Idioma original: inglés
Título original: The delusions of certainty
Traducción: Aurora Echevarría Pérez (ed. en castellano) y Ernest Riera (ed. en catalán)
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable
Título original: The delusions of certainty
Traducción: Aurora Echevarría Pérez (ed. en castellano) y Ernest Riera (ed. en catalán)
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable
Fiel a su carácter analítico, de aprendizaje continuo y entendiendo el conocimiento como algo holístico en el que todo está relacionado, donde las ganas por entender el mundo se inician en uno mismo (a nivel incluso neuronal) para llegar a abarcar al resto de la sociedad en todos sus ámbitos, Siri Hustvedt ha escrito este ensayo partiendo de la autoconciencia, de que las certezas sobre nuestro mundo no únicamente son pocas, sino también limitantes. Porque ya la propia autora afirma, como apunte inicial y para mostrar su intencionalidad que «este ensayo interroga la certeza y aplaude la duda y la ambigüedad, no porque no seamos incapaces de saber cosas, sino porque tenemos que examinar nuestras creencias y preguntar de donde provienen. La duda es fértil porque abre un pensador a pensamientos extraños».
Con este propósito, la autora empieza hablando del cuerpo humano y la dualidad que siempre ha existido entre mente y cuerpo, así como también de los genes, su herencia y sobre la posibilidad con la que las aptitudes adquiridas puedan ser trasmitidas a través de estos, ya modificados a partir de ellas. Hustvedt nos habla sobre lo innato y lo adquirido y nutre el relato de estudios que tratan este aspecto desde posiciones encontradas. La autora nos ofrece como punto de reflexión estudios basados en gemelos para ver cuantos de sus rasgos son heredados y cuantos, adquiridos, pero también nos habla sobre la agresividad y la testosterona en hombre y mujeres y la relación (no probada ni conclusiva) entre ambos conceptos y sobre la capacidad y habilidad de hombres y mujeres en campos como la física y la ciencia.
Superada una primera mitad del libro centrada especialmente en la relación cuerpo-mente a nivel anatómico y donde se tratan temas como la medicina y los efectos psicosomáticos o la neurología (citando a Freud y su “Proyecto” en el campo de la neurología en «un intento de vincular sus conocimientos del sistema nervioso con las cualidades psíquicas y describir una economía de la energía mental») y que considero algo más densa y específica de lo deseable (a veces los ensayos de Hustvedt desbordan y abruman por exceso de profundidad), la autora explora también otros caminos que particularmente encuentro mucho más interesantes, pues nos habla de la relación entre hombres y máquinas, de los avances en inteligencia artificial, de la posthumanidad citando a Hayles quien se cuestionaba «¿Cómo se convencieron los investigadores que los humanos y las máquinas son hermanos bajo la piel? » y termina afirmando que «Shannon y Wiener definieron la información de manera que fuera calculada con el mismo valor sin tener en cuenta los contextos en los cuales estaba imbricada; es decir, la separaron de su significado», algo que ya los propios lógicos hicieron desde la época de los griegos. La autora cita a Wiener quien afirmaba ya en 1950 que sería posible telegrafiar el patrón de un hombre de un lugar a otro, de proyectarlo; un tránsito que consiste, en el mundo moderno, «no en la transmisión de cuerpos humanos, sino en la transmisión de información humana». Hustvedt enlaza esta reflexión hablándonos sobre cómo se ha pretendido que el cerebro se vea como una máquina computacional, sin tener en cuenta características como la sensibilidad, o los sentidos. ¿Hasta qué punto el cerebro puede emularse? Es evidente que sí, si hablamos de puramente cálculo o incluso lógica, pero ¿qué ocurre en las esferas donde las cosas que pensamos no son cuantificables? Porque, «incluso si pudiéramos explicar cada aspecto del cerebro físico en toda su complejidad, el punto de vista en primera persona, la experiencia de estar despierto y consciente y pensando, o durmiendo y soñando, faltaría. La consciencia se ha convertido en un monstruo filosófico y científico».
