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jueves, 31 de marzo de 2022

Gioconda Belli: Las fiebres de la memoria

 Idioma original: español

Año de publicación: 2018

Valoración: Recomendable


Todos recordamos nombres de escritores que supieron combinar acción y literatura, de las escritoras que han hecho lo mismo apenas se habla, pero haberlas haylas: sin ir más lejos, la autora de esta novela, que ha destacado también en poesía y a la que conocía sobre todo por su activismo. Como sabemos, fue miembro del Frente Sandinista, ocupó varios cargos políticos cuando el movimiento accedió al poder y desde mediados de los 80 se dedicó exclusivamente a escribir. Su obra poética y narrativa es extensa y de una calidad indiscutible. La verdad, no me esperaba tanto, desde el uso tan particular de recursos novelescos y biográficos, hasta la exhaustiva documentación que, en lugar de abrumarle o de refugiarse en ella para inventar lo menos posible, (dos extremos en que se cae con demasiada frecuencia) le sirve de motor para urdir una trama la mar de atractiva protagonizada por un personaje cuyo carácter monolítico evoluciona y, empujado por las circunstancias, muestra una versatilidad tan inimaginable en un principio como convincente. El personaje existió, vivió en el siglo XIX y parece ser un antepasado auténtico de Belli, el truco del manuscrito encontrado está ya muy visto, pero solo lo usa en el Epílogo y con bastante gracia, por cierto. Sabe que no la creemos, pero un par de páginas más allá, valiéndose de los Agradecimientos, aclarará cómo se gestaron realmente estas falsas memorias. Y no les voy a contar lo que ocurre porque aquí la sorpresa tiene su importancia, adelanto que la trama es compleja, de fácil lectura y muy entretenida, que cuenta con abundantes y variados elementos folletinescos tan bien manejados y dosificados que no le restan categoría, al contrario. Me concentraré, pues, en sus puntos fuertes que son todos, en realidad, pero que intentaré resumir en diez por usar un número redondo.

El protagonista es, nada menos, que el duque Charles Laure Hugues Théobald Choiseul de Praslin, personaje real, heredero de una rancia dinastía francesa como se puede apreciar por la ristra de nombres que le adornan, y del castillo de Vaux-le-Vicomte, en las cercanías de París. Este noble se ocupaba de las tareas propias de su rango, como mantener la reputación de su estirpe, aumentar la suntuosidad de su mansión, jardines incluidos, traer nueve hijos al mundo (de momento), disfrutar de la compañía de la institutriz y poco más. Conviene saber que Belli le convierte en narrador y gracias a ese privilegio puede adelantarse a cualquier reproche que podamos hacerle, que serían unos cuantos. La acción comienza a mediados de siglo con un suceso muy grave que le conduce a un suicidio fallido primero y más tarde en fugitivo con la ayuda del rey Luis Felipe I de Orleans. Como no puede resucitar impunemente está condenado a vivir oculto, más o menos como el conde de Montecristo, al que se menciona varias veces, excepto por los deseos de venganza. Comienza así el ciclo de las aventuras que acabarán transformando su personalidad y le llevan de un país a otro: Inglaterra, Estados Unidos y, finalmente, Nicaragua. Gracias a estos viajes conoce a personajes relevantes de aquel tiempo, presencia avances científicos y sucesos conocidos y tiene al lector constantemente en vilo al contagiarnos su temor a ser descubierto. Esto, unido a lo incierto de su destino –ya que de repente no es nadie, un vagabundo sin oficio, beneficio ni lugar dónde vivir y, para colmo prófugo– añade un plus de intriga que se va manteniendo mientras nos preguntamos cómo se las arregla para vivir como un marqués. Sabemos quién le ayuda, pero esa adicción al lujo nos maravilla: salvando las distancias, podríamos compararle con nuestros pícaros.

La familia ocupa un lugar fundamental. En ella se produce la catástrofe y, aunque Praslin se mueve solo por el mundo nunca se desvincula de afectos y rencores, tampoco de castillo, posición y hasta de ayuda de cámara, que añora a menudo; aunque encuentra compañeros ocasionales nunca pasan de amistades efímeras, su mayor compañía es la memoria, la nostálgica y la que conlleva unos remordimientos que plantearán los primeros conflictos éticos, luego vendrán otros muchos, tanto ajenos como propios, que presentan dilemas interesantes resueltos, en general, con códigos distintos a los nuestros. Aún así, es evidente que la novela pertenece a este siglo, ya que no es fácil ocultar toda una trayectoria ideológica y cultural y la autora, de vez en cuando, aparece tras sus personajes. No demasiado a menudo, es cierto, y resulta bastante efectiva esa forma de retratar con solo unos cuantos rasgos, aunque a veces se caiga en el cliché, pero es que el interés de cada uno de ellos radica exclusivamente en su relación con la figura principal ya que como entidades independientes no tienen ninguna relevancia. Esto se aplica tanto a los personajes inventados como a los históricos, cuya intervención por cierto está estratégicamente situada añadiendo interés y credibilidad a la acción. Transitamos por los grandes acontecimientos, inventos y convulsiones de la época, también por la geografía, sostenida por abundantes datos y vívidas descripciones. Ambas, más que telón de fondo, condicionan directamente la narración. 

Y llegamos al desenlace, que además de parecer forzado reúne los grandes tópicos novelescos haciendo desmerecer un poco el conjunto. Sin embargo, ocurrió así, el duque, finalmente, sentó la cabeza de nuevo y tuvo otros seis descendientes, que añadidos a los nueve anteriores… Sumen ustedes. Eso suponiendo que la información que ha recogido la novelista sea tan verídica como ella supone. No es que desconfíe, pero suena tanto a las fábulas de siempre.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Angélica Gorodischer: Trafalgar

Idioma: español

Año de publicación: 1979

Valoración: recomendable

No sé hasta qué punto es conocida para el público lector, en general, la escritora, recientemente fallecida (a los 93 años, que no está nada mal) Angélica Gorodischer. Quiero pensar que si lo es en su Argentina natal y también para los aficionados de habla hispana a la fantasía y la ciencia-ficción, puesto que se la considera una figura fundamental de la misma. Por mi parte, confieso que no supe de su existencia hasta que leí, paradójicamente, la noticia de su fallecimiento, por lo que esta reseña bien podía haber formado parte de nuestra última semana de "Ilustres olvidados" (y, de hecho, a punto estuvo de hacerlo).

Vaya por delante, antes de meternos en harina , que el título Trafalgar de este libro no tiene que ver ni con el cabo gaditano, ni con la batalla naval ni con la plaza londinense del mismo nombre, sino que se refiere a su personaje protagonista, Trafalgar Medrano, un comerciante rosarino, compulsivo fumador y cafeadicto , pero además consumado narrador de historias, que, a la vuelta de sus viajes, se dedica a contar sus aventurillas a sus amigos, que, entre tanto, han proseguido sus vidas apaciblemente convencionales en Rosario -también puede que no sea más que un simpático chiflado al que éstos siguen la corriente, aunque para el caso, da igual-; de esta forma, cada capítulo del libro corresponde a un relato de un viaje diferente, relatados a distintos interlocutores, pero que forman parte de la misma pandilla de amigos de clase media y de mediana edad (muy parecida, supongo, a las que se pueden encontrar entre la burguesía de cualquier ciudad de provincias del ancho mundo). Claro, que los viajes de Trafalgar Medrano no se limitan a ir a Salta, Buenos Aires o Tucumán y ni siquiera a otros países de América o de Europa, sino que los realiza a otros planetas, en las galaxias más alejadas -donde vende y compra mercancía bastante pedestre... o terrestre, por lo demás-; se ve que en el universo alternativo y setentero que habitan los personajes, viajar al espacio es algo relativamente común y asequible, como si uno fuera un Jeff Bezos cualquiera...

Como digo, Trafalgar le cuenta sus viajes a sus amigos y conocidos y por eso cada capítulo viene a ser un relato independiente de un viaje a algún planeta de por ahí; así, conocemos un mundo regido por bellísimas mujeres que sólo practican el sexo con máquinas, otro en el que sus habitantes han renunciado a todo conocimiento y manifestación cultural salvo el baile. Uno más en el que los muertos no acaban nunca de estarlo del todo. U otro planeta que parece el reflejo simétrico de la Tierra, pero con 500 años de retraso, por lo que Trafalgar acaba en la España de los Reyes Católicos... Porque, eso sí, que nadie piense que en estos relatos va a encontrar batallas entre naves espaciales o alienígenas verdes con tentáculos... Los extraterrestres con los que trata nuestro héroe son -o al menos no se especifica otra cosa- asombrosamente parecidos a los terrestre, e incluso él tiene sus frecuentes affaires con bellas damiselas que encuentra en sus viajes. Porque los mundos alternativos que describe a sus amigos parecen más que nada excusas de Angélica Gorodischer para hablarnos de nuestra especie y civilización humanas, y valorar los pros y contras de  algunas alternativas -o utopías si se quiere-; en ese sentido, se suele relacionar la obra de esta autora con la de Ursula K. Le Guin, aunque a mí me ha recordado, sobre todo, a la de Stanislaw Lem, aunque me refiero al Lem de los Diarios de las estrellas, más que al de Solaris. Trafalgar Medrano, en efecto, sería una especie de Ijon Tichy, pero argentino y canchero.

