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sábado, 28 de febrero de 2015

Bernard Quiriny: Cuentos carnívoros

Idioma original: francés
Título original: Contes carnivores
Año de publicación: 2008
Traducción: Marcelo Cohen
Valoración: muy recomendable

Pues qué bien funciona de vez en cuando eso de tomar lo primero que uno ve en el estante, aunque sea con la garantía que otorgan los característicos lomos de Acantilado. Y no es que yo sea muy asiduo a los estantes de los escritores cuyo apellido empieza por Q. Pero tendré que volver a este Quiriny. 
Cuentos carnívoros es un excelente catálogo de relatos de las extensiones más diversas. Con un nivel literario francamente envidiable y con un sentido de la unidad que no impide que, a la vez, sea heterogéneo, con lo cual sus doscientas y pico páginas (incluyendo prólogo de todo un Vila-Matas) dan para ejercicios de narrativa corta que picotean en influencias muy diversas, y seguro que, conscientes, inconscientes o coincidentes, podemos detectar a Monzó, Calders, Cortázar o Monterroso en esas historias desbordantes por igual de surrealismo como de imaginación. Aquí nos encontramos desde ejercicios a la Bolaño como sutiles gemas encastradas que atienden por igual a lo metaliterario como a lo fantástico.
La veintena de páginas dedicadas a relatos sobre asesinos a sueldo confinarían a Amélie Nothomb a llorar en el baño durante semanas. Cómo puede desperdiciar Quiriny ideas e ideas que ridiculizan algo tan banal como el Diario de Golondrina, cómo puede limitar ese caudal creativo a la condición de punto de inflexión de una colección de relatos que es tan brillante. En este sentido, una corta pieza que figura en ese interludio acaba haciendo las veces de definir la temática de esta brillante colección. En ella, un asesino a sueldo opta por el veneno para liquidar a una de sus víctimas: una hermosa joven cuya subyugante belleza no quiere profanar ni alterar. Ahí está la esencia de estos relatos de tonalidad fríamente elegante y de escenarios mayoritariamente europeos.. La irreversibilidad de lo que pasa con nuestros cuerpos constituye un miedo atávico de nuestra especie. La mutilación, la transformación definitiva, la destrucción de órganos y tejidos, su modificación. Esa es la justificación del término carnívoros y es la coartada y el nexo de unión que cohesiona esta formidable y sorprendente obra.  

viernes, 27 de febrero de 2015

Danielle Thiéry: Clavos en el corazón

Idioma original: francés
Titulo original: Des clous dans le coeur
Año de publicación: 2012
Traductora: Julia Alquézar Solsona
Valoración: está bien

Polar francés -quizá esto sea redundante- de buena factura y lectura entretenida. Nos aporta un nuevo ejemplar al catálogo, ya abundante, de policías-duros-y-eficaces-pero-con-vida-personal-desastrosa. En este caso, el comandante Maxime Revel, de la Policía Judicial de Versalles, tipo hosco, desaseado y carcomido por los recuerdos y un cáncer pulmonar en ciernes, con una hija adolescente anoréxica y una hermosa mujer que le abandonó, presuntamente, diez años atrás. Ése es uno de los "clavos" que atraviesan el corazón de Revel. otro, el caso sin resolver del doble homicidio de los dueños de un café en la localidad de Rambouillet, la misma noche del 2001 y en el mismo  lugar en donde fue vista por última vez su esposa. El caso que deben afrontar en 2011, sin embargo, el comandante y su equipo es la muerte de Eddie Stark, una vieja estrella del rock en franco declive, que ha aparecido en sospechosas circunstancias su casa de una localidad cercana de ese mismo departamento de Yvelines, cerca de París.

Esta novela viene avalada por haber recibido en 2013 el premio  de novela policíaca "Quai Des Orfèvres" (como la calle de París en cuyo número 36 se encuentra la célebre sede regional de la Policía Judicial francesa); curioso premio, pues es concedido por un jurado de policías, jueces y periodistas, en vez de por los habituales en España -y aún menos sospechosos de parcialidad- editores y literatos. Se supone que, con ese jurado tan experto en temas policiales y procesales, el rigor al respecto está garantizado, aunque también cabe sospechar cierto corporativismo (a pesar de que al comienzo del libro se asegura que la novela fue presentada al premio  de forma anónima, pero... ejem): de hecho, la autora del libro, además de escritora, es o ha sido policía, e incluso destacada, al ser la primera mujer nombrada comisaria de división en Francia. El caso es que ese conocimiento de la materia no deja de notarse en todo momento en la novela. El procedimiento policial no sólo está plasmado de forma aparentemente impecable -cabe suponer que eso es lo que cautivó al jurado del premio- sino que, de hecho, constituye el esqueleto de la resolución de la trama. Que nadie busque aquí deducciones asombrosas o conexiones imprevistas; los investigadores se limitan aplicar el método policial con inexorables resultados (y algo de suerte con algún testigo, eso también). Se echa de menos, por hacer una comparación inevitable, la imaginación y la originalidad, a menudo al filo de lo ya increíble, de otra autora francesa de este género, la  muy recomendable Fred Vargas.

Eso no quiere decir que Clavos en el corazón sea una novela aburrida o pesada: todo lo contrario... se lee con facilidad y agrado, gracias en buena medida a unos capítulos cortos y a una serie de personajes secundarios sobre los que recae en buena medida el peso de la narración y que acaban resultando simpáticos y casi entrañables. Una novela que se lee sin complicaciones, más allá de recordarnos que la violencia y el mal que la origina, a menudo tienen lugar en medio de una mezquina banalidad, como ya sabemos, más que en las grandes tramas criminales o en la mente enferma los psicópatas hollywoodienses.

