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martes, 3 de julio de 2018

Ciudades de libro #2 Marsella: Total Khéops de Jean Claude Izzo

Idioma original: Francés
Título original: Total Khéops
Año de publicación: 1995
Traducción: Matilde Sáenz
Valoración: Muy recomendable



Nunca he puesto los pies en Marsella. Aunque esta es una afirmación no del todo cierta, pues están las películas de Robert Guédiguian. Y los libros de Jean Claude Izzo. Así que mi cabeza sí ha estado en Marsella, en repetidas ocasiones, enredada en distintas tramas y acompañando a variopintos personajes. No tengo nada claro si el día que mis pies y mi cabeza coincidan en Marsella el resultado será gloria o será infierno, así que sigo tonteando por los buscadores de viajes con regularidad, sin decidirme, fantaseando con comprar los billetes para pasar unos días y sus noches por las calles y  rincones con los que Jean Claude Izzo llenó las páginas de sus contados libros, especialmente la trilogía protagonizada por Fabio Montale, que abrió este Total Khéops, prosiguió Chourmo (1996) y concluyó Soleá (1998).

Fabio Montale es un tipo a la deriva, un policía roto en una ciudad tocada, casi hundida. Ni él ni Marsella pasan por buenos momentos. En la última década del siglo pasado, los astilleros y los complejos metalúrgicos se vieron abocados al cierre y los puestos de trabajo que habían sido el imán para miles de proletarios llegados de humildes islas y riberas mediterráneas se esfumaron. El otro gran pulmón de la ciudad, los muelles por los que transitaban mercancías de casi cualquier origen y los barcos de pasajeros que enlazaban con Ajaccio y Bastia o con Palma y Argel, estaban en el punto de mira de inversores, ávidos del gran pelotazo que les supondría poder construir en estos centenares de hectáreas en primera línea. 

La urbe blanca, ocre y rosa, con fragancia a menta y albahaca, con barrios como el Panier, l’Estaque o la Capelette, donde una amalgama –el pastis provenzal-  de corsos, sardos, napolitanos, griegos, españoles (los espingouin, la contra del gabacho), magrebíes, armenios y comorenses habían encontrado un lugar donde sobrevivir, odiarse, soportarse, tolerarse y convivir, con sus acentos, comidas, canciones, prejuicios y creencias, estaba a punto de dilapidar su idiosincrasia, su genuina vitalidad; “A Marsella le había podido la tontería parisina”, al renunciar a su identidad populachera y portuaria, explica Fabio Montale, el mismo halo que envuelve a los entrañables personajes -Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan- de Robert Guédiguian en películas como Las Nieves del Kilimanjaro, Mi padre es ingeniero, o Marie Jo y sus dos amores entre tantas otras.

Esa es la historia de Marsella. Su eternidad. Una utopía. La única utopía del mundo. Un lugar en el que cualquier persona, de cualquier color, podía bajar de un barco, o de un tren, con la maleta en la mano, sin un duro en el bolsillo y fundirse en la marea de los demás”, proclama Fabio Montale, consciente que sus prioridades como policía se ciñen a combatir la alta delincuencia y mantener el orden en las cites ouvriére, las cites del paro, los barrios del norte, donde el trapicheo, la frustración y la ira son contenidos y drenados a base de mano dura dispensada por gendarmes, hampones, mafiosos y fascistas del Frente Nacional. 

La trama de Total Khéops –el caos total que cantaban los raperos de IAM-  discurre por una espiral de crímenes en los que se enzarza el poder mafioso local para reasignar un nuevo reparto de poder y negocios y enfrenta al inspector Montale con su pasado, sus renuncias y su incapacidad para trascender su propio encantamiento. Fabio Montale, alter ego por supuesto del propio Izzo, es el narrador y protagonista, condición ésta que comparte con Marsella. Y, al igual que en las películas de Robert Guédiguian, se hace ineludible su luz, el mar, las calas y playas, las callejuelas y escalinatas, las vistas desde un balcón o una terracita, las chumberas y los pinares, las comilonas colectivas, los momentos de desesperación y la celebración de la vida como un goce irrenunciable, pese a todo. Marsella se exhibe impúdica en estas páginas no ya tan solo por los detalles minuciosos que aportan verosimilitud a la trama sino también por el encuadre que proporciona y por ser el hilo que articula la acción, violenta, despiadada y desesperada.

Desde l’Estaque a Pointe-Rouge, Jean Claude Izzo traza un retrato realista y delicado de la bahía, desde los astilleros de Fos-sur-Mer a la penitenciaría de les Baumettes, del chemin du littorel  que pasa por los muelles, como el de le Joliette donde tiene su despachito Montale a las calles peatonales y comerciales como saint Ferreol o rincones cotidianos como el puente de piedra de Fausse-Monnaie o el metálico que salva la rue d’Auberge desde el cours Lieutaud. Y además, pastis provenzal, le pone música de Paco de Lucía, BB King, Billie Holiday, Rubén Blades, Paolo Conte, Sabicas o Dizzy Gillespie.

Uno se imagina dándose un chapuzón en Les Goudes, donde vive Fabio Montale –el antepenúltimo embarcadero antes de las calas, en el levante de la bahía-, con la misma fruición que almorzando en una de las modestas mesas del restaurante de Mejean –en el poniente de la ciudad, donde transcurre La casa junto al mar, el último título estrenado de Guédiguian-, “pues en esta ciudad, pese a todo, a la gente le gusta vivir, ir de juerga. Cada día la felicidad era algo nuevo, incluso si al final de la noche la cosa se liquidaba con un severo control de identidad”, cuenta el dúo Montale&Izzo. Por eso, si por fin resuelvo sacar billetes a la ciudad blanca, ocre y rosa, estaré convenientemente advertido: “Marsella no es una ciudad para turistas. No hay nada que ver. Su belleza no se fotografía. Se comparte. Aquí hay que tomar partido. Apasionarse. Estar a favor o en contra. Estar, hasta las cachas. Y solo así lo que hay que ver se deja ver”.

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