Título original: 金閣寺
Traducción: Carlos Rubio
Año de publicación: 1956
Valoración: recomendable
Cuando surgió la idea de hacer una serie sobre «Ciudades de libro» estuve más que tentado en aprovechar y reseñar algún libro de Murakami, pero claro, mi permanencia en ULAD hubiera podido ser más corta de lo esperada, a juzgar por la opinión que tienen de Haruki mis correseñistas. Así que les libro de tal carga, y también a sus detractores y sus afiladas críticas, que me consta que los hay.
Lanzo un aviso ya de entrada: si no queréis que os destripen el argumento, intentad saber lo menos posible sobre este libro (y esto incluye leer la contraportada del mismo, e incluso sobre la historia en la que se basa). Como ya sabréis, intento no explicar demasiado el argumento de los libros pues, gran parte del placer de leerlos consiste en ir descubriendo la historia a medido que uno se lanza a su lectura. Dicho esto, vamos allá.
El libro narra la vida de Mizoguchi, un joven tímido, inseguro en gran parte a causa de su tartamudez y también por la figura intimidadora de su madre, quien, tras la muerte de su padre ingresa en Kinkaku-ji («Pabellón de Oro»). El joven, quien sentía una profunda devoción por el templo y consideraba, como su padre, que «no había nada en el mundo tan bello como el Pabellón de Oro», se emociona ante tal visita y su inminente ingreso, pero su percepción decae tras verlo por primera vez. Después de haber admirado el templo e incluso soñado con él, el protagonista puede observar detenidamente la belleza del templo con toda su delicadeza, pero con cierto desánimo, pues la belleza no alcanza a la de la imagen que habitaba en su mente. Una vez internado allí, y ante el temor de que la guerra destruya por completo el templo, la imagen que tiene del pabellón en su mente, idealizada, se sobrepone a la imagen real y es capaz de percibir toda la belleza como la había imaginado en sueños, proyectando el deseo de encontrar el pabellón como el más bello del mundo a la propia realidad. La vida de Mizoguchi en el pabellón transita plácidamente hasta que ocurre un suceso en un estado casi onírico que provoca un despertar en su comportamiento, sembrando una semilla de maldad, de forma totalmente involuntaria, sin ser prácticamente consciente de ello. A partir de ahí, y tras establecer una amistad con otro joven, su carácter empieza a cambiar y se adentra en la oscuridad que habitaba, de forma adormecida, en su interior.
Con esta premisa, el libro narra la historia de una obsesión, la obsesión por un templo que bajo la concepción idealizada que de él tiene el protagonista, somete toda su vida a la relación con el templo, de manera buscada o accidental, sintiendo que en ocasiones él posee el templo y en otras que el templo lo posee a él. Y como en toda obsesión, hay sentimientos contradictorios que van primero de la incredulidad y negación a la devoción y ensalzamiento, y una obnubilación de la consciencia que queda inundada por la imagen del templo, con su presencia constante en el imaginario del joven. Así el templo posee su alma, y sabiéndose esclavo de ella sus actos no dejan sino de ser un reflejo de los sentimientos que alberga, que teme y venera, que rehúye y busca. La inseguridad queda compensada, adormecida y abatida por la idealización hacia ciertas personas, pero siempre aflora en aquellos momentos en los que se encuentra delante de la hora de la verdad, y es lastrado por ella a un pozo negro que, abalanzándose de manera intimidatoria y sobrecogedora, cubre sus instintos de huir de ella, sometiéndolo a su voluntad.
Más allá del interés que pueda suscitar el libro, creo que puede ser interesante para aquellos que planteen realizar un viaje a Kyoto, pues además de centrar el peso de la historia en el conocido templo de Kinkaku-ji, el protagonista realiza alguna excursión o menciona otros puntos de gran interés turístico de la ciudad. Así, el libro menciona también otras lugares de interés en Kyoto, como el templo Nanzen-ji (conjunto de edificios monásticos de bonita factura, especialmente su jardín seco, el acueducto y la puerta principal que con 22 metros está entre las tres más altas de Japón respecto a templos budistas, de obligada visita desde el mirador), el templo Kiyomizu (Kiyomizu-dera) y otras menciones puntuales a Ryoan-ji y su impresionante jardín seco y el pabellón de plata Jisho-jo (Ginkaku-ji).
