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lunes, 5 de octubre de 2015

Stanislaw Lem: Edén

Título original: Eden
Idioma original: polaco
Año de publicación: 1959
Valoración: Está bien

Teniendo en cuenta que se le conoce como creador de mundos fantásticos –y  no obstante verosímiles– fruto de su gran capacidad imaginativa, y por mucho que pueda extrañar a los admiradores de sus obras de ficción, Lem comenzó su trayectoria literaria escribiendo poesía y la acabó realizando informes científicos, quehacer que le ocuparía los últimos veinte años de vida, desde finales de los años 80.

Según sus propias palabras, en esa primera época se consideraba una especie de Robinson que tenía que fabricar todos los materiales él solito, pues: “lo que hacía no estaba planificado ni inventado, de una forma especulativa, sin intención de lucro y, menos aún, literario.” Pero su pasión por los avances de la ciencia, los planteamientos éticos y el pensamiento filosófico le llevarían a convertirse en el Lem que conocemos ahora.

Cuando escribió esta novela, el escritor todavía estaba afianzando sus recursos y materiales, orientándose en un género que precisa de pautas muy concretas y al que él conseguiría imprimir su propia personalidad y darle una nueva dimensión, que serviría de guía a los que le siguieron. Ya en Solaris, de 1961, la más famosa de su producción y llevada al cine en el 72, se consolidaría por completo en el campo de la ciencia ficción.

En un principio, sorprende el tremendo avance técnico que se ha producido en el planeta desde que se publicó Edén. Y eso a pesar de que Lem era un autor particularmente interesado por los últimos descubrimientos de la ciencia. Veamos unos cuantos ejemplos para entender lo primitivo que resulta hoy:

–La carga de la nave es enorme, llevan hasta una biblioteca convencional a bordo. Es lógico si pensamos que aún no había ordenadores y menos todavía libros electrónicos, pero podían haber clasificado el saber en folios y prescindir de las tapas, digo yo. Mesas aparentemente convencionales, no integradas arquitectónicamente, planos de papel que, lógicamente, acaban rompiéndose… Los procedimientos resultan rudimentarios hasta para el más profano en electrónica, por ejemplo la frase “las bombillas se balanceaban en sus cables” leído hoy y aplicado nada menos que a una nave espacial casi produce escalofríos. (Todavía no existían los halógenos, pero quizá sí los tubos fluorescentes).

-En cualquier caso, notamos falta de máquinaria. Aunque, naturalmente, no puede faltar un clásico del género, el robot, que él denomina autómatas, aquí y en otras novelas suyas, y que carecen de voluntad y personalidad propia. Ni siquiera existe ningún planteamiento al respecto como ocurre en otras obras del género; el autómata es una mera máquina, eso sí, con multitud de funciones: el hombre se limita a darle instrucciones y él le libera de los trabajos lentos y penosos. Todo está concebido contando con ellos así que cuando les fallan –como ocurre con los ordenadores ahora mismo – se produce el desastre.

-El lector de hoy echa de menos hasta el podómetro, ya que tienen que calcular las distancias a ojo cada vez que hacen un trayecto a pie. O baterías independientes no conectadas a la red. O poleas eléctricas para levantar grandes pesos. Claro que cuentan con el protector –mitad robot, mitad vehículo- que también aparece en Fiasco.

Por otra parte, la narración presenta un desequilibrio evidente, su estructura está muy descompensada. Durante demasiados capítulos predomina la descripción, no encontramos más que fantasía y técnica, (soy amante de las descripciones, así que cuando a mí me parecen excesivas es que se han aburrido las ovejas), además de una narración bastante tediosa, poco dinámica, lenta y rutinaria. Y no solo se tarda en ir al grano, Lem apenas define a los personajes, quizá no lo necesite aquí para sus fines, pero el conjunto resulta para mí demasiado frío. Empezando por que los individuos –excepto uno, el ingeniero– ni siquiera tienen nombre propio, se les distingue por su especialización técnica. Eso en general no es malo ni bueno, pero en este caso concreto contribuye a acentuar la sensación de frialdad. El doctor, sobre todo, y también el coordinador y el ingeniero son los que resaltan, pero siguen estando muy desdibujados como personas, lo que predomina es su papel profesional y lo que este puede influir en la mentalidad de cada uno. El doctor representaría la conciencia ética, el ingeniero, Henryk, el poder de la técnica, el coordinador la organización práctica. Aunque, ya cerca del final y en aras de la verosimilitud, el autor altera algunos de estos roles.

