Año de publicación: 2017
Valoración: está bien
No es sencillo escribir sobre una ciudad que adoras, sobre todo si esa ciudad no es la tuya: es demasiado fácil caer en la idealización, en la postal exótica o en el tópico turístico. Algo así pasaba en otras dos novelas reseñadas por aquí, que tenían Lisboa como escenario de la acción: La calle de los ángeles de Jon Arretxe y Tren nocturno a Lisboa de Pascal Mercier. Algo así pasa, también, aunque en menor medida, en El rinoceronte y el poeta de Miguel Barrero. De hecho, El rinoceronte y el poeta ha sido definida como una "declaración de amor a la literatura, a Pessoa, a Lisboa". Y eso está muy bien. Lo que pasa es que ese amor debe transformarse en una obra literaria que se sostenga por sí propia, independientemente de lo bonito que sea el objeto amado. Y mira que a mí me gusta Lisboa, ¿eh?
Desde el punto de vista del argumento, El rinoceronte y el poeta se basa en un misterio: el profesor Eduardo Espinosa recibe una escueta carta de un colega, especialista como él en la obra de Pessoa, invitándolo a viajar a Lisboa para una conversación importante. El motivo de esa convocatoria y lo que se desvela en esa conversación entre eruditos no lo voy a contar, para no destripar la novela; y también porque casi es lo de menos: en realidad esa trama literario-detectivesca parece una excusa para que, mientras dura la espera de Espinosa, Miguel Barrero nos cuente cosas sobre Lisboa, sobre Pessoa, sobre el primer rinoceronte que llegó a Europa, desembarcado en Lisboa el 20 de mayo de 1515, sobre Cristóbal Colón, sobre el rey Don Manuel...
No es que estas digresiones sean poco interesantes, de hecho algunas de ellas son bien curiosas, sobre todo las referidas a los rinocerontes, su llegada a Europa y su posterior representacion / mitificación. También muchas de las historias biográficas o literarias sobre Fernando Pessoa resultan atractivas, porque en general casi todo lo que tiene que ver con Fernando Pessoa resulta atractivo. En cambio, otras digresiones están más traídas por los pelos, y el que el narrador repita "recordó Espinosa", "Espinosa pensó", etc., no hace que resulten más naturales: es inevitable pensar que quien recuerda esas cosas no es el personaje, sino el narrador, o mejor, el autor.
Y en cuanto a la representación de Lisboa, aunque por una parte es coherente con la figura del protagonista (un estudioso de Pessoa que visita la ciudad durante tres días, y que por lo tanto recorre solo aquellas áreas relacionadas con el poeta), no deja de resultar llamativo que se limite a barrios y puntos centrales y turísticos: Restauradores, Baixa, Bairro Alto, Alfama, Belém, el eléctrico 28, el cementerio de Prazeres... En ningún momento se visita ni se menciona la Lisboa del día a día, en la que la gente se levanta a las 7.30 de la mañana en un apartamento que apenas puede pagar, coge un autobús hasta los topes durante cuarenta minutos y llega a tiempo de servir cafés y pasteles de nata a los turistas por un sueldo que no llega a los 600€. Y se me dirá: ¡claro, no hay ninguna obligación de hablar de eso! Y contestaré: efectivamente, obligación, en literatura, prácticamente ninguna. Pero es que la otra Lisboa, la de A Brasileira, el Martinho da Arcada y el monasterio de los Jerónimos ya está muy vista; no estaría mal, de vez en cuando, intentar algo nuevo...
Es posible que esté sonando demasiado duro con la novela, y tengo que decir que El rinoceronte y el poeta está bien (de ahí la valoración: "está bien"). De hecho, no le falta mérito al hecho de conseguir mantener una trama basada en que un personaje espera dos días para reunirse con otro, y hablar. Y además está bien escrita, en el sentido de que el estilo está evidentemente cuidado y trabajado, si bien a veces cae en barroquismos y preciosismos excesivos para mi gusto. Un ejemplo, tomado de la primera página de la novela:
Quinientos años después, en una estupenda mañana de agosto en la que el sol doraba los campos y un cielo azul llenaba de optimismo los designios de una tierra condenada, mientras viajaba a bordo de un tren que comunicaba el epicentro de la meseta castellana con la para él bellísima desembocadura del Tajo en el Atlántico, el profesor Eduardo Espinosa pensó en aquel rinoceronte y se preguntó, por primera vez, si su historia podría entretejerse de algún modo con la del poeta a cuyo estudio había dedicado la mayor parte de su vida.Vuelvo a oír una voz (¿de quién?) que dice: pues si no te ha parecido que estas novelas retratan bien Lisboa, ¿cuáles recomiendas? Y aquí, aun corriendo el riesgo de ser tópico yo mismo, tengo que referirme a los más grandes: el Libro del desasosiego del inevitable Pessoa, El año de la muerte de Ricardo Reis de Saramago, buena parte de la obra de Lobo Antunes o de Cardoso Pires, o si nos ponemos históricos, Os Maias de Eça de Queirós... Como se ve, es muy difícil (o así lo veo yo, por lo menos) que alguien que no ha vivido un largo tiempo en una ciudad escriba un gran libro sobre ella. Por mucho cariño que se le coja a un lugar durante una estancia de semanas, días o incluso meses, llegar a comprender el alma de las ciudades, si es que eso existe, lleva mucho más tiempo...
Y la obra de Vergilio Ferreira?
ResponderEliminarSaludos!
También nos mete en el alma de la Lisboa de 1938 la maravillosa "Sostiene Pereira", de Antonio Tabucchi.
ResponderEliminarDespués de Pessoa...es muy difícil hablar de Lisboa. Vaya genio (s)
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