. No deberías tomarlo, pero tienes ganas, ya, de probar otra botella. Te excedes, con las prisas, y acabas con una cierta resaca.
También de Amis en ULAD: Aquí
Idioma original: Inglés
Fecha de publicación: 1984
Valoración: está bien
¿Podría ser que ciertos detalles de un libro formen parte de una especie de mensaje subliminal, para ayudar a la trama?.
Dinero (ignoro el motivo por el que Anagrama suprimió la frase adicional del título, supongo que difícil de traducir en su doble sentido) es un libro, hasta su página 250, por lo menos, muy confuso. Tan confuso como la nube etílica en que vive constantemente el protagonista. Puede que ese sea un recurso literario. Extensión temporal, disipación mental y desorientación absoluta. Largas páginas de viajes en avión y estancias en hoteles. De periplos por burdeles, clubes de strippers y bares de todos los pelajes, casi siempre el protagonista solo. De desorganizadas cenas con actores y actrices de segunda fila, de reuniones de continuo descontrol: bebiendo, retozando, fumando. Curioso, no mucho sexo, y apenas algunas drogas.Gastando, porque ahí está la cuestión. Todo funciona, mientras el camarero no vuelva con la tarjeta hecha pedazos, porque no tiene fondos. Todo ese panorama alcanza al lector, contagia de una manera engañosa: con una sorprendentemente efectiva y variada prosa, con lo cual uno disfruta frase tras frase y párrafo tras párrafo, pero con una no tan agradable sensación de que aquello no acaba de avanzar. Sí, el tipo despilfarra a espuertas. Sí, el tipo bebe hasta el agua de las macetas. Sí: sobre la página 150, o así (cuando otros muchos buenos libros ya lo han dicho todo), entonces vienes a enterarte que ese John Self que protagoniza la historia es productor, o director, o guionista, y que tanta vicisitud se enmarca en el proceso de planificación de una película). Bukowski, Easton Ellis, Welsh, o Joseph Roth: todos han estado o ahí, en esa especie de bitácora del vicio y el descontrol donde dudas, muy a menudo, si algo pasó ayer o anteayer o si no pasó en realidad. Ni siquiera todos lo han hecho escribiendo tan bien como Amis. Tampoco acabo de entender su intención, pues, cerca del final (otras 50 páginas que parecen entrar en bucle), empiezo a atisbar algún conato de moraleja, que encontraría algo absurdo.Veinte páginas cualquiera de este libro constituyen un relato corto perfecto y ejemplar. Pero casi cuatrocientas.
Ah, el recurso literario. Tienes una botella de whisky aceptable. Si lo tomas de un trompazo acabarás por los suelos. A cortos vasos la cosa funciona mejor: entra bien. Pero la botella dura demasiado. No deberías tomarlo, pero tienes ganas, ya, de probar otra botella. Te excedes, con las prisas, y acabas con una cierta resaca.
También de Amis en ULAD: Aquí
domingo, 26 de agosto de 2012
Ellen Galford: The Dyke and the Dybbuk
Idioma original: inglés
Título original: The Dyke and the Dybbuk
Año de publicación: 1993
Valoración: muy recomendable
Título original: The Dyke and the Dybbuk
Año de publicación: 1993
Valoración: muy recomendable
Rainbow Rosenbloom, taxista londinense, crítica de cine, adicta a la comida china, es la "dyke" ("lesbiana", "bollera" en inglés) del título. El dybbuk es, en el folclore judío, un espíritu maligno —se dice que el alma en pena de un muerto— que toma posesión del cuerpo de una persona viva para cumplir con alguna misión que no pudo completar. El dybbuk de este libro es mujer, lesbiana y tiene nombre propio: se llama Kokos.
Las vidas de Rainbow y Kokos se conjugan debido a una antigua maldición judía que pesa sobre la primera y que la segunda se tiene que encargar de llevar a cabo. La destinataria original del mal de ojo es Gittel, una antepasada de Rainbow que osó juguetear con los lésbicos sentimientos de Anya, la Apóstata, para después casarse con un joven judío. Es entonces cuando Kokos entra en acción para cumplir con la maliciosa voluntad de la despechada, que condena a Gittel y a las treinta y tres generaciones venideras a, entre otras cosas, perpetuar una progenie únicamente femenina.
El mal de ojo sellado entre Anya y Kokos habría requerido de la presencia demoníaca constante del dybbuk en los cuerpos de Gittel-más-uno, Gittel-más-dos, Gittel-más-tres... y así hasta que expirara el maléfico contrato. Pero quiere el destino que Kokos sea exorcizada (¿solo a mí me resulta difícil pronunciar esta palabra? "Exorcizada", ci-za, ci-za, ce-ce, za-za, zzzccc...) y desterrada al olvido de un árbol durante doscientos años, hasta que es liberada en la época de Rainbow. "I was treed", explica en inglés, apesadumbrada.
Así dicho, podría parecer que The Dyke and the Dybbuk es una historia de terror: nada más lejos de la realidad. La novela que tenemos entre manos es una comedia disparatada y desternillante. Kokos retoma sus quehaceres dybbukenses y posee el cuerpo de Rainbow, a la que obliga a hacer cosas ridículas pero completamente inofensivas. Terminará incluso enamoriscándose de ella, y la propia Rainbow desarrollará una cierta dependencia de su poseyente, en una suerte de síndrome de Estocolmo demoníaco. Es precisamente Kokos quien, con un humor exquisito, nos narra la historia en primera persona, revelándose como una criatura enternecedora con la que el lector empatiza y a la que termina cogiéndole cariño. Yo ya sé qué le voy a pedir al Olentzero la próxima Navidad, no os digo más.
Además, The Dyke and the Dybbuk parodia el funcionamiento interno de las grandes corporaciones: la empresa de Kokos ha sido absorbida por otra en el tiempo en que ella ha estado ¿"arbolizada"?, cada vez se prescinde de más personal cualificado cuyo trabajo puede ser llevado a cabo por tecnología cada vez más avanzada, etc. Pese a todos los inconvenientes, nuestra dybbuk hará todo lo posible por cumplir con la labor demoníaca que le fuera encomendada. Al fin y al cabo, es toda una profesional.
sábado, 25 de agosto de 2012
Juan Bas: Ostras para Dimitri
Idioma original: español
Año de publicación: 2012
Valoración: está bien
Esta novela cierra, por lo menos aparentemente, la trilogía de Pacho Murga, que comenzó con Alacranes en su tinta, siguió con Voracidad y culmina ahora con Ostras para Dimitri; lo que no quiere decir que Juan Bas no nos sorprenda con una cuarta parte de la serie de aquí a un tiempo...
Creo que es una gran virtud de un escritor el conseguir crear un narrador con personalidad propia. Y eso, desde luego, Juan Bas lo consigue. Otra cosa es que esa personalidad sea la de un pedante insoportable, machista, cobarde, aprovechado y deslenguado: Pacho Murga en persona. Efectivamente, es el protagonista el que nos cuenta la historia, con el desorden propio de quien habla sin pensar lo que quiere contar (y un poco también con el orden impuesto por un autor que quiere mantener la intriga y sorprender al lector).
Y lo que nos cuenta Pacho Murga, en resumen, es una novela de gangsters: casi por accidente el protagonista se ve convertido en la "mascota" de Dimitri, un excéntrico mafioso ruso-navarro, y se verá obligado a seguirle por toda Europa, compartiendo con él su pasión desaforada por las ostras, hasta un Moscú casi post-apocalíptico. Hay malos malísimos, otros que no se sabe si lo son tanto, putas, tiroteos, apuestas, violencia, en fin, todo lo que uno espera de una novela de gangsters.
Con todo, hay una cosa en la reseña que me chirría: me refiero a la extraña mezcla de vulgaridad y pedantería. Sé que, en parte, esta es una característica propia del personaje-narrador, y no un defecto inconsciente de la novela; pero es igual, me sigue resultando chocante estar leyendo frases sobre coños, pollas en el culo, el sabor de la vulva de no sé quién, y encontrarme después con una referencia a Dostoievski (o a Tintín, me da igual) o uno de esos epítetos recargados que, en mi opinión, son lo peor del estilo de Juan bas ("el largo y fino cuchillo", "el necio cura", ese tipo de cosas).
No es que no se pueda escribir con vulgaridad brutal sobre sexo y ser grande; pero hay que ser muy bueno para llegar a ser un Bukovski o un Henry Miller; y quedarse a medio camino, como le pasa a Juan Bas, es peligroso.
Además, para leer una novela alocada de tiros y gangsters, no es por hacerle la pelota a Iván, pero yo me quedo con Una comedia canalla.
También de Juan Bas en ULAD: Voracidad
Año de publicación: 2012
Valoración: está bien
Esta novela cierra, por lo menos aparentemente, la trilogía de Pacho Murga, que comenzó con Alacranes en su tinta, siguió con Voracidad y culmina ahora con Ostras para Dimitri; lo que no quiere decir que Juan Bas no nos sorprenda con una cuarta parte de la serie de aquí a un tiempo...
Creo que es una gran virtud de un escritor el conseguir crear un narrador con personalidad propia. Y eso, desde luego, Juan Bas lo consigue. Otra cosa es que esa personalidad sea la de un pedante insoportable, machista, cobarde, aprovechado y deslenguado: Pacho Murga en persona. Efectivamente, es el protagonista el que nos cuenta la historia, con el desorden propio de quien habla sin pensar lo que quiere contar (y un poco también con el orden impuesto por un autor que quiere mantener la intriga y sorprender al lector).
Y lo que nos cuenta Pacho Murga, en resumen, es una novela de gangsters: casi por accidente el protagonista se ve convertido en la "mascota" de Dimitri, un excéntrico mafioso ruso-navarro, y se verá obligado a seguirle por toda Europa, compartiendo con él su pasión desaforada por las ostras, hasta un Moscú casi post-apocalíptico. Hay malos malísimos, otros que no se sabe si lo son tanto, putas, tiroteos, apuestas, violencia, en fin, todo lo que uno espera de una novela de gangsters.
Con todo, hay una cosa en la reseña que me chirría: me refiero a la extraña mezcla de vulgaridad y pedantería. Sé que, en parte, esta es una característica propia del personaje-narrador, y no un defecto inconsciente de la novela; pero es igual, me sigue resultando chocante estar leyendo frases sobre coños, pollas en el culo, el sabor de la vulva de no sé quién, y encontrarme después con una referencia a Dostoievski (o a Tintín, me da igual) o uno de esos epítetos recargados que, en mi opinión, son lo peor del estilo de Juan bas ("el largo y fino cuchillo", "el necio cura", ese tipo de cosas).
No es que no se pueda escribir con vulgaridad brutal sobre sexo y ser grande; pero hay que ser muy bueno para llegar a ser un Bukovski o un Henry Miller; y quedarse a medio camino, como le pasa a Juan Bas, es peligroso.
Además, para leer una novela alocada de tiros y gangsters, no es por hacerle la pelota a Iván, pero yo me quedo con Una comedia canalla.
También de Juan Bas en ULAD: Voracidad
viernes, 24 de agosto de 2012
Estampas veraniegas: Leer en la cama Vs. Mosquitos
La masa de acoso se constituye teniendo como finalidad la consecución de una meta con toda rapidez. Le es conocida y está señalada con precisión; además se encuentra próxima. Sale a matar y BBBBBBZZZZZZZZZZ sabe a quién quiere matar. Con una decisión sin parangón avanza hacia la meta; es imposible privarla de ella. Basta dar a conocer tal meta, basta comunicar quién debe morir, BBBBBBBBBBZZZZZZZ para que la masa se forme. La concentración para matar es de índole particular y no hay ninguna que la supere en intensiBBBBBBBBZZZZZZZZZZDejas el libro sobre tu pecho, abierto por la página en la que te encuentras. Lo haces así porque crees que no te llevará mucho tiempo y regresarás a la lectura en unos segundos. Sin apenas moverte escudriñas la habitación, iluminada por la leve luz de una lamparita. Nada, por supuesto. No hay nada. Ese molesto hijodeputa es INVISIBLE.
Cada cual quiere participar en ello, cada cual golpea. Para poder asestar su golpe cada cual se abre paso hasta las proximidades inmediatas de la víctima. Si no puede golpear BBBBBZZZZZZZZ
Cierras el libro rápidamente. Mueves la cabeza como un loco: ¡derecha!, ¡izquierda!, ¡arriba!, ¡a los pies! Te incorporas apoyando los codos en la almohada y miras de reojo hacia la lámpara. Te quedas quieto, mortalmente quieto, esperando que tu enemigo haga un movimiento en falso. Si alguien te viera ahora, así, pensaría que te estás haciendo el interesante, con esa posturita, en ropa interior, echado en la cama. Pero no, joder. Estás en guerra. En guerra. Y la guerra no tiene pudor, ni vergüenza.