jueves, 26 de febrero de 2015

Santiago Lorenzo: Las ganas

Idioma original: español
Año de publicación: 2014
Valoración: muy recomendable

Tanto va el cántaro a la fuente. Tanto. Dice la contratapa de Las ganas que esta es la novela más tierna de Lorenzo. El miedo que me da la palabra tierna no lo sabe nadie. Me suena a bebé y a esos perversos anuncios que hacen en invierno las compañías energéticas para crujirnos con la siguiente factura. Me suena a ñoño y a sensible y a muchas cosas de esas por las que plantas un libro en el estante y te olvidas dónde. Pero ay Lorenzo. Santiago Lorenzo ya apuntaba muchas maneras en sus dos novelas anteriores, sobre todo en Los millones. Escritor de esos que parecen francotiradores, empeñado en generar hasta sus propias palabras (aquí hay unas cuantas) con tal de comunicar ¿Por qué puede hacerlo Cortázar y no este vasco peludo? Y con Las ganas no es que rice el rizo. Eso sonaría a hastío, casi a empeño grotesco, y va a ser que no, o va a ser que para nada. Porque a costa de hacerse el extemporáneo, Lorenzo me está pareciendo más moderno que muchos. No se obsesiona para que se le lean entre líneas todas las lecturas de novelas y visionados de películas y de series. No intenta imponer un lenguaje castizo a base de recaídas en lo chabacano o en el graciosismo. Sus personajes son entrañables hasta en su justa medida de patetismo. Pero no son entrañables de lloriquera. Son retratos de todos esos tipos que algunos podemos ver colgados de la barra del metro o esperando el autobús con la mirada perdida.

Benito Bernal lleva tres años sin echar un polvo. Sin retozar. Sin cópula. A pan y agua. Y encarna al perdedor anónimo en el que ninguno de los millones que retrata gustan de verse reflejados. Pero como lectores, cómo nos gusta pensar que esa semblanza no es la nuestra. Cómo nos gusta pensar que vemos por el ojo de la cerradura del vecino y nos reímos de sus miserias. Su impresentable entorno se empeña en poner remedio a esa situación. Porque lo aprecian y porque creen que es injusto. Así que sus empleados ponen su empeño en que Benito encuentre ya no una media naranja sino una especie de desahogo. Que no sea pagando, claro. Porque, encima, no tiene dinero. Pendiente de que una empresa en Bristol concrete en cifras el interés mostrado por el mocordo, producto químico capaz de obrar milagros en la madera, Benito arrastra por el barro a Terre, S.L., empresa de su propiedad, donde cuenta con tres empleados, que parecen ser los únicos tres seres más necesitados que él. La expectativa de  que el mocordo actúe de espoleta de un eventual renacimiento de su existencia es otra baza que se adivina perdedora. Pero lo de sus tres años de sequía sexual, complicado de por sí, va a complicarse más. De una forma que ya no hay que desvelar aquí.

Habrá quién se enerve con el juego léxico de Lorenzo, que escribe de una forma florida y desinhibida pero a la vez cercana y asequible. Puede que ese costumbrismo actualizado, que bebe de Arniches  o Jardiel Poncela pero también del deprimente panorama social de la actualidad, no parezca, con ese efecto tragicómico, lo más adecuado para seguidores de literatura intelectualizada como Pynchon o Franzen. Lorenzo tiene la suerte de no tomarse a sí mismo todo lo en serio que, con su chispeante talento, debería. No me hubieran importado treinta o cuarenta páginas más de resolución de la novela, que acaba de forma algo brusca y precipitada. Curioso: me hubiera gustado un final más reposado y elaborado, menos pendiente de cuadrarlo todo y más entregado a lo lírico, que es la gran fortaleza de su autor.
Puede que Las ganas cierre una trilogía dedicada a las bromas agridulces del azar o del destino o puede que lo siguiente de Lorenzo sea una novela de terror ambientada en un suburbio de Bielorrusia. Puede que quepa exigirle a su autor un cambio de registro o quedemos ávidos y hasta hipnotizados por ese estilo característico pero, cosa bastante difícil hoy en día, personal y original. De momento, Santiago Lorenzo ofrece en sus tres novelas bastante más de lo que muchos escritores son capaces de ofrecer.


También de Santiago Lorenzo en UnLibroAlDía: Los millones, Los huerfanitos

miércoles, 25 de febrero de 2015

Henry James: Los papeles de Aspern

Idioma original: inglés
Título original: The Aspern Papers
Año de publicación: 1888
Valoración: Muy recomendable

Bueno, si hace poco dediqué una entrada a poner a caldo Los embajadores de Henry James, hoy llega el momento de limpiar mi karma con una entrada dedicada a una de sus mejores novelas cortas: Los papeles de Aspern, que el propio Henry James (que tenía buen gusto cuando quería) consideraba como una de sus obras maestras.

Los papeles de Aspern se basa en un triángulo de personajes -americanos en Europa todos ellos, como James- cuyos caminos se cruzan en una Venezia decadente (¿cuándo no ha sido Venecia decadente?) a finales del siglo XIX: el narrador, de nombre desconocido, es un crítico obsesionado con conseguir los papeles póstumos de Jeffrey Aspern, un poeta por el que siente una devoción desaforada; Juliana Bordereau es una mujer, ya anciana y retirada del mundo, que en su día mantuvo una relación sentimental con Aspern y que posee (o eso cree el narrador) documentos únicos sobre el poeta; y en medio, la sobrina de la anciana, Tita o Tina según la edición, atrapada en medio de la guerra de intereses y egoísmo de los otros dos.

Aunque no se trate de una novela de misterio, Los papeles de Aspern mantiene una tensión similar a partir del conflicto principal: ¿conseguirá el narrador, por las buenas o por las malas, hacerse con los dichosos papeles? ¿Será la vieja Juliana más astuta que él y los destruirá antes de morir? ¿Sucumbirá la pobre Tita a los encantos del crítico, que solo quiere usarla como espía y como infilttada en las filas enemigas? Manejando los tempos magistralmente, James consigue que el lector lea las apenas cien páginas de la novela prácticamente de un tirón.

Aparte de esta tensión narrativa perfectamente mantenida, lo mejor de la novela son sus tres personajes principales, que producen en el lector la extraña sensación de no saber si debemos simpatizar con ellos o no: el narrador es egoísta, manipulador, cínico, capaz de todo para conseguir los malditos papeles de su querido poeta; la anciana Juliana es autoritaria, avara, pero también parece ser capaz de sacrificarse por su sobrina; Tita (o Tina), por su parte, parece algunas veces tonta, y otras siplemente parece tener la inocencia de quien ha pasado toda su vida recluida en una casa sin conocer el mundo.

