Año de publicación: 2020
Valoración: Recomendable y curiosa en tanto que experiencia literaria. Está bien como ficción
La estatua que tiembla me ha gustado. Y es que Tamara Romero ha escrito una novela tan absorbente como fascinante. Aun así, mentiría si dijera que es perfecta; creo que tiene un margen de mejora (o, más bien, de refinamiento) bastante amplio.
¿De qué trata? Una estudiante de Bellas Artes asiste a las reuniones de una casa abandonada. Allí se discute, los viernes por la noche, sobre el documental Francesca camina hacia el volcán.
Dicho documental introduce uno de los muchos misterios que la obra de Tamara baraja: el retiro al bosque de la cantante "folk" Francesca Apollonia. Además de a tan extraña ermitaña, en estas páginas encontraremos pájaros que se lanzan en picado contra las ventanas, sectarios que visten de blanco, una escultura que emite una vibración casi imperceptible y varias fábulas siniestras.
Permitid que liste las virtudes de la ficción de Tamara:
- Hibrida correctamente géneros y registros dispares.
- Ofrece una original aproximación al "bildungsroman".
- Enfoca adecuadamente temas sugerentes, como el de las amistades ambivalentes.
- Integra, en un mundo realista, ideas la mar de extravagantes.
- Erige atmósferas inquietantes.
- Su prosa, aunque sencilla y en ocasiones algo plana, funciona.
- La voz de la narradora es convincente.
- Marie, Fedora y Francesca resultan fascinantes.
Asimismo, estos son los defectos que, a mi juicio, lastran al conjunto:
- Tamara hace un énfasis desmesurado en ciertos detalles, como si temiera que el lector no fuera a recordarlos por su cuenta. Por ejemplo, que la narradora se obsesiona a rachas, o que los personajes quieren hallar respuestas para volver a la normalidad.
- No todos los enigmas presentan el mismo nivel de sofisticación. De hecho, un puñado de ellos se antojan artificiosos, forzadamente interconectados o tramposos en su planteamiento y resolución.
- Intenta ser un libro sobre el misterio (igual que el extraordinario Picnic en Hanging Rock), pero lamentablemente se queda en libro de misterio.
- Su clímax decepciona, pues es demasiado abierto y, en determinados apartados, acusa falta de planificación.
Puede que esta reseña os sugiera que La estatua que tiembla es una novela sumamente irregular. Y, pese a que algo de verdad hay en eso, la recomiendo, al menos a aquellos a quienes atraiga su premisa. Porque si bien empiezas a verle las costuras una vez terminada, su lectura supone una experiencia única y hechizante a la que yo, personalmente, estoy agradecido de haberme entregado.
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A continuación adjuntamos un pequeño cuestionario que Tamara ha respondido con suma amabilidad:
ULAD: Ya he catado varias cosillas tuyas: un relato compilado en Bienvenidos al bizarro, la "novelette" Los dedos de la bruja, la antología Objeto ancla y la obra que hoy he reseñado. Los dos primeros textos te los han editado, mientras que los dos últimos los has autopublicado. Por lo general, ¿prefieres alguna de las dos opciones?
T.R.: Actualmente prefiero la autopublicación. Me gusta escribir a mi ritmo y en general conservar los derechos sobre mis historias. Tampoco dedico mucho tiempo a la promoción ni me interesan especialmente las redes sociales. Solo escribo la historia que me gusta y la publico. Luego me olvido de ella y me pongo con la siguiente. Colaboro con editoriales cuando me proponen proyectos concretos o me encargan algo que suponga un reto, pero sigo la estela de lo que yo misma leo. Casi todos mis autores favoritos, los que leo actualmente, autopublican sus libros. Creo que es muy factible combinar ambas vías.
ULAD: ¿Vives de la escritura?
T.R.: Ahora mismo no. Para vivir exclusivamente de ello tendría que autopublicar mucho más a menudo, o bien escribir dentro de un género más comercial.
ULAD: ¿Qué consejos darías a quienes se quieran dedicar a este oficio, vocación, "hobby" o cómo quieras llamarlo?
T.R.: Centrarse en lo esencial (escribir y publicar), seguir aprendiendo siempre y no distraerse mucho con lo que rodea a la escritura (promoción, redes o en general lo que hagan otros). También entender que tener lectores suele llevar tiempo (años). Dicho esto, cada uno tiene su propio camino y no acostumbro a dar más consejos que estos. Los «consejos para escritores» también son una industria en sí misma.