Por fin, pero ya muy avanzado el argumento –a partir del descubrimiento de las tumbas y el supuesto poblado medieval– y, en mi opinión excesivamente tarde, comienza a plantear los dilemas éticos que le caracterizan, no directamente, claro, sino formando parte de la acción. Debido a este retraso, quedan solo esbozados. Lem muestra aquí  una de sus grandes preocupaciones: la comunicación entre los seres humanos y de estos con posibles vidas extraterrestres, es decir, la comunicación en general. Dentro de ese contexto, se interesa particularmente por la teoría de la información y -tan tempranamente como en 1959– la considera tan primordial que la civilización de Edén ha cifrado el desarrollo en sus premisas. Esto es lo que descubren los seis científicos, y este descubrimiento, así como los dilemas morales que les plantea y la decisión de no intervenir –en parte por egoísmo pero también por sensatez, pues se sienten ignorantes e impotentes y son conscientes de que harían más daño que bien a los habitantes del planeta– determina del desenlace de la obra.

Es decir, en línea con otras obras suyas, el autor presenta aquí a los humanos como seres depredadores e ignorantes, que en lugar de preguntar o informarse por sí mismos lo resuelven todo atacando. Quizá no les falten buenas intenciones, sobre todo a algunos de sus personajes (pues suele manifestar cierto maniqueísmo) pero su arbitrariedad y cobardía acaban haciendo aflorar, por regla general, su instinto destructor.

Edén a la fuerza ha de ser una obra interesante pues los planteamientos de su autor aportan siempre un plus de trascendencia, pero, claramente, no está entre lo mejor de sus obras. Como sí lo es Fiasco, reseñada aquí hace tiempo y considerada por la crítica como la culminación de su madurez literaria. Ambas tienen en común la búsqueda de vida inteligente pero el (relativo) optimismo de Edén, donde los astronautas consiguen ver, e interactuar, con los habitantes de otros mundos –si bien, como es lógico, apenas logren intuir los rasgos que les definen– se reduce en la mucho más realista Fiasco a ser detectados por ellos o percibir ciertas señales y actitudes para, y a pesar de un interés rayano en la obsesión, tener que alejarse con las manos vacías sin desentrañar un irresoluble misterio que estremece y seduce por igual.

También de Lem: Fiasco, Solaris, La investigación

2 comentarios:

  1. Buenos días!

    Leí varias obras de Lem (Ciberíada, La fiebre del heno, La investigación, Diario de las estrellas, Solaris) hace más de 30 años. Todavía tengo en mi biblioteca los pequeños ejemplares, gastados por el tiempo. Fue un autor que dejó huella en mí. Casi que trascendía la clasificación de "escritor de ciencia ficción" con la que se denostaba a tantísimos grandes escritores.

    Sin embargo, no conocía sus obras Fiasco y Eden. Y por lo que comentas, no podré omitir la lectura de la primera de ellas.

    Gracias una vez más por una estupenda reseña!

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  2. Por supuesto, Puma. Lem es un buen novelista (con sus irregularidades, como todos), que en algunas de sus obras utiliza pautas de un género concreto. También hay excelentes novelas policíacas. El género es lo de menos, lo que importa es la capacidad y el esfuerzo del autor.

    De Edén puedes prescindir -aunque, ya sabes, los que amamos a un autor disfrutamos hasta con sus errores, así que tú mismo- pero apuesto a que Fiasco te va a gustar mucho. En cualquier caso, aquí estamos para escuchar lo que tengas que decir :)

    Saludos y, una vez más, gracias a ti por tu atención

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