Tienes que decidir. Es evidente que los aparatos antimosquitos no están haciendo su trabajo, o no de forma suficiente. Vale: tienes la ventana abierta de par en par y son las tres de la mañana. Posiblemente tu luz sea la única en esta fachada del edificio. Los mosquitos se sienten provocados. Tienes que decidir.
Si cierras la ventana: te cueces.
Si pones otro antimosquitos: te envenenas.
Si apagas la luz: no puedes leer.
Si sigues leyendo: bbbbbbzzzzzzzzz
Arriesgas, qué leches.
Todos los brazos salen como de una y la misma criatura. Pero los brazos que golpean, tienen más valor y más peso. La meta lo es todo. La víctima es la BBBBBZZZZZZ
A tomar por saco. Te levantas de un salto, como un ninja. Eres un ninja. Enciendes todas las luces: la del techo, la linterna, el móvil, cualquiera. Con el libro en la mano y los ojos inyectados en sangre te mueves por la habitación como un lobo, olisqueando las paredes, acercándote a cada minúscula mancha, golpeando los lienzos, las cortinas. Canturreas himnos de guerra: "Sal de tu escondrijo, pequeño monstruo". Prestas atención a los rincones menos iluminados. "No te haré daño, te lo prometo". Levantas las sábanas, las aireas con fuerza. "Ven, ven a chuparme la sangre, cabronazo". Y de repente.
Ahí. No es posible. Míralo. Está quieto, como haciéndose el loco. Como si estuviera en otra movida. Con un par. Así que te acercas, esta vez sí, como el sensei de todos los ninjas. De puntillas. Sobre la cama. Con el libro en las manos, abierto por la mitad. Tu venganza será terrible: ese soldado enemigo conocerá de primera mano tu lectura. Te acercas. No se mueve.
Ofreces el libro como un regalo.
Lo sitúas debajo del bicho.
Inspiras.
Aguantas el aire.
Expulsas el aire.
El bicho sigue ahí.
El libro tiembla en tus manos.
Y luego.
¡¡¡ZASCA!!!
Has cerrado el libro con tanta fuerza que te duelen las manos y el impulso te ha desplazado un metro. Sigues de pie en la cama, iluminado por mil bombillas. Miras a tu alrededor y no ves movimiento. Abres el libro: buscas la página 211. Si la Operación Justicia Poética ha tenido un resultado positivo, el cadáver debería estar ahí. 201. Empiezas a dar saltitos. 203. La cama hace ñic ñic ñic. 205. "Venga venga venga". 207. Tus saltos son más amplios. 209. Estás a punto. 211. Ahí está. El Cadáver. Aplastadito sobre un "cuando". Gritas de emoción, "bieeeeeeeeeeen", te regodeas en la pequeña mancha de sangre, "soy el puto amooooooo", decides que nunca limpiarás esa página, que perdurará en el libro como un símbolo de tu victoria, que siempre que lo leas recordarás con emoc
- ¡HOSTIAS YA! -tu mujer, flipando con la luz, con tus saltos, con tus gritos- ¡A LA PUTA CAMA!
Y así os quedáis, Canetti y tú, a oscuras, a medio camino entre la victoria y la vergüenza, sin saber qué deciros. Tú incapaz de seguir leyendo, acostándote con cuidado, sin levantar sospechas, incluso respirando en pequeño formato. Canetti a tu lado, cerradito, esperando que se haga de día, con un cadáver ensangrentado en sus tripas.
Inevitablemente, BBBBBBZZZZZZ.
Son sus compañeros. Que vienen buscando venganza. Como Chuck Norris.
jueves, 23 de agosto de 2012
Jonathan Franzen : Cómo estar solo
Idioma original : Inglés
Título original : How to be alone
Año de publicación: 2003
Valoración: está bien
Valoración si ya eres fan de Franzen: recomendable
Conoceréis a Franzen, supongo. Si no, deberiáis. Las correcciones y Libertad son dos magníficas obras, ambiciosas, panorámicas, retratos de las épocas en que se publicaron respectivamente. Casi conatos de novela global, a las que se le queda pequeño eso tan ampuloso de Gran Novela Americana. Pasa con Franzen que no es nada prolífico: esas dos últimas novelas han tenido un intervalo de ese que desespera al staff de cualquier gran editorial: como una década entre una y otra. Y las dos anteriores, que algún día leeré, no debieron llevarle mucho menos tiempo de preparación. Lógico, entonces, que Franzen publique algunos de sus ensayos, de sus, digamos, obras menores, por una parte, para tranquilizar a sus editores, por otra, para mantener cierta presencia en un mundo de lectores poco dado a perdonar las largas ausencias. Ese, para mí, es el motivo de más peso por el que se han publicado tanto Zona fría y Zona templada, ensayos autobiográficos, como este Cómo estar solo, primera de sus recopilaciones de no-ficción, y única sin ese tono autoreferente.
Sin que esto constituya una crítica encarnizada: la calidad de su escritura está presente aquí: pero permitidme dudar si esta recopilación de artículos anteriores y posteriores a la publicación de Las correcciones hubiese sido publicada de no mediar el enorme éxito de esa novela. Porque a Franzen le ocurre con sus ensayos lo que le pasa a mi adorado Kapuscinski cuando abandona la crónica y se pone algo filosófico: abandona su hábitat natural. Así que nadie puede exigir encontrar aquí la suntuosa imaginación con que, en sus novelas, nos regala andanzas familiares, intercalando circunstancias históricas y filosofía vital con el cómodo disfraz de los personajes. Ésta es una recopilación algo dispersa (ampara artículos y ensayos anteriores y posteriores a su eclosión como autor de gran éxito) tanto en su temática como en el tiempo. Nos encontramos al autor novel y algo bohemio de 1996 y a la estrella mediática en ciernes del 2002. Habla, en dos extensos artículos, del futuro de la narrativa. Ahí, siendo interesante, creo que excede en erudición. Habla de circunstancias personales: un magnífico relato inicial sobre la muerte de su padre; evitando magistralmente sensiblería y azúcar. Habla del colapso del servicio postal en Chicago: más periodístico. Otros ensayos hablan de publicaciones de contenido sexual, de ciudades, y de la industria del tabaco. Todos interesantes, todos plagados de su prosa sumamente eficaz. Pero, sin el respaldo de su obra de ficción, permitidme que dude si con la suficiente entidad para sustentarse por sí solo. Ahora bien, comprensible, tirándose esos años entre novela y novela, como estrategia editorial o para completistas. A ver cuántos libros así vemos entre Libertad y la siguiente.
También de Jonathan Franzen en ULAD: Aquí
Título original : How to be alone
Año de publicación: 2003
Valoración: está bien
Valoración si ya eres fan de Franzen: recomendable
Conoceréis a Franzen, supongo. Si no, deberiáis. Las correcciones y Libertad son dos magníficas obras, ambiciosas, panorámicas, retratos de las épocas en que se publicaron respectivamente. Casi conatos de novela global, a las que se le queda pequeño eso tan ampuloso de Gran Novela Americana. Pasa con Franzen que no es nada prolífico: esas dos últimas novelas han tenido un intervalo de ese que desespera al staff de cualquier gran editorial: como una década entre una y otra. Y las dos anteriores, que algún día leeré, no debieron llevarle mucho menos tiempo de preparación. Lógico, entonces, que Franzen publique algunos de sus ensayos, de sus, digamos, obras menores, por una parte, para tranquilizar a sus editores, por otra, para mantener cierta presencia en un mundo de lectores poco dado a perdonar las largas ausencias. Ese, para mí, es el motivo de más peso por el que se han publicado tanto Zona fría y Zona templada, ensayos autobiográficos, como este Cómo estar solo, primera de sus recopilaciones de no-ficción, y única sin ese tono autoreferente.
Sin que esto constituya una crítica encarnizada: la calidad de su escritura está presente aquí: pero permitidme dudar si esta recopilación de artículos anteriores y posteriores a la publicación de Las correcciones hubiese sido publicada de no mediar el enorme éxito de esa novela. Porque a Franzen le ocurre con sus ensayos lo que le pasa a mi adorado Kapuscinski cuando abandona la crónica y se pone algo filosófico: abandona su hábitat natural. Así que nadie puede exigir encontrar aquí la suntuosa imaginación con que, en sus novelas, nos regala andanzas familiares, intercalando circunstancias históricas y filosofía vital con el cómodo disfraz de los personajes. Ésta es una recopilación algo dispersa (ampara artículos y ensayos anteriores y posteriores a su eclosión como autor de gran éxito) tanto en su temática como en el tiempo. Nos encontramos al autor novel y algo bohemio de 1996 y a la estrella mediática en ciernes del 2002. Habla, en dos extensos artículos, del futuro de la narrativa. Ahí, siendo interesante, creo que excede en erudición. Habla de circunstancias personales: un magnífico relato inicial sobre la muerte de su padre; evitando magistralmente sensiblería y azúcar. Habla del colapso del servicio postal en Chicago: más periodístico. Otros ensayos hablan de publicaciones de contenido sexual, de ciudades, y de la industria del tabaco. Todos interesantes, todos plagados de su prosa sumamente eficaz. Pero, sin el respaldo de su obra de ficción, permitidme que dude si con la suficiente entidad para sustentarse por sí solo. Ahora bien, comprensible, tirándose esos años entre novela y novela, como estrategia editorial o para completistas. A ver cuántos libros así vemos entre Libertad y la siguiente.
También de Jonathan Franzen en ULAD: Aquí
miércoles, 22 de agosto de 2012
Hasta siempre, Ensada
Esta es una entrada que nunca me imaginaba que tuviese que escribir; desde luego, una entrada que nunca habría querido escribir.
Ayer por la noche nos llegó la noticia de que Ensada, colaborador de este blog, ha muerto a causa de un cáncer fulminante. En algunos de sus mensajes había hablado de sus problemas de salud, pero nunca imaginamos este final, esta rapidez brutal, esta despedida sin despedidas.
No conocía a Luis personalmente: nos conocimos virtualmente en la Wikipedia, en la que él era una de las voces más respetadas y uno de los wikipedistas más queridos. Ya en los tiempos de la Wikipedia descubrí a una gran persona, con gran capacidad de trabajo y a quien le gustaba discutir y bromear a partes iguales. Cuando dejé la Wikipedia, nuestra relación se mantuvo a través del email y sobre todo a través de los blogs: él comentaba en mis posts, y yo leía los suyos en Wikipedia semanal, en que escribía junto con Góngora. Cuando mi blog personal cumplió 1000 entradas, me regaló este post para celebrarlo.
Ensada empezó a colaborar en ULAD en noviembre de 2010. De sí mismo escribió, para la página sobre los autores: "Gallego de nombre Luis y de profesión empresario. Autodidacta, escritor aficionado y lector compulsivo, tiene entre sus taras haber sido uno de los bibliotecarios de la Wikipedia." Como buen gallego, se estrenó con una reseña de El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez. Luego vinieron muchas otras: Romancero gitano; Moderato cantabile; Jerjes conquista el mar; El sueño eterno...
No conocía a Luis personalmente, pero creo que a través de la Wikipedia, del email y de los blogs llegué a conocerlo: era una persona que conseguía hacerse querer; cabezota y batallador, pero con un gran corazón y un gran sentido de la justicia; y sobre todo con un enorme sentido del humor, muy gallego, muy irónico, incluso en los peores momentos y sobre cualquier tema, incluido él mismo. De hecho, creo que su genial diccioarmario es la mejor manera de recordarlo, porque contiene toda una filosofía de vida, toda una forma desenfadada de afrontar el mundo.
También sé que se sentía muy orgulloso de su familia, la pasada y la presente. Es a ellos especialmente a quienes va dedicado este post, y sobre todo nuestro abrazo cariñoso y eterno.
Hasta siempre, Ensada. Hasta siempre, Luis.
Ayer por la noche nos llegó la noticia de que Ensada, colaborador de este blog, ha muerto a causa de un cáncer fulminante. En algunos de sus mensajes había hablado de sus problemas de salud, pero nunca imaginamos este final, esta rapidez brutal, esta despedida sin despedidas.
No conocía a Luis personalmente: nos conocimos virtualmente en la Wikipedia, en la que él era una de las voces más respetadas y uno de los wikipedistas más queridos. Ya en los tiempos de la Wikipedia descubrí a una gran persona, con gran capacidad de trabajo y a quien le gustaba discutir y bromear a partes iguales. Cuando dejé la Wikipedia, nuestra relación se mantuvo a través del email y sobre todo a través de los blogs: él comentaba en mis posts, y yo leía los suyos en Wikipedia semanal, en que escribía junto con Góngora. Cuando mi blog personal cumplió 1000 entradas, me regaló este post para celebrarlo.
