Idioma original: inglés
Título original: Crossroads
Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino (edición en castellano) y Anna Llisterri Boix (edición en catalán)
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable
Título original: Crossroads
Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino (edición en castellano) y Anna Llisterri Boix (edición en catalán)
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable
Una Tochoweek es la pesadilla de cualquier reseñista acostumbrado a extenderse en las reseñas. Pero este humilde lector no podía falta a la cita, y aquí estamos con el último libro publicado de uno de los grandes novelistas estadounidenses, uno de los autores que siempre constan en la lista de escritores de La Gran Novela Americana (ahí estarían Pynchon, también DeLillo y los ya fallecidos David Foster Wallace y Philip Roth, entre otros). Y es que ambición no le falta a Franzen (tampoco talento), pues este libro de aproximadamente setecientas páginas es el primero de una trilogía de nombre pomposo («A Key to All Mythologies», en referencia a Middlemarch) y que, partiendo de este libro situado en los años 70 le seguirán el segundo donde la acción tendrá lugar a finales de siglo XX para culminar la trilogía con el último volumen ambientado cerca de nuestros días. Pero vayamos a ello, que los temas que trata no son pocos.
Con esta ambiciosa novela, Jonathan Franzen arranca su tour de force sobre las mitologías entendiendo como tales las creencias irracionales con relación a la religión y las creencias personales. Franzen ubica a sus personajes en New Prospect, una pequeña comunidad del Medio Oeste donde Russ es el pastor. Así, la religión los envuelve a todos en su día a día y en sus principios morales, aunque de diferente manera y con diferente calado, pero es indudable que la religión y la ética en el comportamiento humano sobrevuela toda la narración y la engloba y la ciñe en su circunspección. Y el autor busca con ello la confrontación entre ideas y modos de vida descomponiendo su aproximación en los diferentes personajes que conforman la familia Hildebrandt, núcleo de la trama argumental de la novela: el padre, Russ, pastor de una iglesia protestante casado con Marion, pero que siente cierta atracción por Frances, una mujer recién enviudada de la congregación. También están los hijos: Clem, el hijo mayor que vuelve de la universidad, la popular Becky, capitana del equipo de animadoras y la niña de los ojos de su padre, Perry, el hijo postadolescente con gran intelecto pero también con tentaciones poco saludables y cierto aire nihilista y Judson, el pequeño y el gran olvidado. Y, por si personalidades tan dispares no fueran suficiente munición para la batalla ideológica y moral que plantea el autor, además añade a la «fiesta» un rival en la congregación de nombre Rick Ambrose y el ingreso a Encrucijadas (grupo dentro de la iglesia en el que acuden jóvenes) de Becky que coincidirá allí con su hermano Perry. Rick Ambrose con quien Russ choca de pleno, por un episodio pasado que marca su relación a pesar de que «las maneras de orientarse de cada uno se complementaban, las de Ambrose entraban más en el plano psicológico y de calle, las de Russ más en la política y con un sesgo más bíblico». Y claro, todo ello en vísperas de Navidad, en el 1971, en una época donde la moralidad y la ética debían medirse en un mundo poblado de drogas y una guerra del Vietnam que marcaba las vidas de toda una generación.
A partir de las diferencias entre las diferentes personalidades, aparecen las fricciones que dan peso al argumento de la novela, porque no es lo sucede o pasa, sino cómo sucede y cómo lo hace y encaja dentro de la manera de ser de cada uno. Porque Franzen se muestra cómodo en la incomodad de sus personajes, en sus crisis existenciales y personales que el autor va desgranando poco a poco. Así, el ingreso de Perry en el grupo Encrucijadas y su coincidencia con Becky da pie a un enfrentamiento dialéctico entre ambos en la que el autor encuentra perfectamente el tono, pues Perry y su visión nihilista y pesimista, alguien muy inteligente, que «podía ser igual o mejor que ellos. Nadie podría retener en los pulmones una calada más tiempo que él, nadie podía beber más sorbos de alcohol que él sin farfullar, nadie conocía más palabras en inglés»; Perry, con su visión crítica y cínica del mundo, que le lleva a cuestionarse si cuando alguien hace el bien en el fondo no lo hace por un acto de egoísmo pues al sentirse bien consigo mismo (o incluso buscando la vida eterna) obtiene un beneficio propio al hacerlo. Y ese espíritu crítico y directo choca de manera frontal con Becky, la líder, su atractiva hermana que todo el mundo conoce, pues «en New Prospect el nombre de Becky Hildebrandt era mágico en el sentido más estricto, mencionarla era la garantía de que la participación en una fiesta será máxima». Becky, que no soporta a su padre. Becky, que recela de su hermano y en el espacio de confianza y sinceridad que inunda el espíritu de Encrucijadas, un lugar donde se habla desde la sinceridad y el autoconocimiento, le espeta que utiliza a todo el mundo para sus necesidades, que los trata a todos con menosprecio, que «creo que no hay nadie que te conozca realmente. Creo que las personas que creen que te conocen se equivocan. Y tú sabes muy bien cómo utilizarlas».
