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lunes, 31 de enero de 2022

Philip Roth: Patrimonio. Una historia verdadera


Idioma original:  inglés

Título original: Patrimony. A true story.

Año de publicación: 1993

Traducción: Ramón Buenaventura

Valoración: muy recomendable

Haré un esfuerzo titánico por no blandir esta reseña al lamentablemente nutrido grupo de los escritores asidos a la nostalgia. Ese deprimente club que resulta ser el preferido de una estimable masa lectora. Pero es que Philip Roth consigue tratar un texto de un tema tan peliagudo (el declive físico y fallecimiento de su padre Herman Roth) combinando versatilidad como escritor y a la vez fidelidad al estilo que marcó su obra de ficción, obviamente eligiendo un tono aquí más comedido, pero sin caer en el artificio de la solemnidad sobrevenida, ese lastre que señala de forma implacable a los impostores (me ciño a mi promesa) que parecen sacar la caja de kleenex sobre la mesa cuando se ponen serios como para proclamar que ahora toca llorar.

Y puede que Philip Roth no cuente en su obra con ninguna descollante obra maestra de las que salen en las listas de los xxx mejores libros del siglo, pero ya va una serie de obras suyas que, en su conjunto, integran una aportación descomunal a la literatura contemporánea. Por compararlo con (este aún vivo) otro eterno aspirante al Nobel como Don De Lillo: Roth no tiene una obra tan brillante como Ruido de fondo ni tampoco una piedra en el zapato como Cosmopolis o Body Paint. Y menciono esta última porque cuando intenté leerla siempre acudía a mí un pensamiento algo incorrecto: ¿a mí que me importan las vidas de estos dos viejos? 

Pues con Roth esto no ha sucedido: Patrimonio, que para más inri es una obra de corte autobiográfico, ergo no cuenta con la licencia creativa de diseñar personajes que atraigan al lector, nos presenta a un anciano de ochenta y seis años que lleva varios años viudo. Que empieza a apreciar el deterioro físico y que se muestra reticente a generar molestias, aceptando a regañadientes (y por el camino comportándose como un hombre algo arrogante y escéptico) someterse al cruel vía crucis de los especialistas médicos hasta que, a pesar de los denodados y piadosos esfuerzos de los familiares por atenuar las malas noticias, conoce sin lugar a dudas su condición de enfermo de muy mala expectativa. Nos presenta a Philip Roth, su hijo, bregando con la situación, encargándose en primera persona de los aspectos logísticos, absorto en ello hasta el punto de ser incapaz de leer, de escribir, representando un papel realista y cariacontecido, no abrumado, no angustiado, sino dando testimonio de una envidiable madurez que trasluce en una prosa espléndida, de una naturalidad y una pasmosa cercanía con el lector. Un lector que no puede ser universal, porque este no es un libro para cualquier ocasión ni para todas las circunstancias, pero que asiste aquí, de una manera inesperada, a un magistral ejercicio de introspección.


domingo, 30 de enero de 2022

VV.AA.: La 4Chan Generation

Idioma original: Español
Año de publicación: 2022
Valoración: Recomendable (especialmente para interesados)

La 4Chan Generation compila doce piezas. Doce piezas que hibridan el bizarro, el absurdo, el humor negro, el terror, la casquería, el erotismo turbio y la mala leche. Doce piezas que nos entregan ideas loquísimas, premisas descabelladas, registros irrepetibles y formatos extravagantes. 

Me han gustado la mayoría de los componentes de este volumen, pero debo citar mis favoritos: "Un apartamento en tu colon", "Puzzle", "Cera. Hambre" y "Lo mejor para el hombre". Asimismo, querría señalar que los que más flojos me han parecido son "El paraguas" (ejercicio de escritura excesivamente anclado en sus referencias metaliterarias y de actualidad) y "Pequeños seres bondadosos" (cómic con un guión y un apartado gráfico sumamente lineales).   

Llegados a este punto, dejemos a un lado el contenido de esta antología y abordemos su continente, porque la labor editorial aquí presente es una auténtica pasada: materiales, maquetación, paratextos, ilustraciones... Como siempre, en Colectivo Juan de Madre se han lucido. 

En definitiva: pese a sus puntuales altibajos, La 4Chan Generation deleitará a los lectores iconoclastas,  a los decadentes alérgicos al buen gusto, a los amantes de la escatología extrema. En ningún otro lado encontraréis competiciones olímpicas sexuales, una mezcla de arañas, canibalismo y feminismo trasnochado o un rasurado tan bestia que deja tu rostro en los huesos.

sábado, 29 de enero de 2022

José Domingo: Aventuras de un oficinista japonés

Idioma: ninguno

Año de publicación: 2012 (2017 con "Guía de lectura")

Valoración: Bastante recomendable

¿Quién ha dicho que la vida de un gris oficinista, de un simple chupatintas, ha de ser monótona y aburrida? Que se lo digan al protagonista de este cómic, un buen señor que sale de trabajar y en el trayecto hasta su casa le ocurre de todo. Pero cuando digo de todo, quiero decir DE TODO... ¿Qué se os ocurre, a ver? ¿Que le persiga un rollito de sushi gigante? Pues le pasa. ¿Que se cuele en la morada de unos gaijin caníbales? Pues pasa también. ¿En una secta satánica que maneja el servicio de Correos? Ídem. ¿Ser deglutido y... ejem, defecado en forma de bola gigante de chicle por un alienígena? Pues igual. ¿Que se enamore en medio de tanto ajetreo? En fin, no os voy a contar todas las vicisitudes del buen hombre, pero insisto: le pasa de todo, cualquier cosa que os podáis imaginar...

Y toda esta delirante historia (no cabe sino calificarla así) narrada sin una sola palabra, aparte de los carteles en japonés o inglés que se ven en los edificios, y a través de unas viñetas con un encuadre fijo picado y con perspectiva diédrica, a razón de cuatro por página (excepto alguna en la que se unen parara permitir una panorámica más amplia de la escena-; estos elementos formales , así como el aire naïf de los dibujos, hacen recordar la estética de los videojuegos, hoy en día ya vintage: en efecto, nuestro oficinista parece un personaje de Mario Bros. o Donkey Kong que tiene que ir pasando pantallas, a cada cual más extravagante... otra circunstancia que remite a la "cultura visual y narrativa" (esto me está quedando un poco cooltureta... sorry) que recibimos los niños de hace... ejem, taitantos años es la prolijidad de detalles y personajes secundarios, de pequeñas historias que abundan en todas las viñetas, como ocurría (y sigue ocurriendo) en aquellos míticos tebeos de Mortadelo o Superlópez. De hecho, y aunque para su disfrute ayuda no poco el gran formato que tiene este libro, en la edición del cómic que yo he leído, al menos, adjunta una guía, página por página, para no perderse todos estos detalles que, en una primera lectura, es fácil que nos pasen desapercibidos. Se impone, pues, una segunda lectura -y no descartéis una tercera, cuarta...- no menos regocijante que la primera, aunque ya no se pueda igualar el nivel de sorpresa inicial.

Por supuesto, señalar que el artífice de esta genial "ida de olla" es el aragallego (o gallegonés), al que imagino levantándose cada mañana dispuesto a plasmar en el papel las flipadas oníricas que había soñado infligirle, quizás a modo de terapia, al pobre oficinista japonés de su historia. O tal vez no lo soñara, sino todo sea el resultado de una imaginación desbocada, lo cual, huelga decirlo, está requetebién, más aún viendo el resultado... (tanto que este cómic recibió, en su momento, el premio nacional del Salón de Cómic de Barcelona y llegó a estar nominado para el Eisner). Como sea, es una obra especialmente disfrutable. Y, además, aquellos a los que se nos va de vez en cuando la pinza, se lo agradecemos a su autor: sabemos que no estamos solos...


viernes, 28 de enero de 2022

Dominique Agniel / Michel Gotin: Viaje al Tíbet

Idioma original: francés

Título original: Voyage au Tibet. Sur les pas d´Alexandra David-Néel

Traducción: Juana Bignezzi

Año de publicación: 2018

Valoración: Está bien, o así


Si echamos un vistazo a la intensa biografía de Alexandra David-Néel veremos que fue una mujer bastante poco común. En su juventud abrazó con entusiasmo ideas anarquistas y feministas muy tempranas (hablamos de finales del siglo XIX), para pasar poco después a sumergirse con igual intensidad en estudios sobre el budismo y todo lo que se mueve a su alrededor. Aparte de ser, entre otras ocupaciones, cantante de ópera, nada menos. Personalmente, no oculto que me he enterado de la existencia de esta mujer leyendo el libro que traemos hoy, pero me ha parecido un personaje fascinante.

En sus varios viajes por la India, el Tíbet y el Himalaya (uno de ellos duró catorce años), se fue introduciendo cada vez más a fondo en las creencias de la región, no únicamente para su estudio, sino sumergiéndose en la mística e incluso llevando a cabo ciertas prácticas que podríamos llamar esotéricas y que se adentran en terrenos puede que algo peligrosos. Para poder entrar en Lhasa, ciudad prohibida a extranjeros, se disfrazó de mendiga y atravesó durante meses estepas desérticas y pasos de montaña en las condiciones más extremas. Alexandra escribió numerosos libros y artículos sobre el budismo, la inmortalidad o la reencarnación, los lamas o las costumbres en el Tíbet o en China. 

