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jueves, 5 de marzo de 2020

Biografías lectoras II: Drogas legales

El señor Enrique era el cristalero del barrio, cliente del restaurante de mis padres y, sobre todo, un bon jan. Mi hermano y yo lo teníamos por un abuelo postizo; cuando íbamos a su casa siempre nos abría una lata de berberechos y nos regalaba un manojo de tebeos de los que guardaba apilados en una habitación.

Mi hermano y yo leímos del derecho y del revés todos aquellos tebeos hasta dejarlos requetesobados y sabérnoslos de memoria, y de ahí dimos el salto a los míticos álbumes de Súper-Humor. No fue hasta mucho tiempo después que supimos el motivo de que el señor Enrique tuviera tantísimos tebeos: su única hija había fallecido a los diez años por causa de una grave enfermedad del corazón y el pobre hombre estuvo a punto de perder totalmente la cabeza. Durante décadas, leer tebeos fue lo único que lo mantuvo cuerdo y alejado de sus demonios. 

En mi caso, los Súper-Humor fueron superados por las tiras de Mafalda que me compraba mi madre de vez en cuando y que eran para mí como el comer diario, pero cuando quería darme un festín, entonces recurría a Súper López. Los Súper López los obtenía vía trueque con Raúl, otro niño de primaria interesado en leer mis tiras de Mafalda. Y aunque ambos ansiábamos cerrar el trato nos hacíamos la puñeta todo lo que podíamos por aquello que tan comúnmente sucede en la infancia: cuanto más te gusta alguien, peor lo tratas. Me reía tanto con algunas de aquellas historietas (recuerdo con especial cariño La gran superproducción) que estaba convencida de que no encontraría nada más que estuviera a la altura. Qué atrevida es la ignorancia.

A los once años acudía a clases extraescolares de inglés con otros tres críos de otro colegio. Me hacían un poco el vacío, quizá porque me implicaba más en las clases que ellos o porque la otra chica —con tremenda delantera para su edad— disfrutaba predisponiendo a los otros dos en mi contra. Pero un día coincidimos solo Javi y yo en clase y me habló por primera vez de El pequeño Nicolás. A partir de entonces nos hicimos amigos y empezó a prestarme sus libros para desconcierto del resto.

De ese modo, Mafalda, Super López y El pequeño Nicolás, consolidaron la triada de cabecera que iba a condicionar mi amor por la lectura y, de algún modo, también mi infancia.

Pasaron muchas novelas por mis manos antes de la que marcó mi adolescencia: la vi en un escaparate del barrio y me encapriché porque se titulaba El primer cop que vaig tenir setze anys (La primera vez que tuve dieciséis años) y como yo entonces estaba a punto de cumplirlos, me pareció cosa del destino. La protagonista era una chica judía de clase media de New Jersey, empollona, contrabajista y, sobretodo, con una mirada sensible e irónica que me fundió los plomos. Fue la primera vez que la lectura suscitó en mí un sentimiento de gratitud y me condujo a ese lugar precioso y efímero en el que, por unos momentos, llega uno a reconciliarse con el mundo. Es el libro que más veces he releído con diferencia y aún hoy me conmueve. 

En mi casa apenas había libros que no fueran obsequios de La Caixa o reliquias de juventud de mis padres. Así que cuando salió aquella colección por entregas semanales de Los cien clásicos de la literatura universal, me pareció que la habían hecho pensando en mí. No llegué a leer los cien clásicos pero disponer de ellos contribuyó notablemente a mi bagaje lector. Y lo mejor de todo: allí descubrí El amante de lady Chatterley, una novela que no me canso de reivindicar aún a día de hoy como una gran joya de la literatura que no ha tenido toda la repercusión que merece por haber sido etiquetada en su momento como «literatura erótica». 

Los estudios de arquitectura no dejaban demasiado tiempo para leer ficción y debió ser por entonces cuando desarrollé mi predilección por las novelas de menos de 200 páginas y también por el teatro (La vida es sueño, La filla del mar, Mar i Cel, Terra Baixa, L'Hostal de la Glòria, y un largo etcétera). Y un día entré en la FNAC a curiosear y vi en uno de los estantes una especie de cómic de una tal Maitena (Mujeres alteradas I). Lo abrí y empecé a reírme yo sola, así que lo tuve que comprar para seguir riéndome en el metro. Con el tiempo, me acabé leyendo toda la serie.

