Traducción: Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
Año de publicación: 1955
Valoración: Bastante recomendable
El contexto como clave para una mejor comprensión de una obra. En este caso, la derrota en la Segunda Guerra Mundial, la ocupación norteamericana, el final de una era, la ruptura. En buena parte de la literatura japonesa de posguerra es fundamental esa ruptura, ya sea con la tradición literaria precedente o con los valores de todo tipo que regían para la generación anterior. De ahí surge, por ejemplo, el primer Mishima (el de El color prohibido o Confesiones de una máscara) o este La estación del sol de Shintaro Ishihara. Por cierto, aquí tenéis a Mishima e Ishihara viendo la vida pasar.
En el caso de este último, el contexto tiene su reflejo en unos personajes que, si bien podrían recordar en un primer momento al Jim Stark de Rebelde sin causa o al Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo (más por la imagen de cubierta, en este caso), se distinguen de estos por la amoralidad que caracteriza sus actos y por un vivir el presente sin ningún planteamiento adicional al de enfrentarse un mundo visto como una casa estrecha y sofocante que provoca en ellos insatisfacción y confusión.
¿De verdad crees que hace falta pensar para vivir?
Así, para los personajes de los cuatro relatos de "La estación del sol" el juego, la violencia o el sexo no son más que formas de escapar del vacío, con independencia de las consecuencias que provoquen. Esto hace que sean seres con los que no resulta fácil empatizar, casi desagradables, así que si alguien escoge sus lecturas por el grado de identificación con personajes y/o situaciones, que se olvide de este libro. No es mi caso, desde luego. Me interesan más las posibles motivaciones de los personajes o su evolución, además del propio desarrollo del relato.
Vale, pero... ¿de qué tratan los relatos? Pues se trata de historias cargadas de violencia (en sus más variadas formas) protagonizadas en general, por jóvenes urbanos que encaran el final de la adolescencia / principio de la edad adulta, de chicos para los que la vida es solo un juego a todo o nada y para los que el sexo, el robo o la violencia funcionan únicamente como estímulo.
Pero más interesante que el "contenido" es el "continente" y su ligazón con aquel. Porque creo que el estilo frío y distante de Ishihara, con la única excepción del tono más poético y descriptivo de "El chico y el barco", y la opción de construir a los personajes a través de sus propios actos y de los diálogos le van como anillo al dedo a los relatos, sobre todo en lo que al ritmo se refiere. Ishihara presenta a los personajes en determinadas situaciones y el narrador "desaparece". Por otro lado, la estructura de los textos, en los que el autor opta con combinar presente y pasado, contribuye a dar profundidad a los personajes.
Resumiendo: Relatos muy vinculados a un determinado contexto histórico y social pero que se elevan por encima de este y se convierten en universales y atemporales gracias a un estilo rupturista (en su momento y lugar, no tanto ahora) más cercano a la narrativa occidental que a la propia tradición nipona.
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