Todo esto tan interesante tiene un reflejo algo rácano en Viaje al Tíbet, y la mayor parte la he averiguado por mi cuenta. Porque el libro es en su mayoría una transcripción de grabaciones realizadas por Alexandra en la radio francesa, un documento procedente quizá de entrevistas, o de lo que hoy llamaríamos podcast. En estos textos la orientalista y exploradora se refiere claro está a algunos aspectos de sus viajes, sus experiencias o cuestiones concretas que le interesan, de forma que el conjunto es algo más bien heterogéneo y sin un orden concreto.

A modo de ejemplo, se refiere Alexandra a la posición de la mujer tibetana (de forma más bien objetiva, sin que asomen sus antiguas inquietudes feministas) y las relaciones familiares que no desconocen la poligamia ni la poliandria. Se extiende también sobre aspectos que parecen interesarle especialmente, como los fenómenos de telepatía o ubicuidad, o la creación individual de dioses tutelares, derivado todo ello de las prácticas esotéricas que experimentó personalmente y a las que me refería antes. O en torno a la peculiar administración de justicia y la posición de los reyezuelos locales (gyampo), auténticos sátrapas enriquecidos a costa de los litigios de sus súbditos, quizá la parte más interesante de la narración. Tienen igualmente cabida comentarios acerca de la mística de los lamas, la praxis del conocimiento trascendente o la vida en los monasterios, en uno de los cuales residió durante cierto tiempo.

Diversas informaciones sobre temas puntuales que, aunque no carecen de interés, tienen ciertos lastres. Por una parte, su carácter fragmentario porque, dado el peculiar origen de los textos, Alexandra se extiende sobre ciertos aspectos de forma aleatoria, a veces centrándose en la anécdota, y otras extendiéndose en cuestiones algo prolijas que desde luego se ve que domina en profundidad pero que quizá no sean el tipo de conocimientos que el lector espera de un libro acerca de tan remota y legendaria región. La otra limitación tiene que ver con el momento al que se remontan dichas informaciones: estamos hablando del Tíbet de hace un siglo, y sin duda la potente influencia china (decisiva desde la anexión de mediados del XX) habrá ido modificando muchos de los usos y costumbres vigentes hasta entonces. 

Esta última circunstancia no sería obstáculo si la narración tuviese el sesgo mucho más subjetivo del viajero que descubre un mundo entonces casi desconocido (estoy pensando, cómo no, en la magnífica crónica asiática de Henri Michaux), pero Alexandra es ya una experta estudiosa en estas materias, y parece más interesada en disertar sobre temas que satisfacen su curiosidad intelectual que en dar una imagen global al lector profano.

De esta forma, el libro viene a ser un híbrido raro entre el texto divulgativo que parece anunciar su título, el relato de la muy notable experiencia de Alexandra, y el ejemplar más o menos vistoso para lucir en la estantería, con su formato relativamente grande y las abundantes fotos de Michel Gotin e ilustraciones de Annie Barel, las primeras no demasiado espectaculares, las segundas más bien prescindibles. Supongo que queda claro que en mi opinión el libro fracasa en los tres aspectos, o al menos se queda muy a medias. Y aun así, tirando de generosidad, diríamos que Está bien


jueves, 27 de enero de 2022

J.P. Sansaloni: Un final

Idioma original: catalán
Traducción: traducción al castellano prevista para marzo 2022
Año de publicación: 2021
Valoración: entre recomendable y está bien
Título original: Un final

Hay libros que, aunque proyectan un futuro distópico, el trasfondo que plantean va ligado a un presente perfectamente identificable. Este es el caso del libro que nos ocupa, opera prima del autor menorquín J.P. Sansaloni donde nos dibuja un escenario postapocalíptico en el que una lluvia ácida va corroyendo ciudades y esperanzas a la vez que sus habitantes luchan incesablemente por alargar una vida que habita de manera inerte en sus modificados cuerpos.

Con esta premisa, el autor nos sitúa en un mundo futuro, sin ubicarlo en un tiempo concreto ni un lugar definido, y lo hace de manera pretendida pues el escenario ideado puede encajar en todos los sitios, en un futuro próximo o no tan próximo pero sí que percibimos como terriblemente posible. Y, en ese mundo imaginado, aparece uno de los primeros y principales personajes, pues la narración nos retrata «la mujer de ojos Y» que se encuentra encerrada en una especie de laboratorio científico donde se realizan ensayos con humanoides. Fuera, el cambio climático ha alterado la vida y el clima, un cambio atribuible y causado no únicamente por empresas y gobiernos sino también a todos nosotros porque «tenemos que ser suficientemente fuertes para aceptar la verdad: nosotros somos los responsables, nosotros, con cada una des las decisiones que hemos tomado y que tomamos, nos hemos conducido a esta situación límite. Todo lo que estamos viviendo ahora es la consecuencia de una sociedad que tenía la banalidad del mal como la única manera de actuar»; y, en ese mundo exterior, otro de los protagonistas, «el hombre de ojos X», busca pastillas que le ayuden a experimentar sensaciones, a encontrar en ellas un mundo que ya ha desaparecido de sus vidas, porque esas pastillas «nos permiten escoger las emociones que queremos sentir en cada momento, en cada lugar, las que se ajusten más a nuestros deseos y expectativas» como las que «permiten vivir la experiencia de un bebé dentro del vientre materno», necesitando por todos los medios pastillas para poder «vivir nuevas experiencias. Tantas como pueda encontrar. Y también para volver a vivir las que tanto echo de menos y pronto perderé para siempre, o como mínimo algunas de parecidas, y después de esto, poder morir tranquilo».

Estilísticamente, la prosa de Sansaloni fluye vertiginosamente, el ritmo es endiablado y terriblemente gráfico, pudiendo ver rasgos de Blade Runner en ese mundo lleno de edificios ya vacíos y con los escaparates rotos en los que «la gente compraba pastillas que permitían la experiencia exacta de haber dormido ocho horas, de haber ido de vacaciones, o de haber pasado el fin de semana con la familia, o de haber comido sano durante un mes». El autor retrata el escenario de manera que es muy fácil para el lector ubicarse en escenarios exteriores, sino también dentro del laboratorio, pues el estilo de Sansaloni aporta de manera constante imágenes que se ubican en nuestra imaginación y construye con ello un mundo que hemos visto e imaginado varias veces en películas o series. 

De esta manera, construido el escenario en el que trascurre la novela, la prosa del autor entra en una dimensión diferente y profundiza sobre lo que vemos en apariencia cuando, de manera fortuita, la mujer de ojos Y encuentra por casualidad en el escritorio recortes de libros de no ficción y periódicos que leyó hace tiempo empieza a darse cuenta de la realidad en la que se encuentra, leyendo frases como «Deseo es dolor: nunca seremos felices si continuamos utilizando la tecnología para alimentar nuestro ego. Lo único que conseguiremos es volvernos cada vez más y más dependientes de la tecnología y, por tanto, hacer crecer más y más nuestro dolor. El remedio que propongo es simple: la muerte de la tecnología y de las personas que la promueven». De esta manera, a partir de estos recortes, entramos en un nivel más profundo de lectura pues el lector nos ofrece una serie de apuntes con alta carga ideológica que nos llevan a reflexionar sobre el capitalismo desbocado, afirmando sin tapujos que en el caso de que se pudiera modificar genéticamente las personas para hacerlas «más inteligentes, más fuertes, más compasivas, más pacíficas» no se llevaría a cabo pues «no se tiene en cuenta uno de los fundamentos de la genética humana que no ha interesado erradicar: el gen egoísta» porque «hay un sector de las clases pudientes que basa su riqueza en la acentuación de la desigualdad y en la vigilancia y el control, a cualquier precio y por cualquier medio, de las personas».

Otro de los aspectos que trata el libro, de manera altamente relacionada con el egoísmo de la sociedad y el poder del capitalismo desmesurado es la consecuencia que nuestros actos provocan en el clima, pues a la vez que el estilo de vida nos lleva a vidas vacías y muertas en vida, en el exterior, gotas de ácido van descomponiendo toda la vegetación, en una ciudad está plagada de «runas de rascacielos, de escuelas y templos (…) Lápidas sin nombre. Placas de calles (…) Vagones de tren. Maletas (…) Casquillos de bala. Máscaras. Banderas» mientras en la costa «flotan decenas de cadáveres». Un egoísmo que se convierte en inherente a nuestra mirada del mundo porque «miramos una parte del mundo, cualquiera, y ya no la podemos analizar como un misterio, sino como los efectos que producirá sobre nosotros. Vemos el mundo como a un espejo de nosotros mismos».

El autor también lanza una diatriba sobre la superioridad moral de quienes afirman ser la revolución y afirma sin tapujos que «no era necesaria ninguna salvación; solo una convivencia pacífica, fructífera y estimulante. Y también ser capaces de ver las cosas que se estaban haciendo bien, que eran muchas. Nos hemos convencido a nosotros mismos que éramos el bien absoluto y por eso hemos sido el mal absoluto (…) Hemos impuesto nuestra moral por encima de la de todo el mundo. Esto no es ser una revolución; ojalá lo hubiéramos sabido antes».

