Idioma original: inglés
Título original: Asylum Road
Año de publicación: 2021
Traducción: Regina López
Valoración: recomendable
Asylum Road parece, a tenor de lo que leemos en la primera de las tres partes (cada una titulada según su emplazamiento) una novela algo estereotipada en los tiempos que corren: gente joven de un cierto perfil cultural que transita por relaciones sentimentales atenazada por la intensidad del mundo actual, por su creciente cúmulo de incertezas que amenazan la plácida existencia en el confortable mundo occidental. En este caso, Anya, que está preparando su tesis doctoral y recibe, vía el consabido anillo, la propuesta de matrimonio por parte de su novio Luke, propuesta que encaja de manera algo extraña, pues, aunque todo su entorno parece atravesar situaciones parecidas, Anya parece no encajar la expectativa de un compromiso. Toman el coche y viajan a la casa en Francia de los padres de él, un panorama que no puede mostrarse como más idílico y atractivo. Una pareja joven que consolida su relación, decide que ésta avance y lo comparte con las generaciones precedentes.
Luego van a Split, en Croacia, hogar natal de la protagonista, del cual tuvo que huir durante el conflicto de los Balcanes (sí, ese que suele servir de ejemplo de cómo ciertas grandes naciones suelen digerir fatal todo movimiento que pueda empequeñecerlas, la eterna espada de Damocles sobre cualquier conato de cualquier comunidad por ejercer su soberanía) y las intenciones son las mismas. Dar a conocer el compromiso, evocar ciertos recuerdos, revisitar ciertos lugares, recuperar el idioma materno, comprobar como a veces lo mejor que se puede hacer con los orígenes es dejarlos ahí y respetarlos desde la distancia. Esa es la parte central de la novela, como si el dicho sobre la Patria de las personas y su infancia buscara un grado definitivo de validación, y casi involuntariamente, todo ese escenario cae a plomo sobre la narración: las situaciones de la guerra, los francotiradores, los bandos cambiantes en función de la evolución, la crisis familiar y la obligada dispersión entre aquellos que se quedan porque no tienen nada que perder y los que se van exactamente por lo mismo. Y de forma imperceptible, a través de esos dos recorridos, asistimos a una erosión de la relación, que vamos a achacar a la ansiedad y la inseguridad que Anya arrastra.
Sintonizar con una novela así resulta difícil y extraño. A veces me ha parecido recordar a tantas y tantas situaciones de perfil generacional, a novelas que ya me cuesta retener (aunque las de Ottessa Moshfegh, no sé por qué, las percibo en una longitud de onda similar, como tibias en una especie de laguna de confort vital y preocupaciones existenciales), y aunque creo que, de forma aislada, leerlas equivaldría a ver ciertas series o películas algo escoradas hacia el almíbar emocional, nada puede oponerse a esta u otra en particular. Cierto recorrido narrativo, estilo correcto, referencias más o menos comunes. Aunque conservo cierto regusto algo desconfiado: me da que publicar esta u otra en su lugar ya depende más de un primer lector influyente, de algún contacto adecuado.
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