Ensada empezó a colaborar en ULAD en noviembre de 2010. De sí mismo escribió, para la página sobre los autores: "Gallego de nombre Luis y de profesión empresario. Autodidacta, escritor aficionado y lector compulsivo, tiene entre sus taras haber sido uno de los bibliotecarios de la Wikipedia." Como buen gallego, se estrenó con una reseña de El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez. Luego vinieron muchas otras: Romancero gitano; Moderato cantabile; Jerjes conquista el mar; El sueño eterno...
No conocía a Luis personalmente, pero creo que a través de la Wikipedia, del email y de los blogs llegué a conocerlo: era una persona que conseguía hacerse querer; cabezota y batallador, pero con un gran corazón y un gran sentido de la justicia; y sobre todo con un enorme sentido del humor, muy gallego, muy irónico, incluso en los peores momentos y sobre cualquier tema, incluido él mismo. De hecho, creo que su genial diccioarmario es la mejor manera de recordarlo, porque contiene toda una filosofía de vida, toda una forma desenfadada de afrontar el mundo.
También sé que se sentía muy orgulloso de su familia, la pasada y la presente. Es a ellos especialmente a quienes va dedicado este post, y sobre todo nuestro abrazo cariñoso y eterno.
Hasta siempre, Ensada. Hasta siempre, Luis.
martes, 21 de agosto de 2012
Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley
Idioma original: inglés
Título original: The Talented Mr. Ripley
Fecha de publicación: 1955
Valoración: Recomendable
Probablemente, nada más leer el encabezamiento de este post muchos lectores del blog hayan pensado de forma automática en la versión cinematográfica del libro que hoy reseño. Y es posible que no pocos de los que no lo han hecho, sepan con cierta vaguedad que el mismo se trata de una novela negra. Pero dejemos de suponer y vayamos al grano...
Escrita por la reina americana del suspense, esa peculiar y apasionada mujer de nombre Patricia Highsmith que se afincó aún joven en Suiza y que fue allí donde falleció, El talento de Mr. Ripley es la primera de una serie de cinco novelas protagonizadas por el mismo personaje. Él no es otro que Tom Ripley, un joven norteamericano que al principio parece una cosa y que resulta ser otra muy diferente cuando se ve encajado en cierto contexto.
¿Quiere decir esto que El talento de Mr. Ripley deja claro, una vez más, que las apariencias engañan? Por supuesto. Ahí está la Highsmith para mostrárnoslo sin tapujos...
Su Ripley, en un primer momento, parece un muchacho de la Nueva York de los 50 tímido y pacífico con una infancia desastrosa y escasas/nulas relaciones afectivas. Su vida, insulsa y rodeada de personajes que él juzga banales e incluso prosaicos, da un giro cuando es contratado por un adinerado y maduro matrimonio para que vaya a Europa en busca de su díscolo hijo Dickie, al que quieren ya de vuelta porque consideran que está gastando dinero y tiempo de forma peligrosa en activiades poco fructíferas. Y en cuanto la trama va avanzando por esta interesante senda presentada de forma tan sugerente, enseguida vamos viendo que Ripley es un ser complejo, lleno de miedos, inseguridades y traumas. Ello nos queda más que claro cuando una vez en Italia, por donde Dickie deambula en esos momentos, Ripley se ve tan zarandeado por sus nuevas circunstancias que pronto olvida para qué había sido enviado allí. Y esas circunstancias son que se siente irresistiblemente atraído por el estilo de vida y el personaje en sí que representa el guapo, egoísta, mimado, impulsivo y frívolo Dickie, y que, de forma inevitable, también le envidia. A él y a su affaire, una enérgica y simpática joven norteamericana de nombre Marge por la que Ripley siente celos cuasi femeninos...
Para los que no sepan nada, absolutamente nada, de la carrera criminal que inicia rápidamente Ripley, diré que se trata de un juego de suplantación de identidades con asesinatos incluídos... Y en cuanto la misma se inicie, conoceremos al verdadero Ripley, un individuo al que sus fantasmas personales y la vida que ha llevado hasta entonces le hacen creerse con derecho a hacer lo que sea con tal de lograr saciar su hambrienta necesidad de dinero, caprichos, fiestas en palacetes con personajes engalanados y copas de champagne, conversaciones frívolas y culturetas a partes iguales, y sobre todo y ante todo, independencia para viajar y aparecer y desaparecer cuando le plazca.
Recomiendo pues esta novela de Patricia Highsmith tratando de no destrozar su argumento. Pero también diré que a veces la trama se me hace poco creíble e, incluso, algo pesada, porque hay que tener un talento sobrenatural para huir y mentir continuamente y tan bien como Mr. Ripley. A ver si sigo leyendo la saga. Lo sabréis por estos lares...
Ah, y como ya he mencionado, hay varias adaptaciones al cine de algunos de los cinco libros. La más fiel a la novela de hoy, la del malogrado Anthony Minghella, de 1999 y con Matt Damon, Jude Law y Gwyneth Paltrow como Ripley, Dickei y Marge respectivamente.
También de Patricia Highsmith en ULAD: Aquí
Título original: The Talented Mr. Ripley
Fecha de publicación: 1955
Valoración: Recomendable
Probablemente, nada más leer el encabezamiento de este post muchos lectores del blog hayan pensado de forma automática en la versión cinematográfica del libro que hoy reseño. Y es posible que no pocos de los que no lo han hecho, sepan con cierta vaguedad que el mismo se trata de una novela negra. Pero dejemos de suponer y vayamos al grano...
Escrita por la reina americana del suspense, esa peculiar y apasionada mujer de nombre Patricia Highsmith que se afincó aún joven en Suiza y que fue allí donde falleció, El talento de Mr. Ripley es la primera de una serie de cinco novelas protagonizadas por el mismo personaje. Él no es otro que Tom Ripley, un joven norteamericano que al principio parece una cosa y que resulta ser otra muy diferente cuando se ve encajado en cierto contexto.
¿Quiere decir esto que El talento de Mr. Ripley deja claro, una vez más, que las apariencias engañan? Por supuesto. Ahí está la Highsmith para mostrárnoslo sin tapujos...
Su Ripley, en un primer momento, parece un muchacho de la Nueva York de los 50 tímido y pacífico con una infancia desastrosa y escasas/nulas relaciones afectivas. Su vida, insulsa y rodeada de personajes que él juzga banales e incluso prosaicos, da un giro cuando es contratado por un adinerado y maduro matrimonio para que vaya a Europa en busca de su díscolo hijo Dickie, al que quieren ya de vuelta porque consideran que está gastando dinero y tiempo de forma peligrosa en activiades poco fructíferas. Y en cuanto la trama va avanzando por esta interesante senda presentada de forma tan sugerente, enseguida vamos viendo que Ripley es un ser complejo, lleno de miedos, inseguridades y traumas. Ello nos queda más que claro cuando una vez en Italia, por donde Dickie deambula en esos momentos, Ripley se ve tan zarandeado por sus nuevas circunstancias que pronto olvida para qué había sido enviado allí. Y esas circunstancias son que se siente irresistiblemente atraído por el estilo de vida y el personaje en sí que representa el guapo, egoísta, mimado, impulsivo y frívolo Dickie, y que, de forma inevitable, también le envidia. A él y a su affaire, una enérgica y simpática joven norteamericana de nombre Marge por la que Ripley siente celos cuasi femeninos...
Para los que no sepan nada, absolutamente nada, de la carrera criminal que inicia rápidamente Ripley, diré que se trata de un juego de suplantación de identidades con asesinatos incluídos... Y en cuanto la misma se inicie, conoceremos al verdadero Ripley, un individuo al que sus fantasmas personales y la vida que ha llevado hasta entonces le hacen creerse con derecho a hacer lo que sea con tal de lograr saciar su hambrienta necesidad de dinero, caprichos, fiestas en palacetes con personajes engalanados y copas de champagne, conversaciones frívolas y culturetas a partes iguales, y sobre todo y ante todo, independencia para viajar y aparecer y desaparecer cuando le plazca.
Recomiendo pues esta novela de Patricia Highsmith tratando de no destrozar su argumento. Pero también diré que a veces la trama se me hace poco creíble e, incluso, algo pesada, porque hay que tener un talento sobrenatural para huir y mentir continuamente y tan bien como Mr. Ripley. A ver si sigo leyendo la saga. Lo sabréis por estos lares...
Ah, y como ya he mencionado, hay varias adaptaciones al cine de algunos de los cinco libros. La más fiel a la novela de hoy, la del malogrado Anthony Minghella, de 1999 y con Matt Damon, Jude Law y Gwyneth Paltrow como Ripley, Dickei y Marge respectivamente.
También de Patricia Highsmith en ULAD: Aquí
lunes, 20 de agosto de 2012
Estampas veraniegas: Leer en el avión
Buenos días, Sras. y Sres. En nombre de Oceanic Airlines, el comandante y
toda la tripulación, les damos la bienvenida a bordo de este vuelo con
destino a Berlín, cuya duración estimada es de 3 horas y quince minutos...
Tres horas. Bueno. ¿Darán de comer? Voy a cruzar la pierna, a ver, así, aaaaaasí. Bueno, vamos a ello.
Por favor, comprueben que su mesa está plegada, el respaldo de su asiento en posición vertical y su cinturón de seguridad abrochado. Les recordamos que no está permitido fumar a bordo...
Sé que no está permitido fumar a bordo, pero ¿estará permitido leer? ¡No se callarán estos condenados!
Hay seis salidas de emergencia: dos sobre las alas, dos en la parte trasera y dos...
Sí, sí. Ya.
¿Es normal ese ruido? ¿Es normal ese ruido? Ese ruido no es normal. ¿Por qué a nadie más parece preocuparle ese ruido?
Se me está durmiendo la pierna. Voy a cambiarla de lado... intentando no darle una patada al señor alemán que tengo al lado... ¡Uy! Perdón, señor. Sorry. Sorry.
En breves momentos comenzaremos a servir el almuerzo. Rogamos permanezcan en sus asientos y con el cinturón abrochado...
Pues ya empezaba a tener hambre. Pero ahora con la mesa a ver cómo leo... No huele mal. Ah, no, que esa es la comida de los de primera clase. Esta otra sí que huele mal. Gracias, gracias, obrigado, danke. Una coke, gracias.
Sras. y sres., les habla el piloto. En estos momentos sobrevolamos España a una altura de 11.000 aproximadamente, con destino a Berlín...
¡Calla, que esto está interesante!
Sras. y sres., en este momento comenzamos el descenso hacia Berlín...
¿Ya? ¡Pues todavía me quedan cincuenta páginas!
Les rogamos que regresen a sus asientos...
¡Eso ruégaselo a otros! ¡Que yo no me he movido de aquí! Venga que no me da tiempo...
Y este avión tan pequeño...
Sres. y sras., bienvenidos a Berlín. En nombre de Oceanic Airlines...
¡Calla!
¡Calla!
¡Ya voy, ya voy, no hace falta empujar...!
Buenos días, muchas gracias. Buenos días. Buenos días. Muchas gracias.
Gracias a vosotros, guapa. Y ahora...
¡Ya! Justo a tiempo. Entonces, ¿qué deciáis que era esto? ¿Berlín?
Tres horas. Bueno. ¿Darán de comer? Voy a cruzar la pierna, a ver, así, aaaaaasí. Bueno, vamos a ello.
Pertenecía a esa clase de hombres vagamente anodinos...
Por favor, comprueben que su mesa está plegada, el respaldo de su asiento en posición vertical y su cinturón de seguridad abrochado. Les recordamos que no está permitido fumar a bordo...
Sé que no está permitido fumar a bordo, pero ¿estará permitido leer? ¡No se callarán estos condenados!
Hay seis salidas de emergencia: dos sobre las alas, dos en la parte trasera y dos...
Sí, sí. Ya.
...Al margen de esos rumores poco generosos, en qué estado de gracia...
¿Es normal ese ruido? ¿Es normal ese ruido? Ese ruido no es normal. ¿Por qué a nadie más parece preocuparle ese ruido?
En el silencio de la habitación había más azoramiento que asombro.
Se me está durmiendo la pierna. Voy a cambiarla de lado... intentando no darle una patada al señor alemán que tengo al lado... ¡Uy! Perdón, señor. Sorry. Sorry.
Compró el billete y se instaló ante una mesa en el tren medio vacío.
En breves momentos comenzaremos a servir el almuerzo. Rogamos permanezcan en sus asientos y con el cinturón abrochado...
Pues ya empezaba a tener hambre. Pero ahora con la mesa a ver cómo leo... No huele mal. Ah, no, que esa es la comida de los de primera clase. Esta otra sí que huele mal. Gracias, gracias, obrigado, danke. Una coke, gracias.
No eran solo los hábitos antiguos lo que suscitó la impaciencia de Beard...
Sras. y sres., les habla el piloto. En estos momentos sobrevolamos España a una altura de 11.000 aproximadamente, con destino a Berlín...
