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domingo, 21 de abril de 2019

Nikos Kazantzakis: Cristo de nuevo crucificado


Idioma original: Griego
Título original: Ο Χριστός Ξανασταυρώνεται
Año de publicación: 1950
Traducción: Selma Ancira
Valoración: Está bien

Nikos Kazantzakis fue un escritor obsesionado y tenaz. Su empeño era que su escritura influyese, empujase y transformara a sus coetáneos y especialmente a sus compatriotas, los griegos de la primera mitad del siglo XX. Así que buena parte de sus novelas desprenden un afán evidente de servir de espejo, de reflejar la realidad social y moral a la vez que pretenden alentar la toma de conciencia individual para empujar a la acción colectiva. Desde luego, la figura de Nikos Kazantzakis (Heraclion, Creta, 1883 / Friburgo de Brisgovia, Alemania, 1957) se mantiene muy viva en la sociedad griega actual, aunque quizás sus anhelos e ideales de fraternidad, ambición humanística y pureza espiritual no parezcan disfrutar de tanta consideración.

Concebida después de su libro más recordado, Zorba el Griego, Kazantzakis redactó Cristo de nuevo crucificado entre 1948 y 1949, ya instalado en Antibes, en la Provenza francesa, y la novela se publicó primeramente en Suecia y después en Holanda. Una vez derrotada la Alemania nazi en la II Guerra Mundial -y por tanto expulsada también de Grecia, donde dejó un rastro especialmente cruento- los griegos se enzarzaron a su vez en una demoledora Guerra Civil y según explica su esposa Eleni en sus memorias El disidente, Nikos Kazantzakis dudaba en cómo implicarse pues “no sabía que proponer a ese pueblo que ama y que una clase corrompida y rapaz va de nuevo a explotar sin decoro”. Enfebrecido y con un raro proceso de hinchamiento del labio y el rostro, episodio que también le acontece al protagonista de la novela, esas fueron las circunstancias que acompañaron a Nikos Kazantzakis en la redacción de la novela, que tiene mucho de fábula ejemplarizante.

Cristo de nuevo crucificado está ambientada en 1922 en una aldea griega de la Anatolia otomana, poco antes en términos históricos del desenlace de la enésima guerra entre griegos y turcos que acabó en la diáspora de millón y medio de griegos que durante siglos habían tenido su hogar en el Asia Menor. Sin embargo, la novela no recoge este encontronazo, o apenas lo hace como un runrún de fondo. Kazantzakis pone el foco no en el enfrentamiento entre unos y otros si no en el conflicto interno que estalla dentro de la propia comunidad helena y cristiana. La trama echa a andar cuando cuatro jóvenes vecinos del pueblo son escogidos como de costumbre para las representaciones de Pascua. Movidos por idealismo o por la pureza de sus creencias, deciden transformar su elección en acicate para exigirse un mayor nivel de cumplimiento de su fe religiosa. Por supuesto, el conflicto con las rutina social, con el devenir cotidiano de la comunidad y con los intereses de los más poderosos de la aldea –el poder político y el económico, aunque también claro está el religioso- estalla de inmediato, que una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo, como todos sabemos. La llegada de un grupo de refugiados –tan griegos y cristianos como ellos- desalojados de su comunidad y en un estado material deplorable, radicalizará las posiciones y el enfrentamiento. Y se hace inevitable mientras van cayendo estas páginas pensar en los refugiados sirios que –casi cien años después- han vuelto a verse obligados a huir por estos mismos caminos. 

Así que en la aldea de Likóvrisi vuelven a verse las caras y a medir sus fuerzas dos maneras de ver el cristianismo y, por extensión, la vida. Una, sustentada en cuatro pilares sagrados; la fe, la patria, el honor y el patrimonio. Otra, que se identifica con un Cristo pobre y perseguido, que llama a las puertas y no encuentra quien le abra. Un Cristo descalzo que mira los cuerpos hambrientos, las almas oprimidas y alza su voz clamando justicia. Obviamente, a la cúpula de la Iglesia Ortodoxa Griega no le complació en absoluto la novela, y la publicación poco después de La última tentación de Cristo le deparó a Nikos Kazantzakis la excomunión de por vida. Por cierto, al igual que Martin Scorsese llevó al cine en 1988 La última tentación…, también hay versión cinematográfica de Cristo de nuevo crucificado, dirigida por Jules Dassin en 1957 con Melina Mercuri en el reparto y rebautizada como El que debe morir



La novela, reeditada recientemente en castellano con traducción de la mexicana Selma Ancira, que es garantía de rigor y pulcritud, adolece para mi gusto de aristas, de profundidad, de veracidad en definitiva, pues los personajes y sus posicionamientos se me antojan demasiado previsibles y maniqueos, a veces cayendo incluso en la caricaturización. Quizás el autor buscaba en su momento calar en los lectores más sencillos y seguramente lo consiguió, aunque este tono de fábula moralista hace que la historia no haya envejecido demasiado bien; desde luego, la displicencia con la que Kazantzakis trata (o maltrata) a las mujeres tampoco ayuda. Al final queda esa manera tan personal y persistente en el autor de describir y ahondar en el desgarro espiritual y metafísico por entender qué hacemos aquí y cómo deberíamos comportarnos: “pero el cielo le pareció muy alto esa noche, muy alejado del hombre, mudo, indiferente, ni amigo ni enemigo, y se aterró”. Nikos Kazantzakis sigue reposando hoy en una humilde tumba en uno de los bastiones de la muralla que rodea Heraclion, la capital de Creta, en la que se puede leer este epitafio: "No espero nada, no temo nada. Soy libre”. 

Otros libros de Nikos Kazantzakis (también transcrito como Nicos Casandsakis) en Un libro al día: Zorba el Griego, El capitán Mijalis

9 comentarios:

  1. El Unamuno griego parece no?
    Saludos!

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  2. Pues ya podría ser, aunque reconozco que he leído más al cretense y apenas al bilbaino.

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  3. Habrá que leerlo, aunqur me tienta más "Zorba, el griego".

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  4. Sólo a vosotros se os podía ocurrir reseñar un libro con este título uno de los días más importantes para los cristianos, el sagrado Domingo de Resurreción... seguro que os creéis muy modernos ¡Irreverentes! ¡Descastados! ¡Comecuras!

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    1. Que soy yo, eh, que es broma... ; )
      Muy interesante el libro y la reseña, compañero y muy buena la aportación biblionecrófila, que yo te agradezco en especial...
      Un saludo.

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  5. Hola Carlos,!, Tú reseña me recordó el libro de Milka Waltari “ El Ángel Sombrío” .

    Si habrá lectores que les interese lo sucedido en Constantinopla desde diciembre de 1452 hasta un par de días después de la caída de la ciudad. Constantino XI acababa de instaurar la unión de los dos credos cristianos, para deshonra de gran parte de la población bizantina. Para muchos, el emperador se había plegado ante el papa de Roma y había traicionado la fe de Oriente, hasta el punto de que muchos preferían pactar con Mehmed II antes que seguir viviendo en una ciudad pagana y llena de latinos (venecianos y genoveses sobre todo) latinos y griegos,quienes sobreponían sus riquezas y derechos comerciales a la seguridad y bienestar de la población de Constantinopla.
    Etc. Etc.......
    Un libro que nunca se olvida.

    Saludos! Y seguir adelante!

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  6. Hola Lucas: Creo que sí, que "Zorba" tiene mayor recompensa.
    Hola Marcela: Gracias por la pista, la desconocía y la seguiré.
    Hola Juan: La biblionecrofilia parece un filón muy prometedor. Un casto y dominical abrazo, hermano.

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  7. Hola Carlos,

    Ha querido la casualidad que esté inmerso en la lectura de este libro (llevo poco más de la mitad). Me está gustando aunque, coincido con la reseña, los personajes son bastante simples y el tono caricaturesco es muy evidente en algunos momentos (las descripciones de los cuatro notables del pueblo son un claro ejemplo). El toque de fábula también está muy presente; de hecho, la descripción del pastor Nikolio me ha hecho pensar en un fauno.

    Parce ser que el autor admiraba la figura del Cristo evangélico pero despreciaba a sus representantes sobre la tierra, de ahí los problemas que tuvo con la iglesia, como bien comentas.

    Un saludo,

    Txus

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  8. Hola Txus,

    Coincido con lo que explicas. Es curioso, a veces ponemos y argumentamos pegas pero, sin embargo, el regusto que nos va dejando la lectura es amable. Gratificante. Esa es mi sensación una vez leída la última página.

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