En este escenario post apocalíptico cercano visualmente a Blade Runner, el autor aprovecha que sus protagonistas encuentran de manera fortuita recortes de noticias para reflexionar acerca de nuestra sociedad, de hacia dónde nos (y la) dirigimos, situando a sus personajes en un constante análisis sobre la conveniencia de nuestros actos y la necesidad en conseguir una felicidad que esconde y tapa huecos emocionales de manera temporal, rápida y en apariencia eficaz, pero terriblemente cortoplacista e ineficiente, porque tal y como el autor profesa, «la felicidad que experimentamos siempre va acompañada de un regusto amargo, un regusto que proviene de saber que esta felicidad quedará obsoleta, que quedará movilizada en un universo de posibilidades en expansión eterna». Así, los diálogos internos y externos a los que somete sus personajes son realmente el pilar sobre el que gira una obra que teje un escenario apocalíptico para reflejar la vacuidad de nuestras vidas y el trágico destino al que se encamina una sociedad marcada por la ambición y la falta de ética. El nihilismo exacerbado que nos condena al eterno presente, sin acertar a ver qué dejamos atrás, no únicamente un pasado sino también un mejor futuro (algo que nos remite a «Els llegats», de Lluís Calvo). 

Asimismo, de manera análoga a la realidad que envuelve el relato, el autor no otorga un nombre a sus personajes sino simplemente una etiqueta que identifica uno de sus rasgos para poderlos diferenciar entre ellos. Esta deshumanización va acorde a lo narrado, desproveyendo de cualquier posibilidad de empatizar o conectar con ellos llegando al punto de que como lectores no nos importa lo que les suceda, no tomamos partido. Esto, a pesar de que narrativamente tiene su sentido y es algo expresamente buscado, es precisamente uno de sus puntos débiles pues al no conectar con los personajes, al no estar estos bien definidos y no poseer una personalidad propia que permita identificarlos y comprenderlos, deja sensaciones encontradas. Igualmente, la trama argumental no está suficientemente desarrollada, lo cual, mirándolo por el lado positivo, deja lugar a múltiples interpretaciones, pero por el contrario también lastra su continuidad narrativa. De todos modos, parece que esta indefinición es algo buscado por el autor, pues desproveyéndolos de personalidad también se les desprovee de alma y, por tanto de vida. Porque aquí no hay buenos ni malos, solo almas deshumanizadas, desesperanzadas que se arrastran en un mundo decadente al que, por fortuna o per desgracia ya se han acostumbrado y, con ello, ha perdido la principal razón de seguir adelante: experimentar sensaciones que, de manera positiva o negativa, les hagan sentir nuevamente humanos y por tanto capaces de conseguir dirigir sus vidas hacia un lugar externo, pero también interno, que les suponga una esperanza ante un mundo que, cual lluvia ácida que destruye y aniquila los edificios y las ciudades, los ha absorbido también a ellos y a sus sueños.

miércoles, 26 de enero de 2022

Pedro Ugarte: Los cuerpos de las nadadoras

Idioma original: Español
Año de publicación: 1996
Valoración: Bastante recomendable

En estos tiempos de "masculinidades deconstruidas" y cosas por el estilo, puede resultar sorprendente leer la autobiografía ficticia de un tipo anodino y corriente, entendiendo por esto último un varón blanco, heterosexual, clase media, trabajador por cuenta ajena, urbanita, etc. Ostras, ahora que lo pienso... ¿no será Ugarte una especie de Houellebecq "a la vasca"?. 

No importa. El caso es que han pasado 26 años desde la publicación de este libro y desde que fuera finalista del Herralde de novela (no sé si ahora encajaría demasiado en su línea editorial, la verdad) y, aunque pueda parecer una eternidad o que el mundo ha cambiado mucho, creo que el libro sigue plenamente vigente y que muchos lectores, hombres y mujeres, se identificarán con el amigo Jorge.

Tres son los principales aspectos a destacar en este "Los cuerpos de las nadadoras": el primero tiene que ver con la estructura de la novela, el segundo con el personaje protagonista y el tercero con el propio autor.

En cuanto a la estructura, la novela se compone de 55 breves capítulos, ordenados cronológicamente, que recorren la vida de Jorge desde la infancia a la madurez y casi siempre girando alrededor de su relación con las mujeres (madre, tías, novias, esposa, etc). Pese a que los citados 55 capítulos no son otra cosa que "episodios aislados y claves de la vida de Jorge" y, como tal, pueden ser leídos como microrrelatos independientes, Ugarte consigue compactar las diferentes escenas y dotarlas de continuidad, lo que otorga unidad al texto.

Por otra parte, me parece magnífica la evolución psicológica del personaje. De niño y adolescente reservado y pusilánime, Jorge pasa a ser un adulto escéptico, desencantado, descreído y algo cínico. Esta evolución hace que los relatos abarquen un espectro que cubre desde el humor más "blanco" del comienzo a la observación irónica o al humor más agridulce de la segunda mitad del texto. Y aquí Jorge / Ugarte (algo ha de haber del autor en el personaje) reparte por todos lados: su ciudad y su carácter, las élites culturales, los giros copernicanos de la madurez, etc.

Por último, y esto es algo que ya lo he comentado en otras reseñas de libros de Pedro, me parece el perfecto narrador de la cotidianeidad. Sus personajes ya digo que son "anodinos y corrientes", en sus relatos "no pasa nada". O mejor dicho, en sus relatos no pasa otra cosa que la vida y de ahí es capaz de extraer el jugo y situarnos cara a cara con nuestros propios traumas y contradicciones.

Un único apunte en el lado menos bueno: una cierta tendencia a la sobreadjetivación, más patente, al menos para mí, hacia el final del libro. Quiero pensar que esto se pudo deber a un intento de adornarse, de escribir "más bonito", etc., pero no hubiera estado de más una pequeña poda porque en no pocas ocasiones los adjetivos no aportan demasiado al texto.

Pese a lo anterior, me quedo con lo bueno de un texto que nos pone frente a lo que muchos hemos sido, somos y, probablemente, seremos.

También de Pedro Ugarte en ULAD: El mundo de los cabezas vacíasNuestra historia y El país del dinero

martes, 25 de enero de 2022

Jesús Briones Delgado: La humanización de la era digital. Cómo enfrentarnos a un mundo de algoritmos


 Idioma original: español

Año de publicación: 2020

Valoración: Está bien



El futuro ya está aquí. No lo digo yo, habrán escuchado esta frase a menudo en los últimos meses, incluso años. Es evidente que el futuro siempre llega, y en esta caso parece que lo tememos más que nunca pues conlleva, además de grandes esperanzas para algunos, una de nuestras peores pesadillas: el poder efectivo de la máquina. Dicho así quizá imaginemos un ente humanizado como uno de los personajes de la novela Máquinas como yo, pero, sin irnos tan lejos –aunque los robots con apariencia humana hace tiempo que llegaron para quedarse– piensen en esos algoritmos que afectan directamente a nuestras vidas sin que nadie los haya adquirido en una tienda, al menos conscientemente. Programas que han aprendido a aprender, que utilizan su experiencia para tomar decisiones sin intervención humana. El profano en la materia no puede (no podemos) imaginar qué se cuece tras las afirmaciones de una autonomía que, la verdad, da un poco de vértigo. O bastante.

Este ensayo trata de divulgar los aspectos más básicos de las actuales investigaciones a la vez que reflexiona sobre antecedentes y consecuencias futuras. Cualquiera que lea la prensa a diario no encontrará en él grandes novedades, pero tiene la virtud de condensar en unas pocas páginas tanto datos objetivos como eventualidades y pautas de actuación. También un sinfín de preguntas. ¿Estamos viviendo un auténtico cambio de paradigma o esto que nos parece tan relevante no es más que el principio de una serie de transformaciones que traerán una civilización nueva, tal como ocurrió, por ejemplo, con la implantación de la agricultura o con la revolución industrial, sin ir más lejos? Desde luego, lo digital ha introducido modificaciones en nuestra vida cotidiana y, con mayor o menor intensidad, afecta al planeta entero. Dicho esto, no hay más remedio que señalar lo obvio: lo positivo o negativo no son los avances en sí sino el uso que hagamos de ellos. O que hagan por nosotros, con nuestro consentimiento o sin él.

Llegamos al nudo de la cuestión, para funcionar como tal, la Inteligencia Artificial necesita datos. Y no pocos, datos en cantidades ingentes: “… su combustible son esos paquetes de información: la IA lo que hace es aprender de ellos, de modo que utilizándolos como patrones y aplicando la estadística es capaz de realizar predicciones de futuro. Debemos ser conscientes de que sin big data la IA no existiría”. Es obvio que quien suministra esa enorme cantidad de información que circula por la Red y alimenta algoritmos capaces de generar fortunas de escándalo somos nosotros, y lo hacemos voluntariamente pues la tecnología se ha instalado en nuestras vidas y ya no hay posibilidad de retorno.

Fijémonos en el lado negativo. La IA se alimenta de la información que le suministramos, con ella realiza tareas que hasta ahora eran exclusivamente nuestras. Y las máquinas no cobran, hacen gratis nuestro trabajo pero la materia gris seguimos aportándola nosotros. Esta realidad, que ya es un hecho, en un periodo relativamente corto adquirirá proporciones inimaginables. ¿Qué tal si reclamásemos la parte que nos toca de esa extraordinaria fuente de ingresos? Pero podríamos exigir algo más que la simple retribución económica: intervenir, controlar de alguna forma ese caudal informativo que en ningún caso es inocente. Por muy objetivo que nos parezca siempre tiene un sesgo ideológico que condiciona las decisiones de quienes ostentan el poder. Necesitamos, pues, un cuestionamiento ético. Y esto sí es exclusivamente humano y no podemos hacerlo sin una educación en humanidades. Ahora más que nunca necesitamos el pensamiento crítico, cuestionarnos lo que se nos presenta como incuestionable, mirar más allá de lo evidente. ¿O vamos a dejar en manos de las máquinas incluso las decisiones más polémicas?

