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sábado, 30 de septiembre de 2023

Reseña a cuatro manos: Vivir deprisa, de Brigitte Giraud

Idioma original: francés

Título originalVivre vite

Traducción: Maria Teresa Gallego Urrutia

Año de publicación: 2022

Valoración: Muy recomendable


Hace unos años publicamos una entrada que llevaba por título Libros sobre la pérdida de un ser querido. No estaría de más actualizarla de vez en cuando para ir incluyendo en ella textos como este Vivir deprisa que, si no me equivoco, debería figurar en un hipotético listado canónico sobre el tema.

Porque Vivir deprisa es un texto cuyo centro lo ocupa el fallecimiento en accidente de tráfico del marido de la autora, el cual es rememorado y reconstruido (¿o tal vez deberíamos decir deconstruido?) por su autora 20 años después, tomando como punto de partida la venta de la casa que ambos compraron días antes del accidente.

El tiempo transcurrido es clave en la forma y el fondo de la novela. Esa distancia es fundamental, tal y como confiesa Giraud ('escribo desde ese escenario lejano donde aterricé y desde el que vislumbro el mundo como una película algo desenfocada que se ha rodado mucho tiempo sin mí'), y permite el planteamiento de cuestiones que "en el calor del momento" resultarían imposibles y la introducción de un leve toque de humor impensable en un momento inmediatamente posterior a fallecimiento.

Esa distancia temporal también puede llevar a plantearse hasta qué punto esa búsqueda tiene algo o bastante de morboso. Se examinan con todo detalle los antecedentes, cuáles fueron esos momentos en que todo pudo haber cambiado con una simple llamada de teléfono (o con su ausencia), con un cambio en la meteorología o un cumpleaños infantil que pudo haberse aplazado. La fatalidad vista como el cúmulo de circunstancias que llevan a un desenlace u otro, el famoso aleteo de la mariposa que puede determinar una vida entera.

La búsqueda de un por qué pasa entonces de ese algo genérico y desesperado que cualquiera se plantea ante una desgracia a un análisis frío de la cadena infinita de interacciones, muchas veces fortuitas, que componen la existencia. Algo como el clásico jurídico causa causae, causa causati, o los límites de la responsabilidad too remote: ¿qué fue lo realmente determinante del suceso final? ¿se hubiera evitado de no ser por aquella pequeña negligencia, por un inocente arranque aventurero o un simple gesto de generosidad?

No es la única lectura que ofrece Vivir deprisa y esto es clave a la hora de otorgarle una valoración. Obviamente, esa literatura sobre el duelo y el recuerdo del marido ausente está ahí, pero la constante búsqueda de sentido a cualquier detalle, por nimio que sea, o la sugestión de hipótesis con las que apaciguar el vacío elevan al texto a otro nivel y permiten que sea leído como novela psicológica (la culpa, las dudas...) o como novela generacional (la búsqueda de pisos, la construcción de la pareja...) que trascienden de lo meramente individual.

El relato de la tragedia es por tanto también una excusa para la rápida autobiografía de una vida en la que todas las piezas parecían ir encajando hasta que algo, la confluencia de esos pequeños detalles indetectables, hizo girar la historia hacia la grieta definitiva, el momento que lo cambió todo.

La prosa de Giraud tiene el magnetismo de lo sencillo y directo, se vuelve rápidamente adictiva y está llena de sinceridad. Expone las circunstancias e intercala puntos de inflexión, pausas dramáticas para fijar el momento en que el proceso fatal pudo, por muy poco, variar el rumbo, y lo hace con un deje de humor amargo, como algo que la distancia de esos veinte años hubiera apaciguado hasta dejar solo un rescoldo. Un efecto que funciona y es eficaz durante todo el relato, aunque puede dejar una sensación extraña al final de la lectura, como de haber removido un poco gratuitamente esa herida que nunca llegará a cerrar. 

Firmado: Koldo y Carlos

También de Brigitte Giraud en ULAD: Tener un cuerpo

viernes, 29 de septiembre de 2023

Ismaíl Kadaré: El ocaso de los dioses de la estepa

Idioma original: albanés

Título original: Muzgu i perëndive të stepës

Año de publicación: 1978

Traducción: Ramón Sánchez Lizarralde

Valoración: más que recomendable

Lectores y amigues del blog, se acerca el día favorito de los cotillas amantes de la literatura, la Eurovisión de los gafapastas, que dijo no sé quién: la anual y no obstante ansiada concesión del premio Nobel. Cada cual hace sus apuestas, incluso literalmente (haceos un favor y no pongáis vuestro dinero en Houellebecq y mucho menos en el Murakami malo), lo mismo que yo, claro... Según mi método infalible (sobre el que algún día escribiré un libro que se venderá en la misma sección que los que aseguran enseñar cómo ganar a la ruleta o al Texas hold 'em), este año toca que ganer un escritor varón (puede ser no binarie, pero con pito aspecto masculino cisnormativo) y que no escriba en francés ni en inglés, que ya han empachado un poco a la Academia sueca. Mis favoritos, por tanto, descartado el japonés ful y cualquier africano (pues hace dos años se lo dieron a un caballero cuyo nombre no he conseguido aprender) serían: un rumano con pelazo, un húngaro de nombre no menos complicado o un albanés viejecito. Y claro, si se trata de escritores albaneses, no sé si habrá muchos más para escoger, pero a mí sólo se me ocurre uno; sí, amigues, el mismo al que este benemérito blog ha dedicado ya un porrón de reseñas, demostrando que a cansinos no nos gana nadie. Pues aquí tenéis otra, por si acaso...

Por casualidad (lo prometo), esta novelita, El ocaso de los dioses de la estepa, tiene también cierta relación con el premio Nobel: ambientada en 1958 en Moscú -aunque comienza durante las vacaciones estivales del protagonista, en una residencia para escritores en Letonia-, nos cuenta, de forma tal vez memorialística (no me atrevo a llamarlo "autoficción"), la estancia de un joven escritor albanés, trasunto del autor, supongo -si no directamente él mismo- en el Instiruti Gorki, de la Unión de Escritores Soviéticos, donde asiste a cursos literarios junto a otro montón de juntaletras letrtaheridos, de variados orígenes, edades y experiencias vitales. Justo es el otoño en el que se le concede el premio Nobel a Boris Pasternak, autor de la celebérrima Doctor Zhivago, ante lo que la maquinaria de propaganda del estado soviético -de la que forma parte dicha Unión de Escritores- se pone en marcha para denigrarle como traidor y obligarle a renunciar al premio (cosa que acabó sucediendo). El protagonista asiste a todo entre la distancia que le da su extranjería y la perspicacia de verle las costuras al régimen soviético, aunque más preocupado, en realidad, por sus cuitas amorosas y por el posible enfriamiento de las relaciones entre Albania y la URSS, algo que, sin duda, no puede sino afectar a su estancia en Moscú.

Debo decir que, en un principio, el argumento de esta novela no me interesaba demasiado, pues parecía que iba a ser más que nada una sucesión mejor o peor hilvanada de impresiones o recuerdos sobre su estancia en la Unión Soviética (pues, realmente, Kadaré estuvo estudiando y residiendo en el Instituto Gorki durante esa época), pero, ay, amigues, resulta que no sólo la novela está mucho mejor hilada de lo que sugería al comienzo y hay una relación causal, aunque no obvia, entre sus diferentes capítulos, sino que uno (yo) empieza a leerla y no puede dejarla. Porque Kadaré escribe de maravilla, mezclando las observaciones y reflexiones de "anónimo" protagonista, con límpidas descripciones y retratos fulgurantes, casi caricaturas con dos trazos de la fauna literaria o aspirante a serlo de la que está rodeado (de quienes he de admitir que no tengo ni idea, salvo que algunos sí que existieron de verdad, según San Google, mientras que de otros no he encontrado constancia), bañado todo con un aura de melancolía, pero también con un sentido del humor, en una variante de sorna más o menos suave, que lubrica la narración y ayudan a transitar por las partes más taciturnas e incluso trágicas. Sin olvidar, ya digo, que el magnífico dominio narrativo que demuestra Kadaré permite una lectura más ágil e intrigante de lo que podía esperarse en un principio.

En fin, que no hace falta estar superinteresado en la literatura albanesa o soviética, o en las vicisitudes políticas de la época postestalinistas para disfrutar de esta, para mía, al menos, absorvente novela, y cuanto antes, mejor, no sea que en unos días le den el Nobel a don Ismaíl y ya lleguemos tarde. Que sólo con este libro ya se lo merece más que el Murakami malo o el farsante de Michel, ya os lo digo yo...

