Idioma original: polaco
Año de publicación: 1959
Valoración: Está bien
Teniendo
en cuenta que se le conoce como creador de mundos fantásticos –y no obstante verosímiles– fruto de su gran
capacidad imaginativa, y por mucho que pueda extrañar a los admiradores de sus obras
de ficción, Lem comenzó su trayectoria literaria escribiendo poesía y la acabó
realizando informes científicos, quehacer que le ocuparía los últimos veinte
años de vida, desde finales de los años 80.
Según sus
propias palabras, en esa primera época se consideraba una especie de Robinson
que tenía que fabricar todos los materiales él solito, pues: “lo que hacía
no estaba planificado ni inventado, de una forma especulativa, sin intención de
lucro y, menos aún, literario.” Pero su pasión por los avances de la
ciencia, los planteamientos éticos y el pensamiento filosófico le llevarían a
convertirse en el Lem que conocemos ahora.
Cuando
escribió esta novela, el escritor todavía estaba afianzando sus recursos y
materiales, orientándose en un género que precisa de pautas muy concretas y al
que él conseguiría imprimir su propia personalidad y darle una nueva dimensión,
que serviría de guía a los que le siguieron. Ya en Solaris, de 1961, la más famosa de su producción y llevada al cine
en el 72, se consolidaría por completo en el campo de la ciencia ficción.
En un
principio, sorprende el tremendo avance técnico que se ha producido en el
planeta desde que se publicó Edén. Y
eso a pesar de que Lem era un autor particularmente interesado por los últimos
descubrimientos de la ciencia. Veamos unos cuantos ejemplos para entender lo
primitivo que resulta hoy:
–La carga
de la nave es enorme, llevan hasta una biblioteca convencional a bordo. Es
lógico si pensamos que aún no había ordenadores y menos todavía libros
electrónicos, pero podían haber clasificado el saber en folios y prescindir de
las tapas, digo yo. Mesas aparentemente convencionales, no integradas
arquitectónicamente, planos de papel que, lógicamente, acaban rompiéndose… Los
procedimientos resultan rudimentarios hasta para el más profano en electrónica,
por ejemplo la frase “las bombillas se
balanceaban en sus cables” leído hoy y aplicado nada menos que a una nave
espacial casi produce escalofríos. (Todavía no existían los halógenos, pero quizá
sí los tubos fluorescentes).
-En
cualquier caso, notamos falta de máquinaria. Aunque, naturalmente, no puede
faltar un clásico del género, el robot, que él denomina autómatas, aquí y en
otras novelas suyas, y que carecen de voluntad y personalidad propia. Ni
siquiera existe ningún planteamiento al respecto como ocurre en otras obras del
género; el autómata es una mera máquina, eso sí, con multitud de funciones: el
hombre se limita a darle instrucciones y él le libera de los trabajos lentos y penosos.
Todo está concebido contando con ellos así que cuando les fallan –como ocurre
con los ordenadores ahora mismo – se produce el desastre.
-El lector
de hoy echa de menos hasta el podómetro, ya que tienen que calcular las
distancias a ojo cada vez que hacen un trayecto a pie. O baterías
independientes no conectadas a la red. O poleas eléctricas para levantar
grandes pesos. Claro que cuentan con el protector –mitad robot, mitad vehículo- que también
aparece en Fiasco.
Por otra
parte, la narración presenta un desequilibrio evidente, su estructura está muy
descompensada. Durante demasiados capítulos predomina la descripción, no
encontramos más que fantasía y técnica, (soy amante de las descripciones, así
que cuando a mí me parecen excesivas es que se han aburrido las ovejas), además
de una narración bastante tediosa, poco dinámica, lenta y rutinaria. Y no solo se
tarda en ir al grano, Lem apenas define a los personajes, quizá no lo necesite aquí
para sus fines, pero el conjunto resulta para mí demasiado frío. Empezando por
que los individuos –excepto uno, el ingeniero– ni siquiera tienen nombre
propio, se les distingue por su especialización técnica. Eso en general no es
malo ni bueno, pero en este caso concreto contribuye a acentuar la sensación de
frialdad. El doctor, sobre todo, y también el coordinador y el ingeniero son
los que resaltan, pero siguen estando muy desdibujados como personas, lo que
predomina es su papel profesional y lo que este puede influir en la mentalidad
de cada uno. El doctor representaría la conciencia ética, el ingeniero, Henryk, el poder de la técnica, el coordinador
la organización práctica. Aunque, ya cerca del final y en aras de la
verosimilitud, el autor altera algunos de estos roles.