En un mundo como el actual, tan saturado de datos, es fácil caer en la trampa y creer que controlamos lo que ocurre. Pero, paradójicamente, la saturación informativa produce desinformación. Si no somos capaces de gestionar todo lo que nos llega y muchas veces es prácticamente imposible distinguir lo verdadero de lo falso, si los contenidos que recibimos han sido seleccionados previamente, si nuestra atención cada vez está más dispersa, quizá lo que nos parece tan objetivo no lo sea tanto. 

“Nuestro acceso masivo a la tecnología responde a algo tan sencillo como el interés de otros: interés por vendernos algo, por convencernos de algo, por convertirnos en algo, por que nos embarquemos en algo…”

Es lógico desconfiar, pero aparte de nuestro propio criterio existen otras fuentes confiables, las de siempre, los auténticos expertos, muy distintos a esos nuevos expertos cuyas intenciones no están nada claras. Y cuidado con servir de portavoces de noticias de dudosa procedencia que las redes sociales multiplican hasta el infinito. Los problemas van en aumento: exceso de control social, facilidad de vulnerar la propiedad intelectual, caos legislativo, prioridad de las leyes del mercado… Quien piense que basta con el control individual para resolverlo se equivoca, cada uno por sí mismo no puede hacer nada, necesitamos que los gobiernos asuman su responsabilidad y legislen. Es cierto que se están dando pasos: códigos éticos, reglamentos de protección de datos etc.

Rebasados sus dos tercios, el ensayo se vuelve redundante, aún así no llega a las cien páginas y su lectura no es especialmente difícil: se trata de un estudio bastante elemental que cumplirá su función solo si encuentra los lectores adecuados a sus características.

lunes, 24 de enero de 2022

Thomas Savage: El poder del perro

Idioma original: Inglés
Título original: The Power of the Dog
Traducción: Eduardo Hojman
Año de publicación: 1967
Valoración: Recomendable

El poder del perro, de Thomas Savage, es una obra maestra de la literatura. Voy a reproducir aquí la sinopsis de la edición de Alianza, porque me parece bastante ilustrativa del contenido de la novela: 

«Montana, 1924. Phil y George son hermanos y socios, copropietarios del rancho más grande del valle. Cabalgan juntos, transportando miles de cabezas de ganado, y siguen durmiendo en la habitación que habían tenido de niños, en las mismas camas de bronce. Phil es alto y anguloso, George rechoncho e imperturbable. Phil es una lumbrera y podía haber sido cualquier cosa que se propusiera, George es tranquilo y no tiene aficiones. A Phil le gusta provocar, George carece de sentido del humor, pero tiene ganas de amar y de ser amado. Cuando George se casa con Rose, una joven viuda de porte orgulloso y sonrisa rápida, y la trae a vivir a la hacienda, Phil comienza una campaña implacable para destruirla. Pero los más débiles no siempre son quienes uno cree.»

De este texto destacaría: 

  • Su prosa, sencilla a la par que trabajada.
  • Su lograda ambientación en el Oeste americano. 
  • Los personajes que lo pueblan, que se antojan verosímiles y, al mismo tiempo, profundos. 
  • Los conflictos que lo atraviesan, tan mundanos como trascendentes.
  • La solemnidad con que baraja los temas que explora. 
  • Ciertas escenas, que derrochan inteligencia conceptual, sutileza, elegancia narrativa o tensión argumental según se tercie.  

En resumen: El poder del perro es una delicia. Existe una adaptación cinematográfica muy fiel que, a mi juicio, sobresale en los apartados del guión, la fotografía y las interpretaciones. Eso sí, aviso de que carece de la sutileza que caracteriza al material original.

domingo, 23 de enero de 2022

Profesor: David Foster Wallace

Idioma original: inglés

Traducción: José Luis Amores

Valoración: justificado

El mundo literario no es ajeno, para nada, a la necrofilia. Tanto más mítico es un autor, tanto más se desata pasión e interés sobre su figura cuando este desaparece. Si añadimos condición de héroe post-moderno y suicidio, ya ni digamos. Hace ya 13 años que David Foster Wallace ingresó en el Hall of Fame particular de los afectados por estas circunstancias, y parece que ese fenómeno se mantiene en elevadas cotas de intensidad. Y no voy a mostrarme crítico con que las editoriales que disponen de sus derechos aprovechen para hacer negocio, pero es que este no es el caso. Pálido Fuego, que ha afrontado la obra del autor en cuatro, con esta, publicaciones, definen, "disímiles" aportan en este Profesor: David Foster Wallace un valioso documento, pero lo hacen a cambio de nada: esta es una edición limitada que no se pone a la venta y que solamente aportará a Pálido Fuego un merecido prestigio adicional y un relativo empuje: el libro se ofrece como regalo para un número de pedidos que se les cursen. 

Claro que hablamos de elementos clave para los completistas: apenas una centena de páginas en pequeño formato que recogen, junto a un prólogo lógico y mesurado, algunos de los textos con que Foster Wallace se presentaba ante sus alumnos en los cursos o seminarios que impartió a lo largo de su carrera, siempre con la crítica o la creación literaria como materia. Sí: yo también esbocé una sonrisa algo escéptica cuando asimilé el grado de exhaustividad a la hora de publicar un material tan poco convencional. Pero ese escepticismo queda pulverizado a las pocas páginas. Primero, porque el Foster Wallace que redacta esos curiosos programas es apenas indistinguible en sus momentos. Hay aquí cursos impartidos mientras era un autor emergente y hay cursos cuando era una estrella consagrada e influyente, apenas unos meses antes de su desaparición. Y en todos esos programas lucen los elementos comunes, y aquí se aprecia lo justificado de su recuperación. Porque toda la personalidad del autor transpira en esas instrucciones tan lógicas como contundentes. Creo que la clarividencia es la virtud que más me atrae en los autores, desde Houellebecq a Kapuscinski. Esa cualidad de, tras prolongada y observación, plasmar la imagen del mundo que uno ha percibido. Aunque sea sesgada e incoherente. Testificar de esa percepción dirigiéndose cara a cara al lector. En esos programas la premisa de Foster Wallace era clara. Estricto en la puntuación, exigente en la dedicación del asistente, en su implicación, en el seguimiento de un código férreo que obligaba al respeto: a la materia, a los compañeros, a las tareas, a los horarios y las fechas y la corrección. Y así todos esos textos dispersos en el tiempo toman el cuerpo de una especie de manifiesto. Si has venido a entretenerte, vete, si te has apuntado al curso porque no tenías otra cosa que hacer, vete. 

Foster Wallace, de forma inconsciente, claro, no puede negarse, pero también para nada forzada, se muestra en su salvaje naturaleza tras esas presentaciones. Con las elecciones de los textos, con los comentarios, con esa forma asertiva y contundente de dirigirse al alumnado. Aquí impera el respeto al autor, al texto, a la esencia, a la intención, al pensamiento crítico. No es un brindis al viento, es una prerrogativa clara y directa. Leer este texto con los precedentes del conocimiento de la obra del autor tiene un valor innegable. Pero enfrentarse a él, incluso por mera curiosidad, es adentrarse en un pasillo en el que hay, aún, muchas puertas por abrir.



sábado, 22 de enero de 2022

Teresa Carpenter: La chica de la mafia

Idioma original: inglés

Título original:  Mob Girl

Año de publicación: 1991

Traducción: Ángela Esteller García

Valoración: recomendable, sobre todo para interesados

Cualquier aficionado a las historias de gángsters y mafiosos (ya sea en libros o, sobre todo, películas y series) sabrá que alrededor de estos personajes del hampa se mueven toda una serie de secundarios característicos, que van desde los pequeños traficantes y corredores de apuestas o los asesinos a sueldo, a los jueces y policías corruptos o los políticos amigos... Por supuesto, también las coloristas familias de los mafiosos y, como reverso, las "amiguitas" de los gángsters, ya sean prostitutas ocasionales o amantes fijas que tienen de facto el estatus de segunda esposa e incluso participan en los negocios de sus "protectores"...

La chica de la mafia (*) es la biografía novelada de una de ellas, Arlyne Brickman, una de esas mujeres que comenzó siendo la hija mimada y cabra loca de una próspera familia judía del Lower East Side de Nueva York con conexiones con el crimen organizado por no decir que su padre formaba parte, directamente, de ese mundo-, para ser luego la "amiguita" de multitud de gángsters o "chicos listos", por lo general de poca monta -aunque también pasó por la cama de algún mafioso más importante- y luego acabar como buscavidas, metida en asuntos de loterías ilegales y tráfico de drogas, mientras al tiempo era confidente de la policía, el FBI y la DEA. Es más, su colaboración y testimonio resultaron determinantes para entrullar a los capos de la famiglia Colombo,  a finales de los años 80.