Fuera de Kyoto, el autor también incluye referencias a interesantes lugares en Japón, como Kongo (Kongo-ji), cerca de Yasuoka y que contiene una pagoda de Hidari Jingoro (que a su vez creó la figura del gato dormido en el templo Toshogu en Nikkō (Nikkō-shi) (templo que contiene un grupo escultórico en relieve de los tres monos sabios —Mizaru (見猿), Kikazaru (聞か猿), Iwazaru (言わ猿)— significan «no ver, no oír, no decir»—, famosos últimamente por sus versiones emoji, y de visita obligada también).
En resumen, la novela cumple con creces su función de suscitar el interés necesario para querer leerla y, además, hacerlo con interés creciente hasta su momento final. Y si, de paso, su lectura me ha servido para descubrir la figura de Yukio Mishima y de paso recordar una de las ciudades más bonitas que he visitado, pues bienvenida sea. Os dejo en la reseña la fotografía que hice cuando visité el Pabellón de Oro. El tiempo no acompañó, pero la visita bien mereció la pena. Os la recomiendo.
También de Yukio Mishima en ULAD: El marino que perdió la gracia del mar, Después del banquete, El rumor del oleaje, El sol y el acero, Los años verdes, El Templo del Alba, Nieve de primavera Sed de amor
Lanzo un aviso ya de entrada: si no queréis que os destripen el argumento, intentad saber lo menos posible sobre este libro (y esto incluye leer la contraportada del mismo, e incluso sobre la historia en la que se basa). Como ya sabréis, intento no explicar demasiado el argumento de los libros pues, gran parte del placer de leerlos consiste en ir descubriendo la historia a medido que uno se lanza a su lectura. Dicho esto, vamos allá.
El libro narra la vida de Mizoguchi, un joven tímido, inseguro en gran parte a causa de su tartamudez y también por la figura intimidadora de su madre, quien, tras la muerte de su padre ingresa en Kinkaku-ji («Pabellón de Oro»). El joven, quien sentía una profunda devoción por el templo y consideraba, como su padre, que «no había nada en el mundo tan bello como el Pabellón de Oro», se emociona ante tal visita y su inminente ingreso, pero su percepción decae tras verlo por primera vez. Después de haber admirado el templo e incluso soñado con él, el protagonista puede observar detenidamente la belleza del templo con toda su delicadeza, pero con cierto desánimo, pues la belleza no alcanza a la de la imagen que habitaba en su mente. Una vez internado allí, y ante el temor de que la guerra destruya por completo el templo, la imagen que tiene del pabellón en su mente, idealizada, se sobrepone a la imagen real y es capaz de percibir toda la belleza como la había imaginado en sueños, proyectando el deseo de encontrar el pabellón como el más bello del mundo a la propia realidad. La vida de Mizoguchi en el pabellón transita plácidamente hasta que ocurre un suceso en un estado casi onírico que provoca un despertar en su comportamiento, sembrando una semilla de maldad, de forma totalmente involuntaria, sin ser prácticamente consciente de ello. A partir de ahí, y tras establecer una amistad con otro joven, su carácter empieza a cambiar y se adentra en la oscuridad que habitaba, de forma adormecida, en su interior.
Con esta premisa, el libro narra la historia de una obsesión, la obsesión por un templo que bajo la concepción idealizada que de él tiene el protagonista, somete toda su vida a la relación con el templo, de manera buscada o accidental, sintiendo que en ocasiones él posee el templo y en otras que el templo lo posee a él. Y como en toda obsesión, hay sentimientos contradictorios que van primero de la incredulidad y negación a la devoción y ensalzamiento, y una obnubilación de la consciencia que queda inundada por la imagen del templo, con su presencia constante en el imaginario del joven. Así el templo posee su alma, y sabiéndose esclavo de ella sus actos no dejan sino de ser un reflejo de los sentimientos que alberga, que teme y venera, que rehúye y busca. La inseguridad queda compensada, adormecida y abatida por la idealización hacia ciertas personas, pero siempre aflora en aquellos momentos en los que se encuentra delante de la hora de la verdad, y es lastrado por ella a un pozo negro que, abalanzándose de manera intimidatoria y sobrecogedora, cubre sus instintos de huir de ella, sometiéndolo a su voluntad.