¡Calla, que esto está interesante!
-Tonto. Te quiero. He dicho que estoy embarazada.¡Toma!
El le rodeo el hombro con los brazos y los dos sortearon el revoltijo de las cosas de Beard...Ya, ya, este Beard no sabe nada, el muy crápula...
Sras. y sres., en este momento comenzamos el descenso hacia Berlín...
¿Ya? ¡Pues todavía me quedan cincuenta páginas!
Les rogamos que regresen a sus asientos...
¡Eso ruégaselo a otros! ¡Que yo no me he movido de aquí! Venga que no me da tiempo...
Era una bendición que el bar fuese tan grande...
Y este avión tan pequeño...
Hammer se había levantado para pagar la cuenta...Pues yo de aquí no me levanto hasta que no termine este libro.
Sres. y sras., bienvenidos a Berlín. En nombre de Oceanic Airlines...
¡Calla!
En medio de los aplausos y los vitores, Beard agarró la muñeca de Toby...¿De verdad la gente está aplaudiendo al piloto por el aterrizaje, o esto está pasando solo en la novela?
Se señaló el hueco entre los dientes...Pueden abandonar el avión por la puerta delantera...
¡Calla!
Beard estaba desplomándose en la silla...
¡Ya voy, ya voy, no hace falta empujar...!
Podía sostener que en Estados Unidos...Que sí, que sí, ¡qué prisas!
Buenos días, muchas gracias. Buenos días. Buenos días. Muchas gracias.
Gracias a vosotros, guapa. Y ahora...
...si intentaba que tomaran este impulso como un gesto de amor.
¡Ya! Justo a tiempo. Entonces, ¿qué deciáis que era esto? ¿Berlín?
domingo, 19 de agosto de 2012
Jens Lapidus: Una vida de lujo
Idioma original: sueco
Título original: Livet de Luxe
Año de publicación: 2011
Valoración: Se deja leer
Con esta novela, el abogado sueco Jens Lapidus (la verdad es que el nombre es cojonudo) cierra su exitosa "Trilogía Negra de Estocolmo", de la cual ya reseñamos en este mismo blog los dos primeros libros, Dinero fácil y Nunca la jodas. En aquellas entradas ya explicábamos que a Lapidus se le considera la nueva estrella escandinava del género negro, el renovador de la literatura sobre la violencia, el James Ellroy sueco, etcétera. Ha sido tal su éxito que [dice que] tuvo que escribir un comic spin-off (Guerra de bandas 145) a modo de continuación de las dos primeras novelas para contentar a los fans mientras terminaba de escribir el tercer volumen de la trilogía. También hay película de la primera (aquí) y, por lo visto, las habrá de la segunda y la tercera. En resumen: parece que le ha ido bien.
A mí las dos primeras novelas me gustaron bastante. Aunque quizás un poco extensas, su estilo ligero, con una prosa suelta, canalla, de frases lapidarias, te llevaba en volandas de capítulo en capítulo. Ninguna complicación, claro, salvo los nombres rarísimos de personajes y calles, a los que aún me cuesta acostumbrarme a pesar de los años que llevamos con la moda nórdica. Personajes cabrones, gente chunga, violencia, tiros, toneladas de droga... Entretenimiento de buena calidad, de lectura fácil.
Una vida de lujo mantiene el espíritu de las dos primeras novelas y recupera algunos personajes de aquellas, los más carismáticos. JW sale de la cárcel dispuesto a comerse el mundo; Jorge quiere pegar el gran golpe y jubilarse para siempre, con la ayuda de Mahmud; Radovan seguirá siendo el jefe mafioso hasta que; un asesino misterioso hará de las suyas... En este sentido funciona bien como "cierre" de la trilogía, ya que al lector le resulta fácil rememorar los acontecimientos pasados y al autor, creo, le permite construir una gran macedonia criminal con toda la peña que ha pasado por sus páginas. Y así, claro, hacer justicia con sus personajes: matar a unos, dejar a otros con vida, enrollar a este con aquella, esas cosas.
La cuestión es que con casi 700 páginas que tiene el tocho mi sensación, al final, es que NO PASA GRAN COSA. Hay tres tramas más o menos definidas con algún personaje transversal que descarga parte del peso de una a otra, pero en realidad... no confluyen. Todo el tiempo esperas un gran giro en los acontecimientos, una escena de acción inesperada, un momento en el que las tres tramas se encierren en la misma habitación... algo así. Pero no. Nada de eso. Sucede una movida con cierto interés... Sucede otra movida con poco interés... Sucede otra movida sin ningún interés... Y zas, el libro se acaba con un final anticlimático, sin fuerza, sin brillo.
Ejemplo: tropecientos criminales y policías en un espacio reducido. Armas por todas partes. El narrador dice "y se lía gorda" (literalmente). Y luego nada: pasas la página y está el epílogo, que es una chorrada como un piano.
No sé. Me da la sensación de que a Lapidus le ha podido la prisa, o las ganas, o la presión editorial, o el quedar bien con los fans. Son muchas páginas y poco tiempo de un libro a otro. Eso, necesariamente, tiene que pasarte factura, salvo que seas un genio o tengas una buena colección de negros que escriba por ti (no sería el primero, desde luego). A ver si ahora que ha terminado las casi 2.000 páginas de trilogía se lo toma con calma y escribe algo distinto, sin compromiso.
También de Jens Lapidus en ULAD: Nunca la jodas, Dinero fácil, Una vida de lujo
Título original: Livet de Luxe
Año de publicación: 2011
Valoración: Se deja leer
Con esta novela, el abogado sueco Jens Lapidus (la verdad es que el nombre es cojonudo) cierra su exitosa "Trilogía Negra de Estocolmo", de la cual ya reseñamos en este mismo blog los dos primeros libros, Dinero fácil y Nunca la jodas. En aquellas entradas ya explicábamos que a Lapidus se le considera la nueva estrella escandinava del género negro, el renovador de la literatura sobre la violencia, el James Ellroy sueco, etcétera. Ha sido tal su éxito que [dice que] tuvo que escribir un comic spin-off (Guerra de bandas 145) a modo de continuación de las dos primeras novelas para contentar a los fans mientras terminaba de escribir el tercer volumen de la trilogía. También hay película de la primera (aquí) y, por lo visto, las habrá de la segunda y la tercera. En resumen: parece que le ha ido bien.
A mí las dos primeras novelas me gustaron bastante. Aunque quizás un poco extensas, su estilo ligero, con una prosa suelta, canalla, de frases lapidarias, te llevaba en volandas de capítulo en capítulo. Ninguna complicación, claro, salvo los nombres rarísimos de personajes y calles, a los que aún me cuesta acostumbrarme a pesar de los años que llevamos con la moda nórdica. Personajes cabrones, gente chunga, violencia, tiros, toneladas de droga... Entretenimiento de buena calidad, de lectura fácil.
Una vida de lujo mantiene el espíritu de las dos primeras novelas y recupera algunos personajes de aquellas, los más carismáticos. JW sale de la cárcel dispuesto a comerse el mundo; Jorge quiere pegar el gran golpe y jubilarse para siempre, con la ayuda de Mahmud; Radovan seguirá siendo el jefe mafioso hasta que; un asesino misterioso hará de las suyas... En este sentido funciona bien como "cierre" de la trilogía, ya que al lector le resulta fácil rememorar los acontecimientos pasados y al autor, creo, le permite construir una gran macedonia criminal con toda la peña que ha pasado por sus páginas. Y así, claro, hacer justicia con sus personajes: matar a unos, dejar a otros con vida, enrollar a este con aquella, esas cosas.
La cuestión es que con casi 700 páginas que tiene el tocho mi sensación, al final, es que NO PASA GRAN COSA. Hay tres tramas más o menos definidas con algún personaje transversal que descarga parte del peso de una a otra, pero en realidad... no confluyen. Todo el tiempo esperas un gran giro en los acontecimientos, una escena de acción inesperada, un momento en el que las tres tramas se encierren en la misma habitación... algo así. Pero no. Nada de eso. Sucede una movida con cierto interés... Sucede otra movida con poco interés... Sucede otra movida sin ningún interés... Y zas, el libro se acaba con un final anticlimático, sin fuerza, sin brillo.
Ejemplo: tropecientos criminales y policías en un espacio reducido. Armas por todas partes. El narrador dice "y se lía gorda" (literalmente). Y luego nada: pasas la página y está el epílogo, que es una chorrada como un piano.
No sé. Me da la sensación de que a Lapidus le ha podido la prisa, o las ganas, o la presión editorial, o el quedar bien con los fans. Son muchas páginas y poco tiempo de un libro a otro. Eso, necesariamente, tiene que pasarte factura, salvo que seas un genio o tengas una buena colección de negros que escriba por ti (no sería el primero, desde luego). A ver si ahora que ha terminado las casi 2.000 páginas de trilogía se lo toma con calma y escribe algo distinto, sin compromiso.
También de Jens Lapidus en ULAD: Nunca la jodas, Dinero fácil, Una vida de lujo
sábado, 18 de agosto de 2012
Kate Fox: Watching the English
Idioma original: inglés
Título completo: Watching the English. The Hidden Rules of English Behaviour
Año de publicación: 2004
Valoración: muy recomendable
La hegemonía lingüística del inglés es un fenómeno indudable. Hasta tal punto es así que si hace unos años saber inglés podía ser un punto positivo en el curriculum, ahora es un requisito imprescindible para optar siquiera a la mayoría de los trabajos. Muchos llegamos a dominar la gramática a la perfección (no es difícil) e incluso a hacernos entender por hablantes nativos (desembarazarse del acento español ya es otra historia). Pero ¿qué pasa con entenderlos a ellos? Y no me refiero ya a la multiplicidad de acentos que nos podemos encontrar, no solo en el Reino Unido, sino repartidos por todo el mundo. Me refiero a ser capaces de desentrañar su discurso. El de los ingleses, más concretamente: esa gente que se precia de tener un sentido del humor propio.
Precisamente sentido del humor es lo que no le falta a este libro, escrito por la antropóloga social británica Kate Fox. En Watching the English (Observando a los ingleses, o algo así) vierte el fruto de sus investigaciones respecto a lo que ella llama "Englishness" (¿"inglesidad"?), aquellos rasgos que constituyen lo característicamente inglés --que no británico, puesto que esa sería una noción mucho más amplia, y una noción política más que cultural--. Ahonda en las normas tácitas que rigen el comportamiento de sus compatriotas y el suyo propio, haciendo un ejercicio de distanciamiento y observación crítica. Pretende llegar a definir la identidad nacional y el carácter de la gente, no para terminar con una apología patriótica, sino por curiosidad científica. Y, en mi opinión, lo consigue.
El libro abre con un capítulo dedicado al tiempo, que se inscribe en una primera parte de "Códigos conversacionales". (¿Qué hay más inglés que la charla sobre las continuas inclemencias del tiempo?). Fox alude a una necesidad de seguridad que se ve continuamente amenazada, y a una forma sencilla y segura de "romper el hielo" de la conversación. En sucesivos capítulos, habla del humor, de los códigos lingüísticos, de la charla en el pub, de las normas de la comida, de las normas del sexo... y también de las clases sociales.
Y, como anticipaba, en todo momento Kate Fox hace gala de un sentido del humor y de una agudeza envidiables. Quizá uno de los mejores capítulos sea el del humor, en el que explica que no es que los ingleses sean mejores que otras naciones, sino que le confieren un valor fundamental: no es un apartado de la vida, sino que permea todos los aspectos de la "inglesidad". Según ella, los ingleses no se toman demasiado en serio a sí mismos… o por lo menos eso espera, porque si no su libro va a ser un fracaso total.
Entiende que el humor es uno de los aspectos que más les cuesta pillar a los extranjeros, y hace hincapié en la ironía y en el "understatement", un subtipo de ironía que consiste en minimizar lo que se está diciendo:
Cree que precisamente porque el humor es omnipresente, subyacente a cada mínimo intercambio lingüístico, los comediantes ingleses se tienen que esforzar más por hacerles reír. Esto puede parecer una tontería así dicho, pero a mí me dejó pensando que seguramente tenga razón.
Watching the English es un libro bien articulado y sumamente divertido, clave para comprender los entresijos de una cultura a la vez tan cercana y alejada de la nuestra. Debería ser lectura imprescindible en la asignatura de inglés de todos los colegios, porque seguro que nos ahorraría muchos malentendidos. Pero no solo es una lectura ideal para los que quieran saber sobre los ingleses. De hecho, a mí me lo recomendó una amiga inglesa. Será que Kate Fox estaba en lo cierto.