En este aspecto, Hustvedt habla sobre el fracaso de la inteligencia artificial en el sentido que hace décadas que parecía que lograría simular el comportamiento humano. Pero ya en 2012 Dreyfus afirma en sus ensayos que «la I.A. ha fracasado, porque la mente no es un ordenador que hace operaciones algorítmicas, y por muchas normas y hechos con los que se alimente la máquina, no acabará siendo como nosotros, pues la mente humana no funciona de esta manera» a pesar de que «Deustch está convencido que nos convertiremos en inmortales a través de la computación». Hustvedt incide en el análisis y se cuestiona que «si la emoción tiene un papel importante en el pensamiento, ¿las máquinas llegarán alguna vez a sentirla? (…) ¿Puede una máquina analizar sentimientos como la tristeza a partir de la lógica? ¿Es posible razonar en la vida cotidiana sin sentimientos?».
De esta manera, el ensayo que ha escrito Hustvedt parte de la separación (en caso de que exista) entre cerebro y mente para, a partir de una breve introducción histórica sobre el razonamiento y la lógica, sobre la diferencia entre conocimientos innatos y adquiridos, sobre la genealogía y biología del ser humano, aventurarse en el campo de las emociones y su relación con el cuerpo y la mente, adentrándose en las posibilidades y limitaciones de la inteligencia artificial, no por la falta de desarrollo y avances de la misma sino debido a la complejidad y desconocimiento de cómo somos y por qué sentimos, cómo pensamos y en base a qué lo hacemos, elaborando de esta forma un exhaustivo análisis sobre la condición humana y aquello que nos hace diferentes, originales y no replicables ni simulables. Y el papel siempre clave, siempre decisivo de la cultura en nuestra formación como personas, porque «las ideas tienen que resonar en la cultura».
Como es habitual en Hustvedt, su ensayo está perfectamente documentado e incluye casi cuatrocientas notas biográficas con referencias a gran cantidad de autores, pensadores, científicos y filósofos (que van de Descartes a Cavedish, Pinker, Dawkins, Darwin, Freud, Deutsch, Lovelace, Turing, etc.) que la autora ha sabido sintetizar para dar cohesión a un análisis profundo sobre la mente y el cuerpo, sobre aquello que físicamente somos, pero que tiene extensiones más allá del propio cuerpo en materias etéreas e intangibles, inmateriales, como el razonamiento, las emociones o los sentimientos. Bien es cierto que en este ensayo trata muchos temas (no todos directamente relacionados) y es algo desigual, aunque en su conjunto funciona porque, en su origen, todo viene de nosotros, de nuestro cuerpo, de nuestras creencias y nuestra mente.
Dice la autora que «el razonamiento no es un estado puro de cálculo lógico, sino que está mezclado con la emoción» y acertadamente hace una analogía sobre la traducción automática indicando que «el lenguaje utiliza normas, pero también implica incontables factores inefables que los científicos han sido incapaces de trasladar a un modo computacional. De hecho, si el lenguaje fuera un sistema de signos basados en la lógica, con una gramática universal que se pudiera entender matemáticamente, entonces sí que tendríamos unas traducciones por ordenador preciosas, ¿verdad?».
Fiel a su título y al carácter siempre abierto al aprendizaje de la autora, el libro lanza muchas preguntas que deja sin resolver, y se centra, principalmente, más en la contraposición de ideas enfrentadas que en tomar partido acerca de si una u otra es la acertada. Así, el libro plantea muchas dudas que en ocasiones sirven para constatar que muchas afirmaciones no pueden darse, o al menos no de manera categórica, en campos tan complejos y desconocidos como los relativos al cerebro, el cuerpo, la mente, el alma y la relación entre todos ellos. Así contrapone opiniones enfrentadas sin tomar partido por ninguna de ellas, contribuyendo a la incerteza de que vivimos y que nos permiten enriquecemos con las incertidumbres.
Afirma Hustvedt, en sus páginas finales, que «sé que el pensamiento sutil exige aceptar la ambigüedad, reconocer lagunas en el conocimiento y hacer preguntas que no tienen respuestas fáciles» y cierra el ensayo con una gran reflexión: «Todavía me pregunto por qué la gente está tan segura de las cosas. Lo que parece que comparten es la certeza. Prácticamente todo el resto sigue aún pendiente». Y de ahí la necesidad de libros como el que nos ocupa, pues no únicamente nos proporcionan información sobre lo que desconocemos sino, algo aún más importante, nos impulsan la necesidad de ser conscientes de que el campo a recorrer es mucho y que solo desde la incerteza podremos aprender.
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