Idioma
original: alemán
Año de
publicación: 1975
Valoración: Muy recomendable
Con cierta frecuencia, a la hora de opinar de un libro
concreto o de la calidad literaria en general, sobre todo entre personas que
empiezan a escribir ficción, se da por hecho que esta ha de estar marcada por
un conjunto de recetas que han demostrado su validez en algún momento. Creen
que de esta forma es imposible equivocarse y lo que resulta de ello son textos
clónicos, y por tanto previsibles, tan alejados de lo artístico como puede
estarlo un consumado bailarín del niño que empieza a andar. Bernhard se
caracteriza por apartarse de lo consabido y sin embargo –o precisamente por
ello–construye un amplio conjunto de obras magníficas, algunas como El origen, de género indeterminado, a
caballo entre la novela autobiográfica y una confesión casi compulsiva de
sensaciones y experiencias vividas en una edad y unas circunstancias históricas
que –aliadas con su indiscutible
talento– le suministraron material suficiente para escribir una serie autobiográfica
completa.
Si tuviera que escoger una sola virtud de El origen, me decidiría sin duda por la
visceralidad que se desprende de ella, por esos sentimientos que aparentan
estar tan a flor de piel como si lo narrado acabase de ocurrir y lo que leemos
no fuese más que un simple y arrebatado desahogo. Esto produce una sensación de
sinceridad e inmediatez que, sabemos, son buscadas y elaboradas de forma
artística, pues los hechos ocurrieron décadas antes y por tanto los recuerdos
han debido ser cuidadosamente filtrados y reestructurados. Lo que utiliza el
autor son técnicas capaces de transmitir la radical sinceridad que impregna su
testimonio, como improperios, repeticiones, series interminables de oraciones
coordinadas, subidas y bajadas de tono, componiendo una especie de sinfonía en
prosa.
El texto se estructura en dos etapas que abarcan parte de
la adolescencia del autor, tituladas Grünkranz
y El tío Franz (como sendos iconos de
la crueldad en cada una) y que ubica casi exclusivamente en Salzburgo. Se trata
de una crítica permanente, en la que se constata un sufrimiento cotidiano –y casi
insoportable– junto a la fortaleza que supone no sucumbir a él, con un claro compromiso
ético. Bernhard lanza su sarcasmo, para exorcizar lo que representan, sobre los
dos directores, la educación secundaria, Salzburgo –su clima, su arquitectura,
la crueldad de sus habitantes y la de la guerra que hubo de soportar allí–, el
nacionalsocialismo, el catolicismo, la guerra y sus consecuencias: frío,
hacinamiento, pánico, muertes, paralización de la vida cotidiana; sobre la humillación
y desesperación omnipresentes, un sistema educativo concebido para no producir más
que “débiles mentales”, los pensamientos de suicidio, el suicidio mismo y sobre
los responsables de que estos se produzcan. En este párrafo se resumen gran
parte de esos ataques que luego desarrollará.
“Con mucha frecuencia he podido reconocer y amar la especial forma de ser y la peculiaridad absoluta de ese paisaje materno y paterno mío, hecho de una naturaleza (famosa) y de una arquitectura (famosa), pero los imbéciles habitantes que existen y, de año en año, se multiplican aturdidamente en ese paisaje y esa naturaleza y esa arquitectura, y sus leyes viles y su interpretación aún más vil de esas leyes suyas, han matado siempre enseguida mi reconocimiento y mi amor (…) Salzburgo es una fachada pérfida, en la que el mundo pinta ininterrumpidamente su falsedad, y detrás de la cual lo (o el) creador tiene que atrofiarse y pervertirse y morirse lentamente. Mi ciudad de origen es en realidad una enfermedad mortal, con la que sus habitantes nacen o a la que son arrastrados y, si en el momento decisivo no se van, se suicidan súbitamente, directa o indirectamente, antes o después, en esas condiciones espantosas, o perecen directa o indirectamente, lenta y miserablemente, en ese suelo de muerte, arquitectónico-arzobispal-embrutecido-nacionalsocialista-católico y en el fondo totalmente enemigo del ser humano.” [i]
Las circunstancias familiares se esbozan eludiendo
concretar demasiado. En toda esa explosión de sentimientos, muy pocos son los
que se salvan de la quema: su madre, unos pocos familiares, además del compañero
discapacitado que le ayudaba en el dibujo técnico y un profesor con escaso
atractivo físico. Bernhard recuerda la bondad de ambos así como el desprecio y la
burla de que eran objeto por parte de todo el instituto.
En conjunto, lo expositivo predomina sobre lo
descriptivo, pero hay escenas inolvidables por su expresividad y nitidez, como
esa angustiosa “habitación de los zapatos”, la agónica (y peligrosa)
permanencia en los refugios, los efectos devastadores de un reciente bombardeo
sobre la catedral de Salzburgo, los cadáveres en hilera o el constante ataque a
los dos personajes antes mencionados. Tanta intensidad en la pesimista visión
del ser humano resulta algo más llevadera gracias a la exquisitez de la prosa y
a que no hay que soportarla demasiado
tiempo, poco más de cien páginas y listo.
Del mismo autor, en ULAD: El sótano, Sí, El sobrino de Wittgenstein, Corrección
Me dispongo a leer El Origen después de haber leído El Frío, que narra la primera juventud del autor (hasta los 18 años), con su madre enferma (muere en ese tiempo), su padre también muerto y casi desconocido (abandonó a la familia y sobre todo) la tuberculosis que sufrió el autor, con su prolongado ingreso en un sanatorio.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho y he quedado con ganas de más.
Me agradó la introspección y la fluidez narrativa, cosas difíciles de conciliar. Es mucho mejor que La Montaña Mágica (con la que guarda similitudes) pues va al grano y no se pierde en vericuetos pelmazos y reiteraciones exasperantes como Thomas Mann.
Espero que El Origen me guste tanto como El Frío, y que el orden anticronológico de la lectura biográfica no me impida disfrutarlo.
Sandra Suárez
"abandonó a la familia), y sobre todo la tuberculosis que sufrió ..."
ResponderEliminar[PERDÓN: tecleé desde el móvil.]
No hay problema, Sandra, se entiende perfectamente.
ResponderEliminarA mí me gustó Mucho El origen, pero La montaña mágica sencillamente la tengo en un altar. Hace mucho que la leí, me fascinó y, a falta de una relectura, le pondría un imprescindible (que, por cierto, es la calificación que tiene en el blog). El frío no lo he leído aún, así que no puedo comparar. El orden cronológico no creo que importe mucho, sobre todo si tienes reciente el otro.
Tengo entendido que Bernhard no murió de tuberculosis sino de enfisema, la enfermedad que produce el tabaco también conocida como EPOC.
Saludos