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jueves, 27 de enero de 2022

J.P. Sansaloni: Un final

Idioma original: catalán
Traducción: traducción al castellano prevista para marzo 2022
Año de publicación: 2021
Valoración: entre recomendable y está bien
Título original: Un final

Hay libros que, aunque proyectan un futuro distópico, el trasfondo que plantean va ligado a un presente perfectamente identificable. Este es el caso del libro que nos ocupa, opera prima del autor menorquín J.P. Sansaloni donde nos dibuja un escenario postapocalíptico en el que una lluvia ácida va corroyendo ciudades y esperanzas a la vez que sus habitantes luchan incesablemente por alargar una vida que habita de manera inerte en sus modificados cuerpos.

Con esta premisa, el autor nos sitúa en un mundo futuro, sin ubicarlo en un tiempo concreto ni un lugar definido, y lo hace de manera pretendida pues el escenario ideado puede encajar en todos los sitios, en un futuro próximo o no tan próximo pero sí que percibimos como terriblemente posible. Y, en ese mundo imaginado, aparece uno de los primeros y principales personajes, pues la narración nos retrata «la mujer de ojos Y» que se encuentra encerrada en una especie de laboratorio científico donde se realizan ensayos con humanoides. Fuera, el cambio climático ha alterado la vida y el clima, un cambio atribuible y causado no únicamente por empresas y gobiernos sino también a todos nosotros porque «tenemos que ser suficientemente fuertes para aceptar la verdad: nosotros somos los responsables, nosotros, con cada una des las decisiones que hemos tomado y que tomamos, nos hemos conducido a esta situación límite. Todo lo que estamos viviendo ahora es la consecuencia de una sociedad que tenía la banalidad del mal como la única manera de actuar»; y, en ese mundo exterior, otro de los protagonistas, «el hombre de ojos X», busca pastillas que le ayuden a experimentar sensaciones, a encontrar en ellas un mundo que ya ha desaparecido de sus vidas, porque esas pastillas «nos permiten escoger las emociones que queremos sentir en cada momento, en cada lugar, las que se ajusten más a nuestros deseos y expectativas» como las que «permiten vivir la experiencia de un bebé dentro del vientre materno», necesitando por todos los medios pastillas para poder «vivir nuevas experiencias. Tantas como pueda encontrar. Y también para volver a vivir las que tanto echo de menos y pronto perderé para siempre, o como mínimo algunas de parecidas, y después de esto, poder morir tranquilo».

Estilísticamente, la prosa de Sansaloni fluye vertiginosamente, el ritmo es endiablado y terriblemente gráfico, pudiendo ver rasgos de Blade Runner en ese mundo lleno de edificios ya vacíos y con los escaparates rotos en los que «la gente compraba pastillas que permitían la experiencia exacta de haber dormido ocho horas, de haber ido de vacaciones, o de haber pasado el fin de semana con la familia, o de haber comido sano durante un mes». El autor retrata el escenario de manera que es muy fácil para el lector ubicarse en escenarios exteriores, sino también dentro del laboratorio, pues el estilo de Sansaloni aporta de manera constante imágenes que se ubican en nuestra imaginación y construye con ello un mundo que hemos visto e imaginado varias veces en películas o series. 

De esta manera, construido el escenario en el que trascurre la novela, la prosa del autor entra en una dimensión diferente y profundiza sobre lo que vemos en apariencia cuando, de manera fortuita, la mujer de ojos Y encuentra por casualidad en el escritorio recortes de libros de no ficción y periódicos que leyó hace tiempo empieza a darse cuenta de la realidad en la que se encuentra, leyendo frases como «Deseo es dolor: nunca seremos felices si continuamos utilizando la tecnología para alimentar nuestro ego. Lo único que conseguiremos es volvernos cada vez más y más dependientes de la tecnología y, por tanto, hacer crecer más y más nuestro dolor. El remedio que propongo es simple: la muerte de la tecnología y de las personas que la promueven». De esta manera, a partir de estos recortes, entramos en un nivel más profundo de lectura pues el lector nos ofrece una serie de apuntes con alta carga ideológica que nos llevan a reflexionar sobre el capitalismo desbocado, afirmando sin tapujos que en el caso de que se pudiera modificar genéticamente las personas para hacerlas «más inteligentes, más fuertes, más compasivas, más pacíficas» no se llevaría a cabo pues «no se tiene en cuenta uno de los fundamentos de la genética humana que no ha interesado erradicar: el gen egoísta» porque «hay un sector de las clases pudientes que basa su riqueza en la acentuación de la desigualdad y en la vigilancia y el control, a cualquier precio y por cualquier medio, de las personas».

