Año de publicación (estreno): 1950/1958
Valoración: Está bien/Recomendable
Sin llegar a ser uno de aquellos que llamamos ‘autores olvidados’, la verdad es que poco, muy poco, es lo que ULAD ha dedicado a Antonio Buero Vallejo. Eso y que, casi por casualidad, me encontré por casa este 2x1 típico de Austral que creía no haber leído, aunque luego he tenido la sensación de que sí. Todo condujo a que este buen señor tuviera de nuevo un hueco por el que asomarnos a su amplia, variada e interesante obra, ahora que ya nadie le hace caso.
Porque Buero fue la estrella absoluta del teatro en España durante buena parte del franquismo y la Transición (con perdón), con presencia constante de sus obras en teatros y versiones televisivas. Lo curioso del caso es que don Antonio fue un republicano condenado a muerte, que compartió sombra por ejemplo con Miguel Hernández. Y tras años de deambular por distintas cárceles, terminó por triunfar con su obra dramática, no sin periódicos enganchones con la censura. Tal vez la combinación de su espíritu crítico con el posibilismo que le permitió mantenerse en escena fue lo que favoreció su conexión con el público de la época.
En la ardiente oscuridad fue la primera obra escrita por Buero, aunque creo que no se estrenó hasta algunos años después, a la sombra del éxito de Historia de una escalera. Todos los personajes son ciegos, excepto uno, lo que podría recordar al Ensayo sobre la ceguera de Saramago, pero las similitudes no van mucho más allá. La ceguera es un elemento que reaparece en otras obras del autor (El concierto de San Ovidio, por ejemplo), y se utiliza más bien en términos simbólicos, como gran parte de lo que Buero Vallejo pone en escena. Esta vez la acción se sitúa en un colegio para ciegos, una institución expresamente diseñada para facilitar la formación de los invidentes a partir de sus necesidades específicas.
Visto desde nuestro tiempo la cosa resulta llamativa, porque se establece una especie de gueto, un mundo feliz aislado y endogámico, por lo que tengo entendido completamente opuesto a las prácticas actuales de integración. Y esto, que podría parecer un comentario anecdótico, tiene bastante que ver con lo esencial de la obra. Efectivamente, en el colegio reina una especie de felicidad idílica, plasmada en un grupito de jóvenes que se complacen en sus bromas, sus sanas inquietudes y rolletes amorosos en plan Amo a Laura. Son ciegos felices y autosuficientes. La cosa se complica cuando aparece Ignacio, un nuevo alumno que se muestra huraño y depresivo. Su postura es la de alguien consciente de arrastrar una tara, una limitación terrible e injusta que marca una distancia decisiva con el resto del mundo.
Pronto chocan con violencia las dos concepciones, porque Ignacio parece haber introducido un veneno en la Arcadia feliz, una duda que no deja de sembrar inseguridad y amargura en aquel mundo ideal. Este planteamiento dialéctico, con dos tesis radicalmente contrapuestas, es muy de Buero, y lo veremos también en el siguiente drama. Se advierte también con claridad el carácter simbólico que, como decía antes, el autor adjudica a casi todo lo que propone, en este caso, las distintas opciones vitales que podríamos medir en términos de optimismo/pesimismo, superación/resignación, o incluso como diferentes perspectivas políticas ante la desigualdad.
No obstante, también se le ven costuras propias de obra primeriza, o cierto grado de simplicidad. Es seguramente una obra que ha envejecido bastante mal y que difícilmente emocionará al lector actual.
Mayor interés tiene a mi juicio Un soñador para un pueblo. Pese a su título algo pueril, es un buen ejemplo de drama histórico, que retrata las imaginadas interioridades de las jornadas conocidas como 'motín de Esquilache'. Como es bien sabido, el Marqués de Esquilache fue el político italiano designado por Carlos III para introducir en España las reformas que en Europa se impusieron bajo el influjo de la Ilustración. Nuevamente tenemos en escena las dos opciones contrapuestas que tanto agradan a Buero Vallejo, en este caso la modernización social –al menos en el ámbito externo- frente al orden tradicional, representado tanto por la vieja nobleza como por las costumbres arraigadas en el pueblo llano.
Como la obra tiene una perspectiva más bien íntima, pasa un poco de soslayo por las raíces más profundas del descontento popular, que seguramente se encontraban más bien en el hambre y la miseria que sufría buena parte de la población, y tal vez este quiebro permitió esquivar las generalmente groseras miradas de los censores. Así, Buero simplifica la trama presentando al marqués como ese personaje cercano al despotismo ilustrado que sugiere el título: un político que intenta imponer las nuevas ideas sobre higiene, urbanismo o costumbres a un pueblo aferrado a las tradiciones; y además –no es irrelevante, y el autor lo subraya una y otra vez- un político extranjero, lo cual ya ofrece una mecha bien visible para cuando llegue el momento de prenderla.
Esquilache aparece efectivamente como un soñador, un visionario que está decidido a modernizar el país, y bajo su mandato se toman medidas como el empedrado de las calles de Madrid o la iluminación de las vías públicas. Buero lo describe como un tipo íntegro, que desdeña el nepotismo y las relaciones clientelares, lo que enciende las alarmas entre la nobleza más rancia. La famosa orden sobre la supresión de la capa larga y el sombrero de ala ancha es el detonante de la revuelta: instigado por los nobles más reaccionarios que temen perder sus privilegios, el pueblo se levanta sintiendo invadido su ámbito más privado, y la experiencia renovadora se derrumba.