Título completo: Watching the English. The Hidden Rules of English Behaviour
Año de publicación: 2004
Valoración: muy recomendable
La hegemonía lingüística del inglés es un fenómeno indudable. Hasta tal punto es así que si hace unos años saber inglés podía ser un punto positivo en el curriculum, ahora es un requisito imprescindible para optar siquiera a la mayoría de los trabajos. Muchos llegamos a dominar la gramática a la perfección (no es difícil) e incluso a hacernos entender por hablantes nativos (desembarazarse del acento español ya es otra historia). Pero ¿qué pasa con entenderlos a ellos? Y no me refiero ya a la multiplicidad de acentos que nos podemos encontrar, no solo en el Reino Unido, sino repartidos por todo el mundo. Me refiero a ser capaces de desentrañar su discurso. El de los ingleses, más concretamente: esa gente que se precia de tener un sentido del humor propio.
Precisamente sentido del humor es lo que no le falta a este libro, escrito por la antropóloga social británica Kate Fox. En Watching the English (Observando a los ingleses, o algo así) vierte el fruto de sus investigaciones respecto a lo que ella llama "Englishness" (¿"inglesidad"?), aquellos rasgos que constituyen lo característicamente inglés --que no británico, puesto que esa sería una noción mucho más amplia, y una noción política más que cultural--. Ahonda en las normas tácitas que rigen el comportamiento de sus compatriotas y el suyo propio, haciendo un ejercicio de distanciamiento y observación crítica. Pretende llegar a definir la identidad nacional y el carácter de la gente, no para terminar con una apología patriótica, sino por curiosidad científica. Y, en mi opinión, lo consigue.
El libro abre con un capítulo dedicado al tiempo, que se inscribe en una primera parte de "Códigos conversacionales". (¿Qué hay más inglés que la charla sobre las continuas inclemencias del tiempo?). Fox alude a una necesidad de seguridad que se ve continuamente amenazada, y a una forma sencilla y segura de "romper el hielo" de la conversación. En sucesivos capítulos, habla del humor, de los códigos lingüísticos, de la charla en el pub, de las normas de la comida, de las normas del sexo... y también de las clases sociales.
Y, como anticipaba, en todo momento Kate Fox hace gala de un sentido del humor y de una agudeza envidiables. Quizá uno de los mejores capítulos sea el del humor, en el que explica que no es que los ingleses sean mejores que otras naciones, sino que le confieren un valor fundamental: no es un apartado de la vida, sino que permea todos los aspectos de la "inglesidad". Según ella, los ingleses no se toman demasiado en serio a sí mismos… o por lo menos eso espera, porque si no su libro va a ser un fracaso total.
Entiende que el humor es uno de los aspectos que más les cuesta pillar a los extranjeros, y hace hincapié en la ironía y en el "understatement", un subtipo de ironía que consiste en minimizar lo que se está diciendo:
Needless to say, the English understatement is another trait that many foreign visitors find utterly bewildering and infuriating (or, as we English would put it, 'a bit confusing').
Cree que precisamente porque el humor es omnipresente, subyacente a cada mínimo intercambio lingüístico, los comediantes ingleses se tienen que esforzar más por hacerles reír. Esto puede parecer una tontería así dicho, pero a mí me dejó pensando que seguramente tenga razón.
Watching the English es un libro bien articulado y sumamente divertido, clave para comprender los entresijos de una cultura a la vez tan cercana y alejada de la nuestra. Debería ser lectura imprescindible en la asignatura de inglés de todos los colegios, porque seguro que nos ahorraría muchos malentendidos. Pero no solo es una lectura ideal para los que quieran saber sobre los ingleses. De hecho, a mí me lo recomendó una amiga inglesa. Será que Kate Fox estaba en lo cierto.
viernes, 17 de agosto de 2012
Ryszard Kapuscinski : El emperador
Idioma original: polaco
Título original: Cesarz
Año de publicación: 1978
Valoración: muy recomendable
Persiste en mí el impacto de haber visto, hace cerca de un mes, Marley: película sobre la vida del músico jamaicano que me dejó extasiado. Aprovecho para recomendarla a todo el mundo. Siempre me resultó muy curiosa esa absurda idolatría de los rastafaris por Haile Selassie. Bueno: no vamos a pedirle coherencia a las religiones, así que si se empeñaban en adorar y considerar una divinidad a un dictador de un país africano, allá ellos.
El emperador dista mucho de mostrar adulación hacia la figura del mandatario etíope. Aunque el tono parezca grotesco, casi cómico, lo es solamente para escenificar más fielmente lo que parece una parodia, pero resulta ser una cruel realidad. Kapuscinski se aleja en este libro del tono de crónica periodística que impregna otras de sus grandes obras, como Ébano o Un día más con vida. Adquiere en El emperador una óptica diferente. Se trata de sucesivas entrevistas con personas vinculadas a la vida en palacio de Haile Selassie. Testimonios de personas que, en muchos casos, prefieren ampararse en el anonimato por temor a ser represaliadas. A pesar de mostrar en todo momento su admiración y su reverencia, son perfectamente conscientes de que el emperador es un ser volátil y caprichoso, rodeado de un séquito, de un cortejo aún más volátil y caprichoso. Lo cual significa que, aunque se muestren prudentes, respetuosos, aduladores (el ramillete de expresiones usadas para loar a Selassie es realmente digno de diccionario de sinónimos), el miedo a la mala interpretación estaba presente: todos sabían que ello acarreaba la caída en desgracia, de consecuencias imprevisibles. Kapuscinski intercala esporádicamente su propio texto. La explicación progresiva de los hechos que se producen lejos y alrededor de ese mundo cerrado que es el palacio imperial.
De repente, apenas escribo esta última frase, caigo en la terrible actualidad de libros como éste. A pesar de hablar de hechos de hace cuatro décadas. El aislamiento, el ensimismamiento de esos líderes alienados a espaldas de la realidad. La conducta de sus entornos cercanos, temerosos a dos bandas: de perder los favores del superior y de ser acechados en sus poltronas por sus inferiores. Tentado estoy de contrastar con datos lo poco que debe haber cambiado la situación en un país como Etiopía, con un crecimiento desbocado de la población, con una baja tasa de alfabetización, con una economía dependiente de la agricultura.
Kapuscinski era mejor cronista que ensayista. El emperador puede que sea un libro único en su obra, no sólo por la curiosa adopción del lenguaje costumbrista de algunos de los entrevistados, sino por su enfoque en una persona y un país (que se repite en otra obra maestra reseñada en ULAD: El Sha o la desmesura del poder ), y el curioso método, con el que Kapuscinski se limita a intercalar hechos objetivos entre los numerosos testimonios, sin que el lector se sienta empujado a otra cosa que a apreciar el absurdo absoluto intrínseco al poder concentrado en una sola persona. Se llega a esa conclusión sin la necesidad de la reflexión profunda; Kapuscinski nos ha sentado ante la realidad, con su soberbio estilo, nos ha convertido en espectadores de testimonios variados, desde gente sencilla hasta politiquillos arribistas. Lo ha hecho sin otra trampa que su formidable intención literaria.
También de Kapuscinski : Aquí
Título original: Cesarz
Año de publicación: 1978
Valoración: muy recomendable
Persiste en mí el impacto de haber visto, hace cerca de un mes, Marley: película sobre la vida del músico jamaicano que me dejó extasiado. Aprovecho para recomendarla a todo el mundo. Siempre me resultó muy curiosa esa absurda idolatría de los rastafaris por Haile Selassie. Bueno: no vamos a pedirle coherencia a las religiones, así que si se empeñaban en adorar y considerar una divinidad a un dictador de un país africano, allá ellos.
El emperador dista mucho de mostrar adulación hacia la figura del mandatario etíope. Aunque el tono parezca grotesco, casi cómico, lo es solamente para escenificar más fielmente lo que parece una parodia, pero resulta ser una cruel realidad. Kapuscinski se aleja en este libro del tono de crónica periodística que impregna otras de sus grandes obras, como Ébano o Un día más con vida. Adquiere en El emperador una óptica diferente. Se trata de sucesivas entrevistas con personas vinculadas a la vida en palacio de Haile Selassie. Testimonios de personas que, en muchos casos, prefieren ampararse en el anonimato por temor a ser represaliadas. A pesar de mostrar en todo momento su admiración y su reverencia, son perfectamente conscientes de que el emperador es un ser volátil y caprichoso, rodeado de un séquito, de un cortejo aún más volátil y caprichoso. Lo cual significa que, aunque se muestren prudentes, respetuosos, aduladores (el ramillete de expresiones usadas para loar a Selassie es realmente digno de diccionario de sinónimos), el miedo a la mala interpretación estaba presente: todos sabían que ello acarreaba la caída en desgracia, de consecuencias imprevisibles. Kapuscinski intercala esporádicamente su propio texto. La explicación progresiva de los hechos que se producen lejos y alrededor de ese mundo cerrado que es el palacio imperial.
De repente, apenas escribo esta última frase, caigo en la terrible actualidad de libros como éste. A pesar de hablar de hechos de hace cuatro décadas. El aislamiento, el ensimismamiento de esos líderes alienados a espaldas de la realidad. La conducta de sus entornos cercanos, temerosos a dos bandas: de perder los favores del superior y de ser acechados en sus poltronas por sus inferiores. Tentado estoy de contrastar con datos lo poco que debe haber cambiado la situación en un país como Etiopía, con un crecimiento desbocado de la población, con una baja tasa de alfabetización, con una economía dependiente de la agricultura.
Kapuscinski era mejor cronista que ensayista. El emperador puede que sea un libro único en su obra, no sólo por la curiosa adopción del lenguaje costumbrista de algunos de los entrevistados, sino por su enfoque en una persona y un país (que se repite en otra obra maestra reseñada en ULAD: El Sha o la desmesura del poder ), y el curioso método, con el que Kapuscinski se limita a intercalar hechos objetivos entre los numerosos testimonios, sin que el lector se sienta empujado a otra cosa que a apreciar el absurdo absoluto intrínseco al poder concentrado en una sola persona. Se llega a esa conclusión sin la necesidad de la reflexión profunda; Kapuscinski nos ha sentado ante la realidad, con su soberbio estilo, nos ha convertido en espectadores de testimonios variados, desde gente sencilla hasta politiquillos arribistas. Lo ha hecho sin otra trampa que su formidable intención literaria.
También de Kapuscinski : Aquí
jueves, 16 de agosto de 2012
Shalom Auslander: Cuidado con Dios
Título original: Beware of God
Idioma original: inglés
Fecha de publicación: 2005
Valoración: recomendable
Idioma original: inglés
Fecha de publicación: 2005
Valoración: recomendable
Todo el que haya leído alguna entrevista realizada a Shalom Auslander sabe que la religión tiene gran importancia en su vida. Y que, a pesar de haber decidido dejar a un lado las enseñanzas religiosas que le inculcaron cuando era niño, el temor a Dios y al castigo divino lo acompaña allá donde va. Por suerte (sobre todo, para nosotros, los lectores), este autor estadounidense se dedica a exorcizar sus miedos a través de la escritura, elaborando textos cargados tanto de humor como de crítica.
En Cuidado con Dios, Auslander nos ofrece un total de catorce cuentos con argumentos de lo más variado. Así, nos habla de un hombre que tiene una experiencia cercana a la muerte y descubre que Dios, en realidad, es un pollo; de unos hámsters que idolatran y rezan a su dueño como si de un ser divino se tratara; de un hombre que crea un par de golems para que le ayuden a sobrellevar el día a día; de un joven que, como ya hiciera Gregorio Samsa, sufre una metamorfosis y despierta convertido en un hombre no-judío; un chimpancé que un día se descubre haciéndose preguntas metafísicas...
Además de lo curioso de los argumentos, Auslander nos ofrece una prosa trabajada aunque de fácil lectura, llena de momentos hilarantes y caracterizada por una profunda crítica de la religión y, sobre todo, de lo manejables y poco inteligentes que pueden ser los seres humanos a veces. Cuidado con Dios puede no ser el gran libro que todos estamos esperando, pero sin duda es una obra amena y recomendable para disfrutar en cualquier momento.
También de Shalom Auslander: Lamentaciones de un prepucio, Esperanza: una tragedia
miércoles, 15 de agosto de 2012
Ian McEwan: Solar
Idioma original: inglés
Título original: Solar
Año de publicación: 2010
Valoración: recomendable
Aunque no se note, porque por aquí no he reseñado ninguno de sus libros, me confieso seguidor de Ian McEwan: me lo recomendaron cuando trabajaba en Irlanda, si no recuerdo mal, y lo primero que leí fue la archifamosa Expiación; luego cayeron El placer del viajero (traducción no demasiado ajustada al original The confort of strangers); Amsterdam, Chesil Beach y ahora este Solar. En general, McEwan me parece un escritor de mérito, sobre todo en el planteamiento de situaciones y en la descripción psicológica de sus personajes; la primera mitad de Expiación es modélica en ese sentido.
