Título original: C'est égal
Traducción: Julieta Carmona Lombardo
Año de publicación: 2005
Valoración: bastante recomendable
Confieso, ya de entrada, que siento una gran admiración por la autora húngara, a la que considero una de las voces más potentes de la literatura de finales del siglo XX e inicios del XXI. A pesar de empezar su carrera literaria escribiendo obras de teatro, su salto a la fama está estrechamente ligado a la publicación de «El gran cuaderno», su primera novela y uno de las obras que más me han impactado en mi vida lectora, pero no sería justo obviar el resto de su obra, pues sabe narrar como pocos un paisaje interior desolador, de tristeza y desarraigo, de una gran soledad.
En este recopilatorio de relatos escritos a lo largo de su vida, de extensión muy muy corta (en ocasiones tan solo un par de páginas), la autora tiene más que suficiente para dejar patente su calidad literaria y mostrar su parte más triste, más desoladora, más abandonada. Los relatos que «No importa» contiene, comparten todos ellos un marco sentimental rodeado de un aura de soledad, de necesidad de afecto, de falta de una calidez que le transmita una paz que no se vislumbra en ninguno de estos cuentos. Es habitual en la autora el tono afligido y triste y esta recopilación es una clara muestra de ello, pues este patrón se repite a lo largo de la historia y sus textos inciden en ello.
La prosa de Kristof sorprende en este libro, no por la frialdad ya habitual en la autora, sino por un desolador paisaje emocional que se mantiene a lo largo de todos los relatos, con seres absolutamente perdidos y alejados de cualquier afecto, pero en una constante búsqueda, casi un desespero, casi una súplica, de alguien no solo que nos quiera, sino incluso alguien a quien querer. Esa es la tristeza que rezuma y exuda en esas escasas cien páginas, con muchos personajes sin padre ni madre, muchos sin hermanos, alguno abandonado en un orfanato de pequeño (como el protagonista del relato «El buzón») que, ya de mayor, sueña y desea, día y noche, con que alguien le escribirá para recomponer esa familia partida en su nacimiento; hay quien solo ama la ciudad y sus calles, nadie más, nada más, y le dedica una canción al amor que siente por ellas (como encontramos en el relato «Las calles»). O el desespero absoluto del relato «La gran rueda», en esas líneas intensas donde el protagonista afirma «quiero que me desees, que tengas ganas de mí, que me ames, que me llames» para terminar con una frase inmensa: «Lo único que puede dar miedo, que puede hacer daño, es la vida y tú ya la conoces». Son todos ellos seres tristes, de una profunda nostalgia, que parecen abandonados, no únicamente por las personas, sino también por ellos mismos, y que transitan por las páginas de este libro, como el protagonista de «Las calles» lo hace por ellas, pero en este caso no hay amor ni enamoramiento, solo pérdida y desazón, desaliento y nostalgia.
Con un estilo sobrio, más cercano a las situaciones cotidianas y a la sencillez de «John y Joe» o «El último cliente» que a sus novelas más extensas, la prosa de Kristof se acerca en esta obra a los brevísimos relatos, casi monólogos, donde la propia vida de la autora parece la fuente de la que emana esa profunda soledad, en un intento prologado e interminable de la búsqueda de una infancia y un hogar cálido que no le fue fácil de encontrar, tras una vida difícil dedicada simplemente, como si fuera poco, a salir adelante ante las situaciones más adversas que su época y circunstancias le depararon, como narra perfectamente en su autobiografía «La analfabeta».
Como en todo libro de relatos, hay algunos que sobresalen por encima de los otros y destacaría principalmente «Las calles», «El buzón», «La gran rueda» y «El ladrón», aunque todos son interesantes. Y, a pesar de la diferencia existente entre los distintos cuentos, hay algo que comparten y es su tono emocional; los personajes que ocupan los relatos viven una vida desprovista de ilusión, pero sin dejar que el tormento les alcance plenamente, como personas sin alma, como espectros que deambulan por las calles sin esperanza, sin futuro, sin deseo. El «No importa» del título hace justicia a lo que nos encontramos en el libro, pues parece como si aquello que ocurre (o lo que no) no afecte a sus personajes, como si no hubiera ya un futuro que ofrezca un mínimo de esperanza, como si hubieran abandonado cualquier intento de conseguir aquello que desean, como si ya nada valiera realmente la pena, como si nada importara.
La prosa de este conjunto de relatos nos interpela claramente, y parece destinado a nosotros tanto como a la propia autora, en una reflexión constante sobre tiempos perdidos e ilusiones desperdiciadas en la esperanza casi eterna de encontrar la paz interna que la acerque, aunque sea de manera casi imperceptible, a lo que en la imaginación de la autora se asemeja a un posible hogar, físico y emocional.
También de Agota Kristof en ULAD: Claus y Lucas, Ayer, La analfabeta, La hora gris o el último cliente. John y Joe, El gran cuaderno, La hora gris y otras obras, El monstruo y otras obras, ¿Dónde estás, Mathias?
En este recopilatorio de relatos escritos a lo largo de su vida, de extensión muy muy corta (en ocasiones tan solo un par de páginas), la autora tiene más que suficiente para dejar patente su calidad literaria y mostrar su parte más triste, más desoladora, más abandonada. Los relatos que «No importa» contiene, comparten todos ellos un marco sentimental rodeado de un aura de soledad, de necesidad de afecto, de falta de una calidez que le transmita una paz que no se vislumbra en ninguno de estos cuentos. Es habitual en la autora el tono afligido y triste y esta recopilación es una clara muestra de ello, pues este patrón se repite a lo largo de la historia y sus textos inciden en ello.
