Idioma original: francés
Título original: Dans la foule
Año de publicación: 2006 (En castellano: 2017)
Valoración: Recomendable
Si, como todo parece indicar, los humanos arrastramos el gen de la violencia, no es extraño que la literatura se haya ocupado de ella desde antes de los primeros textos escritos. Llama la atención, por otra parte, que además de ejercerse para obtener algún beneficio o imponer un punto de vista, esa agresividad incontrolada se adueñe de ambientes pacíficos, y hasta lúdico-festivos, cogiendo desprevenido a todo el mundo. Unas veces mediante enfrentamientos claros, otras a través de avalanchas, los episodios de este tipo se producen de vez en cuando en las grandes concentraciones humanas provocando tragedias terribles. Y el mundo del futbol –los partidos multitudinarios sobre todo– no es ajeno a este tipo de incidentes.
Aunque la traducción del título induzca un poco el despiste, esta novela, ganadora en Francia del Premio FNAC 2006, se inspira en los sucesos, provocados por un grupo de hooligans, que tuvieron lugar poco antes del partido entre el Liverpool y la Juventus de Turín, que arrojaría un saldo de treinta y nueve muertos y alrededor de seiscientos heridos y que –a pesar de todo– se celebró en el Estadio de Heysel (Bruselas) ante unos 60.000 espectadores el 29 de mayo de 1985. Tres años después, los supervivientes siguen afanados en la normalización de sus vidas, pese a lo ocurrido, a su trascendencia mediática, al trastorno que supuso el juicio celebrado por entonces y, sobre todo, a pesar de unas sentencias incapaces de satisfacerles.
Lo que se narra es una recreación libre de los hechos a cargo de una serie de voces –demasiado parecidas entre ellas– que al alternarse utilizando la técnica del flujo de conciencia, componen un mosaico poliédrico, aunque algo uniforme en un principio, que analiza las causas y consecuencias de semejante catástrofe.
La prosa –precisa, amena, ágil y muy cinematográfica– refleja, quizá con un exceso de detalle que alarga innecesariamente la trama, la capacidad de suscitar emociones que posee este deporte, pero también su agresividad potencial, el opresivo y masificado ambiente previo al partido, así como los acontecimientos principales, la cotidianeidad de los protagonistas, sus sentimientos y la paulatina transformación de su forma de ser.
Se incluyen amplios fragmentos narrados en futuro, como falsa probabilidad ya que a fin de cuentas forman parte de la trama, probablemente para rebajar tensión a las escenas. Lo que sorprende es que prácticamente todo sea ficción. Es verdad que estamos ante una versión novelada de los hechos, pero si estos quedan sobreentendidos, si apenas hay alusiones explícitas, aquellos que desconocen la noticia no acaban de entender del todo qué es lo que le están contando. Esto sería aceptable si la violencia en el deporte se plantease como un tema genérico, pero si el relato se centra en un acontecimiento concreto se tiene que establecer un marco, asegurarse de que el lector acabará informado mínimamente. Se trata de un defecto bastante común en obras de este tipo (otra muestra sería la reciente, y celebrada, Las chicas) que, tal como Truman Capote transmitió a la posteridad en A sangre fría y que Norman Mailer recogería más tarde en La Canción del Verdugo, se subsana con una exhaustiva documentación previa, la selección minuciosa de lo que se va a incluir en el texto y una perfecta imbricación entre hechos reales y ficticios.
Por eso, cuanto más nos alejamos del drama, más probabilidades hay de que el relato remonte, y es lo que sucede en la tercera y última parte, tras el fundido en negro de esos tres años de espera, cuando los personajes se reencuentran en fechas cercanas al juicio –por el que también se pasa de puntillas– y el lector puede comprobar la intensidad de los efectos. Porque ese lento proceso de cambio ha arrojado traumas, culpabilidad, autodestrucción progresiva en algún caso; en definitiva, un desconcierto vital reflejado de forma tan convincente que no podemos dejar de emocionarnos.
Título original: Dans la foule
Año de publicación: 2006 (En castellano: 2017)
Valoración: Recomendable
Si, como todo parece indicar, los humanos arrastramos el gen de la violencia, no es extraño que la literatura se haya ocupado de ella desde antes de los primeros textos escritos. Llama la atención, por otra parte, que además de ejercerse para obtener algún beneficio o imponer un punto de vista, esa agresividad incontrolada se adueñe de ambientes pacíficos, y hasta lúdico-festivos, cogiendo desprevenido a todo el mundo. Unas veces mediante enfrentamientos claros, otras a través de avalanchas, los episodios de este tipo se producen de vez en cuando en las grandes concentraciones humanas provocando tragedias terribles. Y el mundo del futbol –los partidos multitudinarios sobre todo– no es ajeno a este tipo de incidentes.