Otro punto en común con Lem sería el humor, en este caso, suave y con un tono costumbrista, pero presente, en mayor o menor medida, en todos los relatos. En esto podemos enlazar el libro de Gorodischer con la obra de otro escritor fantástico/utopista; el clásico Jonathan Swift y sus Viajes de Gulliver, aun siendo éstos más fantásticos, en realidad, que los de Trafalgar Medrano. Pero en ambos casos, lo que buscan sus autores es ponernos ante unos espejos que, deformantes y todo, nos permitan vernos tal y como somos, con nuestros defectos humanos aunque también, aunque sólo sea por comparación, nuestras virtudes, que alguna tendremos...

martes, 29 de marzo de 2022

Paul Davies: El universo desbocado

Idioma original: inglés
Título original: The Runaway Universe
Traducción: Robert Estalella
Año de publicación: 1978
Valoración: Decepcionante

Si alguien leyó en su día, y recuerda, la parte que me correspondía en aquellas biografías lectoras (no pongo el enlace porque me da un poco de vergüenza), quizá sea consciente de que estos temas siderales de segunda división científica siempre me han atraído. Ahora menos que en aquellos remotos tiempos de la adolescencia, claro, pero aun así el cuerpo me pide no dejar escapar, aunque muy de vez en cuando, alguna oportunidad que surja para volver a estas cosas del cosmos, las galaxias, u objetos inalcanzables y difícilmente comprensibles en nuestra escala doméstica del espacio-tiempo. Creo que la última vez que me asomé a ese mundillo fue también de la mano de Paul Davies, este científico (ya no sé si físico, matemático u otras esdrujuleces) tan amigo de divulgar conocimientos para que los atrapemos los mortales más corrientes.

Ahora me encuentro otra vez con él por pura casualidad (libro encontrado en casa, y que nadie había leído), y si antes se centró en el posible contacto con inteligencias extraterrestres, en esta ocasión parece que presenta un campo mucho más amplio: el Universo, su formación, expansión y previsible muerte, nada menos.

Y qué quieren que les diga ¿Qué el libro es antiguo (1978, más de cuarenta años) y que ya no sorprenden descubrimientos tantas veces relatados? ¿Que uno ya ha leído bastante al respecto y que esto es más de lo mismo? Pues siendo ciertas las dos cosas, el libro en sí tampoco despierta mayor interés, porque quizá por esa época Davies todavía no había pillado el punto a esa difícil combinación entre lo científico y lo divulgativo, es decir, contar cosas con rigor pero evitando que el lector, necesariamente profano, desconecte, quizá abrumado, quizá aburrido.

Desde luego no tiene que ser fácil contar, además con cierto detalle, cómo se produjo el Big Bang, cómo se expande el Universo y por qué lo sabemos (o creemos saberlo), cómo evolucionan y colapsan las estrellas, si el nacimiento de la vida fue un fenómeno peculiar o responde a un patrón que puede haberse repetido miles de veces, o por qué caminos avanza ese Universo hacia un fin que podría tener diversas variantes. Puede que uno de los aspectos decisivos en este tipo de libros es fijar la materia a tratar, porque si resulta demasiado extensa, la atención se diluye irremediablemente en un océano de informaciones en torno a partículas extrañas, fuerzas gravitatorias, procesos nucleares, gases que se transforman y radiaciones de fondo, cosas que, reconozcámoslo, son por completo ajenas a nuestras aburridas vidas y a nuestra pequeñez sideral.

Es muy llamativo leer sobre explosiones inimaginables o agujeros negros que devoran estrellas y planetas, pero tropezamos con un obstáculo fundamental: todo aquello de lo que se nos habla opera en unas escalas tan delirantes tanto en el espacio como en el tiempo (miles de millones de años, tal vez billones, no sé qué parte infinitesimal de un átomo, cantidades innombrables de años-luz) que al cabo de unas decenas de páginas la atención decae, y el lector, al menos el que esto escribe, cae en una especie de indiferencia. La Humanidad tiene poco que decir en toda esta historia, es un mínimo puntito irrelevante en esas descomunales distancias y épocas, todas ellas remotas tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Así que todo eso que al científico, astrofísico o cosmólogo le parece tan apasionante, al humilde ciudadano ocupado en pagar su hipoteca, una vez pasada cierta sorpresa inicial, le resulta ajeno e incomprensible. Dicho rápidamente y por ceñirme al ejemplo más doméstico: es curioso saber que el Sol se apagará como consecuencia de no sé qué procesos dentro de tampoco sé cuántos miles de millones de años, pero ¿de verdad es algo que me toca en alguna fibra?

De manera que en el humilde lector aficionado crece la sospecha de que todo esto puede no ser más que un gran juego especulativo en el que matemáticos y físicos hacen despliegue de monstruosas ecuaciones o mediciones de cosas que, por muy grandes o muy pequeñas, están fuera de nuestra comprensión, y a fin de cuentas estas lecturas no nos reportan casi nada más que un dudoso poso de culturilla astrofísica y tal vez un rato de moderado entretenimiento. Si el libro además no tiene el gancho de una buena dosificación de los contenidos, el resultado de la experiencia lectora es más bien pobre.

Y añadiré algo más. Al final, estos trabajos en torno al origen y muerte del Universo siempre se quedan, necesariamente por supuesto, en el límite que separa la ciencia de la filosofía o la religión. Y bueno, tampoco vamos a pedir a Davies ni a ningún otro científico-divulgador que se moje, porque no es su negociado, pero sí resultaría digno de interés que alguien se atreviese a dar ese paso un poco más allá del horizonte, tan lejano, al que alcanzan los números, y fuera capaz de formular alguna teoría sobre el minuto anterior al Big Bang: ¿había una bola de fuego o una singularidad gravitacional? ¿de dónde surgió? ¿había algo alrededor? ¿la nada es un concepto científico? Esto, claro, desde la racionalidad, sin prejuicios ni payasadas. Qué difícil.

También de Paul Davies en ULAD: Un silencio inquietante

lunes, 28 de marzo de 2022

Enrique Vila-Matas: Chet Baker piensa en su arte


Idioma original: español

Año de publicación: 2011

Valoración: recomendable

Con Marsé fallecido y Cercas empeñado en convertir su obra en un panfleto, Vila-Matas pasaría por ser mi escritor vivo favorito de los que escriben en español y residen en la península. Y esa opinión personal me la viene a corroborar la profundización en su obra, que pasa ineludiblemente por el acceso a sus obras "menores", aunque su ritmo de publicación es muy apreciable y ello puede implicar los lógicos deslices que otros dirán altibajos para luego poder justificar retornos a la forma, concepto este último poco agradecido para una faja, casi siempre más proclive a ser usado por el crítico exigente de impertérrita ceja elevada a perpetuidad.

Sé, no hay que buscar muy lejos, que a muchos Vila-Matas les acaba empalagando cuando se excede en sazonar sus textos con algunos de sus cócteles de especias. La auto-ficción o lo meta-literario, por ejemplo, y en ese último concepto podría insertarse cierta querencia, que podría culminar en una cierta erudición, algo aburguesada, por demostrar en sus escritos su escandaloso bagaje cultural. Es una línea, roja por supuesto, que sus enemigos pueden recriminar. No poco del material que esta selección de relatos puede adolecer de esta condición. En especial, el relato que le da título, casi una centena de páginas entregadas al eterno devaneo entre - ganas me dan de escribirlo en mayúsculas - cómo debe ser la literatura genéticamente perfecta. Usando dos polos opuestos como son dos novelas, una de Simenon, cuyo título obviaré pues - efectos de esta lectura - voy a leer y reseñar en cuanto pueda, la otra el archi conocido Finnegans Wake de James Joyce, que pasaría, no voy a alimentar más eternas discusiones, por ser el summum del esteticismo literario, a espaldas de comprensión y/o coherencia. Ese relato justifica el libro y contiene no poco material, Vila-Matas parece jugar con el lector con su goteo de nombres, de ese que sobreexcita a la vez que da que pensar si ese bagaje no contiene un cierto porcentaje de farol. 

En todo caso, me resulta curiosa la omisión o salto temporal; no hay relatos entre los primeros años de los 90 y la primera década de este siglo, supongo que por los años Anagrama, y eso permite visualizar de un modo abrupto la evolución del escritor, que pasa del relato incidental, casi siempre en el contexto de un viaje o una ausencia, de apenas diez páginas, a esos ejercicios de estilo que superan las cincuenta, con el escritor ya envalentonado y consciente de su inapelable estilo depurado, haciendo gala de no pocos aspectos exquisitos en sus gustos (no solo literarios, también musicales, y no deja de sorprender que conozca a Bauhaus, a Nouvelle Vague, a The National), cosa que permite apreciar más su contemporaneidad. Esa aportación de heterogeneidad da riqueza al texto en su conjunto. Aunque inferior a su mayestático Dietario Voluble, leer este Chet Baker piensa en su arte constituye un magnífico ejemplo de su narrativa en formato corto, la que se entrevera en su obra novelística, y no diría que es un texto complementario a esta sino una pura constatación de que Vila-Matas, tomaré un aforismo prestado, es escritor porque no puede no escribir.

domingo, 27 de marzo de 2022

Isaac Bashevis Singer: Una ventana al mundo y otros relatos

Idioma original:
Yiddish  
Título versión inglesa: Job and Other Stories
Año de publicación versión inglesa: 1972
Traducción: Carlos Lagarriga
Valoración: Entre recomendable y está bien

Una ventana al mundo y otros relatos recupera seis narraciones breves del premio Nobel Isaac Bashevis Singer. Todas, exceptuando "El huésped", inéditas en nuestro idioma hasta la fecha. En general me han parecido destacables, si bien pienso que algunas son mejorables. 

