Año de publicación: 1926
Valoración: Imprescindible
Ha
pasado mucho tiempo desde que leí por primera vez Tirano Banderas y no me quedaba más que una impresión muy vaga de
ambiente, lenguaje y asunto. Se haya leído o no la novela, todo el mundo sabe que
narra la caída del dictador Santos Banderas, un personaje que no encarna una
figura histórica concreta pero es compendio de la de muchos dictadores
latinoamericanos que prosperaron gracias al apoyo de Estados Unidos. La novela
retrata su despotismo, su manejo del terror, la multiplicación durante su
mandato de delaciones y espionaje, así como la existencia de una represión
generalizada y el mantenimiento de una corte incondicional que responde sin
rechistar a sus caprichos y órdenes.
Después
de un tercer viaje a Méjico, Valle empieza a escribir su novela americana, “la novela de un tirano con rasgos del doctor Francia, de Rosas, de Melgarejo,
de López y de don Porfirio”. En un
principio, a partir de 1925, aparece en forma de entrega para distintas publicaciones como
era su costumbre, más tarde en forma de libro cuya primera edición publica por
su cuenta.
La
intención, claramente satírica, se logra a partir de su ya mítico recurso de
fabricación propia, el esperpento (deformación de la realidad, destacando lo
grotesco para afilar la crítica). A Banderas se le caricaturiza repetidamente
como rata fisgona y el Licenciado
Veguillas salta como una rana aduladora. Podemos encontrar decenas de ejemplos
con solo leer una página. El tirano animaliza a sus vasallos y Valle Inclán, a
su vez, le animaliza a él. Destaca además la prodigiosa utilización del
lenguaje latinoamericano, del que realiza una inteligente mixtura superponiendo
al castellano multitud de voces de uso común en la mayor parte del
subcontinente, con alguna invención de cosecha propia y la repetición del
diminutivo, dando como resultado un conjunto de lo más convincente. Un efecto así
no podía haberlo conseguido más que un oriundo de esas tierras o el propio
Valle que, sin embargo, incluye aquí todos los rasgos de su escritura, su
inteligente manejo de las situaciones, ese modernismo que defendió con
brillantez, esa amargura y sentido crítico de la política española de entonces.
Del
tirano, hasta el nombre de pila, Santos, es irónico. Pero el autor tampoco
tiene piedad con el resto del reparto. Destacaré, al Doctor Polaco, un mago que
ejerce en la casa de lenocinio y que, junto a la señorita médium (también Lupita la Romántica, prostituta que parece
leer el pensamiento) protagoniza una de las escenas más divertidas de la
novela, o el honrado gachupín Quintín
Pereda (nótese la ironía en el adjetivo), o Merlín, el perro faldero del
ministro que subraya sarcásticamente sus rasgos más ridículos, o Cucarachita,
la madame del prostíbulo, o doña
Lupita, que se ocupa del servicio de cantina durante los esparcimientos del
dictador y sus secuaces.
Pocos
se salvan de la quema efectuada por Valle Inclán, solo unos pocos insurgentes
en los que recae, a golpe de heroísmo, revertir el actual estado de cosas. Países,
clases sociales, profesiones son vapuleados sin piedad. En particular los
gachupines (españoles) de los que se destaca su ambición y prepotencia. Como el
citado ministro de España y barón de Benicarlés o el próspero don Celes, avaro
hasta el delirio, sin otro interés que la adulación y la riqueza, que sirve de
correveidile entre este y Santos Banderas o el prestamista Quintín Pereda, que
con su enorme ruindad contribuye indirectamente a poner en marcha la acción. También
son atacados los criollos y sus privilegios. En cambio, vemos al doctor Sánchez
Ocaña pronunciando un alambicado discurso que enardece a las masas acelerando
el comienzo de la revolución latente.
Es
patente el desprecio que siente Banderas por el indio, al que considera incapaz
de trabajar e indigno de cualquier consideración. Y, sin embargo, él es uno de
ellos, no un gachupín imperialista, no un privilegiado criollo: su sangre es
indígena cien por cien. Con ello, se multiplica exponencialmente la impresión
que produce su actitud.
