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lunes, 31 de diciembre de 2012

Lo más de 2012

Ya se termina 2012, un año que nos deja unas cuantas noticias literarias. Mo Yan ha sido un Premio Nobel polémico; Caballero Bonald, un Premio Cervantes comprensible; Philip Roth (que este año ha anunciado que deja de escribir, como Imre Kertesz) un Premio Príncipe de Asturias de las Letras más que merecido; Javier Marías, un Premio Nacional de Narrativa respondón. Este ha sido el año de Dickens, mucho más en los países anglófonos que en España, donde ha pasado algo desapercibido. Y 2012 ha dejado también miles de libros publicados, traducciones, reediciones de clásicos, adaptaciones cinematográficas...

En ULAD queremos hacer nuestro propio resumen del año, y por eso hemos pedido a nuestros colaboradores (o sea, nos hemos pedido a nosotros mismos) que escojan lo mejor y lo peor de su particular año lector. Estas son sus respuestas:

Francesc Bon
Mejor libro de 2012: Plegarias nocturnas de Santiago Gamboa
Mejor clásico: A sangre fría de Truman Capote
Tesoro escondido: Rompepistas de Kiko Amat
Mayor decepción: El niño perdido de Thomas Wolfe
Leeré seguro en 2013: Ciudad abierta de Teju Cole

Montuenga
Mejor lectura de 2012: Vineland de Thomas Pynchon
Mejor clásico: La condición humana de André Malraux
Tesoro escondido: La cuadratura del círculo de Gheorghe Sasarman
Mayor decepción: El cielo de Madrid de Julio Llamazares
El que más me ha costado acabar: La tejedora de sombras de Jorge Volpi

Santi
Mejor libro leído este año: Todo se derrumba de Chinua Achebe
Mejor clásico: El buen soldado de Ford Madox Ford
Tesoro escondido: Mi planta de naranja lima de José Mauro de Vasconcelos
Mayor decepción: Diario de invierno de Paul Auster
El libro que se me atragantó: Contraluz de Thomas Pynchon

Iván
Libro Descubrimiento: Hace cuarenta años de Maria Van Rysselberghe
Libro más recomendado: Compañía K de William March
Autor con quien no he podido: Mo Yan
Autor al que he dedicado más tiempo: J.M. Coetzee
Libro Hostia: La jungla de Upton Sinclair
Primera lectura para 2013: Chavs. La demonizacion de la clase obrera de Owen Jones (y lo que siga escribiendo)

Por supuesto hay otras listas, pero estas son las nuestras. Estaremos encantados de leer las vuestras en los comentarios... 

domingo, 30 de diciembre de 2012

Jorge Javier Vázquez: La vida iba en serio

Idioma original: Español
Año de publicación: 2012
Valoración: repugnante, siendo muy generoso

Sí, ya lo sé: a libros como estos no hay que prestarles la más mínima atención. De hecho, si he sugerido no publicar esta reseña el 28 de diciembre ha sido por si alguien se confundía y le daba por presentarse en una tienda a comprar esta insignificancia. De hecho, también, se me hará larguísimo el día en que se publique, acostumbrado a ver en nuestra portada libros de escritores que, por lo menos, ostentan ese calificativo con un mínimo de dignidad.

Por eso me gustaría evitar que nadie pensara que este libro sirve ni como regalo para salir del paso con alguien, con tal de que lea algo. Ni siquiera para eso tiene sentido alguno.

Para los que nos leéis desde fuera de España, sabed que el autor de este libro es un famosísimo periodista que presenta un programa que es un paradigma de la telebasura. No: es el paradigma de la telebasura. Programas de TV dedicados a seguir la vida de los famosos y que, cuando no tienen suficiente con ellos, provocan peleas y conflictos entre sus propios colaboradores. Programas que solo se ven cuando uno salta de canal en canal y se queda paralizado por el horror de tanta vacuidad, por el horror de tanta gente perdiendo el tiempo con su visión, por el horror de las cifras de audiencia.

Entonces, este señor llega un día en que no tiene bastante con la fama y el dinero, ambos en cantidades desmesuradas, que le procura el programa de las narices, y va y decide intentar dignificar su imagen. Decide optar a otra posteridad que ésa, decide ser un creador. Entonces tiene el sueño febril de que puede ser escritor, porque él, sabéis, estudió filología (haría bromas sobre biólogas justo aquí). Como para las editoriales españolas estas cosas tienen tirón, pues toma, ahí está su autobiografía.

Con esa pretensión la planta en las tiendas, usa su programa para promocionarla, y ahí está, compartiendo estantes con libros de escritores de verdad, pero que no lo tienen tan sencillo.

Bueno, se le podría conceder el beneficio de la duda y pensar que uno puede redimirse, exorcizar los demonios de su nefasta aportación cultural a través de un libro sincero y confidente.

Pues no, para nada. Este libro es un manual de mirarse al ombligo, de auto-flagelación seguida de auto-complacencia, un manual, ya que estamos, de auto-ayuda pero para su autor, que al fin ve su nombre en grandes letras en la portada de un libro. Seguro, sin llegar a plantearse si lo merece realmente. Porque este libro es pura obscenidad: pero no porque se empeñe en relatar toda clase de detalles de su experiencia carnal homosexual, o en especular sobre la de otros. Es obsceno porque se me ocurren pocas maneras más absurdas de tirar papel, de desperdiciar tiempo, de dilapidar dinero,  que comprarlo o leerlo. Es obsceno porque su autor pretende convertir en fascinante una existencia como la de mucha gente, por el simple hecho de ser una persona famosa. Frustraciones, vergüenza, angustia adolescente. Pura pornografía sentimental, puro efectismo, pura sensiblería mojigata camuflada de valentía. Aburrido, mal estructurado, grotesco, con un estilo zafio que se quiere vestir de culto con cuatro citas que no vienen a cuento. Formulaico en todos los sentidos. Es obsceno, insisto en lo que escribí antes, porque su autor piensa que es el libro perfecto para regalar a quien no lee, y eso es tramposo, sibilino, y repugnante. Y parece atisbarse que habrá una continuación. Para la que no me pillaréis.

Alejaos, pues, vosotros mismos, y alejad a las personas que apreciéis en algo, de este ejercicio de narcisismo desmesurado. No permitáis que morbo o curiosidad actúen a favor de este fraude. Ninguno, cero, nada, vacío, inhóspito, nulo, y, no por lo esperado, menos indignante, es el  absurdo sentido de algo así. Tan vergonzoso, tan frívolo y tan pretencioso que no merecería ni ser calificado de libro.

Sí, ya lo sé: ni tendría que haberlo leído ni que haberlo reseñado. Ni debería venderse en librerías: en los supermercados cutres, en una bandejita, envuelto en papel celofán, al lado de la casquería. 

sábado, 29 de diciembre de 2012

Igort: Cuadernos rusos. La guerra olvidada del Cáucaso

Título original: Quaderni Russi
Idioma original: italiano
Año de publicación: 2012
Calificación: muy recomendable


En 2010 (2011 en España), Igort publicó Cuadernos ucranianos, un cómic que de forma cruda denunciaba la hambruna y la carestía que, de mano de la URSS, sufrió Ucrania en el pasado siglo. Esa obra había nacido como fruto de un viaje que inició Igort en 2009 por Ucrania, Rusia y Siberia para intentar comprender qué había sido realmente la Unión Soviética y hasta dónde llega nuestro desconocimiento de la misma.

Dos años después, Igort publica Cuadernos rusos, un cómic que se abre con el arma usada en 2006 para asesinar a Anna Politkóvskaya y en el que el autor nos cuenta no sólo los hechos que rodearon el asesinato a sangre fría de la periodista, sino también las muertes de Anastasia Babúrova, periodista en prácticas de Nóvaya Gazeta (donde también trabajaba Anna), y el abogado Stanislav Markélov.

Y, por supuesto, también nos habla de la guerra de Chechenia, del asedio al teatro Dubrovka en 2002, de la matanza de la escuela de Beslán en 2006, de la democratura o "disfraz de democracia" que se vive actualmente en Rusia y de los abusos constantes (robos, torturas y violaciones –tanto a adultos como a menores de edad– incluidas) que el ejército ruso realiza impunemente, tanto con la población chechena como con los compatriotas que no comulgan con sus ruedas de molino.

Como ya ocurría con Cuadernos ucranianos, éste no es un cómic fácil ni agradable de leer. Siguiendo el mismo estilo que su predecesor (el tono aséptico, la combinación de diferentes técnicas y estilos narrativos adaptados a lo que Igort desee contar en cada momento), Cuadernos rusos nos enseña una realidad que no nos gusta y que nos causa rechazo, pero que sin duda estamos obligados a conocer, si queremos ser realmente conscientes de cómo es el mundo en el que vivimos. Aunque eso, en muchas ocasiones, nos deje con las ganas de marcharnos corriendo a buscar otro.