Por ejemplo, me atrevería a decir que "El último regalo" es algo plana. Recuerda al Paul Auster más rutinario, lo cual es indicativo de calidad monocroma. Asimismo, "Job" me ha encantado, porque abunda en ideas vinculadas con el pesimismo filosófico al que me adscribo. Sin embargo, creo que el formato que Singer emplea para esta historia no es el adecuado.

Sea como fuere, merece la pena leer los textos del polaco. Tienen premisas la mar de sugerentes y pasajes logradísimos; sus reflexiones de corte misantrópico, amén de las congojas existenciales y espirituales que supuran, deslumbran por su lucidez; por no hablar de que las pinceladas de autoficción y las estrategias metaliterarias que emplean se antojan sumamente audaces.  


También de Isaac Bashevis Singer en ULAD: Aquí

sábado, 26 de marzo de 2022

Bertolt Brecht: Madre Coraje y sus hijos

Idioma original:
alemán
Título original: Mutter Courage und ihre Kinder
Traducción: (Yo la he leído en portugués, en traducción de Geir Campos; en español existe una versión de Buero Vallejo que seguro que es interesante)
Valoración: Imprescindible 

Nota inicial: si me hubiera acordado antes, esta entrada podría haber formado parte de la serie de "Ilustres olvidados" que publicaron mis colegas de blog. Que a estas alturas, más de trece años después, solo hubiéramos reseñado los 'Poemas y canciones' de Brecht (con todo lo valiosos que son), y en cambio nada de su teatro, era un fallo que había que corregir cuanto antes. Vamos a ello...
 
Todos hemos oído infinidad de veces la expresión "Madre Coraje". "Belén Esteban es una auténtica Madre Coraje", dicen en Sálvame (o también, para que nadie se enfade: "La Campanario es una auténtica Madre Coraje"). Con ello se quiere decir que son madres valientes, capaces de hacer cualquier cosa por sus hijos y de colocarlos por delante o por encima de cualquier otra cosa, incluido su propio bienestar. Obviamente, quien usa esa expresión en la mayoría de las ocasiones desconoce la obra de Bertolt Brecht que le dio origen; de hecho a estas alturas la expresión ha ganado ya vida propia con su nuevo significado, y andar diciendo que es "errónea" es más un ejercicio pedante que otra cosa...
 
Pero ¿quién es, realmente, Madre Coraje en la obra de Brecht? Pues Anna Fierling, madre de tres hijos (o dos hijos y una hija) de padres diferentes, que ganó su sobrenombre por arrastrar su carromato cargado de mercancías bajo el fuego de artillería en Riga, para conseguir vender un cargamento de pan antes de que se lo acabase de comer el moho. Madre Coraje es una parásita de la guerra, abomina la paz porque arruinaría sus negocios; quiere a sus hijos e intenta protegerlos del peligro, pero no tanto como para no calcular el precio que valen sus vidas... Una mujer capaz de regatear por unas camisas, mientras a su alrededor los campesinos son masacrados por los soldados. No es, sin duda, un modelo con el que a (casi) ninguna madre le gustaría identificarse...

Y ese es, precisamente, el objetivo: Madre coraje y sus hijos responde a la idea brechtiana (aunque ya planteada anteriormente por Erwin Piscator) del "teatro épico": un tipo de teatro que no provoca en el espectador la famosa "catarsis aristotélica" (una purificación emocional derivada de la identificación con el sufrimiento de los personajes), sino un proceso de reflexión crítica y de participación activa - e, idealmente, un deseo de cambio también en el mundo real, fuera del teatro. Para conseguir este efecto, Brecht proponía usar técnicas de "distanciamiento" o "extrañamiento", tales como la proyección de textos e imágenes, iluminación brillante, escenarios minimalistas, actuaciones histriónicas, rupturas de la cuarta pared, canciones que interrumpen y comentan la acción... La propia ubicación de la acción en geografías o momentos históricos diferentes del actual (la acción de Madre Coraje se sitúa en la Guerra de los Treinta Años) pretende facilitar esta lectura distanciada de la acción.

En Madre coraje (y en sus sucesivas y numerosas escenificaciones) estas técnicas se usan, precisamente, para que el espectador pueda ver el sufrimiento de Madre Coraje (a quien desde el inicio de la obra se le pronostica que va a perder a sus tres hijos) sin sentir compasión por ella, o al menos mezclando esa compasión con un cierto rechazo a sus comportamientos egoístas y mezquinos. Los otros dos hijos varones, brutalizados por la guerra y por la vida picaresca, producen la misma incomodidad de su madre: quizás sean víctimas de la guerra, pero también son sus cómplices por haber querido aprovecharse de ella y de otros seres humanos en beneficio propio. El único personaje por el que cabe sentir simpatía pura es, de hecho, su hija Kattrin (o Catalina), muda, victimizada por unos y por otros, golpeada, violada, siempre dispuesta a ponerse en riesgo para salvar a los más débiles. 

En la primera escena de la obra, un Recrutador y un Sargento se lamentan: la paz es algo terrible, un caos, hace blandos a los hombres y multiplica su número. Solo la guerra permite que todo esté contado y controlado: cada soldado, cada bala, cada rebanada de pan y la mantequilla que se extiende sobre ella. En el contexto pre-bélico de 1939 resultan chocantes y dolorosos estos lamentos contra la paz, que Madre Coraje reproduce y repite al principio y al final de la obra, incluso después de haber sufrido todas las desgracias imaginables. Exigen, por lo tanto, del lector/espectador una interpretación irónica: "la guerra destruye, aniquila, humilla, se alimenta de los de abajo, no hagáis caso a quien la ensalza porque se aprovecha de ella. Evaluad criticamente, tanto en esta obra como fuera del teatro, las voces belicistas que hablan de heroicidad".
 
En otras palabras, y tal como el propio Bertolt Brecht expresa en su "Canción de la rueda hidráulica":

Se embisten brutalmente,
pelean por el botín.
Los demás, para ellos, son tipos avariciosos
y a sí mismos se consideran buena gente.
Sin cesar los vemos enfurecerse
y combatirse entre sí. Tan sólo
cuando ya no queremos seguir alimentándolos
se ponen de pronto de acuerdo

Bertolt Brecht escribió esta obra en 1939, cuando los tambores de la guerra ya sonaban en el horizonte, en apenas un mes y sin necesitar apenas de correcciones, como poseído por la urgencia del mensaje que quería transmitir. Desgraciadamete, leer (o ver representado) a Bertolt Brecht en 2022 es tan necesario como lo era en 1939. Y esta Madre coraje y sus hijos es sin duda una obra de plena relevancia para el momento actual.

Otras obras de Bertolt Brecht en ULAD: La ópera de cuatro cuartosPoemas y canciones

viernes, 25 de marzo de 2022

Natasha Brown: Reunión

Idioma original: inglés
Título original: Assembly
Publicado por: L'altra editorial, en catalán (con traducción de Maria Arboç-Terrades) y por Anagrama, en castellano (con traducción de Inga Pellisa)
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable


Siempre es destacable la irrupción de nuevas voces que, por su estilo o por la radicalidad de los temas tratados, sobresalen y despuntan en un terreno fecundo (y desigual) como el literario. En este caso, Natasha Brown debuta con esta breve novela que, a pesar de su corta extensión, está dotada de una profundidad y potencia inusual, mostrando con gran talento la contundencia propia de quién no tiene nada que perder pero mucho que decir.

Narrada en primera persona en boca de su protagonista, el relato nos interpela directamente, pues con poco más de cien páginas la autora expone un amplio alcance temático en las que analiza y desgrana nuestra sociedad. Así, la reunión social a la que hace referencia el título es el MacGuffin de la trama argumental, aunque no el único destino al que la autora dirige su mirada incisiva y acusadora. Y cabe decir que la tarea de los traductores en la elección de la correcta traducción del título no era tarea fácil, pues el «Assembly» original puede traducirse como «Reunión» (opción por la que se han decantado las ediciones catalana y castellana haciendo referencia a una celebración que se produce en la historia narrada), aunque también podría traducirse como «Ensamblaje», un título poco comercial pero que encajaría mucho mejor con lo que el libro expone, pues la autora narra, de manera directa pero también global el encaje de una mujer joven, negra y talentosa, en una sociedad como la británica.