ULAD: ¿Crees que existe un público objetivo para tu literatura? Aunque a mí me parece bastante variada, le veo una voz, un registro, un estilo y unos temas muy parecidos.
T.R.: Debe haberlo, no estoy segura. Escribo estas historias para mí misma y comparto la mayoría de ellas porque en los últimos años soy consciente de que hay bastante gente que las lee. Siempre me ha sorprendido que la mayoría de mis lectores sean hombres, pues mis protagonistas suelen ser mujeres poco convencionales. En realidad, lo que más me interesa es conformar un «cuerpo de obra», una colección de novelas y relatos que tengan sentido también en su conjunto. Es decir, que si alguien lee una historia, pueda encontrar otras similares que le gusten. Que una de mis historias le lleve a otra.
ULAD: ¿Te gusta que te encasillen dentro del bizarro? Personalmente, creo que es una etiqueta que no siempre se ajusta a tu producción, tan heterogénea como personal.
T.R.: La primera novela corta que escribí se publicó en una colección dedicada al bizarro. Pero de eso hace más de diez años. A partir de ahí creo que he transitado más hacia el terror. Yo lo llamo «terror tranquilo». Pero las etiquetas me cuestan, me incomodan un poco. Si son útiles para el lector o para un editor, adelante con ello, pero yo rara vez las uso para referirme a mis historias.
ULAD: Tienes una imaginación portentosa. Sin embargo, y ya que casi todo está inventado, ¿alguna vez has leído un libro y pensado: mierda, se parece mucho a esa idea que tuve el otro día?
T.R.: ¡Gracias! No me ha pasado, pero supongo que nadie es tan original. Las ideas y los temas ya están ahí; el estilo es lo personal e intransferible y el motivo por el que volvemos a leer a un escritor en concreto. Es la manera de usar esas ideas la que conforma un estilo, y la que crea lectores, así que eso no es algo que me preocupe mucho.
ULAD: A quienes no te conozcan, ¿qué obra propia les recomiendas? Y a aquéllos a los que nos gusta tu rollo, ¿qué títulos de autores afines compartirías?
T.R.: Recomendaría las últimas, La estatua que tiembla o su hermana espiritual: Respiración de fuego. Objeto ancla si prefieres leer relatos.
Con respecto a otros autores me cuesta hacer recomendaciones, pues leo mucho en inglés y no todo el mundo está por la labor. Me encanta Tanith Lee, que apenas está traducida al castellano. También Andersen Prunty, Jon Athan, C.V. Hunt, Jeff Strand o Amy Cross.
Recomiendo Las cosas han empeorado desde la última vez que hablamos de Eric LaRocca (Dilatando mentes) o algunas obras publicadas por La Biblioteca de Carfax, como Cero de Kathe Koja. En general me interesan mucho los autores que exploran tabús. Los que se arriesgan.
Respecto a autores nacionales, Colectivo Juan de Madre, con quien he colaborado en algunos proyectos, Pilar Pedraza (La fase del rubí es de mis novelas favoritas de siempre) o la última novela de Beatriz García Guirado, Los pies fríos. ¡Pero siempre ando buscando recomendaciones yo también!
ULAD: ¿Cómo definirías La estatua que tiembla?
T.R.: Es la historia de una secta que se forma en torno al visionado constante y compulsivo de un documental sobre una cantante que desapareció sin dejar rastro, y de cómo se abre el camino hasta llegar a ella. Me encantó escribirla. Y luego, en el fondo, habla sobre las amistades que dejamos en el camino. Las que un día, sin que pase nada concreto, se terminan y se quedan en el (buen) recuerdo.
ULAD: ¿Cómo urdiste esta novela? ¿La escribiste sobre la marcha o siguiendo un esquema planificado? ¿Qué referentes empleaste?
T.R.: Escribí la novela en verano de 2019, si no recuerdo mal, y la terminé bastante rápido. No sigo esquemas ni guiones para escribir, solo parto de una idea o de un personaje y a partir de ahí avanzo según me lleve la historia. Me fascinan las historias de gente que desaparece sin dejar rastro y dejan una estela incomprensible a su espalda; como la de Francesca, la cantante desaparecida que se convierte en un mito. Me gustan los artistas que no se exponen, sino que hacen lo contrario, se ocultan. Ese fue mi punto de partida. Y a partir de ahí añadí mis obsesiones recurrentes y habituales: sectas, ermitaños, "found footage" y, en general, hechos que no tienen ningún tipo de explicación lógica.
También de Tamara Romero en ULAD: Los dedos de la bruja, Objeto ancla
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