También de Igort: Cuadernos ucranianos

viernes, 28 de diciembre de 2012

Joaquim Lopes Vieira: El reflejo verde del agua

Idioma original: portugués
Título original: O reflexo verde da água
Año de publicación: 1934-1982
Valoración: Muy recomendable

Es verdad lo que dicen de que entrar en contacto con una cultura distinta te abre las puertas a todo un mundo. En mi caso, por ejemplo, irme a vivir a Portugal me ha abierto las puertas no solo a la cultura de este país, sino a toda la "lusofonía" (Brasil, Angola, Mozambique, Goa...) que en España es prácticamente desconocida.

Así, entre conversaciones informales y visitas a la Biblioteca Nacional de Portugal, hace poco descubrí la existencia de Joaquim Lopes Vieira (sin relación con el poeta portugués Alfonso Lopes Vieira), un escritor angoleño cuya obra se reduce a una sola novela, El reflejo verde del agua, publicada originalmente en 1934 y reescrita una y otra vez (diecinueve versiones en total) hasta su muerte en 1982. Se trataba, según declaró Lopes Vieira, de recuperar el modo de transmisión de la literatura oral, en la que el núcleo de la obra se mantiene, pero los detalles mudan, mutan, se multiplican en boca de los sucesivos narradores. "Como el agua de un río que es siempre distinta, aunque el río sea el mismo y tenga siempre el mismo nombre".

La primera versión de El reflejo verde del agua es una novela breve (entre 110 y 125 páginas, según ediciones), clasificable como bildungsroman o novela de aprendizaje, sobre un joven campesino angoleño que se traslada a la capital en busca de mejores condiciones de vida. (Lopes Vieira tenía en aquel momento veinte años, y sin duda este argumento reflejaba sus propias inquietudes e inseguridades). En la versión "definitiva" de 1982, el tema del viaje de la periferia al centro se mantiene, pero extendido de modo casi fractal en todas las direcciones imaginables: estamos hablando de una obra de 822 páginas en la que cuesta reconocer el librito original del que nació.

Un estudio de las distintas versiones de El reflejo verde del agua (yo he leído completas cuatro, y hojeado todas las demás menos la de 1972, que parece haberse perdido definitivamente) permite advertir cómo se llega a tales extremos. Por ejemplo, la tercera versión, la de 1938, es la primera en incorporar un personaje femenino fuerte, el de la hermosa Ana Maria, que ganará aún más relevancia en las siguientes versiones de 1940 y 1942. A medida que pasan las décadas, se advierte también una mayor interrelación entre la aventura individual del protagonista y el destino colectivo de Angola: así, las versiones de 1965 y 1968 son las más decididamente nacionalistas y anticoloniales, mientras que las de 1980 y 1982 muestran ya un desencanto por los gobiernos post-independencia, al estilo de las obras de Chinua Achebe.

Por supuesto, una obra de este tipo plantea cuestiones críticas interesantes. Por ejemplo, ¿debemos respetar las modificaciones del autor y considerar El reflejo verde del agua (1982) como el texto "definitivo", aun sabiendo que de haber vivido algunos años más Lopes Vieira habría publicado una nueva versión de la novela? ¿O debería considerarse que, a pesar de tener el mismo título, cada nueva versión de El reflejo verde... es una obra distinta? Y si se tratase de editar la obra, ¿qué versión se debería elegir? ¿La última? ¿La primera? ¿Todas ellas en paralelo, aun a riesgo de crear un mamotreto inmanejable? ¿Alguna de las intermedias (la que el editor de turno considere "la mejor de todas")?

Esta última opción nos lleva, por otro lado, al terreno de las valoraciones cualitativas: ¿puede hablarse de "progreso" o simplemente de "transformación" en el paso de El reflejo verde del agua (1934) a El reflejo verde del agua (1982)? ¿Mejora el libro con cada nueva modificación de su autor? ¿Es necesariamente superior el escritor maduro y políticamente comprometido de El reflejo verde del agua (1968) que el joven idealista de El reflejo verde del agua (1942)? Es indudable que con el paso de los años la novela gana en profundidad, ambición y riqueza; pero también pierde frescura y dinamismo, así como, esto es indudable, la capacidad para enganchar a un lector medio más interesado en la trama que en las intrincadas relaciones geopolíticas del colonialismo.

Tal vez precisamente por estas complejidades críticas y editoriales, Joaquim Lopes Vieira no ha alcanzado todavía el lugar que merece en el canon literario internacional. Aunque en Angola fue una celebridad prácticamente desde su juventud, en el resto del mundo, también en Portugal, su prestigio se sitúa muy por debajo de otros escritores angoleños de menor mérito. Por no tener, no tiene ni siquiera un artículo en la Wikipedia en portugués, y su obra es difícil de encontrar incluso en las librerías de segunda mano de Lisboa.
Esperemos que esta breve reseña de su obra, única pero múltiple, sirva para que sea mínimamente (re)conocido.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Julian Barnes: El sentido de un final

Idioma original: inglés
Título original: The sense of an ending
Año de publicación: 2011
Valoración: Recomendable

Los escritores británicos contemporáneos (algunos escritores británicos contemporáneos, por lo menos) tienen la capacidad de ser divertidos sin resultar triviales -una capacidad, por otra parte, muy cervantina-. En la literatura española actual, si se quiere hacer humor se recurre casi siempre al humor absurdo o al juego lingüístico; pocas veces se recurre a la ironía fina, no necesariamente hiriente, como forma de distanciamiento, de crítica e incluso de conocimiento de la realidad. Será porque en Gran Bretaña (y en Irlanda) existe una larga tradición de escritores ingeniosos, satíricos y humorísticos, tan prestigiosos como los escritores "serios": Oscar Wilde, Chesterton, Jonathan Swift... y más recientemente Roald Dahl, Saki, Woodehouse...

Efectivamente, Julian Barnes (como Nick Hornby, como Zadie Smith, como Ian McEwan cuando le apetece...) tiene esta capacidad para contar historias trágicas con una media sonrisa (tongue in cheek, con la lengua en la mejilla, se dice en inglés). Esto ya se notaba en Nada que temer, un libro que era una reflexión sobre la muerte que entretenía y hasta hacía reír; y también en El sentido de un final, cuya trama es digna de un culebrón venezolano pero que se salva de serlo, entre otras cosas, por su ligereza y su humor.

El sentido de un final empieza como una novela sobre la amistad: tres chavales adolescentes, entre ellos el narrador, reciben en su pandilla a un cuarto, Adrian, más inteligente, más brillante y (todavía) más pedante que ellos. De pronto surge otra subtrama: la relación amorosa del protagonista, Tony, y Veronica, una muchacha algo extraña con la que las cosas no terminan bien. Poco después descubrimos que las dos tramas son la misma: el clásico triángulo amoroso con final trágico (y no digo más para no destripar el argumento). La segunda parte de la novela transcurre varias décadas más tarde, cuando el narrador recibe algunos documentos que revuelven su conciencia, e intenta saldar cuentas con el pasado.

Aunque suene a chiste, lo que menos me ha gustado de El sentido de un final es precisamente su final, porque es donde el aire a culebrón se desboca. El profesor de literatura que protagoniza El chico de la última fila, de Juan Mayorga, le explica a su alumno que un final debe ser al mismo tiempo necesario y sorprendente. El final propuesto por Julian Barnes, desde luego, es sorprendente, pero de necesario tiene muy poco; más bien es bastante excesivo, diría yo...

Sé que Julian Barnes tiene muchos y muy apasionados defensores; sin ir más lejos, esta novela ganó el Man Booker Prize. Personalmente, no creo que sea una obra maestra, pero sí una novela entretenida y con más profundidad de lo que puede parecer. En cualquier caso, Julian Barnes es un autor al que apetece seguir leyendo, a la espera de descubrir su obra maestra...

También de Julian Barnes en ULAD: Aquí

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Don Winslow: Los reyes de lo cool

Idioma original: Inglés
Título original: The Kings of the Cool
Fecha de publicación: 2012
Valoración: recomendable

Hace unos meses, en esta reseña, Santi nos hablaba del concepto de libro "espaciador". Bien, pues este magnífico Los reyes de lo cool cumple perfectamente con esa dignísima función. No sólo eso, también pone de manifiesto que Winslow es muy capaz de sacudirse la dependencia de una obra de tanto impacto como fue El poder del perro y, sin salirse excesivamente de la temática en la que parece haber hallado un filón, continuar creando personajes y tramas de rápido atractivo para el lector.