Con un estilo de marcado modo cuasi telegráfico, con frases cortas y directas, el libro empieza con la narración de un abuso de poder, de la presión a la que la protagonista se ve sometida en el trabajo por parte de su jefe; ella intenta convencerse de que no es nada, de que todo está bien, de que la situación no preocupante, mientras lucha internamente sobre cómo encajar la situación, como gestionar la obsesión de su jefe hacia ella. Este es uno de los pilares sobre los que se sustenta la novela, el encaje de una joven mujer con talento y ambición en un mundo poblado, orquestado y dirigido por hombres. Así, a través de la narración de la protagonista, la autora lanza diatribas sobre el mercado laboral, desatado, competitivo, ambicioso y voraz, que se impone al equilibrio vital maquillándose bajo el orgullo y la plenitud conseguida tras la consecución de los retos planteados. El canibalismo laboral disfrazado de superación personal, a través de trabajo duro y consecución de retos. Lo que queda atrás en el camino no importa, nadie se percatará de ello, nadie se dará ni cuenta. Mirada siempre adelante, hacia el progreso, siempre creciendo pero nunca arraigando. Sacrificios constantes para conseguir los propósitos, es lo único que importa: el resultado. Porque, como afirma la propia protagonista, «hacíamos listas, repasábamos nuestros planes a cinco años vista y nos acorazábamos los estómagos que nos harían falta para ejecutarlos». Porque hay que subirse a la rueda y subir el mundo a ella. Por ese motivo, la protagonista afirma que «hago charlas de estas casi cada semana (…) forma parte del trabajo, la diversidad hay que verla. ¿A cuántas mujeres y niñas he mentido?». Y llega el momento de la constatación de la realidad y asoma la duda de si el camino emprendido es el idóneo tras «generaciones de sacrificio, de trabajo duro y una vida aún peor. Mucho sufrimiento, muchas esperanzas perdidas: todo para esta oportunidad. Por mi vida. Y he intentado estar a la altura, lo he intentado fuertemente. Pero después de años de esfuerzo, tengo que luchar contracorriente, estoy preparada para dejar de moverme. Para dejar de luchas. Para tragarme el agua. No puedo más».

De esta manera, estilísticamente directa aunque de prosa cuidada, Brown nos hace un retrato vivo y mordaz sobre la vacuidad de la sociedad actual, sobre los débiles (aunque exquisitamente bellos) pilares sobre los cuales se sustentan nuestras vidas, cimentadas con unas realidades disociadas con nuestras altas expectativas. Seguir, luchar, persistir. La mirada hacia adelante mientras dejamos atrás el cansancio y el agotamiento; y la vida, propia y en comunidad. Porque la comunidad, la integración, es otro de los elementos nucleares del libro, pues la autora aborda de manera frontal el racismo y la xenofobia, de manera que el ensamblaje al que hace referencia el título también es extensivo a la integración de las personas negras a la sociedad occidental y el difícil arraigo heredado tras décadas de exclusión, pues «no nos unía ningún país ni ninguna cultura aparte de la británica (…) sobrevivíamos como sobreviven los patrones culturales. Persistiendo de generación en generación, sin sentido ni memoria».

Con el racismo, la xenofobia, la desigualdad y la diferencia de clases como elementos puntales del relato, la autora despliega su talento a lo largo de la narración a la vez que muestra una versatilidad estilística destacable cambiando a menudo de estilo, adaptándose, también ella, a lo que la narración demanda en cada momento. Así, a mitad del libro, nos encontramos con recuerdos que aparecen de manera fragmentada sobre momentos puntuales de la protagonista que sirven para definirla, para describir su pasado a través de pequeñas pinceladas que conforman su personaje, sus raíces, su pasado y su momento actual. Como pequeños alfileres sobre los que sostener su existencia. La narración se fragmenta de manera (quizá) algo excesiva, aunque la corta extensión de la novela es lo que exige. La autora aporta, entre recuerdos, pinceladas de disconformidad hacia un mundo que se mueve rápido (demasiado) pero sin rumbo, atolondrado, centrifugador, y que la autora retrata a la perfección con muy poco («vivir en un lugar del que siempre te echarán, sin saber, sin entender. Sin historia») y sin ningún tipo de tapujos o edulcorantes («Enoch Powell en persona zarpó hacia Barbados y nos suplicó que viniéramos. O sea que vinimos, y construimos y cuidamos y curamos —y cocinamos, y limpiamos. Pagamos impuestos, pagamos alquileres abusivos a los pocos propietarios que nos aceptaban. Y fuimos odiados»). La autora constata de esta manera la dificultad de encaje, de integración («nací aquí, mis padres nacieron aquí, he vivido siempre aquí; pero da igual, nunca seré de aquí. En mi cuerpo, su cultura se convierte en una parodia») y el cinismo de una sociedad que en apariencia abraza la diversidad pero que en realidad lo hace únicamente para reafirmarse («que él me acepte los alienta. Su presencia me avala, les asegura que soy el tipo adecuado de diversidad»). 

Así, la verdadera protagonista de la novela no es propiamente la narradora sino la misma sociedad que la autora retrata y define bajo la mirada de una protagonista que sirve esencialmente como vehículo narrativo para hacernos llegar una sociedad egoísta y nihilista a la vez que racista y excluyente que la autora sentencia afirmando que «ellos observan (nos observan). Les enseñan a hacerlo desde la escuela. Les enseñan a ver nuestros cuerpos (nuestras personas) como objetos. Aprenden la línea divisoria entre países ricos y países pobres como si fuera geografía —incuestionable como las montañas, los océanos y otros fenómenos naturales. Sin porqués ni paraqués, sin las flechas implacables del imperialismo europeo desgarrando el mapa del mundo».

De esta manera, con poco más de cien páginas Natasha Brown ha escrito una ópera prima en la que despunta por la claridad expositiva en el retrato y la denuncia que hace de una sociedad egoísta y desigual con un estilo ácido y crítico que en gran parte recuerda a Ali Smith por su precisión, por su radicalidad y su implacabilidad. Asimismo, en sus notas finales la autora cita al libro «Ciudadana», de Claudia Rankine, cuya influencia es evidente pues su estilo directo, poético, fragmentado, resuena altamente a la autora jamaicana y traza con él un hilo que las une en la exposición de las costuras de una maltrecha y desigual sociedad en la que abunda el racismo y clasismo e ilumina el relato con flashes instantáneos, imágenes y situaciones fácilmente identificables exponiendo bajo la luz de su estilo todas aquellas miserias que nos constituyen como sociedad y que la conforman con todas las aristas que sobresalen, a causa de la fragmentación alimentada por las altas clases, dominantes, absorbentes, impositivas e inclementes, del bello ensamblaje que el cinismo social pretende mostrar.


jueves, 24 de marzo de 2022

Mariana Enriquez: Bajar es lo peor

Idioma original: Español
Año de publicación: 1995
Valoración: Es que a mi de Mariana Enriquez me interesa hasta la lista de la compra

Se rescata en España, 27 años después de su publicación original, la primera novela de Mariana Enriquez. Y nos asalta la duda: ¿será esta la enésima recuperación de un texto antiguo (y no siempre de demasiado valor literario) de una autora de cierto éxito en la actualidad?  

Sinceramente, y aunque igual no sea del todo objetivo tratándose de Mariana Enriquez (Mariana, casate conmigo, che), creo que no es el caso. Obviamente, está claro el interés "arqueológico" de un texto que ya prefigura temas y obsesiones que recorrerán la posterior obra de la autora (la atracción por la belleza "maldita", la violencia, el sexo, el homoerotismo, las "presencias extrañas"...) y que incluso por momentos llega a parecer un primer borrador de "Nuestra parte de noche", pero "Bajar es lo peor" posee, por sí solo y pese a sus altibajos, interés y calidad más que suficientes.

Resumiendo muy brevemente el argumento "Bajar es lo peor" sería la sórdida historia del triángulo formado por Facundo, Narval (¡curioso parecido con Gerard de Nerval!) y Carolina, tres jóvenes que se mueven en la noche fantasmal del Buenos Aires de los años 90, tres seres en los que se entrelazan la soledad, el miedo las dependencias más variadas, el amor, el sexo y la muerte. Y si bien en el propio prólogo la autora habla de un cruce entre "Entrevista con el vampiro" y el cine de Gus Van Sant, obvias por esa mezcla entre teenage angst (joder qué bien me ha quedado esta palabreja) y tensión (homo)erótica, también podemos hablar de la novela gótico-romántica del XIX, del realismo sucio, del "Arrebato" de Iván Zulueta o incluso del Almodóvar más oscuro, en especial en lo referente a la exploración de los mecanismos del deseo. Pero para mí, las dos referencias más claras en lo literario serían Sabato y Cartarescu con sus saltos entre lo onírico y lo real y con sus visiones del "más allá".