Más libros de Ismaíl Kadaré reseñados en este blog: Las mañanas del café Rostand, La pirámideLa muñecaAbril quebradoRéquiem por Linda B.El Palacio de los SueñosEl cercoEl accidente 


jueves, 28 de septiembre de 2023

Alain Finkielkraut : La identidad desdichada

Idioma original: francés

Título original: L'identité malhereuse

Año de publicación: 2013

Traducción: Elena M. Cano - Íñigo Sanchez-Paños

Valoración:  interesante (pero fallido) 


Guste o no, en la sociedad hiperconectada e hiperacelerada en que vivimos, una década es una porción de tiempo casi descomunal. Y no diré que esa aceleración en los avances, una de cuyas locomotoras será Internet y la posibilidad - mencionada hace unos días, empiezo a repetirme - de llevar al mundo entero en el teléfono móvil, no diré que esa aceleración sea objetivamente dañina. Quizás sea solo un paso más - no antropológico sino estrictamente intelectual - en la evolución, y éste no tiene porqué ser malo, por mucho que defiendan los negacionistas (aquellos que incluso niegan serlo). 

¿A qué viene esta reflexión? Puede que La identidad desdichada en 2013 constituyera un hito, una marca en el camino de la elucubración filosófica sobre una sociedad - la francesa - emblemática en la conciencia occidental. Y no sé si Francia es nuestro Ohio. Sé, por mis esporádicas estancias en el país vecino, de ciertas circunstancias que le son propias. La enfermiza centralización, el envejecimiento de su población, la draconiana defensa de una lengua cuyo ámbito es fagocitado por otras, desde fuera y desde dentro. Pero, con esas circunstancias, Francia es un  ejemplo perfecto de la enorme contradicción de ciertos postulados morales occidentales. Europa como punto de acogida, como crisol que integrará sin problemas a cualquier necesitado que proceda de otros puntos menos afortunados del globo. Sin distingo entre el jovenzuelo africano que despunta en algún deporte o el disidente oriental que ha de salvar el pellejo. Y qué decir de las enormes masas de desdichados que han huído de una guerra, de un genocidio. Un panorama idílico hasta que ese equilibrio, ese balance "acogedores tolerantes y condescendientes/acogidos sumisos y agradecidos" se resquebraja. Entonces surgen las fricciones, se impone la necesidad de una regulación, se preconiza lo razonable de establecer unos límites, aparecen las posturas antagónicas, nos echamos las manos a la cabeza con ese dicho catalán de fora vingueren que de casa ens tregueren ( de fuera vendría quien de tu casa te echaría) y nos damos cuenta, en el penúltimo minuto, de que ya es demasiado tarde, dicho de otra manera, el cambio es irreversible.

En el planteamiento de sus postulados, ya desde el título, Finkielkraut no tiene miedo alguno a poner el dedo en la llaga. No en vano quien me acerca a este libro es su mención en una entrevista con Houellebecq. Pero el desarrollo, disculpando esa deformación profesional de entreverar el discurso propio con conceptos sobrevenidos, adaptación de los clásicos, citas profusas que abarcan amplísimo espectro (Hitler, Gracián, Wharton), el desarrollo, repito, digamos que es demasiado endogámico. Y en muchos momentos parece que Finkielkraut escriba para una élite encogida y reticente que aplaudirá su osadía y venerará sus postulados. Esa identidad perdida habla de los disturbios de la banlieu del 2005, del conflicto de la educación y el veto - en aras del laicismo y de la preservación de la igualdad como columna de la República. Todo ese argumento funciona y fluye y su discurso es coherente y no lleva al lector hacia ninguna especie de trampa ética. 

Pero igual, que ya casi estamos en 2024, de eso se trataría. A Finkielkraut se le ha acusado de coincidir con el discurso de la derecha conservadora, de toda esa mayoría votante que hace que hoy el debate en Francia sea o Macron o Le Pen. A mí esto me cuesta percibirlo aquí, pero es que este libro no va a ser leído por un público convencional. Lo leerán los adeptos, para corroborarse en sus planteamientos, o los antagonistas, para rebatirlo y atrincherarse en los suyos. Es casi descabellado pensar en nadie ajeno a las élites intelectuales que vaya a acudir a estas páginas. Pocos de los franceses cuyos padres emigraron desde Senegal, desde Argelia, desde Marruecos, sea cual sea su formación y su condición económica. No lo verás en las manos de nadie leyéndolo mientras espera que empiece la segunda parte del partido del PSG. Ese es un enorme problema, más cuando pienso que una muy razonable salida de la crisis de la literatura como expresión cultural mayoritaria es la crónica o el ensayo. Y ningún rincón del espectro ideológico se salva. Basta ver qué editoriales publican qué libros. Nada de defender los grises, los matices, que a veces solo son los rincones donde se esconde la abulia y la tibieza. No creo que Finkielkraut sea de derechas porque refleje una sociedad que en las urnas se comporta siendo de derechas. No creo que sea islamófobo porque defienda que los signos externos de pertenencia a religiones suponen problemas en integración, acarrean prejuicios. Finkielkraut, culto, francés, senior, establece su crítica aquí de forma inapelable y rigurosa. Pero no integra ni apela a esa sociedad que observa. Quizás a la élite ideológica, quizás a la minoría que decide. Y eso, por brillante y certero que pueda ser lo que escribe, cercena un alto porcentaje de su utilidad potencial. Es el jubilado apoyado en la valla de la obra comentando con los otros lo bien hecho que estaría de otra forma.


También de Alain Finkielkraut en ULAD: Campo de minas

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Miguel Ángel Hernández: Anoxia

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2003

Valoración: Recomendable alto

 

Según como consideremos el tema, la fotografía puede tener un cierto punto inquietante: se captura una instante concreto, un momento que nunca más se repetirá (ay, si la hubiese conocido Heráclito), la imagen de personas que tampoco volverán a ser como entonces, o que simplemente ya no estarán en el mundo. Se puede, con talento suficiente, plasmar una atmósfera, como los grandes pintores figurativos, captar el ángulo insólito, presentar una escena de una manera determinada transmitiendo unas sensaciones o las contrarias. Muchas cosas, sin que sea necesario llegar a lo que, de una forma casual, le toca vivir a Dolores.

Dolores, viuda madurita, compartía con su marido la pasión por la fotografía, que fue también su medio de vida hasta que él murió en un accidente de tráfico. Sola y cansada, ella intenta mantener el negocio aunque sin la ilusión de los años jóvenes, cuando recibe un extraño encargo de Clemente, un desconocido anciano que le convencerá para dedicarse a una actividad que ya parecía extinguida: la fotografía post mortem, obtener la última imagen del difunto poco antes de que su cuerpo desaparezca para siempre. Una moda que ahora se antoja macabra pero que tenía su público unas cuantas décadas atrás, tal vez hace un siglo. He visto fotos de ese tipo, y resulta de verdad tétrico y poco agradable, pero llegó a tener cierta relevancia. Dolores, sin saber muy bien por qué, acepta la oferta y se interna en esa peculiar actividad.

La foto del recién muerto tiene sus propias reglas, hay que estudiar los encuadres y la luz, captar el gesto del cadáver, que debe aparecer tal cual es, el ser que acaba de abandonar la vida, todavía presente, él mismo pero también distinto del que era unas horas antes. También hay que extremar la profesionalidad, ser rápido sin desatender los detalles, trabajar en la atmósfera fría del tanatorio, compartir espacio con los familiares sin dejarse arrastrar por las circunstancias porque ‘el dolor es de ellos’, ser capaz de obtener la imagen perfecta del cuerpo inmóvil (¿siempre inmóvil?).  La experiencia le sirve a Dolores para recuperar la pasión por su trabajo, hasta entonces adormecida, y descubrir cosas desconocidas de ese mundo: viejos álbumes en blanco y negro, fotografías insólitas, la antigua técnica del daguerrotipo que producía imágenes que no captaban ya la ‘instantánea’, sino una breve secuencia de tiempo condensada en una sola imagen. O ciertas prácticas relacionadas con la fotografía mortuoria que se internan en el terreno de lo truculento, o directamente de lo criminal.

El relato es pausado, con un ritmo narrativo constante y bien medido, como medido, pulido y elaborado con esmero parece cada párrafo, cada descripción y cada personaje. En un presente histórico de frase corta, la narración solo puede calificarse de eficiente: limpia, exacta y con la información precisa para que en ningún momento decaiga la atención. Todo transmite una sensación de inmediatez que hace de la lectura algo adictivo, aunque en ciertos momentos pueda echarse de menos algún espacio más amplio para la imaginación.

Esto último, la imaginación, parece reservarla el autor para esa capa del relato que amaga con algún misterio, algo oculto que necesariamente debe esconderse entre secretos vinculados a técnicas fotográficas extrañas, en los pliegues no desvelados en las vidas de Dolores o de su cliente, en la turbiedad de esa afición a la fotografía mortuoria, o en los vapores insanos de los compuestos utilizados en los viejos daguerrotipos. Esa bruma amenazante que infecta todo el relato y mantiene la tensión se tiene que materializar en algo, un acto antiguo o actual, algo que explique la anoxia, esa falta de oxígeno que acaba con los miles de peces del Mar Menor, que consume a Clemente mientras colecciona y clasifica fotos de muertos, o que asfixia a Dolores cada noche mientras rememora su vida y su fracaso, y siente la presencia de un vacío casi tangible. Pudo también ser un gesto, una decisión equivocada que muchos años después queda al descubierto con la frase definitiva:

-         Aquí, cerca. Y no al otro lado, lejos.

