Primera fase : negociación.
Cinco de la tarde: dos cosas hierven en Barcelona, al menos que a mí me afecten.
Primera : el temperamento de mi hijo menor, 11 años, harto de estar en casa tras la comida. Inquieto, recibiendo mensajes de sus socios de juegos, con los que acuerda el que será el plan de la tarde. Scooter, skate, bicicleta o fútbol.
La segunda: la propia ciudad, su aire, su suelo. Es abrir la puerta del rellano y recibir la bienvenida de, al menos, diez grados más que el clima artificialmente templado del hogar familiar, Pisar la calle; atravesar cien metros, como mucho, al sol, con Lorenzo, el implacable en su plenitud, es un tormento inacabable. Encontrar la sombra condiciona los itinerarios a pie.
Ahí entra lo de la negociación. Hora de salida de casa, cinco y media. O así. Antes, no es humano, simplemente.
Pero ese es el trato: todavía veo a mi hijo como un tierno muchacho expuesto a los mil y un peligros de la jungla del asfalto. Este es el parque de la Escola Industrial de Barcelona, esmirriado reducto en el que los sufridos y sudorosos habitantes de la zona no tenemos más remedio que coincidir: las zonas verdes en este barrio son una pura utopía. Aquí, al menos, hay algún rincón a la sombra. Y desde uno de esos rincones ejerzo mi cargo de responsable padre custodio.
Segunda fase : llegada e instalación.
Kit de supervivencia para unas tres horas en el parque: bebida fría (que dejará de serlo rápidamente), y una cantidad indeterminada de libros. Uno, si el que leo me gusta y queda suficiente para cubrir todo el tiempo estimado de estancia. Dos, si me dispongo a empezar uno y quiero disponer de alguna opción por si no me gusta. Tres, si el que leo estoy a punto de acabarlo y quiero tener diversas opciones por si el siguiente no acaba de arrancar. Nunca he llevado tres libros: ya soy bastante "el rarito que se pasa todo el rato leyendo". Obviamente, no tengo Kindle ni cacharro parecido: vista la experiencia, debería. Pero, ay, el papel: aún me gusta acariciar el lomo y hojear adelante y atrás. Y que los demás vean lo que leo: uf, como me encanta cazar las miradas de quien echa un vistazo esperando encontrarse con algo conocido y comprueba que no tiene ni idea de lo que yo leo. El rarito. Tomad rarito.
Me ubico en algún banco situado en la sombra, y con buena visibilidad hacia el terreno de juego improvisado en que, en algún momento, mi hijo Gerard acabará echando un partido. Localizo un banco vacío, al que me dirijo con pose decidida y antipática, y cara de pocos amigos. Los bancos deben hacer cerca de dos metros de ancho. Extiendo los brazos ostensiblemente a uno y otro lado. Dejo la bolsa con la bebida a un lado, el libro "suplente" al otro, el teléfono algo más cerca y el vehículo de mi hijo (mientras no lo usa), alcanzando a ocupar el espacio restante. Todo orquestado para impedir que alguien me moleste. Sí. No quiero que nadie se siente a mi lado. Nadie. Ni quiero conversación ni distracción: ni charla banal sobre el calor o sobre la nube de felicidad en la que nos tiene sumidos el gobierno, ni charla profunda sobre el sentido de la vida o el número de goles que Messi marcará la próxima temporada. Solo quiero tranquilidad: explicádselo al padre de algún niño que juega con el mío, a la vecina que ha bajado también a sus hijas, a la anciana temblorosa que me mira con desaprobación por tenerlo todo ocupado (señora, eso es justo lo que pretendo). A los adolescentes con reggaeton en el móvil, a la mujer de mediana edad que acude con mi misma intención pero, horror, vade retro Satanás, con algo de Allende o Coelho o Bucay, al abuelo que espera el mínimo pretexto para explicar lo bien que su nieto le da a la pelota o los detalles del mapa entero de isobaras que el hombre del tiempo introdujo ayer noche en su cerebro. El calor que hace, y el último año que hizo algo parecido.
Soy un sociópata que lee celosamente a solas. Ya acabaré el libro, me levantaré y seré otra persona. Lo prometo. Dejadme tiempo.
La indumentaria: gracias, Alfonso Ussía. Menos esas horrorosas camisetas sin mangas, opto por ataviarme con toda la ropa que le provoca a Ussía tanto malestar. Chanclas, sí, de playa, de esas que se aguantan por un dedo, de esas que Rufus Wainwright llama flip-flops en una canción. Bermudas cargo, como si fuese a Afganistán con los bolsillos repletos de tonterías. Camiseta de tonos sobrios, sin mensajes filosóficos. Encima, Alfonso, eso te jode de verdad: me dirijo a la gente, (me dirijo a la gente si no me queda otro remedio, véase párrafo anterior), en catalán.
