Título original: The Remains of the Day
Año de publicación: 1989
Traductor: Ángel Luis Fernández Francés
Valoración: Muy recomendable
Una reciente reseña de otro libro de este mismo autor (en Un Libro Al Día... ¿dónde si no?), Nocturnos, me decidió a emprender la lectura que tenía pendiente desde hace algún tiempo de esta Los restos del día, la novela más conocida hasta ahora -creo- de Kazuo Ishiguro (sobre todo por haber sido llevada al cine hace años con los afamados Anthony Hopkins y Emmma Thompson como protagonistas). Y lo cierto es que me arrepiento de no haberlo hecho mucho antes.
Porque el caso es que ésta es una novela no ya notable, sino por momentos excelente y preciosa, que muestra un gran oficio literario y una sensibilidad encomiable hacia los personajes que la protagonizan. Y eso que no me parece que fuera sencillo cumplir tal propósito... cuando menos, el argumento no resulta, en principio, el más adecuado para un fácil lucimiento: la novela se estructura a partir de unas pocas jornadas del viaje que, en verano de 1956, realiza el mayordomo de la mansión Darlington Hall, en Oxfordshire, hasta Cornualles para visitar a una antigua ama de llaves. Cada día el señor Stevens, este mayordomo, nos va contándolas incidencias del trayecto y también sus opiniones sobre diversos asuntos -ante todo y sobre todo, acerca del oficio al que ha dedicado su vida-, ilustrándolas con los recuerdos de lo que ha sido su actividad en esa mansión. Cuyo amo en otro tiempo, además, Lord Darlington, no era cualquier noble ociosos, sino un caballero bien relacionado con las altas esferas de la política y que había intentado, ya a partir del Tratado de Versalles, que juzgaba ignominioso, un acercamiento e incluso, más adelante una posible alianza, con Alemania... llegando a entrevistarse en varias ocasiones con el embajador nazi, Ribbentrop o con el líder fascista británico, Oswald Mosley (exacto, el que luego fuera cuñado de Nancy Mitford, como sabrá quien conozca a esta autora).
Stevens no evita éstos u otros temas "delicados" -como cierto arrebato antisemita de su señor-, pero nos los cuenta y explica su propia participación en tales asuntos amparándose el su profesionalidad y lealtad como sirviente -lo que él llama su "dignidad"-, que utiliza para establecer una barrera con toda realidad ajena a su labor de mayordomo, una coraza que porta como el samurai que sirve a un señor feudal para así poder seguir el "camino del guerrero" (sé que habrá a quien le parezca oportunista tal comparación, dado el origen nipón del autor de la novela, pero, justo por eso, no creo que sea casual la elección de este protagonista, un personaje de una "britanidad" tan típica, al tiempo que tan cuidadoso con los detalles y tan proclive a la contención de sus sentimientos como se le supone a la cultura japonesa).
Es la misma barrera que interpone ante otros aspectos más íntimos de su vida, como son sus relaciones familiares y sentimentales; las que tiene con su padre, mayordomo como él, y con Miss Kenton, el ama de llaves a quien se dirige a visitar a Cornualles. Digamos -y perdón si esto supone un spoiler-, que las reacciones de Stevens en ambos casos no son precisamente de una espontaneidad latina... Aún así, hay que señalar que, a pesar de que su aproximación a los posibles errores cometidos en su vida sea de manera indirecta y se escude en esa supuesta dignidad profesional de la que ya he hablado para excusarlos, al menos este mayordomo hace una introspección crítica sobre su propio pasado que no sé si es demasiado frecuente, fuera de la literatura.
Al final, una novela no ya totalmente recomendable, sino -y quizá esta valoración resulte demasiado polémica para dejarla para la última frase de la reseña- a la que tan sólo su propia perfección me hace me hace dejarla un paso por detrás de la categoría de imprescindible.
Del mismo autor en Un Libro al Día: Nunca me abandones, Un artista del mundo flotante, Nocturnos, El gigante enterradoPorque el caso es que ésta es una novela no ya notable, sino por momentos excelente y preciosa, que muestra un gran oficio literario y una sensibilidad encomiable hacia los personajes que la protagonizan. Y eso que no me parece que fuera sencillo cumplir tal propósito... cuando menos, el argumento no resulta, en principio, el más adecuado para un fácil lucimiento: la novela se estructura a partir de unas pocas jornadas del viaje que, en verano de 1956, realiza el mayordomo de la mansión Darlington Hall, en Oxfordshire, hasta Cornualles para visitar a una antigua ama de llaves. Cada día el señor Stevens, este mayordomo, nos va contándolas incidencias del trayecto y también sus opiniones sobre diversos asuntos -ante todo y sobre todo, acerca del oficio al que ha dedicado su vida-, ilustrándolas con los recuerdos de lo que ha sido su actividad en esa mansión. Cuyo amo en otro tiempo, además, Lord Darlington, no era cualquier noble ociosos, sino un caballero bien relacionado con las altas esferas de la política y que había intentado, ya a partir del Tratado de Versalles, que juzgaba ignominioso, un acercamiento e incluso, más adelante una posible alianza, con Alemania... llegando a entrevistarse en varias ocasiones con el embajador nazi, Ribbentrop o con el líder fascista británico, Oswald Mosley (exacto, el que luego fuera cuñado de Nancy Mitford, como sabrá quien conozca a esta autora).