Más allá del interés que pueda suscitar el libro, creo que puede ser interesante para aquellos que planteen realizar un viaje a Kyoto, pues además de centrar el peso de la historia en el conocido templo de Kinkaku-ji, el protagonista realiza alguna excursión o menciona otros puntos de gran interés turístico de la ciudad. Así, el libro menciona también otras lugares de interés en Kyoto, como el templo Nanzen-ji (conjunto de edificios monásticos de bonita factura, especialmente su jardín seco, el acueducto y la puerta principal que con 22 metros está entre las tres más altas de Japón respecto a templos budistas, de obligada visita desde el mirador), el templo Kiyomizu (Kiyomizu-dera) y otras menciones puntuales a Ryoan-ji y su impresionante jardín seco y el pabellón de plata Jisho-jo (Ginkaku-ji).
Fuera de Kyoto, el autor también incluye referencias a interesantes lugares en Japón, como Kongo (Kongo-ji), cerca de Yasuoka y que contiene una pagoda de Hidari Jingoro (que a su vez creó la figura del gato dormido en el templo Toshogu en Nikkō (Nikkō-shi) (templo que contiene un grupo escultórico en relieve de los tres monos sabios —Mizaru (見猿), Kikazaru (聞か猿), Iwazaru (言わ猿)— significan «no ver, no oír, no decir»—, famosos últimamente por sus versiones emoji, y de visita obligada también).
En resumen, la novela cumple con creces su función de suscitar el interés necesario para querer leerla y, además, hacerlo con interés creciente hasta su momento final. Y si, de paso, su lectura me ha servido para descubrir la figura de Yukio Mishima y de paso recordar una de las ciudades más bonitas que he visitado, pues bienvenida sea. Os dejo en la reseña la fotografía que hice cuando visité el Pabellón de Oro. El tiempo no acompañó, pero la visita bien mereció la pena. Os la recomiendo.
También de Yukio Mishima en ULAD: El marino que perdió la gracia del mar, Después del banquete, El rumor del oleaje, El sol y el acero, Los años verdes, El Templo del Alba, Nieve de primavera Sed de amor
Qué bonita reseña Marc!
ResponderEliminarUn saludo muy afectuoso,
Paloma
Muchas gracias, Paloma, por los elogios. Me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarGracias también por comentar la entrada.
Saludos
Marc
Marc, es muy bonita la foto que añades a la reseña. Deberías contar algo más de tu visita a la ciudad!
ResponderEliminarSaludos
Hola, Gabriel. ¡Muchas gracias! La verdad es que no pude dedicar, en la ruta que hice por Japón, tanto tiempo a Kyoto como hubiera deseado (sería muchísimo), pero cualquier minuto pasado en ella vale la pena. Ya no sólo hablo de sus templos, bellísimos, cuidados, delicados, muy diferentes entre ellos, sino también de la propia ciudad, pues la atmósfera que se respira invita a la paz, la calma, y el respeto total por los demás. Sorprende el contraste con Tokio, por ejemplo. Sin duda Kyoto es una de las ciudades más bonitas en las que he estado, por la cultura japonesa siempre educada y respectuosa, pero también por la propia ciudad, pues más allá de sus templos, tiene el barrio de Gion, que con sus calles peatonales, formada por casas bajas con paredes de mareda y sus farolillos de papel en la entrada, es un barrio de ensueño por el que pasearías tranquilamente observando todos sus pequeños detalles que lo hacen único. Vaya, que volvería ya mismo, a pesar del larguísimo viaje.
ResponderEliminarSaludos, y gracias por comentar la entrada.
Marc
Kyoto es una ciudad extraordinaria. Bonita la foto del lago. Me ha recordado un jardín japonés que tienen instalado en el acceso de un hotel turístico próximo, con carpas rojas y doradas. Es bellisimo. Tu artículo es muy bueno.
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