Idioma original: Francés
Título original: Total
Khéops
Año de publicación: 1995
Traducción: Matilde Sáenz
Valoración: Muy recomendable
Nunca he puesto
los pies en Marsella. Aunque esta es una afirmación no del todo cierta, pues
están las películas de Robert Guédiguian. Y los libros de Jean Claude Izzo. Así
que mi cabeza sí ha estado en Marsella, en repetidas ocasiones, enredada en
distintas tramas y acompañando a variopintos personajes. No tengo nada claro si
el día que mis pies y mi cabeza coincidan en Marsella el resultado será gloria
o será infierno, así que sigo tonteando por los buscadores de viajes con
regularidad, sin decidirme, fantaseando con comprar los billetes para pasar
unos días y sus noches por las calles y
rincones con los que Jean Claude Izzo llenó las páginas de sus contados
libros, especialmente la trilogía protagonizada por Fabio Montale, que abrió
este Total Khéops, prosiguió Chourmo (1996) y concluyó Soleá (1998).
Fabio Montale es
un tipo a la deriva, un policía roto en una ciudad tocada, casi hundida. Ni él
ni Marsella pasan por buenos momentos. En la última década del siglo pasado,
los astilleros y los complejos metalúrgicos se vieron abocados al cierre y los
puestos de trabajo que habían sido el imán para miles de proletarios llegados
de humildes islas y riberas mediterráneas se esfumaron. El otro gran pulmón de
la ciudad, los muelles por los que transitaban mercancías de casi cualquier
origen y los barcos de pasajeros que enlazaban con Ajaccio y Bastia o con Palma
y Argel, estaban en el punto de mira de inversores, ávidos del
gran pelotazo que les supondría poder construir en estos centenares de
hectáreas en primera línea.
La urbe blanca,
ocre y rosa, con fragancia a menta y albahaca, con barrios como el Panier,
l’Estaque o la Capelette, donde una amalgama –el pastis provenzal- de corsos,
sardos, napolitanos, griegos, españoles (los espingouin, la contra del gabacho),
magrebíes, armenios y comorenses habían encontrado un lugar donde sobrevivir,
odiarse, soportarse, tolerarse y convivir, con sus acentos, comidas, canciones,
prejuicios y creencias, estaba a punto de dilapidar su idiosincrasia, su
genuina vitalidad; “A Marsella le había
podido la tontería parisina”, al renunciar a su identidad populachera y
portuaria, explica Fabio Montale, el mismo halo que envuelve a los entrañables
personajes -Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan- de
Robert Guédiguian en películas como Las
Nieves del Kilimanjaro, Mi padre es ingeniero, o Marie Jo y sus dos amores entre tantas otras.
“Esa es la historia de Marsella. Su
eternidad. Una utopía. La única utopía del mundo. Un lugar en el que cualquier
persona, de cualquier color, podía bajar de un barco, o de un tren, con la
maleta en la mano, sin un duro en el bolsillo y fundirse en la marea de los
demás”, proclama Fabio Montale, consciente que sus prioridades como policía
se ciñen a combatir la alta delincuencia y mantener el orden en las cites ouvriére, las cites del paro, los barrios del norte, donde el trapicheo, la
frustración y la ira son contenidos y drenados a base de mano dura dispensada
por gendarmes, hampones, mafiosos y fascistas del Frente Nacional.
La trama de Total Khéops –el caos total que cantaban
los raperos de IAM- discurre por una
espiral de crímenes en los que se enzarza el poder mafioso local para reasignar
un nuevo reparto de poder y negocios y enfrenta al inspector Montale con su
pasado, sus renuncias y su incapacidad para trascender su propio encantamiento.
Fabio Montale, alter ego por supuesto del propio Izzo, es el narrador y
protagonista, condición ésta que comparte con Marsella. Y, al igual que en las
películas de Robert Guédiguian, se hace ineludible su luz, el mar, las calas y
playas, las callejuelas y escalinatas, las vistas desde un balcón o una
terracita, las chumberas y los pinares, las comilonas colectivas, los momentos
de desesperación y la celebración de la vida como un goce irrenunciable, pese a
todo. Marsella se exhibe impúdica en estas páginas no ya tan solo por los
detalles minuciosos que aportan verosimilitud a la trama sino también por el
encuadre que proporciona y por ser el hilo que articula la acción, violenta,
despiadada y desesperada.
Desde l’Estaque a
Pointe-Rouge, Jean Claude Izzo traza un retrato realista y delicado de la
bahía, desde los astilleros de Fos-sur-Mer a la penitenciaría de les Baumettes,
del chemin du littorel que pasa por los muelles, como el de le
Joliette donde tiene su despachito Montale a las calles peatonales y
comerciales como saint Ferreol o rincones cotidianos como el puente de piedra
de Fausse-Monnaie o el metálico que salva la rue d’Auberge desde el cours
Lieutaud. Y además, pastis provenzal, le pone música de Paco de Lucía, BB King, Billie Holiday,
Rubén Blades, Paolo Conte, Sabicas o Dizzy Gillespie.
Uno se imagina
dándose un chapuzón en Les Goudes, donde vive Fabio Montale –el antepenúltimo
embarcadero antes de las calas, en el levante de la bahía-, con la misma
fruición que almorzando en una de las modestas mesas del restaurante de Mejean
–en el poniente de la ciudad, donde transcurre La casa junto al mar, el último título estrenado de Guédiguian-, “pues en esta ciudad, pese a todo, a la gente
le gusta vivir, ir de juerga. Cada día la felicidad era algo nuevo, incluso si
al final de la noche la cosa se liquidaba con un severo control de identidad”,
cuenta el dúo Montale&Izzo. Por eso, si por fin resuelvo sacar billetes a la
ciudad blanca, ocre y rosa, estaré convenientemente advertido: “Marsella no es una ciudad para turistas. No
hay nada que ver. Su belleza no se fotografía. Se comparte. Aquí hay que tomar
partido. Apasionarse. Estar a favor o en contra. Estar, hasta las cachas. Y
solo así lo que hay que ver se deja ver”.
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