En cierto modo, su historia sería la versión femenina de la de Henry Hill, contada por Nicholas Pileggi en Wiseguy y llevada al cine por Scorsese en Uno de los nuestros (el paralelismo es mayor aún porque en breve se estrenará una adaptación al cine del libro de Teresa Carpenter). Ahora bien, Henry Hill era un "chico listo" que en verdad parecía listo, y su perdición vino por pasarse de..., mientras que Arlyne Brickman da más la impresión de haber sido una destarifada que no hacía sino meterse en un lío tras otro, pasando de Guatemala a Guatepeor, y sólo la buena suerte , el dinero de sus padre o , finalmente, la colaboración con las autoridades, la iban sacando de los atolladeros en que se metía. Por explicarlo de otra forma, supongo que todo el mundo ha visto alguna vez una imagen en cámara lenta de un accidente de tráfico, del derrumbe de un edificio o, simplemente, de una flecha atravesando una manzana, o algo así... Pues bien, esa misma es la sensación que me ha dejado este libro, la de estar asistiendo a algún suceso catastrófico cuyo desenlace resulta inevitable pero que ni el coche, ni el edificio ni la manzana parecen prever ni mucho menos evitar (en su caso, lógicamente, claro). 

 Algo así parece haber pasado con la vida de Arlyne Brickman o, al menos, esa es la impresión que deja el libro -de hecho, por lo visto la protagonista no acabó de forma demasiado amistosa con la autora-, cierto es que, en la última parte del mismo, su figura adquiere una dimensión dramática aún mayor y casi podríamos decir que se convierte en una suerte de personaje de tragedia griega... vestida de una forma ostentosa y con una laxitud ética bastante cuestionable, pero, en fin, no dejó de ser una hija de su tiempo y circunstancias. Estará bien saber cómo va a recrear su historia el cine y si la película, interpretada por Jennifer Lawrence y dirigida, nada menos, por el gran  Paolo Sorrentino será capaz de convertir a Arlyne Brickman  en un nuevo icono del universo mafiosos...Próximamente, en sus pantallas.

(*) En la traducción española se ha utilizado el término "mafia", con minúscula, pero en el original se emplea Mob, que se refiere también al crimen organizado, pero sin tanta connotación, creo, a la Cosa Nostra o mafia italoamericana. En el libro aparece sobre todo ésta, pero también la mafia judía o delincuentes de otros grupos étnicos..


viernes, 21 de enero de 2022

Henry de Montherlant: El caos y la noche

Idioma original: francés

Título original: Le chaos et la nuit

Año de publicación: 1963

Valoración: Muy recomendable


Hace ya mucho tiempo, en aquellos agitados años de la post-adolescencia en que empezábamos a descubrir ese nuevo mundo de la literatura, circulaban citas sensacionales, seguramente todas falsas o tergiversadas, atribuidas a autores entonces desconocidos, que nos proporcionaban munición para nuestra pose de jóvenes airados. ‘Tener amigos es propio de comerciantes; tener enemigos es de aristócratas’ era la tarjeta de presentación atribuida a Henry de Montherlant, desde entonces elevado al olimpo de intelectuales rompedores a quienes admirar y eventualmente copiar. No creo que Montherlant dijese nunca eso, pero fue excusa suficiente para prestar algo más de atención a su trayectoria y su obra, y ahora, al cabo de los años, le haya dedicado unas horas de lectura y una entrada en el blog. Ha merecido la pena.

En el Paris de las primeras décadas del siglo XX, aquella época convulsa y brillante en que se gestó la figura del escritor comprometido y se discutía sin fin sobre la posición política del intelectual, Montherlant quedó más o menos encuadrado en el sector derechista, o al menos fuera del potente colectivo que tomó posición activa frente a los fascismos. Modestamente, creo más bien que Henry era una especie de verso suelto, un poco indiferente ante los conflictos y centrado en su propio mundo. Algo que, criticable o no, le diferencia claramente de colaboracionistas o simpatizantes como Drieu o Céline. Esto viene a cuento porque el protagonista del El caos y la noche es un personaje políticamente muy marcado, un tal Celestino Marcilla, anarquista español exiliado en Paris tras su muy activa participación en la Guerra civil. Y no hay nada en absoluto que haga sospechar que ese color político haya mediatizado de alguna forma al personaje. De hecho, con las lógicas variaciones, podría haber sido cualquier exiliado procedente de cualquier conflicto.

Celestino es, como digo, un hombre de cierta edad, que lleva veinte años en Paris con su hija, viviendo decentemente de unas rentas familiares que le permiten no trabajar en nada normal. Su única actividad consiste en discutir de política con un par de amigos y escribir cartas a los periódicos que casi nunca se publican por demasiado incendiarias. Porque nuestro amigo es un tipo realmente duro, de quien se dice que nunca sonríe, furibundo antirreligioso, sin ninguna intención de aprender francés, convencido de la necesidad de una revolución violenta. En esa línea ha educado a su hija, a la que no obstante tiene un poco como sirvienta (también como teórica discípula, y traductora), además de como punto de apoyo frente a toda la hostilidad que le rodea, o al menos así lo interpreta él.

Porque la carga de bilis que lleva consigo Celestino es voluminosa, pesada, antigua, y ya forma parte de su personalidad, como si hubiera invadido por completo su cuerpo. Odia a los Estados Unidos, a los franceses entre los que vive y, naturalmente, a la España de Franco. Todo eso que bulle en el interior de Celestino se proyecta al exterior de forma quizá algo caprichosa, y así manda a paseo a dos de sus pocos amigos, quedándole poco más que el refugio de la hija, obediente y bien aleccionada. Pero además Celestino siente que la muerte ronda demasiado cerca, que es un hombre ya entrado en años y tiene que prepararse para el fin. Lo hace con tesón, diríamos con profesionalidad, hasta componiendo una especie de testamento vital, un documento desternillante en el que, siempre fiel a sus principios, subraya por ejemplo que sus cenizas deben ser arrojadas ‘al viento o a la basura’.

Porque, digámoslo ya, Montherlant mantiene siempre un tono cargado de humor más bien negro, a veces con reflejos surrealistas, que da al relato ese magnífico contraste que pocos autores son capaces de construir con las justas dosis de acidez, ironía y realismo. Consigue profundizar en la personalidad y actitudes de su protagonista a base de pinceladas rápidas sin perder el rumbo, y aun permitiéndose ciertas idas de olla (situando en Madrid una avenida llamada Rambla, flanqueada por baobabs (!), para a renglón seguido matizar que sabe perfectamente que eso no existe, y quedarse tan ancho), y hasta algún pasaje onírico. Y siempre desde un estilo desenfadado, ágil, como una improvisación de quien tiene recursos suficientes para no detenerse demasiado a elaborar lo que cuenta.

A Celestino le surge una posibilidad de volver a España para ciertas gestiones, y esa posibilidad es al mismo tiempo una necesidad, que a su vez se extiende a su hija. Y todo ello es también un desafío que despierta el temor a que se descubra su pasado, y probablemente un miedo más profundo a reencontrarse veinte años después con su tierra, allí donde peleó con furia por sus principios, un país irreconocible gobernado por aquellos a quienes combatió. El hombre quiere volver, sobre todo volver a ver una corrida de toros (española, las de Francia no le interesan), pero siente la muerte pisándole los talones, recela de cómo reaccionará su hija, teme a la policía y quizá a descubrir qué ha sido de su país. 

Montherlant, que muestra sólidos conocimientos de lo español, alterna el dibujo de aquellas costumbres que Celestino lleva consigo (algunas han cambiado, otras no) con el drama personal del exiliado, tan incómodo aquí como en su país de acogida, y no desaprovecha la ocasión para lanzar una enorme filípica contra la fiesta de los toros (que demuestra también conocer con detalle), una larga, brillante y devastadora descripción de una tarde taurina que asimismo lleva una buena carga alegórica relacionada con el viejo anarquista.

Aceptemos que el ritmo de la narración puede ser algo irregular, que pasamos a veces unas cuantas páginas ansiosos por que ocurra algo más. Es seguramente que esa prosa un poco juguetona parece pedir un desarrollo más veloz. Pero disfrutemos de un libro singular, de cómo contar cosas muy serias, todo un mundo personal que se mantiene en pie a duras penas, de una forma desinhibida, con soltura, como solo lo saben hacer los grandes narradores.


jueves, 20 de enero de 2022

Shintaro Ishihara: La estación del sol

Idioma original: Japonés
Título original: Taiyo- no Kisetsu
Traducción: Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
Año de publicación: 1955
Valoración: Bastante recomendable

El contexto como clave para una mejor comprensión de una obra. En este caso, la derrota en la Segunda Guerra Mundial, la ocupación norteamericana, el final de una era, la ruptura. En buena parte de la literatura japonesa de posguerra es fundamental esa ruptura, ya sea con la tradición literaria precedente o con los valores de todo tipo que regían para la generación anterior. De ahí surge, por ejemplo, el primer Mishima (el de El color prohibido o Confesiones de una máscara) o este La estación del sol de Shintaro Ishihara. Por cierto, aquí tenéis a Mishima e Ishihara viendo la vida pasar.

En el caso de este último, el contexto tiene su reflejo en unos personajes que, si bien podrían recordar en un primer momento al Jim Stark de Rebelde sin causa o al Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo (más por la imagen de cubierta, en este caso), se distinguen de estos por la amoralidad que caracteriza sus actos y por un vivir el presente sin ningún planteamiento adicional al de enfrentarse un mundo visto como una casa estrecha y sofocante que provoca en ellos insatisfacción y confusión.

¿De verdad crees que hace falta pensar para vivir?

