Idioma original: Griego
Título original: Ο Χριστός Ξανασταυρώνεται
Año de
publicación: 1950
Traducción: Selma
Ancira
Valoración: Está bien
Nikos Kazantzakis
fue un escritor obsesionado y tenaz. Su empeño era que su escritura influyese,
empujase y transformara a sus coetáneos y especialmente a sus compatriotas, los
griegos de la primera mitad del siglo XX. Así que buena parte de sus novelas
desprenden un afán evidente de servir de espejo, de reflejar la realidad social y moral a la vez que pretenden alentar la toma de conciencia individual para
empujar a la acción colectiva. Desde luego, la figura de Nikos Kazantzakis
(Heraclion, Creta, 1883 / Friburgo de Brisgovia, Alemania, 1957) se mantiene muy viva en
la sociedad griega actual, aunque quizás sus anhelos e ideales de fraternidad,
ambición humanística y pureza espiritual no parezcan disfrutar de tanta
consideración.
Concebida después
de su libro más recordado, Zorba el Griego, Kazantzakis redactó Cristo de nuevo
crucificado entre 1948 y 1949, ya instalado en Antibes, en la Provenza
francesa, y la novela se publicó primeramente en Suecia y después en Holanda.
Una vez derrotada la Alemania nazi en la II Guerra Mundial -y por tanto
expulsada también de Grecia, donde dejó un rastro especialmente cruento- los
griegos se enzarzaron a su vez en una demoledora Guerra Civil y según explica
su esposa Eleni en sus memorias El disidente, Nikos Kazantzakis dudaba en cómo
implicarse pues “no sabía que proponer a ese pueblo que ama y que una clase
corrompida y rapaz va de nuevo a explotar sin decoro”. Enfebrecido y con un
raro proceso de hinchamiento del labio y el rostro, episodio que también le
acontece al protagonista de la novela, esas fueron las circunstancias que
acompañaron a Nikos Kazantzakis en la redacción de la novela, que tiene mucho
de fábula ejemplarizante.
Cristo de nuevo
crucificado está ambientada en 1922 en una aldea griega de la Anatolia otomana,
poco antes en términos históricos del desenlace de la enésima guerra entre
griegos y turcos que acabó en la diáspora de millón y medio de griegos que
durante siglos habían tenido su hogar en el Asia Menor. Sin embargo, la novela
no recoge este encontronazo, o apenas lo hace como un runrún de fondo. Kazantzakis
pone el foco no en el enfrentamiento entre unos y otros si no en el conflicto
interno que estalla dentro de la propia comunidad helena y cristiana. La trama
echa a andar cuando cuatro jóvenes vecinos del pueblo son escogidos como de
costumbre para las representaciones de Pascua. Movidos por idealismo o por la
pureza de sus creencias, deciden transformar su elección en acicate para
exigirse un mayor nivel de cumplimiento de su fe religiosa. Por supuesto, el
conflicto con las rutina social, con el devenir cotidiano de la comunidad y con
los intereses de los más poderosos de la aldea –el poder político y el económico,
aunque también claro está el religioso- estalla de inmediato, que una cosa es
predicar y otra muy distinta dar trigo, como todos sabemos. La llegada de un
grupo de refugiados –tan griegos y cristianos como ellos- desalojados de su
comunidad y en un estado material deplorable, radicalizará las posiciones y el
enfrentamiento. Y se hace inevitable mientras van cayendo estas páginas pensar en
los refugiados sirios que –casi cien años después- han vuelto a verse obligados
a huir por estos mismos caminos.
Así que en la
aldea de Likóvrisi vuelven a verse las caras y a medir sus fuerzas dos maneras
de ver el cristianismo y, por extensión, la vida. Una, sustentada en cuatro
pilares sagrados; la fe, la patria, el honor y el patrimonio. Otra, que se
identifica con un Cristo pobre y perseguido, que llama a las puertas y no
encuentra quien le abra. Un Cristo descalzo que mira los cuerpos hambrientos, las
almas oprimidas y alza su voz clamando justicia. Obviamente, a la cúpula de la
Iglesia Ortodoxa Griega no le complació en absoluto la novela, y la publicación
poco después de La última tentación de Cristo le deparó a Nikos Kazantzakis la
excomunión de por vida. Por cierto, al igual que Martin Scorsese llevó al cine
en 1988 La última tentación…, también hay versión cinematográfica de Cristo de
nuevo crucificado, dirigida por Jules Dassin en 1957 con Melina Mercuri en el
reparto y rebautizada como El que debe morir.