Enigmática frase a la que solo encontraremos sentido leyendo el libro entero. Toda una declaración, la demostración de que las tragedias proceden muchas veces de esos pequeños agujeros negros que van marcando nuestra historia y solo somos capaces de verlos, mucho después, cuando los descubrimos en los demás, o en las proximidades de la muerte.


martes, 26 de septiembre de 2023

Esquilo: La Orestíada

Idioma original: griego antiguo
Título original: Ορέστεια 
Traducción: Fernando Segundo Brieva
Año de publicación: 459 a. C.
Valoración: Recomendable (o no)

La sensación que uno siente ante una obra escrita hace 2500 años (¿2500 años? ¡2500 años!) es de un profundo respeto y, cómo no, distanciamiento. ¿Qué nos puede unir a dos humanos tan separados, autor y lector, por un abismo de tiempo – y distancia – difícilmente mesurable?

Analistas mucho más preparados y capaces que yo han estudiado la obra de Esquilo y – gracias desde aquí a todos ellos – la han traducido, editado, masticado, digerido y casi regurgitado para gozo y placer de todos nosotros, legos en la materia, pero curiosos y atrevidos lectores. Será este el perfil de mi reseña: cómo un lector actual y casual, más o menos omnívoro y obsesivo, puede disfrutar de una obra como esta;  no es mi intención abarcar más allá, no dispongo de tales capacidades.

Pues bien, lo primero que debo decir es que en mi bonita edición de las tragedias completas se nos informa de que La Orestíada es la obra que nos ha llegado más completa a nuestros días: en un principio, al parecer formada por cuatro partes diferenciadas (Agamenón, Las coéforas, Las euménides y Proteo, esta última perdida en el tiempo) y, esto es importante, autoconclusivas. Es esta la razón por la que me he limitado a reseñar La Orestíada y no las tragedias en conjunto; si ya es complicado dirimir aquí algo tan fundamental en la narrativa de nuestros días como introducción, nudo y desenlace, no digamos cuando faltan partes íntegras de la trilogía.

Historias que tratan de celos, venganza, asesinatos, dramas interfamiliares, dioses presentes y falibles como humanos, justicia conceptuada de una forma que hoy en día nos puede chocar, y redención (redención precristiana, entendida a la manera de los clásicos), no es sin embargo una lectura fácil ni ágil; para algo más ligero me permito recomendarles las comedias de Plauto o Aristófanes. En este tipo de lectura deberemos acostumbrarnos a interminables soliloquios, monólogos repletos de referencias mitológicas y geográficas (indispensable hacerse con una buena edición repletita de apuntes a pie de página), y, concretamente, a la participación protagonista del coro y a sus tremendas divagaciones.

La acción transcurrirá en su absoluta totalidad fuera del escenario, y habitualmente nos enteraremos de los hechos acaecidos a través de algún mensajero o heraldo que nos irá informando de las novedades.

En un esquema repetitivo, los personajes suelen ser protagonista y antagonista, coro y corifeo, y el anteriormente mencionado mensajero, que será el que dé inicio propiamente a la trama introduciendo la información necesaria. Tradicionalmente, el héroe impondrá su voluntad con la fuerza de los dioses y el coro acabará cantando sus alabanzas.

Bien, pues, ¿cómo enfrontarnos a la valoración? ¿es esta una lectura que valga la pena para alguien sin pretensiones, con afán de pasar un rato agradable de lectura? 

Me temo que no. Sin lugar a dudas, es una obra maestra de la literatura y ejemplo de las cotas más altas que pudo alcanzar la humanidad en un pasado ya remoto (y muchísimas cosas más que no voy a listar aquí) pero no lo puedo recomendar sin más para cualquiera.

Aquellos cuya curiosidad lectora sea grande acabarán por leerlo igual; quedan avisados de que no será entretenido. Aquellos otros que solo buscan un rato agradable de lectura harán bien en buscar algo más actual y con lo que puedan sentirse más identificados o empatizar mejor.

Para finalizar, las obras de Esquilo nos hablan de un mundo pasado ya desaparecido y no es buena idea adentrarse en esas espesuras sin guías; una vez más, si uno se va a atrever con estas lecturas, recomiendo encarecidamente una buena edición anotada. Sin ella correremos el riesgo de no enterarnos de absolutamente nada.


También de Esquilo en ULAD: Prometeo  encadenado

lunes, 25 de septiembre de 2023

María Virginia Estenssoro: El occiso

Idioma original: Español
Año de publicación: 1937
Valoración: Está muy bien

Llevaba tiempo detrás de este libro. La constante reivindicación del mismo y de su autora por parte de Liliana Colanzi y Edmundo Paz Soldán, dos de los escritores bolivianos actuales con más proyección internacional, hacía que El occiso estuviera marcado con una cruz desde hace tiempo.

Afortunadamente, la pequeña editorial Espinas se ha lanzado a publicar en España esta pequeña joya, oscura y hermosa, de apenas 70 páginas y compuesta de tres textos en los que la muerte, los amores "clandestinos" y el aborto ocupan el lugar central. 

Publicado originalmente en Bolivia en el año 1937, El occiso no fue demasiado bien recibido por los círculos biempensantes de la época. Pero no debemos centrarnos en su supuesto carácter  "provocador" o "polémico" ya que el texto posee un alto valor literario que se eleva por encima del contexto sociopolítico del momento en que fue escrito.

Abre el volumen el texto que da título al mismo. El occiso es un poema en prosa en el que se narra la descomposición de un cadáver. Si por algo destaca este primer relato, es por la perfecta combinación de fondo y forma. Sus tres capítulos se corresponden con tres etapas en el proceso de putrefacción. En el primero de ellos, el pánico, el espanto y el miedo de una mente en ebullición frente a un cuerpo en descomposición se presentan bajo la forma de frases (versos) brevísimas, acompañamiento perfecto a la angustia de la que el occiso es consciente; en el segundo la situación cambia y la forma se adapta a ella, la frase se alarga y se vuelve más narrativa hasta dar paso al precioso capítulo final. Es el texto más poético de los tres, el que posee mayor potencia visual y el que colocaría a Estenssoro en el podium del terror gótico.

Continuamos con El cascote, texto que cuenta la interminable espera del amante muerto. Se trata de un relato plagado de presencias y espectros que se sitúa entre la "visión", la evocación y el recuerdo de un amor más fuerte que la muerte. 

Y estar ahora el uno hecho trizas, esqueleto descarnado, con los huesos en astillas, estar frío, estar muerto, estar helado, y poder amarlo ahora, como siempre, como nunca.

Cierra el libro El hijo que nunca fue, el más breve de los tres relatos. El título deja poco a la imaginación, pero no importa. Más allá del tema del aborto y el estigma que el mismo supone para su protagonista, el texto destaca por su construcción en base a varias contraposiciones (voz infantil - voz adulta, hijo nacido - hijo no nacido, vida - muerte) y por un cambio de voz final que deja con la piel de gallina. 

Creo que con todo lo anterior podéis haceros una idea de dónde situar a María Virginia Estenssoro. En cualquier caso, si queréis algún nombre con quien relacionarla, aquí dejo estos tres: María Luisa Bombal y su La amortajada, el Conde de Lautreaumont / Maldoror y Mircea Cartarescu (quizá añadiría a Alejandra Pizarnik, pero hace demasiado que leí algo suyo y aquí el recuerdo es más vago). Porque la escritura de Estenssoro es oscura, es onírica (pero profundamente humana) y es, sobre todo, terriblemente bella y poética. Porque este libro es una crucifixión y un INRI.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Isaac Bashevis Singer: Keyle la Pelirroja

Idioma original: Yiddish
Título original: Yarme un Keyle
Año de publicación: 1972
Traducción: Rhoda Henelde / Jacob Abecasís
Valoración: Recomendable

Keyle la Pelirroja, de Isaac Bashevis Singer, me ha encantado. Es un novelón tan expresivo en el fondo como maduro en la forma. A eso hay que añadir que su acabado general es más compacto que el de otras obras del autor. Por tanto, su calidad literaria es incuestionable, y no me extraña que en 2023 se haya apostado por su traducción simultánea al español y al catalán.

Trata sobre Keyle, quien, tras haber ejercido la prostitución, intenta convertirse en una digna hija del pueblo judío. Keyle comprende que eso es imposible si permanece junto a Yarme, su marido (aunque éste la ama con locura, nunca será una persona honrada) y se lía con Búnem, un joven cuyo padre es un rabino humilde. Al principio, a Keyle le parece que al lado de Búnem las cosas pueden ir bien; desgraciadamente, su pasado la perseguirá.

Keyle la Pelirroja recuerda sobremanera a la narrativa larga singeriana. A fin de cuentas, explora los temas que obsesionan al autor, transcurre en escenarios familiares y presenta caracterizaciones previamente esbozadas; asimismo, abunda en enredos de toda clase, romances turbios, parrafadas introspectivas, reflexiones teológico-existenciales y agudas observaciones sociológicas. 