Por supuesto, en Los papeles de Aspern también hay páginas llenas de ese encaje de bolillos psicológico que criticaba en Los embajadores (sobrentendidos, dobles intenciones, diálogos elípticos...); lo que pasa es que estas sutilezas, cuando vienen disueltas en medio de una trama que atrapa, se sobrellevan mejor. Ah, y que Los papeles de Aspern tiene cien páginas, y no seiscientas.

Repito y me reitero: leed al Henry James de las novelas cortas, es ahí donde desarrolla su verdadero genio.

Todas las reseñas sobre Henry James en ULAD: Aquí

martes, 24 de febrero de 2015

Harry Crews: El cantante de gospel

Idioma original: inglés
Título original: The Gospel Singer
Año de publicación: 1968
Traducción: José Elías Rodríguez Cañas
Valoración: muy recomendable

El pueblo se llama Enigma y tiene menos de mil habitantes. Enigma. El Cantante de Gospel, al que en toda la novela no se llama por su nombre, es el más famoso de todos los que nacieron allí. De vez en cuando, cada vez de forma más espaciada, regresa a su pueblo a ver a su humilde familia, que convive, en la enorme y costosa casa que él les pagó, con los cerdos cuya cría ha sido su sustento. Lejos del glamour que le acompaña a él y a su siniestro representante Didymus. Pero esta vez vuelve en mal día. Vuelve justo el día en que Willalee está encerrado en el calabozo, acusado de asesinar a golpes de picahielo (sesenta y uno, concretamente) a MaryBell, joven belleza local que, mira por dónde, estuvo realacionada con el Cantante de Gospel. Willalee, de raza negra, en serio peligro de que la multitud se tome la justicia por su mano, recibe casi tantas visitas en su celda como el cadáver de MaryBell en el salón de su casa, donde es velada. Para aderezarlo, el itinerario que sigue el Cantante de Gospel siempre coincide con el de un parasitario circo de freaks dirigido por Pie, individuo cuyo atractivo (veáse la explícita portada) es disponer de eso, de un pie enorme que mostrar al público. 
La biografía de Harry Crews es casi una historia en sí misma. Clásica biografía de persona en que la literatura obró un efecto redentor, parece el típico cascarrabias con pasado repleto de oscuras lagunas.
Si nos dejáramos llevar por la sensación de las primeras páginas pensaríamos algo equivocado: parece que nos encontramos ante una historia más ingenua, cuando esta es una novela, la primera novela de su autor, por cierto, cargada de muy mala leche. Porque se puede leer en tono de novela negra, de denuncia social, de puesta en duda de los mecanismos de la fama masiva, de crítica a la influencia de la religión, sobre todo, en ciertos estratos de la sociedad. Y aún me dejo otras posibilidades: las escasas oportunidades que dejan ciertas diferencias, los perniciosos entornos que el talento genera a su alrededor, la rapiña, el vicio y la penitencia, la justicia tomada por la mano, las perversiones. Poca cabeza queda sin cortar aquí, y mucho que se disfruta presenciando esa escabechina.
Y sí: si hemos de rematar esta reseña con algún gancho que genere atractivos, tenemos para elegir, desde los ecos míseros y polvorientos a lo Faulkner, la galería de personajes de McCullers, el desapego moral de lo de Jim Thompson o, hagámosnos los modernos, el aire inquietante, sórdido e insano de series como Twin Peaks o True Detective. Con tanto bagaje, no sé a qué esperamos. 
Brillante prólogo/epílogo de Kiko Amat, al que supongo en periodo de reflexión sobre si incidir en su condición de eficaz narrador/comentarista/ensayista o la más regular de creador/novelista. 

lunes, 23 de febrero de 2015

Colaboración: Ejercicios de estilo de Raymond Queneau

Idioma original: francés
Título original: Exercices de style 
Año de publicación: 1947
Valoración: Está bien (según el tipo de lector, imprescindible o intragable)

De vez en cuando se encuentra uno con cosas que llevan de vuelta a épocas pretéritas, cuando el tiempo no tenía valor, y podía uno dedicar horas a misterios insondables y preguntas fundamentales. En esas tareas, la literatura terminaba siendo una especie de monstruo de infinitas cabezas y miembros, que adoptaba formas múltiples y a veces ninguna, que nos atraía fatalmente y nos enloquecía un poco. Nunca se terminaba de entender el misterio y menos de dominarlo, y terminaba uno enrededado y hechizado sin remedio.

Casi sin quererlo, este tipo rarito llamado Queneau nos coloca de golpe ante algunos de esos dilemas, en plan: ¿Qué es la literatura? ¿Dónde confluyen o se separan fondo y forma? ¿Hasta qué punto puede un texto ser independiente de su autor? Nada mejor que un caballero de las huestes de Breton (aunque después desertase, claro está), y de formación mixta literario-matemática (¡toma!), con trayectoria errática y multidisciplinar,  para meter mano a semejantes comecocos.

Y además tiene Raymond la virtud de no hacerlo mediante complicadas reflexiones teóricas, sino por medio de una especie de juego, casi una broma. Un ejercicio práctico que es él mismo el mensaje, y que inmediatamente evoca el “cadáver exquisito” al que en un tiempo anduvo vinculado, los manifiestos dadá, o cosas de esta índole.

Ejercicios de estilo es el relato de una anécdota brevísima y un poco tonta, expuesto de noventa y nueve formas diferentes. Nada más que eso. Noventa y nueve versiones de unas pocas líneas, que pueden ser varias docenas más si aceptamos las propuestas que el autor nos hace en el anexo; o cientos, o miles, si cada lector aporta sus variaciones. Todo vale: manipulaciones de la sintaxis, barbarismos, cualquier tipo de jerga, figuras retóricas, distorsión de conceptos... ¿Se atrevería alguien a llevar al extremo, por ejemplo, el amago de formulaciones matemáticas que presenta el autor? Bien, el mismo Queneau acabó alborotando con ello años más tarde.

