Idioma original: chino
Título original: 肉之土 - Beijing Coma
Año de publicación: 2008
Valoración: Muy recomendable
¿Alguno de vosotros ha tenido ocasión de ver Johnny cogió su fusil, la gran película
antibelicista de los años setenta ambientada en la Primera Guerra Mundial? Lo
que quizá no sepáis es que se basa en la novela homónima de 1939 y que,
curiosamente, fue dirigida por su autor, Dalton Trumbo, siendo esta la única
película en su haber, años después de que Buñuel declinara el encargo y
recogiendo alguna idea de este. Pues bien, Pekín
en coma utiliza un armazón muy similar, aunque los hechos que relata solo
tienen en común la violencia que desencadena el argumento. La angustia que
subyace en el film de Trumbo se convierte aquí en sentido crítico, rebeldía y
voluntad de cambiar las cosas, se localizan en tiempos y lugares muy distintos
y, si no recuerdo mal, las estructura y trama de esta última son bastante más
complejas (me refiero a la película, la novela original no la conozco) debido
tanto a la libertad que proporcionan sus casi setecientas páginas como a la
superposición de hilos narrativos y asuntos diversos. Hay que destacar la
habilidad con que Ma Jian ha adaptado a sus necesidades los hilos principales
haciéndolos confluir en un desenlace glorioso –aunque tristemente previsible– y
el genial recurso de utilizar un narrador que conoce los hechos fundamentales
del pasado y es capaz de observar el presente, si bien de forma limitada, con
una independencia absoluta.
Concretando, estamos ante un novelón con todas las letras y
bajo todos los puntos de vista, aunque ¡cuidado! a algunos les resultará
tedioso. No les culpo, vivir dentro de
una novela no es fácil y Ma Jian nos sitúa ante la plena efervescencia de los
hechos ocurridos en la plaza de Tiananmen de abril a junio de 1989. También nos
introduce en la mente de un hombre en estado vegetativo y nos mantiene allí durante
diez años de ficción de alta calidad. Supongo que lo mejor en estos casos es
tomarse las cosas con calma y disfrutar de la novela el tiempo que sea
necesario, incluso alternándola con otras lecturas. Porque merece la pena
asistir a esa identificación de dos estados comatosos: el de la ciudad de Pekín
(y por extensión el de toda China) y el de un estudiante llamado Dai Wei al que
terminaremos amando sin condiciones si hemos sido capaces de acompañarle
durante su accidentado y apasionante trayecto.
De lo dicho puede deducirse que la acción se desarrolla en
dos momentos que se alternan (encabezados por frases significativas que, bien
aluden al estado físico del personaje apoyándose en su condición de biólogo,
bien recurren a la fantasía contenida en el Libro
de las Montañas y los Mares, su lectura de referencia desde niño), a saber:
el sereno y limitado presente, descrito con toda la precisión posible dadas las
circunstancias y, según se intuye, completado con cierta dosis de fantasía, donde
Ma Jian se desenvuelve como pez en el agua consiguiendo, por muy difícil que
nos parezca a priori, una credibilidad irreprochable. Paralelamente, se nos
cuentan los hechos objetivos que conocemos por la historia, pero con una
cercanía y precisión difíciles de superar.
El marco histórico no se reduce a los sucesos de Tiananmen.
Valiéndose del padre del narrador, nos remontamos a la salvaje represión que
tuvo lugar años antes, cuando se recluyó en campos de trabajo a los disidentes
del régimen sometiéndoles a toda clase de salvajadas, estigmatizando a sus
familias y liberando a unos pocos supervivientes que, tras haber sido
aniquilados como individuos, arrastrarán la etiqueta de derechistas que les excluirá de la vida social y les impedirá encontrar
un trabajo digno.
