Año de publicación: 1998
Valoración: Bastante recomendable
La Habana (Cuba). Año 1994, cuarto año de Período Especial, la escasez, la miseria, un modelo que parece derrumbarse (y sigue derrumbándose 30 años después), etc. Esas son las coordenadas espaciotemporales en las que se mueven los textos de Anclado en tierra de nadie. Digo textos, así en general, porque la categoría de "relatos", en la que a priori mejor podrían encajar, no acaba de convencerme. La ausencia del tradicional planteamiento, nudo y desenlace y la falta de una moraleja o una intención más o menos moralizante hacen que, al menos, no estemos ante unos relatos al uso. Serían, más bien, estampas, fotogramas o crónicas más o menos autobiográficas de la miseria y la sordidez, de la cara B de esa Cuba idealizada en folletos turísticos y en determinados círculos intelectuales (¿quién carajo puede entender esa idealización de la miseria?).
Protagonizados por Pedro Juan, especie de Chinaski del trópico, se trata de textos que me atrevería a calificar de "realismo grotesco" (quizá este sea el verdadero realismo y ríanse aquí del realismo socialista), que huelen a sexo, alcohol y mierda, tanto es así que el mismo Pedro Juan llega a decir soy un revolcador de mierda en uno de sus textos. Jineteras, vividores, maltratadores, ron barato y de mala calidad, casas que se caen a pedazos, violencia, sexo, diferentes formas de placer para huir de la frustración... porque el arte solo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Solo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo.
En este sentido, Pedro Juan no se muestra abiertamente crítico con el régimen, en el sentido de mostrar directamente su carácter. Es a través del cinismo y de la crudeza como muestra la realidad cotidiana del país. Y quien quiera entender que entienda.
Dos son los aspectos que más me llaman la atención de Anclado en tierra de nadie: los registros y el ritmo. En cuanto a aquellos, Pedro Juan lo mismo baja a la calle y se sirve un habla popular que es tanto un medio de expresión como una filosofía de vida como que sube a la azotea y es capaz de extraer poesía, sucia y visceral si se quiere, de la abyección; en cuanto a este, la frase breve, el diálogo afilado y la observación punzante son claves para que el ritmo interno de la narración sea vertiginoso.
Así que muy buena impresión la de esta primera parte de la Trilogía sucia de La Habana, pese a su hedor y su decrepitud. O quizá precisamente por cómo nos la muestra.
También de Pedro Juan Gutiérrez en ULAD: Mecánica popular
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