En definitiva, si cada persona relata un mismo hecho en la forma en que le da la gana, incluso de varias formas cada uno, nos iríamos a una de las preguntas del principio: mismo contenido y distinta forma, ¿son obras diferentes? ¿Cuáles son literarias y cuáles no? Vamos, que nos metemos en un vórtice quizá inútil, quizá apasionante. Pero esto mola, o no?

De forma que, como era previsible, toda esta locura nos da pie a plantearnos nuevas cuestiones: ¿se mantiene el contenido si alteramos la forma? ¿Cuáles son los límites de la literatura –si los tiene–? ¿Es lícito ocultar vacíos mediante el adorno y el florilegio? ¿No nos lleva todo esto a ponderar la intransferible identidad del autor? Algunos de los más grandes –se me ocurren a bote pronto Góngora, Cortázar, por supuesto Joyce– han utilizado con maestría artificios formales que exploraban esos límites; pero con todo, si uno quiere contemplar el juego de fondo y forma en su estado puro y diríamos a pelo, nada mejor que el experimento del que estamos hablando.

Lo de menos es que, como es lógico, entre los 99 ejercicios de Queneau los haya más o menos afortunados, trabajados o ingeniosos. Y casi me atrevería a decir que ni siquiera hace falta leerlos, basta con sondear cinco, seis, una docena, o los que nos apetezca. Lo que realmente importa es detenerse a contemplar en abstracto lo que constituye uno de los pilares de la literatura. Contar cosas y contarlas de cierta manera.
Dicho de otro modo, viene a ser como ponerse frente al Blanco sobre blanco de Malévich sin anestesia. Ahí tienes la pintura: piénsalo.

Y no puedo terminar sin dedicar unas líneas al reconocimiento que merece el traductor Antonio Fernández Ferrer. Trabajo ímprobo, si no directamente imposible, cuando se trata de trasladar de idioma el sinnúmero de volteretas sintácticas, juegos de palabras, referencias cultistas y aberraciones léxicas que contiene el librito. Vamos, como el pobre Salvador Elizondo intentando domar Finnegans wake. De modo que se entiende y encaja perfecto que se llame ‘versión’ y no sólo ‘traducción’ a semejante empresa. En tales condiciones, ni siquiera se puede uno atrever a criticar ciertos atrevimientos del Sr. Ferrer, aunque en alguna ocasión lleguemos a sospechar si ha podido aportar más de lo que debiera. Los varios traductores que circulan por el entorno ULAD seguro que están de acuerdo (o no?).

Firmado: Carlos Andia

Otros libros de Raymond Queneau en ULADZazie en el metro

domingo, 22 de febrero de 2015

Marco Malvaldi: El caso del mayordomo asesinado

Idioma original: italiano
Título original: Odore di chiuso
Año de publicación: 2011
Traductor: Juan Carlos Gentile Vitale
Valoración: está bien

Junio de 1895. En el castillo del barón de Roccapendente, en la Maremma toscana, se recibe a dos visitantes de Florencia para participar en la partida de caza del fin de semana: el sr. Cicero, fotógrafo y el célebre Pellegrino Artusi, comerciante de tejidos y autor de un libro de recetas de cocina; además de lector de las aventuras de Sherlock Holmes... La primera velada transcurre sin incidentes, dejando aparte las -muchas- peculiaridades de la familia del barón. pero a la mañana siguiente ocurre lo imprevisto -o previsto, en este caso-: el mayordomo del castillo, Teodoro, aparece muerto, puede que asesinado (en este caso,no estoy perpetrando ningún spoiler, dado el título en castellano de la novela... en italiano, en cambio, sí que lo sería).

Este es el planteamiento inicial de esta pequeña novela policiaca en la que Malvaldi sale del habitual ambiente de la "trilogía del bar Lume (creo que ya se ha convertido en tetralogía), de la que en ULAD ya se ha reseñado El juego de las tres cartas. En este caso, el sabueso encargado de resolver el caso es el comisario Artistico y no, como cabría suponer en un principio, el anciano Pellegrino Artusi (personaje real, éste, y autor del famoso recetario La ciencia de la cocina y el arte del bien comer, piedra angular de la moderna gastronomía italiana, como sabrá quien haya leído ¡Delizia! La historia épica de la comida italiana); en realidad, el papel de Artusi sería más bien el de Watson, formando un tándem con el comisario.

Como ocurre en las novelas del bar Lume, también en ésta la trama policíaca es lo que menos destaca de la novela (quizás aquí resulta algo más compleja, aunque tampoco pasará a los anales de la novela de misterio); el fuerte de Malvaldi es el humor con que cuenta sus historias, la ironía que acompaña todas las páginas de sus novelas, en este caso en forma de los frecuentes y ácidos comentarios del propio narrador, además de las observaciones de los propios personajes. Se trata de una ironía más tendente a la socarronería mediterránea que a la flema británica, es cierto, pero que hace muy divertida y agradable la degustación de la novela. Una estupenda forma de pasar una reconfortante tarde de lectura, sin muchas complicaciones.

También de Marco Malvaldi en ULADEl juego de las tres cartas

sábado, 21 de febrero de 2015

Carson McCullers: El corazón es un cazador solitario

 Idioma original: inglés
Título original: The Heart is a Lonely Hunter
Año de publicación: 1940
Valoración: Imprescindible

El corazón es un cazador solitario destaca entre los numerosos retratos de la América profunda por haber logrado ese tan peliagudo equilibrio entre realismo y humanidad, entre espiritualidad y sordidez, entre comprensión hacia los personajes y asunción de sus miserias. Una crónica que detalla pero no se complace y, por tanto, exenta de crueldad en las caracterizaciones. La autora nos sitúa en un ámbito muy similar a aquel donde nació, una pequeña y humilde población del tan manoseado Sur, descrita con rasgos gruesos pero certeros, habitada por seres humildes pero no exentos de dignidad que se adaptan a las circunstancias como la mano al guante aunque solo sea porque, al no haber conocido otras, les está vedado –al menos, a la mayoría– concebir otras diferentes.