Sin embargo, la novela aporta no pocas novedades para aquellos lectores asiduos al Premio Nobel de Literatura de 1978. Por ejemplo, mientras que al ya mentado Búnem o a Max (tranquilos, enseguida os hablaré de él) son similares a otros personajes de Singer, no sucede así con Keyle, que exhibe un arquetipo psicológico y un rol en la historia bastante refrescantes.

Keyle la Pelirroja se divide en dos partes. La primera transcurre en Varsovia, Polonia; la segunda nos traslada hasta Nueva York, Estados Unidos. En la primera parte se pone foco en los cuatros integrantes del elenco principal; en la segunda, en cambio, presenciamos casi exclusivamente la vida de Keyle y Búnem, y se descuida en el proceso a Max, que tanto prometeía en un inicio.

Y esta es, quizá, una de las pocas pegas que se le pueden poner a la novela: que no exprime a Max, un embaucador de mujeres que se ha enriquecido en el extranjero gracias a la prostitución. Es Max, precisamente, quien desencadena la trama y, más adelante, origina un nuevo conflicto que lo sacude todo. Desgraciadamente, Singer no sabe qué utilidad darle después de que Keyle la Pelirroja rebase su hemisferio. 

Algo que también sucede, en parte, con Yarme, pero que molesta sólo en el caso de Max porque éste es tremendamente ambicioso y aspira a ser tan célebre como el mismísimo Rasputín, y por tanto resulta poco verosímil que se desvanezca tan fácilmente.

Hay otros personajes cuya aportación es menor a lo esperable, pero creo que, dado su papel secundario, esto se nota mucho menos. Hablo de Solche o Tsírele, hermana y novia de Búnem respectivamente, o de Fania, una de las amantes de Max.

Como viene siendo habitual en las novelas de Singer, algunas de las ideas expuestas en Keyle la Pelirroja (e incluso un par de metáforas) se repiten. Puede que esto se deba a que la obra se publicó originalmente, al igual que otras del autor, por entregas.

Por cierto, la sinopsis que hallamos en la contra cubierta de la edición de Anagrama resulta un tanto engañosa. En primer lugar, porque no menciona a Búnem, uno de los protagonistas indiscutibles de la obra. También porque no acaba de plasmar con fidelidad el argumento: Keyle sí duda cuando Max les propone a Yarme y a ella viajar juntos a Sudamérica. Además, los bajos fondos de la comunidad judía no son, en absoluto, el núcleo de la obra; de hecho, tras los capítulos iniciales, se esfuman y dejan paso a distintos estratos sociales y localizaciones, lo cual permite que la novela plasme desde una visión panorámica la coyuntura histórica y detalle, sobre todo, las diferencias entre los judíos, los rusos y los americanos en esa época. 

Sea como fuere, la novela está habitada por personajes sumamente complejos, contradictorios y memorables; incluso un par de ellos (Max, Solche...), a los que reprocharía que aportan poco a nivel argumental, son al menos interesantísimos. Los temas, tan propios de Singer, se espesan a la hora de mostrar que la gente no cambia, y menos todavía para bien, y que la existencia es intrínsecamente un tormento. Los diálogos son fluidos y se ciñen a las voces y temperamentos de los distintos interlocutores; hay escenas logradísimas; amén de pasajes memorables. Singer en su máximo esplendor, sin duda.


También de Isaac Bashevis Singer en ULAD: Aquí

sábado, 23 de septiembre de 2023

Erri De Luca: Napátrida

Idioma original: .italiano
Título original: Napòlide
Traducción: Carlos Gumpert Melgosa para Periférica
Año de publicación: 2006
Valoración: recomendable


Bien es sabido, por estos lares nutridos de textos de ULAD, mi admiración por Erri De Luca, pues en sus textos siempre se puede encontrar la delicadeza, la pausa y la admiración por el entorno que el autor contempla con serena nostalgia y emotividad. También es cierto que Erri De Luca deja que su pasado tome forma en la prosa de sus libros, que exudan notas de la vida del autor napolitano. Por ello, los protagonistas de sus textos están, a menudo, situados entre la soledad y la compañía de los habitantes de los pequeños pueblos, entre la costa y las montañas, entre paisajes de idílica visión y añorado recuerdo.

De esta manera, el libro empieza con los recuerdos del autor, narrando su partida de Nápoles, su ciudad natal, a los 18 años, «tras una infancia soportada como una cuarentena». Una salida deseada, esperada, aunque en cierta manera también trágica dejando atrás su infancia, una infancia no siempre agradable ni acogedora, y nos lo transmite recordando que «escogí un tren y un horario para no entregarme al azar de un viaje en coche: quería ser el dueño de mi partida» (…) «cuando me picaron el billete de tren, sonó con la furia de un portazo a mis espaldas». Una salida de la ciudad que se asemeja a una huida, aunque acompañada de una nostalgia que le impacta en cada uno de sus retornos porque, tal y como afirma, cuando vuelve a Nápoles no tiene la sensación de estar de vuelta, pues «una ciudad no perdona la separación, que es siempre una deserción. Estoy de acuerdo con ella, con la ciudad: quien no estuvo o se ausentó ahora no está; su derecho a la ciudadanía ha prescrito».

Como se puede observar en estas primeras reflexiones, este relato de Luca es un relato marcadamente autobiográfico y, si bien es cierto que en la mayoría de sus obras hay trazos de su vida representadas  en ellas, esta es una narración en la que sus recuerdos y memorias son narradas de manera explícita y en los que no solo los recuerdos de su infancia cobran fuerza sino también en ella nos habla de la relación con sus padres y la educación recibida, una educación impartida en casa pero también en la escuela, estricta, con un profesor «justo, según la justicia de los tiempos» en una escuela que «punteaba y aporreaba los nervios de sus alumnos». 

El autor nos narra su vida con la mirada siempre puesta en la ciudad de Nápoles, a veces inmerso en la propia ciudad, otras mirándola desde la influencia del Vesubio, pero también desde sus alcantarillas y su mirada al mar, desde el fútbol y las creencias religiosas, desde la mirada de la gente que sigue en la ciudad y no la abandona pese a todo. Una ciudad muy singular que durante su infancia post Segunda Guerra Mundial, define como «la Norteamérica en casa» con «el dinero fácil de los puertos militares del mundo». Una ciudad viva y agitada, que marcó sus primeros años a nivel incluso sensorial afirmando que «tuve una infancia acústica; el oído era el órgano maestro. Después de la guerra, Nápoles era una ciudad a voz en grito: los insultos, las maldiciones, las lágrimas, las palizas y las llamadas a los soldados norteamericanos, de ronda alcohólica y en celo, subían hasta las ventanas». Esta es la ciudad real, la vivida y la narrada, porque «la Historia pasa por ahí, no por los libros ni las series ni la televisión, sino de boca en boca por las noches, en las fiestas de guardar, cuando los adultos se juntan y se ponen a recordar».

En esta corta obra, De Luca hace también en este relato un canto a favor de las mujeres y del feminismo, confesando que «soy consciente que soy testigo y partícipe de una decadencia del género masculino, al que veo vacilar ante el femenino con una consternación que al final de convierte en furiosa arremetida contra las mujeres. Lo que acaba matando a muchas jóvenes es la rabia por el complejo de inferioridad que sienten algunos hombres rechazados», una violencia que vemos continuamente en nuestro mundo, en todos lados, porque «hoy leemos historias de furores que estallan dentro de la impotencia, de varones a los que un nuevo analfabetismo sentimental incita al odio, por el desaliento de ser, ante la mujer deseada, el apéndice de la nada».

Por todo ello, este libro de Erri De Luca es recomendable para quien quiera conocer un poco más a un autor a través de la propia narración de su vida. Un autor que siempre y en cada uno de sus libros deja frases de gran belleza poética acompañadas de reflexiones que nos invitan a pensar sobre el mundo que vivimos y que dejamos.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Bret Easton Ellis: Los destrozos

Idioma original: inglés
Título original: The shards
Año de publicación: 2023
Traductor: Rubén Martín Giráldez 
Valoración: recomendable
 
Un fantasma recorrió la crítica literaria española a principios del verano: Los destrozos de Bret Easton Ellis era una obra maestra, era la gran novela americana, era la mejor novela de su autor, que vendría a sustituir en su "canon personal" a American Psycho o Menos que cero. Así que yo, que diría que soy más seguidor que fan de Bret Easton Ellis (me he leído 2/3 de su obra aproximadamente) tenía que leérmela y decidir por mí mismo. 
 
Mi conclusión, que probablemente nadie pondrá en una faja ni en la página de la editorial: Los destrozos es una novela que engancha; que engancha muchísimo: cuando llegas a la mitad ya no quieres parar de leer hasta acabarla para tener todas las respuestas (y estamos hablando de una novela de casi 700 páginas). PERO en mi opinión el hype es muy excesivo: ni me parece la mejor novela de Ellis, ni la más original, ni tiene la significación y relevancia cultural de las primeras que publicó. De hecho, esta casi se puede situar como un ejemplo más de la estetización de la nostalgia ochentera, a lo Stranger Things...