En Solar, McEwan ha ido por otro lado, más cómico, satírico, caricaturesca, con un toque de Nick Hornby o de Tom Sharpe (mucho más sutil, por supuesto). Por el transfondo científico de la trama y las particulares obsesiones (algunas de ellas sexuales) del personaje, también podrían encontrarse una cierta similitud con Las partículas elementales de Houllebecq. La novela nos presenta las desventuras de un tal Michael Beard, premio Nobel de Física por su única gran contribución al campo (la "Combinación Einstein-Beard"), que ahora vive de las rentas intelectuales y académicas, y que en su vida personal es incapaz de mantener una relación sentimental adulta. Actualmente, Beard se ve involucrado, casi contra su voluntad, en un Centro para el Estudio del Calentamiento Global.
A diferencia de otras novelas de McEwan mucho más estructuradas (una vez más, Expiación es el modelo), Solar da varios bandazos genéricos: comienza con ese toque de sátira cínica, pasa luego por un breve paréntesis policiaco, unos toques de espionaje industrial, algo de novela psicológica... y mucho, mucho, de novela humorística. Parece, en cierto modo, una novela-collage, lo que puede ser una decisión consciente del escritor o una consecuencia de cierta precipitación. Por ejemplo, el capítulo sobre el viaje de científico-artístico al Polo Norte, que es de lo más divertido de la obra y que, según parece, pudo ser la primera inspiración del tema central, tiene una unión muy tenue con todo el resto. O la historia, ya mil veces contada, del protagonista que cree que un extraño se está comiendo sus patatas fritas, cuando en realidad es él el que se está comiendo las patatas del extraño...
No voy a decir que Solar no sea una novela divertida: tiene capítulos muy buenos, y un anti-héroe protagonista de manual: físicamente desagradable, psicológicamente inmaduro, cínico, tramposo, torpe. Pero predomina la sensación de falta de nervio, de ausencia de estructura. Incluso la actitud hacia el cambio climático (el tema-excusa argumental) parece frágil: parece apuntarse por un lado a la posibilidad de que sea un negocio, una manipulación o un engaño, pero se ridiculiza por otro lado a los negacionistas y a los lobbies del petróleo. Lo que queda, al final, es el humor corrosivo que se come todo lo que toca: los afectos, la ciencia o la literatura.
También de Ian McEwan en Unlibroaldía: aquí
Título original: Solar
Año de publicación: 2010
Valoración: recomendable
Aunque no se note, porque por aquí no he reseñado ninguno de sus libros, me confieso seguidor de Ian McEwan: me lo recomendaron cuando trabajaba en Irlanda, si no recuerdo mal, y lo primero que leí fue la archifamosa Expiación; luego cayeron El placer del viajero (traducción no demasiado ajustada al original The confort of strangers); Amsterdam, Chesil Beach y ahora este Solar. En general, McEwan me parece un escritor de mérito, sobre todo en el planteamiento de situaciones y en la descripción psicológica de sus personajes; la primera mitad de Expiación es modélica en ese sentido.
En Solar, McEwan ha ido por otro lado, más cómico, satírico, caricaturesca, con un toque de Nick Hornby o de Tom Sharpe (mucho más sutil, por supuesto). Por el transfondo científico de la trama y las particulares obsesiones (algunas de ellas sexuales) del personaje, también podrían encontrarse una cierta similitud con Las partículas elementales de Houllebecq. La novela nos presenta las desventuras de un tal Michael Beard, premio Nobel de Física por su única gran contribución al campo (la "Combinación Einstein-Beard"), que ahora vive de las rentas intelectuales y académicas, y que en su vida personal es incapaz de mantener una relación sentimental adulta. Actualmente, Beard se ve involucrado, casi contra su voluntad, en un Centro para el Estudio del Calentamiento Global.
A diferencia de otras novelas de McEwan mucho más estructuradas (una vez más, Expiación es el modelo), Solar da varios bandazos genéricos: comienza con ese toque de sátira cínica, pasa luego por un breve paréntesis policiaco, unos toques de espionaje industrial, algo de novela psicológica... y mucho, mucho, de novela humorística. Parece, en cierto modo, una novela-collage, lo que puede ser una decisión consciente del escritor o una consecuencia de cierta precipitación. Por ejemplo, el capítulo sobre el viaje de científico-artístico al Polo Norte, que es de lo más divertido de la obra y que, según parece, pudo ser la primera inspiración del tema central, tiene una unión muy tenue con todo el resto. O la historia, ya mil veces contada, del protagonista que cree que un extraño se está comiendo sus patatas fritas, cuando en realidad es él el que se está comiendo las patatas del extraño...
No voy a decir que Solar no sea una novela divertida: tiene capítulos muy buenos, y un anti-héroe protagonista de manual: físicamente desagradable, psicológicamente inmaduro, cínico, tramposo, torpe. Pero predomina la sensación de falta de nervio, de ausencia de estructura. Incluso la actitud hacia el cambio climático (el tema-excusa argumental) parece frágil: parece apuntarse por un lado a la posibilidad de que sea un negocio, una manipulación o un engaño, pero se ridiculiza por otro lado a los negacionistas y a los lobbies del petróleo. Lo que queda, al final, es el humor corrosivo que se come todo lo que toca: los afectos, la ciencia o la literatura.
También de Ian McEwan en Unlibroaldía: aquí
martes, 14 de agosto de 2012
Estampas veraniegas: Leer en el parque
Primera fase : negociación.
Cinco de la tarde: dos cosas hierven en Barcelona, al menos que a mí me afecten.
Primera : el temperamento de mi hijo menor, 11 años, harto de estar en casa tras la comida. Inquieto, recibiendo mensajes de sus socios de juegos, con los que acuerda el que será el plan de la tarde. Scooter, skate, bicicleta o fútbol.
La segunda: la propia ciudad, su aire, su suelo. Es abrir la puerta del rellano y recibir la bienvenida de, al menos, diez grados más que el clima artificialmente templado del hogar familiar, Pisar la calle; atravesar cien metros, como mucho, al sol, con Lorenzo, el implacable en su plenitud, es un tormento inacabable. Encontrar la sombra condiciona los itinerarios a pie.
Ahí entra lo de la negociación. Hora de salida de casa, cinco y media. O así. Antes, no es humano, simplemente.
Pero ese es el trato: todavía veo a mi hijo como un tierno muchacho expuesto a los mil y un peligros de la jungla del asfalto. Este es el parque de la Escola Industrial de Barcelona, esmirriado reducto en el que los sufridos y sudorosos habitantes de la zona no tenemos más remedio que coincidir: las zonas verdes en este barrio son una pura utopía. Aquí, al menos, hay algún rincón a la sombra. Y desde uno de esos rincones ejerzo mi cargo de responsable padre custodio.
Segunda fase : llegada e instalación.
Kit de supervivencia para unas tres horas en el parque: bebida fría (que dejará de serlo rápidamente), y una cantidad indeterminada de libros. Uno, si el que leo me gusta y queda suficiente para cubrir todo el tiempo estimado de estancia. Dos, si me dispongo a empezar uno y quiero disponer de alguna opción por si no me gusta. Tres, si el que leo estoy a punto de acabarlo y quiero tener diversas opciones por si el siguiente no acaba de arrancar. Nunca he llevado tres libros: ya soy bastante "el rarito que se pasa todo el rato leyendo". Obviamente, no tengo Kindle ni cacharro parecido: vista la experiencia, debería. Pero, ay, el papel: aún me gusta acariciar el lomo y hojear adelante y atrás. Y que los demás vean lo que leo: uf, como me encanta cazar las miradas de quien echa un vistazo esperando encontrarse con algo conocido y comprueba que no tiene ni idea de lo que yo leo. El rarito. Tomad rarito.
Me ubico en algún banco situado en la sombra, y con buena visibilidad hacia el terreno de juego improvisado en que, en algún momento, mi hijo Gerard acabará echando un partido. Localizo un banco vacío, al que me dirijo con pose decidida y antipática, y cara de pocos amigos. Los bancos deben hacer cerca de dos metros de ancho. Extiendo los brazos ostensiblemente a uno y otro lado. Dejo la bolsa con la bebida a un lado, el libro "suplente" al otro, el teléfono algo más cerca y el vehículo de mi hijo (mientras no lo usa), alcanzando a ocupar el espacio restante. Todo orquestado para impedir que alguien me moleste. Sí. No quiero que nadie se siente a mi lado. Nadie. Ni quiero conversación ni distracción: ni charla banal sobre el calor o sobre la nube de felicidad en la que nos tiene sumidos el gobierno, ni charla profunda sobre el sentido de la vida o el número de goles que Messi marcará la próxima temporada. Solo quiero tranquilidad: explicádselo al padre de algún niño que juega con el mío, a la vecina que ha bajado también a sus hijas, a la anciana temblorosa que me mira con desaprobación por tenerlo todo ocupado (señora, eso es justo lo que pretendo). A los adolescentes con reggaeton en el móvil, a la mujer de mediana edad que acude con mi misma intención pero, horror, vade retro Satanás, con algo de Allende o Coelho o Bucay, al abuelo que espera el mínimo pretexto para explicar lo bien que su nieto le da a la pelota o los detalles del mapa entero de isobaras que el hombre del tiempo introdujo ayer noche en su cerebro. El calor que hace, y el último año que hizo algo parecido.
Soy un sociópata que lee celosamente a solas. Ya acabaré el libro, me levantaré y seré otra persona. Lo prometo. Dejadme tiempo.
La indumentaria: gracias, Alfonso Ussía. Menos esas horrorosas camisetas sin mangas, opto por ataviarme con toda la ropa que le provoca a Ussía tanto malestar. Chanclas, sí, de playa, de esas que se aguantan por un dedo, de esas que Rufus Wainwright llama flip-flops en una canción. Bermudas cargo, como si fuese a Afganistán con los bolsillos repletos de tonterías. Camiseta de tonos sobrios, sin mensajes filosóficos. Encima, Alfonso, eso te jode de verdad: me dirijo a la gente, (me dirijo a la gente si no me queda otro remedio, véase párrafo anterior), en catalán.
Entonces todos los insectos deben ser agentes secretos comisionados por Ussía, para compensar. Vuelan y caen de los árboles y me regalan esas ronchas que acaban siendo como anillas en los troncos de los árboles. Tantas tardes, tantos habones en mis tobillos. Tantos parones de la lectura para ver si, ya, por fin, atrapo al cabrón que se está dando un festín de AB con RH positivo.
Tercera fase: conclusiones
Aquí, acomodando mi pose para evitar agarrotamiento, para refrescarme, para que no se me duerman las extremidades, para no dormirme yo mismo, en mi integridad, para rebuscar la botella que ha rodado, o la bolsa que ha volado (pues seré sociópata, pero de los civilizados, tiro los papeles en la papelera), para mirar el piloto rojo de la Blackberry que parpadea, aquí es donde me han pasado algunas cosas, que empiezo a detallar, pues ya va siendo hora de acabar.
Aquí no comprendí que se publicara una cosa tan cursi y sensiblera como El niño perdido de Thomas Wolfe.
Aquí comprendí que algo tan inconsistente como Noche de los enamorados de Félix Romeo se publicaba porque su autor había fallecido recientemente.
Aquí llegué a las 70 páginas de Body art de Don DeLillo y lo cerré enfadado. Ese día aprendí a llevar dos libros.
Aquí llegué a las 70 páginas de Pedro Páramo y lo cerré triste. Ese día aprendí que es mejor buscar ediciones comentadas de los grandes clásicos.
Aquí comprendí que Vila-Matas es mejor escritor que novelista.
Aquí no entendí tanto revuelo con Palahniuk.
Aquí me pareció absurda tanta repercusión de El extranjero de Camus.
Aquí Capote hizo que todo lo demás pareciera una pequeñez en comparación. No: casi todo lo demás.
Aquí despegaron los vuelos a todos los países a los que me llevó Kapuscinski, y volví asustado de muchos de ellos.
Aquí hice lo que no hay que hacer: subrayar y subrayar un libro de la biblioteca; frase tras frase de Roberto Bolaño.
Con lápiz, por eso.
Cinco de la tarde: dos cosas hierven en Barcelona, al menos que a mí me afecten.
Primera : el temperamento de mi hijo menor, 11 años, harto de estar en casa tras la comida. Inquieto, recibiendo mensajes de sus socios de juegos, con los que acuerda el que será el plan de la tarde. Scooter, skate, bicicleta o fútbol.
La segunda: la propia ciudad, su aire, su suelo. Es abrir la puerta del rellano y recibir la bienvenida de, al menos, diez grados más que el clima artificialmente templado del hogar familiar, Pisar la calle; atravesar cien metros, como mucho, al sol, con Lorenzo, el implacable en su plenitud, es un tormento inacabable. Encontrar la sombra condiciona los itinerarios a pie.