Todo ello para construir una novela que no debemos olvidar fue escrita con apenas 20 años, lo que provoca alguna que otra irregularidad. Las principales serían:

  • La excesiva "puerilidad" de algunas escenas y personajes, quizá demasiado centrados en la búsqueda de un absoluto que los convierte en algo relativamente plano.
  • La no resolución de uno de los lados del triángulo ya que el personaje de Carolina queda un poco en tierra de nadie.
  • El desaprovechamiento de algunos secundarios, como Mauri, que tiene más potencial del que luego le extrae la autora. 
Pero ya digo que la novela posee, además del propio interés como punto de partida de una de las  autoras más interesantes de la actualidad, varias virtudes que la hacen recomendable por sí sola, tales como:
  • La recreación de esa atmósfera fantasmal de Buenos Aires
  • La indagación sobre los mecanismos del amor y el deseo
  • El ritmo, al que colaboran de forma fundamental unos buenos diálogos
  • El reflejo de la "desubicación" juvenil y de un cierto vacío existencial que trata de llenarse de la mejor-peor manera posible.
Dicho esto, queda recomendada la lectura de "Bajar es lo peor", ya sea como primer acercamiento a la obra de Mariana Enriquez o como fetiche para completistas. ¡He dicho!

miércoles, 23 de marzo de 2022

Wendy Guerra: El mercenario que coleccionaba obras de arte

 Idioma original: español

Año de publicación: 2019

Valoración: Está bien



Mi experiencia con esta ¿novela? ¿biografía novelada? ¿memorias? –dependerá de su genealogía– comienza con una desilusión a la que se añadirán otras, pero vayamos por partes. No sé por qué, había pensado que narraría la vida de un conspirador o guerrillero anticastrista que, ya mayor y apartado de la lucha, se dedica a coleccionar las obras más cotizadas, sus estrategias, especulaciones y maniobras, los autores y obras que escogió, su descripción, quizá, la forma de llegar a ellas, cuales vendió y conservó etc. O sí lo sé, no hay más que ver el título y lo que cuenta la contraportada para imaginar que la pintura –incluso puede que otras ramas del arte– ocuparían un lugar primordial en la historia. Cuando llevaba ya un buen taco de páginas imaginé que tras la enumeración –que no descripción– de las hazañas ejecutadas por el susodicho desembocaríamos por fin en el meollo del asunto. Pero ese meollo nunca llega, tal como comprobamos resignados según vamos llegando al final. El contenido es, por tanto, de otro tipo. Veamos.

En primer lugar, el relato no es lineal. Esto, que en principio es un recurso más, me ha resultado particularmente cargante ya que retrasa la dinámica de una acción que, ya de por sí, no fluye con naturalidad ni resulta nada explícita. Este defecto, que por desgracia se repite en bastantes argumentos basados en hechos reales, implica: falta de documentación, escasez de inventiva y dificultades para integrar ambos aspectos. Pero volvamos a la alternancia mencionada. Turnándose con un supuesto Diario de Campaña, que de diario no tiene ni el aspecto, situado en los sesenta, setenta y ochenta (el supuesto guerrillero abandonaría la lucha en la época de la caída del muro) encontramos escenas de pareja, al principio y antes de presentar a los personajes bastante subidas de tono, totalmente irrelevantes durante la mayor parte de las páginas. Tampoco la otra sección destaca por su efectividad; se emplean demasiadas páginas en presentar a un buen número de colaboradores cuyas identidades no tardamos en olvidar porque apenas les vemos en acción; más allá de generalidades, no se explicitan las circunstancias políticas ni las acciones guerrilleras propiamente dichas ni la vida personal del protagonista. La narración se va por las ramas durante demasiado tiempo hasta que, por fin y a partir del pacto entre el tal Falcón con ese organismo que lo sabe y lo puede todo (exacto, ese) se concretan algunos datos –tampoco demasiados– y empezamos a enlazar los antecedentes con el presente erótico-amoroso a la vez que se perfila la personalidad de la compañera –una buena idea, algo delirante, a la que se podía haber sacado más partido–  y se empuja de una vez el argumento hacia adelante. Pero no, tampoco aquí vamos a ver al coleccionista ni sus obras fuera de unos fuegos de artificio, que no aclaran nada de esa ocupación, y se producen en el ultimísimo momento. Aunque justo es destacar que, también en el desenlace, se incluye otra pirotecnia bastante ingeniosa que logra cerrar dignamente un producto ciertamente irregular.

No he podido averiguar si Guerra entrevistó realmente al personaje para recabar información, tal como explica, y lo que cuenta se basa en sus respuestas o ha recopilado datos de unos y otros. Su mentalidad y comportamiento hacia las mujeres, con las que se empareja y deja luego al cuidado de unos hijos a los que apenas conoce –tal como era de esperar y a pesar de que solo esboza los hechos– son absolutamente misóginos y, en consecuencia, el retrato resulta de lo más convincente. Otro acierto es la evolución que experimenta a lo largo de los años, cómo pasa de los ideales puros a las componendas con unos y otros, se vuelve despiadado, cruel y lo resuelve a base de cinismo para llegar a la fase escéptica y descreída de quien solo piensa en enriquecerse y disfrutar, el mismo proceso que han sufrido todos los caudillos cualquiera que haya sido su causa. Por su parte, Valentina, ese ligue ocasional de procedencia ideológica opuesta y carente de aficiones artísticas, es el ejemplo perfecto del uso que dan a las mujeres los movimientos revolucionarios y cómo les lavan el cerebro para que piensen  cual es el rol que les corresponde. Me gustaría saber si procede del afán testimonial de la autora o se trata de una simple transcripción de lo que le han contado, me inclino por lo primero ya que esta mujer parece más una creación literaria que una persona real. Desde luego, la relación que se establece entre el hombre maduro y rico y la mujer aún joven que ha perdido sus referencias y no tiene dónde ir consiste en un conjunto de tópicos inspirados, entre otros, en el mito de Pigmalión.

Por cierto ¿De quién habla la novela? ¿Qué personaje hay detrás de ese Adrián Falcón que nunca existió? ¿Cómo se llama realmente el mercenario cubano que actúa al principio movido por unos ideales –más prestados, a consecuencia de un drama familiar, que sentidos realmente– luego por inercia, codicia, afán de liderazgo, puede que deseos de pasar a la historia, hasta la fase final de desengaño, escepticismo, conciencia de haber sido utilizado y un pragmatismo que niega cualquier atisbo de sinceridad que hubiéramos podido suponer? Nunca lo sabremos.

“En cada área geográfica mueren los inocentes, los ingenuos, los ciudadanos de a pie y, al caer el telón, ¿quiénes son los ganadores?, los mercados que florecen magnánimamente al compás de dichas hostilidades."

martes, 22 de marzo de 2022

Carla Berrocal: Doña Concha. La rosa y la espina

Idioma: español

Año de publicación: 2021

Valoración: está bien, sobre todo para interesados/as

No hace falta ser un boomer para haber oído alguna vez la expresión "viajar más que el baúl de la piquer" (de hecho, la expresión es anterior a los boomers, aunque parezca increíble que hayan existido tiempos tan pretéritos); otra cosa es conocer de donde viene, aunque supongo que mucha gente sí lo sabrá: de doña Concha Piquer, cupletista celebérrima en España y América en las épocas de pre y posguerra Civil y que ha pasado al la Historia, o al menos, al imaginario colectivo, como epítome de la folklórica española de carácter u tronío, amén de ser quien popularizó muchos de los clásicos de la copla española, ese género musical que , aún hoy tiene muchos adeptos/as y muchos más que tuvo en los tiempos de los que hablo...

Para quien no conozca al personaje, aquí tienen una reciente "biografía gráfica", obra de la ilustradora Carla Berrocal, en la que nos cuenta su vida, desde que fuera descubierta en 1920, siendo aún una niña, por el compositor Manuel Perelló, quien la llevó a Nueva York, hasta su retirada en 1958, cuando sintió que se quedaba sin voz en un concierto en Isla Cristina (Huelva); entre medias, sus éxitos en Broadway, en La Habana, en Buenos Aires y, por supuesto, en España, donde intentó, no sin dificultades, importar el estilo y la profesionalidad de los espectáculos americanos. Nos habla, claro está, de su trayectoria musical , impulsada -a la par que ella impulsaba la de ellos- por las canciones de los celebrados Quintero, León y Quiroga y también de su carrera como empresaria, inusualmente estricta y perfeccionista para los estándares españoles de la época. Por último, de sus amores con dos hombres casados, el propio Perelló y el torero Antonio Márquez (cimentando el tópico) con quien tendría una hija y se casaría en segundas nupcias. 

Aparte de la narración tradicional de los distintos episodios de su vida, algunos de éstos están contados a modo de elipsis por medio de las coplas que hizo famosas: Noche de luna, Tatuaje, Romance de la otra... Además de que la Guerra Civil española también se nos explica utilizando el discurso de Franco cuando se produjo la sublevación militar del 18 de julio (que, por cierto, perfectamente podría declarar como propio y original algún partido político actual y ya os digo que colaría...).  Lo cierto es que estos recursos narrativos resultan lo más interesante del cómic /biografía gráfica, junto con las entrevistas que se incluyen a algunos estudiosos  de la copla: Martín de la Plaza, Lidia García y Stephanie Sieburth, y que inciden en el carácter de subterfugio social e incluso político que tenían a menudo éste género musical. El resto, la parte que hace una narración más lineal de la vida de Concha Piquer, resulta más anodina, e incluso se diría que avanza un poco a trompicones... A tal sensación contribuye que el dibujo de Carla berrocal, que tiende a un esquematismo geométrico, resulta por ello un tanto rígido; tiene su gracia para la ilustración -aunque reconozco que la caracterización de la protagonista, con unas narinas que sirven para identificarla, pero que son como agujeros negros  interestelares, me ha puesto un poco de los nervios-, pero quizá no tanto para la narración, más dinámica, propia de la historieta....


