Título: Le nécrophile
Año de publicación: 1972
Traducción: Lydia Vázquez Jiménez
Valoración: repugnante (a ser posible, pronúnciese a la manera gallega: "repunante")
Hay en el mundo literario francés toda una tradición, ejercida con mayor o menor fortuna y por voluntariosos enfants terribles (o no tan enfants), de épater les bourgeoises (en los últimos años, más bien, épater les progressistes). Algo menos evidente, pero quizás más interesante sea toda una corriente, o quizás tan sólo un hilo, a través del tiempo, de escritoras francesas que han escandalizado a la sociedad bienpensante con sus narraciones o incluso autoficciones en la que el tema sexual no sólo resulta explícito, sino que se lleva a extremos que pocos de su colegas varones han tocado. A bote pronto, se me ocurren los nombres de Anaïs Nin, Marguerite Duras, Catherine Millet, Marie Darrieusecq, Anne Serre, Virginie Despentes... (tal vez debería empezar por Colette, pero a estas alturas resulta de lo más pudorosa) y seguro que hay muchas más. A pesar de que alguna de éstas ha escrito libros de agárrate que vienen curvas, ninguna ha llegado, creo, a traspasar la frontera de uno de los comportamientos más execrados por la sociedad, bien pensante o no, como Gabrielle Wittkop en esta novela, que, sin más artificio, cuenta la historia de un necrófilo; es decir, alguien que se pone verraco se excita sexualmente con los cadáveres.
En este caso, se trata de un anticuario parisino llamado Lucien, que se dedica a profanar tumbas recientes en diversos cementerios de la ciudad para llevarse los cuerpos a su apartamento -suena harto complicado, lo sé- y allí hacer guarrerías disponer de ellos a su antojo y satisfacción... Un asco, sí, y más aún cuanto que madame Wittkop no nos ahorra detalles sobre las maniobras que ejecuta el susodicho Lucien ni sobre la evolución natural de los cuerpos en descomposición, que como todo el mundo sabe, no permanecen precisamente inalterados a temperatura ambiente... (y no sigo, porque me están dando arcadas al acordarme). Todo ello envuelto en el delirio en el que vive este hombre, aparentemente un tipo tranquilo y educado, pero en su interior como las maracas de Machín. A través de su diario, que es la forma en que está conformada la novela, nos enteramos de sus cuitas para conseguir "amantes", aquéllas y aquéllos que le han dejado un recuerdo más imperecedero, de dónde le viene tan morbosa querencia por la carne muerta... en fin, toda una serie de pormenores de los que casi mejor hubiera sido no saber nada, por más que se trate de una ficción. Ojo, que tampoco digo que éste sea un mal libro, ni mucho menos; de hecho, cuenta con páginas bellísimamente escritas, con ese estilo suntuoso y alambicado, pero fascinante y que no pierde el nervio narrativo, que tan bien les sale a los literatos/as franceses (a algunos/as, por lo menos). Atendiendo a este aspecto (y como pasa, por ejemplo, con ¡Ponte, mesita!, de Serre), la novelita sería, sin duda, recomendable... si obviáramos todo lo demás. Porque, así como otras reseñas que califican a su libro reseñado como "repugnante" parecen utilizar este calificativo en el sentido de "muy malo", "inadecuado" o incluso "inmoral", yo lo he usado aquí de acuerdo con su más estricto significado: "repugnante" quiere decir que da mucho repelús, carallo...
¿Qué le pudo inducir a una señora en apariencia tan reflexiva, culta y distinguida como era Gabrielle Wittkop (recomiendo a todo el mundo que vea la entrevista que concedió en un programa de Bernard Pivot y que se puede enlazar desde la página web de la editorial Cabaret Voltaire) a escribir una novela tan escabrosa como ésta, descartada, creo yo, la motivación de épater, etc.? Puede que, como declara ella en esa entrevista, la idea de que las mujeres no han de ponerse límites, tampoco en literatura. O su ansia y voluntad de libertad en todos los ámbitos, como se puede deducir a tenor de la muy interesante biografía de esta escritora (por lo demás, discípula declarada del marqués de Sade, según ella)... pero yo tengo la sospecha que quizá esta idea de ir más allá de cualquier límite permisible o al menos permitido (se entiende que en la ficción) venga del acicate que supuso, en su momento, el éxito de la Lolita de Nabokov y que pudo hacerle pensar: "Si tú te has atrevido a contar una historia desde el punto de vista de un pederasta, yo voy a ir más allá, viejo ruso de los co..." Dicho de otro modo. un "sujétame el cubata" en toda regla. O quizás simplemente lo hizo porque pudo y porque quiso, como otro marqués, el del Viso, qué sé yo. En todo caso, advierto a quien se plantee leer esta corta (afortunadamente) novela: por utilizar el argot taurino, aténse los machos y que Dios reparta suerte... La van a necesitar.
Nota final: por un momento pensé en programar esta reseña el día 31 de octubre o el 1 de noviembre, pero, visto lo visto, hubiese resultado de pésimo gusto hasta para mí...
Tal como lo reseñas, no creo que tuviera estómago. Pero sí tengo curiosidad por saber cómo llegó a tus manos o qué te empujó a conseguirlo. Lo que está claro es que parece un libro que marca, que deja poso, que no se olvida con el tiempo, como con muchos otros. Salud.
ResponderEliminarMe considero un aficionado de la literatura extrema; la que solamente quiere epatar y la que usa la violencia, el sexo o lo que sea como medio, y no como fin.
ResponderEliminarCoincido contigo en que las mujeres han cultivado este tipo de literatura tan bien como sus contrapartes masculinas. Por eso me hace gracia cuando la gente intenta elevar una obra actual escrita por una mujer (o una supuesta mujer, aka Carmen Mola) sólo porque es extrema (o supuestamente extrema, aka La novia gitana).
En fin: igual soy el único, pero el libro reseñado me llama la atención. Gracias por traerlo, Juan.
Oriol. No eres el único me temo. A mí también me pica la curiosidad. Tampoco me sorprende la publicación de este título viendo la querencia de esta editorial (magnífico catálogo) por los aires surrealistas y de vanguardia.
ResponderEliminarUna cosilla solo. En galego, "repunante" no es la pronunciación de repugnante, sino otro adjetivo con un significado distinto: muy pesado, cansino.
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