Idioma original: inglés
Título original: Invasion of the Space Invaders
Año de publicación: 1982
Traducción: Ramón de España
Valoración: proustianamente recomendable
¿Y por qué Martin Amis casi impide que este libro se publique, repudiándolo al poco de escribirlo? ¿Será que le avergüenza reconocer un vicio de juventud? ¿Será que considera que un ensayo de hace treinta años desmerecerá su producción novelística posterior? ¿Ha vuelto a incorporar imágenes como las entrañables capturas de pantalla que decoran este ensayo, acercándolo, de paso, a la ingente masa que se asusta ante las series de páginas llenas de letras? Uh. Misterios insondables que pueden tener que ver con los inexplicables egos de ciertos escritores o, quizás, el terror de que una carrera literaria seria quedara estigmatizada por un artefacto curioso como es este.
Porque, claro, quien busque al Amis cronista del exceso politóxico de su (para mí) irregular Dinero aquí no va a encontrar nada de eso. La tonalidad es casi tardoadolescente, porque Amis no se contenta con declarar su adicción, sino que la corrobora con una segunda parte que es una apoteosis de reseñas de juegos (apta para nostálgicos de los Arcade), y la remata con un colofón en el que se permite transcribir, enteras, las líneas de programación de los juegos, lo cual tiene su guasa. Pues no compramos algunos, en los tardíos 80, revistitas desde las cuales copiábamos instrucción tras instrucción, para programar cacharros cuya memoria de funcionamiento es la diezmilésima parte de la que cabe en la memoria USB más modesta.
Porque, por si hay dudas, este es Amis en modo ensayista/fanático/adicto a los videojuegos de primera generación: a esos de pantallas casi casi monocromo que se apoderaron de los bares y las salas de recreativos, allá por los años 80. Rendido a los pies de sus creadores, absolutamente.
Porque, por si hay dudas, este es Amis en modo ensayista/fanático/adicto a los videojuegos de primera generación: a esos de pantallas casi casi monocromo que se apoderaron de los bares y las salas de recreativos, allá por los años 80. Rendido a los pies de sus creadores, absolutamente.
Que ello no reste validez a la prosa ligeramente guasona de sus magníficas sesenta páginas iniciales, ni esa sensación a la vez añeja y entrañable de esas pantallas reproducidas por doquier. Qué hubiera escrito Amis de nuestros smartphones repletos de aplicaciones sofisticadas o de esta exquisita locura de la comunicación que es internet.
Aunque he de reconocer que, en lo personal, en lo íntimo, La invasión de los marcianitos me ha cautivado. Esa descripción del uso de la tecla bomba en el Defender, cuando la pantalla se te llenaba de bichos amenazadores, esa impagable sensación de estar allí, en un bar de una esquina, saltándose una clase del instituto, ensimismado en una apasionante partida que se había extendido más allá de la hora del almuerzo. La mano agarrada al joystick, el índice tembloroso para no dejar de disparar ni un instante. La magdalena, la magdalena.
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