Así, para los personajes de los cuatro relatos de "La estación del sol" el juego, la violencia o el sexo no son más que formas de escapar del vacío, con independencia de las consecuencias que provoquen. Esto hace que sean seres con los que no resulta fácil empatizar, casi desagradables, así que si alguien escoge sus lecturas por el grado de identificación con personajes y/o situaciones, que se olvide de este libro. No es mi caso, desde luego. Me interesan más las posibles motivaciones de los personajes o su evolución, además del propio desarrollo del relato.

Vale, pero... ¿de qué tratan los relatos? Pues se trata de historias cargadas de violencia (en sus más variadas formas) protagonizadas en general, por jóvenes urbanos que encaran el final de la adolescencia / principio de la edad adulta, de chicos para los que la vida es solo un juego a todo o nada y para los que el sexo, el robo o la violencia funcionan únicamente como estímulo. 

Pero más interesante que el "contenido" es el "continente" y su ligazón con aquel. Porque creo que el estilo frío y distante de Ishihara, con la única excepción del tono más poético y descriptivo de "El chico y el barco", y la opción de construir a los personajes a través de sus propios actos y de los diálogos le van como anillo al dedo a los relatos, sobre todo en lo que al ritmo se refiere. Ishihara presenta a los personajes en determinadas situaciones y el narrador "desaparece". Por otro lado, la estructura de los textos, en los que el autor opta con combinar presente y pasado, contribuye a dar profundidad a los personajes.

Resumiendo: Relatos muy vinculados a un determinado contexto histórico y social pero que se elevan por encima de este y se convierten en universales y atemporales gracias a un estilo rupturista (en su momento y lugar, no tanto ahora) más cercano a la narrativa occidental que a la propia tradición nipona.

miércoles, 19 de enero de 2022

Xavier Aliaga: Ja estem morts, amor

Idioma original: catalán
Título original: Ja estem morts, amor
Traducción: sin traducción al castellano hasta la fecha
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable

Hay libros que no tienen la repercusión mediática que merecen, ya sea porque son editados por una editorial pequeña, ya sea porque su autor no pertenece al círculo de los mediáticos, o porque no cuenta con la idolatría o favoritismo de algunos medios. Por suerte están las vías alternativas en las que recurrís para encontrar libros que escapan de los tentáculos centrifugadores de gran parte de la prensa cultural. Porque sin esas vías alternativas no encontraríamos libros de alta calidad como el que nos ocupa.

El libro que ha escrito Xavier Aliaga parte de una premisa original, pues a pesar de que el argumento en apariencia (y subrayo «en apariencia») trata sobre cómo una pareja encaja (si es que eso es posible) la peor de las pérdidas, el relato toma como voz narradora la de una hija, que se dirige al lector estando ya muerta. Y no me malinterpretéis, «Ja estem morts, amor» no se trata de un libro de terror o de miedo. O quizá sí, porque lo que narra da cierto miedo, miedo por veraz, miedo por existente, miedo porque en el fondo retrata lo que mucha gente teme: la rotura en pedazos, aunque progresiva, aunque previsible, aunque inevitable, de una pareja, de una familia, de una vida individual pero también compartida a raíz, o no, de la muerte de sus seres más queridos.

El relato parte de la historia de la madre, Minerva, huérfana tras el accidente en la montaña de sus padres y que va a vivir con su tía Berta, con quién establece una relación más próxima a madre-hija que la que correspondería por ser su tía. Ya en su edad adulta, Minerva conoce a Tristany, el periodista estrella de un medio de comunicación, alguien ambicioso y reconocido. Ambos huérfanos, muy diferentes pero con una conexión instantánea tras una fiesta con motivo del aniversario del periódico donde ambos trabajan que les incitará a establecer una relación que los llevará al matrimonio. Dos personalidades diferentes que, en apariencia, se complementan perfectamente pues, al conocerse, «él piensa que, tal vez, es lo que necesita ahora. Alguien que desordene la habitación y haga entrar la luz. Ella piensa que, seguramente, él es quien necesita ahora. Alguien que ordene el tránsito en una cabeza dispersa y soñadora. Y que no sea un malnacido». Ellos dos son los padres de Anaïs, la narradora, y de su hermana Chloe.

Los inicios del libro sirven para sentar las bases del matrimonio formado Minerva y Tristany, padres de la narradora, y el enfriamiento de la relación tras su nacimiento, así como el abandono de los cuidados en la pareja y el desplazamiento del eje afectivo que el autor sabiamente narra afirmando que el padre «huía de las discusiones como quien baja corriendo de un volcán en erupción. Ella, por el contrario, hurgaba». «Él no discutía. Asentía, aguantaba la bronca, se iba a su habitación a contemplarme unos minutos (…) Una imagen hipnótica, relajante, que servía a padre para serenarse, ayudado también por el ritmo calmado de mi respiración (…) a veces, Tristany era capaz de levantarse antes que madre e hija se fueran. Besaba a madre rutinariamente, me hacía algunas fiestas y volvía a la cama. Lo hacía para verme despierta y sonriente. A mí. Madre percibía el agravio y se sentía desplazada y sobrera». 

Una frialdad afectiva en el matrimonio que abre unas grietas que el padre llena de trabajo; el padre ausente, por el trabajo y por su maltrecha relación, y la madre que compensa el vacío de esas horas dedicándolas a un trabajo a media jornada y al atosigamiento de las hijas, que no consiguen satisfacer sus necesidades que la convierte en alguien «irascible e imprevisible. Se volcaba con nosotros, de una manera excesivamente enfática». Una madre absorbente y dominante a ojos de su hija, Anaïs, que se encuentra ahogada, controlada e interrogada continuamente.

Este es el escenario afectivo que plantea el autor, que encamina el relato hacia una o varias roturas sentimentales, de distancias tomadas de manera inconsciente y acercamientos intentados de manera temerosa y tímida. De la incapacidad luchando con la voluntad de vencerla, de la asunción de realidades y la possibilidad de partir, no de cero, sino de fragmentos ya existentes aunque rotos, para tejer no una pieza única y perfecta sino un mosaico quebrado en mil partes que con la calma del tiempo se recompone juntando piezas que ya no encajan como antes, pero que presenta un resultado de igual manera satisfactorio si, como apunta Tristany, «repasamos todo lo que no hemos hecho bien, escuchando con paciencia, sin perder los estribos. El jarrón está roto, no tendrá la misma apariencia nunca más. Pero al menos podemos intentar pegar los trozos y que sea bonito de nuevo».

A partir de este planteamiento, el libro incide en la grieta afectiva a través de un momento de gran impacto en el que la dureza de un hecho narrado de forma aséptica, contundente y abrumadora queda incrustada en nuestra mente, donde toda su onda expansiva penetra en cada pliego de nuestro cerebro donde las emociones compartidas con Tristany de amor, esperanza y oportunidades de brillante futuro se esconden para no aparecer jamás. El autor narra con voz emotiva aunque casi telegráfica, como pequeños impactos, como martilleos en la consciencia que aciertan siempre el punto en el que penetrar aún más un clavo que nos hiere y nos quema. El estilo es precisísimo, mesurado y duro aunque sin regodeos. No hace falta para mostrar una dureza que todos querríamos evitar (algunos lectores incluso también, hay lágrimas que asoman en ese momento si uno lo permite).

No os dejéis llevar por el argumento planteado, porque podríais pensar que se trata del típico drama. No es así, la profundidad narrativa de la obra es absoluta, por el retrato de unas vidas desde diferentes ángulos, su decaimiento y su desolación, en lo personal e individual, pero también en su extensión vital que afecta a sus relaciones familiares y profesionales. Es el ocaso de unas vidas en su amplio espectro, y, aun así, la necesidad vital de la reconstrucción, una reconstrucción que la voz narrativa nos detalla y nos contagia a través de unos personajes bien definidos y orquestados. El autor demuestra, además, su capacidad de síntesis, pues condensa en unas doscientas páginas una profundidad muy conseguida, la narración del dolor y la necesidad afectiva, un ímpetu vital que no se pierde en detalles innecesarios sino que sabe lo que quiere conseguir y como llegar a ello. Y él a nosotros.

Aliaga afina su trazo y acierta con su pausado estilo en la elección de cada palabra y frase cuando trata del enfriamiento en una relación, pero también nos toca hablando de la crianza y «el millón de detalles grandes y pequeños que la envuelven». Y el duelo, un duelo por la muerte que llega de golpe, pero también el duelo por un amor consumido por un fuego a medio terminar, por no avivarlo insuflando expectativas o deseos compartidos. La lectura llega y arrastra, y el lector avanza contemplando los restos de un fuego extinguido en el que los troncos quedaron a medio arder, impulsando recuerdos de lo que era y de lo que pudo haber sido, llenando el paisaje de cierta sensación de abandono y escena a medio terminar, o terminada abruptamente. Y la desolación ante la muerte, una tristeza inmensa y constante, que el autor retrata afirmando que «a Chloe no hacía falta buscarla, la encontraba por las calles, en cada gesto despreocupado de felicidad infantil (…) En todas y cada una de las cosas embadurnadas del goce de vivir. Como si el ente de la pequeña se hubiera descompuesto en millones de partículas, presente también en el aire, en la luz filtrada después de llover, en las gotas de rocío, entre los pétalos de las flores (…) otorgando un sentido de conexión y pertenencia a todo lo que todavía era bello, puro y saludable».

