Páginas

miércoles, 31 de marzo de 2021

Juan José Saer: Las nubes

Idioma original:
Español
Año de publicación: 1997
Valoración: Bastante recomendable

Algo conté en mi "Biografía lectora", publicada por aquí hace unos meses, de mi estancia en Argentina. Una de las cosas que más recuerdo de las librerías de la Avenida Corrientes es ver los escaparates y mesas "destacadas" llenas de libros de un tal Juan José Saer. Por aquel entonces mi bagaje era bastante más escaso y pensando, iluso de mi, que era el último autor de moda me volví para España sin ninguno de sus libros. Han tenido que pasar 15 años para darme cuenta del motivo: apenas un mes antes de mi llegada a Argentina, Juan José Saer fallecía en París sin haber cumplido los 70 años. 

No sé cual será la relación actual de los lectores argentinos con Saer, pero en España (y pese al loable esfuerzo de Rayo Verde) creo que se trata de un autor injustamente desconocido y minoritario. ¡Y no será por nosotros, que ya hemos reseñado en ULAD unos cuantos libros de Juan José Saer!

El caso es que este "Las nubes", siendo quizá una novela algo menor (en comparación, por ejemplo, con La pesquisa o El entenado), es un muy buen libro que incide en algunas de las características de la obra saeriana. Veamos alguna de ellas:

  • La ruptura de fronteras en lo genérico. Lo que en un primer momento parece una novela acerca de un manuscrito no sabeos si real o no pasa a ser una novela histórica y, posteriormente, una crónica viajera que no acaba de perder su condición novelística ya que la tensión entre el héroe / protagonista y el mundo que le rodea no desaparece jamás
  • El lenguaje. En Saer no importa tanto el qué como el cómo, lo que nos lleva a sus eternas subordinadas que puntualizan, acotan o desarrollan una idea primigenia, que se descuelgan en ideas secundarias que acaban ocupando el lugar de las primeras. Ligado quizá a lo anterior, en Saer no importa tanto lo narrativo sino lo descriptivo. En este sentido, en "Las nubes" cobra especial importancia el paisaje (esa llanura desértica, desmesurada y vacía, monótona e inmensa, que va modificándose según la percepción de los personajes, está descrita de forma magnífica), lo que podría emparentar este texto con la novela "gauchesca". 
  • Lo histórico y lo político. En este caso, la acción trascurre en 1804, en los tiempos del Virreynato, aunque está narrada en un momento posterior. Y pese a que no se trate de un relato de la época del Virreynato, independencia, etc, sirve como telón de fondo y moldea en buena medida al héroe de la novela.
  • El no final. La narrativa de Saer, quizá por ese "no importar tanto el qué sino el cómo", se caracteriza por esos finales abiertos y "Las nubes" va en esa línea. Hay un final, sí, pero nada impactante ni sorprendente, un final que puede ser un nuevo comienzo.
Vale, pero ¿de qué va "Las nubes"? Pues es la crónica, no sabemos si real o imaginada, del viaje que un psiquiatra realiza desde la ciudad de Santa Fe hasta la ciudad de Buenos Aires con un convoy diverso y colorido formado por enfermos, soldados, gauchos, prostitutas, etc,. Es un texto, para mi, cargado de referencias bíblicas y con buenas dosis de humor que juega con los límites de la razón y la locura. Pero ya digo que esto no es tan importante. Lo fundamental es acercarse a Saer, zambullirse en su prosa y dejarse arrastrar por la corriente, aunque quizá no lleve a ningún sitio.

Un montón de obras de Saer reseñadas AQUÍ

martes, 30 de marzo de 2021

Pol Guasch: Napalm al cor

Idioma original: catalán
Título original: Napalm al cor
Traducción: traducción al castellano prevista para otoño 2021.
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable

Absolutamente deslumbrado. Sin reparos ni objeciones. Con únicamente veintipocos años, Pol Guasch ha escrito un auténtico librazo; auténtico por atrevido, auténtico por visceral, auténtico por real. Y librazo por muchísimos aspectos. Veamos. 

Si tuviéramos que resumir de qué trata el libro, podríamos decir que trata sobre un joven (narrador en primera persona) y su relación con otro joven en unas condiciones repletas de dificultades. Pero también podríamos resumirlo diciendo que trata sobre la problemática falta de comunicación entre un hijo incomprendido (aunque absolutamente amado) por su madre. También, ya puestos, podríamos decir que trata sobre una zona afectada por una catástrofe nuclear y la vida desdichada de quienes se quedan. O podríamos afirmar que este libro trata sobre la invasión y posterior ocupación militar de un territorio empobrecido. O, quizás, y también, podríamos aseverar diciendo que esta obra trata sobre la huida y los exiliados. Porque todos estos temas se tratan en este magnífico libro, de manera tangencial algunas de ellas, de manera más explícita en otros casos.

Estructuralmente, hay muchos saltos narrativos, que emergen como pensamientos fugaces y breves, pues el libro está repleto de pasajes cortos (en algunos casos de únicamente una página) que le permiten al autor introducir fragmentos que corroboran aquello que vamos aventurando al leerlo. Esta fragmentación no rompe en absoluto un texto que está perfectamente enraizado a una historia que se nutre de recuerdos y de nostalgia, de trazos de memoria que va y viene a través de pequeños y deseados recuerdos y de hirientes pasados ansiosa e intencionadamente omitidos.

Estilísticamente, y especialmente en su tramo inicial, el sublime trazo del autor recuerda mucho a Irene Solà, por una narración repleta de precisión sin dejar de lado autenticidad y sentimientos. El autor narra desde el corazón y desde la tierra, desde las entrañas de uno mismo y del realismo propio de quienes ven la vida y la muerte desde cerca, en los animales, en las personas. Sabemos desde el principio de la relación del protagonista con otro chico, «Boris, con aquel eclipse que lleva siempre en los ojos», una relación interrumpida abruptamente, pero que se intuye añorada. Sabemos también de un padre ya fallecido y de la madre del narrador y su relación con alguien de intenciones oscuras, poco nobles, una de esas personas que tienen «lenguas mentirosas, piernas que corren hacia el mal», uno de esos hombres que «hacen que se peleen los hermanos», alguien que habla «la otra lengua».  

Con este punto de partida, el relato se estructura en dos líneas argumentales fragmentadas, y también mezcladas temporalmente: por un lado, la vida del protagonista, con la muerte presente de su padre y su abuelo y las dificultades en comunicarse y entenderse con su madre, alguien con quien «lo que nos une no es la sangre ni el lugar, sino la desconfianza en el futuro, una historia común». La otra línea argumental se forma a través de las cartas que el protagonista envía a Boris, a través de las cuales entendemos no únicamente su relación, sino también los miedos que alberga hacia su propia vida y la de su madre por causa de su novio de cabeza rapada que habla otra lengua y al que aborrece, por ocupar el lugar de su padre, por sus gestos y miradas, por una dureza que confirma a Boris reconociendo que «tienes razón: no saben nada, solo de ruido y de furia», alguien de quien afirma que «sus ojos me escudriñan, nos escudriñan» pues «cada mirada es su manera de iniciar un diálogo, de someternos un poco más». El narrador parte y sufre desde el desconocimiento del mundo que le rodea, desde la incomprensión de una situación de la que sólo ve destellos punzantes de incomodidades escondidas, porque «en el mundo real, ocurrían cosas y no sabía qué era (…) aquí, en el mundo, ocurrirá algo y no sé qué será. Y querría saberlo siempre y no lo sé», pues la muerte y el desconcierto están siempre presentes «con la mudez de los muertos, la presencia de los muertos, la acusación de los muertos, que hace temblar», cercando su pequeña y estrecha familia con la única salida de Boris en su recuerdo y su presencia aún constante a través de las cartas que se envían y que confirman la delicada salud de un mundo que parece definitivo y hostil. Boris, su gran amor, su gran pasión. Boris, alguien que «tenía una nostalgia muy honda porque añoraba algo que nunca había tenido, y esa es la peor añoranza que puede tenerse».

Entre misivas y confesiones, el protagonista nos cuenta cómo empezó todo, con unos hombres que llegaron a sus casas y les decían que tenían que irse. Con su madre trabajando en la antigua Fábrica, una instalación ahora ya en ruinas y enferma; un edificio con imagen de central nuclear, bajo tierra, donde trabajan mujeres a las que «la piel se les fundía allí dentro». Y con la catástrofe, un pueblo que quedó amenazado y abandonado, prácticamente desierto e inhabitado como sus corazones ya vacíos de esperanzas, porque «nada puede ser hermoso aquí. No ahora». Con este inicio impactante, de una oscuridad deslumbrante, Pol Guasch nos gana ya desde un inicio, enterneciéndonos, conmoviéndonos, atrayéndonos a un mundo desangelado, lúgubre, triste... y nos arrastra hacia él con un estilo terriblemente poético, emotivo, visceral, narrando desde dentro, desde su alma, desde su lengua, desde su hogar. 

Y, cuando ya estamos inmersos totalmente en ese mundo oscuro, cruel, extremo, el autor hace un salto temporal hacia adelante, ya lejos de esa tierra que se va deshaciendo en pedazos mientras se diluye en la memoria. Ahora vive en una ciudad, donde los edificios son nuevos y sólidos, pero sin alma, vacía de sentimientos, una ciudad que al cabo de un tiempo «se me presentará desnuda y muerta». Sin la singularidad y la personalidad que conlleva con ella las miserias, poco queda de un pasado que en parte añora, a pesar de todo, porque «avanzar también es siempre un abandono». Y esa añoranza le lleva a volver y, en ese regreso, nos retorna a un pueblo de pasado vacío, a excepción del ocupado por su madre, aunque incluso ella aborrece ese lugar, por no tener nada que ofrecerle y ella tampoco a él; una vuelta a su tierra con la que el autor abre otros frentes y explora nuevos abismos, pues nos habla de campos de trabajo, de reclusión, de prisioneros. Y de la huida, el recurso siempre presente de futuro incierto. Y el exilio, al que se refiere cuando dice que «nací lejos de aquí / no sabía que nacer lejos de aquí significaría “esperar” siempre».

