Título original: Doktor Murkes gesammelte Schweigen und andere Satiren
Traducción: Carmen Ituarte
Año de publicación: 1958
Valoración: Entre recomendable y Está bien
Heinrich Böll siempre me ha parecido un autor raro, con talento natural para contar historias o plantear una situación, pero con una prosa a la que no acabo de coger el punto, que me produce cierta sensación de descuido, o que quizá contiene alguna singularidad que obstaculiza su traducción. Esa sensación me quedó con Opiniones de un payaso y, sobre todo con El honor perdido de Katharina Blum. Aun así me sigue pareciendo un escritor interesante, con capacidad para adentrarse en asuntos diversos y jugar con variedad de enfoques y, quizá un poco por salir de dudas, me he decidido a sondearlo por una vertiente algo diferente de la habitual: el relato corto.
La pequeña colección que se esconde tras el atractivo título de Los silencios del Dr. Murke incluye cinco relatos de entre veinte y cincuenta páginas, de temática variada y que tienen en común apenas dos elementos. El primero, a veces bastante difuso y otras más manifiesto, es la voluntad de escrutar el comportamiento humano forzando las conductas hasta bordear lo inverosímil. El segundo, el humor, fino pero despiadado, eficaz, irónico, que provoca la sonrisa y, lejos de emborronar el argumento, lo refuerza. La combinación de estos elementos podría llevar a pensar en la caricatura, pero no es así en absoluto. El humor no es un medio de ridiculizar a esos personajes que se enrocan en actitudes extravagantes, sino para enfatizar la anomalía social que reflejan.
Los dos primeros relatos son en mi opinión los más logrados. Los silencios del Dr. Murke cuenta los problemas de un joven brillante que trabaja en la radio. Un conocido conferenciante (una especie de filósofo mediático que discursea por las ondas) ha decidido, en su evolución ideológica, sustituir la palabra 'Dios' en todas sus grabaciones, y la ingrata tarea es asignada a Murke, que la desarrolla con tanta desgana como profesionalidad. En el curso del penoso trabajo –literalmente, un corta-pega de cintas magnéticas- sabemos que Murke colecciona precisamente recortes de grabaciones, pequeños trozos sobrantes en los que solo se escuche el silencio. El relato es una reflexión amarga y sutil sobre la vacuidad de ciertos discursos y el valor de la pausa y el silencio.
No solo en Navidad tiene un aire más delirante: una mujer enloquece, y la única forma de calmarla es repitiendo cada día el ritual de componer el árbol de Navidad con las mismas figuras, cantando los mismos villancicos y comiendo los mismos dulces. Las tradiciones más firmemente arraigadas en la sociedad son el primer objetivo del bisturí de Böll, pero no el único: los allegados de la loca deben poner especial dedicación en la absurda tarea, pero no todos adoptarán la misma actitud, el paso del tiempo pondrá en peligro la imaginativa solución y será necesario improvisar remedios cada vez más disparatados. Mucho humor para manejar un asunto bastante doloroso y crítica tangencial aunque mordaz a la familia y a la Iglesia.
En estos dos excelentes relatos desaparecen las dudas que planteaba al principio sobre Böll. No sé si por la brevedad de los textos o por tratarse de una obra relativamente temprana, el caso es que el autor alemán se muestra equilibrado y cristalino, con el punto justo de sarcasmo y sin las zonas opacas que le detectamos en otras ocasiones. Si acaso se le puede achacar otro de sus tics habituales, el exceso de personajes no siempre justificados, aunque en este caso tampoco entorpece la fluidez del relato.
El cuento que cierra el libro, El destructor, se mueve en registros parecidos al Dr. Murke. En esta ocasión es un tipo que descubre los beneficios de destruir, de forma científica y sistemática, el gran volumen de documentación inservible que llega a una empresa. Como trabajador de apariencia corriente en cuyo interior palpita algo insólito, el personaje recuerda ligeramente al Bartleby de Melville, y en una segunda capa se perciben dardos certeros hacia las formas de producción capitalistas, el consumo y la alienación. Temas que también toca, de forma más explícita y con menos finura en Algo va a pasar.
Porque, al margen de que nos convenzan más o menos su estilo o su manejo de la estructura narrativa, Böll es sin duda un autor absolutamente identificado con su tiempo y sus circunstancias (Alemania, y las décadas siguientes a la postguerra), crítico con la sociedad y alerta ante los riesgos: la soledad, el poder de los medios y del capital, la deshumanización, la regresión política. La desconfianza respecto del poder real de los nazis y su posible vuelta al poder es precisamente el tema de Diario en la capital, en mi opinión el más oscuro (y menos afortunado) de los relatos, seguramente porque Böll recurre a la dispersión de voces y fragmentación narrativa que mucho más tarde volvería a utilizar en Katharina Blum. Aunque ciertamente, si a nivel literario el relato resulta discutible, los peligros que dibuja no pueden resultar más actuales medio siglo después.
Como ocurre con frecuencia con los libros de relatos, se trata de un volumen algo irregular, con algunos textos realmente notables, que tiene la virtud de plantear –a veces con fortuna, otras menos- temas interesantes y muy pegados a la realidad social, desde luego de la época en que se escribieron, pero también, en una proporción alarmantemente elevada, de estos tiempos afilados en que los leemos.
Otras obras de Heinrich Böll en ULAD: Opiniones de un payaso, El honor perdido de Katharina Blum, Pero ¿qué será de este muchacho?
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