Título original: L'analfabète. Récit autobiographique
Traducción: Juli Peradejordi (edición en castellano), Montserrat Solé (edición en catalán)
Año de publicación: 2004
Valoración: muy recomendable
Fiel a su estilo directo y rudo, Agota Kristof nos cuenta, en este corto relato autobiográfico, sus memorias desde que era pequeña hasta su edad adulta, centrándolo en gran parte en su vertiente literaria, y en la dificultad que supuso tener que emigrar de su Hungría natal a Suiza.
De esta manera, la autora empieza explicándonos los comienzos de su afición por la lectura, una afición que por muchos era considerada una pérdida de tiempo, una manera de no hacer las cosas que sí merecían la pena (cualquier cosa, de hecho, era más útil que leer, a ojos de la mayoría de su entorno). Esa afición por la lectura que proviene de cuando era pequeña y la castigaban en el aula donde su padre daba clases, obligada a sentarse en la última fila con los libros como única compañía. Y, claro está, la consecuencia más directa de la pasión por la lectura: su afición a la escritura, una devoción que le suponía una vía de escape de un mundo que, en ocasiones, se le hacía muy cuesta arriba por las circunstancias vividas. Así, rememorando esos días, la autora transmite perfectamente la capacidad de la escritura como salvación, como medio para soportar el dolor. Una ventana al mundo, una oportunidad de evadirse de la solitud en la que se hallaba durante sus días en el internado.
Poniéndonos en antecedentes, pues una biografía debe ir acompañada del momento histórico vivido, Kristof nos narra la dificultad de la vida en los años cincuenta, en su Hungría natal, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y cuando todo el país era pobre, cuando pasaban hambre y frío, cuando las ganas de seguir viviendo era prácticamente todo aquello que se tenía. Y las consecuencias de ello en una sociedad arruinada también mentalmente, provocando en los niños una dificultad para aprender a causa de la falta de interés de los profesores, obligados a enseñar ruso tras la ocupación militar, con una desgana tal que hace que la autora no tenga reparos en afirmar que «de las escuelas sale una generación de ignorantes». La autora centra gran parte de sus críticas a este aspecto, pues con la finalización de la guerra vino la obligación e imposición del ruso, que castigó de igual manera todos los estamentos sociales. Así, Kristof vierte sus críticas hacia Stalin, por ahogar las culturas de los países del este y sus identidades nacionales. Y con ello, la necesidad de huir, la dificultad de escapar del propio país, una dificultad también mental pues, más allá de las penurias en la travesía hacia la salvación, uno toma consciencia, tras la huida clandestina, de haber perdido el sentimiento de pertenencia a un pueblo; todo aquello que se pierde cuando uno es obligado a emigrar, si se es afortunado a cambio de una mejora en aspectos materiales, supone un precio a pagar muy elevado: la nostalgia de sentirse parte de algo, la añoranza a la familia y a los amigos, en una inmersión ineludible a un vacío diario, constante. El libro, aunque extremadamente breve, narra lo suficiente para poder percibir la dificultad en la que vivió la generación de la autora en los países del este, y es un bello ejemplo del espíritu de superación de aquellos que utilizan la imaginación y la perseverancia para escapar del triste mundo que los rodea e intentar conseguir una vida mejor.
Esta obra es un relato en recuerdo de la vida de la autora, pero también de la de tantas personas obligadas a huir de su país. «La analfabeta» del título hace referencia a aquellas personas que llegan a un país sin conocer el idioma, sin entenderlo, sin ser capaces de leer un texto, a pesar de dominar una lengua materna que ha dejado de serles útil. El relato es duro por su carga emocional pero tambien ejemplar por el espíritu de superación que transmite, por la valentía de la autora en levantarse cuando las circunstancias la forzaban continuamente a la caída, por la voluntad irreductible en estudiar y querer aprender para poder dejar de ser una analfabeta y ser así capaz de conseguir superar los obstáculos impuestos por las circunstancias, hasta conseguir saltar la barrera lingüística para finalmente alcanzar el futuro soñado: ser otra vez escritora.
También de Agota Kristof en ULAD: Claus y Lucas, El gran cuaderno, Ayer, La hora gris o el último cliente. John y Joe, No importa, La hora gris y otras obras, El monstruo y otras obras, ¿Dónde estás, Mathias?