Factores fundamentales de esta novela –primera de su autora y publicada con solo 23 años– serían: su certero análisis de la sociedad (a cargo de los personajes) y de la incomunicación omnipresente, así como la inclinación que sentirán forzosamente los lectores por cada prodigiosa criatura extraída de la pluma de Mc Cullers. Pero, además, creo necesario destacar la que considero su idea predominante, que se trasluce prácticamente en cada frase y que deja un regusto agridulce al cerrar el libro. La idea es esta: lo que de verdad nos cuesta exteriorizar no es el
odio, como creíamos, sino el amor. Un amor que avergüenza y nos esforzamos en erradicar si no se atiene a pautas convencionales, si no va dirigido a la familia ni a un particular objeto de deseo sino que se manifiesta caprichosa y arbitrariamente por haber surgido sin que intervengan razón ni voluntad.

En la novela –y probablemente en la vida– la inquina sorda, el deseo de revancha o la ligera hostilidad tarde o temprano acaban saliendo a la luz. Pero ¿qué ocurre con la bondad, con la necesidad de comunicarse o de contribuir a mejorar la suerte de la especie de una forma verdaderamente altruista? Me refiero, no a la cháchara sino a sentimientos verdaderos. ¿No producen un pudor tan descomunal que acaban encerrados bajo siete llaves en el interior de cada uno? Sin ir más lejos, en esta historia solo se permite dar rienda suelta a una emoción bastante habitual, la que surge entre los dos adolescentes y que acabará abortada y reducida a mero encuentro sexual probablemente a causa de los convencionalismos.

Dicho esto, podría parecer que se trata de un producto ñoño y sin garra. Todo lo contrario. Es precisamente su cotidianeidad lo que convierte a la trama en inquietante. La presión sobre el lector se acentúa a medida que esta avanza volviéndose intensísima al final. Los personajes (e ideas) que aparecen aquí, el perfecto engranaje de los elementos y el pesimismo que encierra transmiten, paradójicamente, un gran apego a la vida y convierten su lectura en una experiencia entrañable.

El reparto que se nos ofrece es sólido en su funcionalidad. Los personajes –pertenecientes todos ellos a la estirpe de los solitarios– no muestran más que lo imprescindible para que avance el argumento, pues cualquier otro detalle añadido arruinaría la armonía del conjunto. Primer, y extraordinario, hallazgo: que un mudo protagonice un relato sobre la  incomunicación. Para construir a John Singer, se le dota de una personalidad tan misteriosa como repleta de matices que, sin embargo, no hace sombra a otras figuras espléndidas. En primer lugar, la de Mick, esa adolescente solitaria, alter ego de Mc Cullers, que personifica la secreta pasión de todo artista. A los rasgos extraídos de su infancia y adolescencia, la autora añade un puñado de idealizaciones de sí misma y de sus circunstancias que componen un convincente retrato. Si el estoico y bonachón Biff Branon oculta una secreta fascinación por su persona, a Mick le guía su fervor por la música y una admiración ilimitada hacia Singer. Por cierto, la incapacidad de este para hablar –que se añade a un indiscutible halo de dignidad y a su ilimitada y eterna reserva– estimula la imaginación de su entorno que acaba atribuyéndole todas las virtudes imaginables. Es lo que le ocurre al tarambana Jake Blount, cuya tosca superficie oculta a un espíritu altruista y a un profesional competente. O al desdichado doctor Copeland, cuya ruina anímica nace de la injusta incomprensión de sus hijos. Ambos encarnan una conciencia social y un idealismo que acabarán desperdiciándose sumergidos en la banalidad del entorno. Pero el sentimiento más puro, la camaradería que no exige nada a cambio, la encontramos, de nuevo, en lo que el propio Singer siente hacia su compañero Antonapoulos. Es su afecto indestructible quien abre y cierra el relato como un personaje más.

viernes, 20 de febrero de 2015

Nami Mun: Lejos de ninguna parte

Idioma original: inglés
Título original: Miles from nowhere
Traducción: Bianca Southwood
Año de publicación: 2011
Valoración: muy recomendable

No muy lejos de aquí hay quien me tilda de ir regalando algunas valoraciones. A mí. Ji. Los amigos que hay que controlar más que a los enemigos, A ver cómo digiere esto el ínclito susodicho y otras lindezas. Encima, una novela de la extinta Libros del Silencio, que debe ser ya algo dificilillo encontrar por esas librerías del mundo. Pero es que a uno, debilidades que reconozco, le van estas historias tan aposentadas en la marginalidad, esos personajes que, perdonad el batiburrillo con el que os castigo a continuación, sacan tanto de cultura urbana reminiscente de discos como Transformer de Lou Reed, como de historias turbias y algo caducas, léase Yo soy Christina F., The basketball diaries de Jim Carroll, en fín, todas esas tramas que mezclan tardoadolescencia, drogas dispensadas por vía intravenosa, lúgubres baretos abiertos a todas horas, drugstores. Una ensalada indigesta, pero, bien aderezada, y este es el caso, de una poderosa fuerza narrativa.
Joon, niña, 13 años, padres coreanos de complicada relación, el Bronx, y la decisión de abandonar el hogar, decisión tomada como salida, como escapatoria a una situación asfixiante. Pero es previsible lo que encontrará fuera. Y los hechos no van a hacer más que corroborar todas las amenazas que merodean en las grandes ciudades: droga, marginación, delincuencia de pequeño calado, amistades peligrosas, mundo oscuro. Así que Joon va a ir de un cuchitril a otro, y su día a día va a ser errático a más no poder. Se trata de evitar a toda costa no tener dónde dormir, y su visión no va más allá del día en que vive. Conseguir para comer, para dormir, para drogarse. Alternar con adictos, ceder, desesperada, a los caprichos de los adultos que se acercan a ella. Se prostituye y lo hace como si fuera un juego, porque de hecho eso es lo que insinúan los primeros capítulos: que su edad la acompaña por las calles, y que sus juegos solo han cambiado de escenario.
Una novela dura, pero no por sus situaciones, que logran transmitir una chocante inocencia, sino por ese trasfondo latente, esa sensación de que lo que pasa y se nos explica está ahorrando detalles y marcando elipsis. No vemos agujas hipodérmicas penetrando venas de adolescentes, no vemos tristes experiencias iniciales en el sexo por dinero. Pero está claro que está pasando algo. Quizás para Nami Mun, que parece compartir en su curso vital algunas de las experiencias de la protagonista, ser demasiado explícita era difícil, pero sugerirlo en esta brillante novela era catártico. En cualquier caso, un prometedor debut.