Antes de colocarnos en primera fila de las revueltas
estudiantiles, Dai Wei nos cuenta las incidencias de su vida universitaria. Con
el tiempo, asistiremos a la primera etapa de las protestas que, teniendo la
plaza como escenario, se produjeron entre 1986 y 1987 y, si bien no lograron gran cosa, se sofocaron
con mucha menos contundencia que las generadas dos años después. Esta vez el
desencadenante fue el fallecimiento de Hu Yaobang, antiguo secretario general
del Partido Comunista Chino y único dirigente que apoyó a los estudiantes en
las anteriores protestas. Lo que se pedía era diálogo, libertad de prensa,
acabar con la corrupción y, en algunos casos, cierto giro político. A lo largo
de esos dos meses, se fueron añadiendo muchos estudiantes de provincias y trabajadores
que reclamaban mejores salarios.
De la mano del narrador, conocemos a los supuestos
organizadores –ya que todos son ficticios– entre los que se encuentra el propio
Dai Wei que desde muy pronto es nombrado jefe de seguridad de la plaza. Se nos
muestra al detalle –y cuando digo detalle no me refiero a lo habitual, aquí vivimos
el día a día con una minuciosidad que a muchos parecerá exasperante– sus menores
movimientos, iniciativas, debates, indecisiones y, en fin, el proceso completo,
huelga de hambre incluida, que concluirá con el terrorífico aplastamiento que
tuvo lugar ese famoso 4 de julio, y que presenciarían las calles aledañas a la
plaza, silenciado desde entonces por las autoridades chinas hasta el punto de
que las generaciones nacidas a partir de esa década ignora ¿por completo? lo
ocurrido. El propio novelista tuvo que exiliarse muy pronto, desde que
comprendió el peligro que corría tras la publicación de su primera obra.
Junto a todo ese magnífico movimiento de masas destaca, por
contraste, la monótona y resignada vida que se desarrolla en el interior del
cuarto de Dai Wei. El convincente proceso psíquico de la madre, las
circunstancias de una existencia tan precaria en todos los sentidos y la
continua vigilancia policial no menoscaban la dignidad del personaje gracias a
la introspección, los constantes toques líricos y ese simbolismo conmovedor que
se concentrará en la figura del gorrión durante el largo y emotivo desenlace,
cuando allá fuera todo es distinto menos la coerción ejercida por el gobierno (“El mundo en el que viví se ha transformado
como harina que ha sido horneada y se ha convertido en pan. He de masticarlo
muy lentamente…”) porque hemos llegado al siglo XXI y China se concentra en
preparar los Juegos Olímpicos. Esas inquietantes y magistrales últimas páginas
rebosan tensión y llegan a estremecer a un lector que observa cómo las dos líneas
narrativas, hasta ahora paralelas aunque conectadas por el omnipresente Dai Wei,
se acercan lentamente formando un arco muy suave que les permitirá confluir en
un punto final común.
"Ahora sé que para llegar al alma tienes que viajar hacia atrás. Pero solo quienes están dormidos tienen tiempo de recorrer ese camino al revés. Los despiertos han de seguir avanzando a ciegas por senderos desconocidos hasta el día de su muerte…”
Maravillosa reseña. De las que te dejan el título y el autor marcado a fuego aunque aún no les conozcas.
ResponderEliminarPor aquí, la novela caerá, no sé cuándo, pero caerá.
De momento, muchas felicitaciones por este trabajo, Montuenga.
Muchas gracias, Diego. Apostaría a que te va a encantar si recuerdas tomártelo con calma.
ResponderEliminarEs una de las mejores reseñas que he leído en ULAD. Felicitaciones Montuenga!
ResponderEliminarPues te lo agradezco, Gabriel. Aunque creo que la clave está en el entusiasmo. Apetece mucho más leer una critica positiva que una llena de reproches, pero en algunos casos es inevitable.
ResponderEliminarGracias otra vez.
Pues no he podido con ella. Me aburre, me saca de la historia para hacerse como comentario de los telediarios, se repite, no sé, hay libros que no me parecen buena literatura, simplemente. Serán otra cosa pero no buena literatura
ResponderEliminarBueno, es cuestión de gustos...
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