La
obra es corta pero densa. Valle hace gala de economía de recursos
concentrándose en unos cuantos rasgos significativos, inteligentemente
elegidos, muy elocuentes, presentados con vigor y repartidos en una serie de escenas.
A partir de ellas, el lector puede hacerse cargo de la situación sin que se le
abrume con un exceso de datos. Por eso es fácilmente adaptable a la escena,
dónde se ha llevado a menudo. Existe también una película, dirigida por José
Luis García Sánchez en 1993.
Obras herederas de esta son, entre otras,
“El otoño del
patriarca” de Gabriel García
Márquez, “La Fiesta del Chivo” de Mario Vargas Llosa y “Yo, El Supremo” de Augusto Roa Bastos.
También de Valle-Inclán: Sonata de primavera, Luces de Bohemia, Divinas palabras
También de Valle-Inclán: Sonata de primavera, Luces de Bohemia, Divinas palabras
Buena reseña de una novela que tengo en la mira y en la biblioteca desde hace tiempo por ser parte de esa tradición tan rica, tan latinoamericana, de la novela del dictador. Procuraré leerla pronto. Acaba de publicarse en México, por cierto, un homenaje a las obras más representativas de esa tradición: se trata de la novela Querido Escorpión, de Benito Taibo. Aún no la leo. A ver qué tal está.
ResponderEliminarUn comentario al margen del tema central: ¿por qué a tantos españoles les cuesta escribir "México", como en realidad se escribe el nombre no oficial del país? ¿Simple costumbre? La RAE recomienda escribirlo con x justo porque así lo escribimos y conocemos los mexicanos y aun los latinoamericanos, aunque todavía da por válidas las formas con j, que como mexicano me resultan poco simpáticas.
Saludos, Montuega.
Hola Javier. No hay un motivo especial, aunque sé que las dos formas son válidas lo escribo como lo pronuncio.
ResponderEliminarNo conocía esa preferencia vuestra por la equis. Para la próxima vez, prometo tenerlo en cuenta.
Un saludo y gracias por tu buena opinión.
Yo creo que Valle no sabía escribir novelas, necesitaba más libertad para contar lo que quería, y le salió el 'Tirano' que, aunque el autor lo llamase 'novela', tiene mucho de teatro (escena de la casa de empeño, además de otras muchas) y bastantes momentos de poesía (prosa poética diríamos) que recuerdan a La pipa de Kif. El coctel que resulta es extraordinario.
ResponderEliminarY, como dices en la reseña, el manejo del lenguaje es deslumbrante, a veces abrumador, hasta formar la obra maestra que es 'Tirano Banderas'.
Por cierto, que no tenía idea de que hubiese una película. No sé si atreverme a verla.
Saludos y gracias por la reseña. Carlos Andia.
Sí, Carlos, pero los límites del género son tan amplios que admite todo tipo de aportaciones, y esa ductilidad no es impostada, viene del mismísimo Cervantes. Valle escribió una novela, solo que adaptada a su (enorme) medida.
ResponderEliminarSaludos
Muy bueno. Cuesta creer que D. Ramón no fuera mejicano. Una cosa es que conociera México y otra muy distinta que dominara, o eso parece, el “mexicano” con tanta maestría. Sólo de la cabeza y de la pluma de un genio como él pueden haber nacido obras tan excelsas y tan diversas como Tirano Banderas, Divinas palabras o Luces de Bohemia.
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo con tu comentario.
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo con tu comentario.
ResponderEliminarHola Anónimo. Desde luego la crítica académica alaba el texto por ese, entre otros motivos. Estudié que no es propiamente el habla de allí pero que Valle supo mezclar voces y expresiones que resultan convincentes, al menos en España.
ResponderEliminarPero siempre me he preguntado si en ese país, incluso en el resto del mundo, pensarán lo mismo. No sólo los especialistas, claro, sobre todo los lectores como hablantes de una lengua, que es la misma pero con su propia idiosincrasia.
Quería decir en el resto de América Latina, lo del "mundo" ha sido un lapsus.
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