Año de publicación: 2003
Valoración: Recomendable alto
Según como consideremos el tema, la fotografía puede tener
un cierto punto inquietante: se captura una instante concreto, un momento que
nunca más se repetirá (ay, si la hubiese conocido Heráclito), la imagen de
personas que tampoco volverán a ser como entonces, o que simplemente ya no
estarán en el mundo. Se puede, con talento suficiente, plasmar una atmósfera,
como los grandes pintores figurativos, captar el ángulo insólito, presentar una
escena de una manera determinada transmitiendo unas sensaciones o las
contrarias. Muchas cosas, sin que sea necesario llegar a lo que, de una forma
casual, le toca vivir a Dolores.
Dolores, viuda madurita, compartía con su marido la pasión
por la fotografía, que fue también su medio de vida hasta que él murió en
un accidente de tráfico. Sola y cansada, ella intenta mantener el negocio
aunque sin la ilusión de los años jóvenes, cuando recibe un extraño encargo de
Clemente, un desconocido anciano que le convencerá para dedicarse a una actividad que
ya parecía extinguida: la fotografía post mortem, obtener la última imagen del
difunto poco antes de que su cuerpo desaparezca para siempre. Una moda que
ahora se antoja macabra pero que tenía su público unas cuantas décadas atrás,
tal vez hace un siglo. He visto fotos de ese tipo, y resulta de verdad tétrico
y poco agradable, pero llegó a tener cierta relevancia. Dolores, sin saber muy bien
por qué, acepta la oferta y se interna en esa peculiar actividad.
La foto del recién muerto tiene sus propias reglas, hay que
estudiar los encuadres y la luz, captar el gesto del cadáver, que debe aparecer
tal cual es, el ser que acaba de abandonar la vida, todavía presente, él mismo
pero también distinto del que era unas horas antes. También hay que extremar la
profesionalidad, ser rápido sin desatender los detalles, trabajar en la
atmósfera fría del tanatorio, compartir espacio con los familiares sin dejarse
arrastrar por las circunstancias porque ‘el dolor es de ellos’, ser capaz de
obtener la imagen perfecta del cuerpo inmóvil (¿siempre inmóvil?). La experiencia le sirve a Dolores para
recuperar la pasión por su trabajo, hasta entonces adormecida, y descubrir cosas
desconocidas de ese mundo: viejos álbumes en blanco y negro, fotografías
insólitas, la antigua técnica del daguerrotipo que producía imágenes que no
captaban ya la ‘instantánea’, sino una breve secuencia de tiempo condensada en
una sola imagen. O ciertas prácticas relacionadas con la fotografía mortuoria
que se internan en el terreno de lo truculento, o directamente de lo criminal.
El relato es pausado, con un ritmo narrativo constante y
bien medido, como medido, pulido y elaborado con esmero parece cada párrafo,
cada descripción y cada personaje. En un presente histórico de frase corta, la
narración solo puede calificarse de eficiente: limpia, exacta y con la
información precisa para que en ningún momento decaiga la atención. Todo
transmite una sensación de inmediatez que hace de la lectura algo adictivo, aunque en ciertos momentos pueda echarse de menos algún espacio más amplio para
la imaginación.
Esto último, la imaginación, parece reservarla el autor para
esa capa del relato que amaga con algún misterio, algo oculto que
necesariamente debe esconderse entre secretos vinculados a técnicas
fotográficas extrañas, en los pliegues no desvelados en las vidas de Dolores o
de su cliente, en la turbiedad de esa afición a la fotografía mortuoria, o en
los vapores insanos de los compuestos utilizados en los viejos daguerrotipos. Esa
bruma amenazante que infecta todo el relato y mantiene la tensión se tiene que
materializar en algo, un acto antiguo o actual, algo que explique la anoxia,
esa falta de oxígeno que acaba con los miles de peces del Mar Menor, que
consume a Clemente mientras colecciona y clasifica fotos de muertos, o que
asfixia a Dolores cada noche mientras rememora su vida y su fracaso, y siente la presencia de un vacío casi tangible. Pudo
también ser un gesto, una decisión equivocada que muchos años después queda al
descubierto con la frase definitiva:
- Aquí, cerca. Y no al otro lado, lejos.
Enigmática frase a la que solo encontraremos sentido leyendo
el libro entero. Toda una declaración, la demostración de que las tragedias
proceden muchas veces de esos pequeños agujeros negros que van marcando nuestra
historia y solo somos capaces de verlos, mucho después, cuando los descubrimos en los demás, o en las proximidades de la muerte.
Buena reseña 😊.
ResponderEliminarTuve la suerte de ir a un club de lectura de Anoxia, con el autor presente comentando y aclarando dudas. Dijo que el libro va sobre la protagonista, Dolores, y su evolución a lo largo de la novela. También que él mismo tuvo que asistir a un curso/formación para aprender cómo se hace la foto antigua, y que (sorpresa) le inspiró mucho la película de "Los otros" para escribir la historia.
El título, a mí parecer (visión de médico anestesista 🤣), también hace alusión al momento preciso (inquietante como mínimo) en que una persona deja de respirar al fallecer.
Pues tuvo que ser interesante ese club de lectura, porque creo que la novela tiene varias perspectivas diferentes, y tuvo que ser un placer comentarlo con el autor.
ResponderEliminarEn cuanto al título, por lo poco que entiendo, se refiere a esa falta de oxígeno, que puede tomarse como metáfora, pero que efectivamente, aplicada a ese momento crítico juega con una de las claves del relato.
Muchas gracias por visitarnos y por aportar tu punto de vista.