Con este conmovedor libro, el autor mezcla diversos registros y temas, conformado un mosaico en ocasiones abstracto en el que las piezas encajan por su conjunto, aunque de manera individual poseen igualmente una gran potencia por sí solas, pues cada fragmento es un regalo. Así nos habla de romances, de mentiras, de guerra, de muerte, de amor, de territorios, de miedo, de futuros sin un presente que los apuntale, y de un pasado que permanece inamovible en la memoria porque «las historias (…) siempre se pueden reescribir. Pero la memoria, no». Nos habla de países y lenguas, de hogares a los que se refiere afirmando «nuestra piel: sin costuras, solo una memoria terrible de años de aislamiento, de una lengua hendida, de un exilio a casa (…) nuestra casa: un alambre de púas» y la amenaza constante a causa de la cultura de un país que reconoce como «un legado de mi lengua: el dolor». Así, nos habla del exilio y de refugiados, de lenguas en peligro amenazadas por un invasor que las oprime, las minimiza, las lastima, las reduce prácticamente a la nada, aunque sin saber que la nada es justamente aquello que poseen quienes las defienden, es lo poco que les queda, es su mundo ahora. Y los campos de trabajos, rodeados por alambres, como metáfora también de la prisión en la que el protagonista encuentra su deseo más pasional, más carnal, con la mirada siempre atenta de una madre que intuye la relación pero no la comprende, llena de incomunicación oculta tras unas palabras que no salen, «lo que nos podríamos haber confesado cuando estábamos solos, pero no nos llegamos a explicar nunca». Y la huida y el fuego, elementos necesarios para saldar cuentas y renacer de unas cenizas aún calientes pero etéreas, ligeras, volatilizables, que se evaporan bajo el aliento contenido en sus bocas hambrientas y desobedientes en una relación apasionada y difícil pues «entre el deseo y la realidad se esconde enroscada la histeria, y es necesario saberla controlar para no convertir el cuerpo en una fiesta inhabitable».

Con una narración bella y contundente, sobre las dificultades entre madre e hijo que me lleva a Țîbuleac, con el peso del pasado y la guerra que me transporta a «Los orígenes» de Stanišić, y con la importancia y el peso en la vida del paisaje, los animales y la vitalidad que me recuerdan a Irene Solà, Pol Guasch ha escrito una magnífica e impactante obra que sorprende por su altísima calidad demostrando un inmenso talento que desborda la trama argumental para situarse por encima de la propia historia y que me lleva a ser consciente, sin riesgo de equivocarme, de que estamos delante de un grandísimo autor que pese a su corta edad ha conseguido encontrar la manera de tocar nuestros sentimientos y despertarlos, sacudirlos y agitarlos para mostrarles la pasión, la crueldad y la belleza. 

El libro que ha escrito Pol Guasch rebosa tanta calidad y emotividad que se nos mete dentro como un torrente que irrumpe vigoroso, de manera profunda, como si el desespero del protagonista estallara y buscara en nosotros un hogar donde pudieran descansar sus incertezas, sus miedos y temores. El autor llega a nosotros a través de un personaje que parece buscar respuestas, un consuelo, un refugio, un albergue donde lo podamos acoger; con su relato nos ha enternecido y nos ha emocionado, nos ha sorprendido y entusiasmado, porque mientras leemos este tremendo libro nos ocurre lo que al narrador dirigiéndose a Boris al afirmar que «mientras te escribo se me ha abierto el corazón como si tuviera una puerta, reventara y se hiciera muy grande, enorme, para que puedas entrar de cualquier manera». El autor hace lo mismo con nosotros, entra y nos inunda, pero en nuestro caso no lo hace de cualquier manera, sino de la mejor manera posible.

También de Pol Guasch en ULAD: La part del focOfert a les mans, el paradís crema

lunes, 29 de marzo de 2021

Jordi Gracia: Contra la izquierda

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2018

Valoración: Recomendable (para interesados en estos asuntos)

 

En mi opinión, la izquierda española dio los pasos decisivos hacia su modernización aceptando cierta simbología y, sobre todo, los principios básicos no escritos de la Transición. Con la llegada al poder en 1982, las distintas fases de la reconversión industrial y la entrada en la UE se completaba su homologación con la socialdemocracia europea, ya saben esos partidos herederos de la izquierda tradicional que, en muchos casos aupados al poder desde años atrás, se acomodaban como un guante a la opulencia del capitalismo occidental y la emergencia de poderosas clases medias. Con el cada vez más evidente triunfo del sistema, más o menos dulcificado, la izquierda empieza a perder el pulso y queda definitivamente descolocada con la crisis financiera de 2008. Este es un poco mi resumen, y aproximadamente coincide con la valoración que Jordi Gracia hace en este ensayo.

Dibuja el autor a una izquierda desnortada, desubicada en un mapa político en el que intenta mantener cierta conexión con sus orígenes ideológicos al tiempo que necesita encontrar un espacio propio en este panorama en el que el capitalismo parece incontestable. Ahí se presentan los dos actores fundamentales del momento: ‘la socialdemocracia sonámbula y la nueva izquierda hiperventilada’.  Incapaces de dar una respuesta coherente ante una segmentación social que ha cambiado radicalmente en las últimas décadas, la opción socialdemócrata se comporta como una derecha con cierta sensibilidad ante las injusticias más flagrantes, mientras su alternativa más reciente muestra tics adolescentes y reactiva viejos eslóganes desde una supuesta superioridad moral, intentando capturar a un electorado joven y más o menos radicalizado.

Ante la desorientación (si alguien duda de ella que eche un ojo a los perfiles de algunos ministerios en este o en anteriores Gobiernos progresistas), Gracia defiende la necesidad de escapar de los tótems referenciales de la izquierda tradicional, deshacerse de complejos para asumir su naturaleza burguesa, o abandonar lo que denomina optimismo voluntarista, es decir, esa mirada (al menos teórica) puesta en una sociedad igualitaria y feliz que no casa bien con una clase media maltratada y medio destruida que sin embargo de ninguna manera va a renunciar a lo que entiende como sus pequeñas conquistas relacionadas con el consumismo y un estatus de prosperidad, por aparente que pueda ser.

Sin embargo –y esta es una de las posibles carencias del libro- todas son recetas bastante vagas sobre lo que no debe ser la izquierda del siglo XXI, sobre los lastres que debe arrojar más que con proposiciones en positivo. Admitamos que el ensayo se basta en la reflexión y un punto de divagación abstracta, y que no necesariamente se le debe exigir más. Y, vaya, que la cuestión tampoco pinta nada fácil, que también es verdad. Supongo que me disculpará el autor, y espero que también los lectores del blog, si lo que hago es más bien una reinterpretación del contenido del libro, pero entiendo que lo que propone aunque no lo diga del forma del todo clara son cosas tan obvias como más profundidad en el análisis, un estudio más riguroso de la realidad, mayor capacidad de autocrítica y, desde luego, huir del cortoplacismo electoral y tirar menos de argumentario de partido, cosas que pueden suponer un esfuerzo ciclópeo, seguramente algún desgarro y puede que muchas derrotas, pero pueden servir para poner a la izquierda de nuevo en el carril de la Historia (o también pueden echarla a perder definitivamente, es verdad).

Como apuntaba antes, el trabajo de Gracia es más bien una serie de digresiones que parecen hechas un poco de forma intuitiva y a vuela pluma, sin un orden expositivo demasiado claro y muy centradas en la España de los tiempos más recientes. Todo lo cual da lugar a cierta impresión de ligereza que puede ser algo engañosa, porque creo que tiene más peso del que aparenta. Me parece un libro para leer con pausa y mucha atención y, mejor todavía, para releer poco a poco y quizá más de una vez. Es quizá la mejor manera de extraer algunas claves de un tema complicado, al que parece que nadie ha conseguido encontrar solución y que en mi opinión es importante para que esta sociedad occidental pueda avanzar por caminos que no sean siempre los que dibujan unos pocos.

domingo, 28 de marzo de 2021

Reseña a cuatro manos: Svetlana Aleksievich: La guerra no tiene rostro de mujer

Idioma original: ruso
Título original: U voini ne zhenskoe lizo
Año de publicación: 1985
Valoración: Muy recomendable





¿Cómo que las mujeres no van a la guerra?

Con esa pregunta cerrábamos la reseña de Cómo acabar con la escritura de las mujeres de Joanna Russ. 

Y sí que tiene que ver.

Teníamos entendido que las mujeres no iban a la guerra. Sabíamos que realizaban tareas auxiliares en segunda línea (enfermería, sastrería, abastecimiento de todo tipo), pero creíamos que no dirigían unidades, que carecían de la formación militar que les hubiera dado derecho a entrar en el escalafón y, desde luego que no participaban en combates ni estaban expuestas a fuego enemigo. Bien, pues una vez más, constatamos que ni siquiera esto es cierto que, como tantas otras ocasiones en que el papel de la mujer se ha silenciado, se ha ido ocultando celosa y nada casualmente a través de los siglos su aportación a la historia colectiva y no solo al ámbito doméstico.

Svetlana Aleksiévich (Nobel de Literatura 2015) no solo ha hecho una aportación impagable a la historia y al periodismo documental, sino que ha consolidado el género literario de la «novela colectiva» o «épica coral» para dar voz a los sin voz. Se trata de un documento histórico, mejor dicho, una serie de documentos que tienen en nuestra mente un efecto acumulativo. Mediante la técnica del puzle, se nos muestran innumerables retazos de testimonios orales obtenidos en entrevistas personales a testigos de primera mano, en lo que, se intuye, un larguísimo recorrido de la autora a lo largo y ancho de su país.