La novela,
reeditada recientemente en castellano con traducción de la mexicana Selma
Ancira, que es garantía de rigor y pulcritud, adolece para mi gusto de
aristas, de profundidad, de veracidad en definitiva, pues los personajes y sus
posicionamientos se me antojan demasiado previsibles y maniqueos, a veces cayendo
incluso en la caricaturización. Quizás el autor buscaba en su momento calar en
los lectores más sencillos y seguramente lo consiguió, aunque este tono de fábula
moralista hace que la historia no haya envejecido demasiado bien; desde luego,
la displicencia con la que Kazantzakis trata (o maltrata) a las mujeres tampoco
ayuda. Al final queda esa manera tan personal y persistente en el autor de
describir y ahondar en el desgarro espiritual y metafísico por entender qué
hacemos aquí y cómo deberíamos comportarnos: “pero el cielo le pareció muy alto
esa noche, muy alejado del hombre, mudo, indiferente, ni amigo ni enemigo, y se
aterró”. Nikos Kazantzakis sigue reposando hoy en una humilde tumba en uno de
los bastiones de la muralla que rodea Heraclion, la capital de Creta, en la que
se puede leer este epitafio: "No espero nada, no temo nada. Soy libre”.
Otros libros de Nikos Kazantzakis (también transcrito como Nicos Casandsakis) en Un libro al día: Zorba el Griego, El capitán Mijalis
El Unamuno griego parece no?
ResponderEliminarSaludos!
Pues ya podría ser, aunque reconozco que he leído más al cretense y apenas al bilbaino.
ResponderEliminarHabrá que leerlo, aunqur me tienta más "Zorba, el griego".
ResponderEliminarSólo a vosotros se os podía ocurrir reseñar un libro con este título uno de los días más importantes para los cristianos, el sagrado Domingo de Resurreción... seguro que os creéis muy modernos ¡Irreverentes! ¡Descastados! ¡Comecuras!
ResponderEliminarQue soy yo, eh, que es broma... ; )
EliminarMuy interesante el libro y la reseña, compañero y muy buena la aportación biblionecrófila, que yo te agradezco en especial...
Un saludo.
Hola Carlos,!, Tú reseña me recordó el libro de Milka Waltari “ El Ángel Sombrío” .
ResponderEliminarSi habrá lectores que les interese lo sucedido en Constantinopla desde diciembre de 1452 hasta un par de días después de la caída de la ciudad. Constantino XI acababa de instaurar la unión de los dos credos cristianos, para deshonra de gran parte de la población bizantina. Para muchos, el emperador se había plegado ante el papa de Roma y había traicionado la fe de Oriente, hasta el punto de que muchos preferían pactar con Mehmed II antes que seguir viviendo en una ciudad pagana y llena de latinos (venecianos y genoveses sobre todo) latinos y griegos,quienes sobreponían sus riquezas y derechos comerciales a la seguridad y bienestar de la población de Constantinopla.
Etc. Etc.......
Un libro que nunca se olvida.
Saludos! Y seguir adelante!
Hola Lucas: Creo que sí, que "Zorba" tiene mayor recompensa.
ResponderEliminarHola Marcela: Gracias por la pista, la desconocía y la seguiré.
Hola Juan: La biblionecrofilia parece un filón muy prometedor. Un casto y dominical abrazo, hermano.
Hola Carlos,
ResponderEliminarHa querido la casualidad que esté inmerso en la lectura de este libro (llevo poco más de la mitad). Me está gustando aunque, coincido con la reseña, los personajes son bastante simples y el tono caricaturesco es muy evidente en algunos momentos (las descripciones de los cuatro notables del pueblo son un claro ejemplo). El toque de fábula también está muy presente; de hecho, la descripción del pastor Nikolio me ha hecho pensar en un fauno.
Parce ser que el autor admiraba la figura del Cristo evangélico pero despreciaba a sus representantes sobre la tierra, de ahí los problemas que tuvo con la iglesia, como bien comentas.
Un saludo,
Txus
Hola Txus,
ResponderEliminarCoincido con lo que explicas. Es curioso, a veces ponemos y argumentamos pegas pero, sin embargo, el regusto que nos va dejando la lectura es amable. Gratificante. Esa es mi sensación una vez leída la última página.