Siempre se podrá argumentar que Winslow se desplaza en esa cuerda floja entre la novela negra o policíaca y la literatura de perfil más serio, con mayor intención artística. O que ha creado su propio subgénero incrustado entre otros. No seré yo quien se pronuncie: hasta ahora sus dos libros me han proporcionado entretenimiento, cuando no un disfrute lindante con la adicción. Los reyes de lo cool se lee a un ritmo frenético: se planta uno en la centena de páginas sin apenas darse cuenta, y ya han pasado un montón de cosas. Winslow escribe sin complicaciones ni grandilocuencia de ningún tipo, simplemente se deja llevar por una estructura que se va haciendo clásica: las tramas van confluyendo y la historia se va cerrando.

Moderno y dinámico, se aleja de toda pretensión de juicio ético. Trata la industria de la droga como una parte del entramado social y económico, dotada de sus propios y estrictos códigos. Dibuja a su antagonista, el brazo fuerte de la ley, con trazos difusos y poco definidos, como aventurando su escasa integridad. Coloca unas cuantas piezas en medio, y libra la batalla. Mientras tanto, importante, el lector se lo pasa en grande. ¿Podemos exigirle más, literariamente hablando? Quizás. Aquí no encontraremos escrupulosas descripciones como las de McCarthy ni reflexiones sociales como las de Franzen. Pero es así como Winslow se ha creado una especie de universo propio, el de las novelas relacionadas con el narcotráfico en la frontera entre México y USA: violentas, algo sarcásticas, y dotadas de un poderoso componente visual. Nada excesivamente original, que tiene precedentes literarios y fuerte peso en películas como Traffic o en series televisivas como la excelente Breaking Bad, pero un tema en el que ha conseguido establecerse como autor de referencia.

Como esto es un blog de libros y no de autores, me ciño al libro: Los reyes de lo cool es una novela estupenda y trepidante, de entretenimiento, casi de aventura (y por dudas que puedan surgir de lo que Winslow podría conseguir de abandonar esas temáticas, o esa estructura vertiginosa en espiral, tan propia) en su especialidad, Winslow es como uno de esos restaurantes a los que siempre acudes a pedir tu plato favorito pues no puedes resistirte a él.

También de Don Winslow en Unlibroaldía: El invierno de Frankie MachineEl poder del perroEl cártel

martes, 25 de diciembre de 2012

Owen Jones: Chavs. La demonización de la clase obrera

Idioma original: inglés
Título original: Chavs. The Demonization of the Working Class
Año de publicación: 2012
Valoración: imprescindible


Antes de profundizar en otros temas, debemos saber qué es un chav: en la sociedad británica (que es el tema principal de este ensayo, aunque sus conclusiones puedan extrapolarse a cualquier otro país europeo), un/a chav es un/a joven perteneciente a la clase trabajadora. Pero además, para gran parte de la población, los chavs son vagos, casi analfabetos, visten con chandal, son horteras y vulgares, están en paro, viven de las ayudas sociales (y se aprovechan del sistema, porque no quieren estudiar ni trabajar), tienen un montón de hijos (generalmente son padres antes de cumplir los 15 años), son malhablados, matones y ladrones.

Pero, ¿es real este estereotipo? ¿Acaso toooooda la clase trabajadora británica se corresponde con esta imagen? ¿O es sólo el fruto de una elaborada campaña de marketing cuyo objetivo es crear un chivo expiatorio que justifique los recortes sociales y el fin del estado de bienestar?

Por medio de una completa y exhaustiva investigación (donde se da la palabra a políticos, periodistas y personas pertenecientes a diferentes clases sociales), Owen Jones se encarga de desmontar este prejuicio que tanto daño está causando a los propios chavs y a la sociedad en general. El autor nos habla de las terribles consecuencias que tuvo la política neoliberal de Margaret Thatcher, de la desindustrialización que desde los años 90 sufre el país (lo que ha lanzado a miles de personas al paro), del auge de empleos temporales mal pagados, del ocaso y del escaso poder de los sindicatos, de la alarmante cantidad de gente que actualmente vive en la pobreza... pero también del escaso poder representativo que tiene la clase trabajadora en la política actual, de unos medios de comunicación que trabajan por y para la clase media acomodada y de unas políticas educativas que cada vez restringen más las oportunidades para labrarse un futuro de la gente sin recursos.

Analizando cuidadosamente la –cada vez más desigual– sociedad británica, su férreo sistema de clases aún –y cada vez más– vigente y las consecuencias políticas y sociales que está logrando el prejuicio contra los chavs y los esfuerzos por culpabilizar a los menos afortunados por su situación, Jones elabora un más que interesante ensayo en el que hay sitio para explicar los disturbios que tuvieron lugar en 2011 (y cuyas causas, desarrollo y consecuencias no son, seguramente, las que creíamos) y para intentar abrir los ojos del lector y hacerle echar una mirada crítica a lo que ocurre a su alrededor.

También de Owen Johnson en ULAD: El Establishment

lunes, 24 de diciembre de 2012

J.R.R. Tolkien: El hobbit

Idioma original: inglés
Título original: The Hobbit, or There and Back Again.
Año de publicación: 1937
Valoración: muy recomendable para niños; recomendable para adultos

Por una vez y sin que sirva de precedente, ULAD se sale de sus dominios habituales para mezclarse en el campo de la crítica cinematográfica; porque, sí, lo reconozco, esta reseña nace después de ver la película (primera de la trilogía) El Hobbit de Peter Jackson, y de releer El Hobbit para comprobar si mis recuerdos sobre el libro eran correctos. Así que aquí va, dos por el precio de uno.

Sobre el libro: El Hobbit es la primera obra de ficción extensa publicada por J. R. R. Tolkien, en aquel entonces profesor de literatura anglo-sajona en Oxford (buen conocedor por tanto del Beowulf, de las sagas nórdicas o de los cuentos infantiles tradicionales, como demuestra su obra). En realidad, Tolkien había escrito El Hobbit para su hijo, y parece ser que solo por casualidad llegó a manos de un editor, quien a su vez se lo dio a leer a su propio hijo antes de decidir publicarlo. El resto, como se suele decir, es historia...

A diferencia de El señor de los anillos, mucho más adulto y oscuro, más denso en mitología y de tono épico, El Hobbit es una novela infantil-juvenil con muchos de los rasgos del género del relato fantástico tradicional: un héroe torpón con el que identificarse y empatizar; un sabio mago ayudante; una aventura llena de peligros y sorpresas; objetos mágicos (¡el anillo!); antagonistas feroces pero algo estúpidos; un narrador entrometido y omnisciente, por no decir sabelotodo; y en general un tono ligero que permite divertirse con escenas que de otro modo podrían resultar terroríficas (como una manada de lobos ardiendo, o una horda de arañas gigantes dispuestas a devorar unos enanos).

Dado que fue la primera obra de ficción publicada, El Hobbit fue, para Tolkien como para muchos lectores, la puerta de entrada a la Tierra Media y a toda su mitología. De ahí que algunos aspectos aparezcan todavía solo esbozados (como la enemistad entre enanos y elfos, o la antigua guerra entre enanos y orcos) y otros apunten ya a lo que después será El señor de los anillos (escrito, por cierto, a petición del editor como secuela de El Hobbit). Hay que tener en cuenta, además, que Tolkien revisó El Hobbit en su segunda edición para hacerlo encajar mejor con su continuación, por ejemplo en cuanto a la relación entre el Anillo y Gollum, o el modo en que llega a manos de Bilbo.

En cualquier caso, e incluso después de estos cambios, El Hobbit continúa siendo una lectura muy distinta a El señor de los anillos: más ligera, más humorística, menos épica y sobre todo pensada específicamente para un público distinto. Esto no quiere decir que un adulto no pueda disfrutar leyendo esta novela; pero para hacerlo, probablemente, tendrá que reencontrarse con su niño interior.

Sobre la película: Voy a decirlo así: si no existiera la trilogía de El señor de los anillos, me parecería que El Hobbit es una película impresionante, que nos deja con la boca abierta por su capacidad visual, sus caracterizaciones, sus paisajes, su capacidad para recrear el mundo de Tolkien como si hubiera saltado directamente de las páginas o de la imaginación de su autor. El problema es que la trilogía existe, y por lo tanto ni los efectos visuales ni las caracterizaciones ni los paisajes resultan nuevos; hasta la música es la misma, o una variación de la misma.

Y voy a decirlo también así: si no existiera El Hobbit (el libro), y esta película fuese una precuela de El señor de los anillos, probablemente seguiría pareciéndome una muy buena película, un pelín lenta, dispersa y repetitiva, pero en todo caso entretenida y muy digna sucesora (o antecesora, según se mire) de las otras tres. El problema, una vez más, es que el libro existe, y como decía más arriba es un libro muy distinto a El señor de los anillos: más liviano, más juvenil, menos épico y sobre todo mucho menos oscuro. Y Peter Jackson ha obviado deliberadamente esta diferencia, añadiendo subtramas violentas y dramáticas (la de Thorin y Azog, por ejemplo) y creando aún más interrelaciones con la trilogía anterior (como la conversación entre Elrond y Gandalf sobre el renacer de Sauron).

