Título original: The Best of Saki
Fecha de publicación: 1980 (1ª edición traducida)
Valoración: recomendable
Los ingleses, ya se sabe, son gente con un peculiar sentido del humor. Ante algunas escenas de Mr. Bean o de los Monty Pithon, uno no sabe bien si partirse de risa, morirse de la vergüenza ajena o ponerse un poco de ginebra y permanecer impasible. Esta última es sin duda la reacción más correcta. Bueno, pues esto no tiene nada que ver con Saki, pero de alguna manera tenía que empezar la reseña, ¿no?
Para empezar, Saki no era inglés, sino birmano. Pero no, su nombre no significa algo como “brisa aleteante” en alguna exótica lengua oriental. Es el seudónimo de Hector Hugh Munro, nacido de un oficial colonial y muerto en las trincheras en el 16. Para seguir, sus relatos no se caracterizan por rizar al cubo una memez como un piano, sino más bien por mezclar lo ridículo y lo horroroso en una perfecta proporción.
Es muy gracioso, por ejemplo, que un gato hable y empiece a contar los secretillos de una elegante velada de aristócratas; pero al mismo tiempo hay algo terrible en la prisa que todos tienen por callar su felino y locuaz hocico antes de que diga más de la cuenta. Y al revés: es bastante siniestro basar todo un cuento en que una hiena se coma a un niño gitano, pero Saki consigue hacer que te retuerzas de risa con los comentarios de dos lelas de rancia estirpe que no saben cómo reaccionar.
Os voy a regalar unas muestras del ingenio exquisito de Saki para los diálogos, que lo acercan en muchos puntos a Oscar Wilde. Pero antes debo decir que uno de estos relatos fue incluido por Borges en la ya reseñada Antología de literatura fantástica: se titula Sredni Vashtar y ciertamente pone los pelos como escarpias. Allá vamos.
-Hemos perdido a nuestro bebé -exclamó.
-¿Quiere usted decir que ha muerto, que ha huido o que lo han apostado a las cartas? -preguntó Clovis con calma.
-Mi madre está pensando en volverse a casar.También de Saki en ULAD: Reginald, La reticencia de lady Anne y otros cuentos
-¡Otra vez!
-Es la primera vez.
-Usted debe saberlo, claro. Yo tenía la impresión de que se había casado antes una o dos veces por lo menos.
-Tres veces, para ser matemáticamente exactos. Quise decir que era la primera vez que piensa en casarse; las otras veces los hizo sin pensar. En realidad, soy yo el que piensa por ella en este caso. Hace ya dos años que murió su último marido.
-Evidentemente usted considera que la brevedad es el alma de la viudez.
Tiene una pinta estupenda.
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