Durante la vida adulta siempre he mantenido una serie de tics lectores:
  • Alta volubilidad: momentos de mucha lectura alternados con otros de alejamiento que destino a otras aficiones. Menos desde que estoy en ULAD, donde el proyecto común resulta altamente estimulante.
  • Inversiones de bajo riesgo: poca novela negra, poca ciencia ficción y poco terror (será que con los telediarios ya tengo bastante). Bromas aparte, el hecho de ampliar mis conocimientos en narrativa me ha hecho comprender que nunca hay que dejar pasar la oportunidad de leer una BUENA novela, con independencia del género con el que comulgue.
  • Inesperada tendencia anglofílica: en general y sin que tenga que tener demasiado sentido, sí he observado que los textos, las voces y los conflictos de las obras de autores ingleses y americanos me llegan mucho más que las obras (excelentes, por qué no) de muchos autores latinoamericanos o patrios. Y eso que estoy a merced de los traductores.
  • Desapego cochino: si una lectura no me convence, cierro el libro y hasta nunqui.
Pero en todas las etapas de mi vida, fueran más o menos lectoras, las sensaciones y las enseñanzas de los libros ya leídos se han quedado conmigo para siempre: la entrañable y excéntrica familia Leary de El turista accidental, las aventuras y desventuras de la sirena de José Luis Sampredro (La vieja sirena), la irónica amargura de los relatos de Dorothy Parker, el desencanto de Las hermanas Grimes, la absoluta genialidad de algunos pasajes de Expiación, la mirada y la voz de Delphin de Vigan… lecturas todas ellas que han enriquecido enormemente mi mirada personal hacia el mundo y que me han aportado una serenidad interior y un bienestar emocional e intelectual difícilmente alcanzable por medios legales. 

Todos esos momentos de gratitud lectora que tan bien reconocemos, en los que logramos que los demonios se queden fuera, a menudo me recuerdan la lucha por mantener la cordura que sostuvo toda su vida nuestro querido señor Enrique: cristalero del barrio, abuelo postizo y mecenas de nuestras primeras lecturas, al que aprovecho para rendir este pequeño homenaje.

15 comentarios:

  1. Salió tu vena de narradora genial que parte de estructuras arquitectónicas para crear relatos entrañables. Enhorabuenas mil!!

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  2. Muchas gracias, Montuenga. Está escrito de corazón.
    Un abrazo.

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  3. Hola, compa!!

    Dos cosas que me han resultado curiosas de tu bio y que aparecen en la frase "En mi casa apenas había libros que no fueran obsequios de La Caixa o reliquias de juventud de mis padres".

    La primera es que la casa de la infancia siempre será "mi casa" (a mi tb me pasa).
    La segunda es que, al igual que en la mía, en casa tampoco había apenas libros. Eso me lleva a preguntarme cuánto de cierto hay en eso de que los niños leen más si sus padres lo hacen y cosas por el estilo. En nuestro caso, parece que fuimos una excepción. ¡A ver qué pasa con las que nos siguen!

    Y nada, que está quedando una semanica de lo más apañada!

    Un abrazo

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  4. Ey, Koldo!
    No tengo ninguna duda de que casa de mis padres era "mi casa" cuando narro en tiempo pasado, pero si narrara en presente diría "su casa" y ellos se lamentarían y dirían "¡pero si también es tu casa!". En fin... XD
    Y sí, eso de que los niños leen si tú lees es relativo. Mis padres fueron de esa generación que no tuvo estudios pero que se partió el lomo para que sus hijos los tuviéramos y cualquier frase que yo empezara con: "quiero aprender a" o "quiero leer tal libro" siempre se respondía con un SÍ rotundo. No creo que seamos una excepción, nacimos gustándonos los libros (tiene que haber un gen) y nos importó tres pepinos lo lejos que hubiera que ir a buscarlos. Si Mahoma no va a la montaña...
    Y a mí también me está gustando mucho cómo está quedando la semana de Biografías. Somos reseñistas pero también somos personas! Ja ja ja!
    Un abrazo, compi.