Stevens no evita éstos u otros temas "delicados" -como cierto arrebato antisemita de su señor-, pero nos los cuenta y explica su propia participación en tales asuntos amparándose el su profesionalidad y lealtad como sirviente -lo que él llama su "dignidad"-, que utiliza para establecer una barrera con toda realidad ajena a su labor de mayordomo, una coraza que porta como el samurai que sirve a un señor feudal para así poder seguir el "camino del guerrero" (sé que habrá a quien le parezca oportunista tal comparación, dado el origen nipón del autor de la novela, pero, justo por eso, no creo que sea casual la elección de este protagonista, un personaje de una "britanidad" tan típica, al tiempo que tan cuidadoso con los detalles y tan proclive a la contención de sus sentimientos como se le supone a la cultura japonesa).
Es la misma barrera que interpone ante otros aspectos más íntimos de su vida, como son sus relaciones familiares y sentimentales; las que tiene con su padre, mayordomo como él, y con Miss Kenton, el ama de llaves a quien se dirige a visitar a Cornualles. Digamos -y perdón si esto supone un spoiler-, que las reacciones de Stevens en ambos casos no son precisamente de una espontaneidad latina... Aún así, hay que señalar que, a pesar de que su aproximación a los posibles errores cometidos en su vida sea de manera indirecta y se escude en esa supuesta dignidad profesional de la que ya he hablado para excusarlos, al menos este mayordomo hace una introspección crítica sobre su propio pasado que no sé si es demasiado frecuente, fuera de la literatura.
Al final, una novela no ya totalmente recomendable, sino -y quizá esta valoración resulte demasiado polémica para dejarla para la última frase de la reseña- a la que tan sólo su propia perfección me hace me hace dejarla un paso por detrás de la categoría de imprescindible.
Yo la leí hace algunos años y he de decir que me pareció magnifica, uno de esas novelas que dejan un sabor imborrable.
ResponderEliminarLa mascara que usa, y con la que se escuda, el señor Stevens para justificarse, su profesionalidad, es difícil de creer en algunos momentos (por no hacer un spoiler, solo mencionar lo que ocurre con su padre).
Imprescindible novela.
Un saludo,
Jesús
Hola, Jesús:
ResponderEliminarCoincido contigo en todo. Gracias por el comentario y por esquivar el spoiler... ; )
Un saludo.
Hola, nos gustaría ponernos en contacto con vosotros, somos Ediciones Xorki, una editorial madrileña y creo que os podría interesar lo que os queremos proponer. ¿Hay algún correo electrónico al que os podamos escribir?
ResponderEliminarGracias
Un cordial saludo.
Es una novela preciosa.
ResponderEliminarMe encantó. Si fuera profesor de Literatura la utilizaría para enseñar a escribir.
ResponderEliminarHola:
ResponderEliminarsí tienes bastante razón, aparte de otras cualidades (construcción de un personaje arquetípico pero complejo, por ejemplo), está magistralmente escrita.
De hecho, esa es una de las razones de la última frase de mi reseña. Quizás a esta novela, tan perfecta, le falte únicamente el permitirnos la emoción de encontrar una pepita de oro entre el barro.... aquí, se ve que se trata de oro desde la primera página.
Señores/as de Xorki, el correo del blog es unlibroaldia@gmail.com
Un saludo a todos/as
Buenísima novela, estilo magnífico....no paro de preguntarme cómo un japonés, aunque criado en Inglaterra, consigue escribir un libro tan "inglés" como si hubiera conocido desde dentro el oficio de los mayordomos ingleses de la época. Esto me parece que le da más valor todavía al libro.
ResponderEliminarHola, anónimo.
ResponderEliminarSí, llama la atención la minuciosidad con que se recrea el oficio y carácter de un personaje tan arquetípicamente británico. Quizá por eso se le acusó en su momento, creo, al autor de haber construído un "pastiche".Supongo que es algo parecido a si un autor no español escribiese sobre un torero...los españoles y críticos hispanos le acusarían de recrearse en los tópicos, etc...
En cualquier caso, coincido en que es una novela excelente y muy bien escrita, desde luego.
Un saludo
No sé cómo he podido estar todo este tiempo sin haber leído este librazo que es "Los restos del día". ¡Qué jodidamente bien escribe Ishiguro!
ResponderEliminarY qué buena la reseña, Juan!
Hola, compañero:
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado el libro y gracias por lo de la reseña. Ishiguro no es Proust, pero no se le da mal la cosa, no...; )
Un saludo.
No soy para nada original si digo que Ishiguro escribe muy muy bien. Esta novela tiene un nada despreciable trabajo de reconstrucción histórica. Sobre el final: que triste se ve la vida de Stevens!
ResponderEliminarGabriel
Bellísima novela. Perfecta? Impecable? Como diría Mota, no pido a nadie que la mejore, sólo iguálamela! Una delicia. Técnicamente perfecta. Envidio ( envidia sana) a quien todavía no la haya leído. Y a quien lo haya hecho ya, que se anime a releerla. Tengo todavía pendiente un viaje por la campiña inglesa. Genial Ishiguro.
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