También está Clem, quien va a la universidad y sale con Sharon, que quiere ser escritora y tiene un hermano luchando en la guerra de Vietnam. Y echa de menos su casa, y especialmente a su hermana Becky con quien tiene una relación muy especial, porque «estar cerca de Becky no le molestaba nunca», porque como «Clem ya tenía a Becky, no se había esforzado mucho en hacer amigos en la escuela», porque Becky y Sharon competían por el mismo espacio en su corazón. Pero, a diferencia de Becky, Clem sí admira a su padre, por sus ideas y sus ideales, y «buscaba la aprobación de su padre, tanto por su ética de trabajo como por sus ideas políticas», pero a la vez compite con él por ella, pues a su padre «parecía que le diera rabia que Clem también fuera amigo especial de ella, que hubiera intentado separarlos y hubiera establecido una relación separada con cada uno de ellos» y siente cierta decepción por él «porque aprovechaba la buena educación de Becky para arrastrarla a pasea con él los domingos, viendo como se separaba de su madre en las actividades de la iglesia y charlaba con las mujeres de otros hombres».
En la figura de Russ, Franzen explora y explota las contradicciones e inseguridades y abunda en el personaje adentrándose a través de sus miserias hasta explorar la condición humana más débil y temerosa. Así, en ciertos pasajes, en la manera de tratar a las mujeres y en la interpretación de las actitudes de ellas hacia su persona y su reacción ante ellas, uno recuerda de manera bastante clara a Hamsun por sus altibajos emocionales que yerran en cada una de las situaciones en las que están sometidos a tensión. Así, a medida que avanza el libro, vemos en Russ una actitud paranoide, hostil y que interpreta las situaciones desde la absoluta incomprensión de quien se ve cegado por el amor y la inseguridad en sí mismo. Justificación y rabia, amor y odio, deseo y hartazgo se funden en una misma relación, a menudo imaginaria, pero a todas luces real en su mente y que se resumen perfectamente al afirmar que «no fue hasta que ella se fue que conectó de nuevo con su deseo. De hecho, pensó, el encuentro difícilmente podría haber ido mejor. Fue una revelación la manera como respondía de forma positiva a su ira y negativa a sus súplicas. Había dado con la clave (…) pero no saber qué pensaba era una tortura».
Todo avanza en un sentido y con cierto ritmo pausado, que va llenando el escenario de pequeñas pinceladas que van conformando el paisaje ideado por el autor hasta que llega Marion y su arrebatador pasado. Ahí algo implosiona y empieza a arrastrar al lector en una caída ininterrumpida hacia una espiral de decadencia moral. Porque claro, nos faltaba Marion con problemas de autoestima debido a un sobrepeso que intenta combatir y que va a terapia para sentirse mejor. Marion que tiene a una hermana llamada Shirley que fue la favorita de su padre, quien se suicidó tiempo atrás y creó en ella un vacío que llenó de rebeldía. Marion, un personaje completo que valdría ya por sí solo un libro entero, dedicado, exhaustivo, porque con Marion llega un retrato de la primera mitad del siglo XX perfectamente retratado entre vendedores de coches, ambiciones artísticas, deseo y aspiraciones, e infidelidades. Marion aporta a la novela desesperación, con un pasado de brotes psicóticos desencadenados tras su relación con un marido infiel pero cobarde, convirtiéndose en la esposa inocente y despechada, a la vez que una amante desesperada, llena de inseguridades y un eterno sentimiento de culpabilidad por todo lo que le sucede en la vida, exonerando a los demás por sus culpas (y pecados) y atribuyéndose a ella misma la causa (y merecimiento) de tales desventuras.