jueves, 19 de febrero de 2015

Joan F. Mira: Borja Papa

Idioma original: valenciano
Año de publicación: 1996
Valoración: Imprescindible

Sabido es por todo el mundo -o al menos debería ser así en España- que la célebre familia Borja (que no el italianizado Borgia) era de origen valenciano: los dos Papas que llevaron este apellido, Calixto III y Alejandro VI, eran oriundos de Xátiva y algunos de los numerosos descendientes del segundo de ellos llevaron el título de Duques de Gandía, así como en Gandía nació otro egregio miembro de la familia, su bisnieto San Francisco de Borja.

Así pues, ya aunque sobre los Borja se han publicado ya infinidad de títulos -además de servir de argumento para películas y series de televisión-, parece justo que uno de los mejores de estos libros, sin duda, lo escribiera otro valenciano, el excelente Joan Francesc Mira. Que lo hace centrándose en el personaje principal -y desde luego el más poderoso- de esta dinastía familiar; sin embargo, no hay tantos autores que hayan fijado su atención en él y, desde luego, dudo que alguno lo haya hecho con el rigor y minuciosidad de Mira: me refiero al fascinante y escurridizo Rodrigo -Roderic- de Borja, el Papa Alejandro VI.

Mira recurre para ello al género de las falsas memorías o falsa autobiografía -a la manera de las Memorias de Adriano, para entendernos-, en las que el Papa Borja nos va desgranando su historia y la de su estirpe, desde sus discretos orígenes como hijo de un hidalgo de Xátiva; su acceso al capelo cardenalicio gracias a su tío Alfonso, nombrado Papa antes que él, y, a partir de ahí, toda una carrera llena de intrigas, avatares y maniobras, hasta llegar al Sumo Pontificado. Y después, un papado no menos complicado, en medio de uno de esos momentos que hacen de bisagra de la Historia: cuando lo que llamamos Edad Media tocaba a su fin y las nuevas potencias, los grandes estados, se disputaban la hegemonía en Europa -tomando el suelo italiano como su tablero de ajedrez-, pasando ya por encima de los antiguos reinos y señoríos; cuando el mundo se les había ensanchado de golpe con los descubrimientos y exploraciones ultramarinas; cuando lo viejo parecía sucumbir ante el empuje de lo nuevo y entonces... quién podía saber si una nueva dinastía -¿por qué no la de los Borja?- no vendría a sumarse o incluso sustituir a las antiguas, las que habían dominado y exprimido Italia durante siglos...

Encontramos aquí, además, una recreación histórica espectacular -si a una novela se le puede aplicar tal adjetivo, es a ésta- de toda la pompa y el esplendor, pero también de la miseria, dela época renacentista: los cónclaves papales (impagable la escena de la "conspiración de los orinales" en uno de ellos), las liturgias, fiestas, recibimientos a visitantes ilustres; también las cacerías y las campañas bélicas. También una privilegiada visión sobre los tejemanejes y equilibrios políticos (entendamos que aquí se incluyen los eclesiásticos) y estratégicos de la época. Y, a lo largo de todo el libro, una aguda reflexión sobre los mecanismos del poder terrenal, más que espiritual -empezando por el de la Iglesia, que este apartado le debe bastante a este vilipendiado Papa-, de la ambición y el éxito, aunque también de sus servidumbres. Se puede aducir, en todo caso, que la novela pasa un tanto de perfil sobre ciertos aspectos de la "leyenda negra" de los Borja, pero... ¿cómo podía ser de otra manera, al tratarse de una supuesta autobiografía de Alejandro VI?. Dejando aparte que buena parte de esta leyenda se debió, ya en su momento, ala insidia de los enemigos de este clan de "arribistas", como eran las familias nobles romanas o los Della Rovere.

De cualquier manera, este libro es una maravilla, una novela que, por su excelencia literaria, rigor y profundidad psicológica e intelectual, merece -ya desde su aparición- estar entre los clásicos de las letras españolas. Y, desde luego, entre los de la lengua en la que fue escrito.

Nota para puntillosos: como alguno de nuestros lectores quizás haya notado, he puesto que la lengua en la que ha sido escrita esta novela es el valenciano, pero en las etiquetas, la he colocado dentro de los libros en catalán. No hay contradicción, pues me consta que para el autor ambos son el mismo idioma o variantes del mismo idioma, tanto da... Al parecer, lo mismo pensaba Rodrigo de Borja.


miércoles, 18 de febrero de 2015

Benjamin Black (John Banville): El lémur

Idioma original: inglés
Título original: The Lemur
Traductor: Miguel Martínez-Lage
Año de publicación: 2008
Valoración: está bien

Esta es la primera novela que leo de Benjamin Black y, casi me da vergüenza decirlo, la primera cosa que leo de John Banville. Naturalmente, no voy a juzgar al autor por una sola novela, sobre todo cuando tiene trayectorias tan diferentes, pero sí diré que como novela policiaca, la verdad, las he leído bastante mejores.

El lémur (primera sorpresa: siempre había pensado que "lémur" se pronunciaba "lemúr") cuenta la historia de John Glass, un periodista retirado al que le encargan que escriba la biografía de su suegro, William Mulholland, alias "el Gran Bill", un ex-agente de la CIA transformado en magnate de los negocios. Para ayudarle en la tarea, John contrata a Dylan Riley, un joven investigador con un aspecto semejante al de un lémur y mucho descaro, quizás demasiado: cuando empieza a investigar al "gran Bill" sacará a la luz secretos familiares que a lo mejor convenía haber dejado escondidos.

