Título original: Семейное счастие
Año de publicación: 1859
Valoración: Recomendable
Detrás de un título así de
contundente encontramos una historia sencilla, narrada por Masha, una
adolescente huérfana, heredera de una propiedad agrícola, no muy extensa según
parece, que lleva una vida plácida junto a su hermana pequeña y el aya. La
tristeza por el reciente fallecimiento de su madre se diluye un poco gracias a
las frecuentes visitas de un antiguo amigo del padre, un hombre soltero que
idealiza y al que acaba declarándose.
Con estos mimbres podríamos
esperar cualquier cosa, pero se trata de un argumento concebido a mediados del
siglo XIX cuyo autor es León Tolstoi, nada menos: aristócrata ruso de la época arraigado al terruño, de ahí su innegable conocimiento del
ambiente descrito en la novela.
La felicidad conyugal es su primera novela no autobiográfica, anterior por tanto a sus
obras mayores y mucho más célebres que esta. Sin embargo, y a pesar de no llegar a las
doscientas páginas en formato pequeño, del reducido número de personajes –algunos
apenas esbozados- y de la sencillez de la anécdota, su genialidad posterior se
manifiesta ya en la exactitud del lenguaje, en la eficacia y belleza de las
descripciones, en su agudeza psicológica y en que le bastan unas pinceladas
para retratar con rigor a la alta sociedad de San Petersburgo.
La primera parte –y más
lograda, creo- es un más que convincente ejercicio de introspección que nos pone
en la piel de la protagonista mostrándonos sus inseguridades y sus sueños. Finalmente,
asistimos al desarrollo de una relación que parece idílica pero cuya asimetría
no parece presagiar nada bueno. La cosa cambia cuando se registran las
incidencias de esa vida matrimonial que anuncia el título, porque entonces el
Tolstoi moralista que tan bien conocemos no puede evitar meter baza y,
progresivamente, adueñarse de la historia imponiendo su punto de vista aún a
costa de forzar los acontecimientos, de eludir lo que no le conviene y hasta de
alterar el carácter de los personajes para que coincidan con sus propósitos.
Con ello pierde verosimilitud y coherencia pero, eso sí, sus tesis quedan
intactas. ¿Cuáles son esas tesis? Pues que la vida mundana es peligrosa, que el
marido ha de imponer su autoridad, y si no lo hace la esposa acabará
reclamándola, que la pasión es un elemento dañino en las relaciones, que hasta
un beso en la mejilla recibido involuntariamente de otro convierte en culpable
a la mujer etc.
Contra lo que pueda parecer, y algunos críticos defienden, no creo que se trate de abogar por algo tan obvio como la transformación de un sentimiento impetuoso en algo más tranquilo y duradero. Porque el resquemor se ha instalado en la pareja y convivirán con él, y entre ellos, como si fuesen dos extraños hasta que la muerte los separe. Y ella, a su pesar, se ve obligada a aceptar ese estado de cosas porque es la decisión de su marido. Un castigo perpetuo, como el de Karenin impidiendo a Ana tener contacto con su hijo. La cuestión estaría en
averiguar si Masha es o no la precursora de Ana Karenina. En ese caso, la copia
sería más convincente que el modelo al estar la trama mejor resuelta, además, el personaje transgrede mucho más las normas
ofreciendo a su autor la oportunidad de ensañarse
con ella a gusto. Supongo que, sobre el papel, es preferible un drama, por
espantoso que sea, a un desenlace tan insulso como este. Y es que, aunque
discrepe con ambos mensajes, si esta segunda parte sirvió de ensayo para tamaño
novelón, podemos perdonar a Tolstoi cualquier incongruencia.
Del mismo autor: Guerra y paz, Sonata a Kreutzer, Ana Karenina, La mañana de un terrateniente , La muerte de Iván Ilich, Los dos húsares,
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