Empezamos por lo que funciona: la trama y la construcción de la novela, la creación de suspense y su capacidad para mantenerlo hasta el mismísimo desenlace (del que no diré nada porque si no me acusan de hacer demasiados spoilers). Básicamente la novela se sustenta en dos niveles narrativos paralelos: por un lado, las relaciones entre un grupo de adolescentes que comienza su último año en el instituto Buckley de Los Angeles (entre los que se encuentra un tal Bret que está escribiendo un libro llamado Menos que cero), al que llega un nuevo y misterioso miembro, Robert Mallory, que vendrá a desequilibrar todo su mundo; y por otro, los crímenes de un asesino en serie al que llaman "el Arrastrero" (un nombre bastante improbable, la verdad), que se dedica a secuestrar y asesinar a chicas después de juguetear con ellas (llamadas telefónicas, allanamientos, pequeños robos, modificaciones en el mobiliario...). 
 
Desde muy pronto ambas líneas comienzan a cruzarse, de forma más o menos explícita: ¿qué relación hay entre la llegada de Robert y el inicio de los crímenes? ¿Por qué Robert parece mentir constantemente sobre su pasado? ¿Por qué los crímenes parecen irse centrando cada vez más, como una espiral que se cierra, alrededor del grupo de protagonistas? Ah, amigo: tendrás que leerte casi 800 páginas para descubrirlo.

Ya se puede ir viendo que hay algunos aspectos de la novela que son "puro Bret Easton Ellis": la ambientación en Los Angeles; los protagonistas, un grupo de chavales y chavalas riquísimos, guapísimos, atractivísimos, drogadísimos, insulsísimos. Con todo, y como decía antes, esa especie de nihilismo existencial(ista) que tan bien reflejó Menos que cero, y que creo que es uno de los grandes valores de aquellas primeras novelas, ahora, en 2023, post crisis del 2007-8, post-covid, post-Trump, suena un poco vacío y recalentado, más como un recuerdo (y de hecho toda la novela está contada por el Bret Easton Ellis adulto, desde una distancia de 40 años) que como una realidad relevante para explicar nuestro mundo. Sí que es verdad, y en esto sí que estoy de acuerdo con algunas de las críticas que he leído, la bisexualidad abierta y explosiva del protagonista está presentada aquí con más madurez y menos carga de culpabilidad, y de una forma más explícita y sensual, me parece, que en las primeras novelas.

Y a partir de aquí empiezan mis problemas con la novela: en primer lugar, con la técnica elegida por Ellis para contarla. Se supone que el narrador está escribiendo esta novela (después de varios intentos fallidos) cuarenta años después de los hechos; y sin embargo, la novela nos describe con absolutamente todos los detalles imaginables (qué música sonaba en cada momento; qué películas daban en el cine qué días; qué ropa cada persona en cada momento; cómo fueron sus gestos, sus palabras, sus posturas). Solo un par de veces, si no me equivoco, el narrador dice "no recuerdo esto" o "no estoy seguro sobre esto"; y en las últimas páginas todavía tiene el coraje de decir "escribo esto porque los recuerdos están empezando a borrarse". Y ya sé que la lectura implica una cierta "suspensión de la incredulidad" y aceptar el juego que nos propone el autor, pero para mi gusto esto es intentar hacernos comulgar con ruedas de molino. Hasta una obra tan primeriza como El Lazarillo es más fiel a la forma como funciona la memoria, con sus lagunas, su fragmentariedad, sus escenas perfectamente converdadas rodeadas de enormes mares de olvido... (Haced la prueba: intentad recordar vuestra vida cotidiana no digo en 1981, que muchos igual ni habíais nacido, sino hace 10 años. ¿Conseguiríais recordar exactamente todos los detalles de todos los días de todas las horas?).

No es el único aspecto técnico o estilístico que me puso de mal humor, sobre todo en la primera mitad de la novela, antes de entrar en el ritmo frenético de lectura: en primer lugar, Ellis se pasa, creo, con las prolepsis ("las cosas terribles que nos iban a pasar ese año", "los horrores que estaban a punto de comenzar", "ese fue el último día en que fuimos felices", etc.), que es un recurso que funciona muy bien para crear tensión e interés, pero si se abusa acaba por resultar cansino (y creo que Ellis abusa, como digo). Probablemente es un recurso que ha aprendido de Stephen King, un autor al que ya "imitó" en Lunar Park y que aparece profusamente citado en Los destrozos (el protagonista lee Cujo y va al cine a ver El Resplandor, por ejemplo). De hecho, otro autor al que imita Bret Easton Ellis es a Bret Easton Ellis: las referencias musicales, cinematográficas o geográficas que en las primeras obras aparecen de forma natural y orgánica, en esta novela parecen insertadas artificialmente, para darle textura y contexto a la narración, pero de forma algo forzada. 

En fin: que si os gustan Stephen King y Bret Easton Ellis (o, más en general, si os gustan las novelas de intriga o terror con ambientaciones decadentemente lujosas y abundantes escenas de sexo), vais a disfrutar como enanos con Los destrozos. Pero no vayáis esperando leer algo radicalmente original o que vaya a cambiar vuestra visión del mundo o de la vida porque, en fin, esta no es una novela de ese tipo.


También de Bret Easton Ellis en ULAD: Aquí

jueves, 21 de septiembre de 2023

Bartolomé Seguí: Boomers

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2023

Valoración: Se deja leer (como mucho)


Es curioso, pero si uno busca en Wikipedia boomers o baby boomers se encuentra en primer lugar un inesperado montón de datos de apariencia científica sobre las definiciones de las distintas generaciones que vienen poblando el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Así que lo que yo consideraba una etiqueta más o menos coloquial parece que por el contrario tiene raíz en estudios demográficos que se suponen serios. Por otra parte, todos o casi todos esos estudios coinciden por lo visto (lo he leído con cierto detenimiento) en un rango de fechas de nacimiento casi idénticas, entre 1946 y 1964, desde luego bastante alejadas de lo que humildemente tenía yo en la cabeza: que, al menos en España (puede que haya variaciones por países, no lo sé), se llamaba boomers a los nacidos en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado.

Deduzco que el dibujante Bartolomé Seguí tenía la misma idea que yo y que la mayoría de la gente, porque los protagonistas de su libro son un grupete que ronda los sesenta tacos. Uno de ellos, Ernesto (seguramente un alter ego del autor), parece estar atravesando una temporada algo difícil, como que se ha dado cuenta de que empieza a enfilar el final del camino, y decide hacerse un viajecito él solo para resituarse en su nueva etapa. Así lo hace, con la aquiescencia de su comprensiva mujer, y lo vemos circular en un Smart por las carreteras creo que de Mallorca, mientras reflexiona sobre su vida y las dudosas perspectivas que se abren en su futuro.

En realidad el viaje no da más de sí, ni descubre a la mujer que le hará rejuvenecer, ni se emborrachará ni se echará a llorar, ni tendrá una revelación ni se verá envuelto en una trama de contrabandistas. No le va a ocurrir nada, así que se podría haber ahorrado el dinero dándose unas vueltas por el monte o en la playa cerca de su casa, aunque los dibujos de esos itinerarios, a veces de noche y envueltos en una tormenta, son quizá lo más destacado del libro.

Porque el resto son conversaciones entre la cuadrillita de vejetes, vecinos o amigos desde hace mucho, quizá tres parejas o alguno de ellos single, que alrededor de una mesa, con alguna copita moderada y algo de tabaco, vuelven una y otra vez a la carga con temas parecidos: el paso de los años, las barrigas y las arrugas, la jubilación, un futuro en la residencia, los últimos estertores del sexo, qué mundo este tan diferente, los medios de comunicación y poco más. Estos boomers, cincuentones o sesentones, no salen de esos temas y así resultan mortalmente aburridos. Quizá no tanto para ellos mismos, porque parecen satisfechos con sus charlas, pero sí, inevitablemente, para el pobre lector.

En realidad, podrían llamarse boomers o de cualquier otra forma, porque no encontramos ninguna de las circunstancias que podrían definir su paso por la sociedad en unas fechas concretas: fueron la primera generación que no conoció la dictadura, o casi, han experimentado los cambios más radicales en tecnología, cultura o sexo, los primeros que no habían vivido las guerras anteriores, quienes a edades insólitas han empezado a ser prejubilados o despreciados por el mercado laboral, no sé, mil aspectos que pueden definir a los nacidos justamente en esos años y diferenciarlos de cualquier otra generación anterior. Pero nada de esto asoma por el libro, que se limita a esa redundante presentación de los puretas dando vueltas a los mismos tópicos y mirándose al ombligo con un no pequeño grado de autocomplacencia. Ya dice Bartolomé que hay en el libro algo de autobiográfico (yo creo que bastante), y parece que lo que ha pretendido es colocar sus comidas de tarro personales más que componer un relato.

