Título original: Heap House
Año de publicación: 2013
Traducción: Lucía Barahona Lorenzo
Valoración: Más que recomendable
Metemos en una coctelera un buen chorrazo de narrativa dickensiana con regusto a distopía steampunk, una medida de Georges Perec y media de Harry Potter. Un par de chorritos de Gerald Durrell y de Roald Dahl (un poco más de éste. si se quiere). Unas gotas de Michael Ende y un destilado de novela de terror, para darle aroma (me refiero a Grady Hendrix, no hay que pasarse y poner, por ejemplo, de King). Se agita todo bien (o se mezcla, yo qué sé, que tampoco soy James Bond...) y después se empapa bien de Downton Abbey o del más añejo Arriba y abajo un terrón de Wodehouse para que se deshaga sobre la mezcla. Sírvase el combinado en vaso largo, adornado con una peladura de Tim Burton para darle color (negro, en este caso) y un par de guindas: una de amor adolescente y otra de crítica social. Paladear con delectación pero sin demasiada demora, porque este cóctel no se puede tomar solo, sino acompañado de otros dos. Eso sí, el disfrute para quien lo beba está garantizado...
En fin, yo casi que dejaría la reseña aquí, pero entiendo que puede ser difícil comprender a qué viene tanta gansada elegir esta forma de hacerla. Así que, para todos y todas ustedes, fieles lectores de ULAD, aquí va el preceptivo resumen resumido: La Heap House del título y donde transcurre esta novela es una inmensa mansión victoriana -no en vano estamos en 1875- situado en una aún mucho más inmensa extensión cubierta de desechos, Iremonger Park, a las afueras de la siempre jubilosa Londres. En ella vive casi la totalidad de a familia Iremonger, que han construido su fortuna, desde el humilde oficio de chatarreros de sus lejanos antepasados, haciéndose con los residuos de la cercana pero a la vez lejana metrópoli. Porque casi ninguno de los Iremonger sale en toda su vida de la mansión, donde viven con toda clase de comodidades aquellos que se consideran de pura sangre -de pura sangre Iremonger, se entiende, pues tienen la costumbre de casarse entre primos-, atendidos por un innumerable ejército de criados y sirvientas, también parientes, pero más lejanos. La división entre las dos castas, que viven, respectivamente, en la parte superior e inferior de la gran mansión parece inquebrantable hasta que llega para servir de criada la huérfana Lucy
Tennan, poco dispuesta a aceptar las reglas sin más ni más. Y que encuentra su reflejo en el inseguro Clod Iremonger, joven miembro de lo más selecto de la familia que vive con el tormento, desde su nacimiento,de ser capaz de oír lo que dicen los objetos... Algo sumamente incómodo y hasta perturbador en esa casa, no sólo porque se yergue en mitad de un extenso basurero -de hecho, la propia mansión se compone de partes de otros edificios, recogidos aquí y allá- sino porque en esa peculiar familia a cada nuevo miembro se le asigna un objeto personal del que no pueden separarse jamás; el de Clod, por ejemplo, es un tapón de bañera universal. Los objetos son en gran medida, como puede verse, el alma, la médula de este libro; mi aplauso, por cierto, a la traductora, que sospecho habrá tenido que consultar un sinfín de diccionarios para poder ofrecernos la nomenclatura correcta de tan variado utillaje.
Con todo esto que he contado creo que ya es suficiente para animar a cualquiera a leer esta novela. Pero es que además puede encontrar un sinfín de personajes peculiares, espacios laberínticos, peligros insólitos, aventuras y romance... Quizás a alguien le pueda alejar la apariencia de novela juvenil que tiene, pero, en mi opinión, no lo es o no sólo (porque también puede resultar, sin duda una estupenda novela juvenil); en todo caso, garantizo, como ya he explicado antes, que se trata de un libro totalmente disfrutable. Su única pega: que estamos ante la primera parte de una trilogía. Ahora mismo ardo en deseos de leer las otras dos...
Nota final: se me olvidaba comentar que en el libro hay multitud de ilustraciones, sobre todo retratos de muchos personajes, realizados por el propio autor de la novela. Todo un plus, creo yo.
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