En mi opinión, por lo tanto, Peter Jackson ha sido muy poco valiente en El Hobbit desde el punto de vista creativo: además de extender la historia todo lo posible con subtramas e interpolaciones varias, para poder hacer una trilogía donde solo había una o como mucho dos películas, ha decidido hacer más de lo mismo, repetir los trucos que sabe que le funcionan, en vez de intentar algo nuevo y mantener mínimamente el espíritu de la novela original.

Los fans de la primera trilogía probablemente estén encantados con el resultado; los fans de Tolkien, sospecho que quizás no tanto.

También de J. R. R. Tolkien un ULAD: El señor de los anillos, Silmarillion

domingo, 23 de diciembre de 2012

Giorgio Bassani: El jardín de los Finzi-Contini

Idioma original: italiano
Título original: Il giardino dei Finzi- Contini
Fecha de publicación: 1962
Valoración: Se deja leer

«En El jardín de los Finzi- Contini he querido dar una visión profunda de un cierto tipo de sociedad desde un punto de vista histórico, sentimental, artístico e, incluso ideológico, ya que en cuanto narra determinadas circunstancias históricas es una toma de posición contra el fascismo».

Estas palabras pertenecen a Giorgio Bassani, escritor italiano de origen judío y autor de la novela que hoy reseño. Sin embargo, aunque las palabras citadas suenen tan bien, tengo que decir que El jardín de los Finzi- Contini me ha dejado bastante fría. Y eso que hacía mucho que quería leerla ya que todos los comentarios que de ella leía y escuchaba eran muy buenos.

Esta novela de confesados tintes autobiográficos se sitúa en Ferrara, durante el ascenso del fascismo, y narra una de esas historias de amor tormentoso que tanto gustan a los escritores melancólicos: chico de clase media se enamora locamente de una hermosa chica de clase superior que juega con él de forma continua al ratón y al gato y que no termina de dejarle claros sus sentimientos.

En esta ocasión el pobre muchacho es un trasunto de Bassani, un joven judío de Ferrara de clase media amante de las letras, y el objeto de sus anhelos y desvelos es Micòl Finzi-Contini, la bellísima hija de una familia judía de clase alta que posee una magnífica mansión y que es sobreprotectora con sus hijos, de tal modo que los vástagos apenas salen de casa.

Desde un primer acercamiento cuando apenas tienen trece años, el protagonista de la novela siente ganas de besar a la impredecible y enérgica Micòl. Y diez años después el héroe y su idolatrada vuelven a coincidir en la mansión Finzi-Contini en agridulces circunstancias. Con la promulgación de las primeras leyes raciales los jóvenes judíos ya no pueden disfrutar del club de tenis de la zona, por lo que los hermanos Finzi-Contini (Micòl y el sexualmente ambiguo y delicado de salud Alberto) abren su mansión a muchachos y muchachas hebreos en su misma situación. ¿La disculpa? Dar en el morro a esas leyes anti-judías jugando a tenis en su digna pista y dejándose mimar por el servicio de la adinerada familia.  Será en estos encuentros cuando el alter ego de Bassani y la bella esquiva se conviertan en íntimos amigos aunque el joven no tenga del todo claro los sentimientos de ella, ya que Micòl a veces se muestra cálida y otras veces tirante. Y el repentino viaje a Venecia de la chica para acabar su tesis (ella también es una brillante estudiante) y su vuelta aún más impredecible, no harán sino trastornar aún más a su enamorado.

Aunque no los nombre a todos, es obvio que varios personajes con papeles trascendentes para la historia pululan por las páginas de la novela, pero el más terrible de todos es un fantasma nunca nombrado: el miedo a que la vida de sus protagonistas sea truncada de un momento a otro. No en vano, hablamos de un régimen que, en teoría, no distinguía entre clases.

Pero como ya he dicho al principio, la novela, pese a contener una historia que podía dejarle a uno con un nudo en el estómago o sacudirlo mediante su triste belleza, me ha dejado bastante fría.

Creo que Bassani contaba con un envidiable material entre manos para tejer su historia, autobiográfica además, lo que debería hacerla más pasional. Pero se limitó a describir lo que le sucedió con los Finzi-Contini sin llegar a la esencia de tanta desilusión, admiración y devaneo sentimental. Es decir: debería habernos contado más, aunque fuera fabulando, sobre Micòl, sobre Alberto, sobre él mismo. Porque aunque la novela sea breve y agradable de leer, esté bien escrita y uno conozca gracias a ella la Ferrara de la época, contiene personajes poco definidos y por tanto, no del todo creíbles. Vamos, esa sensación me produce a mí.

PD: hay película de De Sica, de 1972. A Bassani, por lo que he leído, no le convenció mucho, excepto su duro final…


sábado, 22 de diciembre de 2012

Ryszard Kapuscinski: Un día más con vida

Idioma original: polaco
Título original: Jeszcze dzieri zycia
Año de publicación: 1976
Valoración: muy recomendable

Gran novela de aventuras: un periodista algo osado se decide por quedarse alojado en un hotel en Luanda, capital de Angola que está a punto de ser tomada por uno de los bandos que luchan por el poder, una vez Portugal ha decidido otorgar la independencia y le ha puesto fecha y hora. 1975. El periodista, polaco, arriesga su vida ya por el mero hecho de serlo; uno de los bandos persigue atrozmente a cualquiera que huela a comunista. Pero eso no lo pone a salvo de otros, ni mucho menos. Constantemente se juega el pellejo pasando controles, hablando con soldados y mandos de ambos bandos, manteniendo un imposible equilibrio de amistades y conocidos a todos los niveles, con tal de que ello le permita cumplimentar el ejercicio de su labor.
Se trata de informar de lo que pasa, de hacerlo sin otro prisma que el de la realidad o, en todo caso, el posicionamiento al lado de los más débiles (pues considera que siempre son los que más sufren en los conflictos bélicos). Se trata de tensar la cuerda al máximo con tal de contar con los mejores recuerdos, los mejores testimonios, las mejores imágenes (encima el tipo puede usar fotos propias para ilustrar sus portadas), en definitiva, la estampa más real y menos sesgada de lo que ocurre a su alrededor.
Luego vuelve a Polonia, se supone, ordena sus notas, recompone un poco sus recuerdos y lo escribe de una manera ágil, con escasas licencias pero con sublimes resultados. Elude el tono excesivamente emocional, la fácil languidez o la apelación al lloriqueo inútil. Los muertos que se encuentra a su paso huelen fatal, si no se entierran hay que pasar de largo, a lo sumo ver la cantidad que hay de ellos, y luego explicarlo.
Explicar, explicar de la mejor manera. Ésa es la finalidad última del héroe de esta novela. Las conclusiones ya le irán surgiendo al lector, que sabe que poca imaginación y poca inventiva se ha aportado. Hasta explicar cómo lo explica, qué vicisitudes atraviesa el periodista para poder rendir cuentas de su trabajo, cómo se cansa y cómo suda y cómo siente miedo y asco, no en Las Vegas y con drogas, en Angola y con apenas un par de cajas de tabaco polaco húmedas de sudor, que son casi la mejor moneda de cambio, donde la sonrisa es de desconfianza y la carcajada es de locura.

Ya está, lo confieso, por si alguien no se ha dado cuenta: ni es una novela ni su protagonista es sólo un periodista. Mejor: sí es sólo un periodista, en cuanto periodista es persona de carne y hueso, persona que valora lo injusto de lo que pasa, persona que piensa en qué habrá sido de aquellos a los que ha conocido y le han ayudado. Persona que cuenta lo que pasa a su alrededor. Porque los hechos son reales y las personas también. Qué grande, este hombre.

También de Ryszard Kapuscinski en Unlibroaldía: Aquí

viernes, 21 de diciembre de 2012

Libros para el fin del mundo

Por algún motivo, la idea del "Fin del Mundo" parece atraer a la imaginación humana. Hoy, 21 de diciembre de 2012, es uno de esos días en los que dicen que vamos a dar nuestro último aliento, solo porque hace un porrón de años a los mayas se les acabó el espacio en la piedra para meter más años. Pero esta confusión anecdótica revela una atracción intemporal por el destino final de la humanidad, del planeta o del universo, que se presenta al mismo tiempo como un momento de destrucción, sufrimiento y caos, pero también como un restablecimiento del orden cósmico: el juicio final en el que la humanidad en su conjunto, y cada ser humano en particular, paga por sus pecados.