Pudo haber sido algo divertido, valiente, corrosivo, podía haberlos dibujado, nunca mejor dicho, como héroes o como perdedores, superados por la Historia, soñadores derrotados, reprimidos o calentorros de playas mediterráneas, o quizá un poco de cada cosa, que supongo que será lo que más se ajuste a la realidad. Pero no, son un grupito de tristes, con una melancolía pastosa disimulada tras un una copa o el humo de un cigarro, tras una cortina de ironía txotxola (ya he sacado esta palabreja antes en este blog), tipos que aburren a las ovejas hablando de sí mismos y de la decadencia que tanto miedo les da, aunque finjan llevarlo bien.

De las ilustraciones poco puedo decir, están bien sin más, no me llaman la atención casi nunca, pero dejo por ahí algunos recortes por si alguien los quiere valorar con más elementos de juicio. Pero por lo demás se me ocurren bastantes cosas mejores que hacer en la media horita que se puede tardar el leer el libro.


miércoles, 20 de septiembre de 2023

Zoom: La pulga de acero de Nikolái Leskov

Idioma original: ruso

Título original: Сказ о Тульском косом Левше и о cТальноӣ блохе

Año de publicación: 1881

Traducción: Sara Gutiérrez

Valoración: está bien

Hay una tradición humorística en la literatura rusa (sí, ya sé que últimamente no parecen muy bromistas) que, por lo que repecta al siglo XIX y si yo no me equivoco, tiene sus principales exponentes en Gogol y Chéjov, de quienes sobran comentarios. Entre los escritores "menores" con este registro, por otra parte (y dicho sea con todos los respetos), parece que destaca este Nikolái Leskov, heterodoxo y con menos fortuna literaria que otros colegas más célebres, pero cuya obra más conocida, esta La pulga de acero, sin duda merece nuestra atención, más aún cuando que se trata de un cuento largo o novela breve, escrito con un estilo que agiliza aún más su lectura. Vaya por delante que esa "pulga de acero" a la que se refiere el título no es ninguna alegoría ni metáfora de nada ni el nombre de un navío o un arma secreta steampunk. Ni siquiera el apodo de una famosa cortesana o de un boxeador o... yo qué sé, de un grupo revolucionario nihilista. No, se trata justamente de eso mismo, de una pulga mecánica hecha de acero, más diminuta que una pulga de verdad, puesto que sólo puede ser vista con un "pequescopio" -luego explico de qué va esto-; un regalo que le hacen en Inglaterra al zar Alejandro I cuando éste visita Europa tras el Congreso de Viena y se maravilla ante los avances técnicos ingleses. Junto a él viaja a Londres el cascarrabias general cosaco Platov, quien, por el contrario, defiende la primacía de los artesanos rusos, hasta el punto de despertar el enojo del zar. De vuelta a la Madre Rusia y tras la muerte de Alejandro, su hermano y sucesor, Nicolás I, se entera de la historia y, de acuerdo con Platov, envía a éste con la pulga a Tula, a ver si sus reputados armeros pueden mejorarla.

No voy a desvelar más del argumento. Baste saber que uno de estos armeros, un tipo zurdo, bizco y medio calvo por los tirones de pelo que había recibido cuando era aprendiz ("defectos", por lo visto, casi insalvables para la época) se convierte a partir de este momento en el protagonista de la novelette, sobre todo cuando, a su vez, viaja a Inglaterra y su cachazuda forma de ser y su rusísima visión del mundo contrastan con las de los ingleses. También hay que decir que en esta parte del libro quizás flojee un tanto la historia y, sobre todo, pierda el encanto de entre cuento popular recogido por Afanásiev y relato disparatado de Gogol que posee la primera parte, aunque gana en el aspecto satírico... lástima que esta sátira vaya dirigida, más que nada, contra personajes de la Rusia del siglo XIX de los que hoy la mayoría de nosotros (y seguramente, de los propios rusos), supongo, no tenemos ni idea; también, cierto es, hacia esa mezcla de chovinismo patriotero y admiración por lo extranjero que, por lo visto es, o era entonces, típicamente rusa. Lo cierto es que, al parecer, ni siquiera sus contemporáneos tenían claro si Leskov estaba exaltando el modo de ser de los rusos o choteándose de ellos... Quizá por esa indefinición no llegó a triunfar realmente como escritor.

Por último, y ya en un sentido meramente humorístico, destaca en la novela la utilización vocablos inventados (que supongo debieron traer de cabeza a la traductora) con un efecto indudablemente cómico: así, tenemos, además del citado "pequescopio", las "ninfusorias", los "burocumentos", el "tormentómetro", el mar "Braviterráneo", el "difamatín" o las "empollatablas de multiplicar"...

martes, 19 de septiembre de 2023

Gueorgui Gospodínov: Las tempestálidas


Idioma original:
búlgaro

Título original: Времеубежище

Año de publicación: 2020

Traducción: María Vútova y César Sánchez

Valoración: bastante recomendable

Yo no sé si con este Las tempestálidas Gospodínov se postula a autor de La gran novela europea. Puede que, a diferencia de su homónima americana ( de esas tenemos un puñado cada año), no exista tal concepto. O exista, pero pueda ser discutida. En qué idioma, de qué época, de qué autor, de qué corriente literaria. Antes, o después de ciertos hechos que marcan el desarrollo de la historia del Viejo Continente (en mayúsculas para mayor solemnidad, más que nada), ciertas fechas marcadas a fuego con mayor o menor precisión.

Curioso, porque una de esas, el 1 de septiembre de 1939, es un ejemplo recurrente que actúa como referencia y como bisagra de la novela. No de una forma aparatosa, pero sí con cierto ritmo, como si ese fuese el momento cumbre de la historia reciente, el famoso punto de inflexión. En todo caso, ésta no es una novela sobre un conflicto armado, ni tan siquiera podemos considerarla una novela al uso, por cuanto su estructura e incluso sus personajes son extraños y difusos, casi espíritus que gravitan. Lo cual no es una carencia para nada, esa condición etérea que parte de la presencia de Gaustin, un flâneur, qué mejor representación europeísta que un término en francés. Primer gancho literario; ese regusto sebaldiano que Gospodínov evoca de forma sutil, esa sensación nómada que desprenden las páginas, que describen pocos decorados estables. Monumentos, edificios oficiales, habitaciones de hotel. Casi siempre lugares de existencia efímera o escenarios de tránsito. Un curioso ámbito físico inquieto que plasma a la vez heterogeneidad y esa idea, impostada y falaz, de la unidad continental. Porque quizás otra fecha clave en la novela sea la de la caída del muro, ese hito en que el continente deja de constituir dos mitades desiguales y antagónicas y se inicia el proceso - en el que es incuestionable la influencia del turismo y de la suave pero implacable dictadura de los mercados - de generar una nueva Europa unida por la argamasa de una moneda y una especie de metalingua-franca. Sobre ese escenario se concibe el primer tramo de la novela: la creación de un hotel donde las habitaciones recreen décadas determinadas. Así los viajeros tienen la impresión irreal e inocua de hospedarse en otro momento de la historia. Digamos que esa es la fase más convencionalmente narrativa de la novela. De forma discordante, casi cacofónica, irrumpimos en un puñado de páginas en que Gospodínov desplaza la novela a Bulgaria, a ese orígen de los personajes que se encontraban en la primera parte, llevando a cabo una semblanza algo sarcástica, que incluye tradiciones y festejos, como una especie de parón algo anacrónico, antes de afrontar el tramo final del libro.

Los europeos, cautivos de la oleada nostálgica producida por el éxito de la idea de Gaustin, proceden a votar por su década favorita. Situación que permite a Gospodínov efectuar un agudo análisis, no exento de cierto sarcasmo rayano con la crueldad, en que cada nación se enfrenta a su pasado y se inclina por qué época (dentro del siglo XX) reviviría o elegiría para permanecer en ella. Curiosa elección que, en un siglo en que pocas naciones han podido esquivar estar sometidas a régimenes totalitarios en algún momento, puede deparar alguna sorpresa.

Y la novela regresa a un emplazamiento más íntimo. Vivimos ya en un mundo anegado por las decisiones producto de la evocación nostálgica y las condiciones de su puesta en práctica. De recreación de los iconos culturales, de recapitulación de los momentos que han marcado el devenir del continente. Una recapitulación quizás no tan exhaustiva y solemne como otros desearían, de ser Gospodínov un autor radicado en París, en Roma, en Bruselas. Es esa distancia y esa permanente presencia en el límite de lo bizarro, de lo descabellado. Que quizás su autor se permite por haber hecho esa retrospectiva desde una esquina, desde la periferia.

lunes, 18 de septiembre de 2023

Anthony Giddens: La política del cambio climático


Idioma original
: inglés
Título original: The politics of climate change
Traducción: Francisco Muñoz de Bustillo
Año de publicación: 2009
Valoración: Interesante

Después de leer un ensayo tan vital y optimista como En defensa de la Ilustración, de Steven Pinker, necesitaba aminorar mi estado de euforia; si hay algo en lo que todos los opinólogos del cambio climático coinciden, es que no está la situación – ni estará en un futuro próximo – para echar cohetes.