En conclusión, una biografía novelada que puede interesar a los devotos/as de la copla española o quienes sean más valencianos que la horchata con fartons (aunque, curiosamente, en el libro no se habla en ningún momento del origen valenciano de doña Concha); al resto de lectores, a no ser que sean fans del estilo gráfico de su autora, no sé hasta qué punto lo hará... aunque por probar, nada se pierde.

lunes, 21 de marzo de 2022

Antonio de Hoyos y Vinent: El martirio de San Sebastián

Idioma original: Castellano
Año de publicación: 1915
Valoración: Curioso

Antonio de Hoyos y Vinent (1884-1940), marqués español abiertamente homosexual, se adscribió de forma un tanto tardía al movimiento decadentista. Su literatura fue, durante algún tiempo, un éxito entre el público, aunque el grueso de la crítica de la época despreció su obra.

El martirio de San Sebastián es una de sus novelas breves más destacables. En la actualidad resulta, como poco, una curiosidad interesante, y recomiendo su lectura encarecidamente.

A mi juicio, sus virtudes son las siguientes: 

  • Su pionero subtexto homoerótico.
  • Su reinterpretación hagiográfica.
  • Su logrado escenario (un prostíbulo del barrio chino de la Barce­lona de principios del siglo XX).
  • Su honesto retrato de la maldad humana y las bajas pasiones que caracterizan a nuestra especie.
  • Su poderoso clímax (el cual, afortunadamente, no peca de moralista, pese a que pueda parecerlo en un inicio).
  • Su voluntad de narrar una historia tan sórdida como perversa, repleta de crueldad, violencia y sexualidad, sin andarse con chiquitas. 

Por otro lado, éstos son los defectillos que le he visto a El martirio de San Sebastián:

  • Su prosa se antoja anticuada, pues abusa de las referencias cultas y las descripciones ambientales.
  • Presenta a unos personajes excesivamente simples, aunque mentiría si dijera que no cumplen sus respectivos cometidos.

Nada más que añadir. Sólo repetir que recomiendo El martirio de San Sebastián, y que sus puntuales imperfecciones no impiden que se lea con placer y, por qué negarlo, morbo.

Ah, la edición de Amistades Particulares me parece excelente. Nos obsequia con un minucioso ensayo de Begoña Sáez Martínez que habla sobre la novela, el autor y su tiempo.

domingo, 20 de marzo de 2022

Claire Keegan: Cosas pequeñas como esas

Idioma original: Inglés
Título original: Small things like these
Año de publicación: 2021
Traducción: Jorge Fondebrider
Valoración: Breve pero intensa

¿Pero qué mierda de valoración es esa? Bueno, puede que no sea una valoración "canónica" pero creo que es la que mejor se ajusta a la novela. Breve porque apenas tiene 100 páginas e intensa por la profundidad del enfoque que da Keegan al tema "de fondo" (bastante escabroso de por sí) de la novela.  

Así, bajo la tradicional estructura de planteamiento, nudo y desenlace, Keegan nos presenta a Bill Furlong, encargado del depósito de carbón, casado, padre de 5 hijas e hijo de madre soltera, lo pone ante unos hechos "extraños" (por llamarlo de alguna manera) y lo lleva a tomar una serie de decisiones. Todo ello para construir una novela "moral", un drama sin dramatismos y una denuncia sin demagogia que nos sitúa frente a la hipocresía de la sociedad en su conjunto. 

Se necesitaba un extraño para saber las cosas

¿Por qué las cosas más cercanas a menudo eran las más difíciles de ver? 

Varios son los puntos a destacar en la novela: la complejidad que esconde tras su aparente sencillez, en especial con esos hechos pequeños y oscuros que dan cuerpo a la novela; su enfoque, esa mirada no tanto hacia afuera o hacia los propios hechos terribles y brutales sino hacia el interior; su tono austero y casi distante - está claro que Keegan podría haber optado por un tono mucho más visceral y explícito, pero creo que esa distancia que toma le permite situar a sus protagonistas frente al miedo, la incertidumbre, las dudas o la culpa de forma más certera - ; y la combinación entre pasado y presente y cómo ambos influyen en la actuación del personaje central.

Dos breves apuntes en el lado menos positivo. Por un lado, los personajes secundarios ya que creo que una mayor indagación en los "resortes mentales" de alguno de los ellos habría dado a la novela un acabado más compacto; por otro, alguna de las tramas secundarias puesto que me da impresión de que varios de los conflictos que se plantean a lo largo de la novela admiten un mayor desarrollo. Creo que había material para ello.

En cualquier caso, son solo 100 páginas con las suficientes virtudes como para hacer de ellas un texto más que recomendable. 

sábado, 19 de marzo de 2022

Iván Ledesma: Tres días en la calle del Ciprés

Idioma: español

Año de publicación: 2022

Valoración: recomendable

Siempre resulta complicado reseñar un thriller o una novela policíaca, por aquello de tener que contar lo suficiente del argumento pero sin destripar la trama a posibles lectores. Más aun cuando, como en este caso, se trata de una novela bastante breve, para los estándares del género: apenas 150 páginas. Y todavía más si la trama contiene alguna que otra vuelta de tuerca decisiva para la resolución y comprensión de la historia (y pido perdón si alguien considera que desvelar esto también es un spoiler).

Sin embargo, el argumento de esta novela tampoco parece, a priori, muy complicado: un tal inspector Barto se dispone a interrogar a los vecinos de la calle del Ciprés, una calle apartada, de casa unifamiliares, en una de las cuales vivía, hasta que fue abatido por la policía, un pavoroso asesino en serie llamado "el Lienzo". No hay dudas sobre su identidad ni la autoría de los asesinatos, pero Barto pretende rematar ciertos flecos que han quedado en el caso y, para ello, durante tres días se relaciona y pregunta a los vecinos del Lienzo, las típicas personas que en los reportajes de la tele aparecen diciendo que el asesino "siempre saludaba". Se trata de un vecindario compuesto por personas de diversa edad, condición social, etc. en el que, como suele suceder, menudean los líos, las trifulcas más o menos soterradas, los rencores... A través de todo este ramaje deberá desenvolverse Barto para tratar de dilucidar la verdad de lo ocurrido o, mejor dicho, la parte de verdad que no ha salido a la luz...

Aparte de su carácter de por su carácter de thriller policíaco -un tanto atípico, eso sí-  la estructura por medio de capítulos muy cortos y, sobre todo, la diáfana y exacta prosa de Iván Ledesma  hacen que la novela no se lee, sino que se beba y casi de un trago... Aquí no hay nada que sobre ni que resulte insuficiente y eso se agradece sobremanera en tiempos de novelas kilométricas, por una parte, pero también de otras engordadas a base de paja autoficcional. Aquí no hay nada de eso, sino que va al grano, sin que tampoco deje la sensación de una escritura telegráfica o minimalista; simplemente, es una historia que no necesita más de tres días para desarrollarse. Tres días que viviréis con intensidad, eso, os lo puedo prometer...


Otro títulos de Iván Ledesma reseñados en Un Libro Al Día: La vampira de Barcelona

viernes, 18 de marzo de 2022

John Steinbeck: El autobús perdido

Idioma original: inglés

Título original: The Wayward Bus

Traducción: Federico y Antón Corriente

Año de publicación: 1947

Valoración: Muy recomendable


A veces, aunque el libro sea bueno, me entra como una impaciencia por terminarlo, por abrir el envoltorio imaginario del próximo y asomarme a algo nuevo y desconocido. Diré que esto no me ha ocurrido con este libro de Steinbeck, lo cual es ya un buen síntoma. También reconozco que al autor de Las uvas de la ira le tenía un poco arrinconado sin ningún motivo claro, tal vez porque no me gustó demasiado su versión de Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros. Puede ser que este hombre, que escribe obviamente muy bien, se mueve mejor en su territorio norteamericano, con el que identificamos sus obras más notables, y sir Lancelot y compañía le venían un poco a contrapié. Pues bien, en El autobús perdido vuelve a sus escenarios favoritos, allá por los años 30, en el Medio oeste o mirando a California, tal vez a México. Verán.

A causa de la avería de un autobús, un pequeño grupo de pasajeros debe pasar una noche en el local que regenta Juan Chicoy, uno de esos lugares perdidos en un cruce de caminos en las desoladas llanuras del Oeste americano, gasolinera, parada de bus, restaurante, taller y lo que se tercie. Así que tenemos escenario muy familiar de la América profunda y puñado de personajes heterogéneos aislados en un lugar remoto. Allí conviven unas cuantas horas, además de Chicoy y su mujer, los otros empleados del local, el  jovenzuelo Pimples, aprendiz de todo, y la camarera Norma, soñadora y perdidamente enamorada de Clark Gable. Entre los pasajeros, la familia Pritchard, de buena posición, un vendedor de cachivaches, veterano de guerra, o una chica misteriosa de atractivo irresistible.