Aunque la traducción del título induzca un poco el despiste, esta novela, ganadora en Francia del Premio FNAC 2006, se inspira en los sucesos, provocados por un grupo de hooligans, que tuvieron lugar poco antes del partido entre el Liverpool y la Juventus de Turín, que arrojaría un saldo de treinta y nueve muertos y alrededor de seiscientos heridos y que –a pesar de todo– se celebró en el Estadio de Heysel (Bruselas) ante unos 60.000 espectadores el 29 de mayo de 1985. Tres años después, los supervivientes siguen afanados en la normalización de sus vidas, pese a lo ocurrido, a su trascendencia mediática, al trastorno que supuso el juicio celebrado por entonces y, sobre todo, a pesar de unas sentencias incapaces de satisfacerles.
Lo que se narra es una recreación libre de los hechos a cargo de una serie de voces –demasiado parecidas entre ellas– que al alternarse utilizando la técnica del flujo de conciencia, componen un mosaico poliédrico, aunque algo uniforme en un principio, que analiza las causas y consecuencias de semejante catástrofe.
La prosa –precisa, amena, ágil y muy cinematográfica– refleja, quizá con un exceso de detalle que alarga innecesariamente la trama, la capacidad de suscitar emociones que posee este deporte, pero también su agresividad potencial, el opresivo y masificado ambiente previo al partido, así como los acontecimientos principales, la cotidianeidad de los protagonistas, sus sentimientos y la paulatina transformación de su forma de ser.
Se incluyen amplios fragmentos narrados en futuro, como falsa probabilidad ya que a fin de cuentas forman parte de la trama, probablemente para rebajar tensión a las escenas. Lo que sorprende es que prácticamente todo sea ficción. Es verdad que estamos ante una versión novelada de los hechos, pero si estos quedan sobreentendidos, si apenas hay alusiones explícitas, aquellos que desconocen la noticia no acaban de entender del todo qué es lo que le están contando. Esto sería aceptable si la violencia en el deporte se plantease como un tema genérico, pero si el relato se centra en un acontecimiento concreto se tiene que establecer un marco, asegurarse de que el lector acabará informado mínimamente. Se trata de un defecto bastante común en obras de este tipo (otra muestra sería la reciente, y celebrada, Las chicas) que, tal como Truman Capote transmitió a la posteridad en A sangre fría y que Norman Mailer recogería más tarde en La Canción del Verdugo, se subsana con una exhaustiva documentación previa, la selección minuciosa de lo que se va a incluir en el texto y una perfecta imbricación entre hechos reales y ficticios.
Por eso, cuanto más nos alejamos del drama, más probabilidades hay de que el relato remonte, y es lo que sucede en la tercera y última parte, tras el fundido en negro de esos tres años de espera, cuando los personajes se reencuentran en fechas cercanas al juicio –por el que también se pasa de puntillas– y el lector puede comprobar la intensidad de los efectos. Porque ese lento proceso de cambio ha arrojado traumas, culpabilidad, autodestrucción progresiva en algún caso; en definitiva, un desconcierto vital reflejado de forma tan convincente que no podemos dejar de emocionarnos.
Me trajo al recuerdo "La ópera de los fantasmas" del peruano Jorge Salazar.
ResponderEliminarSoy de los que piensan que el fútbol nos quita más de lo que nos da. El deporte seguramente no tiene la culpa en sí, como todo, el problema está en el uso que le damos. En hacer que la falta de juicio propio necesaria para ser un aficionado pueda trasladarse a otros campos.
"¡a por ellos oe oe!" es una muestra de que a este país le sobran hinchas y le faltan lectores.
En este país (sea cual sea) y en todos. Lo que cuenta la novela ocurrió en Bélgica, entre italianos e ingleses, y el escritor es francés, lo que indica que el asunto de los hinchas trasciende fronteras. La lectura ayudaría algo, al menos haría falta más actividad que estimule el pensamiento, menos cortedad de miras y más ampliar horizontes, que se puede ser aficionado y pensar también en otras cosas.
ResponderEliminarLa buena noticia es que, a partir de entonces, los gobiernos empezaron a tomar medidas y poco a poco se fue reforzando la seguridad en todos los grandes estadios europeos. Pero eso Maauvignier no lo dice, su enfoque es sobre todo psicológico.