El libro que ha escrito Aliaga es un acto de revisionismo de la vida y la muerte desde sus distintos ángulos, desde sus víctimas, ya estén vivas o muertas, que contemplan el descarrilamiento del tren de la vida. De la gestión emocional de lo inevitable y de la responsabilidad asumida en cada uno de sus actos. Es también un libro lleno de dolor, de muerte, de pena, pero no de vacíos, pues el autor se encarga de cubrir aquellos huecos en los que nos dejaríamos caer para sucumbir a los abismos de la tristeza. Él sabe mantenernos a flote, a veces por poco, a veces ya en ese último segundo que evita ahogarnos en lágrimas, siempre cambiando el ritmo de la lectura y centrar de nuevo nuestra atención en la esperanza. Y al autor lo hace de manera brillante, pues teje una excelente mirada narradora que no es para nada trivial, pues el relato desde el punto de vista de una chica muerta le otorga un punto adicional de profundidad, de intimidad y, curiosamente, de extrema verosimilitud. Los personajes que construye Xavier Aliaga partiendo de su punto de vista narrativo son totalmente creíbles y humanos. El autor construye los personajes con la amplitud necesaria para entenderlos (y con ellos entender la historia) pero sin dejar que esa amplitud que abre en lo personal, lo laboral o los antecedentes familiares le hagan perder ni por un solo instante el foco de lo que pretende contar.

Dice el autor que «el corazón acostumbra a tramitar con retraso las facturas del alma». Algo parecido ocurre con la lectura de este magnífico libro, pues a pesar de que el impacto en su lectura es instantáneo, su profundidad crece después de terminar el libro constatando, no únicamente que se trata de una autor de gran talento sino también que el dolor existe, que la tragedia deja una huella imborrable, pero lo que permanece, al final de todo, son los días vividos y las esperanzas que sostienen la tenacidad de pensar que, tal vez, siga existiendo la vida en cada uno de nuestros recuerdos.

martes, 18 de enero de 2022

Ian McEwan: Máquinas como yo

 Idioma original: inglés

Título original: Machines Like Me

Año de publicación: 2019

Valoración: Muy recomendable



“En el otoño del siglo XX, llegó al fin el primer paso hacia el cumplimiento de un viejo sueño: el cumplimiento de la larga lección que nos enseñaríamos a nosotros mismos: que por complicados que fuéramos, por imperfectos y difíciles de describir, se nos podría imitar y mejorar.”

 

Antes de entrar en materia quiero dejar claro que la máquina es, precisamente, McEwan. ¿Cómo si no sería capaz de publicar una novela en septiembre y otra –novela corta, es cierto– en enero del siguiente año? Si añadimos que su carrera literaria comenzó hace más de cuarenta años intuimos algo sobrehumano en él, si eso fuera posible. Pero es él quien quiere hablarnos de humanoides en su versión cibernética. Para ello, y al contrario de lo que cabría esperar, nos sitúa en el Londres del siglo pasado (años 80) aunque alterándolo sensiblemente. Para empezar, el mundo está mucho más adelantado que este nuestro del siglo XXI, aunque hablando de ciencia nunca se sabe en qué fase están ahora los científicos pues, en relación con la inteligencia artificial, cada día llegan nuevas noticias de avances asombrosos. No obstante, y en mi descomunal ignorancia, me cuesta creer que hechos como los que abordaré a continuación puedan ocurrir en algún momento de la historia, ni lejano ni próximo.

Ya desde el principio, no nos queda más remedio que olvidar lo que sabemos de la evolución del conocimiento, hechos históricos, circunstancias sociopolíticas y hasta humanas. Kennedy, por ejemplo, no murió en Dallas, quien sufre un atentado en mitad de la acción es un tal Tony Benn, primer ministro, Alan Turing sigue vivo y juega aquí un papel fundamental, lo que ocurrió en las Malvinas no es lo que se nos cuenta etc.etc. Como ven, la distopía funciona hacia atrás, de forma parecida a lo que sucede en La conjura contra América. La diferencia consiste en que Roth lanzaba una premisa clara y el resto de las circunstancias se derivan en cascada de ella, esto inculca en el lector un esquema claro de la fisonomía social que se describe. Aquí, en cambio, andamos a ciegas, sin saber por dónde nos movemos, y eso produce una especie de vértigo conceptual. Aún así, el análisis social, a veces con conclusiones más que discutibles, es interesante y nos enfrenta a dilemas todavía sin resolver o que acaban de surgir en nuestra época.

De forma parecida a cómo trabajan los creadores de autómatas, McEwan imagina unos rasgos para su criatura/protagonista, lo echa a andar y observa cómo se desenvuelve. El tal Charlie, un soltero en la treintena que ha abandonado empleos anteriores y vive, aunque muy precariamente, de sus ganancias en Bolsa, está a punto de iniciar una relación con Miranda y ha decidido comprar un robot tan humanizado que, siguiendo las instrucciones del fabricante y una vez retocada la programación a gusto del usuario, podría dar el pego a cualquiera. El artefacto en cuestión –y a quien haya leído la novela le costará llamarlo así– forma parte de una primera hornada de adanes y evas que, como se verá más adelante, solo tienen en común el nombre, ya que su talante será (casi) tan diverso como el de los seres humanos entre sí.

Una vez asumida la cuasi humanidad de este Adán, podemos hablar de tres coprotagonistas, pues lo que se narra son las incidencias vitales de los personajes, de cada uno con sus peculiaridades y de la interacción entre ellos. Una convivencia peculiar, la de una mujer, un hombre y un autómata. A la cuestión, obvia, del alcance técnico que puede tener un experimento como este se añaden, y van adquiriendo un papel fundamental, los planteamientos éticos, los de los tres, todos ellos tan sutiles y discutibles como suelen producirse históricamente cada vez que la evolución brusca en cualquier aspecto de la vida cambia radicalmente los esquemas y nos deja fuera de juego.

No iré más allá, les dejo con la(s) sorpresa(s), pero adelanto que se van a divertir, que se harán multitud de preguntas y que, muy probablemente, mantendrán la intriga hasta la última página. A los que ya han leído la novela y a los que la lean a partir de ahora, les dejo con algunas preguntas: ¿Tiene razón Turing –personaje ficticio– cuando se enfrenta a Charlie? Al margen de los reproches morales que se pueda hacer a la pareja, ¿no se ha otorgado a Adán una libertad excesiva y una confianza que no merecía en absoluto? ¿Se puede programar a un robot para que desarrolle una complicidad que los seres humanos biológicos ya traemos de serie por muy diferentes que seamos? (Esto nos conduce a una conclusión esperanzadora: para quien ha debido entenderse con una máquina pensante, la mente de un niño es como un libro abierto). ¿Qué hacer cuando has adquirido un artículo de uso doméstico que, a su vez, se considera tu padre? Aquellos Principios de la robótica ideados por Isaac Asimov ¿eran solo un artificio literario o podrían ponerse en práctica en la vida real si se llegase a dar el caso (algo, como digo, altamente improbable)?

Traducción; Jesús Zulaika 


Muchos libros de McEwan o sobre él: Aquí

lunes, 17 de enero de 2022

Clive Barker: Los evangelios escarlata

Idioma original: Inglés
Título original: The Scarlet Gospels
Traducción: Óscar Mariscal
Año de publicación: 2015
Valoración: Recomendable para interesados

Quienes me conocen saben que soy un gran fan de la saga cinematográfica Hellraiser. También me encanta El corazón condenado, novela breve de Clive Barker que la inspiró. Os podréis imaginar, pues, que ansiaba leer Los evangelios escarlata, secuela literaria en la que el escritor inglés mezcla el "lore" cenobítico con Harry d'Amour, uno de sus personajes más emblemáticos.

La verdad es que esta obra, sin llegar a decepcionarme del todo, no me ha acabado de convencer. Igual tenía demasiadas expectativas puestas en ella, o igual esperaba encontrar algo diferente. 

Pero vamos por partes. A mi juicio, las virtudes de Los evangelios escarlata serían las siguientes: 

  • El planteamiento de determinadas escenas fantástico-terroríficas.
  • Las abundantes dosis de "gore". 
  • Los toques de humor negro.
  • Sus referencias impagables. Mi favorita vendría a ser cierta línea de diálogo de Pinhead, extraída directamente del film original. 

Por otro lado, éstos son los defectos que le he encontrado a la novela:

  • Es, para mi gusto, excesivamente larga, ya que creo que se podría haber podado sustancialmente sin que el conjunto se resintiera.  
  • La pierde su propia ambición. 
  • En algunos apartados deja entrever la falta de planificación habitual en las narraciones voluminosas de Barker (improvisación argumental, personajes sin una finalidad clara, un abrupto manejo de los temas, un desenlace endeble...). 
  • Hay cotas de tensión insuficientes. Se nos da a entender que el riesgo es altísimo para los protagonistas, pues se juegan el cuello, la cordura y el destino de la Humanidad constantemente, pero lo cierto es que nunca llegué a sentir que estuvieran en verdadero peligro. Sí, hay alguna muerte en su grupo, pero salvo eso, no sufren demasiado. Encima, Pinhead no se antoja amenazador. Lo cual es consecuencia directa de despojarle del halo de misterio que lo rodea, de hacer que Harry d’Amour y sus amigos sobrevivan a diversos encuentros con él, etc... 
  • Es muy distinta de El corazón condenado, su predecesora. Algo que no tiene por qué ser intrínsecamente negativo, pero que puede molestar a quien acuda a ella esperando una mayor continuidad. Aviso desde el vamos que aquí encontraremos lo contrario a una historia intimista y sutil.
En conclusión: Los evangelios escarlata es una agradecida secuela, aunque no logrará encandilar unánimamente a su público objetivo. Por desgracia.


domingo, 16 de enero de 2022

Malditas cubiertas: Las peores de 2021

No existe el bien sin el mal. La luz sin la oscuridad. El ying sin el yang. El gin sin el tonic. Las reseñas acertadas sin las mías... y, por supuesto, no existe lo mejor sin lo peor... Así pues, ya sabéis lo que toca...