A partir de ahí, la autora nos introduce casi directamente en una oleada de voces que se suceden, una tras otra, abrumándonos con su sinceridad y crudeza. Sabemos que detrás esta ella, requiriendo, viajando, interpelando, organizando el material y dándole forma —esto último a base de recortar y reducir a lo esencial cada aportación— lo sabemos, pero su voz se escucha en contadísimas ocasiones, apenas una corta introducción y algún comentario sobre la marcha. Ella cita precedentes para justificar esta falta de armazón, novelas que se construyeron a base de conversaciones y que le fascinaron hasta el punto de querer imitarlas. Pero puede que haya algo más, que el relato de sus viajes, sus encuentros, las circunstancias en que se entrevistó a esas mujeres y al menos un esbozo de sus vidas después de la Segunda Guerra, hubieran impedido que se franquearan como lo hicieron, y que solo la promesa formal de que no se iban a aportar más detalles que un nombre y una profesión consiguieron arrancar tanta información inédita y valiosísima.
«A lo largo de dos años, más que hacer entrevistas y tomar notas, he estado pensando. Leyendo. ¿De qué hablará mi libro? Un libro más sobre la guerra… ¿Para qué? Ha habido miles de de guerras, grandes y pequeñas, conocidas y desconocidas. Y los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo… siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la “voz masculina”. Las mujeres mientras tanto guardan silencio. (…) Y si de pronto se ponen a recordar no relatan la guerra “femenina” sino la “masculina”. Se adaptan al canon…»
Ellas hablan de dolor, miseria y muerte, de amistad, amor y compañerismo, de niñas todavía en edad de crecer que ansían convertirse en heroínas igual que sus compañeros, de las penalidades, alegrías y tristezas de esas existencias tan precarias, de nostalgia del hogar, de orgullo por haber estado a la altura, de la imposibilidad de narrar a los allegados la realidad de un mundo inimaginable.

Algunos reconocen que no quisieron casarse con mujeres excombatientes, pensaban que no eran dignas de ser sus esposas o algo parecido, por su parte muchas de ellas, si querían tener una vida, tenían que ocultar dónde habían estado. Consiguieron que se avergonzaran de lo mismo que ellos presumían, de lo que en el lado masculino era un gran honor.
«A mi marido no le guardo rencor, le perdoné hace tiempo. Tuve a mi hija… Él nos miró… Estuvo un rato y se fue. Se fue reprochándome: “¿Te parece que una mujer normal se iría al frente? ¿Aprendería a disparar? Por todo eso no has sido capaz de dar a luz a una niña normal”.»
Décadas después, cuando Aleksievich las visita, todavía sufren contando su experiencia pero a la vez necesitan explayarse tras toda una vida en silencio. Aunque también se denotan muchas lagunas. Solo uno de los testimonios habla abiertamente sobre la violencia sexual interna que allí se vivía:
«No me da miedo decir la verdad… Yo fui una “esposa de campaña”. La esposa en la guerra. La segunda esposa, la ilegítima. (…) El primer comandante del batallón… Yo no le quería. Era un buen hombre, pero no le quería. Me metí en su covacha unos meses después de estar allí. ¿Qué otra opción tenía? Allí solo había hombres, era mejor vivir con uno que temerlos a todos. Durante los combates no había para tanto, pero después, sobre todo cuando nos retirábamos de descanso, de reagrupación, era terrible. En la batalla, bajo el fuego te llamaban: “¡Hermana! ¡Hermanita!”, pero acabado el combate te acorralaban… De noche no había manera de salir de la covacha… ¿También se lo han dicho las demás o no se han atrevido a confesarlo? (…) Pero de eso no se habla… No está bien visto… No… Yo, por ejemplo, era la única mujer de mi batallón, vivía en la covacha común. Junto con los hombres. Me asignaron mi propio espacio, pero imagínese qué espacio si la covacha medía seis metros cuadrados. De noche me despertaba agitando los brazos: repartía bofetadas, me quitaba de encima sus manos. Cuando me hirieron, estuve en el hospital y allí también agitaba los brazos. De noche me despertaba la enfermera: “¿Qué te pasa?”. Claro que ¿a quién se lo iba a contar?»
Casi todas se alistaron antes de la mayoría de edad, animadas por el idealismo patriótico que (igual que sus compañeros varones) habían adquirido durante sus años escolares. Eran prácticamente niñas cuando tuvieron que normalizar muchas situaciones anómalas de golpe. En algunos testimonios incluso normalizan las violaciones de sus compañeros a las mujeres alemanas como algo que formaba parte de la misión.

Otro elemento a destacar es la cantidad de testimonios y anécdotas sobre las mujeres ajenas a la campaña bélica pero cuyas vivencias contribuyen a un relato mucho más riguroso y realista. Nos han enseñado que la narración de la guerra pertenece únicamente a los que están luchando en ella, dejando de lado a aquellos (aquellAs) que se quedan en casa o en campos de refugiados encargadAs de los cuidados de niños, enfermos y mayores, bregando a diario y sin descanso con situaciones muy extremas.
«Volví a casa… Todos estaban vivos… Mi madre los había mantenido a todos con vida: a mis abuelos, a mi hermana y a mi hermano. Yo regresé con ellos… »Al cabo de un año llegó mi padre. Papá volvió con unas condecoraciones importantes, yo tan solo había traído una orden y dos medallas. Pero en nuestra familia la heroína era mi madre. Ella los había salvado a todos. Salvó a la familia y salvó la casa. Su guerra había sido la más terrible. Papá nunca se ponía sus órdenes, consideraba que era vergonzoso pavonearse delante de mamá. Le resultaba embarazoso. Porque a mi madre no le habían concedido medallas… »
Solo añadir que Svetlana Aleksiévich lleva más de treinta años exiliada por escribir libros como este. Pasó años recibiendo cartas de rechazo de las editoriales porque su novela reflejaba una guerra demasiado espantosa, porque sobraba naturalismo o porque la guerra que ella relataba no era una guerra correcta.

¿Es este un alegato antibélico? Parece que esta ha sido la intención de Aleksievich y desde luego funciona como tal, ya que esas miradas carecen de triunfalismo, no tienen mentalidad de conquista, no hablan de técnicas militares ni de estrategias bélicas, que es lo que encontramos en todos los demás libros, desde los escolares hasta las monografías más especializadas.
«En esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a nosotros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible».

Firmado: Beatriz y Montuenga

También de Svetlana Aleksievich: Voces de Chernobil, Voces de Chernobil (re.reseña) El fin del "Homo sovieticus", Los muchachos del zinc

sábado, 27 de marzo de 2021

Milena Busquets: Gema

Idioma original: español

Año de publicación: 2021

Valoración: se deja leer

Vaya por delante mi premisa de otorgar segundas oportunidades a aquellos autores que me han despertado poco o escaso entusiasmo, aunque muchas veces me haya empujado un travieso instinto de corroborar cierta impresión, y he de confesar que este era el caso con Gema.

También esto pasará, anterior novela de la autora, me pareció un ejercicio insufrible de pose trascendente de nuevo cuño, (resumiendo: lloro, luego follo), y me lo sigue pareciendo y, desde luego, aunque me he resistido a contaminar mi opinión releyendo mi reseña (han pasado cinco años) no tenía ningún buen recuerdo, así que he de reconocer que empecé a leer este Gema con cierta predisposición, más habiendo leído breves sinopsis donde constataba que el libro volvía al trillado campo de los textos elegíacos sobre personas cercanas fallecidas.

Entonces ha resultado que Gema me ha parecido una mejor novela que aquélla, como si la autora hubiera tomado consciencia de lo desproporcionado de la repercusión de la anterior, como si hubiera intentado no repetir paso por paso sino obviar ciertos aspectos más proclives al lagrimeo y aligerar carga emocional, cosa que repercute en un texto obviamente más liviano.

Gema es el nombre de una compañera de colegio de la autora que falleció a los quince años por leucemia. La protagonista, obvio alter ego de la autora, se obsesiona con su recuerdo e indaga sobre lo sucedido a partir de la rememoración de su último encuentro con ella en el patio de la escuela, el avance de sus indagaciones se combina con diversas escenas de su vida cotidiana, la de una atribulada y desorientada escritora y traductora de media edad, que vive con dos hijos de 11 y 17 años, residente en el Upper Diagonal barcelonés y con variadas referencias (Cadaqués, el Liceo Francés, residencia a los pies del Tibidabo, clubes de tenis, etc.) a esa endogámica high-class barcelonesa a la que Busquets no puede evitar pertenecer, mencionar y representar, cosa que aporta, y aquí sí que evocamos su obra anterior, una despreocupación y un tono de algo incómoda frivolidad burguesa, pero no vamos a pedirle a Milena Busquets que se nos persone como una modesta ama de casa del barrio del Poble Sec con problemas para cuadrar la economía familiar.

Si no fuera porque esa persecución del recuerdo le aporta cierto esqueleto narrativo, el nivel sería el de una recopilación de artículos de experiencias personales escritas para una revista de moda. No es que la redención sea para echar cohetes: se trata de una novela totalmente insulsa escrita con un estilo correcto y es de agradecer que se hayan evitado las sentencias grandilocuentes y las reflexiones de andar por casa, pero de tan escaso mérito a recomendar la lectura más que a quien le apetezca formarse una opinión -por si a algún chalado le da por hinchar el globo, como pasó con la anterior - media un abismo. No aborrecerla ya me parece un milagro, quizás me haya hecho mayor o, esperad, quizás Busquets se haya dado cuenta de que el puesto número 1 en el podio de escritores lloricas le ha sido merecidamente arrebatado.

viernes, 26 de marzo de 2021

Natalia Ginzburg: Domingo. Relatos, crónicas y recuerdos

Idioma original:
Italiano
Título original: Un’assenza
Año de publicación: 2016
Traducción: Andrés Barba
Valoración: Entre recomendable y está bien

Domingo compila veinte textos breves de Natalia Ginzburg: siete relatos, un poema, varias crónicas y algunas memorias. La italiana reincide en estas páginas en esas inquietudes siempre presentes en su literatura: el universo de lo femenino, las voces infantiles, la humilde reivindicación de lo cotidiano, la idealización de la ciudad que tienen quienes no viven en ella, las idiosincrasias de los campesinos y las comunidades de provincias, las vicisitudes que originan las guerras... 

Aunque recomiendo el volumen, le pondría las siguientes pegas:

  • El conjunto puede antojarse reiterativo en tono y temática. 
  • La autora no se mueve con la misma solvencia en los diversos registros que plantea, aunque hay que admitir que oscila siempre entre la brillantez comedida y la genialidad indiscutible, salvo en los casos excepcionales que trataré a continuación.
  • Tres piezas ("En la fábrica Alluminium se vive como hace cien años", "Los inválidos" y "Visita a los altos hornos") despiertan un interés muy acotado, pues arremeten contra los abusos e injusticias perpetrados por la patronal sin aportar nada más en el proceso.

Pese a todo, insisto en que recomiendo Domingo. Al fin y al cabo, uno no puede dejar de maravillarse ante el manejo del lenguaje y la sensibilidad de Ginzburg. En especial me atrae su narrativa, que en la forma esconde un oficio tan enorme como invisible, y en el fondo se beneficia sobremanera del humanismo desencantado pero firme de la escritora. 


También de Natalia Ginzburg en ULAD: Aquí

jueves, 25 de marzo de 2021

Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya: Del Trastevere al Paraíso

Idioma: español

Año de publicación: 2020

Valoración: está bien

En octubre del 2016 un periodista acude a una residencia de ancianos de las afueras de Roma en busca de una tal Valeria Stoppa. Como consecuencia,  una de las empleadas de la residencia, Paola Merli, deja su trabajo y su casa y se refugia con un viejo amigo que le puede ayudar a conseguir una nueva identidad. Porque esa mujer es en realidad  Valeria y en 1973 formó parte de un gupúsculo terrorista de extrema izquierda y participó en un asesinato; desde entonces vive huyendo, oculta tras identidades falsas. En esta novela gráfica iremos conociendo todo el proceso que llevó hasta ese punto a Valeria, una joven de clase media-baja del Trastévere romano, su formación y radicalización ideológica  -inmersa en un contexto muy particular, el de los "años de plomo" italianos, durante los 70 y 80 del siglo XX, que se considera que comenzaron con el atentado en el Banca Nazionale dell'Agricoltura de Milán, en diciembre de 1969-, así como su crecimiento como mujer. En contrapunto, encontramos la Valeria de más de sesenta años del 2016, que ha vivido en la clandestinidad la mayor parte de su vida y a la que los recuerdos no la dejan permanecer tranquila.

La novela gráfica no sólo nos explica con todo detalle los condicionantes personales -incluyendo los sexuales-, familiares y formativos de la protagonista, sino también, y es de agradecer, las peculiares y ambiguas circunstancias que vivía Italia en aquellos años de gestación del terrorismo de izquierdas. Conocemos, pues, al dedillo los factores que llevaron a Valeria a implicarse en la "lucha armada" -por supuesto, y como no podría, o no debería, ser de otro modo, en la obra encontramos una permanente condena de toda violencia política-, pero, hete aquí que cuando hemos llegado a la parte con más "chicha" de la historia, el momento de la militancia violenta, ésta se resuelve por la vía rápida, lo que contrasta con la pormenorizada explicación de todo lo que le ha llevado hasta ese momento. Y de los muchos años que pasa luego huyendo apenas sabemos nada. Este desequilibrio narrativo se puede explicar porque la historia se nos cuenta desde el recuerdo de Valeria (de hecho, el de los recuerdos o la memoria es uno de los temas de fondo de la novela), que no deja de ser algo selectivo, pero, aún así, resulta desconcertante... Algo parecido, por cisrto, ocurre con el estilo de las ilustraciones de Antonia Santolaya, que podemos considerar como de un "expresionismo naïf", abocetado y colorido, ya que en algunos momentos funciona perfectamente y en otros se adecua más o menos a lo que nos cuenta el guión,  pero que otras muchas veces se queda corto (cierto que la autora, al parecer, es más ilustradora y pintora que historietista, y eso se nota).


Lo más interesante que encontramos, aunque algo trillada, es la comparación que se hace entre estas ideologías revolucionarias y el cristianismo: constantes alusiones al concepto de "sacrificio" (que en el caso de la religión cristiana se ha sublimado de forma incruenta en la Eucaristía, o eso se supone); analogías entre la figura de sucristo y la del Ché -también la de Héctor muerto por Aquiles-; citas a pasajes de la Biblia... Un poco más de sonrojo, a estas alturas, causa la identificación entre el fanatismo de los terroristas europeos de aquellos años con los yihadistas actuales.

Es verdad que esta constante alusión a un transfondo religioso puede considerarse como un recurso narrativo, para darle un poco de subtexto al libro o, simplemente, porque el guionista ha encontrado un hilo que seguir y lo hace hasta el final... Ahora bien, el caso es que uno llega hasta ese final de esta novela gráfica y se pregunta si no se la habrán colado y lo que ha leído no es sino una obra de reivindicación del cristianismo, casi evangelizadora, de hecho... No sólo (y perdón por los posibles spoilers) algunos personajes, arrepentidos de sus actos pecaminosos pasados, sueltan mensajes más o menos religiosos como quien no quiere la cosa, sino que resulta que el único del grupo que tiene escrúpulos para participar en el atentado es, precisamente, el que tiene un pasado como militante católico. El tono curilla destaca cuando pensamos en el castigo que les espera a los hijos que osan enfrentarse a sus padres o en la frustración y zozobra que su sexualidad le trae a la protagonista y que incluso es una de las causas de que caiga en el pecado radicalismo ideológico. Y aunque no tengo ni idea de las convicciones políticas y mucho menos religiosas del guionista, Felipe Hernández Cava (de quien sólo sé que es un veterano de la historieta en España y que por edad, pertenece a esa generación de jóvenes que se radicalizaron -o no- en los años 70), me pone un poco la mosca tras la oreja que la dedicatoria del libro sea "A nuestros padres, a los que  comprendimos poco y juzgamos mucho", cuando los padres de Valeria resultan ser unos meapilas de cuidado (no empleo el término con ánimo despectivo, sino descriptivo, porque creédme que lo son); sobre todo el padre, arrepentido tras una vida de ateo anarquista y ex-partisano.

Que conste que no me molesta que alguien plasme en una obra de ficción sus inquietudes religiosas o lo que sea o de quien sean; lo que me escama, en todo caso, es la forma, no diré que sibilina, pero sí un tanto (o bastante) subrepticia como está hecho aquí. Que, además, tampoco sé si Del Trastevere al Paraíso (visto así, además, el título ya parece tener cierta intención) lo necesitaba, dado que la historia en sí ya resulta bastante potente como ficción.  Como obra edificante, ya no sé...

miércoles, 24 de marzo de 2021

Octavia E. Butler: La parábola del sembrador

Idioma original: inglés
Título original: Parabel of the Sower
Traducción: Silvia Moreno Parrado
Año de publicación: 1993
Valoración: muy recomendable

En momentos de incertezas y temores a nivel mundial, a veces buscamos distopías que nos presenten mundos y escenarios que, aunque ficticios, nos resuenen fuertemente y establezcan paralelismos con las crisis actuales. Y sí, hablamos de “crisis” en plural, porque en esta novela escrita por Octavia E. Butler, una de las principales autoras y precursoras de ciencia ficción que existen, la crisis climática y económica son algunos de sus puntos principales. 

Escrita en 1993, esta novela distópica se sitúa inicialmente el 20 de julio de 2024 en un contexto postapocalíptico que no difiere en exceso, a nivel conceptual, de nuestro mundo, con el que vemos claras reminiscencias. La autora sitúa el escenario principal de la novela en una pequeña ciudad en la zona de California, una ciudad dividida por barrios amurallados, encerrados en sí mismos en un ambiente oscuro, pobre y peligroso, lleno de indigentes y drogadictos con partes del cuerpo amputadas, miseria, enfermedades, suciedad... un ambiente cargado y tenso en el que sus habitantes tienen que ir armados para evitar robos, saqueos, violaciones o asesinatos. En una de las casas de esos barrios humildes vive la joven Lauren (quien cumple quince años cuando empieza la narración) con su padre, pastor baptista, Cory (su madrastra) y sus hermanos, todos varones, encerrados en un barrio protegido por un muro, aunque su padre sale una vez por semana para trabajar y, cuando salen del barrio, lo hacen armados y en grupo, pues el paisaje está repleto de casas destrozadas, quemadas, vandalizadas, llenas de indigentes, alcohólicos o drogadictos. Los que viven en la calle están desesperados o locos, se arrancan unos a otros orejas y brazos y la amenaza de la pobreza y la delincuencia convierte su mundo en un peligro constante; ya la propia Lauren reconoce, con pesar, que «es mi casa. Es mi gente. Pero lo odio. Es como una isla rodeada de tiburones, salvo que los tiburones no te molestan a menos que te metas en el agua. Pero nuestros tiburones de tierra están intentando entrar. La cuestión es cuánto tiempo tardarán en tener suficiente hambre». Así, cada salida es un riesgo, una amenaza, que la autora constata al regreso afirmando que «por fin, llegamos a casa, nos envolvimos en el muro de nuestro vecindario y nos acurrucamos en nuestras ilusiones de seguridad».

Butler impulsa en este libro un ritmo altísimo y, sin pelos en la lengua, denuncia políticos y gobiernos, retratando una sociedad arrastrada y exprimida por un inagotable y hambriento capitalismo que convierte a los ciudadanos en un puñado de bocas hambrientas y recelosas. La introducción de ese mundo y los personajes es desde la narración en propia persona de Lauren, quien narra juzgando, profiriendo reivindicativamente proclamas e ideología, dando su punto de vista negativo y pesimista sobre cómo se ha llegado aquí, pero advirtiendo que ese mundo se encamina a un futuro aún peor. No hay confianza en la política, ni en la policía ni incluso en la humanidad más allá de su pequeña comunidad, y, aun así, con matices. Es la subsistencia, es la supervivencia, es su día a día.  El libro contiene mucha violencia, explícita e implícita y la autora no se regodea en ella, pero tampoco oculta detalles.

Temáticamente, el libro explora diferentes facetas que convergen en un claro grito de inconformismo hacia la sociedad que se va alzando ante nosotros y critica de manera explícita el egoísmo, causa de los principales males que arrastra y al que la autora claramente apunta y denuncia afirmando que «aquí fuera somos tontos. Queremos confiar en la gente». Pero no solo esto, la autora demuestra su inmenso talento al abordar también diferentes aspectos de la sociedad, que ya a inicios de los años noventa auguraban un aciago mundo:
  • El cambio climático: este es uno de los temas en los que incide el libro que cobra relevancia incluso más ahora, más de dos décadas más tarde. El ambiente cargado que profesa la narración de la autora nos sitúa en un mundo donde llueve únicamente cada seis o siete años, donde el agua es uno de los bienes más codiciados y no siempre fáciles de obtener (y menos aún a un precio accesible), donde existen aguadores que venden agua a indigentes y okupas a un precio varias veces más caro que el de la propia gasolina.
  • La crisis económica y la segregación de clases: la población se estructura en barrios constituidos de manera clara según los recursos económicos de sus familias constituyendo tres grupos poblacionales: los poderosos (que viven apartados y rodeados de alta seguridad), la clase media que vive en apuros y la gente sin hogar; estas dos últimas clases luchan por el espacio y por los pocos recursos en su particular mundo donde los atracos, robos y saqueos se producen de manera continua, donde no se puede salir del propio barrio sin ir armado o, incluso así, sin temer por la propia vida.
  • La crisis política, con una pérdida absoluta de confianza hacia los grandes estamentos, donde la policía no sirve para controlar la situación y se despreocupa de la seguridad de los ciudadanos, donde los bomberos cobran por cada actuación y donde la emergencia del populismo supone una nueva amenaza con la que se tienta a los desesperados ofreciendo soluciones milagrosas.
  • La cultura, como elemento indispensable para entender el mundo y entendernos, la importancia de la formación para constituir un mundo mejor, más rico humanamente, más fuerte y humano, más solidario e integrador.
  • El eje racial, en el que el racismo y su denuncia es evidente y constante. Butler lucha contra este aspecto y nutre en relato de protagonistas diferentes al típico hombre blanco de mediana edad que protagoniza gran parte de la literatura de ciencia ficción. Aquí los personajes son hispanos, negros, jóvenes, viejos, quienes conforman de manera conjunta un reparto coral acorde a la sociedad norteamericana. 
  • El empoderamiento femenino, pues la actitud inconformista, la valentía, inteligencia y la capacidad de liderazgo radica en la joven Lauren, quien ejerce de guía ante las personas que se van añadiendo al grupo en una huida hacia tierras más hospitalarias, hacia un mundo con más opciones no ya de comodidades, sino únicamente de subsistir sin temer por la propia vida, sin que esté amenazada por la ambición o desespero de otros, o por la propia miseria. La hiperempatía de Lauren, enfermedad heredada de su madre drogadicta que murió durante el parto, que causa que siente en sus propias carnes en dolor y el placer de los demás, sufriendo y sintiendo como propio el dolor ajeno hasta el punto de desmayarse en ocasiones. Algo realmente indeseable y peligroso en un mundo donde la violencia está por todas partes, aunque la convierte en alguien especial, alguien terriblemente solidario, porque “si todo el mundo pudiera sentir el dolor de los demás, ¿quién torturaría?”
  • El capitalismo, que crea un mundo de desigualdades, en el que se hecha a la gente de los barrios y en el que las empresas someten a sus empleados a trabajar por sueldos mínimos a cambio de mantener su seguridad, llegando a situaciones de esclavitud donde el empleado se debe únicamente a la empresa para la que trabaja.

El libro que ha escrito Octavia E. Butler es un alegato contra el conformismo, contra la codicia de la sociedad, contra los políticos y el sistema, contra el egoísmo, y una tremenda e irrefutable defensa del empoderamiento femenino, imprescindible para no únicamente la supervivencia sino también para avanzar, para conseguir defender la vida y perseguir una vida un futuro mejor en un mundo condenado a su desaparición pues «nos estamos desmoronando. El vecindario, las familias, los miembros de cada familia… somos una cuerda que está rompiéndose hebra por hebra». Esta obra es un canto a favor de la solidaridad, entre personas que no se conocen, entre pueblos, entre etnias. El camino que emprende Lauren en su huida es un camino difícil y solitario, pero al que la fortaleza de su personalidad y convicción en las ideas de que ese tipo de sociedad es posible le permiten enraizar y difundir su propia religión, sus propias creencias. Así, en esta novela constituye un bildungsroman social, partiendo de uno, encajando en todos; buscando la salida de un entorno cada vez más hostil, en su travesía hacia un lugar mejor no elige compañeros de viaje, sino que se conforma y adapta a quienes se encuentra. En un mundo lleno de personas individualistas, rotas, desesperadas y medio muertas, la autora destaca la importancia de la perseverancia, de la solidaridad, del altruismo, como claves esenciales para hacer renacer un mundo que también se está muriendo, que lo estamos matando entre todos, sin piedad y sin temor a las consecuencias pues ya casi no queda nada que hace que la vida valga la pena. Butler recoge cada uno de los elementos que conforman un mundo lleno de dificultades y obstáculos en el que existen esclavos, maltratados, huérfanos o solitarios para trazar una línea que los asemeje y los una, con la extrema sensibilidad de la que sufre Lauren, para comprenderlos, acogerlos y labrar con ellos una nueva tierra fértil poblada de personas de diferentes etnias y clases, donde crear un nuevo mundo que parta de la igualdad, la solidaridad y la compañía entre individuos diferentes en apariencia pero igualmente humanos.

Octavia E. Butler hace un retrato de un mundo apocalíptico que imaginó hace tres décadas. Curiosamente se ha publicado ahora en castellano, justo cuando hace un año del inicio de la pandemia. Y hemos visto situaciones que avergonzarían a cualquiera: personas haciendo acopio de provisiones, comportamientos insolidarios y eso incluso sabiendo que no habría problemas de abastecimiento. Lo que imaginó Butler, aunque llevándolo al extremo, hubiera podido llegar a suceder; la sociedad es egoísta, no por naturaleza, sino por educación, por tradición, por (in)cultura. Vivimos mirando a nuestro ombligo sin pensar en las consecuencias de nuestras acciones. No tengo duda alguna de que, en caso de necesidad, entraríamos de lleno en un futuro distópico lleno de altercados, saqueos, robos y destrucción. Hemos entrado en una vorágine consumista, egoísta y nihilista que elimina vestigios de compañerismo y solidaridad y, con ello, elimina cualquier futuro y claro que hay casos que van a la contra de esto, pero van a la contra pues son minoría. El egoísmo empuja en una sola dirección, adelante, a por más, sin mirar ya no atrás sino tan siquiera a quien tenemos al lado. Lo hacen las personas y, por extensión, los gobiernos, con el aval de nuestros votos. Hay desigualdad entre personas, entre hombres y mujeres, entre etnias y entre clases; hay muertos en los mares, hay países sin vacunas. Y hay libros sobre distopias postapocalípticas que apuntan hacia ejemplos reales. Todo puede ir a peor, y la distopia que narra el libro no deja de ser un aviso que nos llega con antelación. Quizá sería oportuno no desaprovechar el aviso.

martes, 23 de marzo de 2021

Pierre Rosanvallon: El siglo del populismo

 Idioma original: francés

Título original: Le siècle du populisme

Año de publicación:
2020

Valoración: Muy recomendable



Desde hace algunos años, la palabra populismo se ha incorporado al vocabulario de los medios y hasta se adueña de conversaciones más o menos eruditas y charlas de sobremesa. La palabreja puede sonar a novedad para unos o, por el contrario, haber quedado relegada a estadios muy primitivos de la civilización cuyos ecos caudillistas hasta que empezamos a encontrarla en todas partes no creíamos que se nos parecieran en nada. Encontrar un título así, y que además sea de reciente edición, produce, más que curiosidad, la irresistible tentación de leerlo para aclararnos las ideas de una vez. Rosanvallon no defrauda a este respecto aunque tampoco es que ofrezca una guía para entender la actualidad política, más bien nos sumerge en análisis históricos y teóricos, y será el lector quien deba extraer sus conclusiones. Empezando por el propio término: desde el principio se nos advierte de que se trata de una “palabra de goma”, es decir, tan moldeable que puede servir para usos múltiples, que incluso bien utilizada ha servido para designar a muy diferentes realidades históricas y que, desde luego, tiene connotaciones peyorativas, incluso estigmatizadoras, no siempre aplicadas con justicia. Su aterrizaje en el vocabulario actual se justifica porque “de manera vaga y forzosa a la vez, ha respondido a la necesidad de utilizar un nuevo lenguaje para calificar una dimensión inédita del ciclo político que se abrió al iniciarse el siglo XXI”.

La obra no utiliza un lenguaje cotidiano precisamente ni existe ninguna cercanía con el lector, se trata de un texto científico que quizá disuada a los seguidores de ensayos literarios. Es cierto que requiere algo de esfuerzo, pero tampoco es excesivamente críptico; está pues al alcance de cualquiera que se interese por cuestiones actuales o guste de análisis teóricos sobre asuntos sociales y/o políticos.

Empezando por lo práctico, su éxito electoral se debe a un escenario globalizador que ha acabado indignando a quienes se sienten relegados e invisibilizados, personas a quienes se les ha arrebatado una identidad y por tanto la posibilidad de pertenecer a un grupo social perfectamente definido. Dicho de otra forma, la brecha cada vez mayor entre sociedad y clase política y los diferentes contornos de izquierda y derecha en el contexto actual provocan incomodidad, rechazo y búsqueda de alternativas que den respuesta a los nuevos interrogantes. Esto implica que el populismo sea reconocido “como la ideología ascendente del siglo XXI” ya que se trata de “una forma de respuesta a los conflictos contemporáneos” surgidos de un cambio radical en las relaciones laborales y que se traducen en un abstencionismo en ascenso. Surgen, además, nuevos conflictos, como los territoriales, relaciones hombre/mujer, así como nuevas identidades y sentimientos discriminatorios, que han superado con mucho el antiguo, y mucho más simple, escenario de la lucha de clases que habíamos conocido hasta ahora. Las demandas han cambiado radicalmente y la transversalidad es un hecho que hay que asumir. En palabras del autor:

 

"Hay populismo cada vez que el orden social es vivido como esencialmente injusto y que se apela a la construcción de un nuevo sujeto de la acción colectiva -¿el pueblo?- capaz de reconfigurar ese orden en sus fundamentos mismos.” 

De ahí la clara distinción entre un sujeto “ellos” y un sujeto “nosotros” unido a un fuerte componente emocional. Por un lado se acusa a los gobernantes de haber dado la espalda a los auténticos problemas de la gente (pueblo), por otro se tiene muy en cuenta ese 1% de la renta de unos pocos privilegiados en oposición al 99% del resto de la humanidad. Tampoco son ajenos a estas transformaciones la corrupción política y el rechazo a una inmigración que se asume como usurpadora del legítimo derecho al trabajo. Lo que se busca con esta llamada al cambio es, ni más ni menos, que la regeneración democrática mediante el incremento de las consultas a la población (referéndums), una mayor redistribución de la riqueza y la agrupación en torno a la figura del líder que en sí mismo encarnaría al denominado pueblo (aquí se menciona explícitamente a Trump), se cuestiona la eficacia actual de los partidos, se reclaman soluciones separatistas, se aplaude la instalación de fronteras físicas entre países y se rechazan instituciones, autoridades y grupos de influencia no elegidos democráticamente (Unión Europea, tribunales constitucionales, jueces). Todo este clima se refuerza muchísimo si va acompañado por ideas conspiratorias y por las consabidas fake news. La cuestión del referéndum como herramienta política de índole popular es analizada con bastante detalle. El autor apoya su utilización moderada, ya que abusar de ella nos llevaría a una serie de decisiones incoherentes e incompatibles con un desarrollo lógico de los acontecimientos que afectan a la población.

En un mundo globalizado, en el que ha desaparecido la oposición simplificadora Este-Oeste, donde las guerras, actos terroristas, crisis financieras etc. se multiplican produciendo sentimientos de angustia y desconfianza, no es extraño que afloren respuestas que intentan enfrentar los nuevos retos. Rosanvallon distingue entre populismos de derecha y de izquierda, también estudia con bastante detalle lo que en cada momento histórico se ha entendido como tal, su puesta en práctica, los personajes que adoptaron las diferentes soluciones políticas (durante la  revolución francesa, ilustración, siglo XX) y las zonas del planeta donde estas tuvieron lugar (alguno países latinoamericanos, de Europa del este o Rusia) en un interesantísimo viaje por la teoría y práctica del muy diverso movimiento populista, incluyendo etapas previas a la adopción del término.

Traducción: Irene Agoff

lunes, 22 de marzo de 2021

Jesús Fernández Santos: Libro de las memorias de las cosas

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1970

Valoración: Bastante recomendable


Paso la última de las 499 páginas (incluyendo ciento y pico con una de las exhaustivas y terribles introducciones de Cátedra, de la que luego hablaré) con la sensación de haber leído un muy buen libro, al que habrá que ponerle algunos matices. Diría más, un gran libro, un trabajo admirable lo mires por donde lo mires, serio, concienzudo, técnicamente quizá perfecto. Empezando por el hermosísimo título tomado del Libro de Esther, con ese plural algo disonante que transmite una especie de ligera inquietud. Siguiendo por el tema, algo bastante insólito en la literatura castellana, las vicisitudes de una comunidad protestante asentada en un pequeño pueblo de León.

Centrémonos ahí, de momento. Los evangélicos –protestantes, así, grosso modo- forman en España un colectivo minúsculo promovido sobre todo por algunos ingleses llegados por distintos motivos. La mayoría se ubican en las grandes ciudades pero en zonas rurales hay pequeños grupúsculos que funcionan de forma independiente, a veces una sola familia o algún individuo aislado que mantiene sus creencias contra viento y marea. Los que describe Fernández Santos se encuentran desde finales del siglo XIX en algún lugar de León, un pequeño pueblo en el que se puede uno imaginar que la cosa no pinta fácil. La omnipresente Iglesia católica (´los romanos’) impregna la vida social de arriba abajo, y los vecinos observan a los Hermanos con recelo y hasta cierto miedo (Delibes escribió El hereje muchos años más tarde, con un enfoque bastante distinto). De manera que la sensación más patente y, con el tiempo, más angustiosa, es la del aislamiento de ese puñado de fieles, que es como una isla dentro del pueblo, en una doble dirección: porque nadie les quiere cerca, y porque ellos tampoco quieren contacto con ‘los del mundo’. Gente cuya vida transcurre entre la oración, las reuniones y severas costumbres donde domina el conservadurismo más estricto.

Aunque no de forma lineal, el ámbito temporal del relato abarca desde la creación de esa comunidad hasta la misma fecha de publicación del libro, es decir, casi un siglo, durante el cual el grupo tiene ciertos momentos de alivio (la entrevista con Cánovas para levantar la capilla, la República), aunque lo normal será vivir bajo todo tipo de cortapisas legales y sociales, especialmente durante el franquismo. Una ligera apertura llega con la Ley de Asociaciones, creo que de 1964, aunque la tendencia a la atomización, las desavenencias entre diversas ramas (sobre todo, con los Testigos) y el rechazo a verse ‘laicizados’ impiden prácticamente cualquier progreso real. La comunidad continúa aislada, enroscada sobre sí misma, también afectada por la creciente indiferencia que el entorno muestra hacia cualquier tipo de religión. La sociedad cambia, camina hacia la secularización, y los Hermanos parecen cada vez más encerrados en su círculo.

Esa sensación de asfixia, muy bien transmitida a través de los personajes, la atmósfera oscura, el agotamiento de una fe que parece consumirse en sí misma, genera grietas dolorosas entre los miembros de la comunidad, que apenas asoman al exterior se ven tentados por ese mundo cada vez más libre de las ataduras de normas estrictas y perímetros insuperables. Por ahí, entre dudas existenciales y la tragedia de abandonar lo aprendido y vivido, se va fraguando el hundimiento de aquellas ilusiones iniciales y el camino inexorable hacia su extinción.

El libro podría caber sin problema en el hoy denostado concepto de novela histórica, pero creo que va un paso más allá. Es más bien una recreación, basada con mucho rigor en personajes y localizaciones reales (lo explica con detalle la introducción), pero por la profundidad que alcanza en el análisis yo diría que es más bien un ensayo novelado, un auténtico tratado sobre la evolución y circunstancias de estos grupos evangélicos en la España de finales del siglo XIX hasta los años 70 del XX. Solo el último tramo del relato adquiere un tono decididamente narrativo y la ficción termina prevaleciendo.

Decía al principio que me parece un muy buen libro. Desde el punto de vista literario, se ve un relato muy trabajado, con un subtexto cuajado de metáforas (siempre el páramo, la tapia, los muros, el aislamiento desde dentro y desde fuera, el invierno que debilita la fe), pluralidad de puntos de vista (monólogos de distintos personajes, el relato de un reportero, cartas y documentos) y una sucesión de secuencias, con saltos temporales y de localización muy medidos, de aspecto claramente cinematográfico. En definitiva, una estructura a la que se pueden poner muy pocas pegas como no sea una prosa a veces algo abrupta que contrasta con una indudable capacidad descriptiva.

Y los matices. Pues con todo esto, reconozco que el libro se me ha hecho bastante largo. Puede que sea el ritmo algo moroso, quizá algo anticuado, donde pesa demasiado la voluntad de tocar todos los temas y entrar en todos los detalles. Tal vez uno se ha acostumbrado a un tipo de relato más dinámico, que haga sentir el avance de la narración, y el Libro de las memorias…, salvo en su parte final, no termina de coger el paso, y eso a pesar de la naturalidad con que la acción se mueve de una secuencia a otra, con cambios de perspectiva, de voz y de época. Todo parece insuficiente para transmitir vigor a la lectura, de manera que, aunque esa atmósfera pesada y aplastante puede acompañar muy adecuadamente al cuerpo de la narración (la soledad, la endogamia, el sometimiento a normas posiblemente castrantes), el libro se puede indigestar a un lector poco habituado a (o poco amigo de) páginas que pasan muy lentamente.

ATENCIÓN: Si se decide usted por esta edición de Cátedra debe tener muy en cuenta algunas cosas. La introducción, como apunté al principio, reúne todas las características propias de estas ediciones: más de cien páginas con todo tipo de datos sobre el objeto del relato, historia de estas colectividades protestantes, paralelismo con los personajes reales, análisis pormenorizado de cada detalle del libro. Es interesante leerlo para ponerse en situación. Pero, como también es marca de la casa, el relato cuenta con numerosas notas a pie de página. En general me parecen prescindibles, pero sobre todo, deje usted de leerlas cuando falten unas cien páginas para el final. HAY VARIOS ESPOILERS INTOLERABLES (y además repetidos) que echan por tierra lo más llamativo del desenlace. No entiendo qué editor puede pasar por semejante disparate.

También de Jesús Fernández Santos en ULAD: Extramuros



domingo, 21 de marzo de 2021

Eduardo Izquierdo y Eloy Pérez: Los sureños no llevan paraguas

Idioma original: Español
Año de publicación: 2020
Valoración: Entran ganas de coger un avión y plantarse en el mismísimo Nueva Orleans

"Los sureños no tienen paraguas" es la primera referencia del sello Muddy Waters Books, editorial que en su declaración de intenciones aboga por la publicación de "ensayos originales, incisivos, con buenas dosis de humor y en lengua castellana". Pues bien, los cuatro requisitos se cumplen en este texto que nos traslada, gracias a la fascinación de sus autores por una cultura capaz de lo mejor y de lo peor, al Profundo Sur (y alrededores) de los Estados Unidos.

Primer requisito: ensayo original, en tanto se trata de un texto que rompe un poco con los estándares del género. No se trata de un ensayo "sesudo", de un libro de historia o ni de una guía de viaje sino de un texto sobre cómo se vive y cómo se respira en el Sur, sobre cómo son y porqué son así. El enfoque utilizado para asomarnos a esta disparatada, aberrante (a veces) y contradictoria realidad geográfica, cultural y emocional que es el Sur es el de la cultura popular. Breves pinceladas acerca de los estereotipos, no siempre del todo ciertos, del cine, la literatura, la música, la religión, las armas, el racismo, el deporte o la comida nos llevarán a los Estados Confederados y nos permitirán acercarnos a la idiosincrasia sureña.

Segundo requisito: ensayo incisivo. Sí, incisivo, mordaz, cáustico. Pese a su carácter "no académico" y más descriptivo que analítico, son muchos los palos que se tocan (algunos de ellos un tanto peliagudos) y los autores no dudan en meter el dedo en la llaga y no solo con los sureños. Aquí hay para todos, con alguna que otra desmitificación también.

Tercer requisito: con buenas dosis de humor. La verdad es que yo me he echado unas buenas risas. Entre que los sureños tienen lo suyo (me he descojonado con las historietas de los predicadores, con las incongruencias del KKK, con las delirantes asociaciones de defensa de las armas o con algunas peculiaridades sureñas) y que el tipo de humor que se gastan los autores es muy de mi estilo, lo cierto es que el libro se hace muy divertido y se lee de una sentada.

Cuarto requisito: en lengua castellana. Poco que decir aquí, salvo que los autores proceden del mundillo de la música y bien que se nota esa querencia por lo "popular".

Así que si lo que buscáis es un ensayo profundo sobre la Guerra Civil, su origen y consecuencias, o sobre la historia económica de lo que fueron los Estado Confederados, etc, ¡huid! En cambio, si lo que queréis en pasar un buen rato y aprender unas cuantas cosas con las que fardar ante vuestros cuñados en la próxima comida familiar y con las que evitar acabar colgados de un árbol en el Viejo y Profundo Sur, este es vuestro libro.

sábado, 20 de marzo de 2021

Peter Hook: The Haçienda. Cómo no dirigir un club

Idioma original: inglés

Título original: The Haçienda. How not to run a club

Año de publicación: 2010

Traducción: Federico Corriente

Valoración: bastante recomendable 

Aclaraciones preliminares: ni Peter Hook va a desarrollar una  carrera  literaria ni el estilo de este libro tiene lo más mínimo de depurado (de hecho, más de una expresión es pura jerga) ni, por supuesto, tiene la más remota pretensión de auparse a lista alguna o selección ni siquiera del opinador literario más snob o cool o dilettante.

Con lo que ahora he de dedicar los siguientes párrafos (tranquilo, no serán muchos que hoy es sábado y hay cosas que hacer) a explicar por qué me ha parecido un libro tan divertido y estoy valorando si ese bastante recomendable no debería ser un muy, pero prefiero no exponerme a los puristas y definir un poco de qué trata antes de entrar en valoraciones osadas basadas en argumentos más peregrinos.

Presentemos al autor: Peter Hook tocaba el bajo en dos de las bandas más influyentes de la música: Joy Division y New Order. Era el tipo que se dejaba el cinto de colgar el instrumento tan largo que este prácticamente quedaba a dos palmos del suelo y se veía obligado a tocar encorvado, sin mirar al público en una especie de característico ensimismamiento forzado. Cientos de bajistas han imitado tan característica pose pero pocos han sido capaces de obtener su personal burbujeo sonoro. Pero The Haçienda... no es un libro sobre música. Es un libro escrito por un tipo que se hizo célebre como músico y componente de esas bandas para pasar a tomar todas las decisiones equivocadas, que es lo que aquí narra y relaciona y que muy bien pudiera resumirse con la frase aquella de zapatero a tus zapatos. En este libro, que cubre con cierto lujo de detalles (relaciones de los eventos organizados jalonan los capítulos dedicados a cada año, junto a deprimentes balances económicos que muestran el descorazonador devenir del negocio) el recorrido vital de The Haçienda, emblemático club  situado en Manchester que el sello Factory promovió, financiado casi exclusivamente con los beneficios procedentes de las ventas de los discos de las bandas mencionadas y los de las respectivas giras, Hook detalla, desde la fina ironía del título presente en cada página, cómo esos músicos se meten, aconsejados por cierta euforia situacional en la que el ímpetu juvenil tendrá algo que ver, a propietarios y gestores de un club de enorme éxito e influencia. Una sala de conciertos/discoteca/punto de encuentro de la juventud que enlaza la angustia del post-punk con el hedonismo inducido por las drogas sintéticas de la era pre-acid y desde allí hacia adelante y sin freno. El propio Hook habla del club más como usuario y eventual empleado de sí mismo cuando en realidad debería ser un serio señor que se pone traje y corbata una vez al año para acudir a la junta de accionistas. Pero ello no es posible. No por actitud de rock star, de la que Hook carece, simplemente porque Hook, y sus compañeros de banda, se han visto envueltos en una idea que les ha parecido fenomenal, por encima de inversiones excesivas en eventos, en toda clase de instalaciones, en DJs, en bandas de escasa convocatoria, en aparatosos montajes audiovisuales de nula convocatoria.

Cada decisión es más catastrófica y el local acaba siendo definido como "el agujero al que van todos los beneficios de la banda". Nada de músicos entregados al lujo y al dispendio como premio a la brillantez de sus logros artísticos, más bien una pandilla de pringaos que no saben diferenciar sus ganas de diversión de su faceta de forzados y esperpénticos hombres de negocios, rodeados de profesionales que les recriminan sus acciones, capeando problemas con policía, autoridades, suministradores, bandas de traficantes, delincuencia local, problemas de seguridad, descontrol de los asistentes. La evolución del club acaba resultando tan patética y deprimente en su resultado económico como brillante en su influencia global. Y Hook lo explica de una manera tan cercana, sincera y resignada que voy a perdonarle todas sus carencias. Pocas veces me lo había pasado mejor leyendo un libro.

viernes, 19 de marzo de 2021

Delphine de Vigan: Las gratitudes

Idioma original: francés
Título original: Les gratitudes
Traducción: Pablo Martín Sánchez
Año de publicación: 2021
Valoración: Muy recomendable




No voy a andarme con rodeos: lo ha vuelto a hacer.

Me refiero, por supuesto, a Delphine de Vigan, cuyos libros empiezo siempre con recelo (pensando que me van a decepcionar porque me parece imposible que vaya a lograr mantener el nivel de sus obras anteriores) y cuyas últimas páginas siempre termino rebosante de GRATITUD.

Resumen resumido: la anciana Michka vive sola y no tiene familia. Cuando empieza a sufrir vértigos y afasia, no le queda más remedio que internarse en una residencia a la que Marie, su única allegada, la visita con frecuencia. Allí Michka conocerá a Jérôme, un amable logopeda que se implicará, junto con Marie, para que Michka no pierda su capacidad de comunicarse y, con ella, la oportunidad de cumplir su deseo por expresar una gratitud que tiene pendiente.

Las gratitudes forma parte de una serie iniciada con Las lealtades cuyo objetivo es, según expresó la propia autora, indagar en esos sentimientos que de un modo u otro determinan nuestra visión de la vida y, sobre todo, nuestras relaciones con los demás. Ambas son novelas bastante cortas con tramas muy contenidas, casi minimalistas, con el propósito de mantener continuamente el foco en el asunto central, la gratitud en este caso. Ese planteamiento hace que durante la lectura uno se pregunte si no se tratará en realidad de un relato largo o incluso de una fábula, sin apenas subtramas y con tan pocos personajes; dos narradores que hacen avanzar la trama desde el punto de vista de Marie y de Jérôme y de forma lineal, un final que se prevé con facilidad… Esto no es una novela —te dices a ti misma— Delphine está resbalando —te lamentas— tenía que pasar —concluyes. Pero, de nuevo, te equivocas. Las gratitudes es otro artefacto narrativo calibrado con gran precisión, cuya contención no le resta ni un ápice de sensibilidad, de certeza o de emoción. De hecho, Las gratitudes podría adaptarse con suma facilidad al teatro. 