Saludos
Hola,
ResponderEliminarDiscrepo con esa idea del fútbol como opio de los pueblos. El fútbol como toda manifestación cultural humana tiene todo lo bueno y lo malo de lo que somos capaces. Es un territorio donde se manifiesta la violencia como tantos otros. También es muchas veces ejemplo de trabajo en equipo, solidaridad y voluntad.
Saludos
Hola, Gabriel
ResponderEliminarNinguna discrepancia, creo yo. Hay un sector al que le sirve de opio porque vive por y para el fútbol y, fuera de la más elemental subsistencia, todo lo demás le importa un rábano. En España es un hecho que existe este tipo de personas. Tambien en otros sitios, claro. Y dentro de ese sector, se creó una minoría organizada para armar jaleo en los partidos a la que se ha puesto coto desde hace mucho, espero que con éxito.
Naturalmente, hay miles de aficionados con la cabeza sobre los hombros, a quien el fútbol no les impide pensar, ejercer su derecho a la crítica, disfrutar de la cultura etc.
Saludos
Vale la aclaración de Montuenga, en este país y en muchos otros.
ResponderEliminarGabriel, yo no dudo de que el fútbol tenga, como todos los deportes, valores admirables que destacar. Ahora, tampoco creo que lo que se ve allí pueda verse en todos los espacios culturales. No imagino una exposición de Picasso, en donde sus admiradores se pongan a corear que hacía bien en moler a palos a Olga Khokhlova, esos cánticos se ven en el fútbol en pleno siglo XXI, el año pasado, sin ir más lejos, cuando una hinchada coreaba a uno de sus jugadores que había estado bien en pegarle a su pareja porque era una p..a, según ellos.
Donde nací, se pueden encontrar muchas discusiones sobre si Galeano era mejor que Benedetti, pero nadie se dispara por ello. Se disparan por si Peñarol es mejor que Nacional. También tengo entendido que en España, en sus estadios, es donde mayoritariamente se recluta a miembros de grupos neofascistas. La culpa no es del deporte, pero los millones y millones que mueve y el bombo que genera la prensa con él ayudan a que mucha gente no mire otra cosa. Todos los niños saben quién es Messi, Neymar o Cristiano Ronaldo. No así con Malala,Satyarthi o Eva Hevia. Pienso como tú, la culpa no es del fútbol sino de la educación. Pero, cuidado, un niño varón de 10 años que no juega al fútbol en el patio del colegio recibe el título de inadaptado; su maestra no llamará a los 20 padres preocupada porque sus hijos no saben jugar a otra cosa que no sea correr detrás de una pelota, llamará preocupada al padre del niño que no gusta de jugar al fútbol. Una "normalidad" bastante cuestionable.
1 de octubre, me encuentro en mi trabajo y entro en las redes a ver las declaraciones de Puigdemont, Rajoy, Sánchez, Iglesias, etc. Sobre lo ocurrido en Cataluña. No es sorpresa, que las visualizaciones de las declaraciones de Piqué o Sergio Ramos superen en centenas las de nuestros líderes políticos.
El problema no es el fútbol. Y hay miles y miles de aficionados que hacen de él lo que es. El problema es que creamos que todo en la vida es como un partido de fútbol: Los míos, los contrarios, un vencedor, un perdedor. Y fe incondicional en ello. A eso apuntaba yo.
Un saludo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarA ver....me parece que hay una mezcla de temas en el comentario de Interlunio que llevan la discusión hacia otro lugar. De todas maneras me permito discrepar con lo siguiente:
ResponderEliminar1)No puede igualarse un fenómeno de masas como el fútbol con el consumo de una expresión artística como la literatura ya que su consumo es ciertamente individual y solitario. Hace ya mucho tiempo Freud escribió sobre la Psicología de Masas.
2)Donde yo nací ningún chico al que no le guste el fútbol es tratado de inadaptado.
3)Messi y Ronaldo son más conocidos que Malala o Eva Hevia porque hace mucho tiempo que vivimos lo que se llama "cultura de masas".
4)El fútbol no es solo correr detrás de una pelota. En su mejor expresión está más cerca del arte.
5)La música que es a la vez una expresión artística y un fenómeno de masas ha originado hechos de violencia en muchos lugares cuando se enfrentan fans de grupos antagónicos.
6)Conociendo a Rajoy no me extraña que Piqué haya tenido más visualizaciones.....por lo menos ni él Sergio Ramos decidieron darle palos a los catalanes que se manifestaban pacíficamente.
Saludos
Solo hacer constar que he leído tu último comentario, Gabriel. Y que te agradezco des tu punto de vista.
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