La prosa de Kristof sorprende en este libro, no por la frialdad ya habitual en la autora, sino por un desolador paisaje emocional que se mantiene a lo largo de todos los relatos, con seres absolutamente perdidos y alejados de cualquier afecto, pero en una constante búsqueda, casi un desespero, casi una súplica, de alguien no solo que nos quiera, sino incluso alguien a quien querer. Esa es la tristeza que rezuma y exuda en esas escasas cien páginas, con muchos personajes sin padre ni madre, muchos sin hermanos, alguno abandonado en un orfanato de pequeño (como el protagonista del relato «El buzón») que, ya de mayor, sueña y desea, día y noche, con que alguien le escribirá para recomponer esa familia partida en su nacimiento; hay quien solo ama la ciudad y sus calles, nadie más, nada más, y le dedica una canción al amor que siente por ellas (como encontramos en el relato «Las calles»). O el desespero absoluto del relato «La gran rueda», en esas líneas intensas donde el protagonista afirma «quiero que me desees, que tengas ganas de mí, que me ames, que me llames» para terminar con una frase inmensa: «Lo único que puede dar miedo, que puede hacer daño, es la vida y tú ya la conoces». Son todos ellos seres tristes, de una profunda nostalgia, que parecen abandonados, no únicamente por las personas, sino también por ellos mismos, y que transitan por las páginas de este libro, como el protagonista de «Las calles» lo hace por ellas, pero en este caso no hay amor ni enamoramiento, solo pérdida y desazón, desaliento y nostalgia.
Con un estilo sobrio, más cercano a las situaciones cotidianas y a la sencillez de «John y Joe» o «El último cliente» que a sus novelas más extensas, la prosa de Kristof se acerca en esta obra a los brevísimos relatos, casi monólogos, donde la propia vida de la autora parece la fuente de la que emana esa profunda soledad, en un intento prologado e interminable de la búsqueda de una infancia y un hogar cálido que no le fue fácil de encontrar, tras una vida difícil dedicada simplemente, como si fuera poco, a salir adelante ante las situaciones más adversas que su época y circunstancias le depararon, como narra perfectamente en su autobiografía «La analfabeta».
Como en todo libro de relatos, hay algunos que sobresalen por encima de los otros y destacaría principalmente «Las calles», «El buzón», «La gran rueda» y «El ladrón», aunque todos son interesantes. Y, a pesar de la diferencia existente entre los distintos cuentos, hay algo que comparten y es su tono emocional; los personajes que ocupan los relatos viven una vida desprovista de ilusión, pero sin dejar que el tormento les alcance plenamente, como personas sin alma, como espectros que deambulan por las calles sin esperanza, sin futuro, sin deseo. El «No importa» del título hace justicia a lo que nos encontramos en el libro, pues parece como si aquello que ocurre (o lo que no) no afecte a sus personajes, como si no hubiera ya un futuro que ofrezca un mínimo de esperanza, como si hubieran abandonado cualquier intento de conseguir aquello que desean, como si ya nada valiera realmente la pena, como si nada importara.
La prosa de este conjunto de relatos nos interpela claramente, y parece destinado a nosotros tanto como a la propia autora, en una reflexión constante sobre tiempos perdidos e ilusiones desperdiciadas en la esperanza casi eterna de encontrar la paz interna que la acerque, aunque sea de manera casi imperceptible, a lo que en la imaginación de la autora se asemeja a un posible hogar, físico y emocional.
También de Agota Kristof en ULAD: Claus y Lucas, Ayer, La analfabeta, La hora gris o el último cliente. John y Joe, El gran cuaderno, La hora gris y otras obras, El monstruo y otras obras, ¿Dónde estás, Mathias?
Hola Marc!! Justo ayer Oriol menciona a Kristof! Casualidades.....
ResponderEliminarEn mi opinión, Agota Kristof como bien mencionas, su escritura saca lo más triste y desoladora etc.....
Pero es una escritura casi poética y conmovedora. Tengo el libro ya hace tiempo con otra portada y tengo justo en el relato de calles ésto subrayado.......
“Hoy en día los sentimientos no están bien vistos en el arte. Lo que está de moda es la frialdad casi científica”
Me encanta! Voy a releer el libro! Muchos muchos Saludos!
¡Hola, Marcela! Pues sí, que justo ayer Oriol mencionara a Kristof es una casualidad y una pura coincidencia, pues no era consciente de ello. Bonito párrafo el que mencionas, y triste. La manera de narrar de Kristof es como dices desoladora, pero tiene algo especial que la convierte en bella y profunda.
ResponderEliminarMe alegro de haber alimentado de nuevo las ganas de leer a Kristof, ya me dirás si coincidimos en cuáles son sus mejores relatos.
Saludos, y gracias por tu comentario.
Marc
Hola Marc!!
ResponderEliminarYa hice mi tarea! Jaja. Ya releí el libro de cuentos. Lo he vuelto a disfrutar .
Te comento, coincido contigo, con “Las calles” , “El buzón “ (excelente) , “ La gran rueda”. “El ladron”.
Ningún cuento tiene desperdicio..
El mejor relato para mí fue “El Canal” ya que me pareció muy Borgeano , no por el felino, si no por su prosa...
Todos valen la pena.. me identifiqué con “La invitación “ ja ja
Saludos Marc!
Hola de nuevo, Marcela.
ResponderEliminarMe alegro de que la reseña te haya permitido disfrutar de nuevo el libro y celebro que coincidamos en gran parte respecto a los mejores relatos que contiene. «El canal» también es uno de sus mejores y confieso que me reí bastante, por la triste verdad que contiene, con «La invitación» :-)
Saludos y gracias por comentar la entrada.
Marc