De esta manera, la autora empieza explicándonos los comienzos de su afición por la lectura, una afición que por muchos era considerada una pérdida de tiempo, una manera de no hacer las cosas que sí merecían la pena (cualquier cosa, de hecho, era más útil que leer, a ojos de la mayoría de su entorno). Esa afición por la lectura que proviene de cuando era pequeña y la castigaban en el aula donde su padre daba clases, obligada a sentarse en la última fila con los libros como única compañía. Y, claro está, la consecuencia más directa de la pasión por la lectura: su afición a la escritura, una devoción que le suponía una vía de escape de un mundo que, en ocasiones, se le hacía muy cuesta arriba por las circunstancias vividas. Así, rememorando esos días, la autora transmite perfectamente la capacidad de la escritura como salvación, como medio para soportar el dolor. Una ventana al mundo, una oportunidad de evadirse de la solitud en la que se hallaba durante sus días en el internado.
Poniéndonos en antecedentes, pues una biografía debe ir acompañada del momento histórico vivido, Kristof nos narra la dificultad de la vida en los años cincuenta, en su Hungría natal, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y cuando todo el país era pobre, cuando pasaban hambre y frío, cuando las ganas de seguir viviendo era prácticamente todo aquello que se tenía. Y las consecuencias de ello en una sociedad arruinada también mentalmente, provocando en los niños una dificultad para aprender a causa de la falta de interés de los profesores, obligados a enseñar ruso tras la ocupación militar, con una desgana tal que hace que la autora no tenga reparos en afirmar que «de las escuelas sale una generación de ignorantes». La autora centra gran parte de sus críticas a este aspecto, pues con la finalización de la guerra vino la obligación e imposición del ruso, que castigó de igual manera todos los estamentos sociales. Así, Kristof vierte sus críticas hacia Stalin, por ahogar las culturas de los países del este y sus identidades nacionales. Y con ello, la necesidad de huir, la dificultad de escapar del propio país, una dificultad también mental pues, más allá de las penurias en la travesía hacia la salvación, uno toma consciencia, tras la huida clandestina, de haber perdido el sentimiento de pertenencia a un pueblo; todo aquello que se pierde cuando uno es obligado a emigrar, si se es afortunado a cambio de una mejora en aspectos materiales, supone un precio a pagar muy elevado: la nostalgia de sentirse parte de algo, la añoranza a la familia y a los amigos, en una inmersión ineludible a un vacío diario, constante. El libro, aunque extremadamente breve, narra lo suficiente para poder percibir la dificultad en la que vivió la generación de la autora en los países del este, y es un bello ejemplo del espíritu de superación de aquellos que utilizan la imaginación y la perseverancia para escapar del triste mundo que los rodea e intentar conseguir una vida mejor.
Esta obra es un relato en recuerdo de la vida de la autora, pero también de la de tantas personas obligadas a huir de su país. «La analfabeta» del título hace referencia a aquellas personas que llegan a un país sin conocer el idioma, sin entenderlo, sin ser capaces de leer un texto, a pesar de dominar una lengua materna que ha dejado de serles útil. El relato es duro por su carga emocional pero tambien ejemplar por el espíritu de superación que transmite, por la valentía de la autora en levantarse cuando las circunstancias la forzaban continuamente a la caída, por la voluntad irreductible en estudiar y querer aprender para poder dejar de ser una analfabeta y ser así capaz de conseguir superar los obstáculos impuestos por las circunstancias, hasta conseguir saltar la barrera lingüística para finalmente alcanzar el futuro soñado: ser otra vez escritora.
También de Agota Kristof en ULAD: Claus y Lucas, El gran cuaderno, Ayer, La hora gris o el último cliente. John y Joe, No importa, La hora gris y otras obras, El monstruo y otras obras, ¿Dónde estás, Mathias?
Me parece un grupo de textos muy interesantes. Muy recomendable, sobre todo para quien haya leído antes sus novelas.
ResponderEliminarHola, Dr. Fabián. Efectivamente, es un libro que, a pesar de su cortisima extensión (unas 50 páginas), contiene muchísimo. Seguiré leyendo más obras de la autora porque su prosa es de altísimo nivel.
ResponderEliminarSaludos, y gracias por comentar.