Entonces todos los insectos deben ser agentes secretos comisionados por Ussía, para compensar. Vuelan y caen de los árboles y me regalan esas ronchas que acaban siendo como anillas en los troncos de los árboles. Tantas tardes, tantos habones en mis tobillos. Tantos parones de la lectura para ver si, ya, por fin, atrapo al cabrón que se está dando un festín de AB con RH positivo.
Tercera fase: conclusiones
Aquí, acomodando mi pose para evitar agarrotamiento, para refrescarme, para que no se me duerman las extremidades, para no dormirme yo mismo, en mi integridad, para rebuscar la botella que ha rodado, o la bolsa que ha volado (pues seré sociópata, pero de los civilizados, tiro los papeles en la papelera), para mirar el piloto rojo de la Blackberry que parpadea, aquí es donde me han pasado algunas cosas, que empiezo a detallar, pues ya va siendo hora de acabar.
Aquí no comprendí que se publicara una cosa tan cursi y sensiblera como El niño perdido de Thomas Wolfe.
Aquí comprendí que algo tan inconsistente como Noche de los enamorados de Félix Romeo se publicaba porque su autor había fallecido recientemente.
Aquí llegué a las 70 páginas de Body art de Don DeLillo y lo cerré enfadado. Ese día aprendí a llevar dos libros.
Aquí llegué a las 70 páginas de Pedro Páramo y lo cerré triste. Ese día aprendí que es mejor buscar ediciones comentadas de los grandes clásicos.
Aquí comprendí que Vila-Matas es mejor escritor que novelista.
Aquí no entendí tanto revuelo con Palahniuk.
Aquí me pareció absurda tanta repercusión de El extranjero de Camus.
Aquí Capote hizo que todo lo demás pareciera una pequeñez en comparación. No: casi todo lo demás.
Aquí despegaron los vuelos a todos los países a los que me llevó Kapuscinski, y volví asustado de muchos de ellos.
Aquí hice lo que no hay que hacer: subrayar y subrayar un libro de la biblioteca; frase tras frase de Roberto Bolaño.
Con lápiz, por eso.
Otra gran "estampa veraniega", estáis poniendo el listón muy alto para los que faltamos... :)
ResponderEliminarDe las "conclusiones" finales, no puedo estar de acuerdo con la de El extranjero de Camus, que a mí me parece una maravilla; y sobre Palahniuk, le vi en una conferencia en Bilbao y es un showman, un provocador, y su estilo también es así, provocador, efectista, pero también efectivo.
Gracias, Santi, por el comentario. El día que leí a Camus era una mañana de crudo invierno. Hacía muchísimo frío, igual no era el entorno. Y sobre Palahniuk, he indagado y parece ser que Club de lucha no es su mejor novela: probaré con otra, algún día, una sugerencia sería altamente apreciada.
ResponderEliminar¿Y cuál es el libro de Bolaño a que haces mención?
ResponderEliminarAndrés Braithwaite : Bolaño por sí mismo: entrevistas escogidas. Un escándalo. Lo reseñé fanáticamente en mi propio blog, hace meses. Si lo hiciera aquí carecería de toda objetividad.
ResponderEliminarHola, qué tal. Muy maja esta entrada, muy maja. No me resisto a meter cucharilla: me temo, querido redactor, que toda la producción novelística (ejem) de Romeo era de consistencia parecida a la del libro que citas. Libro del que se decía que estaba ya acabado, casi (o sin casi) entregado a la editorial. O sea, que no sé si se puede aducir la excusa de la piedad post mortem. En cualquier caso, me alegro de leer algo tan razonable como esas dos líneas sobre un libro que he visto muy unánimemente aclamado por crítica... Iba a añadir "y público", pero no, esto no sería verdad: de entre los lectores, me he encontrado a más de uno que me ha manifestado su disgusto con la obra.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias Ángel, por el comentario: no hacía mucho había hecho una intentona fallida con Dibujos animados que ni me mereció la pena mencionar. Alguno tiende a perdonar los libros cortitos que apenas te hacen perder el tiempo hasta que reparas en que no te gustan. No es mi caso.
ResponderEliminarVale. Veo que no eras frecuentador de la prosa dizque narrativa de Romeo. No te la voy a recomendar. Dibujos animados acaso sea la más consistente de sus obras de ficción, así que imagina... Bueno: no he leído Amarillo, pero vamos, que ya le he dedicado demasiado tiempo. Hay muchos otros escritores en el mundo.
ResponderEliminarSaludos cordiales.