Como novela policiaca, El Lémur es bastante usual: hay un crimen y un conjunto relativamente reducido de sospechosos: a lo largo del texto se hacen referencias a Sherlock Holmes, Peter Wimsey y Hercules Poirot, así que la filiación con el género es evidente. Y sin embargo, por la situación (Nueva York), el ambiente de corrupción y poder y los métodos del "detective" John Glass, que no destaca por su capacidad deductiva, casi se podría relacionar más con la novela negra de detectives duros y atractivos (aunque en este caso, ni tan duro ni tan atractivo).

Lo mejor de El Lémur es que se lee de corrido y consigue intrigar lo suficiente como para que esperemos a la última página a ver quién es, efectivamente, el culpable. Lo peor es que no tiene ninguna profundidad, ni en la construcción de los personajes ni de los ambientes, ni siquiera en la creación de falsos sospechosos o falsas pistas (como tanto le gustaba hacer a Agatha Christie por ejemplo), así que en un par de noches o un par de viajes de autobús se amortizan los 8€ que cuesta -en edición de bolsillo-, y en cuanto se cierra la última página de la novela se olvida, y a otra cosa.

También de Benjamin Black en ULAD: El otro nombre de LauraEn busca de April
Como John Banville: Aquí

martes, 17 de febrero de 2015

Pierre Lemaitre: Nos vemos allá arriba

Idioma original: francés
Título original: Au revoir là-haut
Año de publicación: 2013
Traducción: José Antonio Soriano Marco
Valoración: muy recomendable

Pues vaya con los réditos que en los últimos años le está dando a la literatura francesa su atención a los dos grandes conflictos armados del siglo XX. Pues si a la aventura conspiradora de Binet en HhHH le había sucedido la elegancia narrativa de Sigmaringen, tenemos Nos vemos allá arriba de Pierre Lemaitre, especie de secuela y extensión del conciso 14 de Echenoz. Parece que los franceses han cedido la crónica de su aburrida actualidad (y la de su previsible futuro) al malcarado y vitriólico Houellebecq. Que ya fue, él, premio Goncourt hace unos años, y nada más que otro premio Goncourt, en 2013, es esta novela. Lo cual le procura un aura de ventas y repercusión de esas que a algunos nos pone a la defensiva.
Porque a veces temo caer en esas trampas de las novelas sobre las grandes guerras. Fascinarse por toda esa parafernalia tan alejada en el tiempo para parecernos irrepetible, pero no lo suficiente para degradar lecturas como esta al submundo de la novela histórica. Lo temo porque es de la clase de lecturas que atrapa de una manera incómoda. Uno se ve en la cola del supermercado sacando el libro para avanzar cuatro o cinco páginas y enterarse de una santa vez cómo hará Lemaitre para resolver ese nudo hacia el cual avanza inexorable. A sabiendas de que alguna tragedia tendrá que haber. 

La historia no puede tener aires más clásicos: Henri D'Aulnay-Pradelle es un malo de los de antes, de tintes folletinescos y casi caricaturizados. Guapo, irresistible, trepa, acanallado, de esos que piensan que los escrúpulos son un tipo de marisco. Inexorable, cruel, frío y calculador en el diseño de ese plan vital cuyo colofón solo puede ser uno de estos dos: el triunfo absoluto o la autoinmolación. Pradelle es teniente de un batallón en el asalto a la cota 113. Uno de los episodios finales de la I Guerra Mundial, un ataque perpetrado cuando el conflicto está casi acabado, pero que a Pradelle le sirve para ser considerado una especie de héroe. Pero dos soldados, (Albert Maillard, antiguo contable en un banco, y Édouard Péricourt, brillante dibujante hijo de un acaudalado hombre de negocios al que no quiere volver a ver) saben que ese ataque ha tenido circunstancias muy turbias. Pradelle sabe que lo saben y que los dos soldados, uno de ellos salvajemente mutilado en la cara por un trozo de metralla, son individuos que pueden quebrar su imparable carrera. Finalizado el conflicto, sus respectivas vidas (la de los soldados cuidándose mutuamente, en medio de drogas, miseria y necesidades que incentivan la picaresca y la de el ya capitán en ascenso meteórico en lo social y en lo económico) empezarán a cruzarse y converger. Se cuece no una venganza sino una especie de actuación del karma para equilibrar algo sus desiguales fortunas. Pues Pradelle se embarca en un corrupto negocio de reubicación de los restos de los soldados fallecidos y precipitadamente enterrados en los campos de batalla. Y Maillard y Péricourt, con tal de asegurarse su subsistencia también tramarán lo suyo.

Todo cuanto acontece lo cuenta Lemaitre con una solidez y una profesionalidad absoluta. Tanto que no dudaré en ir a por otra de sus novelas y comprobar si Nos vemos allá arriba es flor de un día o ejercicio impecable de estilo dentro de una temática de esas en las que un escritor competente y con una buena historia suele lucirse. Que es, claro, el caso. La historia, perfecta, sin fisuras; el estilo, dinámico, exacto en la elección de la tonalidad; esa incisiva (pero despojada de todo protagonismo) crítica a las nefastas consecuencias de la guerra. Todo, todo, todo está perfecto aquí. Lo cual me inquieta:¿me habrán colado un best-seller?

También de Lemaitre en ULAD: IrèneVestido de noviaTres días y una vida

lunes, 16 de febrero de 2015

Colaboración: Perro callejero de Martin Amis

Idioma original: inglés
Título original: Yellow Dog 
Año de publicación: 2003
Valoración: Recomendable

Reconozco que estos relatos de historias paralelas que se acaban entrelazando no me atraen mucho. Quizá sea que uno es un poco corto, y me cuesta seguir el hilo de cosas heterogéneas. Pero en el caso de Amis, el montaje y la dosificación de los diferentes argumentos me ha parecido excepcional, todo un puzzle organizado con maestría.

La novela pone en conexión entre otros a un tipo pendenciero de los bajos fondos, un periodista de la prensa amarilla (o directamente, basura) y la mismísima familia real inglesa (supuesta, claro), en una historia que discurre entre la sordidez y la casualidad.