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  5. Gracias Beatriz por tan extraordinario articulo estoy empezando a leer un libro de Updike.. Casate conmigo.. Os gusta John Updike.
    Pregunta tb para koldo.. Mayor Thompson

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  6. No he leído a Updike. Mis lagunas en narrativa norteamericana son tremendas

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  7. Anónimo, por un momento pensaba que me estabas pidiendo matrimonio veladamente XD
    No he leído a Updike. Otro para la lista. Maldito sea...
    Gracias por comentar.

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  8. Pues sí, está resultando agradable la semana de conocimiento de las personas que cada día nos orientan sobre lecturas.Muchas gracias.
    Saludos

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  9. Gracias a ambos este libro casate conmigo se lee estupendamente. Mayor Thompson

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  10. Muy bello relato, Beatriz. Quien no ha tenido un Don Enrique en su vida, que nos introdujera en la lectura, la pesca o la indigestión con buñuelos fritos?

    Veo que tu vida como lectora está marcada por dos argentinos, el genial e inigualable Quino, padre de Mafalda, y Maitena, una señora encantadora cuyos libros nunca leí.

    Y me sumo a otros comentaristas en felicitaros por la iniciativa. Es muy gratificante conoceros un poco más!

    El Puma

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  11. Hola, Beatriz:
    Tu biografía lectora es entrañable, y nos deja ver cómo los libros que te han marcado han ido ligados a alguien especial de tu vida, ya fuera por recomendaciones o por lecturas compartidas. Al mismo tiempo, refleja una vida que ya me temo que no existe: esa vida de barrio donde los vecinos llegaban a ser familia, donde los niños eran un poco de todos y el trueque estaba a la orden del día. Lo de los tebeos creo que lo compartimos todos los que fuimos niños en esa época; los Super Humor, los Super López, todo Bruguera, hasta Candy Candy tenía yo.

    Respecto a los padres, no tengo ninguna duda de que la "culpable" de mi vicio lector es mi madre, que, con paciencia infinita, leía conmigo ¡novelas enteras! Las leíamos entre las dos en la cama, antes de ir al colegio, nos llevaba a la biblioteca, a museos, leía nuestros libros de texto "para aprender"..Fue la que me hizo conocer a los filósofos españoles del siglo XX: Unamuno, Gregorio Marañón, etc..y me hizo amar la literatura española clásica, la poesía y a los sudamericanos (Lezama Lima, Pablo Neruda, etc..)
    Tanto mi padre como ella tienen muchos libros, colecciones enteras que cuando voy de visita me sigo leyendo, porque, además, tienen gustos totalmente opuestos y hay donde elegir. Lo de mi padre era ir al rastro, a la cuesta de Moyano, nos llevaba a los sitios más raros y polvorientos imaginables, y de ahí surgió mi vena de trapicheadora de libros.

    Siento haber soltado este rollo, pero me parece digno de mención que ellos sí eran muy lectores, totalmente autodidactas y en un entorno nada propicio para ello.
    Mi hermano, sin embargo, no es nada lector. Quién sabe dónde reside el misterio.

    "El amante de Lady Chatterley" es una joya a la que no se le ha dado el reconocimiento que se merece, totalmente de acuerdo. La leí hace un par de años y me pareció espectacular, atrevida, sincera, conmovedora, y muy adelantada a su época.

    Para acabar, está siendo un placer leeros esta semana, y al leer tu biografía no dejo de pensar: "por favor, por favor, otra reseña de cubiertas" ;)

    Saludos y a cuidarse. Estás para como para casarte contigo

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  12. beatrizrodriguezsoto,
    Gracias a vosotros por estar siempre ahí.
    Un abrazo.

    Puma
    Maitena me ha regalado grandes momentos con su mirada afilada del universo femenino.
    Gracias por comentar.

    Antonieta
    Nosotros felices de veros disfrutar. En eso somos como las abuelas abnegadas.
    Un abrazo.

    Lupita
    Desde luego que cada casa es un mundo. En ese sentido fuiste una privilegiada y supiste sacarle provecho!
    Para mí, "El amante de Lady Chatterley" es una de esas novelas que releería una vez al año si no fuera tan poco de releer. Lástima que ya esté reseñada en ULAD.
    "Estás como para casarte contigo". Sin duda, esta es mi semana! XD
    Un abrazo!

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  13. Copio y pego el comentario de Montuenga. Felicitaciones por tu manera de escribir.

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  14. Muchísimas gracias, Diego.
    Me alegra que lo hayas disfrutado.
    Un abrazo.

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