De hecho, los mitos sobre el fin del mundo (o "escatológicos") están presentes en todas las grandes religiones: el hinduísmo, por ejemplo, cree que estamos en la última fase del ciclo o Kali Yuga (la más impura e infiel de todas, faltaría más), después de la cual Vishna disolverá y regenerará el universo; el "sermón de los siete soles" de Buda describe la destrucción del universo, después, también, de una fase de decadencia, inmoralidad y crimen. En las religiones de la tradición judeo-cristiana e islámica, el fin del mundo toma la forma de "Juicio Final" en que Dios resucitará y juzgará a los muertos por sus actos; por supuesto, no podemos hablar del Apocalipsis sin hablar del Apocalipsis, el último libro de la Biblia y uno de los más poéticos y simbólicos.

Pero no solo los textos religiosos se han ocupado del "final de los tiempos": la literatura también, con especial recurrencia en los últimos doscientos años. De hecho, una de las primeras obras modernas en plantear la desaparición de la raza humana es El último hombre (1826) de Mary Shelley (sí, la autora de Frankenstein), en el que la culpa la tiene una enfermedad incurable que se extiende por el mundo. O cómo no, La máquina del tiempo (1895), de H. G. Wells, en que el viajero temporal termina cayendo en un futuro lejano en que la civilización ha desaparecido y la humanidad ha degenerado en dos especies distintas: los refinados Eloi y los brutales Morlocks (en otro salto hacia el futuro, el viajero temporal llegará a ver el momento de destrucción de la Tierra, a causa de un sol gigante y abrasador).

El siglo XX ha sido pródigo en ficciones apocalípticas, que han reflejado los sucesivos miedos dominantes: una epidemia incurable, la guerra nuclear, el calentamiento global... La ficción literaria o cinematográfica sobre la capacidad devastadora de las armas atómicas inundó la imaginación del siglo XX. Ray Bradbury, por ejemplo, incluyó en varios relatos de sus magistrales Crónicas marcianas (1950) un escenario de guerra nuclear de efectos devastadores sobre la Tierra.

En la rama epidémica se sitúa una de las novelas más influyentes del género, Soy leyenda de Richard Matheson (1954), que ha sido llevada al cine en varias ocasiones; aunque no es la primera: además de la obra de Shelley de la que ya hemos hablado, Jack London había escrito medio siglo antes una novela titulada La peste escarlata (1898) en que la humanidad es destruida por un virus. Una supergripe es también la causa del fin de la humanidad en Apocalipsis (título original, The Stand, 1990), de Stephen King.

Entre los relatos apocalípticos de origen ecológico se impone mencionar El rebaño ciego (1972) de John Brunner, una novela terible en que la polución y la sobreexplotación del planeta causan todos los males imaginables a los seres humanos. J. G. Ballard, otro autor clave del género de ciencia-ficción del siglo XX, jugó a imaginar distintos finales para el planeta tierra: el exceso de agua en El mundo sumergido (1962); la falta de agua en La sequía (1964), o un extraño fenómeno que transforma la materia en cristal en El mundo de cristal (1966). En Ciudad (1952) de Clifford D. Simak los humanos también son culpables de su propio final, pero por puro agotamiento y decadencia de sus estructuras sociales.

En otros casos, el origen del desastre proviene del espacio exterior: de nuestros amigos los marcianos. H. G. Wells, de nuevo, marcó la senda con su novela La guerra de los mundos (1898), creando una tradición que llega hasta el Mecanoscrito del segundo origen (1974) de Manuel de Pedrolo; mientras que en El día de los trífidos de John Wyndham, una extraña lluvia de meteoritos verdes y unas misteriosas plantas asesinas se reparten la destrucción del planeta. Philip Wylie y Edwin Balmer, por su parte, fueron pioneros al plantearse lo que ocurre Cuando chocan los mundos (1933), una novela que también ha sido adaptada varias veces adaptada al cine. La tierra también es destruida, por medios más burocráticos, en la Guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams; pero ya sabéis, Don't panic.


El siglo XXI comenzó con su propio mito apocalíptico (el famoso "efecto 2000", que se suponía que iba a freír todos nuestros sistemas informáticos); así que no es de extrañar que la ficción (post)apocalíptica siga ocupando un lugar en nuestras librerías, televisiones y salas de cine: The Walking Dead, Los juegos del hambre, Soy leyenda, la saga Terminator... De hecho, la ficción distópica o post-apocalípstica ha atraído la atención de escritores consagrados como Cormac McCarthy (La carretera, 2006) o Margaret Atwood (Oryx y Crake, 2003).


No se prevé, por lo tanto, una falta de interés por el tema apocalíptico en un futuro cercano. Quiero decir, si es que hay futuro más allá del 21 de diciembre. Y si no lo hay, si al final resulta que las profecías tenían razón y hoy se acaba todo, por lo menos que el fin del mundo nos pille leyendo.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Alan Licht (editor): Bonnie 'Prince' Billy por Will Oldham

Título original: Will Oldham on Bonnie 'Prince' Billy
Idioma original: Inglés
Año de publicación: 2012
Calificación: recomendable para fans


Lo malo de los libros sobre músicos (o sobre artistas, en general) es que, salvando excepciones, suelen estar escritos desde la más profunda admiración o desde el sentimiento contrario, lo que da como resultado una obra en la que el objeto de la misma acaba siendo subido a los altares o bajado a los infiernos sin contemplaciones. Y lo bueno de este libro es que no hace ninguna de las dos cosas.

Bonnie 'Prince' Billy por Will Oldham es una extensísima entrevista en la que el cantautor de Kentucky habla, de la mano de Alan Licht (compositor, guitarrista, musicólogo y periodista, además de amigo personal de Oldham), de (casi) todo aquello que sus fans quieren saber. Y eso es mucho decir, pues no hay que olvidar que es uno de los músicos más reacios a dar entrevistas y a hablar de sí mismo que podemos encontrar hoy en día.

Así, gracias a este libro descubrimos que Oldham comenzó su carrera como actor, que su experiencia en el mundo del cine ha influido muchísimo su forma de hacer música –y, sobre todo, de desenvolverse en el negocio–, cómo se enfrenta a la página en blanco, qué hay de sí mismo en sus canciones, qué hay detrás de Palace y cómo concibe los conciertos y su manera de actuar ante el público, entre otras cosas. Pero también se nos descubre, más que como el genio huidizo que parece, como un hombre normal que sólo quiere hacer música y olvidarse de todo lo demás.

Debido al misterio que siempre ha rodeado a Oldham, creo que esta obra es perfecta para despejar muchas dudas y para poder disfrutar de su música desde otra perspectiva. Y, a pesar de que éste es un libro a priori "sólo para fans", merece la pena echarle un vistazo y descubrir en qué se inspira o cómo trabaja uno de los músicos más interesantes del panorama actual.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

David Lodge: La vida en sordina

Idioma original: inglés
Título original: Deaf Sentence
Año de publicación: 2008
Valoración: está bien

Tengo que admitir que me compré este libro solo por el título. El original en inglés, Deaf Sentence, supone una pesadilla sadomasoquista para todo traductor cuyo jornal dependa de su ingenio. El pobre Jaime Zulaika ha hecho lo que ha podido, pero tampoco se ha lucido (y que conste que no le culpo: ni que yo tuviera una idea mejor...).

Deaf Sentence hace referencia a la sordera del personaje protagonista, un profesor universitario recientemente jubilado, por culpa de la cual se ve cada vez más y más aislado de todos los que le rodean. El juego de palabras ["death" (muerte) y "deaf" (sordo) suenan casi idénticos en inglés] sugiere que el autor va a abordar el tema de forma humorística, y, efectivamente, así lo hace al principio. Lo malo es que el tono ligero que prometen tanto el título como la edición --por lo menos, la británica-- no se mantiene a lo largo de toda la novela. Y el lector, que creía haber comprado una comedia, no puede evitar sentirse un poco estafado en ese sentido.

Escrita en forma de diario, aunque salpicada con algunos fragmentos de autoficción en tercera persona, La vida en sordina se centra en un principio en las situaciones comprometidas y graciosas a las que Desmond Bates se ve abocado por culpa de su mal oído. Haciendo alarde de un gran sentido del humor, el profesor reflexiona acerca de su condición y llega incluso a compararla, por oposición, con la ceguera: la una resulta cómica y la otra, trágica; la una simboliza lo bajo y la otra, lo sublime; la una inspira irritación y la otra, compasión. Y no deja de tener razón: aunque ninguno osaríamos exasperarnos con una persona ciega por el hecho de que no vea, a menudo nos impacientamos con los duros de oído. Por contrapartida, escribe Desmond, los "sorditos" suelen ser los animadores oficiales de las reuniones sociales.

Pero es como si David Lodge hubiera decidido escribir un libro distinto a mitad de camino: para cuando terminamos la lectura, no queda ni rastro de ese humor autoparódico del principio. Por otro lado, lo que narrativamente resulta inconsistente no deja de ser un reflejo de la vida misma: como podría haber dicho un Desmond más palabrotero, shit happens. Y entonces todo cambia de forma radical. No podemos culparle a Desmond Bates de que su diario comience de un modo y termine de otro. Pero ¿podemos culparle a David Lodge?