Lo peor de cada casa (bueno, casi):

- Hamnet, de Maggie O'Farrell. Mi primera elección quizá sorprenda a alguien, al tratarse de una novela de gran éxito y prestigio, además de que está entre mis propias mejores lecturas del 2021, pero la cubierta no me acaba de convencer, lo siento... Sigue el diseño habitual en Libros del Asteroide, con una fotografía o ilustración en blanco y negro sobre un fondo monocromo, aunque cruzado por una banda blanca para el título y la autoría. Pero, en este caso, la fotografía de una chica que representa a una de las protagonistas de la historia está encuadrada sólo en el espacio inferior, quedando libre el superior y desequilibrado el conjunto; la pobre parece mirarnos agobiada por el peso del vacío que tiene sobre su cabeza... El color elegido (ignoro con qué criterio, si lo hay), no sé si mostaza o cagalera, tampoco me resulta demasiado atrayente (lo curioso es que se trata del mismo color y diseño, aunque en ese caso con un dibujo , en vez de foto, que en Valle inquietante de Anna Wiener, y ahí sí que funciona).

- Gordo de porcelana, de David Pascual (Temas de Hoy): Alguien debió de pensar que, ya que se trataba de una novela más bien bizarresca en la que aparece gente vestida como mascotas de dibujos animados, bastaba con googlear "Imágenes Bizarre Furry Street Night" o algo así, y poner la primera foto que apareciese... (obviando, claro, que en la novela se habla de un "Gato del Espacio", no de un perro). Si la idea era sugerir en el lector un aire de cutrerío, tristeza y desconcierto, enhorabuena, porque se ha conseguido.



- Selene y los 4 elementos, de Lucía Etxebarria (autoedición): otra cubierta que parece hecha con una foto random, aunque quizá no lo sea...Quizás trate de imitar ciertas ediciones cutres de los años 70, con este tipo de fotos con mucho contraste, colores subidos, etc. Tal vez  se busque indicar que la tal Selene es una mujer de armas tomar... (perdón, prometo no volver a hacerlo). En cualquier caso, no sé hasta que punto conviene comentar que la mujer con la pistola de la foto se parece no poco a la autora y editora del libro (aunque más joven y con peluca)... La contra viene con sorpresa, por cierto.






"_Oye, que la editorial Reikiavik nos ha encargado la portada de un libro sobre mujeres bertsolaris titulado Reverso...
_¿Bertsoqué? ¿Eso qué es?
_Algo de unas vascas que recitan versos en su idioma o una cosa parecida... ¿Se te ocurre algo?
_Humm... ¿Vascas, dices? Pues ponemos a una tía con cara de flipada mirándose a un espejo, que me han dicho que allí son todas un poco rarunas...
_Vale, pero que lleve un flequillo de ésos cortado a hachazos, en plan aberchandal, como en la peli aquélla de los ocho apellidos...
_Ah, sí, qué risa, tú... Tranqui, que esto lo hacemos en un plis."

- La gran ola, de Albert Pijuan (Sexto Piso): No he leído este libro, que al parecer es una novela satírica que se ambienta durante el tsunami en el Índico del 2004 y que, según la sinopsis de la editorial, "esconde, tras su humor incisivo e irreverente, una crítica implacable a una élite indolente y voraz, y a la visión del mundo como resort", así que parece claro que el mecanismo mental que llevó a alguien a elegir esta foto para la cubierta fue el mismo que en el caso de La ciudad de la euforia, pero el resultado me parece harto diferente... En este caso, sin duda la cubierta es divertida y llamará nuestra atención desde las mesas de las librerías, pero sospecho más difícil que alguien decida llevarse el libro y menos aún pasar por la mirada inquisitiva de la cajera o cajero...

-Vestido de domingo, de David Sedanis ( Blackie Books): Un caso parecido; por lo visto, ésta es una novela autobiográfica de humor, basada en las desventuras familiares del autor... Ignoro que tiene que ver tal cosa una piedra con bujeros que recuerdan a unos ojos y boca, sobre fondo arbustivo verde, pero tampoco estoy seguro de querer saberlo.
- Uno de los géneros que más cubiertas de un gusto cuestionable han ofrecido al mundo, co una curiosa mezcla entre lo cursi y lo chabacano, ha sido siempre el de la novela romántica, aunque, ay, también en esos lugares ha habido cierta evolución (a mejor, lo que no era muy difícil) y las cubiertas con highlanders despelotados, tórridas escenas ante châteaux imitando a las del célebre ilustrador Pino y complementos masculinos dejados al desgaire sobre la mesilla, en plan 50 sombras... han quedado relegadas a la autoedición y el libro electrónico. Aún así, queda alguna editorial en papel que mantiene la tradición, como el sello Daphne, de Pàmies, en el que aún podemos encontrar despropósitos delicias como esta Dulce tentación, en la que se aúnan dos elementos incuestionables: el mozo luciendo tableta de chocolate y la supuesta caligrafía a mano, en color rosa... Morbazo picardía y romanticismo,  tándem ganador.

- Otro género en el que se tiende a menudo hacia lo colorido y abigarrado en sus cubiertas es el de la novela histórica, donde se pueden encontrar ejemplos inenarrable, aútenticas cimas de lo kitsch. No obstante, he optado para representarnos una cubierta mucho más sobria pero que me parece fallida en varios aspectos, la de ¡Pelayo!, del otrora célebre José Ángel Mañas (Esfera de los Libros). Podría aceptar (a duras penas), la supercalifragilística idea de rotular el título, ocupando toda la con letras de supuesto aire medieval; podría transigir con esos signos de exclamación que le dan un toque a lo Muchachada Nui; podría transigir con el nombre del autor inscrito en la O, cual sorpresa dentro de un huevo Kinder... Pero lo que no entiendo es por qué, si te molestas en concebir una cubierta así, dándole una importancia omnipresente al título, luego pongas de fondo una imagen desvaída del supuesto don Pelayo, como un fantasma de los tiempos altomedievales... Una cubierta conceptualmente  discutible pero que, además, se queda a medias...

- Dándole una importancia fundamental al título encontramos esta de Técnica y tecnología, de Adrián Almazán (Taugenit) Entiendo que los ensayos sesudos acostumbren a tener unas cubiertas más serias, incluso aburridas, que las novelas de humor o las eróticas, por ejemplo, es lo que dictan las convenciones,  pero aquí se han pasado de muermos formales, con ese fondo que oscila entre el gris ala de mosca y el color pizarra ( perdón, que me acabo de dar cuenta de que hay una pequeña figura en la esquina inferior derecha, como un Alma condenada a vagar por el Tártaro por toda la eternidad)... Tampico entiendo a qué viene, por detrás del título en Arial o la que sea, esa "y" imitando la caligrafía a mano... ¿"Y"? ¿ "Y" qué?


-Debolsillo ha publicado las primeras novelas de Stephen King con cubiertas de un estilo entre informal e improvisado (por no decir descuidado). Es verdad que son libros que han tenido infinidad de ediciones, así que no importa mucho, pero vaya... En el caso de La zona muerta o de It (que parece un jeroglífico de hoja parroquial), el resultado no me parece muy afortunado; en el de El misterio de Salem's Lot", no sé aún si hace daño mirarla o si es una genialidad...


- Independencia, de Javier Cercas (Tusquets): No sé ni por donde empezar con esta m... con lo que está mal en esta cubierta; por poco se ha librado de ser la peor del año, en mi opinión. Como se ve, está ilustrada con un fotomontaje sumamente confuso, en el que, sobre una cabeza masculina aparece proyectada una escena en la que un tipo (entiendo que el mismo del cabezón) está contemplando desde cierta altura una ciudad, diríjase que Barcelona... Sin leer el libro, no se sabe si está ahí con ánimo reflexivo o melancólico, pensando en tirarse desde un balcón o que se le ha olvidado dónde ha aparcado el coche y ha subido a Montjuic a ver si lo encuentra desde allí. Si la imagen ya es bastante confusa, como digo, aunque es verdad que sigue el mismo estilo que las otras cubiertas de la trilogía de la que forma parte esta novela, la cosa se agrava porque la panorámica es nocturna, por lo que resalta poco con el tradicional fondo negro de los libros de Tusquets.


- Supongo que no hace falta explicar por qué ésta es la cubierta más horrorosa de todo el 2021. En todo caso, quiero señalar que a la razón más evidente se une el detalle de que el diseñador parece no haberse dado cuenta (esperemos) de que, si la miras a más de un metro de distancia, las letras se diluyen un tanto sobre el fondo blanco, mientras que resaltan más sobre el oscuro... En fin, no sé si Aznar sacó libro el año pasado, pero es el único que podría competir con esta abominación...

Por último, resulta imposible saber qué cubierta nos aguarda como la más horrenda de 2022, pero, sin duda, ya podemos prever cual será la faja más épouvantable... ¿alguien quiere apostar?