Buena parte del libro, la mitad o más, es un dibujo de estos personajes interactuando en un medio extraño, a modo de Gran Hermano. Pero qué dibujo. Saltando de uno a otro, deteniéndose en los detalles, las actitudes, los gestos o los silencios, Steinbeck hace una disección brillante, en ocasiones internándose en su pasado, a veces en sus sueños, otras simplemente observando cómo se desenvuelven con sus vecinos de aislamiento. Bastaría con este largo sobrevuelo para deleitarnos unos cientos de páginas más porque, al margen de la perfección técnica (solo descripciones imprescindibles, dosificación medida, lenguaje neutro que permite al mismo tiempo la objetividad de la distancia y que el lector empatice a voluntad con cada uno de ellos), permite una revelación decisiva: cada individuo, con su trayectoria, sus debilidades y su personalidad, es un mundo, un cúmulo de experiencias y sueños que le hace ser como es y actuar como la hace. Cualquier vida, por vulgar o insignificante que sea, es una historia compleja que, relatada con destreza, puede revelarse fascinante. 

Según la publicidad, Steinbeck mira a los perdedores del sueño americano. Está bien como síntesis algo llamativa pero me parece claramente insuficiente. No es un perdedor Chicoy, inmigrante mexicano que a fin de cuentas consiguió prosperar hasta cierto punto, ni desde luego el empresario Pritchard, pero tampoco el resto de personajes, diría todos ellos. Puede que tengan trabajos  tristes y sueños de una vida diferente, pero me parecen tipos como tantos otros millones en cualquier parte, que a veces luchan y otras se hunden, que simplemente sobreviven lo mejor que pueden en una sociedad desigual en la que las oportunidades de ninguna manera son iguales para todos. Pero ahí siguen, subsistiendo para que nosotros, lectores, podamos sumergirnos en sus vidas y apreciarlas como valiosas, seguramente muy por encima de lo que ellos mismos las valoran.

Pero avancemos un poco más porque, aunque la novela tiene cierto aroma teatral, con los personajes agrupados en un escenario limitado, el viaje sigue su curso. Ahora conviven en el autobús, que recorre con dificultades un camino complicado, algo con cierta carga metafórica si pensamos que más allá, en México o en Los Ángeles, o quizá en un lugar indeterminado, piensan llegar a donde se cumplen sus sueños: éxito, amor, libertad, reencuentros, o simplemente tranquilidad, anonimato o vacaciones. Las dificultades del viaje llevan a los pasajeros al límite, o tal vez les brindan la oportunidad de transgredir, de desbordar, de asomarse al abismo. Se podría acudir al tópico y decir que el aislamiento y la incertidumbre rompen los equilibrios y alimentan el lado salvaje, sacan a la luz las frustraciones y ponen en cuestión las certezas. Es una lectura bastante obvia, pero aún deberíamos dejarnos llevar un poco más lejos por el trazo preciso con que Steinbeck sigue manejando a sus personajes. Encontraremos inquietudes insospechadas, potencias ocultas, caracteres que estaban enterrados en los pliegues de esas vidas vulgares.

No olvidaremos ese autobús perdido (rebelde) o las carreteras solitarias, pero sobre todo esa nómina de personajes que podrían ser cualquiera y en cualquier parte, alguno de nosotros, bajo la lupa de un autor que nos hace disfrutar admirando su complejidad, que también, por qué no, también podría ser la nuestra.

Otras obras de John Steinbeck en ULAD: Las uvas de la iraTortilla Flat

jueves, 17 de marzo de 2022

VV.AA.: Zona de penumbra

Idioma original: Español
Año de publicación: 2022
Valoración: Recomendable (especialmente para interesados)

Zona de penumbra aglutina once cuentos. Todos ellos fueron escritos durante el periodo que comprende el Fin de Siglo y el Modernismo. Los hermanan su autoría española y el cariz fantástico que adquieren sus argumentos. 

Aunque en general me han gustado, mis preferidos serían:

  • El inacabado "¿Dónde está mi cabeza?" de Benito Pérez Galdós, que entremezcla el horror con humor grotesco y absurdo.
  • "Médium", de Pío Baroja, y "Los buitres", de Ángeles Vicente, que sorprenden por su contundencia e intensidad.
  • "El que se enterró" de Miguel de Unamuno, cuyas reflexiones metafísicas rozan la genialidad.

Por ponerle alguna pega a este volumen, diría que la mayoría de narraciones agrupadas adolecen de:

  • Una prosa algo recargada.
  • Cierta tendencia a la sobreexpliación.
  • Premisas que, si bien eran originales en su época, a día de hoy pueden estar muy vistas.

Sea como fuere, recomiendo encarecidamente la lectura de Zona de penumbra. Especialmente a aquéllos que quieran visitar clásicos en los que se entremezclan lo sobrenatural, el inconsciente, el espiritismo y la comedia con sumo acierto.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Janet Frame: Rostros en el agua

Idioma original: inglés
Título original: Faces in the Water
Traducción: Xavier Pàmies (ed. en catalán) / Patricia Antón (ed. en castellano)
Año de publicación: 1961
Valoración: recomendable

Las experiencias vitales siempre son una fuente inestimable de recursos para desplegar, a partir de esos recuerdos, escenarios donde el autor pueda dar rienda suelta a sus capacidades y, en algunos casos, luchar contra sus conflictos internos. Este libro es un claro ejemplo de ello pues Janet Frame lo escribió siguiendo el consejo de su psiquiatra como parte de la terapia a la que la autora neozelandesa estuvo sometida tras su traumático paso por distintos manicomios durante ocho años de su vida. 

Basado en la propia vida de la autora, pero escrito con carácter ficcional, la protagonista de este relato nos narra en primera persona la experiencia vivida durante años encerrada en centros sanatorios. Así lo expone ya de entrada, con una cruda constatación por parte de la protagonista, de nombre Ístina Mavet, afirmando que «me ingresaron en el sanatorio porque en el banco de hielo se abrió una gran grieta entre yo y la demás gente a quién miraba y su mundo se alejó a la deriva (…) Me quedé sola en el hielo». Con esta confesión, la autora ya apunta uno de los principales elementos del libro: la soledad. Una soledad que es palpable en todo el libro, que rezuma en cada una de sus páginas, una soledad que envuelve a la autora y que se convierte en algo incluso peor: la sensación de abandono; el terrible desamparo de quién se siente incomprendido en su propio mundo interno, alguien inalcanzable desde el lugar en el que habita y que la autora percibe y siente afirmando que «me hacían tener la sensación de que miraba entre lágrimas».

Esas primeras páginas del libro son, estilísticamente, preciosas. No hace falta leer más que unos cuantos párrafos para percibir la poética narrativa de la escritora, su cuidada elección de las palabras pero especialmente la musicalidad de su estilo. Janet Frame escribe como los ángeles desde un paisaje poblado de internos demonios. La incomprensión que envuelve la protagonista por estar encerrada en el sanatorio la preocupan y la conturban, se encuentra incómoda y sola, con la única compañía de sus miedos que la atemorizan y la sobresaltan que expone afirmando que «sueño y no me despierto, y caigo por la arista de la oscuridad y me quedo agarrada con dos dedos que la gran irrealidad me pisa mientras baila. Lo único que me quedaba era llorar». La incertidumbre sobre su propia conducta la abruma, pues duda de sus propias facultades, de su percepción de la realidad, asumiendo que «seguro que había cometido una falta que no sabía que lo fuera, y que no había incluido en mi lista porque no la había sabido localizar en el oscuro traspaís de la inconsciencia con la linterna vacilante de mi pensamiento».

De esta manera, el relato gira en torno a esas inquietudes pero, especialmente, ante la incerteza del errático tratamiento al que está sometida ella y el resto de pacientes, a quienes tratan mediante electrochoques con una periodicidad en apariencia aleatoria, sometiéndolas al terror de vivir levantándose cada día acompañada del miedo a que tengan que recibir, ese día también, otra tanda de del perverso tratamiento, en una rueda cíclica que tortura día sí y día también los pensamientos inestables de la pacientes del sanatorio de Cliffhaven y que la protagonista expresa afirmando que «siento como si cayera de nuevo, como si se hubiera abierto una trampilla en medio de la oscuridad»; «estoy desvelada, y me vuelve a invadir la angustia. ¿Recibiré tratamiento mañana?» porque «siempre que pienso en Cliffhaven juego al juego del tiempo, como si me hubieran condenado a muerte y hubieran eliminado todas sus señales, pero yo los oyera tocando dentro de mis orejas para advertirme que, a las nueve, que es la hora del tratamiento, se acercan».

Así, la autora nos narra el día a día del centro, en una especie de pesadilla en la que la incertidumbre y el desconocimiento llenan las interminables horas en la que todo lo que ocurre pasa en el interior de sus cabezas pues aquí «no hay pasado ni presente ni futuro. Utilizar tiempos verbales para dividir el tiempo es como hacer señales de tiza sobre el agua». Un pasado y un futuro que va ligado a la esperanza de salir del sanatorio que hacía que «de vez en cuando me dirigiera al médico con la frase utópica ‘¿Cuándo podré volver a casa?’ sabiendo que ‘a casa’ era el lugar donde menos me apetecía estar. Allí me observarían buscando indicios de anormalidad», con una familia que «no me había venido a ver muy a menudo. Los percibía forasteros y lejanos».

