Título original: The Runaway Universe
Traducción: Robert Estalella
Año de publicación: 1978
Valoración: Decepcionante
Si alguien leyó en su día, y recuerda, la parte que me correspondía en aquellas biografías lectoras (no pongo el enlace porque me da un poco de vergüenza), quizá sea consciente de que estos temas siderales de segunda división científica siempre me han atraído. Ahora menos que en aquellos remotos tiempos de la adolescencia, claro, pero aun así el cuerpo me pide no dejar escapar, aunque muy de vez en cuando, alguna oportunidad que surja para volver a estas cosas del cosmos, las galaxias, u objetos inalcanzables y difícilmente comprensibles en nuestra escala doméstica del espacio-tiempo. Creo que la última vez que me asomé a ese mundillo fue también de la mano de Paul Davies, este científico (ya no sé si físico, matemático u otras esdrujuleces) tan amigo de divulgar conocimientos para que los atrapemos los mortales más corrientes.
Ahora me encuentro otra vez con él por pura casualidad (libro encontrado en casa, y que nadie había leído), y si antes se centró en el posible contacto con inteligencias extraterrestres, en esta ocasión parece que presenta un campo mucho más amplio: el Universo, su formación, expansión y previsible muerte, nada menos.
Y qué quieren que les diga ¿Qué el libro es antiguo (1978, más de cuarenta años) y que ya no sorprenden descubrimientos tantas veces relatados? ¿Que uno ya ha leído bastante al respecto y que esto es más de lo mismo? Pues siendo ciertas las dos cosas, el libro en sí tampoco despierta mayor interés, porque quizá por esa época Davies todavía no había pillado el punto a esa difícil combinación entre lo científico y lo divulgativo, es decir, contar cosas con rigor pero evitando que el lector, necesariamente profano, desconecte, quizá abrumado, quizá aburrido.
Desde luego no tiene que ser fácil contar, además con cierto detalle, cómo se produjo el Big Bang, cómo se expande el Universo y por qué lo sabemos (o creemos saberlo), cómo evolucionan y colapsan las estrellas, si el nacimiento de la vida fue un fenómeno peculiar o responde a un patrón que puede haberse repetido miles de veces, o por qué caminos avanza ese Universo hacia un fin que podría tener diversas variantes. Puede que uno de los aspectos decisivos en este tipo de libros es fijar la materia a tratar, porque si resulta demasiado extensa, la atención se diluye irremediablemente en un océano de informaciones en torno a partículas extrañas, fuerzas gravitatorias, procesos nucleares, gases que se transforman y radiaciones de fondo, cosas que, reconozcámoslo, son por completo ajenas a nuestras aburridas vidas y a nuestra pequeñez sideral.
Es muy llamativo leer sobre explosiones inimaginables o agujeros negros que devoran estrellas y planetas, pero tropezamos con un obstáculo fundamental: todo aquello de lo que se nos habla opera en unas escalas tan delirantes tanto en el espacio como en el tiempo (miles de millones de años, tal vez billones, no sé qué parte infinitesimal de un átomo, cantidades innombrables de años-luz) que al cabo de unas decenas de páginas la atención decae, y el lector, al menos el que esto escribe, cae en una especie de indiferencia. La Humanidad tiene poco que decir en toda esta historia, es un mínimo puntito irrelevante en esas descomunales distancias y épocas, todas ellas remotas tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Así que todo eso que al científico, astrofísico o cosmólogo le parece tan apasionante, al humilde ciudadano ocupado en pagar su hipoteca, una vez pasada cierta sorpresa inicial, le resulta ajeno e incomprensible. Dicho rápidamente y por ceñirme al ejemplo más doméstico: es curioso saber que el Sol se apagará como consecuencia de no sé qué procesos dentro de tampoco sé cuántos miles de millones de años, pero ¿de verdad es algo que me toca en alguna fibra?
De manera que en el humilde lector aficionado crece la sospecha de que todo esto puede no ser más que un gran juego especulativo en el que matemáticos y físicos hacen despliegue de monstruosas ecuaciones o mediciones de cosas que, por muy grandes o muy pequeñas, están fuera de nuestra comprensión, y a fin de cuentas estas lecturas no nos reportan casi nada más que un dudoso poso de culturilla astrofísica y tal vez un rato de moderado entretenimiento. Si el libro además no tiene el gancho de una buena dosificación de los contenidos, el resultado de la experiencia lectora es más bien pobre.
Y añadiré algo más. Al final, estos trabajos en torno al origen y muerte del Universo siempre se quedan, necesariamente por supuesto, en el límite que separa la ciencia de la filosofía o la religión. Y bueno, tampoco vamos a pedir a Davies ni a ningún otro científico-divulgador que se moje, porque no es su negociado, pero sí resultaría digno de interés que alguien se atreviese a dar ese paso un poco más allá del horizonte, tan lejano, al que alcanzan los números, y fuera capaz de formular alguna teoría sobre el minuto anterior al Big Bang: ¿había una bola de fuego o una singularidad gravitacional? ¿de dónde surgió? ¿había algo alrededor? ¿la nada es un concepto científico? Esto, claro, desde la racionalidad, sin prejuicios ni payasadas. Qué difícil.
También de Paul Davies en ULAD: Un silencio inquietante
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