A pesar de tener ya quince años de antigüedad en el momento de mi lectura, y eso es mucho decir en este tema, el principal aliciente – para mí – de este libro respecto a otros volúmenes que podrían considerados como más o menos similares, es el enfoque político que aborda.

Partamos por el principio; el pensamiento central de la divulgación de Giddens es el que con una absoluta falta de humildad ha bautizado con su propio nombre, la paradoja de Giddens: “como los peligros que representa el calentamiento global no son tangibles […], muchos no harán nada […] al respecto”. Fenómeno del que muchos nos habríamos dado ya cuenta en su momento, pero no nos hemos molestado en bautizar.

Después de plantearnos semejante paradoja, el autor contextualiza: nos explica por encima las causas y orígenes del cambio climático, la crisis del petróleo, el uso del gas natural, etc. Se realiza una revisión somera sobre nuevas posibles fuentes de energía y sus presumibles dificultades de implantación, refiriéndose aquí tanto a las renovables como a las nucleares y termonucleares. 

Trata Giddens de abarcar múltiples visiones del tema, por lo que también da espacio a teorías escépticas pero fundamentadas (nada de negacionismo per se, sino escepticismo lógico), al movimiento verde y su historia, al famoso “desarrollo sostenible” que define como un oxímoron, e incluso a otras visiones más optimistas al estilo laissez faire, déjalo que se curará solo.

Aboga también por el liderazgo de la UE en temas medioambientales (adiós EEUU) y se lamenta de un posible Brexit todavía no producido cuando se escribió este libro.

Posteriormente entramos en lo que más he valorado de este libro; más allá de analizar causas, buscar culpables y/o escandalizar al público (lo cual, desde mi punto de vista, no está de más), Giddens hace un ejercicio de valentía y PROPONE. Es decir, plantea escenarios asumibles con hechos concretos con los cuales el cambio climático pueda neutralizarse.

Las proposiciones del autor son tanto vagas como muy concretas; en cuanto a las más vagas, son fundamentalmente de carácter político: promover la cooperación, pactar más allá de izquierda-derecha, formar a la población sobre el clima, etc. Nada nuevo. Pero veamos las más concretas: aviso de que algunas medidas que razona y argumenta Giddens no son fáciles de asumir por nosotros, occidentales del primer mundo. 

Por ejemplo, desde un punto de vista humanista, el autor aboga por que los países en vías de desarrollo puedan (justifica éticamente este razonamiento) contaminar más, siempre y cuando se den dos supuestos: a) los países más avanzados deben disminuir su nivel de contaminación desde ya y b) esta contaminación debería valer para aumentar el nivel de desarrollo de estos países en crecimiento.

Es decir, adiós protocolo de Kyoto, entre tantas otras cosas. No me digan que no es controvertido.

Otro argumento: debemos dejar de utilizar el PIB como medida de bienestar para pasar a utilizar otros índices en los que sí se vean mejor reflejados el estado medioambiental de nuestro entorno (GPI, ISEW o SSI).

Uno más, más convencional: quien contamina paga. Aquí la sorpresa sería quién y porqué paga (lean el libro).

En fin, una serie de medidas muy interesantes (y más que me dejo en el tintero) que nos harán adoptar una nueva perspectiva sobre un grave problema, lo cual generalmente es el primer paso para encontrar una solución cuando nos encontramos enquistados.

domingo, 17 de septiembre de 2023

Reseña + Entrevista: Lo que quedó de nosotras, de Ángel Alonso

Idioma original: Español 
Año de publicación: 2022
Valoración: Entre recomendable y está bien

Lo que quedó de nosotras es un "thriller" sencillo pero eficaz. Ojo: con el adjetivo sencillo no pretendo desmerecer la novela de Ángel Alonso, sino decir que, si bien no presenta una fórmula excesivamente original, cumple su función, está bien urdida y trabaja correctamente los ingredientes que emplea. Puede que no sea muy memorable, pero lo mismo sucede con otras obras adscritas al género que, aun así, reivindicamos por las cotas de entretenimiento y tensión que alcanzan. 

De modo que la novela de Alonso funciona. A ratos, da incluso un pelín más de lo que promete. Por ejemplo: su argumento se desvía ligeramente del típico "rape and revenge"; cuando empieza el juego del gato y el ratón, los roles fluctúan y son menos inequívocos de lo habitual; y la voz narrativa engalana ciertas escenas con un toque poético.

En fin: me ha gustado especialmente la estructura de Lo que quedó de nosotras, pues martillea al lector con capítulos tan breves como adictivos, va incrementando la angustia paulatinamente y entrega orgánicamente nueva información. 

También aprecio el tono realista del conjunto (otro autor se hubiera decantado por uno más efectista), la caracterización de sus personajes (quienes, pese a no ser extremadamente complejos, poseen rasgos físicos, emocionales y psicológicos distintivos), lo intimidante que resulta el antagonista, el ingenio de los diálogos y los "plot twists" que salpican el argumento (siempre sorprendentes y, sobre todo, verosímiles). 

Ah, una última cosa: cómo olvidar un par de logradas descripciones de tinte onírico, escatológico o "gore", a cual más fascinante, pavorosa o repugnante. 

En el lado menos positivo, criticaría la prosa de Lo que quedó de nosotras. Aunque generalmente utilitaria, a menudo se pierde en detalles o divagaciones innnecesariamente minuciosos. Esto no sólo provoca que el libro sea excesivamente largo; asimismo, realentiza la acción y le resta intensidad a determinadas escenas. 

La implicación de Esqueleto Negro, por su parte, acusa algún problemilla. En primer lugar, la tipografía que emplea es tan chiquitita que puede llegar a ser una tortura para la vista del lector. A eso hay que sumarle que se le han colado un puñado de erratas en el texto (laísmos, mayúsculas que no deberían serlo, tildes omitidas, puntuación discordante...). Sea como fuere, quiero felicitar a la editorial por el diseño de su cubierta, que a mi juicio supera holgadamente el de la gran mayoría de su catálogo.    
       
Poco más que añadir: si acudes a Lo que quedó de nosotras con las expectativas adecuadas, te encantará. Creo sinceramente que el "thriller" de Alonso puede caminar con la cabeza bien alta entre propuestas afines salidas de la pluma de colosos literarios como Stephen King o Dean Koontz y que, si cayera en las manos de un director competente, podría convertirse en una película notable.


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A continuación adjuntamos un pequeño cuestionario que Ángel Alonso ha respondido con suma amabilidad:

ULAD: En tu cuenta de Instagram (@sr_oxymoron) se evidencia que amas el género de terror. Y, según he leído, lo prefieres cuando tiene los pies en la tierra. ¿Al parir Lo que quedó de nosotras no tuviste en ningún momento la tentación de rebasar el realismo y añadir algún elemento sobrenatural?

A.A.: Desde el momento que establecí el tono de la novela, en la fase inicial de escritura, tracé una línea roja: evitar cualquier elemento sobrenatural que alejara la trama de la realidad sucia y descarnada en la que se mueven los personajes. 

ULAD: En Lo que quedó de nosotras introduces una serie de "leimotivs". Algunos, como, la mención recurrente y temáticamente pertinente del concepto serendipia, son claramente deliberados. Otros, en cambio, aparecen menos, pero siempre orgánicamente. ¿También éstos eran planificados, o a medida que escribías la novela se te ocurrió implementarlos?

A.A.: Todo lo que aparece en la novela es fruto de la planificación. A veces son conceptos definidos desde el principio, por ejemplo, el propio concepto de serendipia o la figura del «pájaro» y todo lo que simboliza, para bien y para mal, algo que se introduce desde el primer capítulo. Otras veces se fueron incorporando en las revisiones como un juego sutil, un detalle oculto, para que funcionara como alegorías que permanecen en el subconsciente a fin de dar sentido a otras partes de la novela.

ULAD: De todos los personajes de la novela, quizá el más destacable es Bosco. ¿Te inspiraste en alguien real para crear a ese antagonista tan despiadado, calculador e imponente como, a su extraña manera, carismático y sensible?

A.A.: Me encantan todos los adjetivos con los que has definido a Bosco. ¡Ese era el objetivo! Bosco es un personaje de grandes contrastes y disfruté muchísimo en su construcción psicológica. No me inspiré en nadie, de manera consciente. Estoy seguro que toda la literatura consumida, así como cine y música, ha ejercido una gran influencia, por lo que nuestro querido amigo compartirá rasgos con personalidades de sobra conocidos. El único problema que tiene Bosco, a mi modo de ver, es justamente ese torrente de carisma. Eclipsa al resto de personajes, y todos son muy jugosos. De hecho, Bosco tiene su contrapunto en Elián, con la que comparte características; buenas y malas.

ULAD: ¿Cuál es tu opinión acerca del ser humano? Lo digo porque hay mucha oscuridad en estas páginas. Una oscuridad verosímil, que empieza mostrando cómo los amigos se engañan unos a otros y acaba por arrojarnos a una hoguera de crueldad y rencor. Incluso cuando amagas con un pequeño arco de redención la cosa se tuerce.