Por fin, pero
ya muy avanzado el argumento –a partir del descubrimiento de las tumbas y el
supuesto poblado medieval– y, en mi opinión excesivamente tarde, comienza a
plantear los dilemas éticos que le caracterizan, no directamente, claro, sino
formando parte de la acción. Debido a este retraso, quedan solo esbozados. Lem
muestra aquí una de sus grandes
preocupaciones: la comunicación entre los seres humanos y de estos con posibles
vidas extraterrestres, es decir, la comunicación en general. Dentro de ese
contexto, se interesa particularmente por la teoría de la información y -tan
tempranamente como en 1959– la considera tan primordial que la civilización de
Edén ha cifrado el desarrollo en sus premisas. Esto es lo que descubren los
seis científicos, y este descubrimiento, así como los dilemas morales que les
plantea y la decisión de no intervenir –en parte por egoísmo pero también por
sensatez, pues se sienten ignorantes e impotentes y son conscientes de que
harían más daño que bien a los habitantes del planeta– determina del desenlace
de la obra.
Es decir,
en línea con otras obras suyas, el autor presenta aquí a los humanos como seres
depredadores e ignorantes, que en lugar de preguntar o informarse por sí
mismos lo resuelven todo atacando. Quizá no les falten buenas intenciones, sobre
todo a algunos de sus personajes (pues suele manifestar cierto maniqueísmo)
pero su arbitrariedad y cobardía acaban haciendo aflorar, por regla general, su
instinto destructor.
Edén a la fuerza ha de ser una
obra interesante pues los planteamientos de su autor aportan siempre un plus de
trascendencia, pero, claramente, no está entre lo mejor de sus obras. Como sí
lo es Fiasco, reseñada aquí hace
tiempo y considerada por la crítica como la culminación de su madurez
literaria. Ambas tienen en común la búsqueda de vida inteligente pero el (relativo)
optimismo de Edén, donde los
astronautas consiguen ver, e interactuar, con los habitantes de otros mundos –si bien,
como es lógico, apenas logren intuir los rasgos que les definen– se reduce en la
mucho más realista Fiasco a ser detectados
por ellos o percibir ciertas señales y actitudes para, y a pesar de un interés
rayano en la obsesión, tener que alejarse con las manos vacías sin desentrañar
un irresoluble misterio que estremece y seduce por igual.
También de Lem: Fiasco, Solaris, La investigación
Buenos días!
ResponderEliminarLeí varias obras de Lem (Ciberíada, La fiebre del heno, La investigación, Diario de las estrellas, Solaris) hace más de 30 años. Todavía tengo en mi biblioteca los pequeños ejemplares, gastados por el tiempo. Fue un autor que dejó huella en mí. Casi que trascendía la clasificación de "escritor de ciencia ficción" con la que se denostaba a tantísimos grandes escritores.
Sin embargo, no conocía sus obras Fiasco y Eden. Y por lo que comentas, no podré omitir la lectura de la primera de ellas.
Gracias una vez más por una estupenda reseña!
Por supuesto, Puma. Lem es un buen novelista (con sus irregularidades, como todos), que en algunas de sus obras utiliza pautas de un género concreto. También hay excelentes novelas policíacas. El género es lo de menos, lo que importa es la capacidad y el esfuerzo del autor.
ResponderEliminarDe Edén puedes prescindir -aunque, ya sabes, los que amamos a un autor disfrutamos hasta con sus errores, así que tú mismo- pero apuesto a que Fiasco te va a gustar mucho. En cualquier caso, aquí estamos para escuchar lo que tengas que decir :)
Saludos y, una vez más, gracias a ti por tu atención