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martes, 15 de marzo de 2022

Lutz Seiler: Kruso

Idioma original: alemán

Título original: Kruso

Año de publicación: 2014. En castellano: 2017

Valoración: Muy recomendable (para una lectura atenta)


Voy a echar de menos este libro, no quedarme más tiempo en ese lugar mental extraño e inquietante que empecé a echar de menos a pocas páginas de un final que me hubiera gustado retrasar hasta el infinito. Sin embargo, la experiencia ha sido ardua, un recorrido por la ambigüedad y la indefinición de un contenido que apunta a los márgenes y evita el centro narrativo. Esto unido a mi desconocimiento de lo que ocurrió en ese tiempo y lugar (la costa báltica alemana en 1989) –si bien los hechos históricos que sirven de marco son bien conocidos de todos– me sitúan en un paisaje borroso y fascinante a la vez. Lo que aparece desdibujado está, naturalmente, en la mente de Ed, en su personalidad, su constante tendencia a la introspección, sus curiosas observaciones. Pero la novela ha quedado en mí y me acompañará por mucho tiempo a pesar del carácter obsesivo de texto y personaje, o precisamente por eso. Pero esas son mis impresiones, en cambio los amantes de lo diáfano es probable que se aburran. No obstante, su contenido es muy realista y sincero, aunque lo iremos descubriendo poco a poco pues los recursos que utiliza nos conducen por terreno más cercanos a los símbolos, el surrealismo, lo poético. Conocemos las fantasías, sueños y extrañas formas de percibir la realidad del protagonista y no es fácil separar lo imaginado de lo vivido. Todo cambia cuando, en el epílogo, se abandona la tercera persona y es él quien toma la palabra para situarnos en un presente tan verosímil como descorazonador y resolver todas las dudas pendientes. Pero así sucedió y así se cuenta.

Uno no puede huir de sí mismo, tampoco se puede encontrar nada si no se sabe qué se busca. Pero Ed Bendler intenta escapar de una tragedia reciente y de una situación política (la de Alemania Oriental antes de la caída del Muro) que haga lo que haga, le perseguirán sin que pueda evitarlo. (Veinte años después la cosa cambia, ahora lo que hace es buscar algo, pero esto, de alguna forma, es también una huida ya que lo que persigue es una quimera). Todo son excusas para evadirse del mundo en que vive. Así, sin rumbo fijo, llega a Hiddensee, (“una Isla de los Bienaventurados, de los soñadores e ilusos, de los fracasados y los parias”), le contratan como friegaplatos en el Klausner, un restaurante para turistas y, poco a poco, se integra en el grupo de los trabajadores temporales (esekás) a pesar de su natural taciturno, y acaba estrechando lazos con Kruso –Krusowitsch, hijo de un general de origen ruso y traumatizado también por una pérdida– cuyo nombre remite a Crusoe. Este simbolismo estará presente mientras Ed permanezca en la isla: a él se le compara con Viernes, constantemente van apareciendo náufragos, gente que ansía salir del país aprovechando la cercanía de la costa danesa. Las evasiones están cuidadosamente planeadas aunque no se aportan detalles. Para ellos, en cambio, la isla es su libertad, no necesitan huir, sobre todo porque saben lo que se juegan. Y eso es lo que hace el lector la mayor parte del tiempo, ir y venir por la isla, comer con los compañeros, vagabundear por la playa, emborracharse, observar y no entender, disfrutar de la belleza del entorno, pensar lo menos posible… Hasta que todo cambia, los bloques empiezan a derrumbarse, el aislamiento deja de tener sentido, se produce la desbandada en cadena y con ella la decadencia.

Aunque cuenta con un protagonista absoluto y un secundario relevante, la novela tiene algo, o mucho, de coral. Hay un idealismo evidente en esa especie de comuna compuesta por unos cuantos marginados/integrados, por muy paradójico que suene. Y mucho bucolismo también. Aunque abundan los claroscuros, por ejemplo esa insistencia en lo repugnante, cuya función no he sabido interpretar hasta ese momento en que, en un mundo ordenado y limpio, cuando todo parece estar como es debido se produce una escena que quizá por inesperada impacta más que las anteriores. El país se ha reunificado, el comunismo ya es solo un recuerdo, pero el asco sigue presente porque los humanos somos como somos. Además, la libertad es solo una ilusión, la isla está tan militarizada como el resto del país y ellos no se libran de su vigilancia, unas veces les visitan y otras les espían desde lejos. Finalmente, con el sistema debilitado y la isla prácticamente desierta, la presión se vuelve insostenible. Y acaba explotando, como era de esperar. Pero Ed tiene una misión (o eso cree, la verdad es que la obsesión no se ha ido) y la persigue hasta el final, aunque la búsqueda sea absurda, aunque lo que queda de aquello no sea más que humo no se puede negar su constancia.

“… los papeles desprendían un extraño olor que nublaba la conciencia; no a viejo, ni a cola ni a putrefacción, no: el papel olía a enfermo. Respiré inhalando y exhalando aire, en el fondo en este mundo todo consistía en respirar con regularidad. Los muertos no estaban enterrados en Copenhague, no estaban en Bispebjerg Kirkegard. En Copenhague se les hizo la autopsia, y todos los expedientes e informes se quedaron allí. Ellos, en cambio, viajaron de vuelta al mar, fueron enterrados junto al mar, de modo provisional, invisibles, en línea.”

Ahora, a solo unas líneas del final, Seiler aporta las claves imprescindibles para obtener una visión de conjunto. Nos ha presentado a Bendler, hemos llegado a conocerle bastante bien, pero su vida queda en sombra excepto en la zona donde brillan Kruso, el Klausner y la enigmática desaparecida: Sonia Krusovitch.


Traducción: Carmen Gauger

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