Otro de los aspectos que trata el libro, de manera altamente relacionada con el egoísmo de la sociedad y el poder del capitalismo desmesurado es la consecuencia que nuestros actos provocan en el clima, pues a la vez que el estilo de vida nos lleva a vidas vacías y muertas en vida, en el exterior, gotas de ácido van descomponiendo toda la vegetación, en una ciudad está plagada de «runas de rascacielos, de escuelas y templos (…) Lápidas sin nombre. Placas de calles (…) Vagones de tren. Maletas (…) Casquillos de bala. Máscaras. Banderas» mientras en la costa «flotan decenas de cadáveres». Un egoísmo que se convierte en inherente a nuestra mirada del mundo porque «miramos una parte del mundo, cualquiera, y ya no la podemos analizar como un misterio, sino como los efectos que producirá sobre nosotros. Vemos el mundo como a un espejo de nosotros mismos».

El autor también lanza una diatriba sobre la superioridad moral de quienes afirman ser la revolución y afirma sin tapujos que «no era necesaria ninguna salvación; solo una convivencia pacífica, fructífera y estimulante. Y también ser capaces de ver las cosas que se estaban haciendo bien, que eran muchas. Nos hemos convencido a nosotros mismos que éramos el bien absoluto y por eso hemos sido el mal absoluto (…) Hemos impuesto nuestra moral por encima de la de todo el mundo. Esto no es ser una revolución; ojalá lo hubiéramos sabido antes».

En este escenario post apocalíptico cercano visualmente a Blade Runner, el autor aprovecha que sus protagonistas encuentran de manera fortuita recortes de noticias para reflexionar acerca de nuestra sociedad, de hacia dónde nos (y la) dirigimos, situando a sus personajes en un constante análisis sobre la conveniencia de nuestros actos y la necesidad en conseguir una felicidad que esconde y tapa huecos emocionales de manera temporal, rápida y en apariencia eficaz, pero terriblemente cortoplacista e ineficiente, porque tal y como el autor profesa, «la felicidad que experimentamos siempre va acompañada de un regusto amargo, un regusto que proviene de saber que esta felicidad quedará obsoleta, que quedará movilizada en un universo de posibilidades en expansión eterna». Así, los diálogos internos y externos a los que somete sus personajes son realmente el pilar sobre el que gira una obra que teje un escenario apocalíptico para reflejar la vacuidad de nuestras vidas y el trágico destino al que se encamina una sociedad marcada por la ambición y la falta de ética. El nihilismo exacerbado que nos condena al eterno presente, sin acertar a ver qué dejamos atrás, no únicamente un pasado sino también un mejor futuro (algo que nos remite a «Els llegats», de Lluís Calvo). 

Asimismo, de manera análoga a la realidad que envuelve el relato, el autor no otorga un nombre a sus personajes sino simplemente una etiqueta que identifica uno de sus rasgos para poderlos diferenciar entre ellos. Esta deshumanización va acorde a lo narrado, desproveyendo de cualquier posibilidad de empatizar o conectar con ellos llegando al punto de que como lectores no nos importa lo que les suceda, no tomamos partido. Esto, a pesar de que narrativamente tiene su sentido y es algo expresamente buscado, es precisamente uno de sus puntos débiles pues al no conectar con los personajes, al no estar estos bien definidos y no poseer una personalidad propia que permita identificarlos y comprenderlos, deja sensaciones encontradas. Igualmente, la trama argumental no está suficientemente desarrollada, lo cual, mirándolo por el lado positivo, deja lugar a múltiples interpretaciones, pero por el contrario también lastra su continuidad narrativa. De todos modos, parece que esta indefinición es algo buscado por el autor, pues desproveyéndolos de personalidad también se les desprovee de alma y, por tanto de vida. Porque aquí no hay buenos ni malos, solo almas deshumanizadas, desesperanzadas que se arrastran en un mundo decadente al que, por fortuna o per desgracia ya se han acostumbrado y, con ello, ha perdido la principal razón de seguir adelante: experimentar sensaciones que, de manera positiva o negativa, les hagan sentir nuevamente humanos y por tanto capaces de conseguir dirigir sus vidas hacia un lugar externo, pero también interno, que les suponga una esperanza ante un mundo que, cual lluvia ácida que destruye y aniquila los edificios y las ciudades, los ha absorbido también a ellos y a sus sueños.

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