Al margen de lo idealizado que pueda estar, resulta muy interesante el dibujo del marqués, un viejo idealista que siente tambalear su obra, y que no obstante lucha hasta tener la certeza de que todo puede acabar en un baño de sangre. En ese momento, con el apoyo incondicional del rey, decide dar un paso atrás en una emocionante escena, poniendo la paz social por encima de sus ideas. Son notables también otros personajes: miembros de la nobleza que conspiran con cautela hasta que ven llegar la oportunidad de dar el golpe, paisanos que dudan ante los nuevos tiempos, o la sirvienta que acompaña a Esquilache en su caída, representación de esa parte del pueblo en la que sí van a enraizar las ideas de la modernidad.
También es innovador para la época el planteamiento de espacios escénicos en distintos niveles, algo que el cine y la televisión han hecho de uso corriente. Y, cómo no, un ciego más, que interviene a modo de oráculo, y que bien podría haber salido de alguna de las callejuelas de Luces de bohemia.
Otras obras de Antonio Buero Vallejo en ULAD: El tragaluz, La fundación, Madrugada / Aventura en lo gris
Vallejo es mi autor teatral predilecto, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Ninguno me ha trasmitido lo que él, y eso que teatro es lo que más leo.
ResponderEliminarFelicidades por el blog.
En Buero los diálogos son de tanta calidad, que (al hilo también de otra entrada que pusisteis hace días) es teatro muy apto para ser leído, tanto o más que para verlo representado. Esto sólo pasa con grandes autores de teatro, como Shakespeare: la rapidez de la representación no permite detenerse en la construcción y profundidad de las frases. Para mí, la obra cumbre de Buero es La Fundación. Otras grandes obras son El Concierto de San Ovidio, y El Tragaluz. Cuesta entender que a Buero se le represente tan poco. Me parece que si en Inglaterra hubieran tenido un autor así, siempre habría en Londres una obra suya en cartel.
ResponderEliminarSandra Suárez
Vaya, afortunadamente parece que van apareciendo más aficionados a ese teatro leído del que hablábamos el otro día. Coincido con Sandra en la calidad de los diálogos de Buero, que son textos muy miméticos, y que apenas necesitan ningún otro elemento (gestualidad, escenografía) para transmitir correctamente el mensaje. Por el contrario, no coincido del todo con vuestro entusiasmo sobre el autor: me parece un dramaturgo correcto, con cosas interesantes, pero sin más, tampoco le pondría entre los más grandes, la verdad.
ResponderEliminarMuchas gracias a los dos por vuestras opiniones.
Confieso Carlos que no he leído tu reseña. Pero ver esa tapa de la colección Austral...joder, me ha hecho viajar 50 años atrás en el tiempo!!
ResponderEliminarEso solamente merece un enorme GRACIAS de mi parte!!
JUA! Me paso lo mismo!!!
EliminarAhora que ya nadie la hace caso.Chirría un poco.
ResponderEliminarA El Puma le disculpo con gusto el pecado de no haber leído la reseña, cómo no. En todo caso, aunque sean (o parezcan) ediciones obsoletas, dentro de su extrema sobriedad Austral atesora lo mejor de la literatura española hasta mediados del siglo pasado. Y ojo, que enseguida habrá más Austral.
ResponderEliminarSobre lo que dice Pipo, entiendo que te refieres a eso de 'la hace caso'. El 'la' es una errata, que ya he corregido. Si te referías al sentido de la frase (ya nadie hace caso a Buero Vallejo), pues tal cual, eso es lo que opino.
Gracias a los tres por los comenatrios.
Hola a todos:
ResponderEliminarYo, como lectora, no le he olvidado. He leído muchas, muchísimas, de sus obras, con mucho agrado y también he visto representaciones antiguas en programas de tve. No coincido contigo Carlos, fue uno de los grandes.
Lo que no entiendo es porqué institucionalmente no se le recuerda así; creo que para la derecha fue un rojo, y para la izquierda un franquista. Además, su teatro, muy representado en décadas anteriores y bastante "asequible" para la mayoría puede bailar entre dos aguas: demasiado popular para los intelectuales y con demasiada crítica para ser totalmente popular, como lo son la zarzuela o los sainetes.
Pero, vamos, que simplemente puede ser que se asocie a algo rancio y viejuno. Yo también soy una antigua.
Saludos
Justamente es lo que intentaba expresar con la frase anterior, la de la errata, que hoy en día parece que Buero fuese un apestado, un producto de una época felizmente superada. Será por situarse en esas zonas intermedias que comentabas, o simplemente por moda, sí que sorprende que haya quedado en el olvido en una época en la que con mucha alegría se recuperan como valiosas cosas que teníamos por rancias, kitsch, horteras, de todo. Y no doy nombres, pero los hay en la música, en el cine... en fin.
ResponderEliminarIntentando ser objetivo, sí es posible que algunas obras de Buero hayan envejecido mal, quizá enlazaban bien con cierto tipo de público de una época determinada, que ahora no existe. Pero sí que parece injusto ignorar a un autor que tiene otras cualidades interesantes, como aquí estamos exponiendo.
Un saludo, y gracias por comentar.