El relato es atrayente por la prosa de la autora que envuelve de calidez la frialdad con la que las pacientes son tratadas por parte de quienes, en teoría, deberían cuidarlas pues «aquí en Cliffhaven o en cualquier otros hospital psiquiátrico (…) debías tener dentro de ti las vendas que debían servir para vendarte las heridas que no eras capaz de ver ni detectar, y a la vez parecía que tuvieras que olvidar que los pacientes eran personas»; una frialdad que se hace extensiva, de manera inexorable, a la relación entre pacientes por la dificultad de conectar con ellas debido a su estado mental, a sus reticencias o a sus miedos que nos traslada afirmando que «imaginé que Louis debía sentirse en medio de una historia de terror más aterradora que cualquiera que pudiera haber en cualquier revista de ciencia-ficción porque había descubierto la omnipresencia del sujeto y el objeto de todos los terrores: la persona humana».

Así, la potencia de este libro radica principalmente en un retrato de la soledad, de la incertidumbre ante la monotonía de unos días que se ven rutinarios, repetitivos, y la soledad interior existente al no saber si esta situación terminará algún día, si podrá ver de nuevo a su familia y si ellos la verán pudiendo olvidar que ha estado allí, sí esa losa que ella siente sobre sí misma también la sentirán los demás cada vez que la escuchen, que la miren, que estén con ella. Este aspecto y sus reflexiones internas son lo más destacado de un libro que entra en exceso en describir la cotidianidad diaria en la que se encuentra ella y alguna de las demás pacientes; el ritmo y la prosa de la autora pierden impacto con la narración del día a día en el sanatorio, de los miedos crecientes ante la incertidumbre del tratamiento que recibirían, de las dudas sobre el tiempo que permanecerán ahí y la necesidad de no ser catalogadas como “crónicas” pues significaría que nunca más saldrían de ahí. El relato se mueve entre las sensaciones internas y la adaptación al sanatorio, con cambios frecuentes de ala o de pabellones, añadiendo incertidumbre a la ya existente en sus cabezas. Este día a día ocupa la gran parte central del libro y es su parte menos lograda, por reiterativa y porque, en cierto modo, parece contagiar con esa misma monotonía el ritmo narrativo.

Afortunadamente, en su tramo final Janet Frame recobra el tono introspectivo, poblándolo de reflexiones en las que, entre otros aspectos, nos habla sobre la posibilidad del suicidio, una salida fácil a nivel conceptual pero de difícil ejecución porque «cuando llega el momento de dejar atrás las palabras propiamente dichas y de saltar con paracaídas hacia el significado que tienen, hacia el mar y la tierra oscuros de abajo, el paracaídas no se abre, y nos alejamos o desviamos mucho del objetivo; o bien, cuando nos asomamos a la oscuridad y nos invade el miedo, nos negamos a abandonar la comodidad de las palabras». Unas palabras que la autora cuida y teje en este texto, un proceso creativo sugerido por su psiquiatra que, a la postre, la salvó de una lobotomía ya programada. El éxito conseguido tras la publicación de su primer libro evitó la intervención. La escritura, también en este aspecto, la había salvado.

martes, 15 de marzo de 2022

Lutz Seiler: Kruso

Idioma original: alemán

Título original: Kruso

Año de publicación: 2014. En castellano: 2017

Valoración: Muy recomendable (para una lectura atenta)


Voy a echar de menos este libro, no quedarme más tiempo en ese lugar mental extraño e inquietante que empecé a echar de menos a pocas páginas de un final que me hubiera gustado retrasar hasta el infinito. Sin embargo, la experiencia ha sido ardua, un recorrido por la ambigüedad y la indefinición de un contenido que apunta a los márgenes y evita el centro narrativo. Esto unido a mi desconocimiento de lo que ocurrió en ese tiempo y lugar (la costa báltica alemana en 1989) –si bien los hechos históricos que sirven de marco son bien conocidos de todos– me sitúan en un paisaje borroso y fascinante a la vez. Lo que aparece desdibujado está, naturalmente, en la mente de Ed, en su personalidad, su constante tendencia a la introspección, sus curiosas observaciones. Pero la novela ha quedado en mí y me acompañará por mucho tiempo a pesar del carácter obsesivo de texto y personaje, o precisamente por eso. Pero esas son mis impresiones, en cambio los amantes de lo diáfano es probable que se aburran. No obstante, su contenido es muy realista y sincero, aunque lo iremos descubriendo poco a poco pues los recursos que utiliza nos conducen por terreno más cercanos a los símbolos, el surrealismo, lo poético. Conocemos las fantasías, sueños y extrañas formas de percibir la realidad del protagonista y no es fácil separar lo imaginado de lo vivido. Todo cambia cuando, en el epílogo, se abandona la tercera persona y es él quien toma la palabra para situarnos en un presente tan verosímil como descorazonador y resolver todas las dudas pendientes. Pero así sucedió y así se cuenta.

Uno no puede huir de sí mismo, tampoco se puede encontrar nada si no se sabe qué se busca. Pero Ed Bendler intenta escapar de una tragedia reciente y de una situación política (la de Alemania Oriental antes de la caída del Muro) que haga lo que haga, le perseguirán sin que pueda evitarlo. (Veinte años después la cosa cambia, ahora lo que hace es buscar algo, pero esto, de alguna forma, es también una huida ya que lo que persigue es una quimera). Todo son excusas para evadirse del mundo en que vive. Así, sin rumbo fijo, llega a Hiddensee, (“una Isla de los Bienaventurados, de los soñadores e ilusos, de los fracasados y los parias”), le contratan como friegaplatos en el Klausner, un restaurante para turistas y, poco a poco, se integra en el grupo de los trabajadores temporales (esekás) a pesar de su natural taciturno, y acaba estrechando lazos con Kruso –Krusowitsch, hijo de un general de origen ruso y traumatizado también por una pérdida– cuyo nombre remite a Crusoe. Este simbolismo estará presente mientras Ed permanezca en la isla: a él se le compara con Viernes, constantemente van apareciendo náufragos, gente que ansía salir del país aprovechando la cercanía de la costa danesa. Las evasiones están cuidadosamente planeadas aunque no se aportan detalles. Para ellos, en cambio, la isla es su libertad, no necesitan huir, sobre todo porque saben lo que se juegan. Y eso es lo que hace el lector la mayor parte del tiempo, ir y venir por la isla, comer con los compañeros, vagabundear por la playa, emborracharse, observar y no entender, disfrutar de la belleza del entorno, pensar lo menos posible… Hasta que todo cambia, los bloques empiezan a derrumbarse, el aislamiento deja de tener sentido, se produce la desbandada en cadena y con ella la decadencia.

Aunque cuenta con un protagonista absoluto y un secundario relevante, la novela tiene algo, o mucho, de coral. Hay un idealismo evidente en esa especie de comuna compuesta por unos cuantos marginados/integrados, por muy paradójico que suene. Y mucho bucolismo también. Aunque abundan los claroscuros, por ejemplo esa insistencia en lo repugnante, cuya función no he sabido interpretar hasta ese momento en que, en un mundo ordenado y limpio, cuando todo parece estar como es debido se produce una escena que quizá por inesperada impacta más que las anteriores. El país se ha reunificado, el comunismo ya es solo un recuerdo, pero el asco sigue presente porque los humanos somos como somos. Además, la libertad es solo una ilusión, la isla está tan militarizada como el resto del país y ellos no se libran de su vigilancia, unas veces les visitan y otras les espían desde lejos. Finalmente, con el sistema debilitado y la isla prácticamente desierta, la presión se vuelve insostenible. Y acaba explotando, como era de esperar. Pero Ed tiene una misión (o eso cree, la verdad es que la obsesión no se ha ido) y la persigue hasta el final, aunque la búsqueda sea absurda, aunque lo que queda de aquello no sea más que humo no se puede negar su constancia.

“… los papeles desprendían un extraño olor que nublaba la conciencia; no a viejo, ni a cola ni a putrefacción, no: el papel olía a enfermo. Respiré inhalando y exhalando aire, en el fondo en este mundo todo consistía en respirar con regularidad. Los muertos no estaban enterrados en Copenhague, no estaban en Bispebjerg Kirkegard. En Copenhague se les hizo la autopsia, y todos los expedientes e informes se quedaron allí. Ellos, en cambio, viajaron de vuelta al mar, fueron enterrados junto al mar, de modo provisional, invisibles, en línea.”

Ahora, a solo unas líneas del final, Seiler aporta las claves imprescindibles para obtener una visión de conjunto. Nos ha presentado a Bendler, hemos llegado a conocerle bastante bien, pero su vida queda en sombra excepto en la zona donde brillan Kruso, el Klausner y la enigmática desaparecida: Sonia Krusovitch.


Traducción: Carmen Gauger