Pese a esa gran incongruencia tonal y a otros defectos, es indudable que el autor consigue meternos en la piel de su protagonista. Así, aunque de forma insospechada, La vida en sordina va superponiendo capas de profundidad a los conflictos de Desmond Bates y plantea temas que nos afectan a todos y que podrían resumirse en una sola palabra: envejecer. Una maldición de la que todos, independientemente de nuestra edad, desearíamos poder escapar.

También de David Lodge en ULAD: El mundo es un pañueloTrapos sucios

martes, 18 de diciembre de 2012

Eduardo Mendoza: Tres vidas de santos

Idioma original: español
Año de publicación: 2009
Valoración: Recomendable

Para no ser especialmente fan de Eduardo Mendoza, la verdad es que ya le voy leyendo bastante. Sigo dejando para el final La ciudad de los prodigios y La verdad sobre el caso Savolta (que leí hace demasiados años como para que sea recomendable hacer la cuenta), y ataco ahora estas Tres vidas de santos, un volumen de tres relatos de diferente extensión y temática. Como explica Mendoza en el prólogo, el concepto de "santo" al que hace referencia el título no es el del santoral católico, sino que se acerca más bien al de "persona que encarna una idea", aunque esta idea sea absurda o exagerada y aunque esta idea haga que estos personajes no encajen en el mundo real del resto de los mortales.

Los tres relatos, dice también Mendoza, corresponden a tres momentos distintos de su producción: la inicial, la intermedia y la "más reciente"; y esta evolución se nota. El primero de ellos, "La ballena" es un relato, aunque con aspectos hiperbólicos, anclado en la realidad de la Barcelona del Congreso Eucarístico Internacional de 1952. A él llega un obispo centroamericano de aspecto estrafalario y no muchas entendederas, que por motivos políticos se verá imposibilitado de volver a su país. Su llegada cambiará la vida de toda la familia del narrador, que se encarga de acogerlo.

El segundo relato, "El fin de Dubslav", abandona este realismo y se sumerge en el ámbito de la parábola: el protagonista, Dubslav, sufre dos ataques misteriosos que lo dejan al borde de la muerte, y decide abandonar la civilización para internarse en el continente africano en busca de un lugar que vio en un documental de la televisión. Un telegrama, en que se le comunica la muerte de su madre y la atribución (a ella, a la madre) de un premio por sus contribuciones a la oftalmología, lo sacará de su retiro y lo lleva a pronunciar un discurso que desnuda lo absurdo de la civilización y de la realidad en conjunto.

El tercer relato, "El malentendido, tiene una moraleja parecida, si es que se puede denominar así, aunque en este caso específicamente aplicada al mundo de la literatura. El protagonista es Antolín Cabrales, un recluso en un centro penitenciario que se aficiona a la lectura, y que a la salida de la cárcel terminará convertido en escritor de éxito. Solo que, explicará el propio Antolín a su antigua profesora, Inés Fornillo, en realidad se trata de un malentendido: la literatura que él escribe (¿toda la literatura?) es en realidad una farsa, un simple truco, pura técnica y prestidigitación, nada de arte ni de inspiración ni contacto con las musas.

Este último relato da que pensar, sobre todo reflexionando sobre la carrera del propio Eduardo Mendoza. Puede que sea solo un relato, irónico y burlesco como casi todo lo que ha escrito últimamente; pero también puede reflejar un descreímiento real hacia la literatura: el hastío de alguien que comenzó creyendo en la capacidad de la literatura para... para algo (y ese alguien escribió La ciudad de los prodigios o La verdad sobre el caso Savolta), y que llegado un momento decidió que prefería escribir cosas como Sin noticias de Gurb o El enredo de la bolsa y la vida). Pero a lo mejor estoy sacando las cosas de quicio, y este relato solo es una broma más de Mendoza...

Sea como sea, Tres vidas de santos es una obra interesante para conocer a su autor: con un toque humorístico aunque sin llegar a la "astracanada", siempre aficionado a los seres extravagantes y a las situaciones absurdas, Mendoza demuestra que sabe lo que hace con una narración, ya sea en forma de retrato realista o de parábola. Creo que ya no debería esperar más, y leerme sus primeras obras, a ver...

Otros libros de Eduardo Mendoza en Un Libro Al DíaLa ciudad de los prodigiosEl enredo de la bolsa y la vidaEl misterio de la cripta embrujadaSin noticias de Gurb, El laberinto de las aceitunasEl año del diluvioUna comedia ligeraLos soldados de Cataluña

lunes, 17 de diciembre de 2012

Hans Magnus Enzensberger: Hammerstein o el tesón

Título original: Hammerstein oder Der Eigensinn
Idioma original: Alemán
Año de publicación: 2008
Valoración: recomendable

No soy un habitual de libros de historia.
No soy un habitual de biografías.
No soy un habitual, tampoco, de libros cuya primera frase dice que un matrimonio "fue bendecido" con siete hijos.
Pero resulta que todo lo relacionado con la Alemania nazi me tiene, como a millones de lectores, abducido. Completamente. Ya me quedé con las ganas de reseñar HHhH en su día, así que me quito la espina con esta biografía de un general opositor a Hitler.
El tono del libro es de una enorme solemnidad. Muy apropiado por lo severo del tema tratado, si bien en algún momento se aprecia una cierta ruptura: el autor se toma una licencia para imaginar diálogos, tanto banales como aquellos en los que, uno intuye, se está decidiendo y opinando sobre hechos de gran repercusión para la historia de la humanidad.

Todo ello sin opinión ni pronunciamiento: hechos que hablan por sí solos. Sí, el tono del libro es solemne, pero conforme se avanza se vuelve, casi, siniestro. A la vez que uno lee sobre las intrigas y las depuraciones y las crecientes sospechas, uno dejaría el libro un momento y miraría tras de sí y se levantaría a comprobar que la puerta de casa está cerrada. Ese es el mérito de Enzensberger. Extraer una parte relativamente desconocida dentro de una historia de sobras conocida, y convertirla en, casi, un entramado de ficción, merced a la introducción de diálogos reales y del recurso por el cual realiza una serie de "entrevistas póstumas" con algunos de los personajes. Aportarle, entonces, un aire de suspense, una sensación leve de precipitarse por una rampa, la de los acontecimientos, sin pecar de frivolidad, sin abandonar la gravedad.

Es así como se aleja la lectura de sus más de 350 páginas de la experiencia de leer un reportaje periodístico en una de esas revistas dedicadas a la historia. No es sencillo, cuando se trata de temas tan delicados como sumidos, espero, en la mayor de las unanimidades a la hora de juzgar su crueldad y sus consecuencias. Sí, después de HHhH, después de la reseña de Si esto es un hombre, volvemos al socorrido tema de la Europa del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. No sólo porque dan juego literario a libros interesantes y recomendables como éste. También porque, día tras día, surgen nuevos motivos para no olvidar ni un detalle de lo que sucedió.

No hay nimiedad en estas historias, no hay cuestiones menores cuando se habla con tal profusión de todas las maniobras por las que los nazis accedieron al poder, y de toda la crueldad que usaron no sólo para ese acceso, sino para la gestión de ese poder. Así, Hammerstein o el tesón transcurre paralela a los hechos reales, que nos van acompañando, sin apenas menciones al desarrollo del conflicto bélico, que parece aquí ser un telón de fondo para las intrigas políticas y militares, para la constante persecución y la sospecha, para hacernos una idea de lo que era, incluso para clases relativamente dominantes y acomodadas, vivir bajo el régimen del terror y la arbitrariedad.

El propio autor aclara en un postfacio que no debe, a pesar de sus licencias, considerarse el libro como una novela. Y que la figura de Hammerstein también ha sido mencionada en la obra de Alexander Kluge. Motivos no le faltan a Enzensberger: Hammerstein o el tesón es una lección histórica con más aristas de las que parece a primera vista; una vez finalizada la contienda, los miembros supervivientes de la familia toman diversos destinos, diversas posiciones políticas, con el factor común a todos ellos de no haber abrazado jamás, a pesar de todo, el nazismo. Viven a ambos lados del telón de acero y sufren las nuevas oleadas de totalitarismo y grados parecidos de presión y de sombras sobre el ejercicio de la libertad individual. Pero, parece, todos aguantan. con firmeza. Ése es el tesón al que se refiere el autor.