El argumento, inicialmente simple, se va enredando según vamos conociendo más datos, y sirve de marco para dibujar personajes y entornos, casi siempre de forma implícita, y con un estilo moderno y fresco que no rehúye lo escabroso, pero que tampoco se deja caer de forma gratuita en la ordinariez –algo que no todos evitan, y no miro a nadie.

Tampoco falta la ironía, a veces casi imperceptible, que generalmente se deriva de la distancia que el autor mantiene respecto a sus personajes: no tenemos la impresión de que alguien nos cuenta lo que les ocurre, sino que nos los coloca ahí para que podamos examinarlos, les deja hablar en primera persona y asistimos a sus avatares con una mezcla de humor y curiosidad. El humor, por cierto, que es transversal a todo el relato, con personajes que se llaman Russia o Queenie encabezando una disparatada nómina. ¿Les despoja así Amis de su condición de individuos socialmente creíbles para reducirlos a personajes de una farsa? Quizá.

Entre medias, podemos disfrutar de momentos memorables, a veces una página o sólo una frase, una descripción genial o una ocurrencia, destellos que aportan a veces altura, a veces color, pero muestran en todo caso que el autor es un tipo con talento.

Y una última nota en relación con la estructura. Dada la dispersión de historias, corre uno el riesgo de perderse algo al principio (sobre todo, si se lee en pequeñas dosis), pero como el relato está bien construido, nos vamos haciendo progresivamente con los resortes, y el conjunto no tarda en empezar a funcionar. En el último tramo, el ritmo se acelera y la exposición adquiere un aire cinematográfico, precipitándose hacia un final realmente sorprendente.

En suma, un trabajo bien hecho, que se lee con agrado, y de bastante más nivel de lo que esperaba de esa difusa hornada de la literatura británica en la que, Kureishi aparte, tampoco hemos encontrado nada demasiado emocionante.

También de Martin Amis en ULAD: Aquí

Firmado: Carlos Andia

domingo, 15 de febrero de 2015

Patricio Pron: El libro tachado

Idioma original: español
Año de publicación: 2014
Valoración: Recomendable


Tomando como excusa eternas cuestiones filológicas, como el debate sobre la existencia del autor o la hipotética desaparición del libro, el escritor argentino se embarca en un sugestivo estudio, algo irregular y repetitivo pero muy necesario, que pretende indagar en lo que el texto encierra más allá de lo evidente, y cuya erudición, fundamentada en un extenso apéndice bibliográfico, orientará a quienes deseen profundizar en alguna de las cuestiones planteadas.

En ocasiones se aproxima al catálogo:

“El erudito inglés William Blades fue el primero en estudiar de forma sistemática la destrucción de los libros, lo hizo en su obra Enemies of Books [Enemigos de los libros* (1881), en la que determinó que las principales amenazas para los libros eran el fuego, el agua, el gas y el calor, el polvo, la negligencia, la ignorancia, la maldad, los insectos, los gusanos, los coleccionistas, la servidumbre, los libreros y los niños. Algo más de un siglo después, las amenazas siguen siendo las mismas y quizá tan solo debiéramos agregar a ellas los totalitarismos y las guerras.”

A lo largo de la historia observaremos autores prohibidos, obras censuradas, plagios, ocultamiento o multiplicación de identidad, involuntarias pérdidas de libros, desapariciones deliberadas, destrucción (real o metafórica) de los mejores cerebros o de textos considerados canónicos. Una línea argumental en la que se introduce cierto sesgo filosófico, salpicado por multitud de anécdotas que, así como las reflexiones que las producen, quizá merecerían mayor detenimiento. A lo largo de ocho capítulos, el particular microscopio de Pron enfoca las obras producidas en los dos últimos siglos planteando diversos interrogantes. Por ejemplo, si el actual imaginario ficcional, una vez agotados los recursos disponibles, debería renovarse o morir. O si el autor –inexistente hasta no hace mucho– desaparece de nuevo detrás del corta-pega que las nuevas tecnologías contribuyen a fomentar, o robotizado por las técnicas del marketing, o voluntariamente oculto detrás del anonimato, y hasta refugiado en el azar y el  inconsciente. También arrinconado por un cuestionamiento indudable aunque todavía minoritario, ya que:


“… la noción de autoría y el dispositivo legal y económico articulado sobre ella sigue siendo –pese a todo– lo suficientemente fuerte como para que la persecución del plagio no haya decaído por completo…”

Finalmente, bajo el epígrafe Crisis se analiza el actual panorama, tanto editorial como creativo y de la crítica. Entiendo que cuestiones tan candentes como los efectos de la actual crisis económica y las nuevas tecnologías en la producción, comercialización, consumo, banalización y visibilidad de los artefactos literarios harían necesario un volumen aparte.


“… una discusión de ese tipo no puede sino resultar incómoda para una industria que, con la anuencia y el entusiasmo de muchos escritores, ha desvalorizado el producto literario mediante la repetición de las fórmulas ya conocidas, la instrumentalización del texto –que se ha convertido en reclamo publicitario de políticos y actores o en producto franquiciado de una marca que abarca también filmes, espectáculos deportivos o, en el peor de los casos, perfomances– y la multiplicación de la oferta. Qué leeremos en el futuro es un interrogante incómodo porque tiene como requisito ineludible el preguntarse sobre lo que leemos en el presente, una pregunta que tal vez no podamos responder sin cierto pesar.”

Obviamente, la inclusión de este último apartado proporciona heterogeneidad a un conjunto hasta entonces totalmente compacto y, en cierto modo, desnaturaliza su contenido al reducir necesariamente su extensión. Aclararé que ambas partes son radicalmente distintas y que las dos me han sabido a poco, probablemente porque su indiscutible trascendencia requeriría un desarrollo más extenso. Me pregunto si hubiese valido la pena dividir el contenido en dos volúmenes, uno integrado por los planteamientos del capítulo IX, el otro por todo lo demás.

Otros libros de Patricio Pron en ULADLa vida interior de las plantas de interior, El comienzo de la primaveraEl espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluviaNo derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles