Año de publicación: 2003
Valoración: está bien
El joven August Zollinger es un melancólico zangolotino de la localidad austríaca de Romanshorn sin oficio ni afición, que un buen día decide que su dedicación va a ser la de impresor. Como sucede que ya hay una familia de impresores en el pueblo, los Staufer, que le sugieren amablemente a joven August que se las pire, éste comienza en la ciudad de Rosenwohl un periplo por su país que le llevará a desempeñar las más variadas ocupaciones: ferroviario, soldado, ermitaño, funcionario de segunda en un ayuntamiento (ojo con este chollo) y zapatero remendón. Las circunstancias, la mala suerte o el destino hacen que deba abandonar cada uno de estos oficios y comenzar de nuevo, una y otra vez, sin acabar de encontrar su lugar en el mundo ni su vocación, que, después de todo, era el de impresor de su pueblo, para qué engañarnos. Y así, con estos mimbres, que lo mismo dan para una obra maestra que para un chorradica (adelanto la conclusión: ésta no es una obra maestra) es con los que el señor D'Ors escribió esta novelita, publicada primero en 2003 y reeditada con gran éxito, al menos de crítica, en el 2009.
En cada uno de los susodichos trabajos u ocupaciones -porque cuando está de "anacoreta" en el bosque de St. Heiden tampoco es que doble mucho el lomo- el bueno de August va aprendiendo a sacar lo mejor de cada situación, sin demasiado problema, porque no deja de ser un joven manso y aplicado, aun algo tonto. Una especie de Forrest Gump aparentemente menos memo -quizá sólo en apariencia- y que tiene el detalle de ahorrarnos frases buenrrollistas como la de la caja de bombones, etc... El caso es que en su periplo el pobre Zollinger aprende los valores de la humildad, la laboriosidad, el amor al detalle y ¡ay!, también lo que es el amor hacia una mujer, aunque sea de aquella manera... La novelita, por tanto se puede adscribir al género de la literatura de aprendizaje o (lo voy a poner, aunque prometí no volver a utilizar este palabro) bildungsroman (ya está... perdón). También, si se quiere, a lo que se suele llamar "cuento filofósico"... más aún dado que la ambientación austriaca de la historia y la, al parecer, querencia germánica de su autor hacen que otros reseñistas anteriores la hayan relacionado con las de autores en lengua alemana como Kafka, Walser o Roth (Joseph, no sé si hace falta aclararlo...). Por mi parte, ni idea, aunque sospecho que si el impresor se hubiera apellidado Fernández y fuese de Tomelloso, por decir una localidad manchega, lo habrían emparentado con Cervantes y chimpún.
A mí me recuerda más, y salvando todas las distancias, a algunos libros de Italo Calvino: a Los amores difíciles, sin duda, el capítulo en el que August ejerce que ferroviario guardavías (el mejor de todos, en mi opinión); también hay algo de Marcovaldo, pero, sobre todo, recuerda a ese último libro escrito por Calvino (y que no está reseñado en ULAD, y debería), que es Palomar: como el señor Palomar, Zollinger mantiene una singular atención en el detalle, en lo accesorio, incluso, que le permite alcanzar momentos de plenitud inimaginables. Ahora bien, desde luego en este libro no se encuentra la profundidad de análisis de la realidad circundante que podemos encontrar en el de Calvino. Aquí es todo más superficial, más simple; más tontorrón, incluso. Tiene alguna que otra intuición interesante, sin embargo: "Sabía -lo había ido comprendiendo- que no se puede ser feliz sin guardar algún secreto".
Por último, señalar que el elemento más destacable del libro es el cuidado nivel de su estilo; la prosa de D'Ors, resulta de lo más primorosa y agradable de leer -un pelín relamida, tal vez-, lo cual hace, junto con la brevedad de la novela, que la lectura de la misma, aún siendo prescindible, no suponga una pérdida de tiempo. Pero claro, tampoco tiene la frescura de la de Calvino... aunque a ver la de quién.
Más obras de Pablo D'Ors reseñadas en Un Libro AL Día: El amigo del desierto
En cada uno de los susodichos trabajos u ocupaciones -porque cuando está de "anacoreta" en el bosque de St. Heiden tampoco es que doble mucho el lomo- el bueno de August va aprendiendo a sacar lo mejor de cada situación, sin demasiado problema, porque no deja de ser un joven manso y aplicado, aun algo tonto. Una especie de Forrest Gump aparentemente menos memo -quizá sólo en apariencia- y que tiene el detalle de ahorrarnos frases buenrrollistas como la de la caja de bombones, etc... El caso es que en su periplo el pobre Zollinger aprende los valores de la humildad, la laboriosidad, el amor al detalle y ¡ay!, también lo que es el amor hacia una mujer, aunque sea de aquella manera... La novelita, por tanto se puede adscribir al género de la literatura de aprendizaje o (lo voy a poner, aunque prometí no volver a utilizar este palabro) bildungsroman (ya está... perdón). También, si se quiere, a lo que se suele llamar "cuento filofósico"... más aún dado que la ambientación austriaca de la historia y la, al parecer, querencia germánica de su autor hacen que otros reseñistas anteriores la hayan relacionado con las de autores en lengua alemana como Kafka, Walser o Roth (Joseph, no sé si hace falta aclararlo...). Por mi parte, ni idea, aunque sospecho que si el impresor se hubiera apellidado Fernández y fuese de Tomelloso, por decir una localidad manchega, lo habrían emparentado con Cervantes y chimpún.
A mí me recuerda más, y salvando todas las distancias, a algunos libros de Italo Calvino: a Los amores difíciles, sin duda, el capítulo en el que August ejerce que ferroviario guardavías (el mejor de todos, en mi opinión); también hay algo de Marcovaldo, pero, sobre todo, recuerda a ese último libro escrito por Calvino (y que no está reseñado en ULAD, y debería), que es Palomar: como el señor Palomar, Zollinger mantiene una singular atención en el detalle, en lo accesorio, incluso, que le permite alcanzar momentos de plenitud inimaginables. Ahora bien, desde luego en este libro no se encuentra la profundidad de análisis de la realidad circundante que podemos encontrar en el de Calvino. Aquí es todo más superficial, más simple; más tontorrón, incluso. Tiene alguna que otra intuición interesante, sin embargo: "Sabía -lo había ido comprendiendo- que no se puede ser feliz sin guardar algún secreto".
Por último, señalar que el elemento más destacable del libro es el cuidado nivel de su estilo; la prosa de D'Ors, resulta de lo más primorosa y agradable de leer -un pelín relamida, tal vez-, lo cual hace, junto con la brevedad de la novela, que la lectura de la misma, aún siendo prescindible, no suponga una pérdida de tiempo. Pero claro, tampoco tiene la frescura de la de Calvino... aunque a ver la de quién.
Más obras de Pablo D'Ors reseñadas en Un Libro AL Día: El amigo del desierto
Hola, Juan:
ResponderEliminarEl libro en sí no me atrae mucho en este momento, pero no he podido resistirme a comentar tu amplio vocabulario. Zangolotino, en concreto, me ha tocado el corazón, XD XD
Como poco debes ser amanecista, y hablar de Faulkner con los vecinos.
Saludos
Hola Lupita:
EliminarLo de "zangolotino", si no recuerdo mal, creo que lo oí por vez pri era no en "Amanece que no es poco" sino en otra estupenda película española: "Viaje a ninguna parte", de Fernando Fernán-Gómez.
Un saludo y gracias, como siempre.