Título original: Eraikuntzarako materiala
Traducción: Lander Garro y Eider Rodríguez
Año de publicación: 2023
Valoración: muy recomendable alto
Las comparaciones son odiosas.
Solamente voy a decir eso. La historia de la literatura dispone de muchos ejemplos de textos sobre muertes de padres o madres. Una situación humana que puede disponer de muchos enfoques, y el tono de esos enfoques, mucha vez, define a un escritor. Porque ante la muerte de un progenitor uno puede oponer un cúmulo de sentimientos que incluirán miedo, rabia, desesperación, nostalgia, por supuesto tristeza. Uno también puede mostrarse ridículo y expresar su rendida e incontestable admiración por encima de toda lógica, porque ningún padre puede ser perfecto aunque uno pueda verlo así. Todas las reacciones son legítimas, pero no siempre canalizarlas a través de la creación literaria tiene porqué dar lugar a una obra inapelable.
Pero yo decía que las comparaciones son odiosas.
Material de construcción no es una elegía ni una postración rendida, ni una colección de frases inconexas de admiración pueril. Es una novela (así se define en su contratapa) que parece contener mucho material autobiográfico. Pero ante todo es una narración magnífica y madura de cómo uno asiste al declive inexorable de un ser querido. Sin lloriqueos y con una descomunal habilidad para trazar diálogos que calan en apenas un par de frases, en puras expresiones propias de personas de a pie, sin pretensión moralizante, sin humor negro gratuito, más bien con una dignísima abnegación, la mostrada por Eider, la hija, que contempla como su padre destruye a fuego lento su vida por el alcoholismo. Que asiste a sus infantiles pretextos para ausentarse y aparecer de vuelta en casa asolado por la borrachera. Con tres vértices, poderosos, pero desiguales, el padre como centro de gravedad, atendiendo el negocio familiar y aprovechando cada resquicio de su jornada laboral para ceder ante su vicio. La narradora, hija que se debate entre la disparidad de sentimientos que esa situación le provoca. La madre, cariacontecida ante la situación y protagonizando fulgurantes destellos en esos chispazos que son los diálogos furtivos, una auténtica joya que aporta vitalidad, credibilidad, ritmo.
Un retrato familiar que podría resultar trágico y cargado en otras manos, pero que en manos de la escritora vasca resulta duro, con pocas concesiones, pero abrumadoramente honesto. Ni lagrimeo ni pornografía emocional a cambio de unos cuantos miles de ejemplares vendidos. Lo que decía de las comparaciones. En un mundo ideal Material de construcción sería un éxito desbordante, estaría alto en las listas, aunque fuera para agradecer ese formidable diálogo interior de la narradora, sin aspavientos, sin desgarro ni necesidad de hurgar en el tuétano del lector, de apelar al sentimentalismo de bazar.
¿La lista de todos los escritores que deberían aprender de este libro? Podéis añadirla en los comentarios.
Otras obras de Eider Rodríguez reseñadas en ULAD: Katu jendea, Un corazón demasiado grande
Estupenda crítica Francesc.
ResponderEliminarConcuerdo totalmente con tu punto de vista sobre el tratamiento de temas luctuosos, muchas veces (como tú bien dices, las comparaciones son odiosas) hablando de otros autores mucho más afamados saco a relucir el tema de la pornografía sentimental; ahora te voy a copiar el de sentimentalismo de bazar, suena exactamente a como lo quiero expresar.
¿Alguna pista sobre el origen del título?
Un saludo compañero
Acabo de empezar el libro.
ResponderEliminarNo entiendo el sentido repetitivo del verbo decir en diferentes conjugaciones.
Soy yo, no cabe otra.
ResponderEliminarSiempre me he declarado fan de ER. Me he leído, creo, todos los cuentos que ha publicado hasta la fecha (en euskera, cual miembro del Congreso)y me parecía una escritora con voz propia y mucho que contar. Así que empecé Eraikuntzarako materiala/ Material de construcción con ese cosquilleo que explicó Clémenceau cuando dijo aquello de que el mejor momento del amor es cuando ella sube las escalera. Supongo que por eso mismo la decepción ha sido aún mayor.
Los personajes. El padre, alcohólico (pero en el fondo muy buena persona, claro). Y poco más sabemos de él. No inspira pena, asco, desprecio, ternura, empatía...no inspira nada más que indiferencia. La madre se limita a decirle una y otra, una y otra vez, a su hija lo borracho que ha llegado el padre a casa. Y a mirar y criticar una y otra vez, una y otra vez, los azulejos de los baños de los restaurantes donde van a comer, por deformación profesional. Ese es todo su poapel en la novela. Ella, la hija, básicamente está triste, muy triste y quiere queree a su padre. Hacia las últimas páginas nos enteramos de que tiene una hermana que vive en México y que solo aparece porque ha pillado el dengue.
La narración. Repleta de tópicos y lugares comunes. El apartemento en Benicassim donde, oh sorpresa, todos son fachas menos ellos y nadie habla con el portero rumano menos ellos. Los empresarios con los que trabaja su padre llevan todos ostentosos anillos de oro y mocasines de piel fina. Vaya. .
Anécdotas que parecen llevarnos a algún sitio y que se quedan en la nada más absoluta. Su padre le enseña a pescar haciendo un agujero en el culo de una botella para que los peces entren en ella y no puedan salir. Un día un vecino le dice que el agujero es demasiado grande y que los peces se van a escapar así que ella se queda muy triste. Hasta aquí la anécdota.
Cuando ya el padre por fin muere de cirrosis (nos explica como unas 20 veces que su madre dice ciarrosis) nos cuenta a lo largo de párrafos y más párrafos, páginas y más páginas, lo triste que se queda ella y lo que le cuesta levantarse de la cama. Eso si, sabemos que su primer orgasmo después de su muerte resulta ser corto y triste, creo. Supongo que será transgresor hablar de esto, yo qué sé.
Tal vez ER haya considerado que la novela se le estaba quedando un poco corta así que sin más ni más decide publicar las cartas que el padre escribía a la madre mientras hacía la mili en Ceuta. Que si hace calor, que si la comida es mala, que si el alferez es un cabrón, que si echa de menos su tierra... vamos de sorpresa en sorpresa.
En fin.