También de Enzensberger en Unlibroaldía: En el laberinto de la inteligenciaTumulto, Esterhazy

domingo, 16 de diciembre de 2012

Fred Vargas: El ejército furioso

Idioma original: francés
Título original: L'Armée furieuse
Año de publicación: 2011 
Valoración: recomendable

Los que sigan este blog desde hace un tiempito ya sabrán que me gusta la novela policiaca; es una especie de placer culpable, que sienta muy bien para descansar la cabeza de grandes profundidades y, simplemente, disfrutar del placer de la lectura. Eso es lo que pido a este tipo de novelas, y esto es lo que ofrece Fred Vargas: historias que enganchan, misterio, personajes sorprendentes y un final que cierra todos los hilos, aunque resulta algo traído por los pelos, en mi opinión.

El ejército furioso pertenece a la serie del "comisario Adamsberg", y continúa donde terminó Un lugar incierto, con el comisario compartiendo casa con su recién descubierto hijo Zerk; como en aquella novela, también en esta se mezcla la investigación de dos crímenes (se ve que eso es marca de la autora): por una parte, un multimillonario y archipoderoso empresario parisino ha sido quemado vivo en su coche y las sospechas recaen (injustamente, piensa Adamsberg) en un joven pirómano; por otro lado, en un pequeño pueblo normando se ha desatado una ola de asesinatos provocada por la Mesnada Hellequin, algo así como una Santa Compaña noreuropea, que persigue a las personas culpables para hacerles pagar por sus crímenes. Ah, y todavía hay un tercer misterio: descubrir a la persona que ató cruelmente las patas a una paloma enfrente de la comisaría. ¿Será capaz Adamsberg de resolver tanto misterio? Por supuesto, de eso y mucho más.

Como se puede ver por este resumen, y por la reseña que hice de Un lugar incierto, la autora reincide en ciertas características que pueden funcionar más o menos: me refiero a la sobrecarga de enredos, y al establecimiento de conexiones entre tramas aparentemente alejadas las unas de las otras; y la mezcla de lo meramente policiaco con un elemento fantástico y sobrenatural. A los fans del género detectivesco puro probablemente les ponga muy nerviosos esta mezcla, así como los métodos bastante anárquicos de Adamsberg, que nada tienen que ver con la estricta racionalidad de los modelos prototípicos del género.

Confieso que hay una cosa que me distraía un poco al principio, y que luego conseguí superar, aunque volviera a llamarme la atención aquí o allá. Me refiero a algunas elecciones de la traductora (la muy premiada y muy reconocida Anna-Hélene Suárez Girard), y a algunas erratas de la edición (así a bote pronto recuerdo una pregunta sin signo de interrogación de cierre; un "por qué" que debería ser "porque", un "mensajería saturada" cuando la opción más natural en español habría sido "buzón lleno" o "bandeja de entrada llena"...). En fin, son pequeñas cosas que en este caso no llegan a ser graves, pero que distraen.

Pero aparte de estas pequeñas menudencias, y volviendo a lo que decía al principio, El ejército furioso ha sido una lectura refrescante después de una buena temporada sin tiempo para leer novelas. Sigo pensando que no será la última novela de Fred Vargas que lea.

Otros libros de Fred Vargas reseñados en ULAD: Un lugar inciertoLos cuatro ríosTiempos de hielo, La tercera virgen

sábado, 15 de diciembre de 2012

Iban Zaldua: Ese idioma raro y poderoso

Idioma original: español
Año de publicación: 2012
Calificación: muy recomendable

Según afirma Iban Zaldua en el prólogo de Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar, este libro –o panfleto, como él lo llama– es un intento de poner en orden sus ideas acerca de la literatura y de los escritores vascos. No sólo cumple ese deseo (o eso parece, al menos), sino que además escribe un excelente ensayo sobre las virtudes y defectos de una literatura que, desgraciadamente, se mira siempre con demasiados prejuicios (tanto desde un lado como de otro).

A pesar de que Zaldua habla de once decisiones que un escritor vasco debe tomar antes de ponerse a escribir, éstas giran en torno a tres realmente importantes: escribir en euskera o en castellano/francés (aunque esto vale sólo para los escritores bilingües, claro; los monolingües no tienen este problema), hablar de ETA o no y seguir una tradición literaria que no es como para tirar cohetes o las tendencias contemporáneas de la narrativa internacional.

Después de plantear las decisiones a tomar por los escritores, Zaldua (que publica tanto en euskera como en español) dedica las páginas de este libro a analizar la literatura y el sistema literario vascos (especialmente, de los últimos cincuenta años, que son los que más nos interesan) y, sobre todo, qué escritor ha escrito qué y por qué.

Pero también se pregunta si realmente todos los escritores deben plantearse estas decisiones antes de sentarse a escribir. ¿Acaso no hay quien escribe un libro sobre el tema que le apetezca utilizando el idioma quele apetezca (o que mejor domine)? Sin duda. Pero, por alguna extraña razón, siempre se da por sentado lo contrario.

Lo mejor de esta obra, sin embargo, es que Zaldua no se muerde la lengua y dice sin tapujos qué obras/escritores tienen calidad y cuáles han sido sin duda sobrevaloradas/os por un mercado ávido de novedades (o de nuevas caras, o de lo que quiera el mercado en cada momento). Pero también, eso sí, habla con respeto, sin caer en peleas personales y proporcionando sobrados argumentos (atendiendo sólo a lo estrictamente literario) para defender sus palabras.

Es éste, sin duda, un libro necesario para todo aquel que esté interesado en la literatura vasca, para descubrir que algunos de los escritores encumbrados ni son tan buenos ni se merecen estar en el lugar que ocupan y para acabar con muchos prejuicios que tienen, tanto quienes escriben/leen en español, como quienes escriben/leen en euskera.

También de Iban Zaldua en ULAD: BiodiscografíasLa isla de los antropólogos y otros relatosSi Sabino viviríaLa patria de todos los vascos

viernes, 14 de diciembre de 2012

Donald Ray Pollock: El diablo a todas horas

Idioma original: inglés
Título original: The Devil All the Time
Año de publicación: 2011
Valoración: muy recomendable

Hace un par de años nadie tenía ni idea de quién era Donald Ray Pollock. En febrero de 2011 Libros del Silencio publicó su volumen de relatos Knockemstiff (reseñado en ULAD aquí). En marzo de 2011 nadie sabía pronunciar Knockemstiff. Unos meses después, mucha gente sabía quién era Pollock, mucha gente sabía pronunciar esa palabra de 12 letras y, además, mucha gente sabía que ese lugar existe y está en Ohio. Y "mucha gente" quizá se queda corto.

Efectivamente, Knockemstiff tuvo una importante repercusión en nuestro país y, lo que es más importante, exclusivamente por razones literarias: Donald Ray es un cabrón feroz, áspero, sarcástico y cruel, pero sobre todo es un escritor enorme, con un gran talento para contar historias, atrapar al lector y concebir personajes inolvidables. No he leído la versión original, pero seguro que la traducción de Javier Calvo también ayudó a que el libro fuese justamente valorado (nota mental: Calvo traduce a Pollock y también a Palahniuk; es de suponer que dentro de unos años termine escribiendo cartas desde Rodez...).

En todo caso, cuando la editorial anunció que publicaría la primera novela del autor la red empezó a arder y una pregunta inevitable circuló sin descanso en los corrillos literarios, en los blogs, en las iglesias y en los mataderos: "¿Estaría a la altura de su impresionante debut?" Desde luego que habrá opiniones para todos los gustos; en mi caso, leído y releído, no solo creo que está a la misma altura sino que es todavía mejor. Incluso mucho mejor: porque el seguimiento que Pollock realiza a lo largo de los años de sus personajes le permite profundizar en el hoyo que estos van cavando, sin darse cuenta, y que constituye una de las tesis fundamentales del texto: la tensión entre la esperanza y la desesperanza.

Superada la tremendísima portada que Alfonso Rodríguez Barrera ha realizado para la edición española, lo que nos encontramos es la sobrecogedora peripecia vital de una serie de personajes aturdidos, horrorizados, resignados, violentados, agredidos, prisioneros, excluidos. Puro Pollock, puro Knockemstiff. Hombres y mujeres que conviven con la putrefacción y el asesinato, con la ira, con la vergüenza, con Dios, con el miedo... Dios está muy presente, sí. Pero no es exactamente Dios: es la idea equivocada de Dios; el Dios deforme y sádico que los humanos son capaces de crear para justificarse, para enfrentar sus carencias, sus afectos mórbidos. Un monstruo que recorre silenciosamente las páginas de la novela y, sin embargo, pesa: sobre los protagonistas, sobre la tierra árida, sobre el lector.

