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lunes, 28 de marzo de 2022

Enrique Vila-Matas: Chet Baker piensa en su arte


Idioma original: español

Año de publicación: 2011

Valoración: recomendable

Con Marsé fallecido y Cercas empeñado en convertir su obra en un panfleto, Vila-Matas pasaría por ser mi escritor vivo favorito de los que escriben en español y residen en la península. Y esa opinión personal me la viene a corroborar la profundización en su obra, que pasa ineludiblemente por el acceso a sus obras "menores", aunque su ritmo de publicación es muy apreciable y ello puede implicar los lógicos deslices que otros dirán altibajos para luego poder justificar retornos a la forma, concepto este último poco agradecido para una faja, casi siempre más proclive a ser usado por el crítico exigente de impertérrita ceja elevada a perpetuidad.

Sé, no hay que buscar muy lejos, que a muchos Vila-Matas les acaba empalagando cuando se excede en sazonar sus textos con algunos de sus cócteles de especias. La auto-ficción o lo meta-literario, por ejemplo, y en ese último concepto podría insertarse cierta querencia, que podría culminar en una cierta erudición, algo aburguesada, por demostrar en sus escritos su escandaloso bagaje cultural. Es una línea, roja por supuesto, que sus enemigos pueden recriminar. No poco del material que esta selección de relatos puede adolecer de esta condición. En especial, el relato que le da título, casi una centena de páginas entregadas al eterno devaneo entre - ganas me dan de escribirlo en mayúsculas - cómo debe ser la literatura genéticamente perfecta. Usando dos polos opuestos como son dos novelas, una de Simenon, cuyo título obviaré pues - efectos de esta lectura - voy a leer y reseñar en cuanto pueda, la otra el archi conocido Finnegans Wake de James Joyce, que pasaría, no voy a alimentar más eternas discusiones, por ser el summum del esteticismo literario, a espaldas de comprensión y/o coherencia. Ese relato justifica el libro y contiene no poco material, Vila-Matas parece jugar con el lector con su goteo de nombres, de ese que sobreexcita a la vez que da que pensar si ese bagaje no contiene un cierto porcentaje de farol. 

En todo caso, me resulta curiosa la omisión o salto temporal; no hay relatos entre los primeros años de los 90 y la primera década de este siglo, supongo que por los años Anagrama, y eso permite visualizar de un modo abrupto la evolución del escritor, que pasa del relato incidental, casi siempre en el contexto de un viaje o una ausencia, de apenas diez páginas, a esos ejercicios de estilo que superan las cincuenta, con el escritor ya envalentonado y consciente de su inapelable estilo depurado, haciendo gala de no pocos aspectos exquisitos en sus gustos (no solo literarios, también musicales, y no deja de sorprender que conozca a Bauhaus, a Nouvelle Vague, a The National), cosa que permite apreciar más su contemporaneidad. Esa aportación de heterogeneidad da riqueza al texto en su conjunto. Aunque inferior a su mayestático Dietario Voluble, leer este Chet Baker piensa en su arte constituye un magnífico ejemplo de su narrativa en formato corto, la que se entrevera en su obra novelística, y no diría que es un texto complementario a esta sino una pura constatación de que Vila-Matas, tomaré un aforismo prestado, es escritor porque no puede no escribir.

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