Franzen destaca en la construcción de los personajes, en cómo perfila sus caracteres y los contrapone y los confronta en inteligentes, agudos y mordaces diálogos que demuestran que el autor es bueno justamente en eso: en crear un escenario a partir de ellos, y no al revés. Son los personajes los que ocupan el primer plano y la historia se teje a partir de ellos; y, para que funcione, deben estar bien definidos, con luces y sombras, con defectos y aristas. Y esos choques suceden en múltiples capas, porque no solo se producen entre los diferentes personajes, Perry con Becky, Perry con Russ (pues ve a su padre con Frances y se da cuenta que «ha pillado al viejo en delito flagrante» justamente con la madre de su amigo Larry).
Estructuralmente el libro de divide en grandes capítulos cada uno de los cuales se centra en uno de los miembros de la familia. Así, el autor facilita la empatía del lector hacia sus personajes, pues se adentra en ellos y permite trasladar la visión y personalidad de cada uno de ellos en contraposición con el resto y hay que reconocer que Franzen es muy bueno en la creación de personajes, les otorga una personalidad compleja, con claroscuros e imperfecciones. En Franzen no hay buenos o malos, todos ellos tienen sus puntos fuertes y débiles, sus logros y fracasos y, a pesar de la singularidad y diferencia entre ellos, sí tienen algo en común: no hay malicia en sus acciones o, al menos, no de manera pretendida. Así, las Encrucijadas son aquellos momentos vitales en los que hay que tomar decisiones críticas, se encuentran no únicamente en los caminos que separan los territorios emocionales entre los personajes sino también dentro de uno mismo, donde cada acción, cada pensamiento, cada decisión, es sometida a un proceso interno en el que escoger un camino u otro no es tarea fácil y sí a veces definitiva. Franzen retrata las imperfecciones y contradicciones del ser humano y busca en los roces que generan las múltiples situaciones cotidianas para afilar las aristas que sobresalen y que hieren y lastiman a los demás, y a uno mismo. A través de sus personajes, Franzen toca diferentes temas como el suicidio, la ambición, las inseguridades, las dudas, las infidelidades, la decadencia, la decepción, el deseo… nos habla de drogas, de la religión y la ética y la moral y trata también sobre la culpa y la culpabilidad, sobre los sentimientos que albergamos y que, en ocasiones, hacen que nos creamos responsables y merecedores de lo que nos sucede, para bien o para mal.
Y, en esta extensa novela, Franzen retrata los personajes hasta límites que, en algunos casos, van mucho más allá de lo que la historia requiere. Así, cada uno de ellos podría, de manera individual, ser el protagonista absoluto de la novela. Esto crea un aura de novela completa, de novela perfecta, pero en parte se echa a perder por el exceso. Una novela de setecientas páginas que debe leerse con ritmo pausado para no perder detalle y que sitúa al lector ante un tour de force que en ocasiones le causa la duda de si vale la pena. Y claro, la vale porque Franzen escribe muy bien, pero uno se cuestiona si no hubiera sido mejor pegar algún tijeretazo y hacer una novela más compacta, más centrada, menos amplia y ambiciosa. Es posible que Franzen sea uno de los ultimas grandes novelistas americanos y da la sensación de que pretende demostrarlo en cada uno de sus libros.
Lamentablemente las últimas doscientas páginas del libro no están a la altura del resto, engrandecidas y desdibujadas en una excursión a territorio navajo donde se muestran los excesos de Franzen en ambición de alcance y en desmadre y descontrol. Ahí la novela se diluye entre recuerdos del pasado de Russ y drogas consumidas que en ocasiones parece propio de una novela como Transpotting. Es por ello por lo que la valoración no puede ser más positiva, aunque sí recomendable, pues el libro tiene muchos elementos de interés y el retrato que realiza Franzen de una familia desestructurada y la perfecta caracterización de sus miembros y la incidencia de la religión en todos ellos, merecen por si mismos una lectura que deberá ser, como el propio tamaño apunta, intensa y profunda y que abre boca para una segunda parte de la trilogía que auguro será prometedora e interesante.
También de Jonathan Franzen en ULAD: Aquí
Acabo de empezarlo. Pero eso de que "las últimas doscientas páginas del libro no están a la altura del resto" me inquieta un poco.
ResponderEliminarHola, Álvaro!
ResponderEliminarNo te preocupes mucho por lo de "las últimas doscientas páginas", pues se tratade una opinión personal que puede que no encaje con la tuya. De todos modos, el libro tiene unas setecientas por lo que te quedan unos dos tercios aprox para disfrutar de libro de uno de los grandes!
Espero tu comentario una vez lo termines para ver si coincidimos o, por el contrario, encuentras que ese tramo final está a la altura del resto.
Saludos, y gracias por el comentario.
Marc