A mitad del texto, más o menos, descubrí algo que me cambió completamente su lectura: cómo Pollock reserva, para cada uno de sus vástagos, para esos personajes alejados del orden, de la ética cotidiana, tan cercanos a cadáveres chapoteando, una idea peculiar de La Belleza. Las mayúsculas no son gratuitas. Quisiera contrastar este hecho con otros lectores... El niño Arvin, Carl el gordo, el guitarrista paralítico Theodore... ellos y otros son, digamos, conscientes de la inmundicia que los rodea, conscientes de una forma descarnada; y sin embargo, parte de su batalla diaria es hacer frente al dolor proponiendo un margen para la Belleza. Una belleza afectada por la misma enfermedad que Dios: belleza hedionda, belleza equivocada, belleza que viene de un lugar horrible y va hacia otro todavía peor. Esa belleza que se podía intuir en Knockemstiff y que, para mí, se hace mucho más evidente en esta novela espeluznante, imposible de dejar, dolorosa y magnética como un anzuelo enganchado en la boca que tira de ti hasta que la carne se abre.

Subrayé una frase que resume muy bien el tono que me transmitieron las primeras páginas:
Algunos de los huesos que colgaban de los alambres y los clavos traqueteaban suavemente al chocar entre sí, emitiendo un ruido que sonaba a música hueca y triste.
Donde "los huesos" pertenecen, entre otros, al perrito del niño Arvin, que su padre ha sacrificado y colgado para pedirle a Dios un milagro.

Así están las cosas por la hondonada. 

También de Donald Ray Pollock en ULADKnockemstiff

jueves, 13 de diciembre de 2012

Don DeLillo: Cosmópolis

Título original: Cosmopolis
Idioma original: Inglés
Año de publicación: 2003
Calificación: intragable

Ya está. Ya he acabado mi primer libro de Don DeLillo, tras intentos vanos con otros tres, que no voy a detallar aquí. Y, francamente, pido a los dioses que me mantengan alejado de los libros de este tipo por el mayor tiempo posible. Puede que pruebe con ese Submundo que tanta gente entroniza, pero será un día lejano. Antes, necesitaré airearme un poco con otras lecturas.
Si he evitado usar la etiqueta autogenerada me caerán capones por tos los laos es, primero, porque se acerca la Navidad y espero comprensión por parte de los lectores y, después, porque he leído otras voraces críticas a la adaptación cinematográfica que ha perpetrado Cronenberg dándole el papel protagonista al crepuscular Robert Pattinson. Si es que de dónde hay no se puede sacar.
Porque, damas y caballeros, menudo peñazo de novela es esta Cosmópolis. No sé si interpretar, por las sensaciones vividas, que DeLillo es aquí consciente de que su premisa inicial sólo puede entenderse y sustentarse en términos de transmitir el caos reinante a través de su propia escritura. Sí, sería una explicación para ciertas imágenes enfermizas. No hasta el punto de dignificarla, pero actuaría como atenuante, cuando no como coartada. Veríamos, entonces, que podría argumentar DeLillo de esa interminable sarta de frases cargantes que aderezan y alargan pasajes y pasajes de este libro, sin venir mínimamente a cuento, salvo el que el lector interprete que el propio narrador participa del mismo trip absurdo y alucinado que parece ser la premisa de toda la novela. Por lo menos Hunter S. Thompson se atrevía con lo que escribía.

Ésta es la trama de Cosmópolis: un joven y avezado broker trufado de millones (que le permiten poseer excentricidades como un tiburón  metido en un acuario en una de las innumerables habitaciones de un apartamento enorme en un edificio de 89 plantas, o un sencillito bombardero Tupolev), decide lanzar el doble reto de su vida y le pide al chófer de su enoooorrrrme limousine blanca que le lleve a cortarse el pelo al otro extremo de la ciudad (en lo que, al final, parece manifestarse como una especie de simbólico regreso a la humildad de sus orígenes... pero qué cosa más tierna), a la par que, en una de esas complicadas y especulativas operaciones financieras (una de ésas que han llevado al desastre a medio planeta), apuesta su inmensa fortuna contra la evolución del yen. Todo muy creíble, y todo muy emblemático.

El recorrido hacia la peluquería en el vehículo toma la forma de una especie de epopeya en la que, supongo, cada uno de los obstáculos, cada uno de los encuentros aparentemente casuales debe revestir algún tipo de simbolismo. Aparece, también, en ese itinerario (o quizás deba decir via crucis), su mujer, otra guapa ricachona a la que parece no irle mucho el sexo, y con la que se encuentra varias veces, parece, casualmente. Perdonad: el libro es un lío. Hay manifestaciones, disturbios callejeros, estrellas del rap usadas como muzak para ascensores (y que fallecen por escasamente glamourosas causas naturales), performances, parece, del  fotógrafo ése que fotografía a gente en pelotas, y toda suerte de tonterías que la prosa de DeLillo, supongo, pretenderá que lectores muy pero que muy espabilados traduzcan a algún tipo de metalenguaje que, seguro, servidor de Vds. ignora. Motivo éste final, supongo, por el que esta novela me ha provocado tan soberano aburrimiento.

También de Don deLillo en ULAD: Aquí

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Zoom: El cuadro de la barca de pesca, de Alan Sillitoe

Idioma original: inglés

Título original: The Fishing-boat Picture

Año de publicación: 1959

Valoración: Muy recomendable




Las elipsis pueden ser, en ficción, un mal síntoma: evidencian la falta de inventiva del autor, su incapacidad para cerrar debidamente su argumento. Pero hay casos en que esa intriga que deja en el lector, el velo que tiende sobre una parte del cuadro para ocultarlo a nuestra vista, amplía la sensación de realidad. Porque la vida es exactamente así: nunca lo conocemos todo, son, precisamente, los ademanes, chismorreos, alusiones, hallazgos casuales, coincidencias, el material con el que habitualmente tenemos que componer una conclusión más o menos certera. Si en este relato algo percibimos claramente es el fracaso, el malentendido, pero también la sensación de que, en la medida de lo posible, algo se ha enmendado al final.

La verdad es que comencé a leerlo con una sensación de futilidad. Lo que Sillitoe me estaba contando parecía de lo más intrascendente, sobre todo, porque acababa de leer una grandísima historia, excelentemente contada, en el mismo volumen que tenía entre manos. Estaba de todo menos predispuesta a impresionarme. Y lo mejor es que no lo hice. La narración fue penetrando tan fluidamente como el agua de un vaso, tan sin estridencias que solo en el último momento me di cuenta de hasta qué punto había conseguido conmoverme.

Lo que se nos presenta no son más que un puñado de hechos nimios narrados en primera persona y protagonizados por gente común. La acción se sitúa en los períodos previo y coincidente con la segunda guerra, a la que se menciona de pasada y solo para marcar la cronología. No hay alardes estilísticos ni estructurales, lo que intensifica la sensación de realidad. El protagonista es un solitario cartero, aficionado a la lectura que se casa con su novia de siempre. Pocos años después, según parece, el carácter fuerte de ella hace naufragar el matrimonio. Es mucho más tarde, transcurrido otro buen trozo de vida en el que cada uno ha seguido su rumbo – más apacible el de él, más tormentoso, por lo que podemos intuir, el de ella –, las experiencias han dejado su huella y sedimentado los caracteres de ambos, cuando ellos mismos y el equipaje que llevan a cuestas tienen otra oportunidad de confrontarse. De lo que sucede externamente entre ambos no hay gran cosa que destacar. Los gestos y las palabras son mínimos, no ocurre nada extraordinario, el autor se limita a describir someramente lugares, objetos, movimientos; los diálogos son banales y escuetos, no se muestra más que el decorado, nada de lo que se desvela importa. Todo es tan anodino como el cuadro colgado en la pared, que perteneció a ambos, que ella pide y que él le regala sin pensarlo. Y, sin embargo, un enorme cataclismo está teniendo lugar en el interior de uno y de otro. Los sentimientos de Harry, sus dilemas y motivaciones vamos comprendiéndolos, a medida que el tiempo transcurre, de esa forma insensible que señalaba antes. Los de Kathy apenas podemos explicárnoslos, tenemos que intuirlos por medio de pistas, algunas incluso contradictorias, que esbozan una vida mucho más torturada de lo que ella querría dar a entender. Parece intentar salir de ese estado, que solo intuimos y no se explicita nunca, pero se conforma con ir desenrollando muy lentamente la madeja invisible de una petición muda, puede que una súplica, que el lector, como el protagonista, no es capaz de entender hasta el final. El repertorio de gestos, la conversión de hechos banales en ritos – esenciales aunque no lo parezca –, los abundantes silencios, dejan traslucir la humildad y la vergüenza de ella, al reconocer, quizá, en su fuero interno, su tremendo error, el de no haber sabido valorar lo que tuvo, también la desesperación de quien no encuentra otro tablón al que agarrarse y oculta su triste situación, más que por orgullo, por pura dignidad. Pero, si esperaba ser comprendida sin tener que expresarlo con palabras, fracasó completamente: él estaba deseando entender, solo tenía que haber sido un poco más explícita.

Espero que a Sillitoe – que también utiliza ese método aquí – no le suceda lo mismo.