Ahí entra lo de la negociación. Hora de salida de casa, cinco y media. O así. Antes, no es humano, simplemente.
Pero ese es el trato: todavía veo a mi hijo como un tierno muchacho expuesto a los mil y un peligros de la jungla del asfalto. Este es el parque de la Escola Industrial de Barcelona, esmirriado reducto en el que los sufridos y sudorosos habitantes de la zona no tenemos más remedio que coincidir: las zonas verdes en este barrio son una pura utopía. Aquí, al menos, hay algún rincón a la sombra. Y desde uno de esos rincones ejerzo mi cargo de responsable padre custodio.
Segunda fase : llegada e instalación.
Kit de supervivencia para unas tres horas en el parque: bebida fría (que dejará de serlo rápidamente), y una cantidad indeterminada de libros. Uno, si el que leo me gusta y queda suficiente para cubrir todo el tiempo estimado de estancia. Dos, si me dispongo a empezar uno y quiero disponer de alguna opción por si no me gusta. Tres, si el que leo estoy a punto de acabarlo y quiero tener diversas opciones por si el siguiente no acaba de arrancar. Nunca he llevado tres libros: ya soy bastante "el rarito que se pasa todo el rato leyendo". Obviamente, no tengo Kindle ni cacharro parecido: vista la experiencia, debería. Pero, ay, el papel: aún me gusta acariciar el lomo y hojear adelante y atrás. Y que los demás vean lo que leo: uf, como me encanta cazar las miradas de quien echa un vistazo esperando encontrarse con algo conocido y comprueba que no tiene ni idea de lo que yo leo. El rarito. Tomad rarito.
Me ubico en algún banco situado en la sombra, y con buena visibilidad hacia el terreno de juego improvisado en que, en algún momento, mi hijo Gerard acabará echando un partido. Localizo un banco vacío, al que me dirijo con pose decidida y antipática, y cara de pocos amigos. Los bancos deben hacer cerca de dos metros de ancho. Extiendo los brazos ostensiblemente a uno y otro lado. Dejo la bolsa con la bebida a un lado, el libro "suplente" al otro, el teléfono algo más cerca y el vehículo de mi hijo (mientras no lo usa), alcanzando a ocupar el espacio restante. Todo orquestado para impedir que alguien me moleste. Sí. No quiero que nadie se siente a mi lado. Nadie. Ni quiero conversación ni distracción: ni charla banal sobre el calor o sobre la nube de felicidad en la que nos tiene sumidos el gobierno, ni charla profunda sobre el sentido de la vida o el número de goles que Messi marcará la próxima temporada. Solo quiero tranquilidad: explicádselo al padre de algún niño que juega con el mío, a la vecina que ha bajado también a sus hijas, a la anciana temblorosa que me mira con desaprobación por tenerlo todo ocupado (señora, eso es justo lo que pretendo). A los adolescentes con reggaeton en el móvil, a la mujer de mediana edad que acude con mi misma intención pero, horror, vade retro Satanás, con algo de Allende o Coelho o Bucay, al abuelo que espera el mínimo pretexto para explicar lo bien que su nieto le da a la pelota o los detalles del mapa entero de isobaras que el hombre del tiempo introdujo ayer noche en su cerebro. El calor que hace, y el último año que hizo algo parecido.
Soy un sociópata que lee celosamente a solas. Ya acabaré el libro, me levantaré y seré otra persona. Lo prometo. Dejadme tiempo.
La indumentaria: gracias, Alfonso Ussía. Menos esas horrorosas camisetas sin mangas, opto por ataviarme con toda la ropa que le provoca a Ussía tanto malestar. Chanclas, sí, de playa, de esas que se aguantan por un dedo, de esas que Rufus Wainwright llama flip-flops en una canción. Bermudas cargo, como si fuese a Afganistán con los bolsillos repletos de tonterías. Camiseta de tonos sobrios, sin mensajes filosóficos. Encima, Alfonso, eso te jode de verdad: me dirijo a la gente, (me dirijo a la gente si no me queda otro remedio, véase párrafo anterior), en catalán.
Entonces todos los insectos deben ser agentes secretos comisionados por Ussía, para compensar. Vuelan y caen de los árboles y me regalan esas ronchas que acaban siendo como anillas en los troncos de los árboles. Tantas tardes, tantos habones en mis tobillos. Tantos parones de la lectura para ver si, ya, por fin, atrapo al cabrón que se está dando un festín de AB con RH positivo.
Tercera fase: conclusiones
Aquí, acomodando mi pose para evitar agarrotamiento, para refrescarme, para que no se me duerman las extremidades, para no dormirme yo mismo, en mi integridad, para rebuscar la botella que ha rodado, o la bolsa que ha volado (pues seré sociópata, pero de los civilizados, tiro los papeles en la papelera), para mirar el piloto rojo de la Blackberry que parpadea, aquí es donde me han pasado algunas cosas, que empiezo a detallar, pues ya va siendo hora de acabar.
Aquí no comprendí que se publicara una cosa tan cursi y sensiblera como El niño perdido de Thomas Wolfe.
Aquí comprendí que algo tan inconsistente como Noche de los enamorados de Félix Romeo se publicaba porque su autor había fallecido recientemente.
Aquí llegué a las 70 páginas de Body art de Don DeLillo y lo cerré enfadado. Ese día aprendí a llevar dos libros.
Aquí llegué a las 70 páginas de Pedro Páramo y lo cerré triste. Ese día aprendí que es mejor buscar ediciones comentadas de los grandes clásicos.
Aquí comprendí que Vila-Matas es mejor escritor que novelista.
Aquí no entendí tanto revuelo con Palahniuk.
Aquí me pareció absurda tanta repercusión de El extranjero de Camus.
Aquí Capote hizo que todo lo demás pareciera una pequeñez en comparación. No: casi todo lo demás.
Aquí despegaron los vuelos a todos los países a los que me llevó Kapuscinski, y volví asustado de muchos de ellos.
Aquí hice lo que no hay que hacer: subrayar y subrayar un libro de la biblioteca; frase tras frase de Roberto Bolaño.
Con lápiz, por eso.
lunes, 13 de agosto de 2012
Giorgio Agamben: Medios sin fin
Título original: Mezzi senza fine
Idioma original: italiano
Fecha de publicación: 1996
Valoración: recomendable
Este es uno de esos libros que uno debería resistirse, fundadamente, a comprar. Un volumen que reúne varios artículos de un célebre escritor, publicados en diversos periódicos y revistas. Eso ya de por sí huele de lejos a estrategia editorial. En este caso, peor aún, resulta que varios de estos textos son fragmentos o variaciones de una reflexión que este mismo autor ha expuesto en otro lugar, con mayor vocación de sistema. En el caso de Agamben, varios de los artículos aquí reunidos refieren de un modo u otro a los argumentos contenidos en su trilogía Homo sacer. La centralidad de la relación entre soberanía y nuda vida biológica para la política occidental, tema de la obra mayor de Agamben, es tratada en estos breves textos desde diversos enfoques.
¿Qué tiene de interesante, entonces, esta colección de artículos? Pues precisamente eso mismo, lo que deben a su misma condición de artículos. La profundidad y sistematicidad que se echan en falta, y que pueden dificultar en parte la comprensión del contenido, se ven compensadas por una capacidad de síntesis que es de agradecer. El poco espacio obliga a Agamben a depurar sus argumentos y concretarlos en fórmulas eficaces. Además de la poca extensión, la subordinación a una ocasión concreta, actual, caracteriza a estos textos periodísticos. Las tesis recurrentes del autor se aplican aquí a los temas más diversos, propuestos por la reseña de un libro o por los acontecimientos políticos.
Todo esto, en fin, hace que puedan encontrarse destellos de agudeza que quizá se deban al carácter mismo de los textos. Así, por ejemplo, la reseña de un libro sobre la relación entre el argot de los delincuentes franceses y la lengua de los gitanos lleva a Agamben a una conclusión que desmonta el completo sistema político del estado-nación: todos los pueblos son gitanos y todas las lenguas son argot. Pese a que los textos compilados se publicaron a principios de los 90, a veces demuestran una tenebrosa actualidad:
Idioma original: italiano
Fecha de publicación: 1996
Valoración: recomendable
Este es uno de esos libros que uno debería resistirse, fundadamente, a comprar. Un volumen que reúne varios artículos de un célebre escritor, publicados en diversos periódicos y revistas. Eso ya de por sí huele de lejos a estrategia editorial. En este caso, peor aún, resulta que varios de estos textos son fragmentos o variaciones de una reflexión que este mismo autor ha expuesto en otro lugar, con mayor vocación de sistema. En el caso de Agamben, varios de los artículos aquí reunidos refieren de un modo u otro a los argumentos contenidos en su trilogía Homo sacer. La centralidad de la relación entre soberanía y nuda vida biológica para la política occidental, tema de la obra mayor de Agamben, es tratada en estos breves textos desde diversos enfoques.
¿Qué tiene de interesante, entonces, esta colección de artículos? Pues precisamente eso mismo, lo que deben a su misma condición de artículos. La profundidad y sistematicidad que se echan en falta, y que pueden dificultar en parte la comprensión del contenido, se ven compensadas por una capacidad de síntesis que es de agradecer. El poco espacio obliga a Agamben a depurar sus argumentos y concretarlos en fórmulas eficaces. Además de la poca extensión, la subordinación a una ocasión concreta, actual, caracteriza a estos textos periodísticos. Las tesis recurrentes del autor se aplican aquí a los temas más diversos, propuestos por la reseña de un libro o por los acontecimientos políticos.
Todo esto, en fin, hace que puedan encontrarse destellos de agudeza que quizá se deban al carácter mismo de los textos. Así, por ejemplo, la reseña de un libro sobre la relación entre el argot de los delincuentes franceses y la lengua de los gitanos lleva a Agamben a una conclusión que desmonta el completo sistema político del estado-nación: todos los pueblos son gitanos y todas las lenguas son argot. Pese a que los textos compilados se publicaron a principios de los 90, a veces demuestran una tenebrosa actualidad:
"No hay nada más nauseabundo que la procacidad con que los que han hecho del dinero la única razón de vivir agitan regularmente el fantasma de la crisis económica, y los ricos se revisten de austeridad para advertir a los pobres de que van a ser necesarios sacrificios para todos. (...) Pero cualquiera que haya conservado cierta lucidez sabe que la crisis siempre está ahí, que es el motor interno del capitalismo en su fase actual, de la misma manera que el estado de excepción es hoy la estructura normal del poder político."
domingo, 12 de agosto de 2012
Dorothy Porter: La máscara del mono
Idioma original: inglés
Título original: The Monkey's Mask
Año de publicación: 1994
Valoración: muy recomendable
En nuestra entrada "caliente" del 1 de agosto anticipábamos la reseña de hoy. ¿Os acordáis? Decíamos: "avance reseñístico de un libro que está siendo objeto de tórrida lectura. Difícil de catalogar: es una novela negra escrita en verso y protagonizada por una investigadora privada abiertamente lesbiana...".
Tan difícil de catalogar resultaba que la incluimos equivocadamente en la sección de poesía. Digo "equivocadamente" porque ahora, al escribir esta reseña, le he calzado no una, ni dos, ni tres ni cuatro, sino cuatro etiquetas de narrativa: "novela" (a secas), "novela en verso", "novela negra" y "novela erótica". Y es que La máscara del mono se ajusta a todas ellas y, al mismo tiempo, se resiste a plegarse a ninguna.
Jill Fitzpatrick es una investigadora privada contratada para investigar la desaparición, primero, y el crimen, después, de una joven aspirante a poeta llamada Mickey. En el proceso, Jill se embarcará en un tortuoso idilio con la profesora de literatura de Mickey y se adentrará en el mundillo literario australiano, del que la autora se mofa con mucha sorna.
Compuesta por capítulos breves escritos en verso libre, La máscara del mono resulta sumamente ágil narrativamente hablando. En ese sentido, me ha recordado al teatro de Sarah Kane, quien podaba sus obras una y otra vez hasta que quedaban reducidas a la mínima expresión. Las diferentes voces se entremezclan y, aunque es cierto que el estilo directo aparece entrecomillado —lo cual facilita mucho las cosas, para qué engañarnos—, hay veces que el discurso se refleja de manera indirecta, dejando la interpretación en manos del lector. Porter entrelaza experiencias y recuerdos con suma habilidad, y desnuda a su protagonista hasta que los miedos y flaquezas más íntimas y vergonzosas de Jill quedan al descubierto. Nos muestra sin piedad sus pequeños y grandes fracasos.
Como novela negra funciona: encontramos todos los tópicos imprescindibles en este tipo de narración, pero a muchos de ellos se les ha dado una vuelta de tuerca. El final no es sorprendente; precisamente lo que sorprende es no haber llegado a la conclusión antes. Y es que el elemento erótico, que adquiere papel protagonista, consigue distraer la atención del lector alejándolo, al igual que a la protagonista, de la trama principal.