Gratitudes expresadas, las pendientes, las dolorosas, las arriesgadas, las sistemáticas, todas nos sobrevuelan y conforman nuestro universo. Así lo refleja maravillosamente esta historia, aparentemente pequeña, que de nuevo abre una brecha a la reflexión sobre esas «cosas pequeñas» que al final tanto importan y tal vez por eso el libro se nos pegue a las manos como a fuego y nos dejemos transportar por su belleza, su nostalgia, tristeza, humor y sobre todo, por su amor.
«Veo, como si estuviese allí, esas extensiones vacías, áridas, esos caminos devastados que surgen en mitad de sus frases cuando intenta hablar. Paisajes desolados, sin luz, de una trivialidad inquietante, y nada, absolutamente nada, a lo que aferrarse. Imágenes del fin del mundo. En cuanto empieza una frase le faltan las palabras, trastabilla como si hubiera metido el pie en un agujero. Ya no hay balizas ni puntos de referencia, pues no hay sendero capaz de atravesar tierras tan estériles. Las palabras han desaparecido y las imágenes no consiguen reemplazarlas. Su voz, asfixiada por el yugo de la derrota, se desintegra. Obstáculos desconocidos le obstruyen el paso. Masas oscuras, igualmente innombrables. Ya nada puede compartirse. Y todos sus intentos caen en un pozo sin fondo de donde nada, jamás, podrá ser rescatado. Busca en mis ojos un indicio, una clave, un atajo. Pero mis ojos no le ofrecen ninguna ayuda, ningún desvío. La ruta está cortada. El hilo de la comunicación se ha roto. El silencio le ha ganado la partida. Y ya nada la retiene.»
La valoración, sin duda que Muy Recomendable. Aprovecho para adelantarme al debate que suele surgir siempre que reseño a esta autora. En mi opinión, Nada se opone a la noche es su mejor obra (punto) y si en mi reseña de entonces la valoré solo con un Muy recomendable en lugar de con un rotundo Imprescindible fue quizá porque era mi primera aportación oficial en el blog como colaboradora y no quería ir de intensa. Dicho esto, revalido el Recomendable de Basado en hechos reales y el Muy Recomendable de Las lealtades que guarda, como ya he dicho, ciertas similitudes con Las gratitudes sin que por ello ninguna de las dos pierda una pizca de personalidad propia o el lector pueda sentir que al leer una ha leído la otra.

Hemos llegado de nuevo a ese punto en el que trato de disimular mi absoluta veneración por la autora y, para demostrarlo, me quejo de algo. En este caso diré que Las gratitudes es muy corta —unas ciento setenta páginas bien espaciadas— y te la lees en una sola tarde quedándote, inmediatamente después, huérfana de lectura. A solas con la reflexión y con el pataleo.

jueves, 18 de marzo de 2021

rupi kaur: todo lo que necesito existe ya en mí

Idioma original:
Inglés
Título original: home body
Traducción (al catalán): Bel Olid
Año de publicación: 2020
Valoración: Prescindible

Rupi Kaur nació en Panyab, India. Siendo muy joven migró a Canadá. Empezó a difundir sus textos en las redes sociales (primero en "Tumblr" y luego en "Instagram"). Después autopublicó dos de sus poemarios; dado el éxito que éstos obtuvieron, las editoriales no tardaron en acercársele. En total lleva vendidos diez millones de ejemplares, que se han traducido a la friolera de cuarenta idiomas. Hay quien dice que es la voz de su generación. 

No os voy a engañar: a mí, la fama de Kaur me olía a chamusquina. Sospechaba que era una de esas escritoras cuya literatura resuena en gente que no ha leído demasiado, o que no tiene un criterio exigente, o que sólo pide que la conmuevan. Sospechaba, también, que la producción de Kaur sería comercial, ligera, digerible, efectista, emocionalmente manipuladora, enquistada en modas efímeras y sobrevaloradísima. Pero quería comprobar si estaba equivocado, si los prejuicios me cegaban, si estaba dejando pasar la oportunidad de conocer a una autora clave del siglo XXI. Quería, en suma, opinar con fundamento.

De modo que me hice con el tercer poemario de Kaur, home body (incomprensiblemente trasladado al español como todo lo que necesito existe ya en mí). Y mucho me temo que, una vez más, tendré que vestir de purista pese al rechazo que ello me provoca, nadar a contracorriente, cuestionar a la opinión de la mayoría, contradecir al aluvión mediático, cabrearme ante los parabienes gremiales. Alguien tenía que decir que el emperador va desnudo.

Al fin y al cabo, esta obra me ha parecido simplona, reiterativa y vacua; está llena de lugares comunes buenistas, cursilería y madurez impostada; coquetea con la autoayuda más infame; receta unos consejos inoperantes e incluso tóxicos; se disfraza de feminista pero solamente ofrece diagnósticos de género de brocha gorda; pretende alzar una voz crítica (casi mesiática) contra la misoginia, el racismo y el capitalismo, pero desconoce que cualquiera de sus proclamas ya han sido dichas antes y mucho mejor; y, para colmo, ni siquiera se puede disfrutar formalmente, porque tanto los versos como la prosa poética que compila exhiben una calidad inexistente. A la postre, home body recuerda a la libreta de una adolescente que nace como un ejercicio de arte terapéutico pero que termina por revestirse de ínfulas cuando el contenido de la misma obtiene una inmerecida popularidad.

Fijémonos en los dos poemas que más me han gustado: el de la página diez y el de la setenta y dos. No digo que sean extraordinarios, pero sin lugar a dudas son de lo mejorcito que aporta este volumen. Aun así, podrían pulirse, y mucho. Su métrica es, cuanto menos, deficiente; su subtexto se revela en la frase final, privando al lector de su intervención hermenéutica. Saber que ambos son los mejores fragmentos de una antología de casi doscientas páginas resulta descorazonador.

En el apartado formal, home body se caracteriza por emplear únicamente minúsculas y por, excepto en dos ocasiones, no puntuar. ¡Qué derroche de originalidad, cuánto rupturismo! Este proceder se antoja artificioso, pues carece de justificación. Según tengo entendido, es el estilo de Kaur, y supongo que puede llegar a impresionar a personas poco curtidas con el lenguaje. 

Asimismo, los temas manejados en home body no entregan ningún enfoque novedoso. De hecho, se presentan como enriquecidos por el entre comillas fotogénico bagaje de la autora (su cualidad de mujer inmigrante de procedencia humilde, así como su pasado de víctima de violación y abuso), pero no hay unicidad en su tratamiento; ni siquiera frescura, pues lo que Kaur cree que se le ocurre en un arrebato de inspiración no es más que algo que lleva años en el imaginario de nuestra especie. Lo que yo conozco como sonrojantes verdades de Perogrullo, vamos.

Por ejemplo, sus reflexiones en torno al feminismo son sumamente genéricas. Además, se vinculan con el sexismo, el identitarismo y el colectivismo más trasnochados. Que si los hombres tienen miedo de que las mujeres les sobrepasen, que si nosotras debemos hacer piña, que si el amor romántico hetero es prescindible... Ya no hablemos de lo previsibles que son sus comentarios sobre la ansiedad y la perfección, o lo ingenuas que son sus ideas para construir un mundo mejor y quererse a uno mismo.

Pero todavía no he explicado de qué trata home body. Pues bien, este poemario se divide en cuatro partes. Casi todas emplean el mismo registro desinspirado y cansino, y giran una y otra vez en círculos concéntricos. En consecuencia, la estructura del libro se siente repetitiva y, sus componentes, clónicos, aunque admito que hacia el final se aprecia un tenue progreso. Por ahí afirman que esto se debe a que Kaur narra su viaje emocional de la inseguridad y la depresión hacia la aceptación y el amor propio. Puede que así sea, y de ahí provenga la sensación de progreso antes sugerida. En todo caso, el conjunto se antoja, insisto, repetitivo, amén de cursi y edulcorado. 

Llegados a este punto, estaría bien señalar que Kaur es una de esas escritoras que dibujan (o artistas visuales que escriben, como prefiráis). Por tanto, muchos de sus textos van acompañados de unas ilustraciones monocromas, hechas solamente a base de líneas torpes. Una chiquillada cuya ejecución no tiene mucha gracia (por no tener, no tiene ni siquiera el encanto de lo genuinamente "naif"), ni evoca nada interesante ni visual ni conceptualmente hablando. De nuevo, Kaur se muestra derivativa, aunque no tengo claro de hasta qué punto es consciente de que un corazón llorando es un recurso trilladísimo.

En fin. Abrumado ante el paupérrimo nivel de esta obra, decidí darle el beneficio de la duda a la autora y leerla en su idioma original. Quizá la traducción que yo tenía entre manos no le hacía justicia. ¡Sorpresa, tanto su prosa como sus versos son igual de lamentables en inglés! Y lo que es peor: buscando cosillas, he visto que Kaur llegó a jugar con el formato híbrido y la composición, dando lugar a resultados un pelín más satisfactorios que en home body. Pues no sé, ya podría habérselo currado un poquito también esta vez para alcanzar unos mínimos de nuevo.

Resumiendo: este poemario se deja leer. Te lo ventilas en una tarde, más que indignar le deja a uno perplejo, y se olvida enseguida. Da un poco de rabia, eso sí, que se haya gastado papel para imprimirlo. Asimismo, irrita vagamente el saber que hay miles de personas que creen que es buena literatura, y que lo consumirán entusiastamente y lo reseñarán como si se tratara de la segunda venida de Cristo. Si esto es todo lo que tiene que decir la voz de una generación, estamos apañados. Si alguien tan abierto como yo tiene que mimetizarse con un purista dogmático para denunciar ciertos productos editoriales, la hemos cagado.