Marc
Marc! Tengo todo un año escolar fuera de mi pasatiempo favorito que es la lectura. Por problemas familiares tengo a mi nieto de 14 años a mi cargo y me es imposible concertarme en leer, tomo un libro y a los 2 minutos quedo dormida! Jaja
ResponderEliminarBueno, el caso es que he empezado a leer tu reseña, he bajado tu recomendación por electrónico y me he olvidado del mundo entero y sigo y sigo leyendo a “la analfabeta,”
Gracias por ésa motivación !,,,Saludos!
Hola, Marcela. Me alegro que la lectura te sirva como evasión y puedas desconectar por unos instantes del mundo. Ánimos con la situación, que seguro que en breve le tomas el pulso y encuentras momentos en los que leer sin que el cansancio pueda contigo. Pero sí, es un libro que , auqnue brevísimo, es muy bueno.
ResponderEliminarSaludos y gracias por dedicar algo de tu tiempo a escribirnos.
Marc
Ara m'ha vingut al cap una frase que apareix en una de les narracions d'Alice Munro i que diu una cosa semblant a: "quan pentines un cavall, tothom veu que pentines un cavall; quan estàs pensant un poema, tothom veu que no estàs fent res".
ResponderEliminarhola, anónimo. ¡Me gusta la frase! Y sí, viene que ni pintada a lo que la autora indica al recibir las críticas por estar leyendo en lugar de "hacer cosas".
ResponderEliminarSaludos, y gracias por comentar.
Marc
Bella reseña, Marc. No conozco a la autora, pero tu narración ha impactado de lleno en mis sentimientos. Mi abuela paterna, la persona que me transmitió el amor por los libros, llegó a la Argentina desde Rusia en 1925. Experta en Pushkin y Tolstoi, ella fue analfabeta durante algunos años en su nueva tierra. Como era poseedora de un notable coraje, llegó a hablar perfectamente el español (con un ligero problema para pronunciar las erres, solamente) y continuó siendo una infatigable lectora. Su biblioteca contenía solo dos obras en ruso: Guerra y Paz y Anna Karenina, en varios tomos cada una. E infinidad de libros en español!
ResponderEliminarMe has hecho emocionar! Gracias!!
Hola, El Puma. Muchas gracias por el elogio a la reseña. La verdad es que es un libro que, con únicamente cincuenta páginas, consigue transmitir muchísimo y leyéndolo uno toma consciencia de las dificultades por las que pasaron aquellos que fueron obligados a emigrar. Si no conoces a la autora, te recomiendo muchísimo este libro (además de por las circunstancias personales que apuntas) y también "Claus y Lucas" (este mucho más duro, uno de los libros probablemente más impactantes por su dureza y frialdad con la que cuenta la historia que he leído en toda mi vida).
ResponderEliminarSaludos, y gracias por comentar. Y gracias por compartir un fragmento de tu historia familiar, bonito detalle y un ejemplo más del coraje de muchas personas que emigraron.
Marc
Me lo apunto.
ResponderEliminar'Claus y Lucas' y 'Ayer' me encantaron.
Hola, Anna. Gracias por hacernos confianza. Yo me apunto "Ayer", también para una futura lectura.
ResponderEliminarSaludos, y gracias por comentar la entrada.
Marc
con que sea la mitad de bueno que Claus y Lucas... creo que me leí el libro entero con la boca abierta y no dejo de recomendarlo aunque no a todo el mundo le gusta tanto
ResponderEliminargracias por la crítica
Hola, Elena. Pues te diría que sí, es igual de bueno, aunque totalmente diferente. Este libro es mucho más accesible ("Claus y Lucas" diría que es para un público bastante reducido, pues hay que tener mucho "estómago" por su dureza y violencia). En cualquier casola autora escribe más que bien y se nota también en este libro; las cincuenta páginas se leen de un tirón, aunque su recuerdo permanece mucho tiempo.
ResponderEliminarGracias a ti por comentar.
Saludos
Marc
Hola Marc,
ResponderEliminarel comentario que dejaré aquí será breve: me encanta la reseña y por ella intentaré colar el libro para que sea de los próximos.
Un saludo!
Muchas gracias, Rosa.
ResponderEliminarRealmente es un libro que, a pesar de sus únicamente cincuenta páginas, lo que contiene podría ocupar muchísimo más, pues lo que la autora solamente apunta, es suficiente para abrir un espacio inmenso a la reflexión.
Saludos, y gracias por el comentario.
Marc