A.A.: Opino que no existe el mal absoluto ni, por supuesto, el bien absoluto. Nos movemos en un amplio rango de grises. Bien es cierto que los personajes de la novela, por las circunstancias personales que han vivido y sufrido, escoran hacia una zona de oscuridad mayor que lo que nos podemos encontrar en nuestro día a día. También, a efectos narrativos, es una opción que ofrece mucho más juego y disfrute.

ULAD: ¿Cómo ha sido la experiencia de publicar tu obra? ¿Darías algún consejo a otros autores que deseen que les editen sus manuscritos?

A.A.: Mi experiencia está siendo brutal. Desde el día que salió la novela hasta ahora no he parado de recibir respuestas sensacionales. Si soy sincero, no me lo esperaba. Sabía que tenía algo bueno entre manos, pero, a juzgar por las críticas y reseñas, me había quedado corto.
 
Respecto a los consejos, podría ofrecer muchos, fruto de mi experiencia personal, a pesar de ser una voz minúscula en este maremágnum de publicación. Sin embargo, permíteme que lance, no uno, sino dos. El primero es fundamental: reescritura. Un buen manuscrito necesita de un proceso concienzudo de reescritura en el que se debe incluir un adecuado periodo de reposo de cara a enfrentarse al texto con una mirada crítica. Un manuscrito bien elaborado ayudará a abrir puertas. El segundo consejo, es más personal: no tener prisa por publicar. Es mejor pasar un tiempo (en mi caso fueron años) de aprendizaje y perfeccionamiento que nos brinden de las herramientas adecuadas de cara a construir una gran historia.

ULAD: ¿Te verías capaz de escribir un guion cinematográfico sobre Lo que quedó de nosotras? En caso afirmativo, ¿crees que deberías modificar sustancialmente algún apartado de la novela para adaptarla al nuevo formato?

A.A.: La osadía me anima a responder afirmativamente al tiempo que la sensatez me recuerda que carezco de los conocimientos necesarios. Dejemos en manos profesionales la elaboración del guion. Por mi parte, disfrutaré del resultado, haya o no cambios sustanciales.

ULAD: ¿Estás trabajando en algo ahora mismo? ¿Te planetas incurrir otra vez en la narrativa larga a corto plazo?

A.A.: Estoy en pleno proceso de escritura de una nueva novela. Solo puedo comentar que se trata de un "thriller" psicológico con toques de "body horror". Quiero darme todo este año para finalizarla y ya, de cara al siguiente, comenzar el proceso de publicación.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Blas de Otero: Expresión y reunión

Idioma original: Español

Año de publicación: 1981

Valoración: Bastante recomendable 

Expresión y reunión fue el título de una antología ordenada por el propio autor en el año 1969 y que contenía numerosos poemas inéditos o no publicados en España, pero la edición que hoy reseñamos (Alianza, 1981) incluye poemas posteriores a 1969 y algunos de sus obras anteriores, lo que hace que sea una buena muestra de la poesía oteriana.

Pero no toda la obra de bilbaíno está representada por igual en la compilación. Su etapa existencialista ocupa un espacio mucho menor que el que ocupa su etapa más social, y eso es algo que me llama poderosamente la atención porque creo que Ángel fieramente humano o Redoble de conciencia son libros absolutamente fundamentales para entender la poesía española de posguerra. En cualquier caso, es lo que hay!

Ordenada de forma cronológica, la antología comienza con poemas de Cántico espiritual, Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia y Ancia. Esta es la etapa existencialista del autor, marcada por el soneto como forma y la mirada hacia el propio interior del poeta como fondo, por el clasicismo en lo estructural y por su ligazón con las corrientes filosóficas de su tiempo en lo temático, sin olvidar la influencia de los místicos españoles. Decía que para mí estos libros contienen lo mejor de la poesía española de la década de los 50: el vacío, la soledad, la angustia, la sensación de haber sido abandonado por Dios da lugar a imágenes terribles y dejan arrasado al lector. Creo que el poema "Hombre" es el ejemplo más logrado de esta etapa.

Con Pido la paz y la palabra asistimos a un cambio tanto estilístico como temático en la poesía de Otero, cambio que lo acompañará hasta su muerte. Su mirada pasa, en términos generales, del interior al exterior, de lo individual a lo social, del reducto más minoritario a una inmensa mayoría; el soneto da paso a formas más ligadas a la cultura popular / oral, las estructuras tradicionales se abren a nuevas formas, como el verso libre, la prosa poética, etc. 

Blas de Otero es ahora un poeta de lo político y el poeta de una España que duele y a la que ama profundamente (sus gentes, sus paisajes, etc). Lo primero lo consigue sin provocar sonrojo (lo poético y lo político no suelen casar bien y basta con leer algunos poemas de Neruda y Alberti para comprobarlo) pero creo que es inferior a su obra previa; lo segundo vincula al poeta con las generaciones inmediatamente anteriores (inevitable citar a Machado y al resto de la generación del 98).

P.S.: Hoy puede chocar, pero la cantidad de alusiones a España en esta antología es enorme. ¿Cómo sería recibida hoy en día tal cantidad de alusiones en un poeta de izquierdas? 

También de Blas de Otero en ULAD: Ancia

viernes, 15 de septiembre de 2023

Sylvia Molloy: Vivir entre lenguas

Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable


Me adentro en la lectura de este libro de esta autora argentina con ciertas dudas, pues la lectura de «Varia imaginación» me dejó algo frío debido a su estructura inconexa y en ocasiones excesivamente breve. Pero me alegro de haberle dado una segunda oportunidad a la autora, pues en esta ocasión sí he disfrutado del libro, un libro muy breve que (aquí sí) se centra únicamente en un tema, el plurilingüismo, pero desde una visión íntima de quién lo ejerce y, por tanto, una lectura personal y no académica o ensayista.

Así, en este conjunto de reflexiones, la autora nos habla de la lengua, de las lenguas, de su diversidad. Siendo ella trilingüe nos relata que «la adquisición de los tres idiomas no ocurrió simultáneamente sino de manera escalonada y cada idioma paso a ocupar distintivos espacios y a teñirse de actividades diversas, pero encontradas» y es por ello que asevera que «cada idioma tiene su territorio, su hora, su jerarquía» y, precisamente por ello, afirma con cierto pesar que «a pesar de que tiene dos lenguas, el bilingüe habla como si siempre le faltara algo, en permanente estado de necesidad» y es algo que constata en sus trabajos de traducción y lo ejemplifica citando a George Steiner quien, al hablar de la traducción,  afirma que «el viaje de Ida y vuelta puede dejar al traductor en la intemperie (…) no se encuentra del todo cómodo, ni en el idioma propio ni en el idioma o los idiomas que domina». 

De esta manera, en esta obra de marcado tono autobiográfico, la autora nos narra experiencias en las que la interferencia lingüística se hace presente y su dificultad para mantener su independencia, pues cohabitan de manera inevitable e inseparable dentro de cada uno y expone así mismo casos en los que la diversidad lingüística altera nuestra manera de relacionarnos y lo ejemplifica al exponer un hecho interesante a raíz de un estudio realizado en el que se vio que cuando una persona se dirige a otra en una lengua extranjera le era más fácil hacerlo si la persona a la que se dirige presenta «rasgos étnicos» de la lengua que está hablando; así que un chino hablará mejor en inglés con un estadounidense que con otro chino. Y con ello, llega da una conclusión: «para sentirse cómodo, incluso locuaz, en otro idioma se necesita la inmersión total en lo extranjero y el olvido». 

Como probablemente a muchos de los reseñistas nos ocurre, la autora confiesa su dificultad en empezar un escrito, pues afirma que «cuando me dispongo a escribir algo nuevo siempre me cuesta empezar, como si no encontrara el lugar donde asentarme. Recurro, la mayoría de las veces, a un truco (…) me imagino en el otro idioma, el que no voy a usar para el texto que estoy por comenzar, y así me largo a escribir, provisionariamente (…) al rato me detengo y traduzco lo que he escrito al idioma en el que pienso escribir el resto del texto, texto que me resulta ya menos difícil ahora que el otro idioma le abrió camino». 

Por todo lo expuesto, es un libro interesante pues nos hace reflexionar sobre nuestra identidad y la relación con la lengua que utilizamos y, en algún punto, me lleva a «La analfabeta» de Kristof, donde la autora abandonó su lengua materna en el momento en el que empezó a escribir, dejando sus orígenes en el trasfondo de un texto que mostraba una cara en un idioma antes extranjero. De manera similar, Molloy busca entre lenguas su identidad, porque esta la construimos también en base a una cultura formada en gran parte por la lengua con la que hablamos. Y, cuando todas interfieren en un grado similar, podemos llegar a cuestionarnos, no ya únicamente cuál de ellas es la predominantes sino también aquello que nos conforma; eso es algo que hace la autora y nos traslada al preguntarse: «después de todo, ¿en qué lengua soy?» 

También de Sylvia Molloy en ULAD: Desarticulaciones, Varia imaginación