El verso imprime a la narración un ritmo vertiginoso del que el lector no puede escapar. Yo me la leí en dos sentadas (aunque bien podía haber sido una). Resulta pasmoso comprobar que se bebe como agua una técnica que a buen seguro a la autora le costaría horrores depurar.
En resumen… Chapó, Porter. Y chapó, Enrique de Hériz; no he leído tu traducción al castellano, pero estás hecho un valiente. Quien quiera leerla en inglés puede hacerlo por ejemplo aquí.
PD: Pido disculpas porque me he extendido un poco con la reseña, pero visto lo visto espero que comprendáis que no es uno de esos libros que se prestan fácilmente al resumen...
Título original: The Monkey's Mask
Año de publicación: 1994
Valoración: muy recomendable
En nuestra entrada "caliente" del 1 de agosto anticipábamos la reseña de hoy. ¿Os acordáis? Decíamos: "avance reseñístico de un libro que está siendo objeto de tórrida lectura. Difícil de catalogar: es una novela negra escrita en verso y protagonizada por una investigadora privada abiertamente lesbiana...".
Tan difícil de catalogar resultaba que la incluimos equivocadamente en la sección de poesía. Digo "equivocadamente" porque ahora, al escribir esta reseña, le he calzado no una, ni dos, ni tres ni cuatro, sino cuatro etiquetas de narrativa: "novela" (a secas), "novela en verso", "novela negra" y "novela erótica". Y es que La máscara del mono se ajusta a todas ellas y, al mismo tiempo, se resiste a plegarse a ninguna.
Jill Fitzpatrick es una investigadora privada contratada para investigar la desaparición, primero, y el crimen, después, de una joven aspirante a poeta llamada Mickey. En el proceso, Jill se embarcará en un tortuoso idilio con la profesora de literatura de Mickey y se adentrará en el mundillo literario australiano, del que la autora se mofa con mucha sorna.
Compuesta por capítulos breves escritos en verso libre, La máscara del mono resulta sumamente ágil narrativamente hablando. En ese sentido, me ha recordado al teatro de Sarah Kane, quien podaba sus obras una y otra vez hasta que quedaban reducidas a la mínima expresión. Las diferentes voces se entremezclan y, aunque es cierto que el estilo directo aparece entrecomillado —lo cual facilita mucho las cosas, para qué engañarnos—, hay veces que el discurso se refleja de manera indirecta, dejando la interpretación en manos del lector. Porter entrelaza experiencias y recuerdos con suma habilidad, y desnuda a su protagonista hasta que los miedos y flaquezas más íntimas y vergonzosas de Jill quedan al descubierto. Nos muestra sin piedad sus pequeños y grandes fracasos.
Como novela negra funciona: encontramos todos los tópicos imprescindibles en este tipo de narración, pero a muchos de ellos se les ha dado una vuelta de tuerca. El final no es sorprendente; precisamente lo que sorprende es no haber llegado a la conclusión antes. Y es que el elemento erótico, que adquiere papel protagonista, consigue distraer la atención del lector alejándolo, al igual que a la protagonista, de la trama principal.
El verso imprime a la narración un ritmo vertiginoso del que el lector no puede escapar. Yo me la leí en dos sentadas (aunque bien podía haber sido una). Resulta pasmoso comprobar que se bebe como agua una técnica que a buen seguro a la autora le costaría horrores depurar.
En resumen… Chapó, Porter. Y chapó, Enrique de Hériz; no he leído tu traducción al castellano, pero estás hecho un valiente. Quien quiera leerla en inglés puede hacerlo por ejemplo aquí.
PD: Pido disculpas porque me he extendido un poco con la reseña, pero visto lo visto espero que comprendáis que no es uno de esos libros que se prestan fácilmente al resumen...
sábado, 11 de agosto de 2012
Estampas veraniegas: Leer durmiendo
Hace quince días encontré un libro. Flotaba en el estanque de una de las plazas de este pueblo. Lo saqué con cuidado y lo dejé en el verdín, secándose, mientras leía mi propio libro en un banco cercano, a la sombra. Justo detrás, se encuentra la puerta de un pequeño hostal playero y enseguida me vi rodeada por un trasiego de maletas, perros y canarios, propiedad de una familia que se estaba bajando del coche. Era mediodía. En la tele habían dicho que las temperaturas de esta zona superarían los 40. Los que pasaban a mi lado se derramaban encima el agua de las botellas y antes de doblar la esquina ya habían acabado de secarse. Yo lo miraba todo sin dejar de leer. Era curioso, cuanto más me concentraba en la novela mejor registraba lo que ocurría a mi alrededor, pero a mí me parecía de lo más natural. No dejaba de beber, de leer, de pasarme el pañuelo por la frente. El surtidor del estanque y yo competíamos por ver quién derramaba más agua. Al rato me acerqué para echar un vistazo al libro. Estaba seco. Sí.
Guarde el mío en el bolso, estaba cansada de él. Me hacía subir la fiebre y ya era suficiente con la temperatura que marcaba el barómetro. El nuevo, en cambio, irradiaba la frescura del agua que había absorbido y, como había sido tan cuidadosa al sacarlo del agua, se diría que acababa de salir de la tienda. En cuanto llegué a la sombrilla lo examiné con atención. Había perdido las portadas y algunas hojas del principio pero el texto se conservaba entero, de la primera página a la última.
Me fui a nadar un par de horas y volví dispuesta a devorarlo. No hubo forma, la luz era ya escasa y en la playa no quedaba nadie. Eché a andar sujetándolo bajo el brazo con fuerza pues tenía miedo de perderlo. Supe así que narraba el peregrinaje emprendido hacía tiempo por un grupo de gente que mermaba sin cesar, pero evitarlo resultaba imposible. Caminaban a través del tiempo y del espacio, para descansar se instalaban en la mente de los que dormían, luego reanudaban la marcha por una pendiente cuya cima albergaba algún misterio. Cualquier lectura es un viaje, pensé, y arrojé el libro al asiento de atrás.
La puerta del coche aún ardía y, al sentarme, el plástico quemaba tanto como la placa de un horno, pero en cuanto el libro cayó noté un ambiente mucho más fresco. Aparqué frente a mi casa, abrí la puerta de atrás para recogerlo y vi que había desaparecido. Busqué en el suelo pero allí no había nada. No me sorprendí: desde el principio supe que se trataba de un libro volátil, tuve que leerlo por ósmosis pues intuía que no me iba a dar tiempo a más.
Encontré una caja cuadrada de algún metal brillante en el felpudo de la puerta cuando salí a apagar la luz del porche. Dentro había una masa oscura, una especie de carbonilla fina. Metí la mano y en la palma encontré cientos de letras que se fundieron en cuanto les tocó la luz. En el interior se formó una gelatina que fue solidificándose quedando convertida en una preciosa ágata negra. Comprendí que se trataba de la esencia narrativa, un tesoro inapreciable, y que, por la razón que fuese, me había elegido a mí. Se me había concedido un privilegio, con pasos ceremoniosos la llevé hasta mi mejor estantería y la coloqué en el lugar de honor. Si alguno no me cree puede venir a comprobarlo.
Al día siguiente decidí empezar otro libro. El que había quedado a medias no servía más que para dar calor.
Guarde el mío en el bolso, estaba cansada de él. Me hacía subir la fiebre y ya era suficiente con la temperatura que marcaba el barómetro. El nuevo, en cambio, irradiaba la frescura del agua que había absorbido y, como había sido tan cuidadosa al sacarlo del agua, se diría que acababa de salir de la tienda. En cuanto llegué a la sombrilla lo examiné con atención. Había perdido las portadas y algunas hojas del principio pero el texto se conservaba entero, de la primera página a la última.
Me fui a nadar un par de horas y volví dispuesta a devorarlo. No hubo forma, la luz era ya escasa y en la playa no quedaba nadie. Eché a andar sujetándolo bajo el brazo con fuerza pues tenía miedo de perderlo. Supe así que narraba el peregrinaje emprendido hacía tiempo por un grupo de gente que mermaba sin cesar, pero evitarlo resultaba imposible. Caminaban a través del tiempo y del espacio, para descansar se instalaban en la mente de los que dormían, luego reanudaban la marcha por una pendiente cuya cima albergaba algún misterio. Cualquier lectura es un viaje, pensé, y arrojé el libro al asiento de atrás.
La puerta del coche aún ardía y, al sentarme, el plástico quemaba tanto como la placa de un horno, pero en cuanto el libro cayó noté un ambiente mucho más fresco. Aparqué frente a mi casa, abrí la puerta de atrás para recogerlo y vi que había desaparecido. Busqué en el suelo pero allí no había nada. No me sorprendí: desde el principio supe que se trataba de un libro volátil, tuve que leerlo por ósmosis pues intuía que no me iba a dar tiempo a más.
Encontré una caja cuadrada de algún metal brillante en el felpudo de la puerta cuando salí a apagar la luz del porche. Dentro había una masa oscura, una especie de carbonilla fina. Metí la mano y en la palma encontré cientos de letras que se fundieron en cuanto les tocó la luz. En el interior se formó una gelatina que fue solidificándose quedando convertida en una preciosa ágata negra. Comprendí que se trataba de la esencia narrativa, un tesoro inapreciable, y que, por la razón que fuese, me había elegido a mí. Se me había concedido un privilegio, con pasos ceremoniosos la llevé hasta mi mejor estantería y la coloqué en el lugar de honor. Si alguno no me cree puede venir a comprobarlo.
Al día siguiente decidí empezar otro libro. El que había quedado a medias no servía más que para dar calor.
viernes, 10 de agosto de 2012
Alexander Kluge: El hueco que deja el diablo
Fecha de publicación: 2003 (en España, en 2007)
Valoración: Recomendable
Today, algo raro-raro-raro pero, pese a ello, recomendable.
¿Curiosidad por saber de qué va el asunto? Bueno, pues vamos a ello…
El hueco que deja el diablo está formado por 173 relatos cortos (algunos cortísimos, casi sinopsis de lo que parecen piezas más largas), obra del ya octogenario escritor y director Alexander Kluge, uno de los pioneros del nuevo cine alemán. Y este libro es, a su vez, una compilación de relatos de la versión original, que incluye hasta 500 pero que como en palabras de su autor “en un país extranjero es de buena educación ser breve", por estos lares sólo nos ha llegado la citada selección.
Con estudios de derecho, historia y música, y amigo del filósofo Theodor Adorno y de otros individuos cultos y polifacéticos como él, Kluge se inició en el cine como asistente del mismísimo Fritz Lang, y en pocos años se convirtió en un director respetado por poseer una mirada muy personal y crítica con el triste y crudo pasado reciente de su patria. En 1960 fue, incluso, uno de los 24 firmantes del manifiesto de Oberhausen, que anunciaba la llegada de un nuevo estilo narrativo en los filmes.
Pero retomemos el hilo, que aquí hemos venido a hablar de libros…
En estos cuentos que hoy reseño, Kluge ofrece historias cortitas y muy variopintas que tienen como nexo común el contener huecos demoníacos por los que el Mal se cuela impunemente. Así, nos encontramos entre las páginas de este libro pequeños rasguños literarios ambientados en el accidente de Chernobil, los atentados del 11-S, el hundimiento del Kursk, la destrucción de las ciudades alemanas al final de la Segunda Guerra Mundial, la primera Guerra del Golfo, o el accidente de automóvil que sufrió Hitler en 1931 y del que salió ileso por los pelos.
Kluge, sin pretensiones de hacer algo que deje al personal con la boca y los ojos abiertos como platos, lo que hace es mostrarnos lo que la casualidad, la miseria humana, la fatalidad y la más inhóspita amoralidad pueden provocar cuando dichas variables son conjuradas por fuerzas misteriosas…, ¿tal vez diabólicas?
El autor no se mete en camisas de once varas y en vez de teorizar sobre la hipotética influencia en toda escabechina que se precie del siempre cotizadísimo Belcebú, se dedica, que no es poco, a arrejuntar historietas de maldad cetrina y de azar puñetero sin romperse los cuernillos.
Vamos, un libro recomendable. Y que Alexander Kluge ha hecho un buen trabajo, perfecto para el deleite de lectores exigentes pero azorados por el atontamiento generalizado de la época estival.
Léanlo pues, lectores de ULAD. Háganme caso, que devorarán este libro en unas pocas tardes de verano y disfrutarán sobremanera con 173 breves artefactos efectivos, híbridos de ficción y realidad que dejan claro, en mi humilde opinión, que es en nuestra querida Tierra donde nos encontramos, ahorita mismo y cada día, el Cielo, el Purgatorio y el Infierno. Porque el Limbo lo quitó el Papá anterior¿no?